La lentitud estelar

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La lentitud estelar 1


1 La lentitud estelar Justo un minuto antes de entrar en la cámara de frío, Wally supo que estaba haciendo lo correcto, se tomó un puñado de pastillas para dormir y se acomodó entre unas cajas de fries chips y toros de merluza. Por supuesto que no había visto las noticias la noche anterior, el doctor Jenkins había vuelto a “su isla” -donde tomaba baños de sol entre palmeras y turistas obsoletos mientras regentaba un café en el que también ponían comidas rápidas y baratas- y aquello lo habría cambiado todo, la policía le seguía los pasos por un asunto con hacienda y puso tierra por medio. Eso le daría tiempo y dejaría de pedirle el dinero que le debía, amenazando a su mujer -la pobre no dejaba de llorar y no se merecía aquel calvario-. Lissy Cornell se llevó un disgusto al ser la primera en entrar y encontrarlo cubierto de hielo. En un lugar en el que había trabajado toda tu vida, una chica como Lissy, a sus cuarenta años, no era probable que pudiese esperar que le pasara una cosa así, y mucho menos un día antes de coger sus vacaciones. Un tiempo atrás, Lissy había asumido la costumbre de hablar sola como algo normal, pero no hablaba con un ser imaginario, ni con la imagen de alguna persona conocida que tomara forma en su imaginación, hablaba consigo misma. No quería que la tomaran por loca y evitaba hacerlo cuando había alguien observando, pero resultaba muy útil cuando quería aclarar las ideas y averiguar por qué hacía según que cosas, tan extrañas o más que hablar sola. Cualquiera lo consideraría una debilidad que la aislaba de las conductas capaces de regirse por sus propias normas sin llegar a esos sistemas psicológicos anticuados. “La gente sabe lo que debe hacer y lo que no debe hacer en cada momento sin utilizar trucos infantiles. Eso que haces es como contar con los dedos Lissy”, le había dicho su padre con severidad. Pero le complacía dejarse llevar por su imaginación y jugar a juegos que hacía mucho que había dejado atrás, ¿qué daño podía hacer con eso? Y lo cierto era, que entre sus más allegados aceptaba con sinceridad emocionada, que era cierto, que no podía dejar de sentirse como una niña en ocasiones y que si la niña que todas las mujeres llevaban dentro, salía y se mostraba al mundo exterior, lo hacía con expreso consentimiento, y que por eso no le preocupaba. Y como suelen decir aquellos que tienen algún tipo de dependencia, “lo tengo controlado, puedo dejar de hacerlo cuando quiera”. Esperó unos segundos antes de tocar el cadáver. Finalmente, después de preguntarse en voz alta, ¿qué hacer?, empezó a registrarle los bolsillos. Puede parecer una conducta mezquina, y lo era, sobre todo porque Wally le debía doscientos pavos, y si no los recuperaba en ese momento debería darlos por perdidos para siempre. “Esto me pasa por ser generosa, espero no tener que explicárselo a nadie”, volvió a soltar en voz alta. Parecía estar robando a un muerto, lo que le parecía detestable, y lo único que encontró fue un papel que envolvía un billete de lotería, una servilleta con nombres y números y una anotación en la parte de atrás. Recompuso el cadáver -lo cierto es que apenas había metido dos dedos en uno de sus bolsillos para sacar su cartera y volver a dejarla, vacía-, y así volvió a sentirse la misma mujer desgraciada y sin suerte de siempre. En un trabajo en el que se pasaba siete horas de actividad cada día, era muy difícil no sentirse interrumpida en más de una ocasión. Pero era de los primeros en entrar y no era probable que nadie pasara por las cámaras de frío a aquellas horas. Tal vez la consideraban una individualista por eso, pero no le gustaba compartir su trabajo, lo que también, al parecer, iba en contra de la idea del 2


trabajo en equipo que tanto repetían sus superiores. El trabajo no era nada del otro mundo, pero en esos tiempos era difícil encontrar algo estable y abusaban de la situación, si lo querías lo cogías y si no te parecía bien, te ibas y buscabas otra cosa. Era sucio, manual, cansado, lleno de olores insoportables, y, sobre todo, mal pagado. No era extraño que Wally lo aceptara si debía dinero a tanta gente, era lo quedaba, y saben lo que dicen, “si a las cinco el pescado no está vendido: o está enfermo o está podrido”. A ella la pilló por sorpresa, apenas lo conocía, y cuando le dijo que necesitaba el dinero para pagar el alquiler o lo desahuciarían (y que se lo devolvería en una semana, esto también era importante), lo creyó. Le pareció que alguna fuerza más allá de los humanos sentidos, le ofrecía la oportunidad de recuperar su dinero, la prueba definitiva de que estaba bien vista, o que era apreciada por sus ancestros y amigos muertos, en el otro mundo. Su imaginación no paraba nunca, pero si quería creer que la estaban ayudando desde el más allá, eso era optimismo, y nada es más apreciado entre los que más golpes reciben de la vida. Al meter en el bolsillo de su chaleco lo que había encontrado, distinguió el final del pasillo la sombra de alguien que se acercaba, cerca de la sala de contadores de luz que solía oler a cables quemados. Se trataba de dos operarios de mantenimiento que no deberían estar allí a aquellas horas, por lo que supuso que habría alguna avería. Los chicos de mantenimiento eran como los renegados de la clase trabajadora, cobraban bien y por eso se creían en un estadio superior, pero por mucho que se lavaran era imposible sacarse aquella costra de sudor obrero, que dejaran de rascarse el culo en público o de construir frases llenas de expresiones soeces y palabrotas. Todo en ellos indicaba que eran rechazados en los grupos de superiores de cafetería, pero eso no los desanimaba a comportarse como “elegidos técnicos de conocimientos elevados”, frente al pobre personal de base. Aprovechando que reconoció a Fredy, uno de los trabajadores de mantenimiento y que supuso que necesitaba que alguien más se implicara con ella en su descubrimiento, gritó como una loca y sollozó como una desgraciada, mientras los otros atónitos llamaban por teléfono para que alguien, a su vez, llamara a una ambulancia. La dignidad del muerto era innegables, se había mantenido erguido hasta que el hielo lo cubrió por completo. Además estaba envuelto en una bata corta de color azul que parecía una americana al quedar prensada por efecto del frío, y los ojos y la barba le daban un aspecto regio y un gesto amable. Entre las confusas miradas de los camilleros, Lussy se incorporó y se escabulló hasta ocupar un lugar poco destacado detrás de Fredy, y lo alentó a responder las preguntas del médico dándole un empujón para que, un paso por delante, pudiera presentarse como uno de los descubridores del cuerpo. Él atravesó aquel canal de preguntas indecisas con respuestas dudosas y un “no sé” repetido, cuando también se incorporaron a la declaración de muerte del médico, dos de sus superiores. -Pues por lo congelado que está, debió quedarse toda la noche ahí sentado. Es horrible -Y entonces dijo lo que Lissy se temía-, La primera en encontrarlo fue Lissy. -Abrí la cámara y estaba ahí, exactamente igual que ahora. Nadie lo ha movido -tuvo que responder y volver a su esquina por ver si se olvidaban de ella. Del mismo modo que todos estaban interesados en conocer una historia del cadáver que pudiera interpretar aquel suceso, los compañeros de trabajo del cadáver, estaban empeñados en no entender tanto revuelo y la suspensión de las vacaciones de todo el personal hasta nuevo aviso fue considerado como un acto hostil contra sus derechos que ni la policía que estuvo aquella mañana por allí curioseando pudo entender. Enfurruñada como un niño al que acaban de anunciar que se suspende su cumpleaños, Lissy Cornell, estuvo unos días desconfiando de todos y se volvió intratable para sus compañeros, que comprendían su enfado. Ella se sentía a cubierto de cualquier desconfianza de las autoridades, cuyas pesquisas estaban centradas en la desordenada vida personal de Wally, las amistades que lo sometían a amenazas y las carta de despedida que había dejado a su mujer, lo que los situaba frente a un caso de suicidio con un alto porcentaje de acierto. Cuando terminó el interés de la policía por la cámara de frío y todo lo que guardaba, Fredy sintió curiosidad por lo que ella pudiera pensar sobre todo lo expuesto. No había duda de que se sentía 3


