La fortaleza o el hombre vulnerable

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1 El Hombre Que Se Cree Fuerte Si la primera experiencia traumática del hombre es de una forma o de otra, violenta. De ese primer trauma nacen todos nuestros miedos -los cadáveres, las enfermedades, la vejez terminal, las amputaciones, y cualquier otra visión cruel para la que no estemos preparados, lo son-, pero también nuestros retos. Aprendemos a medir, a sopesar, a calibrar y a compensar intentando averiguar cual sacrificio vale la pena y cual no. En esa búsqueda intentamos demostrarnos a nosotros mismos que valemos la pena, o al menos, que nuestra vida vale la pena y, quien quiera que sea que nos ha otorgado el milagro de permitirnos caer en este mundo, no debe sentirse defraudado. Esta primera idea nos enfrenta a nuestros miedos como instrumento de tensión a poner en valor. Pero deberemos siempre cuestionarla, pues toda teoría sirve unicamente a un propósito, ser la base de nuevas interpretaciones o simplemente piedra en movimiento, base de nuevas interpretaciones. Al considerar el esfuerzo que hacemos por demostrar nuestras habilidades, o aquellas que podemos llegar a tener, nos planteamos también cuánto valemos, y si avanzamos un punto más, exigirnos encontrar la diferencia entre lo que creemos que valemos y lo que valemos en realidad. Creemos que debemos encontrar ese valor para justificarnos ante nuestro creador -no importa su religión o su naturaleza-, pero también como si creyéramos que de eso depende nuestra trascendencia. La pérdida de la inocencia debe ser interpretada entonces como un hecho doloroso, aunque posiblemente razonado y asumido. Ningún hombre está preparado para entender su propia creación, pero si lo está para recuperar la libertad y no someterse a un Dios que lo ampare, al que rogarle ayuda, que lo consuele, pero que también lo someta. Se ha generalizado la idea de que el hombre que depende de Dios para solucionar sus problemas es un hombre débil y poco apreciable como compañero de aventuras y desafíos -lo que algunos dirían es que un hombre que confía en Dios para que lo saque de sus problemas, es un hombre en el que no se puede confiar plenamente como socio-. Del mismo modo desde ese momento de renuncia, empezamos a pensar que lo mismo sucedía con la piedad que se esperaba de nosotros, o de asumir la compasión como una forma de definir a la humanidad. Nos vemos obligados a justificar, de la misma forma que lo hacíamos al rogar a Dios que nos ayudara y descubrir que eso nos hacía débiles, desde ahora, que debemos empezar a preguntarnos por qué, en algún momento de nuestra historia más reciente, de guerras, crisis, refugiados y centros para el exterminio, hemos considerado que la compasión no es propia del hombre fuerte y superior que algunos desean encontrar -debo decir que esa es una forma de crear monstruos y que aún algunos andan por ahí presumiendo de creer que han encontrado la forma de sentirse invencibles y ser merecedores de su existencia, ¡podres imbéciles!-. El otro aspecto de la sociedad moderna, de los estudiantes y los trabajadores, de los padres de familia establecida, etc, de la nueva sociedad que se nos manifiesta, es el del hombre responsable de si mismo y de los suyos. Es posible que al hablar del hombre responsable, capaz del descomunal esfuerzo por tener todo lo que quiera y alcanzar la posición que se proponga en una escala social determinada, debamos al mismo tiempo hablar de un hombre sin corazón. Es más: debemos hablar 1


de un hombre capaz de vender su alma al diablo por cada uno de los escalones que su responsabilidad le obliga a asumir, sin Dios, sin piedad y en ocasiones, sin moral. Estamos pues hablando de ambición como una forma de demostrarse su valía, pero también de necesidad. Prescindamos por un momento de las ideas anteriormente desplegadas y pasemos a hablar de solidaridad. En este caso, la idea de aquello que nos hace débiles se convierte en un hecho aislado, la forma de llegar a la fortaleza desde la individualidad, choca con la idea de una humanidad solidaria y en ese caso, fortalecida en sus principios de piedad, compasión y responsabilidad. Las grandes transformaciones sociales han llegado de la mano de los movimientos sociales. El proyecto histórico nos facilita la abstracción del movimiento, la capacidad de dar un paso atrás en perspectiva y desde los cambios operados en el tiempo, conocer a donde nos dirigimos. El hombre fuerte, visto así, desde una posición que no se complica ni se implica en debates contemporáneos, es un hombre que pertenece a los postulados colectivos. Una vez planteado el hombre en su fortaleza, libre de conciencia y luchando en competencia con otros hombres que buscan “el éxito”, las antiguas luchas por la dignidad laboral renacen con la solidaridad. Nadie debe ser ajeno a las necesidades primarias mientras vive en la opulencia, pero el hombre en busca de su superioridad y fortaleza no sólo lo es, sino que la combate. No es difícil llegar a la conclusión de que nuestros políticos cuando firman leyes laborales, ni siquiera piensan ni tienen en cuenta, la dignidad del trabajador: No está en sus márgenes. Y es precisamente en el ambiente laboral donde encontramos los dos modelos encontrados, el individualista competitivo y el solidario en la idea colectiva. ¿Acaso no existen más amigos que la responsabilidad y el cumplimiento del deber? Nadie debería ser puesto a prueba de tal forma, pero lo cierto es que ocurre cada día. Preguntemos al mundo que le resulta más útil, ¿el individuo dispuesto al sacrificio propio y al de todo lo que había creído por cumplir aquello en lo que cree en el momento presente, o el otro que acepta que las cosas suceden porque tienen que suceder y no hace nada por evitarlas si eso supone un traición a los que siempre ha sido y de donde ha venido? A partir de aquí deberíamos intentar descifrar las claves del hombre que queremos ser, el hombre en el que aspiramos a convertirnos. De forma general, el que pretende aceptarse en un sentido superior de la existencia, se convierte en un personaje de sí mismo. Entendamos aquí que por muy autocontrolados que nos veamos, y aunque que convirtamos nuestra vida en un infierno de disciplinas nunca dejaremos de ser parte de un proyecto ajeno. Sin embargo, la fidelidad al origen concita una diversidad que se debe respetar. Respeto, ese es el significado de todas las luchas. El interés que ponemos en superarnos sólo puede salir del hombre libre. Sabemos por culturas pasadas,incluso por políticas neoliberales recientes, que el hombre en estado de necesidad es un hombre postrado, sumiso, obediente y esclavo. Llegar a acostumbrarse a ese estado de conformidad con un Estado que no sólo no proporciona trabajo a sus ciudadanos, sino que les retira las ayudas al desempleo que les permiten sobrevivir con dignidad, no es propio del nuevo ser libre que el rodar de los tiempos ha conducido hasta nosotros. Ya no existe en ese contexto la necesidad de justificar su existencia si no se libera del estado de necesidad que han creado para él, si no exhibe su orgullo y sus capacidades quedan escondidas y relegadas en la mediocridad del lugar que el sistema le ha reservado, si no supera el desprecio que los poderosos sienten por él y su entrega. Así pues, el hombre que lucha por superarse está llamado a luchar por el respeto que le deben (todas las luchas son por respeto en alguna medida). El valor de sus gestos será tanto o más grande cuanto más represivo sea el sistema al que desafía. Los métodos del poder deben ser evaluados y puestos en cuestión, y cada nueva ley en busca de un recorte en la libertad de expresión debe ser combatida democráticamente, por métodos no violentos, pero sin descanso. A su vez, el convencimiento es un valor perenne: el hombre que tiene claro su cometido y que es lo que mueve a unos hombres y a otros, podrá luchar cada día de su vida sin necesidad de encontrar nada más fuerte que su postura, unida a la de tantos otros iguales a él. De nuevo la fuerza de la masa lo necesita, pero esta vez su apoyo nace de un sentimiento interior, personal, y necesario para la experiencia de 2


