La áspera fijación del firmamento

Page 1

La ร spera Fijaciรณn del Firmamento

1


El profesor de la autoescuela que le tocó a Fallupe era un tipo excéntrico y poco dado a cruzar diferencias con otros acerca de hechos contrastados en los que podían existir, sin embargo, diferentes opiniones sobre causas y consecuencias. Gracias a esta forma de ser, y la influencia del profesor, Fallupe aprendió la teoría necesaria para más adelante presentarse al examen, pero sobre todo aprendió a no dejarse llevar por los prejuicios; y eso fue mucho más de lo que alguna gente es capaz de aprender en toda su vida. El profesor Aquilin acababa de cambiar de piso y ya hacía dos años que se había divorciado, pero aún no terminaba de saber cual iba a ser su vivienda definitiva. A sus hijos, ya mayores y trabajando, apenas los veía. Era uno de los profesores más antiguos de la academia y se acercaba sin pausa a los sesenta años. En aquellos tiempos los divorcios no eran tan comunes y mucho menos los profesores divorciados con un aspecto poco aseado y sin apenas cambiar la ropa que se ponía cada día. Tal vez no había sido siempre así, pero lo cierto es que podía pasar un mes sin cambiar los pantalones, lo que hacía por otro mes con un modelo muy parecido, para volver a poner los mismos al término. Su aspecto era en verdad sobresaliente y le apasionaba desordenar el pelo y su barba como si se tratara de un desequilibrado, se lo frotaba en el lavabo y delante de todos -a veces en la clase pasaba un raro frotándose el pelo en el reflejo de una ventana-, como si le picara de forma incontenible la cabeza. A última hora del día, parecía importarle de nuevo salir a la calle con aquel aspecto, y entonces volvía al lavabo y se mojaba la cabeza hasta el punto de pegar toda aquella brava cabellera a la piel de la cabeza. El agua le corría por la garganta y le mojaba el cuello de la camisa, y eso aún era peor, que aquel otro en el que parecía imitar a un obsesivo físico nuclear o al payaso Tonetti (héroe de su infancia). No sé si alguna vez habrán observado que algunos hombres -los feriantes lo hacen mucho porque pasan días sin poder darse un baño y durmiendo en la parte de atrás de las atracciones de feria- que se mojan el pelo de tal manera, que la cabeza va acumulando grasa y suciedad y parece gomina, o fijador de brillantina, pero no lo es. Pues, ese tipo de pelo con ganchos de incipiente melena sobre los hombros, era el que lucía el profesor cuando se lo mojaba. Un día, unos días antes de presentarse a su examen, Fallupe estaba hablando con un tipo al que había conocido allí mismo, y observó sin reparos que aquel profesor que para él tenía cierta gracia, a otros no les había caído nada bien. No hacía falta ser muy sagaz para entender que las críticas a su aspecto escondían la exigencia de no salirse del guión, de seguir la corriente al mundo establecido o dicho de otra forma, de que todo el mundo escribiera dentro de los renglones que se proponían para su uso. Por casualidad, otro tipo oyó aquella conversación y se acercó interesado para dar su opinión, “le gusta llamar la atención”, dijo. Y con una voz de superioridad e instinto corrector, afirmaban con toda la mala intención de la que eran capaces, que el profesor Aquilín o era un excéntrico o un idiota. Fallupe intentó “sacarle hierro” al asunto afirmando que a él no le parecía muy consciente de la imagen que proyectaba. -¿Lo dices porque conoces a más gente así? Porque no hay muchos de estos -preguntó uno de ellos. -Nada de eso, es sólo que me parece inofensivo y tendrá su forma de ver las cosas -respondió mientras se daba cuenta de la extrañeza que causaba su punto de vista en los otros. -Pues verás querido amigo -aquel “amigo” no sonó nada bien-, he conocido algún otro tipo de estos y se creen que pueden llegar a los sitios provocando, incitando a otros a romper las reglas y riéndose de los que intentan llevar una vida más o menos normal. Además de su aspecto extravagante y su mirada inexpresiva, los brazos caían a ambos lados de su cuerpo con desgana, Aquilín pasaba cada una de sus clases mostrando una incontrolada tos nerviosa que no era viral pero lo parecía. Digo que no era viral porque todos lo creían una reacción nerviosa, no había tenido solución médica y su salud, colesterol aparte, parecía de hierro. Los alumnos no comprendían que establecía un seguimiento de las clases que no tenía nada de espontáneo, que era 2


el resultado de muchos años de un pesimismo visceral que lo había convertido en una máquina de repetir chistes malos, algunos, sólo él los entendía. Su indiferencia con las preguntas y las respuestas, la apatía frente a los errores y la desgraciada finalidad de sacarse de encima a los alumnos más torpes con un alto porcentaje de aprobados, nadie sabía si era un buen resultado de su gestión o de su pereza. Había profesores más exigentes, nerviosos, capaces de buscar las debilidades de sus alumnos, que no sacaban ni la mitad de buenos resultados que él -los buenos resultados de los profesores se estimaba en los buenos resultados de los alumnos y licencias obtenidas, claro está-. La hija del profesor Aquilín se sintió ofendida en una rara ocasión que pasó a visitar a su padre por la autoescuela y asistió a una de aquellas conversaciones que criticaban al profesor y no llevaban a ninguna parte. El atrevimiento de los alumnos era grande y ninguno sabía que aquella hermosa muchacha podía ser su hija. El mismo Fallupe desconocía ese extremo, lo que no fue un impedimento para hablar con ella. Se sabía más razonable y simpático que los otros y había notado la cara de desagrado de la muchacha al oír que criticaban a Aquilín. Fue cauto al presentarse y aclarar que para matricularse debería presentarse en recepción y que la secretaria la atendería. Sabía que algunos alumnos se desanimaban antes de empezar y que otros habían abandonado con tal o cual excusa, pero Fallupe parecía entrenado en dar consejos que pudieran animar, sobre todo, a las chicas que le gustaban. Ser amable no le resultaba complicado y, desde luego, cuando las chicas vestían con ropa muy ceñida tal y como Cessy Igrunne solía hacer, todavía le resultaba más fácil. Con cierta alarma, que no exteriorizó, Fallupe recordó que no había preparado su clase de aquel día, y que lo iba a pasar mal si el profesor le hacía preguntas para que todos pudieran comprobar lo que sabía. -Dentro de un momento tendré que entrar para mi clase -dijo Fallupe con una sonrisa tan entregada, impostada y falsa que no parecía propia de él. Enseguida se dio cuenta y la borró de su cara rascándose la frente para ocultar la cara con la mano. -Creo que seré capaz de arreglármelas -respondió Cessy En realidad, ya había estado allí otras veces y no se sentía tan desorientada como él había pretendido. Le hubiese gustado tener un poco más de tiempo para mostrar todo lo servicial que se podía volver con una chica guapa. Su expresión empezaba a lamentar tener que abandonar aquella escena porque ella no parecía tener prisa y contestaba a sus preguntas ofreciendo una confianza que él no merecía. El resto de los alumnos habían entrado ya, y le ofreció su mano diciendo, “tal vez nos veamos en otra ocasión”. Cuando ella le dio su mano, él entonces hizo algo impropio que le molestó a la muchacha, se inclinó y besó su mano como si estuvieran en el siglo diecisiete y ella fuese una reina, lo que en nuestros tiempos quería decir, te besaría todo el resto si pudiera. Cessy retiró su mano sin apenas esperar que él la soltara y pensando que ese día estaba destinada a encontrarse con gente muy rara. -Vale, hasta otro momento. Tengo que irme -dijo de forma entrecortada y desapareció detrás de la puerta de su clase. ¿Quién es ahora el raro egocéntrico?, se decía mientras se sentaba en su silla de formica y sacaba una libreta de apuntes. Denís, el hermano mayor de Cessy Igrunne, fue el primer amigo que Fallupe hizo en la escuela de teatro y el que más le duró. Le aconsejó la autoescuela en la que daba clases su padre, pero lo cierto era que podría haberle aconsejado otra cualquiera porque no tenía demasiada fe en que eso le fuera a ayudar. De hecho, el padre de Denís nunca llegó a saber que aquel alumno de ojos pequeños y poco pelo, era amigo de su hijo. Denís fue uno de los actores que interpretó una de sus comedias, lo que también señaló un antes y un después en su relación. Ya no sólo eran amigos, además parecían embarcados conjuntamente en hacer comedias, Fallupe las escribía y Denís le daba consejos y las interpretaba. En aquel entonces, Denís era un joven insolente, pagado de sí mismo y convencido de su talento. Era uno de los jóvenes que había subido a recibir un premio en la entrega de alumnos aventajados en el fin de curso y esa imagen había sido recogida por la televisión por lo que su imagen era reconocida más allá del colegio. Era un apasionado de los discursos y los llevaba muy 3