impresionada, contrariada y entristecida por el suceso, y al contrario de lo que muchos pensaban, había cosas que le importaban más que el riesgo de perder sus vacaciones por lo ocurrido. Sin importarle estar rodeado de los curiosos que se acercaron a echar un vistazo, Fredy acercó su cabeza al hombro de Lissy y le dijo al oído que deseaba quedar con ella para hablar de todo aquello. La hora del desayuno se acercaba y le propuso salir a una cafetería en la que no se encontraran con el personal que tuviera una idea parecida, y por eso tuvieron que escabullirse y caminar un poco más de lo que lo hacían habitualmente. Esperaron el momento en que los últimos camilleros se retiraban después de recoger el material sanitario que les había quedado atrás y los acompañaron hasta la puerta, una vez allí no volvieron a entrar. ¿Qué era lo que quería realmente Fredy? No parecía tan interesado, ni su curiosidad se había despertado tanto, como aprovechar las circunstancias para pasar un rato con la chica. No podía considerarse una cita, pero ella sabía que él no desaprovecharía la oportunidad para quedar con ella de nuevo, y ya no parecía raro, ni siquiera porque el estaba prometido. En realidad, ya le había pedido una cita en toda regla, en otras ocasiones, y no se trataba más que de un reflejo, una repetición de su inclinación a establecer un contacto permanente a pesar de su compromiso previo con otra mujer. La madre de Lissy abrió la puerta cuando Fredy llamó al timbre mientras miraba el coche que había dejado en marcha. Se dijo que podría esperar unos minutos mientras ella terminaba de prepararse y bajaba radiante dispuesta para su estrategia. Volvió a mirar el coche sin dudar de haber hecho lo correcto, porque se estaba comportando bien y el relentí era estable,y también porque si lo hubiese apagado le hubiera costado volverlo a encender; era un coche viejo, ruidoso y en espera de algunos ajustes. Entonces, la señora Natalí entró y tuvo una palabras con su hija que Fredy pudo descifrar a través de la puerta, “¿vas a salir con ese hombre? No me parece lo que te conviene. Deberías quedarte esta noche. Mañana será otro día.” Natalí respiraba con ansiedad, como si pudiera dar bocados el aire. No pudo oír lo que le contestó Lissy porque el coche se aceleró y empezó a echar humo negro por el escape, pero al momento ella salió y se dirigió al coche sin apenas mirarlo y con un simple “vamos”, concluyó la recepción. No pudo por menos que suponer que estaba enfadada, así que obedeció y en un minuto se pusieron los cinturones de seguridad y partieron para cenar en algún lugar no decidido de antemano. Se desplazaron no más de cincuenta metros y un coche de policía les dio luces y se detuvieron. Se trataba del mismo hombre que había estado revisando el cadáver de la cámara frigorífica, el sargento Scotty. Los miraba con una superioridad y arrogancia incapaz de disimular. Era un hombre que había sufrido en un trabajo en el que veía muertos con frecuencia, que venía de una juventud gastada como soldado en una guerra colonial y que intentaba mitigar las imágenes que le obsesionaban de los muertos, bebiendo whisky. Se preguntaba, qué sabrían aquellos dos pipiolos de esa presencia insolente que un día se te pega al inconsciente y que ya no te deja vivir. Se prometió ser educado y su intervención no duró más que unos minutos, les preguntó por su relación y de qué conocían a Wally, después les entregó una tarjeta para que lo llamaran si tenían algún problema, “las amistades de Wally no eran de lo más aconsejable y les podrían molestar” Después de leer aquel papel que sacara del bolsillo de Wally, adoptó una actitud muy constructiva, tenía el dinero del billete, y si debía viajar para conseguir el resto, lo haría. La entrevista con Fredy empezó como si sintiera algún tipo de interés por él, y no era del todo incierto, en realidad quería que la acompañara en su aventura. Le habían enviado todos los papeles de la agencia de viajes, y la isla parecía atrayente, podrían disfrutar de unos días de playa además de hacer las gestiones que necesitaba, así que no esperó al final de la cena para mostrale las fotos de un lugar tan apetecible. Esperó cinco segundos antes de empezar su relato sobre lo conveniente de aquel viaje, sobre las maravillas que verían y visitarían y lo agradecería que le quedaría si la acompañara en sus gestiones -tenía que encontrar al doctor Jenkins y compartir con el el número debajo de los adeudos que decía, Clave Secreta-. Al final del día anterior había visitado el banco local más popular y le confirmaron que podía tratarse de una de sus contraseñas, pero no le iban a dar más información, de 4