vida que busca. En la actualidad, el hombre superior que debía asumir sus responsabilidades hasta el punto de leer a Nietzsche, perder toda piedad y dejar de creer en Dios para empezar a creer en sí mismo, es un hombre abiertamente rechazado. Sin ternura, sin cuidados, sin renegar de la guerra, sin hermandad entre pueblos, y sin el orgullo de la clase trabajadora, volveremos a los momentos más sórdidos y terribles del siglo veinte, o aún peor, a los años previos a la segunda guerra mundial. Aquel hombre eficiente, práctico, brutal y convencido de su fuerza, tiene hoy en día el significado del individualista dispuesto a triunfar en la vida a cualquier precio. No le pidan a un hombre del que dormir por la noche tiene el significado de perder millones, que se condescendiente con el hombre corriente que lucha por mantener un trabajo con el que poder cobijar a su familia. La efusión del hombre que ya a triunfado y sigue fiel a esa idea de la superioridad, nada tiene que ver con el hombre que busca crecer alimentando sus sensibilidades, su criterio, sus contradicciones, su respeto por la vida y por los errores ajenos, la conmoción ante las injusticias, la simpatía por los débiles, la solidaridad, sus emociones y nunca perder todo lo que, por añadidura, la compasión puede hacernos sentir.

2 El Hombre En Su Mediocridad En las aspiraciones del hombre en su clase, el trabajo bien remunerado es la más importante; esa fue la causa de que un porcentaje muy alto de estudiantes abandonaran sus estudios por trabajar en la construcción durante la burbuja inmobiliaria. Esta forma de locura que posibilita sueños no demasiado ambiciosos como tener un coche, independencia familiar, llegar a ser autosuficiente y respetado, o aspirar a formar una familia. Desde la imagen real de la consecución rápida de esas deseos hasta entonces frustrados, debemos llamarle locura y no olvidar que muchos de esos sueños acabaron en desahucios, divorcios y la vuelta a la casa de los padres con una edad en la que las segundas oportunidades ya no se van a presentar, y a esto en muchos casos debemos añadir la responsabilidad de llevar consigo y para siempre a los hijos concebidos en un estado inestabilidad económica. También ese hombre con sus aspiraciones olvidó el orgullo de clase en su búsqueda del respeto que entronca con la idea principal de encontrar aquello en sus capacidades que justifique su existencia, tal y como los existencialistas proclamaban. Algunos hombres no poco inteligentes son capaces de ampliar sus registros sin renunciar a su origen a pesar de intentar introducirse en sus ambiciones. Debería ahora pedir permiso para recordar a Marlon Brando interpretando a Emiliano Zapata, al hombre revolucionario en su éxito, gobernando un país revolucionario pero incapaz de controlarla – surgen en la escena de la lista negra, los favores que van colocando en puesto de responsabilidad a sus amigos y familiares y que desarrollan un fenómeno original y primario de corrupción que terminará por destruirlo todo-. Si todas las luchas son por respeto, los son para exigir ese respeto de los demás, y también porque sin luchar no hay dignidad y por lo tanto la perdida del respeto por uno mismo. Algunos aspectos del hombre en busca de autenticidad parecen intentar construir al hombre que se cree superior, y ese es el más despreciable de los modelos que se conocen. El hombre de acción pierde la sintonía con la voz interior y no se atiene al debate, es como si necesitara no sentir nada para poder seguir en su búsqueda. Debemos combinar con extraordinario tacto también esos aspectos de la situación que se quedan por el camino. No obstante, cuando lleguemos a la raíz de lo 3


que la conciencia dicta en nuestro desarrollo tampoco debemos obviar que el hombre natural, sin ataduras y espontáneo, puede terminar por convertirse en un monstruo. Decir siempre lo que se piensa, lo que sale de nosotros como un río, sin análisis, con un tono de voz que representa a la perfección, es una voz sentida, sincera, sensible, pero dolorosamente superficial. Es más, la cuestión última no nos lleva a elegir, porque en en la vida de un hombre siempre acaban esos dos mundos por encontrarse y desafiarse. En la idea general de que el hombre es tan mortal como la humanidad avanza, la respuesta nos llega de mano de los científicos que han demostrado recientemente que las células se comportan de forma tan coordinada como efectiva acudiendo allí donde el sistema se pone en peligro. Como suele suceder en casos parecidos hemos dado un paso considerable en la tarea de comprender cual es la importancia real del hombre y sus logros. De ahí asumimos que nos resulta imprescindible la autocrítica, y aceptar que no nos reproducimos para creernos mejores personas, sino por mantener viva esa humanidad que tanto nos importa. También debemos saber si la maquinaria del poder nos apoya en ese cometido universal de hacer al hombre más humano y solidario, o si obstinadamente reprime el avance de tales manifestaciones de justicia social, igualdad y defensa de semejantes ideas. La incomprensión del poder cuando lo que se pide es que defienda a los débiles de los poderosos necesariamente se refiere a la necesidad de estimular la productividad, lo que sólo llegará a su fin cuando se permita de nuevo tener esclavos en las cadenas de producción. “Hay gente que te va a estar pidiendo siempre, pare ellos nunca hay suficiente”, éste parece el punto de vista del empresariado frente a los subsidios sociales porque sólo en un estado de necesidad encuentran al trabajador sumiso que necesitan. Sin embargo, ellos mismos son insaciables en sus demandas, para hacer perder derechos a los trabajadores, obligarlos a trabajar en condiciones de peligro o decidir que deben ampliar sus horarios laborales cobrando menos. Conjugamos de nuevo al hombre de éxito, impío y capaz, frente a la postura conjunta de los que intentan vivir en sociedad y para ello necesitan leyes y medios que posibiliten que los violentos no se adueñen del espacio común del hecho familiar y educacional. Si la grandeza del hombre está en lo que hace desinteresadamente por los demás, su mediocridad debe estar en lo que hace por si mismo y por acumular riqueza. El ritmo de su egoísmo no debe ser aceptado en una ceremonia de autodestrucción que nos llevará a agotar los recursos naturales más pronto que tarde, por muy ignorantes que deseemos permanecer ante esta realidad. En los nuevos ritos por superar las mentalidades políticas más violentas, sólo podemos aceptar luchas populares no violentas. Todas las leyes que buscan someter, obligar, anular o conducir el criterio individual, son leyes violentas. Siempre que alguien te obliga a hacer algo que no quieres hacer, o a pensar de un modo que va en contra de tu forma de pensar, está ejerciendo alguna forma de violencia o amenaza. Decía Berthold Bretch: “Al río que todo lo arranca lo llaman violento, pero nadie llama violento al lecho que lo oprime”. Esta idea debe ser cuidadosamente tratada debido a la idea tan definitiva y realista que tenemos de la violencia. El resultado manifiesto de cuestionarlo conduce a la solución en cadena de los que justifican las dictaduras como formas de gobierno, y por lo tanto es inaceptable. Los acontecimientos periodísticos en los que se nos pretende acostumbrar a manifestaciones reprimidas por policías fuertemente armados, se nos muestra una imagen agresiva de las clases populares, por eso es necesario darle la vuelta con la proposición de formas de lucha no violentas, pero sí de presión, no agresivas pero sí incómodas y así tendrán que terminar aceptando que las sinergias ciudadanas son capaces de estabilizar su rabia cuando es necesario, y exhibir su inteligencia cuando se pretenda. Así pues, la acción colectiva puede resultar tan seductora que el hombre comprenda que su afán por la aventura competitiva no sólo no demostraba nada de sus capacidades, sino que hacía crecer en él un desmesurado egoísmo, una crueldad sin conciencia y un insensible e ignorante orgullo de sus propias carencias. En casos determinados y específicas formas de aislamiento, no podríamos decir que disimular tener conciencia nos vaya a salvar de sus propios demonios. Aislarse no siempre significa lo mismo, debemos tener cuidado en eso. La complejidad del ego también se desarrolla dentro de los sistemas que lo cuestionan. El celo 4