preparados, así que aquel día Fallupe lo tuvo que soportar quince minutos dando todo tipo de agradecimientos y explicando que la carrera de actor le estaba costando más de lo que había esperado pero que lo asumía porque lo fácil lo abandonaba con rapidez. Fallupe se preguntaba si aquello podía interesar a alguien, pero a continuación salieron las animadoras del equipo de rugby y todo se volvió bastante más ligero. Por supuesto, en ese momento especial para la vida de su hermano, Cessy Igrunne estaba allí, pero no fue evidente hasta más tarde, cuando Denís se liberó de las obligaciones de su galardón y lo vio hablando con ella, que Fallupe supo que eran hermanos, y por lo tanto, ella también hija del profesor Aquilín. Lo reconoció al momento, como el chico con el que había hablado en la autoescuela y él se presentó sin esperar a que Denís lo hiciera. Ninguno de ellos pensaba que todo estuviera tan claro que no necesitara alguna explicación más allá de las suposiciones, no obstante, la aspiración reciente de conocerse parecía recíproca y dejaba a Denís en la posición del testigo molesto de su recreación de moderna amistad. Esa fue la segunda vez que la vio. No muy lejos de allí, unas calles más abajo, estaba el teatro que pertenecía al colegio y era parte de las prácticas obligatorias de cada curso, donde algunos grupos del colegio organizaban sus actividades y representaban sus obras de forma gratuita los fines de semana, lo que era una buena oportunidad de cubrir su ocio para las señoras del barrio a las que no les gustaba el fútbol. En la organización y distribución del tiempo para ensayos, el grupo de Fallupe y Denís se había llevado la mejor parte, porque tenía unos horarios de media tarde realmente asequibles para todos los otros miembros del grupo. Cessy quiso acudir a uno de los ensayos, porque, hacía unos años, se había matriculado en uno de los apartados de tramoyista, y no sólo era capaz de construir un escenario y mover cada una de sus parte, sino que también era una artista decorándolos, vistiendo y maquillando actores. Esta circunstancia explica la torpeza de Fallupe al proponer que esperar al estreno sería mejor porque deseaba causarle una buena impresión y aquella fecha no estaba muy lejana. Así desapareció la posibilidad, al menos en aquel instante, de ser ayudados por tan dedicada estudiante de artes. Fallupe no hubiese dudado de su talento si la hubiese visto trabajar pero estaba más ocupado en la idea de impresionarla con la obra ya terminada. Fallupe no gozaba de demasiadas simpatías en la escuela de teatro, se había dedicado durante todo un curso, a criticar a su tutor y a los alumnos que iban a su apartamento cuando organizaba alguna velada poética de fin de semana. Había hecho todo lo posible porque aquellos encuentros trascendieran del ámbito privado y que llegaran a los oídos del director. Pero nada podía ser más infructuoso que una crítica cuando no se vulnera ninguna norma de la escuela, aunque pareciera que rozaba lo inmoral. Como el tutor había comprendido la hostilidad de sus comentarios -y la forma de hacerlos, dejando siempre a la imaginación de cada cual los peores instintos de un hombre soltero que buscaba la compañía de los alumnos y alumnas más jóvenes-, hizo por su parte, todo lo posible por arruinar sus estudios, él mismo le puso las notas más bajas que jamás exhibido en uno de sus alumnos, e influyó en otros profesores para que hicieran lo mismo. El tutor y otros tres profesores acudieron a una réplica de la obra que representaban porque fueron avisados de su contenido político y ofensivo para la moral religiosa de la ciudad. A Cessy que había acudido al estreno le pareció estupenda y estaba presente cuando uno de aquellos hombres le entregó una citación para reunirse con el director y el tutor de su curso con una fecha ineludible, si deseaba mantener su relación con el centro. Había una persona más en la oficina del director además de tutor, se trataba de una profesora que estaría como testigo de cuanto allí se dijera pero apenas iba a abrir la boca. Expusieron sin tapujos la politización de sus obras y que después de aquella conversación deberían decidir si le prohibían el uso del teatro para aquellos fines. No era la primera vez que algo semejante sucedía, y en las ocasiones anteriores había concluido con la expulsión del teatro o la censura de la sobras. Se había preparado la reunión concienzudamente por parte de la escuela, los tres profesores involucrados habían discutido previamente la escena de la muerte de Jesús mientras era insultado por los judíos, y los tres habían encontrado motivos para la suspensión de la obra. 4


Fallupe lo explicó lo mejor que pudo, sosteniendo que no era raro pensar que así había sido, aunque los textos religiosos hubiesen obviado esa parte. Además, añadió que aquello humanizaba la figura del profeta y que acrecentaba la simpatía del “público” hacia su figura. Le expusieron que quedaba claro en la escena en la que bajaba de la cruz para discutir con Trotski sobre los problemas de Unión Soviética, era una invitación al aplauso gratuito del sindicato de estudiantes y que eso les parecía un truco intolerable en un creador. No quiso hacer ninguna observación a tan trillado discurso porque seguir por allí sólo iba a complicar las cosas. Estaba claro que los tres miembros del equipo de gobierno del colegio, habían tomado una decisión de antemano y llevaba las de perder. Nadie montaba tanto lío para dejarlo en una amenaza, de eso estaba seguro. Pero no se iba a arrugar por aquel interrogatorio y exhibición de cinismo, se mantuvo dispuesto a escucharlos en su resolución: o censuraba la escena de la crucifixión y el diálogo entre Jesús y Trotski, o les impedirían seguir representando en el teatro del colegio. ¿Qué había hecho Trotski para parecer tan inoportuno? Se negó a censurar la obra y tuvieron que buscar otro lugar para representarla, lo que fue todo un éxito. Al salir de la reunión, Cessy Igrunne lo esperaba en el patio, bajo un árbol de sombra ampulosa. Le contó lo que acababa de suceder y le dio la mala noticia. Mientras eso sucedía, el director y los tutores salían del edificio y Cessy tuvo un ataque de indignación difícil de entender. Apenas llevaban un mes saliendo pero parecía sentirse en la obligación de defenderlo como si se tratara de su hermano pequeño. Había visto como se enojaba y la cara se le llenaba de furia, como le subía una fiebre violenta a los ojos y creyó que incluso podía oírla bufar como un toro herido. Apenas pudo acabar su relato, ni fue capaz de detenerla cuando salió dispara en dirección a la escalera y encaró a los profesores. “Oiga tutor, usted y yo nos conocemos bien de oro tiempo, ¿se acuerda mí?”, el tutor intentó conservar la serenidad se detuvo para mirarla. “El mal del teatro es tenerlo a usted de censor. ¿Acaso no conoce a cada uno de sus alumnos? ¿No han trabajado bien? ¿No han luchado por conseguir un aprobado que usted regateaba a aquellos, por no seguir sus consignas políticas? El tutor era un maduro presumido que vestía de sport como si en cada momento acabara de llegar de un partido de tenis. El desafío de Cessy fue interpretado como un intolerable desagravio, pero también, como una falta de respeto a la institución académica y de la observancia de las más elementales normas de educación. Se trataba de gente que utilizaba las normas como una defensa de sus intereses y en aquel momento lo que menos les interesaba era que se airearan sus conflictos. Fallupe intentó tranquilizarla y le habló con resignación, suavemente haciéndole ver lo inútil de la protesta en aquellos términos. “Así no conseguiremos nada”, dijo él, y Cessy como si se hubiese sentido empujada, volvió a la carga en busca de los derechos que consideraba, no perdidos, sino hurtados. “Ustedes son gente sin principios ni dignidad. No se trata del grupo de teatro ni de Fallupe, al que consideran culpable del resto, se trata de ustedes y de su raquítico fanatismo. ¿Creen que nada se puede salir de su concepto anciano del arte? Pues verán que se equivocan.” El tutor le respondió aludiendo a las formas que debía guardar la institución y al respeto debido por casi cien años de servicio a la sociedad. “Creo que sí, que la recuerdo señorita. Usted dejó sus estudios con la excusa de haber sido mal evaluada. Espero que haya terminado su carrera en otra parte”. Eso fue todo, se alejaron mientras ella los insultaba entre dientes. Ese tipo de cosas sucedían cada día en todos los colegios del Estado, había obras que eran censuradas por el poder político y actores y escritores acusados de delitos contra la moral. Dedicarse a entorpecer el trabajo de la libertad artística se estaba convirtiendo en un entretenimiento para las más rancias instituciones. Por supuesto que entonces a Fallupe le importaba más su avance en la relación con Cessy que el teatro. No podía de dejar de pensar en sus posibilidades e imaginar cómo sería su vida en todo lo que tuviera que ver con ella desde entonces. Como parecía tener una prisa incapaz de controlar, la presionaba para tener relaciones más serías, algo mas que los tocamientos en el coche y las escapadas en los parques solitarios. Intentaban besarse y tocarse sin la satisfacción deseada, nunca terminando de apartar abrigos y reprimidos por presencias inesperadas. Las chicas parecían acostumbrarse mejor a eso y lo sobrellevaban con normalidad, pero no lo era. Después de que el 5


padre de Cessy le enseñara todo lo que tenía que saber sobre conducción, compró un coche utilitario de segunda mano que pagaba con la ayuda de sus padres; era tan pequeño que para sacar el freno de mano, si en el asiento del copiloto iba una persona ancha de cadera, debía pedirle que se arrimara para sacar el freno de mano. Cualquiera que tuviera algo de dinero para un pequeño utilitario podía empezar a ejercitarse en posturas imposibles en su interior y como les permitía ir a sitios retirados, pasar la tarde deambulando por los campos entre ovejas y cabras para darse unos besos. Cessy le dijo que si quería pasar al siguiente nivel en cuanto a sexo, debía sentirse comprometida y para eso Fallupe debería hablar con su padre y decirle que estaban saliendo y cuales eran sus intenciones. Él estuvo de acuerdo. El profesor Aquilín no era buen pescador pero esa era su afición más querida y si por algo se caracterizaba, era en su obstinación al devolver el anzuelo al agua, aunque pasaran horas sin sentir ni una vez que el sedal se tensara. Era un hombre alto y eso proyectaba su sombra sobre el agua como si prevenir a los peces de su presencia formara parte del juego. Nadie había sabido durante años avisarle de que debía tenerlo en cuenta; naturalmente que era muy posible que, en el caso de que cambiara de orilla, tampoco pescara gran cosa. Fallupe quedó con él para ir a pescar y lo recogió en su coche diminuto recién comprado. Tuvieron problemas para acomodar las cañas en el asiento de atrás sin desmontarlas, porque en el maletero fue imposible encontrar una forma de meterlas. Fallupe no había pensado en ello pero consiguieron su objetivo y, en ningún momento, el muchacho perdió la confianza en su ingenio para que aquella excursión pudiera tener lugar. En sus salidas de infancia como pescador de rio, Fallupe tampoco había demostrado una gran pericia, en eso, al menos, ya tenían algo en común. En una ocasión en que llevara unos peces para casa, su madre se había negado a prepararlos a menos que él se los comiera porque todos habían puesto mala cara y nadie parecía dispuesto a probarlos. Sus amigos en aquellas ocasiones, se llevaban su parte del pescado y no hubiesen entendido que él renunciara a los suyos, así que los guardaba y los arrojaba a un contenedor de basura antes de llegar a casa. Como su interés era congraciarse con el padre de Cessy y no tanto la pesca, cogió una caña pequeña dispuesto a pescar nada, y, en todo caso, ceder los honores y el éxito al profesor, pero pronto comprobó que la postura que debía poner para llegar con aquella caña hasta el agua era poco natural, tenía que estirarse y le resultaría muy incómodo mantenerse allí durante mucho tiempo. Sin embargo, Fallupe había notado una positividad en Aquilín que no conocía, y el profesor se había pasado todo el camino hacia el río, alabando su prudencia al conducir. “No es porque yo haya sido tu profesor”, le dijo, pero lo haces muy bien. Desde el principio quedó claro que ninguno de los dos eran buenos pescadores, pero el caso del profesor era digno de estudio, después de años explotando aquella afición, aún no era capaz de hacer un lanzamiento que pusiera el anzuelo cerca de donde lo quería. A veces le salía uno bueno y se hacía una fiesta a sí mismo, lo celebraba y se reía sin preocuparle que los peces también lo pudieran escuchar. No lo hacía por demostrar que podía controlar su habitual falta de pericia, sino que aquello le daba la posibilidad, por primera vez en la mañana de pescar algo en aquel lugar donde el agua era transparente y se podían ver los peces sólo con asomarse. En las competiciones en las que había participado había sido expulsado precisamente por ser tan ruidoso, por acercarse a los peces entrando en el río y pretender golpear el agua con su caña cada vez que el anzuelo salía limpio y sin peces. Había cambiado de caña en varias ocasiones y pretendía culpar a sus herramientas de sus propios errores, pero lo cierto es que no había en el mundo una caña adecuada para él, a menos que se tratara de una caña mágica o santificada con algún tipo de superstición. Por eso, tras empezar a sentirse contrariado por llevar media mañana lanzando y recogiendo si sacar un sólo pez, empezó a cambiar de actitud y se llenó de resignación, la excitación primera dio lugar a la reflexión, se rascó la cabeza, se sacó y se puso su gorra para el sol unas cuantas veces y al fin, decidió salir del agua para tomar una cerveza de la nevera portátil que había dejado en el coche. “Es un día especialmente malo”, dijo. “Los días de sol en invierno ayudan a los peces a mirar lo que pasa fuera. Tienen muy buena vista, al contrario de lo que la gente cree” 6