acuerdo con todos los protocolos eso sería imposible. Algo le decía que Jenkins era solución a sus dudas y no le importaría compartir con él una parte de lo que pudieran encontrar si le ayudaba (A Fredy le bastaría con sentir su compañía y disfrutar de aquellas vacaciones sin que se enterara su pareja, ¿qué más podía desear? Esperó ansiosa la respuesta del técnico en mantenimiento, pero parecía saber de antemano que diría que sí. Finalmente, cuando todas sus dudas estuvieron resultas (al menos aquellas que la misma Lissy no tuviera), le hizo creer, como si se tratara de una broma que sería bien recibida, que no le parecía buena idea, pero la cara que ella puso tuvo que ser tan rabiosamente amenazadora que comenzó una risa nerviosa que se interrumpió y aceptó carraspeando, “perdona”, añadió. Lissy observó que cuanto más hacía por intentar explicar lo que quería, más confuso se volvía, y que sus intentos por hacer coincidir su interés por descifrar la servilleta y sus números y nombres, a los ojos de Fredy se resumía en unas vacaciones en una isla del caribe y salir a la aventura sin que su pareja lo sospechara. La noche anterior, justo antes de acostarse Magritta había estado haciendo planes para el verano siguiente y nunca se había sentido tan desanimado ni tan poco inclinado a hacer algo, como entonces. No podía compartir sus planes, no era receptivo ni siquiera a su tono de voz, aunque hubiese deseado más de una vez que aquello no hubiese funcionado así. La imagen pasada de Magritta esperando que saliera de trabajar para acompañarlo a un hotelucho barato y pasar la tarde sudando y montado como dos animales, se volvía en su contra por un deseo que ya no sentía. La había dejado de amar con el desencuentro de su cuerpo, como si no tuviera más que ofrecerle y si aquello que antes ofrecía se hubiera vuelto costumbre. Ya no sentía la carnosidad instintiva de sus labios al besarla y sus lenguas se habían consumido en la creciente distancia. La vida en pareja de Fredy “hacía aguas como un barco torpedeado desde dentro”, y aunque él se negara a reconocerlo, lo cierto es que ya había empezado a alejarse y hacer cosas que lo hacía evidente para todo el mundo. No era un gran conversador. Siempre había sido así, podía ser explícito en una conquista, pero no se sentía estimulado por una buena conversación con un tema tomado al azar. Tal vez fuera que consideraba que si hablaba demasiado podría contradecirse, o ser descubierto como un ligero mentiroso, que era lo que era, y eso no ayudaría en ganarse la confianza de Lissy, que, al fin, era lo que más deseaba en aquel tiempo. Ya le había pasado en otras ocasiones y, esta vez quería ser prudente. Fredy no estaba en condiciones de avanzar en su intento de seducirla y después de saber que su madre no lo consideraba conveniente para ella, empezaba a creer que, como ella decía, sería un viaje sin sexo; eso no tenía tanta importancia si deseaba ir, pero primero tendría que pedir permiso en el trabajo y así recuperar unos días que le debían en las fechas indicadas. Movió el tenedor rebuscando la merluza entre los guisantes y se lo llevó a la boca. Lissy lo observaba con atención. -Mira estos cubiertos, siempre que como fuera de casa tengo la impresión de que están sucios. Sé que sólo es una manía pero no puedo dejar de pensar que es así -los apartó y dejó de comer mientras él la escuchaba-. Tienes la oportunidad, no la desaproveches. No te van a hacer una oferta como esta todos los días. Te arrepentirás toda tu vida si no me acompañas -Exageró Lissy-, pero es tu decisión. -No hay motivo para ponerse tan trascendente, pero me apetece. -No me vengas con esa, está rabiando por subir a ese avión, aunque sólo sea porque acaricias la posibilidad de que yo baje la guardia en aquel lugar placentero y te deje meterme tu polla hasta el fondo -nunca la había oído hablar así y no entendió que formaba parte de su estrategia para estimularlo, pero recapacitó en un segundo-. Eso no va a suceder, pero si te hace ilusión: llevaré un bikini brasileño y, en ocasiones me pongo en tetas. -¿Habitaciones separadas? -preguntó Fredy -Sí, habitaciones separadas -no le dijo nada, pero finalmente cambió de idea. Fredy tuvo un nuevo episodio de insomnio aquella noche. Su pareja dormía mirando hacia la pared y ocupando la mitad de la cama con su enorme trasero. Él intentó ponerse un poco más hacia el borde de la cama sin precipitarse sobre la alfombra. No fue capaz de cerrar los ojos en toda la 5


noche. Lissy empezó a notar que cuanto más deseaba hacer aquel viaje, más dificultades surgían en su camino, cuanto más avanza en los pasos que debe dar para conseguir todo lo necesario, con tanta mayor dificultad se muestran los plazos del papeleo para el pasaporte, la agencia o el recorte de las vacaciones, y como si todo eso fuera poco, esa misma tarde se había roto lo maleta y había tenido que salir a comprar una. Había estado llamando a los teléfonos que aparecían en el papel sustraído al muerto, pero cuando le contestaban, colgaba. Había una dirección que llevaba directamente e Jenkins, lo que le hacía pensar que no se trataba de un deudor más. Todo parecía arreglado entonces, pero cuando la tuvo llena, ni siquiera se veía capaz de arrastrarla por el peso, aunque puso todo su empeño en conseguirlo y bajarla por las escaleras desde su habitación hasta el recibidor. Se acercaba el día de la partida, Fredy cumplió con su parte de los preparativos y no dejaba de llamarla por teléfono para terminar de concretar pequeños detalles que a ella se le habían pasado por alto, cosas como si la tarjeta sanitaria funcionaría en el lugar al que iban o si sería conveniente hacerse algún tipo de seguro, “Fredy, vamos a la aventura. Esto no es un concurso de televisión”, le respondió ella. Para colmo, la última noche alguien había entrado en la casa de sus padres mientras ellos dormía, ¿pueden imaginar algo semejante? Oyeron ruido y la violencia con que arrancaban los cajones y lo tiraban todo por el suelo, les hizo llamar a la policía y salir a la calle en pijama. Se escondieron detrás de un seto mientras veían a aquellos tres tipos rompiéndolo todo, corriendo por las habitaciones y saliendo disparados cuando oyeron las sirenas. Lissy no lloró. Tan sólo por la preocupación de recuperar todas sus cosas, y que todo aquello estuviera a punto de echar por tierra sus planes, evitó llorar. En la puerta de la casa, tuvieron que esperar a que la policía hiciera su trabajo y también se dedicara a ver todas sus cosas, antes de empezar a recoger y poder comprobar si les faltaba algo. Como por arte de birlibirloque, en aquel momento caótico, por allí apareció el sargento Scotty, y como insistió, no le quedó más remedio que quedar con él para el día siguiente y hablar de todas las cosas que estaban sucediendo, y que según el policía, estaban conectadas. -Estos tipos buscaban algo que tú tienes Lissy -añadió justo antes de desaparecer. Los vecinos estaban alarmados, no estaban acostumbrados a que pasaran ese tipo de cosas. El padre de Lissy no tanto, es un tipo rudo, y, aunque no se lo dijo a nadie, durante el tiempo que duró el episodio no se separó un momento de una pistola vieja que le quedó en propiedad de su paso por el ejército. No se llevan muy bien con los vecinos, por eso tuvieron que aguantar que una señora que apenas conocían se pusiera a contar cosas de ruidos nocturnos y del coche mal aparcado, que no venían al caso. Son gente fastidiosa, con ganas de llevar la razón y llamarle la atención a todo el mundo como si ellos decidieran como tiene que comportarse cada uno, incluso dentro de su propia casa. Tal vez el padre de Lissy nunca se haya manifestado al respecto, pero lo que aquella gente pueda pensar le importa muy poco, y lo que pudieran contarle a la policía, aun menos. Ellos eran las víctimas, habían intentado robarles mientras dormían y los vecinos se dedicaban a molestar, no se podía interpretar de otro modo. No eran nuevos en el barrio, hacía tiempo que los conocía y sabía exactamente de que pie cojeaban, nada les molestaba más que los ignoraran y eso era porque eran mucho menos importante de lo que podían suponer. Mientras esperaba, Lissy pidió café creyendo que el policía se retrasaría, pero no fue así. Aquel día había salido el sol, así que se puso ropa de verano que aún no había empaquetado para llevarse a su viaje. Scotty la miró con curiosidad y también pidió café, lo que para un policía a esas horas de la mañana no era tan extraño; lo cierto era que Scotty podía tomarse al día hasta ocho tazas de café negro, y ni eso lo mantenía en el punto de atención que deseaba, porque dormía poco y porque no era un tipo con buena memoria. Lissy se había puesto una remera y a pesar del sujetador, no podía impedir que se marcaran los pezones cada vez que se inclinaba hacia atrás. Entonces, Scotty tomó su taza y se la llevó a los labios sin dejar de verla por encima del borde. -Mira Lissy, si tienes algo que pertenecía a Wally debes decírmelo, hay unos tipos muy malos buscando algo que no sé lo que es -le dijo moviéndose incómodo sobre su silla-. Nadie tiene aún 6