que ponemos en denunciar la individualidad de los poderosos desde las bases populares, choca con la problemática de aquellos aspectos psicológicos que encuentran el mismo desarrollo de su ego en sentirse algo parecido organizadores, comisarios políticos o líderes de opinión, en medio de una gran manifestación de miles de personas. Las viejas formas representación convierte a a históricos sindicalistas, políticos de izquierda y liberados sindicales, en las figuras que se han hecho un lugar en su círculo de confort que exhiben con orgullo buscando ir acompañado de las grandes figuras y oradores, o intentando situarse en lugares de proyección, o como mínimo, en los que se les suponga de una cierta importancia en el entramado solidario. Deberíamos entonces preguntarnos, si moderando el sentido de la protesta para conservar ese pretendido puesto de honor que creen tener, no estarán también haciendo un servicio a todo lo que de conservador tiene el poder político y económico. Descubrimos pues en este mismo concepto celular del hombre anónimo dispuesto a apoyar, codo con codo, las manifestaciones solidarias, a aquellos que siguen pretendiendo algo extraordinario de sus vidas, algo lo suficientemente importante, que como ya hemos dicho, justifique todas las molestias que el creador se haya tomado para permitirle existir en este mundo desigual en el que no ha tenido otra oportunidad, y ya que sus aptitudes no son las idóneas para competir de otra forma, al menos sabe que lo apoyarán si se entrega a la masa en un servicio aparentemente desinteresado.

3 Luchas No Violentas Pero Resistentes Nos encontramos con una Europa ocupada por partidos (algunos se dicen socialistas y no lo son) enmascarados en diversas ideologías, pero que responden apoyando a las leyes neoliberales que nos conducen al concepto del hombre como herramienta de trabajo, al servicio de grandes holdings y sin identidad. La acción violenta ha sido durante siglos utilizada por unos y por otros para justificar la debilidad de sus ideas a la hora de responder a la libertad con cierta continuidad. No aceptamos de Stalin su desalmada represión, pero lo mismo nos sucede con las juntas militares latinoamericanas desde Allende, o con las guerras geoestratégicas promovidas por los USA en todo el mundo: No podemos aceptar las soluciones violentas porque de una forma o de otra terminan con la libertad. En cuanto al avance silencioso de los partidos políticos que se ponen al servicio de los mercados, al fin persiguen el mismo, reducir las libertades, convertir la prensa en una herramienta comprada y a su servicio, y hacer leyes de represión ciudadana con multas y castigos ejemplares para acabar con la protesta y la libertad de manifestación en calles y plazas. La posición que debemos ocupar ante una situación semejante es de compromiso político, siempre que encontremos los partidos políticos a favor de las libertades, y en su defecto habrá que crearlos. El implacable mensaje de los mercados propone que si es necesario perder a una generación de jóvenes a los que nos hemos dedicado a preparar, y tenerlos en trabajos precarios sin posibilidad de afrontar un proyecto vital, lo harán. Uno de los elementos que tanto les excita en esa estrategia es proponer que los universitarios desempleados deben moverse a otros países a buscar trabajo, e ir y volver cuantas veces sea necesario, lo que recuerda los éxodos a california de los desempledos y desahuciados de los años veinte en los USA, y que tan bien mostró John Ernst Steinbeck en sus obras. La depresión americana tiene paralelismos importantes con la actual crisis, y quizás el 5


inmobiliario, con los desahucios que ha generados por miles, ha sido el más cruel y el que más la define. En cada detalle la respuesta política liberal parece diseñada para desposeer a las clases trabajadoras de cualquier seguridad, fomentar la individualidad, la competencia y destruir cualquier forma de organización social que les sirva para resistir orgullosamente frente a una ideología en busca del sometimiento frente al poder de la multinacionales. No es que sugiera que la libertad de elegir es desobediencia, pero se le parece mucho. Desde nuestros propios planteamientos, tal y como sucede en la educación o en la sanidad, la calidad de lo público, unido a las formas populares, nos llevan a rechazar la organización privada y burguesa en la que se da más importancia a la clase social, de la que los trabajadores de le damos. Es un sistema de ida y vuelta, y asumiendo que los que intentan convencernos de que las clases sociales ya no existen, son los mismos que nos han discriminado por ser clase trabajadora, ahora orgullosos de serlo, rechazamos los sistemas organizativos donde se premiaba la fortuna y la relevancia del nombre familiar. Las clases altas tienen su forma de vestir, sus aficiones, los lugares de ocio donde no se relacionan con los de clase inferior, y hasta sus deportes de élite (como la hípica, el golf o el pádel); todo un recital para poder definirse aparte de aquellos a los que desprecian. La libertad de elegir es una forma más de lucha no violenta y para que sea efectiva hay que mantener los niveles de calidad dentro de una visión no burguesa de los servicios públicos. Cuando nuevamente volvemos la mirada a todos los recursos sociales que hemos generado muy a pesar de la corrupción que se aprovecha de ellos, necesitamos hacer un gran esfuerzo para asumir que alguien en alguna parte pretende privatizar nuestra atención y cuidados como privatizaría el aire o el agua, si eso generara grandes e instantáneos beneficios. Es a ese nivel en el que nos sentimos parte del Estado y reaccionamos contra la política neoliberal y sus imposiciones. Esa obstinación liberal de ponerse al servicio de un poder absoluto y no escuchar a las minorías es antidemocrático, porque cada minoría debe ser atendida, y cada hombre que sufre atendido. Es muy asumible que nos sintamos parte de la sociedad que construimos, y al mismo tiempo, beligerantes con aquellos sistemas competitivos que quieren una sociedad en que el más débil no sólo sucumbe sino que merece ser despreciado por su adversario. Hemos oído repetidamente desde foros empresariales, que los políticos no crean empleo pero pueden establecer las condiciones de mano de obra barata y el despido libre que los mantengan satisfechos; y por otra parte que lo que crea empleo es la oportunidad, es decir que no hay negocio si no hay dinero fácil. De aquí debemos establecer que si los políticos no son capaces de crear empleo y se proponen retirar las subsidios y la protección social que impide que tantas familias duerman en la calle, esos políticos y esa ideología es tóxica, o si se prefiere, está pervertida. Llegados a este punto, no es extraño que encontremos que las nuevas luchas de la izquierda por la vivienda como un derecho tan necesario para los más desvalidos como la comida, educación o la sanidad. Desde luego, desde mi punto de vista, no resulta fácil juzgar las ocupaciones de viviendas vacías si nadie ofrece una solución política al problema. Tenemos que conjugar particularmente si las políticas neoliberales son una agresión contra la clase trabajadora, y, fuera de ella, contra los desempleados sin subsidios de ningún tipo. El ritmo de las clases populares es el ritmo de un sólo corazón recorriendo la calles en una demostración de libertad de expresión, sin embargo, algunos de sus elementos más notables pueden ser anarquistas, nihilistas o desencantados de cualquier liderazgo o acción común. Decía Marcuse; “Me alegro extraordinariamente de recibir la noticia de que el deseo de salirse de una sociedad represiva, es por lo menos, un deseo humanamente comprensible”. A continuación expresa su deseo acerca de discutir la posibilidad de trasponerlo en acción política. Y quizás deberíamos centrarnos en esos desencantados por muy marginales, inadaptados y residuales que sean en las encuestas, porque tal y como hoy está funcionando la política neoliberal en las empresas, amenazando con suprimir la negociación colectiva y llevando inexorablemente a los trabajadores al camino del despido libre; lo cierto es que esos seres aparentemente pasivos, pero incómodos en el sistema, pronto serán una mayoría decisiva en el sistema político. El cambio de sistema por el convencimiento social, el orgullo de clase y el rechazo activo a los dirigentes Neoliberales, es una forma de lucha no violenta, 6