La pesca nunca había tratado bien al profesor Aquilín, sin embargo, él permanecía fiel a su afición no dejando pasar más de un par de semanas sin acercarse al río. Si el tiempo no ayudaba y no era apropiado para la pesca, daba igual. Había algo de obsesión en ir hasta aquel lugar y pasar por allí el día libre dando vueltas por la orilla, arriba y abajo, parándose a hablar con los labradores de las tierras colindantes y comiéndose los bocadillos que compraba de camino; días de aventura. -Cuida tu sombra, muchacho. Y corrige tu postura, es imposible que puedas permanecer mucho rato sin moverte si no te pones cómodo-, se permitió aconsejar a Fallupe. De modo que Fallupe recogió y cambio de sitio sin dejar de pensar que como pescara algo, el profesor se iba a molestar con él. Después de una horas dejaron de pescar y buscaron una sombra para comer algo y beber unas cervezas. El Mandato de Cessy estaba casi cumplido. No deseaba hablar explícitamente de su relación, pero, en cierto modo, establecer aquella comunicación, era “dar la cara”, que al fin, suponía que era de eso de lo que se trataba. Tampoco creía que a Cessy le importara tanto, después de todo la relación con su padre se reducía a alguna comida ocasional y a las raras visitas que le hacía en la autoescuela. Sin embargo, parecía conectada con él por teléfono y lo mantenía al tanto de todas las novedades. Cessy Igrunne le había comentado a su hermano que confiaba en que su novio pudiera congeniar con Aquilín, tal vez no inmediatamente, pero a su debido tiempo... No daba la impresión de que pudieran entenderse pero se equivocaba. Ella se lo había pedido de una forma y con una contrapartida que él no pudiera rechazar. -Es posible que usted sólo deseara conocerme un poco mejor, pero mi hija me ha adelantado por lo que está usted aquí -le interpeló Aquilín mientras espantaba las moscas que hacían guardia sobre sus hombros mientras buscaban el momento para revolotear sobre sus bocadillos. -¿Conocerlo mejor? Claro, siempre quise conocerlo, es usted una persona muy interesante -respondió Fallupe mientras detenía el bocadillo delante de su boca y lo miraba. Se detuvo y la pausa duró unos segundos que lo hicieron sentirse confuso -. Espero que no crea que he venido sólo por pescar, claro está. En realidad, es cierto lo que ella le haya podido adelantar, y no quiero que se haga una idea equivocada de mis intenciones. -¡Nadie había sido tan decidido hasta ahora! Esto es nuevo -le respondió el profesor en un tono neutro -. De hecho, no he conocido más que a otro candidato, por así llamarle, espero que no se moleste. Creo que usted lleva ventaja, se lo está tomando en serio. -¿Se refiere a que le parezco una persona capaz? Aquilín no respondió. ¿Capaz? Seguro que lo consideraba capaz. El deseo que pudiera sentir el muchacho sobre su hija planeaba sobre aquella conversación, y lo creía capaz de muchas cosas, pero todo el mundo estaba intentando cosas que al final no conseguían. Le daba un poco de vergüenza someterse al papel de padre exigente y crítico con los novios de su hija, porque él nunca había sido así. -¿Te contó Cessy por qué ni ella ni Denís, visitan a su madre? -preguntó Aquilín con un tono de resignación. -No, no la conozco y Cessy nunca habla de ella -respondió Fallupe con un suspiro de cansancio al que el profesor no fue ajeno.

7


2 Marcas en la cara Por supuesto que cuando volvió a ver a Cessy, no había olvidado la pregunta que le abría tantos interrogantes, pero si Cessy no visitaba a su madre, sus motivos tendría. No había tiempo para preguntas, pues en cuanto la vio se abrazaron y se pusieron a besarse frenéticamente, como si no se hubiesen visto en años y como si el tiempo se hubiese detenido en ese instante. Fallupe nunca se había comprometido especialmente, ni siquiera había sido un amante del que sus chicas hubiesen podido presumir abiertamente, sin embargo, parecía haberse tomado a Cessy con una seriedad impropia de él en el pasado, y estaba más que claro que por alguna desconocida razón tenía grandes planes para el futuro en el que los dos estarían muy unidos. Cessy había tenido un novio que se encontraban con frecuencia, y justo en aquel momento previo al instante en que los dos se besarían en medio de la calle, apareció aquel tipo, Vadejean Pesqui. Hasta entonces, Vadejean le había echado miradas amenazadoras y había escupido al suelo con desprecio cuando se veían. En esa ocasión le había empujado en la calle al encontrárselo de frente, al cruzar la calzada los dos, cuando se dirigía a su encuentro con Cessy. Entonces, le había dicho que llevara más cuidado y Fallupe no pareció entender la provocación. Los dos se conocían como rivales, y aquel suceso le dio a entender que el tipo le mandaba un aviso, la chica sólo podía ser para uno, y se apartaba de ella o iba a tener problemas; eso para un montador de pequeñas obras de teatro juveniles no era uno de los desafíos que había esperado de la vida. -Tus propósitos son más grandes que tus capacidades. No vales tanto. Ella es mucho para ti -le dijo en el momento que ella no podía escuchar, con los coches parados a ambos lados de un paso de semáforo que franqueaban. De modo que se dirigió de nuevo a Cessy, no si recibir alguna zancadilla, y la besó delante del otro con toda la pasión que pudo y buscando sacarlo de sus casillas. En aquel punto era un ganador, no había competición posible. Nadie le iba a arrebatar a su chica, llevaba mucho camino andado. Si podía seguir un poco soñando, ya nadie podría separarlos, era casi un miembro de familia, se dijo. También estaba aquello de que Denís apreciaba su trabajo en el grupo de teatro, y ahora ella también estaba para acabar de darle forma a aquel proyecto. En ese sentido las cosas seguían igual de mal desde que les sacaran el local de ensayo y el teatro para poder dar a conocer sus obras. Algunos actores con ínfulas de estrella de cine, creyeron que lo habían estado utilizando para sus propósitos. Si el grupo de teatro no podía ensayar ni estrenar, a ellos no le servía para lucirse como estrellas incipientes. En ese aspecto también se complicó cuando alguno de esos, pretenciosamente motivados, decidió abandonar el proyecto. Temían la inactividad, se desesperaban de no saber si en algún momento sus suerte cambiaría y empezarían de nuevo a trabajar. Pero era un queja corriente que conocían desde mucho tiempo atrás y que en el futuro tendrían que tener en cuenta cuando buscaran el compromiso de un sustituto o un nuevo actor. Y si por milagro, uno de aquellos conocidos actores destacados de la escuela quisiera estar con ellos en lo que pudiera venir, tendrían que dejar claro desde el principio que no necesitaban a su lado a uno de esos oportunistas que los abandonara sin previo aviso, una semana antes de un estreno o algo parecido. No era momento de lamerse las heridas, ni de exhibir su caída en desgracia, ni de compadecerse, nada de eso, era el momento de seguir adelante con lo que quedara del derrumbe. Debemos reconocerle a Fallupe el mérito de escoger las obras de teatro con cierta maestría, además las manipulaba, cambiaba los diálogos y el final, y eso además de sorprender, hacía creer a todos en su talento. Entre los chicos de su promoción, él había destacado sobre el resto llamando la 8