muy claro de que se trata exactamente, pero la deuda de Wally está también en ello -se pasó una servilleta de papel sobre los labios y la engruñó antes de dejarla sobre la mesa; la taza había quedado vacía-. Eres una chica inteligente, y tienes un teléfono móvil, ¿no? Es probable que estés pensando en hacer un viaje. No quiero asustarte, pero si ves a un tipo que le falta un pulgar llámame inmediatamente. -Me voy unos días con un compañero del trabajo a pasar unas vacaciones a isla Trinidad. -Es buen destino para unas vacaciones -respondió él. -Se pueden ver como unas vacaciones, pero voy a buscar algo. Wally me dio algo para pagar una deuda que tenía conmigo y voy a buscarlo. -Es posible que tengas problemas o, digamos, dificultades para encontrar lo que buscas. Estaba metido en líos importantes. Quiero decir que es posible que alguien se te muestre violento si vas por ahí haciendo preguntas. -Vaya, supongo que debería haber pensado que no me lo iba a poner fácil. Lo cierto es que quiero intentarlo. De momento es lo que hay, pero si se va a quedar más tranquilo le daré mi dirección en el hotel de Trinidad. No soy del tipo de las personas que desaparecen, tengo a mis padres y una vida; no es perfecta, pero es mi vida. -No sé por qué conozco a tanta gente deseando meterse en líos -añadió el policía. -¿Porque es policía? -¡Touché! -No parecía desconcertado. Era como si ella notara que le caía bien, pero que desconfiaba de su capacidad para solucionar los problemas por ella misma, y porque sabía que le ocultaba algo. Cuando Lissy tomó su vuelo hacia isla Trinidad, Scotty se quedó más tranquilo, sabía que la buscaban y que finalmente la encontraría, lo que no sabía era que ella iba en la dirección exacta de sus problemas. 2 La amenaza se ensancha Por el taxista que los llevó al hotel, Lissy supo que media isla pertenecía al doctor Jenkins la Faro. La señorita Cornell se asombró de ver por todas partes restaurantes de comida rápida con su nombre en los carteles. Le resultó muy interesante lo que el taxista le contó sobre aquel hombre, no paraba de hablar de lo bueno que había sido para la isla porque llevaba mucho dinero de fuera y le había dado trabajo a mucha gente; Fredy guardaba silencio. Antes de que entraran en el taxi, Fredy insistía en comer algo antes de ir para el hotel y echarse a dormir hasta el día siguiente, pero en cuanto pusieron sus culos bien sentados en el asiento posterior, no volvió a abrir la boca. Le interesaba lo que ella tuviera que contar sobre el verdadero motivo de estar en la isla, pero además no quería compartir sus quejas con el bigotudo que llevaba el volante. Tenía la costumbre de no hablar demasiado con los taxistas, todo lo contrario que ella, que los veía como una fiable fuente de información. En el tiempo que duró el viaje, Lissy siguió preguntando sobre la isla y su benefactor. -Es una de las mejores islas para el turismo, pero hay otra más pequeña y sin hotel a la que sólo se puede acceder en pequeñas embarcaciones, podrán contratar un barco en el embarcadero -dijo el taxista -Aún no puedo comprender la naturaleza de la isla, lo que ofrece a los turistas más intrépidos. Parece que hay un juego exótico detrás de todo lo que no se ve -preguntó Lissy-. ¿Me equivoco? -No. no se equivoca. Hay una isla para los que vienen a pasar de la habitación del hotel a la playa, 7


y hay otra isla para los que se mezclan con los pueblerinos, hablan con ellos y se dejan aconsejar. A fredy le desagradaban los consejos del taxista, estaba a punto de chafarse su plan para volver moreno y agotado de tanto sol a su anodino trabajo. Pero si Lissy se ponía muy terca con sus historias de investigación y aventura, siempre podría salir adelante por si mismo y esperarla bien colocado en primera línea de playa con uno de esos combinados exóticos y sin perder detalle de las bellezas locales. Creía que ella no tendría tiempo a reaccionar si era capaz de hacer que pareciera que toma la decisión de improviso. Por otra parte estaba la falta de convencimiento que tenía en sus propias decisiones y la cobardía que suponía no estar seguro de querer separarse de ella. -Estamos intentando descubrir qué es lo que más nos puede interesar, siento parecer una preguntona. -Conozco su perfil y no me desagrada, es parte de mi trabajo informar a los turistas -replicó el taxista-. Es más, me gusta presumir de mi tierra, aunque hayamos entrado en un episodio de sobreexplotación del que no sabemos si vamos a salir sin llenarlo todo de escombro. Ya llegamos -añadió. -¿Conoce algún sitio para cenar que nos podamos permitir? -La lata roja queda a dos calles del hotel en dirección del museo de las artes folclóricas. No es caro y ofrecen platos regionales. En ocasiones yo mismo paso por allí. En la recepción del hotel había demasiada gente, unos esperando por ser atendidos, otros iban y venían en un frenético movimiento de sombras que sólo entendieron hasta que leyeron en un cartel, “Congreso de dentistas de Walinford”. El cartel había sido colocado sobre la entrada al salón y estaba claro que había sido tomado por unos días para una actividad concreta. Por fortuna, en esos congresos laborales nadie se emborrachaba, pero los botones se habían transformado en chicos para todo y respondían a sus preguntas como eficientes robots capaces solucionar cualquier cosa. Intentaban en vano que fueran entrando en el salón y dejaran la recepción libre. Luego estaban los que deambulaban solos y que no pertenecían a ningún viaje organizado, y, también, las parejas en viaje de placer esperando que les dieran su habitación; a este grupo pertenecían Lissy y Fredy. Casi provocando y de forma decidida, Lissy pasó delante de algunos de aquellos individuos y pidió su habitación sin esperar sus quejas. Fue una reacción furiosa pero controlada y apenas le dio tiempo a Fredy para que pudiera seguir sus pasos. Respiraba con rapidez y el pecho subía y bajaba como una noria. -Tenemos una reserva -dijo sin miramientos-. Le agradecería que nos atendiera sin demoras, venimos cansados y mi compañero se ha encontrado mal durante todo el viaje. ¿Tiene una bolsa de plástico por si vuelve a vomitar? -No necesitaba la bolsa y Fredy no se había encontrado mejor en su vida, pero fue atendida con la rapidez que esperaba. Gracias a ella, Fredy empezaba a sentirse libre como hacía tiempo que no le sucedía. Se encontraba en una situación interesante y la seguía a todas partes como un gatito. Antes de aceptar la idea de aquel viaje, insistía en poner sus condiciones, pero pronto se percató de que si realmente quería acompañarla, la ventura era de ella y él solo era un “acoplado”, por así decirlo. Sin embargo, desde el primer momento encontró detalles que lo ponían a prueba, y que ella hubiese reservado una habitación con una cama de matrimonio, le resultó muy extraño, a pesar de justificarlo diciendo que así les saldría más barato. Hasta aquel momento fue muy exigente y cada vez que él intentaba una aproximación romántica, haciendo juegos con las manos, preguntando por los amores previos (otras relaciones o experiencias), haciéndose el gracioso a sabiendas de que no tenía ni un gramo de gracia en tal situación, ella le cortaba con algún comentario que ponía en duda su inteligencia. Era enérgica en eso, categórica acerca del sexo en vacaciones, y había insistido “no habrá sexo, por mucho que lo desees”, pero en su cabeza, Fredy no podía dejar de darle vueltas a que nadie hace un viaje tan largo por llegar a entender un papel que le había dado un moribundo (al menos, él así lo creía), si es que cuando aquello sucediera el pobre Wally no estaba ya muerto. Sólo ella sabía la verdad. -Creo que no le caigo bien a tu madre -dijo él mientras se secaba al salir de la ducha. 8