pero una forma de lucha que golpea en el centro de gravedad de los grandes poderes. Estamos hablando de un hombre nuevo, sin codicia, sin necesidad de probarse a sí mismo, sin el deseo de eliminar a sus adversarios, dispuesto a comprenderse dentro de su clase y sobre todo, teniendo muy claro quienes son esos que intentan manipularlo. Por muy apasionado que sea el espíritu revolucionario de las clases trabajadoras tendrá que enfrentarse a los tópicos de los economistas liberales y demostrar que se puede gobernar la economía de mejor forma, despreciando los vicios de los políticos al servicio de holdings y mercados, y estableciendo un equilibrio que respete el crecimiento. También en la versión de pequeños países que no aspiran a competir militarmente, ni industrialmente, con otras potencias, la inclinación a un sistema capitalista sin regulaciones laborales, bancarias o de mercado es demasiado grande. Todos estos hombres en su obstinado afán por demostrar que sus teorías económicas son las acertadas hacen que nos preguntemos qué clase de hombre se pone al servicio de qué causa, y por qué lo hacen.

4 El Respeto Por Las Minorías La acción política tiene resultados reales aún en la oposición o desde partidos muy minoritarios, debemos tenerlo siempre en cuenta. Son resultados específicos sobre temas concretos y de la mayor importancia para esos grupos que no cuentan con la simpatía de las grandes fuerzas ciudadanas. Debemos ser capaces de conjugar la importancia de las demandas de estos grupos, no por el respaldo en votos, sino por el significado humano y la proyección en nuevos escenarios más diversos y dispuestos para la negociación. Nuevos elementos y situaciones en los que hará falta ingenio e inteligencia para silenciar el ruido de fondo que mantiene siempre encendido el pensamiento único. La sensibilidad social y por las minorías, la libertad de expresión, el orgullo de la conciencia de clase, el rechazo del poder represivo, etc. son expresiones de un nuevo hombre que necesita tener muy presente en sus exigencias para alcanzar una nueva sociedad más justa y menos desigual. En cada propuesta de la izquierda hay una seducción para encontrar un hombre más humano, empático y solidario con los de su misma clase, y al tiempo más exigente con los que lo tienen todo y no detienen su codicia ante nada. La acción poética es algo mucho menos exigente, pero que nadie se confunda y la menosprecie, detrás de la poseía llegan todas las revoluciones. Vale la poesía como ejemplo de lo que trasciende; casi nadie la compra, no responde a la demanda de un público lector mayoritario, y sin embargo, el futuro de la literatura está ligado a las nuevas expresiones poéticas. Del mismo modo, pretende el poder popular, ligar su futuro al desarrollo de la tecnología y los grupos de técnicos comprometidos con la gente sencilla. La complejidad de un mundo dirigido por unos pocos estimula la idea de crear un mundo nuevo en el que ya no existan capataces y se alcance al fin la liberación de todos los yugos. Esta idea filosófica que ha acompañado a grandes pensadores exigía en ocasiones respuestas contundentes, y se creyó durante siglos que la única forma de librarse del yugo capitalista era desmontar el Estado desde sus cimientos y crear algo totalmente nuevo. De esta postura inflexible ninguna nueva sociedad ha crecido, aunque ha ayudado a mantener en jaque y a la defensiva a las fuerzas capitalistas que de otro modo hubiesen hubiesen empleado todas sus energías en el sometimiento total de la fuerza asociativa de la clase trabajadora. Necesitamos una verdadera fuerza 7


política que nazca de la base social, pero nos encontramos con un antiguo problema, el obrero fascista, el que se cree privilegiado y desprecia a los que no tienen trabajo, se considera superior a cualquiera en situación económica inferior, a refugiados, emigrantes y otras razas, como los de raza gitana o aquellos de raza negra, y rechaza sentir piedad o empatía por los que son de su propia condición y sufren represión en otros países o en el suyo propio. Esta minoría no tiene más moral que la que le inspira el servilismo, y por lo tanto no se debe esperar que cambien o moderen sus posiciones violentas. En estos parámetros estaríamos entrando de nuevo en los viejos patrones combativos de un pasado que no sirvió bien a nadie. Es desde este punto de vista, la violencia sólo es aceptable en sociedades no democráticas y dispuestas a someter al pueblo con la brutalidad que ya hemos conocido en el pasado. El hecho de que las sociedades modernas, compuestas de hombres decentes y convencidos de la necesidad de respetar los derechos humanos, nos lleva a creer en la regulación de los excesos de los poderosos como la mejor estrategia para alcanzar la igualdad. Cualquier maltrato a las minorías debe ser también regulado y reprimido. Con el convencimiento de la construcción de una sociedad mejor, conseguiremos el cambio de mentalidad social necesario para que todos los trabajadores entiendan que son parte de un hombre nuevo consciente y responsable de su futuro. La complejidad del proyecto para el control democrático del Estado por las clases trabajadoras, suele suscitar la desconfianza de los que creen que la codicia humana es invencible. El viejo estilo del político profesional será el primero en renunciar a cualquier novedad que suponga ponerlo a la altura del pueblo llano, tener un sueldo vinculado a las subidas del salario mínimo o hacerle renunciar a comisiones, dietas, pensiones vitalicias, o cualquier sobresueldo que los acaba convirtiendo en privilegiados dispuestos a firmar lo que sea a cambio de mantener tan ventajosas condiciones. Viven en un corporativismo que trasgrede ideologías y se dispone a ocultar cualquier corrupción que pueda dañar la imagen del líder o del partido. Desde la transformación técnica hasta la regulación de los excesos hay un camino que andar en el sentido protector del Estado. La insistencia de los votantes por alcanzar la unidad frente a las leyes que van contra la libertad nos señala que también tendrán en cuenta para no votar, en un momento no tan lejano, a aquellos partidos que impiden el proceso de regulación. Así pues, la conformidad del votante estará con aquellos que proponen un sistema social de cuidados y protección de los ciudadanos. En un determinado contexto, la crisis financieras y el riesgo de ruina por causa de los desequilibrios bancarios, es una amenaza para nuestras sociedades, y una clase política que no controla los necesarios equilibrios, al fin, es una clase política que no nos protege de los excesos. Regular tiene el significado de proteger y prevenir, aunque, posiblemente, los liberales considerarán que se trata de prohibir cuando no es así. Encontrar el punto de equilibrio que evite todo tipo de abusos, tanto en defensa de los trabajadores, con en defensa de las cuentas públicas, necesitará de ajustes. Dicho de otra forma, el poder político debe proteger a los ciudadanos de los excesos de las grandes corporaciones, de los holdings, de los bancos, de los mercados y de los políticos a su servicio, y para eso es necesario que exista un cambio en la mentalidad de los trabajadores. Ya no se trata de de soportar gobiernos represores y terminar por hacer la revolución en un sentido explosivo, ahora se trata del compromiso con las ideas, de la revolución de las ideas, día a día, de la regulación estableciendo límites a la explotación humana, a la explotación de recursos, y a la explotación del capital público y las privatizaciones. En un mundo globalizado que tiende perpetuar las grandes fortunas, los gestos de los ciudadanos para incluir en los programas políticos las leyes que protejan a las minorías será determinante. No se trata de hacer una ley laboral para todo el planeta, ni siquiera una ley laboral para Europa, tenemos que aspirar a respetar cada característica local, aliarnos con las costumbres y la vida social que resultará diferente en cada lugar más allá de regiones, comarcas, provincias o barrios. Es vital entender que el poder político está por encima del poder económico, y la voluntad popular decide los medios de desarrollo y a quién sirven. La transformación del mundo se ha de llevar a cabo desde las nuevas sociedades, en las que el restablecimiento de una justicia sin privilegios sea 8