atención en los medios locales de cultura, entre críticos, dueños de salas, periodistas, escritores, músicos, actores, y todo el resto de bohemios que vivían con un ojo en la efervescencia underground de la cultura local. Ellos -me refiero al grupo de teatro, los que siempre estaban, los que iban y los que venían-, se habían ganado una cierta popularidad, porque otros grupos que habían desaparecido les habían cedido algunos buenos actores que compartían sus ideas para ir mejorando. Así funcionaba, uno aprendía algo, o hacía un descubrimiento y se lo llevaba siempre con él para compartirlo. En la Avenida Lházaro, concentradas en tres calles adyacentes se encontraban concentradas todas sus vidas, la autoescuela, el teatro, el colegio de arte, sus pisos y apartamentos, la biblioteca y todos los lugares de ocio en los que se movían. Podían ir de un sitio a otro andando, sin que apenas supusiera un gran esfuerzo o pérdida de tiempo, sin embargo, Fallupe había visto la necesidad inaplazable de tener su coche y lo había conseguido, lo que le vino muy bien, el día que consiguieron un nuevo local de ensayo y pudo cargarlo con todo el decorado, luces y vestuario de la obra que no terminaban de estrenar en las condiciones esperadas. Cada vez que en su entorno llegaba un nuevo vecino, era reconocido por todos porque se trataba de una imagen desacostumbrada en las calles, en la tienda o en la peluquería. Perry Camos, llegó al barrio justo en aquel tiempo en que hacían falta locales de ensayo y el tenía un lugar libre detrás de su tienda de discos, películas de vídeo y cómics de segunda mano. Llevaba siempre unas gafas oscuras que le daban un aspecto algo siniestro, pero estuvo conforme con ceder el local al grupo y confiaron en él, no tenían muchas más opciones y Fallupe dijo que tenía la imagen del negocio comprometidas con sus actuaciones así que no podía ser un mal tipo, y eso se iría viendo con el tiempo. Lo llamaron Perry el disquero desde el principio y se fue granjeando las simpatías de los actores y, sin la menor duda, la simpatía de Fallupe con el que pasaba horas revolviendo en las películas de en VHS que luego le prestaba para ver en casa a cambio de un precio simbólico con el que poder decir que le había cobrado algo por el servicio. Perry era un gran fumador y todo lo que se relata sucedió antes de la prohibición, así que la tienda estaba siempre llena de humo. La combinación underground de todo lo que vendía, los ceniceros llenos de tabaco y la conversación política sólo necesitaban una cosa en la misma calle, un bar para tomar café y cerveza. En la Avenida Lahzaro, cerca del parque de Miarte, algunos grandes fumadores paraban en un pequeño local delante de la iglesia, La casa de Anubis, había allí muchos obreros a la hora de la comida, y la combinación de bohemios, artistas y esforzados trabajadores no parecía la mejor, pero se fue produciendo sin demasiados problemas. En aquel lugar los dirigentes sindicales intentaban apartar a su gente de los músicos y los bebedores de ron, pero sin conseguirlo, todos parecían dispuestos a frecuentarlo y, a última hora de la tarde los trabajadores, albañiles y encofradores desaparecían, y las mesas se llenaban de ceniceros y colillas apuradas hasta el filtro. A esa hora en que bajaba el ruido y el movimiento de cuerpos por el pasillo hasta la puerta y los retretes, acudían los chicos del teatro acompañados de Perry el disquero para hablar, mientras en la tienda quedaba la novia colombiana de Perry. No era nada extraño, ni representaba una falta de interés por el negocio aquel momento de distracción, si tenemos en cuenta que pasaba frente al mostrador unas doce horas al día y nos haremos una idea de como gestionaba su negocio. Perry tenía un perro pequeño de raza dudosa que llevaba a todas partes. No era un perro especialmente educado pero Fallupe le cayó bien, y cada vez que se sentaban en una terraza para tomar un café, se enredaba en sus piernas y terminaba por acostarse sobre sus pies. No era joven, estaba gordo y el pelo le caía a mechones, pero parecía gracioso como se movía entre simpatías y rechazos. Hasta que abrió su tienda, Perry solía dejarlo la mayor parte del día en su apartamento porque no disponía entonces de mucho tiempo para él, por eso para el pequeño animal también fue una suerte que se decidiera a abrir la tienda y que desde entonces lo llevara con él y compartieran cada baldosa de aquel nuevo lugar en el que se desarrollaban sus hábitos, lo que iba desde rascarse, ponerse en la puerta para que le abrieran y salir a orinar, y pasar la tarde durmiendo pegado al cristal del escaparate. Todo aquello le permitía una mayor libertad y la vida de Tuc cambió, lo que lo habría llevado a considerarse un perro con suerte, de haber sido de recapacitar sobre su vida, tal y 9


como lo hacemos los humanos. Por parte de la mujer de Perry, tampoco parecía haber problemas con Tucson, aunque ella sólo le llamara Tuc y compartiera, al menos, pequeños momentos de su cuidado. Para su dueño, cualquiera que le llamara Tuc, tenía que ser de mucha confianza, porque cuando algún cliente le preguntaba por su nombre le decía Tucson, que sonaba más definitivo y que era el que decían al entrar en la tienda al saludar. “¿Qué tal Perry? ¿Cómo va Tucson?”, repetían saludando antes de pedir el catálogo de novedades y los consejos del disquero que se sabía lo que merecía y lo que no merecía gastarse el dinero. Todo marchaba mejor de lo esperado, los chicos de grupo de teatro estaban eufóricos, todos querían pasar más y más tiempo ensayando, cesaron las bajas y otros neófitos, pedían un sitio entre sus filas. A perry le emocionaba que Fallupe le diera esas buenas noticias, que se lo agradeciera y que le dijera que si no fuera por su apoyo nunca podrían haberlo hecho. No era tener el interés de un par de salas por tenerlos en fechas próximas, después de todo empezaban a tener una cierta fama, por así decirlo, se trataba de aquello que habían conseguido entre todos y tenía que ver con un estado de cosas, con una forma de estar y de ser de la compañía y todos los que la rodeaban. Lo que Fallupe no le iba a decir a Perry era que estaba pensando en casarse porque no quería que todos pensaran que al hacerlo necesitaría un trabajo, lo que se dice “estable”, y que eso supondría ir apartándose de todos aquellos con los que al fin había mantenido un vínculo tan fuerte. Había hablado de ello con Cessy y ella lo había escuchado con mucha atención, como si le estuviera descubriendo un mundo de posibilidades en las que no había pensado, ¿sería cierto que la posibilidad del matrimonio lo cambiaba todo? Después de todo era un compromiso superior, aunque, no sabía si superior al resto de cosas que tan en serio se habían tomado hasta entonces. Eran preguntas que no acostumbraban a hacerse, todo resultaba nuevo a ese respecto. Lo que tenía que ver con avanzar en una vida parecida a la de sus progenitores, nada tenía que ver con la vida que habían llevado hasta ese momento. Así pues, las formalidades desprendidas de tal decisión, empezaban a pesar incluso antes de llevarlas a cabo. Había algo de miedo allí y posiblemente por ello, Fallupe vio la necesidad de aquella conversación. Lo que fue realmente una sorpresa de aquellos días se trató de una pequeña representación de fin de semana en la calle. Apenas media hora de diálogos entre actores para promocionar una obra que aún no estaba montada, pero les servía de ensayo y la gente que paseaba les dejaba monedas sobre un abrigo. El director y guionista, Fallupe, aún se estaba recuperando de una noche de sábado en la que sobreviviera a base de café, tras el sueño poco reparador de penas tres horas en sillón, tenía que estar bajo un sol terrible viendo a los actores; esta vez sin correcciones. Una de las actrices se había dejado caer al suelo, iba vestida con una mallas deportivas que la apretaban en todas sus curvas, y pedía clemencia porque la obra iba de un rey que mataba a la mujer de su rival. El “rey malo” levantaba su espada sobre la cabeza de la desafortunada mujer y tiraba de los grilletes que terminaban en sus muñecas. Unos días antes había corregido esa escena, había decidido que no era tan violenta como se esperaba de ella, pero no le parecía que con aquella fuerza dramática hubiesen conseguido el efecto deseado. Se había duchado a toda prisa y tenía el pelo mojado, se puso unas gafas completamente negras y dio por sentado que aquello no duraría más de la media hora que había programado, aunque, también sabía que la gente solía quedarse al final para charlas con los actores, que al fin eran amigos o parientes. A aquella hora, en aquel lugar -una calle peatonal un domingo a las once de la mañana-, no esperaba encontrar a Vadejean y al tutor Mersi, los dos juntos y parados entre las veinte personas que escuchaban y aplaudían cada movimiento de escena. Fallupe los vio, sin embargo, ellos no pudieron verlo a él, que se movió a sus espaldas y permaneció en un segundo lugar intrigado por aquella visita. Luego observó sin cambiar de sitio, que se acercaban a Cessy Igrunne y hablaban con ella con firmeza y moviendo los brazos enérgicamente. Ella trató de devolverles cada pregunta en un tono parecido, nadie podía suponer lo contrario con aquel carácter y naturaleza que llevaba con tanto orgullo. Y mientras se movía para interponerse en la conversación podía escuchar al tutor, “pediremos que la prohibición de la obra”. Sonaba como una cadena arrastrándose por el pavimento, ahogándose en su propia y voz y tosiendo de rabia y 10