Jenkins La Faro llamó a la puerta, había estado bebiendo y tomó la decisión de aquel encuentro con Lissy en cuanto supo que había llegado a la isla. Había momentos en su vida en las que ni siquiera era consciente de por qué hacía algunas cosas y de si sus impulsos no lo habían metido ya en demasiados problemas. Pero, tenía que ser honesto consigo mismo aún a pesar de tener los ojos semicaídos, sentir la fiebre de la resaca y tener la mente cansada, él asunto que era que, “lo que había que hacer, había que hacerlo”, aunque su rudeza fuera tan obvia. Eso no iba a cambiar; en una ocasión tuviera que romperle las piernas a un tipo que le debía una gran suma; no fue agradable, pero consiguió su dinero en menos de una semana. No podía decirse que él fuera una buena persona, tal y como normalmente se entiende,, pero había mucha gente que le demostraba un gran aprecio, se decía. Dada su febril necesidad de encontrar el significado de su papel y las notas escritas en él, Lissy necesito sentirse más considerada con su entorno. No se trataba de ir a por ello a cualquier coste, no quería parecer una persona tan interesada que utilizara a todos para conseguir lo que deseaba. En aquel momento, justo antes de abrirle la puerta a Jenkins, creyó que debía ser más amable con el mundo, con Fredy, por supuesto, pero con los habitantes de la isla y con la isla, si eso fuera posible. Después de hablar un rato con aquel hombre, creyó que podría establecer un acuerdo benevolente en el que le prometía recuperar el dinero que Wally le debía si la ayudaba a descifrar los números, los nombres y recuperar el dinero que aparentemente representaba. -No es difícil -le respondió Jenkins-, los nombres son deudores, el número al lado de cada uno de ellos, es lo que les debía. El número incompleto es una clave, posiblemente de una cuenta en un banco. Para entonces, Jenkins había memorizado los detalles que más le importaban, pero Lissy haía tomado la precaución de tachar algunos números importantes del papel y ya sólo ella los conocía. Por su parte, Fredy asistía a la conversación sin, aparentemente, demostrar gran interés. Sin embargo, estaba pensando que tratar con aquel tipo sólo podía traerles problemas. -Ha llegado el momento, no puedo hacer otra cosa que confiar en lo que sabes -dijo Lissy con una voz neutra que sorprendió por su seguridad. Arrugó la servilleta como si hubiese cumplido su objeto, finalmente se encontraba capaz de destruirlo, pero lo cierto era que había guardado una copia. Iba sobre seguro y capaz de manejar el asunto sin demasiadas explicaciones. -Tendré que hacer algunas preguntas. Creo que puedo hablar con alguien que nos puede ayudar, pero no es necesario que sepas de quien se trata. ¿Estas de acuerdo? -Ya -soltó ella sin poder evitarlo-. Nada de todo esto es legal. ¿Cierto? -Si fuera legal, yo no estaría aquí. Conozco a ese hombre desde hace mucho y me ha ayudado en otras ocasiones -añadió-. No se trata de hacernos preguntas que en este momento no podamos contestar. Involuntariamente, Lissy se había inclinado hacia adelante mostrando un interés desmedido. También era verdad que Jenkins tenía, como se suele decir, “la voz tomada” y eso fue una característica constante en la entrevista. Se oyó un ruido lejano pero constante, alguien en alguna parte había conectado el aire acondicionado y se dejaba sentir; era u ruido suficiente y capaz de ahogar algunas expresiones malsonantes de Jenkins en su afonía. Hasta aquel momento, las dificultades habían sido mínimas. Lissy no había querido admitir del todo que pudiera existir una relación entre el asalto a la casa de sus padres y la servilleta que acababa de meter en uno de los bolsillos de sus shorts. Se sentía confiada debido a su arcaica forma de pensar y sus costumbres, tan corrientes en una vida estable y lejos de todo riesgo, hasta ese momento. Cuando entró en la habitación lo primero que hizo fue poner la televisión por comprobar si era cierto que en aquellos hoteles ponían películas calientes todo el día, y no, se trataba de una leyenda urbana más; así de corriente y ordinaria era su forma de pensar y entablar relación con un mundo burgués sólo a su disposición en unas extraordinarias vacaciones como las que estaba viviendo. Jenkins en seguida se dio cuenta de que podría marearla sin esfuerzo y escapar finalmente 9


con todo el dinero, si existía en alguna parte. Se levantó, le dio la mano y dijo -tenemos un trato, volveré en cuanto tenga información-. Parecía como si su repentino interés por abandonar la habitación los hubiese cogido por sorpresa, se levantó y él mismo abrió la puerta sin esperar a que nadie lo acompañara. Cuando se cerró a sus espaldas, Lissy y Fredy seguían sentados sin saber que decir. La mañana siguiente la pasaron en la playa tomando el sol, sin apenas moverse. Fredy no podía evitar tener la sensación de estar metiéndose en la boca del lobo. En el principio de todas las historias los personajes son desconocidos y sólo en algunas hay personajes que siempre son lo que parecen. Ese parecía el caso del recién conocido, o mejor, aquel al que sólo habían conocido por referencias, sr. Jenkins, porque en su caso si era tan despiadado como se le suponía lo seguiría siendo hasta el final, y eso a pesar de lo dulce que le había parecido a Lissy, y lo galantemente que la trataba. El cansancio del viaje podía estar influyendo en esa forma de ver las cosas, pero Fredy iba a seguir obedeciendo sin protestar a pesar de todo. No obstante, nada podía evitar que tomara sus propias precauciones y se había pasado el desayuno mirando a su alrededor con desconfianza, y en los ratos muertos, dando vueltas por el hotel con el único objeto de intentar saber más de cómo sucedían allí las cosas. Entonces llegó a la conclusión de que la idea que los artistas tienen de pretender encontrar signos de humanidad en los enemigos, posiblemente no valía en su caso. No se trataba de un país en guerra con un nacionalismo exacerbado, lo que tenían enfrente. No se trataba de exculpar a los nobles ciudadanos de las injusticias y las torturas cometidas por los servicios secretos de sus gobernantes. En su caso, el mal lo encarnaba el hampa. Seres que vivían de la extorsión y si había tortura era con el único fin de conseguir dinero fácil. Si Jenkins era uno de ellos, no podían permitirse pensar que era tan humano. Si tenía dos caras, su cara más amable sólo buscaría hacerles daño, y si exhibía signos de dulzura, sólo podía responder a la idea de sacarle algún partido en el movimiento violento que solía jugar. Desde su toalla de playa, la mirada de Lissy se dirigió a dos mujeres que habían situado sus sillas muy cerca, casi encima de ellos. Ella intentaba hacerse la distraída, pero imposible no seguir la conversación de las dos señoras. Habían llegado cargadas con sus sillas de playa, una gran sombrilla, dos bolsas de deporte y una nevera cargada de agua y refrescos; no me pregunten como lo hicieron. Antes de desnudarse y quedar en top less, se habían sacado las joyas, de dudoso gusto para un día de playa. Llevaban colgantes de oro macizo, relojes enormes, anillos insultantes y pendientes muy pesados. Para poder empezar a guardar su ropa tuvieron que soltar las cremalleras apretada, eso posibilitó que pudieran doblarse y, finalmente, se sentaron y comenzaron una conversación que duraba un rato largo. Aquello iba a acerca de sus hijas y el desarrollo de sus carreras en la universidad. Las mujeres habían sido compañeras en una empresa de limpieza, y una de ellas había conseguido un premio a la lotería y había terminado por comprarla. -Lo que casi nos distrajo fue la fecha, no esperábamos que Neil Wayamond pudiese desplazarse a esta altura a la isla para hacer su show en el teatro nacional. Tenemos las entradas reservadas y hemos comprado unos vestidos de noche inolvidables. Además, Nelly -dijo referiéndose a su hijase ha dejado con su novio y no podía hacer nada mejor que compartir con su madre una ocasión como esta. Estará toda la gente importante, el presidente y su familia en el palco, estarán banqueros, estrellas de cine y periodistas. Espero salir en alguna foto de revista. La señora que había comparado la empresa de limpieza debería haber empezado por ahí: La ilusión que le hacía salir en alguna foto de revista, aunque fuera detrás de algún banquero local, le hacía más ilusión que comprar algún disco del artista antes del concierto, por ver si así reconocía alguna de las canciones que iba a interpretar para aquella ocasión. Lissy se giró hacia su compañero y dijo que el arte ya no tenía sentido. -A esto responde el esfuerzo de los artistas, a que la gente corriente pueda soñar con grandes teatros. La música popular forma parte de un contexto burgués y de nuevos ricos que no deja lugar a dudas, la humanidad se está echando a perder. El mismo Jenkins es un exponente de, seguramente 10