capaz de reconstruir la dignidad obrera. No parece que en este momento los líderes europeos estén dispuestos a favorecer las leyes que protejan a los refugiados, paren los desahucios o controlen el equilibrio de la banca para que no haya que volver a regalarles dinero público. Los líderes políticos deben responder a las necesidades de los ciudadanos y no, tal y como ahora sucede, que los ciudadanos se acomoden a las leyes que los mantienen en una sociedad represora al servicio de reuniones con los que se han dado en llamar, agentes sociales. Al pueblo se le explota; creo que de eso habla Marcuse cuando una y otra ve se enfrenta a la idea de la liberación. Hay hombres que se salvan, eluden trabajar para otros, se escudan en herencias, títulos, apellidos, son poetas, comunicadores o simplemente, se mueren de hambre; pero debemos ser conscientes de la situación general, de que la sociedad funciona porque los hombres quieren trabajar, y a eso debemos añadir una pregunta, ¿además de trabajadores, debemos ser hombres sometidos? ¿Nos quieren sometidos? De alguna manera, ese sentimiento natural que nos conduce a probarnos a nosotros mismos compitiendo, ayuda a aquellos que nos explotan ofreciéndoles todo nuestro ánimo para ir arrinconando a los más débiles. Todo lo que se trabaja en el mundo debería servir a la idea de construir un mundo mejor, pero no es así, todos esos obreros explotados responden a un sólo objeto el enriquecimiento y obsoleta grandeza de sus explotadores. No podemos seguir sacando héroes de donde sólo había mezquindad. La ambición no parte del respeto por el otro, eso está claro. En toda su insistente complejidad no tiene otro significado del que se sirve sólo a sí mismo. Desear un mundo mejor no nace del ser competitivo, sino del solidario y del condescendiente con el dolor de los demás.

5 El Poder Político Decide Las Reglas Del Juego Hay momentos históricos en los que las sociedades más avanzadas salen de su sueño capitalista, hedonista, de consumo y entretenimiento y se analizan, para concluir que lo construido hasta ese momento no es suficiente. Al fin, todo parece girar en torno al trabajo, lo que empieza por un desafío personal, termina por el miedo al tener más tiempo libre del que la imaginación de un obrero a punto de la jubilación, puede asumir. De ahí, pues, que nos convertimos en ese pajarillo que puesto en libertad después de años de cautiverio, está destinado a morir en pocos días porque no es capaz de asumir su nueva condición. El acontecimiento social que define la revolución en ciernes es el avance empresarial en busca de la dominación de los horarios, el puesto de trabajo, la supresión de la negociación colectiva, el abaratamiento del despido hasta convertirlo en libre, y al fin hacer trabajar a los trabajadores bajo la amenaza de un despido caprichoso. El trabajo desde Marx, ha sido tomado en cuenta porque conjuga la necesidad y la libertad. Todos los cambios observables socialmente deben estar relacionados con esa fuerza de dominación que unida a la inestabilidad de los mercados termina por decidir lo más importante de nuestras vidas además de nuestras ideas, la dignidad. Existe pues una lucha latente por controlar la vida de los trabajadores hasta sus más íntimas consecuencias. Este contenido de control manifiesto debe producir una reacción de libertad con una intensidad suficiente en sentido contrario y que ofrezca al poder político la fuerza necesaria para legislar para el pueblo. La excusa liberal de que su primer reto es el de crear puestos de trabajo, en realidad se trata de justificar el despido libre, los horarios libres, la movilidad funcional y geográfica, y 9


cualquier otra cosa que les sirva al poder empresarial para controlar el mundo laboral a su antojo, hacer desaparecer la fuerza de asociación sindical, y jugar con con las aspiraciones sociales de un mundo menos desigual. El trabajo no es ni de lejos el acontecimiento más importante de nuestras vidas, pero terminarán por hacer que así lo veamos. Hemos asistido no hace mucho a las ofertas del partido socialista para intentar conformar un gobierno de coalición, cualquier cosa que imaginen que se salga de lo realmente importante, de aquello que importa a la dominación a la que se pretende someter al pueblo llano, cualquier cosa que les haga ilusión pero esté vacía de contenido, ese nuevo partido liberal estará dispuesto a ofrecer Lo que no tocarán será la reforma laboral liberal del gobierno anterior que avanzaba en la desigualdad y en todo lo anteriormente expuesto. Dominar la fuerza del trabajo, las vidas de los trabajadores y eliminar la indemnización por despido para que ante esa idea los trabajadores trabajen bajo amenaza, parece ser el fin último de la obediencia socialista a las fuerzas liberales con las que se reúnen a escondidas. Así pues, en esta nueva situación que nos conduce claramente a convertirnos, aún más si cabe, en seres dominados, las aspiraciones personales se dejan seducir por las ilusiones que que convierten sus vidas en un juego de azar. Nos encontramos en la encrucijada de decidir en que términos del contrato social se va a realizar el desarrollo de las nuevas fuerzas productivas: No todo vale. Debemos conocer exactamente cuales son las ambiciones y las perspectiva de poder que otros nos proponen y en las que jugaremos el rol de dominados, y como dijo un político liberal en la tele no hace mucho, “embridados”. Si la libertad va unidad a la felicidad, las fuerzas empresariales están proponiendo un hombre en estado de necesidad, por lo tanto sin libertad y además incapaz de alcanzar un momento de felicidad; debemos preguntarnos entonces, ¿amargar a los trabajadores es necesario para la mejora de la productividad? La clase trabajadora debe salir de esa idea malsana de creer que es clase media y negar sus necesidades por la vergüenza que cree que le representa se menos que eso. Es una idea antigua que la diferencia entre una sociedad libre y una no libre depende de como se organice la fuerza del trabajo, y por los pasos dados en la última etapa del siglo XX, y la forma en la que hemos empezado el siglo que andamos, debo decir que cuando las clases trabajadoras al fin se den cuenta de que su libertad está en juego, renunciarán a los sindicatos tradicionales al servicio de los poderosos, y se organizarán libremente sobre bases indeendientes. ¿La ilusión de los trabajadores es la debilidad de las masas? ¿Creer en nosotros mismos como capaces nos hace manipulables? Dice Marcuse que el poder si es como el de un piloto de avión, o el de un guardia de tráfico, es un poder racional, pero si se trata de un poder basado en la explotación, la opresión y el sometimiento, debe ser eliminado. Podremos llegar a creer que nuestra ilusión por demostrar nuestras capacidades nos hace cómplices de la explotación sobre todos, pero sobre todo sobre nosotros mismos. Cuando Marcuse apela al psicoanálisis y estudia a Froid para determinar como evitar la manipulación y aceptar la opresión como un mal menor, en realidad propone a un hombre capaz y consciente, emancipado de ideas religiosas y consignas capitalistas. Si nos atenemos a la influencia psicoanalítica en relación con la fuerza del trabajo debemos volver al hombre que se pone a prueba. La acumulación de triunfos sobre retos competitivos crea un hombre que no es superior en nada, en todo caso un hombre que se cree superior y convencido de su fuerza, cuando en realidad todos estamos destinados a perder llegado el momento. El crecimiento de la persona, después de comprender el fracaso que supone la existencia, debe empezar a renunciar a su ansia por acumular más y más éxitos -quizás los hombres de éxito, como vulgarmente se les conoce, se ven a si mismos como acumuladores de poder, de dinero, y de reconocimiento-, y en el momento que renuncia a justificar su talento, tendrá que empezar a luchar por un mundo más habitable, a luchar por la comunidad. El valor de la producción es ineludible, todo está relacionado con la necesidad, la opresión, la explotación y la fuerza del trabajo. Bajo el aspecto de un trabajo necesario y también, de la necesidad de trabajar, se esconde la disciplina empresarial que en ocasiones se entrelaza con la explotación, y la amenaza del despido. Las sociedades capitalistas liberales, están moviéndose en este preciso instante hacia gobiernos favorables al despido libre, y a 10