desconcierto. Los actores, Perry, Fallupe y todo el resto, hablaban a menudo de la fijación del tutor y confiaban que más pronto que tarde alguien pudiera “ponerlo en su sitio”. Esto era que lo denunciaran por acosador y perdiera el juicio, que los alumnos pidieran cambiar sus clases por trabajos sociales, que la policía lo despertara a media noche porque alguien les llamara diciendo que estaban asaltando su casa, o cosas peores. Le habían cogido manía, no le simpatizaban lo más mínimo y él se lo había ganado a pulso cada vez que presentara una queja en contra de sus trabajos. Ahora, como ya no dependían del colegio, decía que pondría una denuncia en la policía porque el contenido iba en contra de los principios más altos y nobles de la república. -¿Supongo que ha venido hasta aquí para montar bulla? -preguntó Fallupe apoyando su mano en el brazo de Cessy para que le dejara hablar a él. -He hablado con el jefe de policía y está muy impresionado por la falta de honradez que los estudiantes de teatro están mostrando -empezó de nuevo su discurso, esta vez dirigiéndose a él. Fallupe hacía acopio de templanza sin desviar los ojos de él. No podía disimular que le subía la tensión sólo de ver al tutor, pero hacía todo lo posible para poder contestarle sin excitarse. -He procurado no pensar en usted todo este tiempo. ¿Y sabe qué? Se vive mucho mejor lejos de sus clases. Cuando otros alumnos me contaron todo lo que usted hace por arruinar sus trabajos comprendí que allí se pierde el tiempo. -Eso es. No soporta que sus alumnos no cuenten con usted porque tienen una opinión muy pobre de sus consejos -.Añadió Cessy. Eso era lo mínimo que podían decir de aquel ser de ojos pequeños, de andares diminutos, de ropa limpia y planchado impecable. Había pasado un buen rato peinándose aquella mañana, eso saltaba a la vista, pero Fallupe adivinaba que aquel perfume era barato y que sudaba mucho, por lo que podía llegar a resultarle repugnante a algunos de sus alumnos. Se percibía aquel olor acre y pesado a bastante distancia, la suficiente para no poder escapar de él a menos que se cambiara de habitación, lo que en la calle no iba a ser posible. Además, debían esperar a los chicos para ayudarles a recoger. -Es posible que me estés menospreciando, hijo. Te aconsejo que no te lo tomes a broma -se enfrentó a Fallupe, sin que Vadejean, el que parecía su guardaespaldas, dejara de poner aquella cara de “enojado que no entendía nada”. El sol de mediodía empezaba a ser molesto y eso no ayudaba. Si alguien hubiese puesto un termómetro sobre la cabeza del tutor Mersi, hubiese descubierto que estaba a punto de hervir. Incluso en el momento en que los dos intrusos empezaron a moverse y tomar distancia con los actores callejeros, Cessy mantuvo su postura, estaba en tensión, todos sus músculos a punto de estallar, cogiéndose el cuerpo con los brazos como si así pudiera impedir arrojarse contra ellos. No deseaba ocultar el deseo incontenible de ponerse violenta; a pesar de eso, se contuvo. Tanto Vadejean como Mersi la conocían bien de antes y sabían de lo que era capaz si la enfadaban, así que no prolongaron demasiado el encuentro. De un parque cercano llegaba el olor de los árboles a aquella hora de la mañana, soplaba una ligera brisa y la temperatura era suave si no se paraban al sol, lo que parecía ineludible en las circunstancias de atender a la pequeña obra que habían montado, precisamente en aquella esquina sin sombra. Los rodeaban todo tipo de carteles que anunciaban los negocios de la calle peatonal, colegios, zapaterías y joyerías, cafeterías y sex-shops, almacenes de ropa y galerías de arte, todo perfectamente distribuido y cerrado por algún santo local. Y, aunque en medio de la discusión, Cessy y Fallupe apenas se habían visto a la cara, ahora era él el que se volvía hacia ella para pedirle que lo olvidara aludiendo un motivo definitivo para seguir aquel consejo, “son unos idiotas”. Fallupe se resistía a preguntarle a Cessy sobre su madre. No podía imaginar que una madre renunciara al amor de sus hijos por un divorcio, después de todo ya no estaban en los angustiosos tiempos del nacionalcatolicismo y ya cualquiera se divorciaba sin que eso supusiera un trauma. Era posible que ella hubiese intentado conservar la parte del hecho familiar que pudiera, pero era obvio que todo se había torcido hasta un punto difícil de creer. Además, en estos tiempos, en los que ya 11


nadie se compromete de por vida como se hacía antaño soportando todo tipo de torturas en la convivencia, divorciarse a llegado a ser un gran alivio para los que más padecen una unión, que si en un principio fue desea, terminó por tener el significado de una cárcel. “En cualquier momento”, pensaba Fallupe, “ella querrá hablarme de eso y yo estaré aquí para escucharla”. Le bastaba de momento compartir con Cessy sus sueños y sus planes para el futuro. Las chicas, más que nunca necesitan seguridad, necesitan chicos dispuestos a dársela y Fallupe parecía dispuesto para enfrentarse al reto desconocido de cuidar de ella. Aparentemente era el tipo de cosa que pensaban todas las parejas cuando daban aquel paso del compromiso, no podía eludir que había una forma correcta de hacer las cosas y otra muy loca; la época de hacer locuras estaba llegando a su fin. “Debo cambiar. No puedo seguir como hasta ahora. Debo sentar la cabeza y dejar de actuar como un irresponsable”, se repetía. En aquel momento en que empezaron a recoger y abrió la puerta trasera de su renault 4L, toda la atención de Cessy estaba puesta en los actores que desmontaban dos pequeños micrófonos, al tiempo que ayudaba a Fallupe a meter un amplificador en el maletero. Hubo alguna distracción por ambas partes en la operación y el se golpeó una mano, lo que no debió de ser muy agradable a juzgar por su grito y gestos de dolor. La consternación y el sentimiento de culpa por lo ocurrido llevó a Cessy a aparcar el aparato de un empujón y pedirle la mano para poder verla más de cerca. Él obedeció como si se tratara de un niño de no más de seis años. Se inclinó sobre él que se había sentado debajo del portón y le besó la mano. No había marcas y ella se obstinaba en inclinarse de manera que su escote dejaba ver que no llevaba sujetador y adivinar sus pezones en cada movimiento. Nunca sabría cuanto hubo de deliberado en aquella reacción pero, en un segundo, olvidó el dolor de su mano y necesitó dejar de creer en la mujer que necesitaba protección. Creyó que de seguir así, debido a su juventud, tendría una erección no deseada. “Debemos cuidarnos Cessy. Cuidar el uno del otro. Darnos seguridad”, le dijo. Apenas unas horas antes, él le había pedido quedarse a dormir en su habitación en el piso que compartía y ella le había respondido que aún no, pero que ese momento llegaría pronto. Lo que Cessy recordaba de su madre eran las sesiones de cafetería de los domingos por la tarde con sus amigas. Cuando ella decidió abandonarlos para ir a vivir con un hombre que tenía por toda ocupación escribir novelas, Cessy ya empezaba a presumir a salir con chicos y Denís vivía con unos amigos en un piso de estudiantes; aunque, en tales circunstancias no les hubiera afectado demasiado en sus costumbres y nuevas vidas de adultos, lo cierto es que se lo tomaron muy mal. Abandonaron el club de campo al que iban a fiestas de juventud, eso sí lo hicieron sin que tampoco dar demasiadas pruebas de que les importara demasiado y se cambiaron al gimnasio del instituto con todos sus aparatos e uniformes de gimnasia, lo que ocupaba un par de bolsas a cada uno y que intentaron meter sin éxito en las taquillas que les ofrecieron. El traslado tampoco pareció importar demasiado al profesor Aquilín que entró en una desgana que se convirtió en pereza y aún se agravó cuando tuvo que aprender a vivir solo. Aquello no había sido bueno para nadie. La madre se había hecho un “puentes de Madison” pero con diferente final. Cuando Cessy y Denís dejaron finalmente su afición por el deporte y la cambiaron por el teatro, dejaron las taquillas llenas de botas usadas y camisetas sudadas, que finalmente un profesor tiró a la basura porque le resultó imposible encontrarlos para pedirles que las vaciaran. Había que seguir adelante sin mirar atrás y su nueva afición por el mundo bohemio los cautivó de forma tan intensa que hasta las llamadas de teléfono de su madre a las que no contestaban o colgaban al reconocer su voz, pasaron a un segundo plano. Tal vez, aquel giro inesperado en sus vidas los había hecho desdichados durante uno o dos años, pero lo habían enterrado sin compasión. Habían moderado la felicidad de sus recuerdos infantiles. Pero, después de todo, se trataba de su madre, y seguía viviendo en la misma ciudad, no podrían eludir eso indefinidamente aunque, conocían otros chicos que lo habían hecho; otros chicos, que habían decidido tratar a sus padres divorciados como a desconocidos e incluso cambiar de ciudad para no volver a verlos. También debemos añadir que, en esos casos, había problemas de violencia pasional 12


difícil de asumir. Cuando su madre le dijo a Cessy que se iba a vivir con un hombre que no era su padre a un apartamento en el centro, la sorprendió hasta el punto de hacerla creer que bromeaba. Le dijo que no podía entenderlo y que ella no se lo podía explicar. Aquel estado de enamoramiento era algo difícil de encontrar y cuando alguien llegaba a aquel estado -como si se tratara de un nirvana o así lo entendió Cessy-, le volvían la espalda al mundo, les daba igual lo que pensara nadie y daban por bueno cualquier dolor ocasionado a cambio si no quedaba más remedio. Los enamorados no sólo estaban como en una nube y se dedicaban a dar largos paseos en medio de la gente como si no la vieran, sino que consideraban que el amor era mejor que cualquier lotería y empezaban a hacer todo tipo de planes, lo que en el caso de Amaranta, su futura suegra, era como de pronto le hubiesen quitado veinte años de encima. Era muy posible que la queja de Cessy estuviera más que justificada, nadie puede ir dejando por ahí hijos y sale huyendo sin da tiempo a asimilar un choque semejante, o al menos ella lo había sufrido así. Tal vez no había sido la decisión tomada, sino la forma en la que huyera, con una maleta a media noche despidiéndose por teléfono. A nadie le gustan estas cosas, mucho menos favorecen a la imagen que otros se hayan hecho de nosotros de habernos visto en tal accidente de nuestro destino. Pero, la capacidad que tiene alguna gente para saber escoger el momento, es envidiable. Pueden volverse invisibles por el tiempo necesario hasta que encuentran que se dan todos los factores que pueden ayudarlos en dar aquel paso decisivo que tanto anhelaban. Saben argumentar, pero no lo hacen, prefieren actuar con rapidez y sin excusas. Esa ciencia consiste en eludir poner de manifiesto la profundidad del acto y el cambio que va a suponer para al vida de todos, también los inocentes. Tal vez es por esto que nos encontramos con muchos políticos que se dedican con ansia a buscar esa frase de la prensa que tanto les gusta y que digan de ellos que “saben manejar los tiempos”, patético de todo punto. Pero lo realmente chocante del cambio operado en Amaranta después de su divorcio, no tuvo tanto que ver con su familia como con su trabajo y su propia forma de ser. Trabajaba en una pequeña empresa de camioneros y transporte de piedra; aparentemente nada extraño, pero entre sus labores como simple administrativa, alguien decidió que entraba también entregar los despidos a aquellos camioneros de los que la empresa quería prescindir. Y llegó a hacerlo con tal maestría que era capaz de argumentar motivos para convencer a los trabajadores de que aquel, era un despido justo y bien ponderado. En el cambio que en ella se operó y del que nunca sus hijos ni Aquilín tuvieron noticia, fue que se empezó a sentir avergonzada de su trabajo, hasta el punto de pedir que la relevaran de aquella responsabilidad. Su nuevo amante no entendía lo que le pasaba y ella entró en una depresión, que si bien no fue muy profunda, la hizo ir al médico y permanecer en casa incapacitada para el trabajo y medicándose, durante al menos un mes. Cuando Fallupe dejó de quejarse del golpe recibido al cargar en el auto el material de la actuación, condujo lentamente calle abajo mientras Cessy Igrunne lo miraba. No había prisa, y sin la presión de tráfico de un día laborable se permitían disfrutar del paseo haciendo comentarios sobre los paseantes. Y fue en ese instante de distracción cuando Cessy vio a su madre caminando justo delante de ellos, parándose en un escaparate de una zapatería. La había reconocido al acercarse de frente, pero al quedarse allí plantada dándoles la espalda, aún podía verle la cara en el reflejo del escaparate. “Para un momento”, le dijo, “Es ella. Esa es mi madre”. Fallupe la miró con atención pero los coches que lo seguían empezaron a hacer sonar sus claxóns como si les fuera la vida en ello. Apenas fue un segundo y se puso de nuevo en marcha sin esperar un comentario más de Cessy que enmudeció hasta llegar a su destino. Amarante recordaba perfectamente el primer despido, el primer día en su nueva responsabilidad y todas las emociones contradictorias que le había provocado. Tanto si hubiese querido como si no, tuviera que hacerlo, ese era su nuevo trabajo y no podía negarse. Entonces -nunca lo había hecho-, cabría precisar que el motivo del abandono de su predecesora había sido una grave enfermedad. Para nadie pasó desapercibido que su último despido bebía más de la cuenta y que todos pensaron que sin trabajo se moriría, y no estaban del todo en un error. Lo cierto es que la persona despedida y 13