está en ese teatro asistiendo al show de Neil, ¿quién puede culparlo? Es socialmente aceptado que los corruptos formen parte de la vida social de un país, sólo necesitan tener suficiente dinero para mantener sus negocios y sus amistades. Y nosotros sólo podemos hacer una cosa, lamentarnos como perdedores. Cuando volvieron al hotel, jenkins parecía muy ocupado hablando con un hombre en el hall e intentaron pasar sin ser vistos, pero no lo consiguieron. Jenkins levantó un brazo y gritó su nombre de forma que su cuello desapareció y a continuación su barbilla, de tal modo que su brazo y su pecho levantado lo tapaban casi por completo. A través de su camisa amarillenta se notaba su carne adiposa, sudada y enjabonada varias veces al día. Las manchas de sudor bajo sus sobacos amenazaban extenderse hasta su cintura, pero no parecía importarle. Antes de que el hombre que hablaba con él desapareciera, Lissy notó que le faltaba uno de sus pulgares y eso la puso muy nerviosa. -¿Cómo habéis podido aguantar tanto tiempo al sol? Los turistas os comportáis de forma irresponsable -dijo sin dejar de mirar a Fredy que estaba rojo como una gamba en agua hirviendo-. Tengo buenas noticias. Un amigo ha identificado el número en su servilleta, y tiene la parte que le falta. Es la clave de una tarjeta de crédito. Tampoco hay que hacerse demasiadas ilusiones, las probabilidades de que esté vacía son altas. -¡Oh vaya, eso es estupendo! Creo que todo se solucionará antes de lo esperado -Exclamó la joven entre el júbilo y la prudencia. Supuso que sería demasiado darle un abrazo que por otra parte no sentía, pero dudó, esa es la verdad, dudó porque en su mente rápida pensó que si lo hacía, el otro pondría todo de sí por darle el gusto, y en menos de un segundo, desechó la idea porque le pareció que se daría cuenta de que intentaba manipularlo creando falsas expectativas acerca de un posible acercamiento. Sin embargo, no pudo contenerse en agradecerle todo lo que estaba haciendo por ella y lo mucho que significaba para poder esclarecer aquel entuerto -No le puedo decir más que cosas buenas. Ha sido muy atento desde el principio -añadió. -Esta bien, terminará por ablandarme, y yo no soy un hombre blando, créame. -Eso no lo pongo en duda, pero soy así; una mujer demasiado habladora. Cuando empiezo no hay quien me pare... Puede que deba callarme ahora y subir a mi habitación. Jenkins no entendía muy bien el papel que jugaba Fredy en aquella historia. La creía capaz de realizar todos los pasos ara conseguir lo que quería, prescindiendo de él. Posiblemente le daba seguridad, pero no le parecía adecuado para su papel. Fue en aquel instante de excitación, cuando empezó a abrazar la idea de invitarla al Teatro Nacional para asistir al show de Neil Wallamond, recién llegado de las Vegas. No le sería difícil conseguir un par de entradas, y en esa ocasión su amigo tendría que quedarse fuera de la diversión. Sólo habían estado en la isla dos días y ya sentían la familiaridad en su paisaje y sus gentes. La montañas que podían verse desde la ventana, a la derecha del embarcadero, n se cubrirían de nieve en todo el año, y el clima era tan diferente al que conocían del lugar de donde venían, que hubiesen deseado que la humedad desapareciera para siempre de sus vidas, aunque, sabían que eso no iba a ser posible. Lissy llegó a la habitación excitada por la rapidez en la que se habían desarrollado los acontecimientos, la inquietud por creer que todo se resolvería en poco tiempo y la presencia del hombre sin pulgar, contrastaba con su deseo de no meter a la policía en aquello y creer que la protección significaría tener que dar muchas explicaciones. Aún con todo, no hizo falta que usara el teléfono del sargento Scotty para decirle como marchaba todo, sin saber como aparecería por la isla al día siguiente intentaría contactar con ella para que pudieran hablar sin que nadie los relacionara. Miró a Fredy, estaba segura de que, como había pasado la noche anterior, esa noche tampoco intentaría nada. No le gustaba resultar tan predecible, ni que él le hubiese demostrado que no era tan deseable como había creído, así que se puso una camiseta apretada son sujetado, aquello dejaba a las claras que sus pezones firmes y puntiagudos podían desear algo más que dormir. No podía malinterpretarse, las señales estaban claras, se trataba de dormir en la misma cama y tampoco iba a ser tan fácil, así que se encasquetó un pantalón de pijama atado en la cintura con doble lazo, sin 11