dotar al empresario de las herramientas necesarias para ejercer la presión en sus empresas que facilite la productividad aún al coste de la dignidad del trabajador. Ante la imposibilidad de probar el Mobbing, y con la intención de entrar en una lista negra y evitarse castigos mayores, el trabajador opta por no protestar ante sobrecargas de trabajo, trabajos peligrosos o tratos por parte de sus superiores que denigran la dignidad de la persona. El desprecio, los gritos o las amenazas no son cosas del pasado, y cuanto más fuertes se sienten los liberales en este proceso de embridar a los trabajadores, más necesario es volver a las ideas que nos hablar de hacer desaparecer el poder cuando responde a la necesidad de la explotación del hombre y el sometimiento de las fuerzas sindicales. Estoy seguro de que los trabajadores terminarán por reaccionar y crear sus propios sindicatos, independientes del poder liberal en el que se ha fundido el partido socialista europeo y y otras fuerzas de izquierda que deben millones de euros a los bancos y dependen de las subvenciones. Es necesario ser concreto en algunos puntos para poder organizar una fuerza olítica independiente, y mientras los partidos políticos y los sindicatos dependan de los créditos de los bancos para sobrevivir, estaremos perdidos.

6 La Dignidad De Los Trabajadores Siempre habrá grietas en el sistema y cuanto antes las encontremos antes colocaremos en el congreso a los grupos políticos que realmente nos representen. No se trata de una tendencia, se trata de que el mundo ha cambiado, los hombres están formados y capaces de entender: nadie nos va a ayudar fuera de nuestra clase. El hecho solidario también observa la conciencia de clase, pero no entiende de fronteras. Las nuevas necesidades exigen un hombre capaz de sentir el orgullo de haber nacido en la clase trabajadora (por lo tanto rechazando a aquellos que convierten en su meta vital ascender de categoría o de clase e intentar la aventura burguesa o de un trabajo que deje para ellos de ser manual), sensible a las injusticias y capaz de reconocer cualquier humillación que se lleve a cabo contra su estatus. Es por eso que el partido socialista europeo está llamado a convertirse en un partido residual, ningún partido que se diga de izquierda puede sostener leyes que humillan a la clase trabajadora y creer que puede seguir adelante como si nada después de eso. Puede que algunos trabajadores crean que pueden vivir indefinidamente en la comodidad que les produce la sumisión, sin embargo, tarde o temprano se acaba produciendo en ellos una reacción espontánea que los sitúa exactamente en el unto de partido, ser hijo de su condición de nacimiento. Por supuesto no todos se mantienen en estos términos, algunas pocas excepciones son hombres que intentan entrar en la burguesía renegando de todo lo que nunca se desprenderá de sus venas, la sangre de sus antepasados. De igual modo, la dignidad de los trabajadores tiene que ver con no dejarse manipular por políticos que justifican la entrega de dinero público a empresas de carácter privado en dificultades. Hemos asistido recientemente a la inyección de dinero público a bancos, uno de ellos por 11000 millones de euros que después fue vendido a un particular venezolano por 3000 millones de euros. Ésto que parece imposible de entender se justifica desde la crisis sistémica de la que nos habla Habermas cuando dice: El estado interviene en las crecientes fallas del mercado. El Mercado sigue siendo el mecanismo de regulación, puesto que las decisiones de inversión pública se toman según 11


criterios de rentabilidad empresarial. Como asistir a este espectáculo sin perder la dignidad, cuando el partido socialista desde líderes destacados, señala que como las crisis son sistémicas hay que asumir su costo desde el Estado, y por lo tanto nos dan a entender que debemos asumir que cuando vuelva a ocurrir habrá que volver a poner miles de millones de euros de dinero público en bancos privados. La incapacidad para competir, es pues un signo de nuestro tiempo, que define con la realidad política, la empresarial y la educación. Desde el punto de vista de un psicólogo, la aceptación e interiorización de personas en un grado de sensibilidad superior a la media, de su incapacidad de competir en un mundo cruel e insensible, es lo que los lleva a los más grandes desequilibrios, incluso a la tristeza a reacciones inesperadas debidas al dolor. Tendenciosamente analizado algunos podrían encontrar en esta sociedad la expresión caduca de la virtud a un precio sólo aceptable por los valientes. Pero la valentía posiblemente está en otro campo que nada tiene que ver con crecer a costa de la ruina de otros. La competitividad de la que tanto presume nuestra sociedad capitalista es en sí misma una situación violenta, un desafío a la inteligencia y a la virtud de no ser indiferente al dolor de los demás. Cuando los gobiernos liberales retiran las ayudas sociales ponen a los más necesitados en situación de necesidad porque la necesidad, y el trabajo son dos caras de la misma moneda; esto no es nada nuevo, pero que se manifiesta con toda virulencia en la crisis que vivimos y las decisiones políticas que se han tomado. Las excepciones de la atención a familias desahuciadas por los programas de atención social llegan de las demandas de la oposición al formato neoliberal de la economía apoyadas en un sentimiento ciudadano de solidaridad. Pero el escenario de un mundo más habitable está efectivamente amenazado por el poder práctico de la rentabilidad de los holdings y sus exigencias. Las sinergias ciudadanas al final decidirán lo que se acepta y lo que se rechaza, pero no eso no equivale a aceptar que conseguiremos un mundo mejor sin haber luchado por él. Ni es tampoco el final del camino creer que el poder ciudadano es más poderoso que el poder concentrado en manos de unos pocos multimillonarios dispuestos a mantener sus imperios al precio de leyes laborales que buscan el sometimiento y la explotación sin contrapartidas. Por el contrario, esos poderosos parecen haber impuesto sus decisiones sobre los políticos que elegimos, y su máxima es: “o compites o esta sociedad no es para ti”, y eso es tanto como decir que ellos deciden. Queremos probar a nuestro creador y probarnos a nosotros mismos que somos merecedores de nuestra existencia, eso nos conduce con ánimo a intentar los más altos desafíos, pero como si es eso no fuera suficiente, los poderes anónimos que negocian con nuestros políticos proponen un estado de necesidad donde la fuerza del trabajo se abarata sin derechos, y en la que la competencia suponga que unos deben crecer a costa de que otros sucumban. Esta es un sociedad violenta en sus principios, ¿y esa fuerza anónima parece disfrutar desde su atalaya, enfrentando a unos con otros y sacando provecho de ese enfrentamiento? Un sistema que sobrevive con el enfrentamiento de sus gentes socava cualquier razonamiento moral y aspiración a una sociedad libre. Considerando los cambios sociales, las costumbres olvidadas y el camino transitado por las fuerzas sindicales, si algo está claro es, que las fuerzas políticas han renunciado a seducir de las bondades del estado de necesidad, a persuadir de las ventajas de perder derechos a cambio de empresarios satisfechos o a convencer de que actúan por nobles aspiraciones. Han renunciado a explicar sus motivos y se han empezado a plantear cambiar las leyes para reducir la libertad de expresión, amenazar con multas y hacer cumplir esas leyes con todos los medios a su alcance. Mientras la gente sigue viviendo inocente de los planes que se fraguan para ellos en los despachos, algunos filósofos, poetas e idealistas, siguen pensando en que tiene que haber una forma de crear un mundo mejor. Sin embargo, para la mayoría social es una aspiración que también legitima sus vidas y tenemos la impresión de que en eso también estamos enfrentados al cuerpo dirigente de la sociedad occidental, los que negocian las guerras y los recursos y los que disponen de nuestro futuro. En el análisis de nuestras aspiraciones personales, la competencia social a la que nos arrojan, los beneficios y productividad empresarial de la que nuestros políticos se han convertido en 12


salvaguarda, subyace aquello que enfrenta la aspiración de un mundo más justo y equilibrado, contra las explotación del hombre, del planeta, de los recursos y de la democracia. Y la idea con la que llegan a pervertirlo todo es la que justifica lo anteriormente expuesto a cambio del crecimiento y la creación de empleo. El crecimiento o una gestión de los recursos mejor, ese es el dilema. ¿Por cuánto tiempo podremos continuar aún creyendo que el capitalismo es infalible y los recursos son infinitos? Un mundo mejor, la utopía, los sueños de los fundadores de patrias olvidadas, todo ha cambiado, ya sólo una cosa vale, regular los excesos del capitalismo liberal.