aquella administrativa que le había entregado la carta coincidieron en la habitación del hospital por cardiopatías parecidas y los dos se murieron en un corto espacio de tiempo. No era un trabajo fácil, desde luego y una y otra vez se repetía que para ser honestos, aquel que decidía los despidos debería dar la cara y entregarlos él mismo. Era una cobardía hacer así las cosas. Pero no hubo respuesta inmediata y luego llegó lo de su enfermedad, esa fue la única manera de que la relevaran de aquel penoso trance. Por cierto que la persona que la sustituyó estaba encanada con su nuevo destino, disfrutaba con aquella sensación de poder y aún con un sueldo medio, se creía el dueño de la empresa y la defendía disfrutando de todo lo que hacía y el miedo que infundía. Todos lo miraban con desprecio a sus espaldas. Fue apenas un segundo, pero Fallupe se hizo una idea clara de aquella figura de mujer madura pero bien proporcionada. Llevaba un vestido floreado muy apropiado para el final de la primavera. No creo que se pueda decir que se trataba de un vestido juvenil y a Fallupe le parecía muy adecuado que las mujeres de edad, si conservaban buena figura, la lucieran sin temores. No había pudor en eso, además, tenia un pecho envidiable según todas sus amigas, y por mucho que intentara disimularlo no hubiese sido capaz. Andaba con la despreocupación de nunca volver a ninguna parte, ni rastro de preocupaciones y su cuerpo parecía buscar el balance de los tacones en cada paso. Cada una de sus prendas, su pelo o sus pendientes formaban parte de una elección premeditada y cuidadosa; no se ponía nada por casualidad, pero en ningún momento era excesiva. Salvo alguna pequeña indecisión al ver a los transeúntes e iniciar la marcha evitando tropezar, podemos decir que tenía un atuendo literario, o al menos, lo suficientemente teatral para servir de modelo alas actrices en busca de sus propios movimientos. -Está muy delgada y no parece la misma persona -dijo Cessy al llegar al apartamento. -Voy a preparar algo de comer después de lavarme -respondió él-, pero puedes coger algo en al nevera mientras se hace. Fallupe se veía la mano golpeada y la abría y la cerraba haciendo gestos de dolor. Finalmente la metió debajo del agua fría que salía con chorro violento del grifo y la mantuvo allí un momento. Volvió a mirarla y la secó esperando que el dolor desapareciera en cuestión de horas. No le resultaba nada varonil quejarse delante de Cessy y se hacía el fuerte como los niños que se caen con la bicicleta y la madre interviene convenciéndolos de que ella son hombres y que por eso no deben llorar. Hacerse el machito no le concedía ninguna ventaja a los ojos de ella, pero era lo que todos los chicos hacían y él no iba a ser diferente en eso. Podía eludir a Vallejean cada vez que buscaba pendencias, mantener el temple y mostrarse frío con él sin que eso supusiera un desafío, pero ni su tranquilidad delante de los momentos más violentos lo hacían más valiente de lo que en realidad era. -Parece que ha conseguido lo que quería. No se la ve especialmente feliz pero si así es como quería estar no debo disgustarme, después de todo es mi madre -era cuanto podía decir en favor de aquella mujer que le parecía veinte años más joven que cuando convivía con su familia. -Las cosas no siempre son lo que parecen -replicó Fallupe que volvía en dirección a la cocina. -Nosotros no vivimos con todas las consecuencias. No necesitamos llevar las cosas al límite. Hay algo de miedo cultural en nuestras decisiones. Si algún día decides lanzarte a vivir sin importarte lo que piensen tus amigos o tu familia de ti, si empiezas a vivir como si la vida fuera una aventura en la que sólo querrás sobrevivir cada día sin que nada más te importe, avísame con tiempo, que no me coja de sorpresa. Con lo de mi madre ya tuve bastante. Aquel empezaba a ser un día decisivo, uno de esos días que a Fallupe no le gustaban porque ponían condiciones. Lo más importante era seguir sintiendo lo que sentía por Cessy, que de repente se había convertido en una caja de reproches. No ponía graves objeciones, le contestaba sin demasiada fuerza porque sabía que se jugaba mucho con sus recuerdos de sus madre y no quería enojarla. Mientras se esforzaba por poner huevos y jamón en el aceite hirviendo sin que saltara sobre sus manos, reparó en que Cessy se había acercado por detrás y empezaba un largo abrazo a su espalda. Tenía las manos calientes y lo apretaba como se aprietan las herramientas. 14


Una hora más tarde aún no habían empezado a comer. -Tú consigues que me sienta un hombre maduro, lo que nunca pensé que sucedería -no tenía fuerzas para empezar una larga conversación, pero hacía frases cortas e ingeniosas buscando su aprobación. -Yo también estoy aprendiendo algunas cosas contigo que son importantes para mi -replicó Cessy mientras se ajustaba la camiseta por dentro del pantalón. Empezaban aquello que habían llamado un estado superior en su relación y Cessy creía que podría manejar la situación porque no tenía un concepto complicado de la psique de Fallupe. Después de todo había aceptado ir de pesca con Aquilín y aquello era una forma de someterse al orden familiar, si algo de aquella familia aún había quedado. A él se le veía feliz y por eso soltaba aquellas frases en las que ella era la protagonista triunfal y meritoria, y lo cierto era que no solía recrearse en aquel tipo de piropos. -Pronto tendremos que estrenar la obra y buscar un local para hacerlo. Perry quiere pintar la tienda y voy a echarle una mano pero los chicos no podrán ensayar la próxima semana. Cessy se apuntó al pintado, después de todo, Perry hacía mucho por ellos concluyó que le gustaba formar parte de aquel equipo. Su ofrecimiento fue repentino y Fallupe no había contado con él, pero dijo que sería buena idea. Sentirse útil y poder demostrar que un tramollista sabe hacer casi de todo, le ofrecía además la oportunidad de demostrar que podrían hacer ellos mismos los decorados si lo desearan 3 Las Furias Las insinuaciones de Amaranta acerca de la falta de valor de Aquilín cuando le dijo que se quería divorciar y él no puso una sola objeción; le daba exactamente igual a todos. Se lo dio a entender a Cessy, quien una tarde necesitó comentarlo con Denís y Fallupe mientras pintaban la tienda de cómics y aprovechaban una ausencia de Perry. Ninguno creía que Aquilín fuese más o menos valiente que otros hombres y decidieron que no se trataba más que del resultado del resentimiento en el momento de la ruptura. Estaban un poco desorientados acerca de las causas reales que habían llevado a sus padres a divorciarse y nunca entendieron lo esencial acerca del amor, y eso era que el amor pasa y las parejas deciden distanciarse y finalmente separarse. El que no fueran capaces de ver lo débiles que son las relaciones humanas añadía fuerza a la idea del riesgo de Fallupe y Cessy algún día se separarían también. Concluyeron que cuando la gente decide poner fin a una relación de años, posiblemente sobran los motivos, pero se buscan otros que parecen absurdos y no son mejores que los reales. La complejidad de las relaciones triviales permiten a las personas excluir a unos u otros de sus conversaciones, sobre todo si son de temas familiares, por eso a pesar de lo mucho que apreciaban a Perry, cuando volvió con un nuevo caldero de pintura, cambiaron de conversación de forma espontanea. Recordaron entonces que después de su actuación callejera se les había acercado el dueño de una sala para proponer al grupo de teatro que actuara en ella. Había sido poco después de que partiera el renault, y había hablado con Perry que se había pasado por allí pero había llegado tarde. Había aclarado que no pertenecía al grupo pero que podía ponerlos en contacto, ya que los actores tampoco estaban muy al tanto de ese tipo de cosas. Resultaba muy apropiada la conversación cuando se trataba de pintar porque el tiempo pasaba volando y la fatiga parecía desaparecer. La habitual complejidad de al conversación de Perry los llevó a hablar de la labor que el arte llevaba a cabo al acercar a los seres humanos. No recordaban haber hablado de eso antes y él 15