embargo, le daba calor y se lo sacó en cuanto le fue posible. Las pulsaciones de Fredy subieron sin que ella pudiera notarlo porque él así se lo propuso, permaneció inmóvil haciendo que miraba una revista hasta que ella se metió en cama, y no fue a ocupar su parte para poder descansar de su cuerpo quemado por el sol, hasta que ella estuvo dormida. “Hoy tampoco habrá sexo”, pensó. A media noche le sobrevino un inesperado dolor de cabeza. Fredy se levantó varias veces al baño aquella noche, en una de ellas se tomó una aspirina, pero no le ayudó demasiado. No le solía pasar eso, de hecho, dormía como un tronco habitualmente, pero una vez que el dolor de cabeza se instaló, duró hasta el amanecer. Se pasó la mayor parte de la noche contemplando el trasero de Lissy, que le daba la espalda demostrándole una confianza que no sabía si merecía. En un momento se movió y la sábana resbaló dejando al aire sus braguitas bikini. Cada vez que echaba un vistazo se convencía más y más de que ella lo consideraba su amigo, hasta podía ser que le tuviera un cierto aprecio, pero en ningún caso, había albergado la posibilidad de llegar a algo más físico y personal. Por la mañana sonó el teléfono, se trataba de Jenkins para decirle que había conseguido entradas para el concierto de Neil Wallinford. Fue tan dulce y atento, que estaba empezando a cogerle cierto aprecio, a pesar de aquella cojera que intentaba disimular sin conseguirlo, de su exceso de peso, y de llevar las camisas siempre empapadas en sudor. Aceptó, no tardó ni un segundo en decidirse, y en cuanto colgó el teléfono se lo dijo a Fredy. -Estaría bien que buscaras plan para esa noche, dependo de él y no he podido decirle que no. Nunca había tenido suerte con las mujeres, ellas parecían solucionar su debilidad física con inesperados giros que siempre lo dejaban sin saber que decir o hacia donde moverse. Empezaba a pensar de forma rígida, “la gente actúa tirando la piedra y escondiendo la mano” porque es cobarde, se dijo. Y tal vez era que cuanto más débiles, más natural les resultaba la traición. Como una concesión hacia Lissy, pensó que se sentía dolido porque lo dejaba tirado y eso lo llevaba a ser injusto con ella. Ella le ofreció una revista con teléfonos de contactos y se la ofreció, asegurando que llegaría tarde aquella noche. -Si invitas a alguna chica, cambia las sábanas antes de que yo vuelva. -Lo haré. -Aguantas mucho sin sexo -dijo mirándolo directamente a los ojos. -¿Aguantar sin sexo? Cada cosa tiene su momento. Ha llamado Magritte, me ha dicho que lo nuestro no funcionaba y se ha mudado a casa de una amiga -respondió con una voz monótona. -Era lo que querías, ¿no? Con ella... lo hacías a menudo? -preguntó, moviéndose en un mundo que no le importaba tanto como para dejar salir de su caja, la curiosidad más insana. -Muy a menudo. Perplejo por aquella pregunta, la decepción empezaba a tener tintes de enfado. Supuso que si las parejas estables iban posponiendo sus enfados, contrariedades y deseos de discutir, hasta las vacaciones, ese no era el caso. Tampoco necesitaba hacer un gran esfuerzo por contenerse, a pesar de todo. En aquel momento ella seguía diciéndole lo que tenía que hacer y él lo hacía, por eso, lo de llamar una chica para la noche, y ano le pareció tan mala idea. 3 No propongo ser un sueño Al salir del avión, Scotty comprobó que soplaba el viento y no hacía día de playa. Eso le facilitaría las cosas porque no entraba en sus planes ponerse el bañador, sobre todo porque esa semana le había dado los resultados de sus análisis clínicos y tenía el colesterol por las nubes, estaba deprimido y la dieta apenas le permitía la energía suficiente para sus ocupaciones, lo que en 12


aquel caso lo llevaba a pensar una y otra vez en Lissy y lo que ella pudiera tener que le interesaba al doctor Jenkins. A pesar de todo, el sol se volvía naranja a aquella hora de la tarde y golpeaba contra el fuselaje del avión hasta hacerlo cambiar de color. Por algún motivo que no comprendía un agente de la policía local había ido a recibirle, y eso era un inconveniente porque él no podía ejercer como policía en un país extranjero, y aquella isla en mitad del océano, era, al fin y al cabo, otro país. Si no se deshacía de aquel tipo estaría controlado desde que se levantara y hasta que se acostara, y no deseaba compartir todo lo que sabía y que le había movido hasta allí. Necesitaba una farmacia para comprar unas pastillas que prometían bajar la grasa de su sangre, y en eso el joven uniformado le fue útil, pero cuando le dijo que no lo necesitaba pareció ofenderse y lo despachó en la puerta del taxi. Las pastillas parecían envueltas para regalo: nunca en su vida había entrado en una farmacia que creyera que adornando sus productos ganaría más clientes, pero eso no debía ser una preocupación en un lugar donde no debía haber más de dos o tres farmacias. Un hombre corpulento los seguía por los pasillos del Teatro Nacional sin que se percataran de ello. Scotty parecía mayor de lo que era, no tenía forma de ocultar la cara con un sombrero o con el cuello de una gabardina, el clima tropical no era el más adecuado para pasar desapercibido. Sabía que podía parecer el padre de Lissy si caminaba a su lado y nunca lo confesaría, pero se sentía atraído por ella. Así pues, vestía como los turistas, mientras que los burgueses locales, llevaban trajes de lino y de de algodón comprados para la ocasión. Podía haber seguido a Jenkins sólo por el color amarillo chillón de su chaqueta, Llevaba varios días deseando llegar a la isla y establecer aquel contacto visual, eso lo estimuló. En el momento que ella decidió ir al baño, justo antes de que empezara, ya se habían sentado y Jenkins esperó impaciente. Es fue el momento en que la abordó en un pasillo y le dijo que tenía que hablar con ella. Lissy se puso nerviosa y aceptó que él propusiera pasar por la habitación del hotel de madrugada. “Los acontecimientos se han precipitado. No lo hagas más difícil, y cuidate de esa gente. Nada es tan bonito como parece”. En realidad, la tarde en que Scotty se presentó en el Gran Teatro Nacional para encontrarse con Lissy, aún no conocía todos los pormenores sobre la muerte de Wally, si bien estuvo toda la tarde dándole vueltas y llegó a la conclusión de que, tal y como todo indicaba, se había tratado de u suicidio. Durante la actuación, Neil sacó a una señora mayor al escenario y le cantó, “nuestro amor es para siempre”, en ese momento, Jenkins puso su mano sobre la de Lissy y ella retiró la suya sin volver la cabeza, mirando al frente como si la tuviera clavada firmemente, como la estaca de un embarcadero o una señal de tráfico que explicitara algún tipo de prohibición. A pesar de que Lissy no parecía tampoco dispuesta a alimentar un romance con Fredy, él desechó la idea de llamar a una de las chicas de la página de contactos que le sugirió. Cuando llegó aquella noche de vuelta al hotel, él dormía como uno niño, sin responsabilidades ni preocupaciones. Dormía en ropa interior de colores chillones y se le había caído la sábana al suelo, así que Lissy contempló un momento sus piernas peludas y como se le arrugaba el calzoncillo entre las nalgas. Por supuesto, si hubiese sabido de antemano que se habría de encontrar con aquella visión al abrir la puerta de la habitación, habría ido al baño primero. Como Scotty había anunciado su visita para un par de horas más tarde, se puso cómoda pero tomó café y lo esperó levantada. Estuvo viendo en la televisión los canales de la teletienda, y cuando empezaba a caer de sueño, sonaron los nudillos de Scotty levemente al otro lado de la puerta. El policía le puso unas fotos a lissy en la mano para que las viera, se trataba de la casa de Wally, donde hasta el día anterior vivía su mujer y su hijo. El hombre sin pulgar (así lo acreditó Scotty), los había tenido secuestrados durante las horas que duró el asalto, la casa quedó patas arriba. Se llevaron las cartillas, las tarjetas y las contraseñas del banco, y finalmente todo el dinero que pudieron encontrar. -Esto es lo mínimo que le puede pasar a quién trata con esa gente, por fortuna ya han soltado a la mujer y al niño -le dijo-. Es gente sin escrúpulos, capaces de matarte y arrojar tu cuerpo a un vertedero sin sentir nada. -¿Qué tiene que ver conmigo? -Preguntó Lissy muy asustada-. ¿Me van a detener? 13