4 El Estado De Necesidad La resignación debe ser aquello que los poderes esperan de los trabajadores, hacernos perder toda esperanza, convencernos de que la productividad de las grandes empresas está por encima de los derechos laborales, de la aspiraciones sindicales, de la dignidad del trabajador, de la seguridad de las familias, de un posible encaje social, de la ruina de del clima y de la explotación indiscriminada de recursos, de que otras pequeñas empresas tengan de sucumbir para ampliar la cuota de mercado. Hasta algunos sindicales inclinados a las subvenciones estatales para poder sostenerse, mantienen que el empleo está por encima de todo, y mantendrán cualquier empresa por tóxica que sea por mantener unos puestos de trabajo -en muchas ocasiones estos planteamientos penalizan el desarrollo de una zona que podría obtener muchos más trabajos de forma más racional-. No podemos tomar como ejemplo de desarrollo la libertad total de explotación, los excesos que pretenden ocultarse con esa virgen inmaculada a la que han llamado productividad, deben ser puestos encima de la mesa; no para negociar con ellos, sino para conocer la verdadera realidad y naturaleza dela oferta y la demanda liberal. Por el contrario poner el desarrollo al servicio de un mundo más equilibrado debe ser lo más racional y el mejor ejemplo para los que hayan de venir cuando ya no estemos. Es importante pensar en conservar lo mejor del mundo para cuando ya no estemos, y los mejor del mundo, en su aspecto más natural, como en los motivos que deben movernos, no lo vamos a encontrar en la codicia desmedida de aquellos que ocultan sus fortunas en los paraísos fiscales, eso parece que está bastante claro. Cuando las mejores mentes de nuestra generación se ven ridiculizadas por economistas liberales que parecen tener muy claro el desastre de no obedecer a los mercados, y si entonces, en lugar de rebelarnos contra cualquier amenaza que ponga en cuestión la soberanía popular, damos por buena esa situación, en ese caso, estaremos perdidos. Lo repetiré cuantas veces sea necesario, los que dicen que no hay alternativa al capitalismo buscan hacernos perder toda esperanza y usarnos como fuerza bruta en sus aventuras; hay alternativa y se trata de regular los excesos. El propósito de los programas sociales de las organizaciones de barrio y de organizaciones no gubernamentales, de comedores religiosos o sociales, la asistencia a refugiados, las organizaciones contra los desahucios, los partidos políticos de izquierda que se suman en sus comunidades a abrir comedores escolares, etc. de todos ellos, es cubrir con voluntad de hierro los espacios que los gobiernos liberales desatienden, con el fin declarado de crear un nivel de necesidad que convierta al trabajador mal pagado en un privilegiado. Seguramente, como hemos podido ver en esta crisis, desde el 2007 se han reeditado las medidas de recortes iniciada por Margaret Tatcher en Inglaterra, y que tan bien ha descrito Owen Jones en su libro, “Chavs”. Los liberales creen que podrán tener mano de obra a cualquier precio vaciando los bolsillos a las clases populares mediante recortes, 13


multas, subida del precio de la electricidad, el IVA, las tasas escolares y universitarias, suspendiendo las ayudas a los libros de texto, cerrando los comedores escolares aún en los meses de más necesidad, el transporte, apoyando la bajada de salarios, vaciando la hucha de las pensiones y desligando la subida de las pensiones del IPC, leyes que facilitan y abaratan el despido etc. Todo esto unido a la subida descontrolada del paro, crea un perfil en el trabajador desprotegido y con miedo a perder el trabajo, que le hará aceptar cualquier tipo de trabajo, por peligroso o humillante que sea. Tampoco podemos pensar que se trata de un desafortunado choque de casualidades, una mente analítica no cree, generalmente, en tantas casualidades juntas. Se trata pues de una ofensiva perfectamente estudiada y ejecutada para crear el estado de necesidad del que nos hablan Marcuse y Habermas, y que lleva a los holdings a producir mejor y sin protestas sindicales, a llenar sus arcas y neutralizar la negociación colectiva, pero sobre todo, a sentirse más poderosos que nunca. Este uso interesado de la democracia por parte de corporaciones anónimas necesita de ciudadanos informados y politizados dispuestos a reivindicar sus derechos, pero también a establecer las necesidades que deben ser atendidas por el Estado. Según esto, construir país, se trata de identificar las necesidades hasta que todos tengamos claro de lo que se trata, y en tal punto, identificar y rechazar cualquier corriente política que intente frenar esta construcción, o dicho de otra manera, apartar a los políticos que en elecciones dicen estar a favor, y una vez alcanzado el poder desmontan el “Estado del bienestar”. La conexión entre la necesidad en la que desean ponernos los políticos liberales y los desahucios a los que los bancos someten a los ciudadanos sin ayudas, define claramente la realidad del desencuentro de las leyes burguesas y la ciudadanía. Así debe ser, no podemos aceptar implícitamente que que porque la leyes lo nieguen, la vivienda no sea una necesidad primaria -posiblemente de las más importantes, porque una familia sin trabajo puede sobrevivir gracias a otras ayudas no gubernamentales, sin casa no-. El valor de esta consideración se impone necesariamente con el drama de tantas familias sometidas a la burbuja inmobiliaria, a la crisis y a quedarse sin trabajo por un ERE que se justifica por la reforma laboral del PP. Según esto, no debemos esperar que el cuerpo político que nos ha tocado como una herencia, burgueses hijos de burgueses y parientes de otros colocados en los consejos de administración de grandes empresas, estén dispuestos a reconocer que la vivienda en uno de sus aspectos debe dejar de ser un negocio. No hay nada en contra de poner impuestos elevados a las viviendas de lujo, a las segundas viviendas, a las viviendas vacacionales o barrios residenciales de nivel alto, pero reconocer las viviendas para trabajadores y desempleados como un producto de primera necesidad nos ayudaría a comprender que el mundo funciona porque en cada momento se ha tomado una decisión que ha permitido a las clases populares sobrevivir a pesar de las crisis del capitalismo burgués y liberal. La opacidad de los paraísos fiscales y su finalidad de ayudar a evadir impuestos, los rescates a entidades bancarias, las amnistías fiscales a evasores, la financiación ilegal de los partidos políticos en el poder, que venden obra pública y otros favores al mejor postor,vender vivienda pública a fondos buitres, privatizar servicios de primera necesidad y al salir de la política pasar a cobrar en el consejo de administración de una de esas empresas, cuestionar la soberanía popular por la dimensión de la deuda, todo ello contiene la discusión acerca de la necesidad de regular y contener a los que creen que el despido libre no conduce a la indignidad. Tenemos que llegar a la conclusión de que no podemos cambiar nuestras necesidades, o al menos las necesidades de la clase obrera, sólo porque en un principio nos hallamos considerado capaces de competir con cualquiera. En el actual entorno de crisis, una gran mayoría asume que debemos dejarnos persuadir por el efecto reivindicativo de la masa, por la protesta que aspira ha soluciones revolucionarias, y olvidar para siempre nuestras aspiraciones y parece que así debe ser. Mientras continuamos con la discusión acerca de la falta de conciencia de los que se desentienden de su poder reivindicativo, debemos empezar a analizar por qué sucede y quienes son. ¿Acaso aspirar a tener una familia nos convierte también en competitivos aspirantes a burgueses? En todo caso, muchos parecen desear una revolución, pero no nos ponemos de acuerdo en qué revolución. La 14