parecía tener el concepto bastante claro, pero Fallupe, sí recordaba una ocasión en mitad de un ensayo en que Perry le había dicho que le congratulaba que hubiera actores de diferentes razas en la compañía, aunque tuvieran que enfrentarse a una obra que se desarrollaba en la Europa medieval, entre reyes y lacayos. Fue entonces cuando Perry añadió algo. -He conocido a un tipo de raza negra que vino a comprar unos cómics que cree que sentirse conmovido por el arte sin conocer al autor, nos hace más humanos. Él cree en la idea de que eso suceda sin saber si el autor es africano europeo, si va usualmente descalzo o en zapatillas, si desprecia el dinero o la vida social, sino le interesa darse a conocer o los premios que tantas voluntades compran, hace que el arte sólo dependa de la sensibilidad humana. La idea que exponía Perry no tenía más intención que repetir un argumento que otra persona le había comunicado y que le había llamado tanto la atención que compartirlo con sus amigos. En es momento Tucson, oyó la puerta de la entrada, salió disparado y tropezó con una bandeja de pintura que se derramó sin remedio y los puso a todos alerta. Intentaron devolver la mayor parte a la gaveta con un cartón y el resto limpiarlo antes de que empezara a secarse. Perry se aferro a un trapo persiguiendo al perro y al fin pudo atraparlo, pero se le veía muy rojo y sofocado. Lo puso en el lavabo con intención de no soltarlo hasta terminar de recoger, pero se le pasaría el enfado en unos minutos. Por un momento todos creyeron que le iba a dar algo pero era parte de una reacción normal de furia contenida. Sus amigos nunca lo habían visto así pero pensaron que no debía ser muy habitual en él y que estaba cansado y excitado por el exceso de trabajo de los últimos días. Nadie entró en al tienda finalmente, debieron leer el cartel que anunciaba, cerrado por reformas. Y Fallupe volvió sobre la conversación. -Me parece muy acertada esa valoración sobre el arte. Además el teatro, la poesía, el cine, todas las formas de arte caben en ella. Nos ayudan a conocernos y eliminar las diferencias y prejuicios. Tal vez sea algo obvio para muchos, pero no había caído en ello. -¿Cómo era ese hombre? -preguntó Denía interesado -Eso es lo mejor -señaló Perry que volvió a tomar la conversación con la misma pasión con la que la había comenzado, sin dejar de poner disolvente en la pintura del suelo y de pasar un trapo que lo estaba dejando sin huella de pintura-, ya os he dicho que se trata de un hombre de raza negra, pero lo mejor de todo es que viene huyendo de un país en guerra. Ha acabado su carrera de arquitectura en Francia y ha llegado hasta aquí andando o haciendo auto-stop. Me parece un tipo de persona que no solemos tratar. No conozco sus dramas personales que seguro que los hay, pero me lleva a pensar en esos artistas que siguen con su arte mientras las bombas caen alrededor. Por fortuna pudo salir del país y ponerse a salvo. Ahora, con la política de rechazar refugiados lo tendrá muy difícil y es posible que esté sin papeles, pero eso lo hace aún más interesante. -¿Habrás conocido a mucha gente interesante entre los que le gustan los cómics? -preguntó Cessy -No trabajaría en esto si no me gustara. Soy un apasionado del papel. Creo que a mis clientes les pasa lo mismo; no son las historias, es el papel -explicó Perry. Uno de los aspectos que ha Fallupe le gustaba de Cessy era que era un año mayor que él y se veía reflejado en su inteligencia, era como si fuese también un año más inteligente que él y que los otros chicos -que al fin eran de la promoción escolar de Fallupe-. Desde luego no era una guapita al uso, es decir, no había seguido los pasos de otras chicas de su clase que se pasaban el día retocándose y cazando chicos de los cursos superiores, pero era cierto que existía esa superioridad que siempre ayudaba. Incluso de haberlo deseado, no habría tenido competencia de haber estado a lo mismo que el resto, porque las otras chicas eran muy competitivas en aquel juego de ponerse guapas, pero no había ninguna que pudiera decir que era mucho más guapa que ella. Mientras estuvo en el grupo de teatro todo su interés se focalizó en Fallupe y olvidó por completo a aquellas antiguas compañeras de clase y su lucha por la popularidad. Olvidó algunas veces que había salido con ellas y conocido a Vadejean, olvidó su aspecto acaramelado de otro tiempo, olvidó volver a llamarlas, e incluso a algunas buenas amigas que tuvo en medio de todo aquello. No tenía interés por volver a verlas y cuando hablaba de aquel tiempo y de como dominaban a los chicos, se refería a ella como “el 16


liderazgo de las simplonas”. Decía, “en el tiempo del liderazgo de las simplonas”, o “sí, tristemente debo reconocer que yo fui parte del liderazgo de las simplonas”. Pero según ella, mucha culpa de todo aquello la habían tenido los chicos mayores que siempre hacía lo que ella querían, y nunca ponían objeciones para ir a donde ellas deseaban. En aquellos tiempos Cessy acababa de salir de la adolescencia complicada del reciente divorcio de sus padres. Se acostumbró pronto a que la fueran a buscar a casa de su padre algunos chicos muy poco recomendables pero que hacían todo lo que les pedía a cambio de un poco de complacencia. Tenía que admitirlo, había sido la etapa más caótica, resentida y decepcionante de su vida, y a pesar de todos sus intentos por encontrar un chico que la conociera y la tratara como ella deseaba ser tratada, no fue hasta algunos años después, cuando conoció a Fallupe, que le pareció vislumbrar algo parecido al amor tal y como lo podía imaginar. Lo chicos de entonces no habían sabido comprender como los veía, ni tenía ni la idea más remota de lo fría que podía sentirse cuando les sonreía y además de todo eso, cuando rompía con ellos ni imaginaban que nunca los había tomado en serio. Algunos se habían molestado demasiado en obtener sus favores y tampoco era cuestión de galantería, si bien, cuando ella quería podía beneficiarse templadamente de todos sus líquidos y despedirse sin un reproche. Vadejean fue una excepción, o no entendió la despedida o se pilló sin remedio, tal y como le pasa a los obreros con las chicas de familia bien, pero en su caso, al revés. Quiero decir con esto que el muchacho era de buena familia, de muy buena familia, si señor; mientras que Cessy hija de un profesor de autoescuela y de la oficinista de una empresa de transporte en la que, su madre, entregaba las cartas de despido, se empezó a sentir como el príncipe que perseguía a su Cenicienta para probarle el zapato. Y de pronto, en aquella relación, que para ella no había sido sino un entretenimiento más, se vio enfrentada la negativa de Valdejean de romper, de pasar a un nuevo estado de libertad en sus vidas y al hecho de que empezaba a pasar de edad para seguir jugando con sus amigas, las chicas del “liderazgo de las simplonas” a seducir príncipes de papel. Hay algo que debemos creer que era importante para Cessy de aquellos novios adolescentes y eso era que se parecieran a alguno de sus artistas favoritos, y por alguna razón de la naturaleza, el parecido de Vadejean con Mick Jagger era asombroso -el Mick Jagger de los sesenta, por supuesto. Otra cosa era el de sesenta años del que también tenía algunas fotos-. Siempre había sido así y posiblemente también Fallupe se parecía alguno de sus cantantes o actores favoritos, pero en ese caso no parecía dispuesta a confesar tan íntimas condiciones estéticas. De tal modo habían influido las fotos, los reportajes y los conciertos de fin de semana por televisión, que Vadejean se sentía muy orgullo de que una vez le hubiese dicho que si supiera cantar sería el hombre perfecto; por supuesto no hablaba en serio, pero él se lo creyó. Y de forma tan devastadora, aquellos comentario debieron influir en Vadejean, que empezó a vestirse y comportarse como el cantante de los Rollin, o al menos lo que conocía de él. Era uno de esos casos de tipos que te presentan y te parece que los conoces de algo pero no acabas de saber de qué, y entonces en un mal momento te das cuenta que todo en él es una imitación de un personaje público. De nuevo, con sus camisas apretadas de pecho al aire, sus pantalones ceñidos y sus zapatillas, Vedejean se creyó preparado para de nuevo intentar impresionar a su amor pasado. Se alisó el pelo y se compró unas gafas con cristales de colores como las de la mejor época hippie del cantante. Cuando Fallupe lo vio comprando en la tienda de cómics se quedó sorprendido, sobre todo por el cambio radical de su color de pelo y exclamo: “¡Nadie puede ser tan osado!”. Pero Cessy era demasiado paciente con Vadejean y se rió como si todo aquello fuera un juego de niños del que no cabía preocuparse. Aquello empezaba a ser realmente molesto para Fallupe, y estaba tan acelerado que aquella tarde apenas le apetecía bajar hasta la casa de Anubis, en la misma avenida de Lahzaro donde se desarrollan sus vidas. Se resistió mientras Cessy y Perry tiraban de él para levantarlo del sillón, y aunque lo intentó con firmeza finalmente tuvo que ceder y acompañarlos. Tampoco estaba especialmente locuaz y su actitud no pasó desapercibida para nadie. Bajaron por la calle sin reparar en lo denso del tráfico y lo molesto que les había resultado otras veces. En la última calle que 17