-Esa pregunta no se va tanto de la realidad. Confiaba en ti y no sabía que tuvieras una documentación que no te pudo entregar Wally, así que la sustrajiste del cadáver. Se trata de una lista de acreedores. Wally era corredor de apuestas, a veces no las cubría y se quedaba con el dinero, y no tenía suficiente para pagarles a todos, pero si una cantidad que decidió que podría dejar a su mujer si desaparecía. Tu nombre no está en la lista, tenemos una copia. Esa información en si misma no vale nada, pero en manos de Jenkins es una invitación a arrasar la casa de su mujer, por eso lo hizo y, por eso tienes una parte de responsabilidad. Te cuento todo esto porque quiero que me ayudes a pillarlo y declares en su contra, ¡es mucho pedir? -No lo creo. Además, no tengo muchas opciones, ¿no? -No. En fin, os detendremos en el momento que él quede para entregarte tu parte. Porque hay una parte que esperas, ¿no es así? -ella asintió con un movimiento de cabeza-. ¿Cuándo? -Si consiguen sacar el dinero del banco, me llamarán mañana. Supongo que después de que cierren. -Si no te dejan colgada y se van con todo. -Él me debía dinero. Yo no apuesto, pero me hizo creer que no tenía dinero y le presté una cantidad. Tal vez creyó que podría reunir suficiente pidiendo a los conocidos y con el dinero de un trabajo precario. Hay gente muy rara. -Sí, es posible. Cuando se dio cuenta de que era imposible, se suicidó. Suena bastante lógico. Entonces apareció Fredy en la puerta de la habitación frotándose los ojos. -¿Qué pasa? -Nada -respondió ella-, vuelve a la cama. Obedeció, como era costumbre en él. No le sorprendió ver a Scotty hablando con Lissy y concilió el sueño sin problemas. Ese era Fredy. Un hombre sin ningún tipo de problema moral o de conciencia para dormir sobre la hoja de una navaja. Fredy, a pesar de todo su sueño, había escuchado lo suficiente. La locuacidad del policía había hecho el resto, hasta hacerle comprender que Lissy tendría que renunciar al dinero fácil o acabaría en la cárcel. Hasta aquella noche, lo único en lo que había podido pensar con cierta claridad, era en lo agradable que le parecía dormir al lado de aquella chica que no le daba ni una posibilidad, y que si ella lo había planeado para torturarlo, no se había salido con la suya, lo estaba disfrutando sin obsesionarse con lo que no podía ser. Pero había llegado el momento de ya no ser el ingenuo que lo aceptaba todo y se dejaba llevar. No era una gran protección, ni un guardaespaldas, ni nada parecido, pero sabía que su mera presencia a ella le daba seguridad y le servía de parapeto. También era un testigo y nadie hubiese aceptado que lo complicaran en algo tan serio sin enfadarse, a menos, como era su caso, que mantuviese libres las expectativas de, en algún momento, conseguir a la chica: después de todo eso era lo que sucedía en las novelas policíacas. Pensó que era tan bonita y decidida que cualquier hombre se sentiría atraído por ella, y no entendía que siguiera soltera a sus cuarenta y empezando la madurez. Era posible que lo de formar una familia nunca hubiese estado en sus planes, pero tener pareja no tenía tanto que ver con eso, por eso mantenía sus pretensiones y no se desanimaba, después de todo Magritte lo había dejado y ya no tenía tanto que perder. No podía seguir albergando ilusiones fantásticas sobre chicas que le gustaban y apenas conocía. Sería una tarea inmensa llegar a conocer a una mujer sin hablar con ella, tan sólo por su forma de proceder, sobre todo si tenía en cuenta que no hay dos mujeres iguales y su forma de proceder es un misterio hasta para las otras mujeres. No se puede idealizar una figura que te encuentras a diario en el metro o el mercado, y creer que va a responder con precisión a tu forma de ver la vida. Conocer a una mujer es un proceso que te puede llevar años, nunca contestan más que en el marco de un enredo que sólo cabe en sus cabezas, su pensamiento es de tal destreza que a su lado, los hombres parecen gorilas dispuestos a reacciones primarias, es decir, si les pones la zanahoria con suficiente sutileza, ellos correrán detrás de ella. Si quería que una relación fuera más igual, tendría que poner mucho de su parte para estar a la altura, sobre todo después del enredo que Lissy había puesto involuntariamente delante de sus ojos. Eso iba a requerir mucha atención por su parte y preguntar 14


cada vez que no entendiera algo, lo que tampoco le aseguraba que ella tuviera la paciencia necesaria para pasar los días explicando detalles de su forma de proceder. Hasta entonces, Fredy había mostrado su parte más dulce y sumisa, la que siempre funcionaba mejor cuando deseaba ser aceptado o tenido en cuenta, y eso había durado lo suficiente, por mucho que hubiese deseado protestar por el trato recibido en más de una ocasión. Al romper con Magritte parecía decidido a aceptar que lo que le quedaba era su amistad con su compañera de trabajo, y aunque no esperaba que, intentando no ser descubierto, la hiciera ver lo tipo que era, cada vez que ella mostraba su crecido desinterés, lo llevaba al desánimo y a entregarse como se entregan en las competiciones los equipos de fútbol que reciben más goles de los que pueden superar (valga la similitud con el deporte preferido de Fredy). Sabía que ella no buscaba provocarlo premeditadamente, por eso no se lo tenía en cuenta. Además, se trataba de un hombre bastante corpulento y siendo los dos de la misma edad, no parecía posible que ella se pusiera violenta en el momento que él se negara a seguir sus órdenes, pero casos parecidos se han dado, sobre todo en viajes de parejas no del todo asentadas o que no se conocían lo suficiente. Los días siguientes fueron decisivos y todo salió como Scotty había planeado. Lissy se sintió mal al entregar a Jenkins, que fue detenido en el momento que le iba a entregar el dinero de Wally. Sentía que, de una forma o de otra, se trataba de una traición, después de todo, ella lo había buscado para meterlo en aquel asunto y Jenkins, por su parte, se había portado bien con ella. Creyó en algún momento que podría facilitar su fuga en el aeropuerto, pero no fue posible. Ni que decir tiene que ella no recibió nada del dinero de Wally que se reintegró a la viuda, después de que reconociera al hombre sin pulgar como uno de los asaltantes de su casa. Fredy pensaba que su amiga había tenido mucha suerte, porque no era parte del todo inocente, y la policía la presentaba como una muchacha que había encontrado un papel y había intentado saber lo que significaba, y no como aquella que había ido a por el dinero desde el principio. La última noche ella durmió en bragas y al fin, accedió a las pretensiones de Fredy. Tal vez fue un premio por haberla apoyado en todo, pero lo cierto que después de aquello nunca volvieron a estar solos durmiendo en la misma cama.

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