violencia ya no parece seducir a las mayorías por desesperadas que estén, y por el contrario desde el cansado sillón en el que se miran las manifestaciones en el telediario después de una dura jornada de trabajo, tampoco parece que se pueda llegar muy lejos. No se puede hacer una revolución a la carta, o a la medida de cada uno, eso está claro, pero todos quieren cambiar algo definitivo, y es que el poder político se ha propuesto perpetuar una clase dirigente que prepara a sus hijos en exclusivos y selectos colegios sólo al alcance de las grandes fortunas, y aún así nos encontramos con que las clases trabajadoras tienen sus propios dirigentes y la mayoría con el costo de la dedicación y el esfuerzo que les supone llegar hasta dar lo mejor de sí mismos, mucho mejor preparados que los burgueses. Pero lo que mejor define a los líderes obreros, es que son conscientes de la realidad que los rodea, de las necesidades y carencias del mundo real -y eso está muy lejos de los colegios caros y de los consejos de administración en la que los liberales forman a sus cuadros-. Una de esas necesidades que los líderes de los trabajadores conocen bien debido a los desahucios, es la creciente demanda del derecho a la vivienda, y esa demanda es lo que al fin, en un mundo en crisis y con medias jornadas como trabajo de futuro, lo único que podrá ofrecer a nuestros jóvenes la posibilidad de tener una vida independiente algún día. Todos queremos lo mejor para nuestros hijos, y eso nos hará competir hasta la muerte y renegar de nuestra clase si es necesario. Pero mandar a nuestros hijos a colegios de pago, nunca nos convertirá en burgueses. No somos clase media por tener un trabajo, la idea de la clase media es lo que mantiene en pie la otra idea liberal, cuando en realidad todos somos trabajadores y cuanto antes lo asumamos, antes reconoceremos nuestras necesidades de clase, que son necesidades primarias pero que no impiden que los burgueses gasten su dinero en yates de lujo, chalets en zonas residenciales de alto nivel, o coches de alta gama. La ostentación es una forma de humillación, pero a nadie le importará que halla más burgueses de los que necesitamos si los trabajadores tienen sus necesidades cubiertas y sus vidas y sus familias en condiciones de seguridad. Por su parte los poderosos creen que hay más trabajadores de los que necesitan, y a ellos si les importa porque eso abarata el precio de la hora trabajada y también la indemnización por despido. Al final todo se reduce los intereses del negocio, y la fuerza de trabajo tiene un precio y por lo tanto forma parte del beneficio de las empresas. Es romántico pensar que los políticos más honrados puedan pensar que las empresas en algún momento puedan aspirar a construir un mundo más justo e igual, y alinearse al lado de otras fuerzas sociales que aspiran a lo mismo. Pero nada más lejos de la realidad, los holdings aspiran a ser, de alguna forma, imperios y tener la libertad de crear sus propias leyes e instan al poder político a concederles ese derecho. Bajo mi punto de vista es una aspiración inútil; las empresas estarán siempre sometidas a las leyes del país en el que se instalen o de lo contrario tendrán que irse, tal y como sucedió con el Millonario Sheldon Adelson y sus pretensiones de montar el “eurovegas” en Madrid.

5 Asalto A Las Emociones Del Poder Consideremos una vez la necesidad de ciudadanos informados y politizados, dispuestos a luchar por sus derechos y por una sociedad más justa. La elección es nuestra, capaces de denunciar las desigualdades y rebelarnos contra la censura. Superar todo lo corrupto del capitalismo liberal y ser capaces de crear las leyes que defiendan efectivamente las arcas públicas, y por añadidura, todos los 15


servicios sociales que de ellas dependen, sólo lo conseguiremos conscientes de que en su afán por privatizar nos devuelven al modelo de necesidad que ellos consideran el motor del empleo basura. El propósito de los poderosos al poner lo público en manos de políticos que no creen en defender la educación, la sanidad y las pensiones, es precisamente destruir todo lo que de virtud desde siempre tuvo las aspiración política, y que hoy queda reducido a políticos profesionales, a los que aspiran enriquecerse manejando parcelas de poder o a los que están en política como una forma de trampolín para encontrar en buen puesto en una gran empresa una vez que dejen sus cargos. Aquellos políticos que estaban en política porque creían en construir un mundo mejor, en ayudar a la gente, en poner los mimbres para que los ciudadanos pudieran hacer crecer sus ciudades para que fueran acogedoras y habitables, eso políticos no son los que gobiernan la Europa neoliberal apoyados en los socialistas que ya ni son socialistas ni nada parecido. Los alcaldes de las grandes ciudades han convertidos los ayuntamientos en espacios para el encuentro con empresarios, han olvidado la utopía y desean convertir sus oficinas en espacios para el negocio. Asistimos al vergonzoso comportamiento de esos regidores que ofrecen cualquier cosa a las multinacionales para que se establezcan en sus ciudades; si pudieran retirarían a los sindicatos de esas empresas, les darían libertad para esconder sus cuentas, no les cobrarían impuestos, hasta les construirían jardines en los alrededores, entrando en una cadena de favores recíprocos que nada tienen que ver con la igualdad. Es repulsivo ver a algunos de esos políticos en campaña electoral jugando con las emociones de los ciudadanos, prometiendo lo que no cumplirán y exhibiendo proyectos que dicen que han sido realizados por arquitectos a la moda -proyectos que nunca saldrán de los planos pero que generarán facturas millonarias-. Todo lo que sucede en política tiene una fuerte carga emocional, y todas sus promesas son cuestionables, difíciles de cumplir o indefinidamente aplazadas. Pero si al menos esas promesas nos indicaran una dirección, una sincera pretensión de transitar los deseos de los votantes, tal vez no sería del todo un tiempo perdido. Nada parecido, en los últimos tiempos hemos asistido al lamentable espectáculo de gente poco honrada que hace todo lo contrario de lo que habían prometido. Ni son una buena compañía en el estímulo que necesitamos desde nuestros gobernantes, ni lo serían si se atrevieran a compartir una vida de ciudadano de a pie al lado de tantos otros. Por el contrario, su interés desmedido por acumular poder y riqueza, deja a un lado la humildad necesaria que necesitan aquellos que se dedican a defender los intereses de los que inocentemente les han creído y votado. Cuando nos expresamos con emociones somos capaces de los más elevados sentimientos y de partir en su busca. La representación de nuestros dolores, de nuestras aspiraciones como ente solidaria y la recompensa de obtener al fin justicia, nos hace sentir fuertes y estimar que lo conseguido si se ha tratado de desmontar tramas mafiosas, ha valido la pena. La elección de rechazar a los que nos manipulan con sus reiteradas corruptelas a cambio de nuestras propias emociones, tendrá también que dejar a un lado a muchos que creen que siendo serviles al poder conseguirán sus favores. La primera regla del político inteligente debería ser no prometer lo que no va a cumplir, o como mínimo, lo que no tiene pensado cumplir, pero no es así.

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