cruzaron antes de llegar, Fallupe observo que Cessy tiraba de su camiseta como si intentara llamar su atención sin que nadie se diera cuenta, aunque no había existido ningún motivo para una atención tan poco usual, además de permanecer cariacontecido durante el trayecto. Algunos chicos esperaban en el bar, así que no había tiempo para demasiados arrumacos o besos de jóvenes enamorados. Él cogió su mano y eso fue todo, caminaron juntos hasta llegar a su destino. En el bar se sentaron un grupo nutrido de actores con ellos y quisieron preguntarle por los planes para la obra que estaba casi lista. Incluso aquellos más críticos con su labor, de los que siempre había, quisieron escucharlo. No los decepcionó, se extendió sobre sus planes, incluso (y sabía que no debía hacerlo) habló de sus sueños. Intentó no parecer uno de esos tipos que no ven el lado práctico de lo que hacen porque sabía que los chicos querían acción y él no tenía ninguna prisa por estrenar. De lo que dijo pudieron entender que había hablado con algunos productores que podrían llevarlos por provincias, y después estaba aquel ofrecimiento que le habían hecho a Perry, lo que tampoco se tenía que despreciar. Lo miraban con atención y estaban ansiosos por escuchar una fecha más o menos concreta, pero también en eso fue discreto y prudente. “Cuando estemos listos, tendremos una sala, o mejor, un pequeño teatro. ¿Por qué no?”. Antes de que hubiese terminado de dar sus razones para esperar, ya las caras de sus amigos habían cambiado y parecían más a favor de sus motivos. Estaban de acuerdo en que mostrar su obra demasiado pronto podía llevarlos a cometer pequeños errores y deslucir el trabajo realizado, así que esperar no podía ser tan malo. Permanecer mucho rato en la tienda de Perry no era asunto fácil, y eso que había espacio suficiente. Él quería que los clientes se sintieran cómodos y al contrario, no quería que entraran y salieran a toda prisa como si se tratara de una estafeta de correos. Lo cierto es que no había pensado en eso al montar la tienda un par de años atrás y los muebles parecían hechos para poner y quitar cuantas veces hiciera falta, de una funcionalidad de hospital y sin apenas comodidad. Por ende, había puesto, eso sí, una decoración excesiva de posters y cuadros en las paredes, pero al fin eran algunos de sus héroes predilectos, desde Robert Crumb hasta Nazario Luque Vera o, Miguel Brieva, este último al que le tenía un aprecio místico lo había repetido en varias paredes, eso hacía que algunos amigos se pasaran un rato viendo aquellos dibujos y fotos de los autores de los dibujos mientras esperaban. Aún así no era suficiente, aquel lugar no era lo que el quería ni lo que en un principio había deseado, por eso, después de pintar y retirar algunas estanterías se decidió a meter dos sofás de los más largos que encontró. Fallupe supuso que su amigo habría valorado la posibilidad de que muchos chavales del barrio fueran allí a leer los tebeos cómodamente sentados en los sillones, porque a la pregunta Perry contestó que había que correr riesgos, que había pensado en ello y que iba a poner una mesita con números atrasados y algo destrozados que guardaba en un cajón por no tirarlos; eso lo llenó aún más de confusión. Había que confiar en Perry, él siempre tomaba buenas decisiones, y eso estaba bastante encontrado con lo que habitualmente sucedía al grupo de teatro. Quizá deberían empezar a pensar en serio en dejar en sus manos la parte de contratos y expansión de la compañía. Le pasó uno de aquellos cómics viejos, no parecía tan estropeado. Fallupe lo abrió y comprobó que no había colores, sólo dibujos en blanco y negro. Evidentemente eso no debía tener tanta importancia porque debajo de cada viñeta había letra suficiente para no dejar de leer en toda la tarde. Se sentó y lo puso sobre su regazo, se inclinó sobre él y dijo: Bueno, no es una obra de teatro pero parece interesante. Mientras se dejaba seducir por la comodidad del nuevo sillón, miraba de reojo a Perry que no dejaba de hablar con los clientes. Parecía que la reforma daba resultado y a pesar del olor a pintura no dejaban de entrar vecinos y desconocidos interesados en todos aquellos autores que desde las paredes los observaban sin impacientarse. Ninguno de ellos iba a decir, leer mis obras son las mejores, ni nada parecido. Estaban allí, formaban parte de su mundo, eran parte, una parte importante de algo mejor que un mundo, de un universo que para muchos de ellos sólo había empezado. Entonces se oyó una discusión y Fallupe se coló por la puerta de detrás del mostrador hacia el 18


salón de ensayos. Cessy Igrunne Intentaba colocar un fondo de papel de estraza decorado con un sol y una montañas. El actor principal, Brian Omali, le gritaba que era imposible ensayar en aquellas condiciones, otros dos actores chocaban con sus diferencias en un diálogo mientras Fallupe intentaba poner orden e impartía todo tipo de consejos concernientes a quien debía callarse y quien podía seguir hablando. “A ver, explícate tú, Brian Omali, que por ser de Irlanda no necesitas gritar más”. Habían llegado a un punto en el que todos le querían decir a los otros, lo que podían o no hacer, y en su caso, como debían hacerlo. Fallupe sintió la tentación de permanecer en silencio y observar, pero no fue capaz de hacerlo y enseguida se sintió concernido y obligado a hacer valer su rango. Nunca había dejado dudas acerca de la interpretación, cada escena se preparaba frase por frase y, en ocasiones, se ponía sobre el escenario -una tarima de madera de no más de un palmo de altura- y él mismo hacía los gestos que quería que el actor repitiera incidiendo en aquellos que consideraba necesarios. Aquellos días había estado más ausente de lo permisible, había estado ocupado con la tienda y preparando un nuevo guión, y en esa pausa los actores habían creído que podían modificar algunos aspectos de la obra para sentirla más suya. Lo cierto era que sólo quedaba repetir, memorizar y limar los aspectos más sobresalientes de la misma, porque todo estaba ya suficientemente atado, pero ellos no lo entendieron así. En ese cambio inesperado de actitudes, llegaron algunos comentarios que ponían en duda el trabajo ajeno y ridiculizaban la forma de interpretar de sus compañeros. Se rebajaban los unos a los otros como si eso pudiera elevar a los primeros en sus críticas. No debemos perder de vista que era una compañía recién creada, de actores recién salidos de la escuela de interpretación y que algunos podían actuar como adultos pero tener reacciones de niños inestables y caprichosos. Fallupe no estaba nervioso, no obstante, se tomó la discusión muy en serio y amenazó con plantarlo todo a menos que cesaran las críticas. Brian Omali se sintió tan avergonzado que pidió disculpas y recuperaron un liviano equilibrio como el que siempre habían tenido. Cessy terminó de colocar sus decorados y siguieron ensayando. Unos días después, ya más tranquilo, Fallupe se decidió a telefonear a Jack Milto, y Perry, según dijo, se quedaba más tranquilo porque llevaba aquel teléfono escrito en un trozo de papel arrugado en el bolsillo desde hacía más de un más y estaba seguro de que lo perdería si no se lo daba a alguien. Las condiciones eran las de los grupos de estudiantes, resumiendo: actuar sin apenas cobrar. Pero Fallupe consideró que se trataría de una forma de “calentar motores”, hacer hablar de la obra y darla a conocer. Los chicos tenían tantas ganas de ver como reaccionaba el público que aceptaron en hacer dos pases, pero un sólo día, sin complicarse en nada más. Desde luego era lo mejor, encasillarse en una sala de teatro amateur no era lo que habían pensado. Tal vez estaban siendo demasiado optimistas e intentaban darse una importancia que no tenían, pero debían intentarlo. El domingo siguiente, ya con la expectativa de una fecha de estreno en el horizonte, Fallupe volvió a invitar a Aquilín a un día de pesca y él profesor estuvo encantado. Aquel lugar estaba más concurrido que la última vez, había domingueros merendando y niños jugando a la pelota, además de dos o tres pescadores más sin demasiado espacio. La temporada de pesca estaba en su mejor momento y eran muchos los que llevaban a su familia para un día de campo mientras lanzaban el sedal sobre el agua. Durante todo el trayecto, Aquilín se lo había pasado elogiando la forma de conducir de Fallupe. Aquello no era una novedad y terminó comprendiendo que se trataba de una deformación profesional. Como no estaban cómodos, Aquilín propuso cambiar de sitio y lo condujo por una mala carretera a un lugar de árboles frondosos y humedad sobresaliente. Además, tal y como Fallupe lo veía tendrían que bajar por un sendero hasta el río y todo en aquel lugar parecía más difícil. No estaba seguro de haber acertado con el cambio, pero no iba a importar demasiado, porque en una distracción el coche se le fue por un terraplén y volteó de forma salvaje. El accidente fue grotesco y cuando llegó la ambulancia sólo pudo certificar la muerte de uno de los ocupantes, y trasladar al otro a un hospital. A Aquilín lo de pescar le resultaba una afición irrenunciable, le encantaba pasar el día moviéndose en la naturaleza, esquivando árboles y hoyos; ese era el significado de la única libertad que, ya a su 19


edad, le estaba permitida. Se sentía tan motivado que la noche antes apenas podía conciliar el sueño; esa era la dimensión de su inquietud por aquellas salidas al río. Por la parte de Fallupe, aquella era una excursión más de tantas que hacia, con algunos amigos, sólo por pasar el rato. No había nadie en la carretera, nadie que pudiera ver, avisar de lo inestable del suelo o que pudiera ayudar en los primeros momentos del accidente. Era una carretera extremadamente estrecha y sin arcenes. Entonces, cuando Fallupe giró la cabeza para ver al padre de su novia, pudo comprobar con estupefacción que nada menos que el profesor de la autoescuela, se quitaba el cinturón de seguridad y se asomaba por la ventanilla intentando ver el fondo del terraplén sobre el que discurría el cauce del río. Tuvo la intuición de cogerlo por la cintura del pantalón pero no fue suficiente. Mirar aquel lugar allí abajo, se trataba de un desafío que nunca debió aceptar. Además, el exceso de confianza hubiese sido suficiente, pero su equilibrio había disminuido en los últimos años y no se había dado ni cuenta. Cuando se dio cuenta de lo peligrosa de la operación era demasiado tarde, Fallupe casi se cae y al intentar mantenerlo dentro del coche soltó el volante. Estaban acercándose peligrosamente a la valla protectora conocida como “quitamiedos”. Un grupo de palomas salieron volando delante de ellos justo antes de que el coche se despeñara, rodara y aplastara la parte del cuerpo de Aquilín que permanecía fuera. En un minuto sucedió todo, se precipitó al barranco, aplastó a Aquilín y se encajó en un árbol que lo sostuvo por el tiempo suficiente hasta que llegó el rescate. El ruido del coche al precipitarse contra la valla y los arbustos fue tan grotesco, que horas después de despertar en el hospital, Fallupe lo seguía oyendo. Es posible que Aquilín no se diera cuenta de nada, su muerte tuvo que ser instantánea porque uno de los guardias que acudió al accidente dijo que tenía la cabeza aplastada y estaba irreconocible. En los días de recuperación posteriores al accidente, los chicos del grupo de teatro fueron pasando por el hospital en grupos reducidos, incluso aquellos que dijeron abiertamente que todo se iba al caro, también lo hicieron. Algunos habían pensado en un triunfo fácil, en un éxito sin precedentes, incluso en un juego delirante habían pensado en la fama; a todo eso Fallupe lo calificaba de posición infantil de los que pretenden comerse el mundo, pero era en aquel momento en el que algunos esgrimían el argumento del fracaso y la decepción, en el que podía ver con claridad quién era cada uno. Tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para convencerlos de que estrenaran, más aún si tenemos en cuenta su estado. Su discurso en aquel momento fue duro para todos, pero terminó por convencerlos. Observó que todo había cambiado en un abrir y cerrar de ojos, “los accidentes suceden”, afirmó, y acto seguido intentó explicarles todo lo que tenía en mente antes de shock y que deberían poner en marcha por ellos mismos. Algunos actores se mostraron cabizbajos y sin demasiada fe, otros en cambio demostraron un gran entusiasmo y dispuestos a seguir hasta el final con el proyecto. Ese había sido el epítome de tanta idea acumulada, la repetición obstinada de sueños que unca antes había expuesto. “Siempre he sido un tipo bastante hermético. No me gusta dejarme llevar por las emociones y creo que las cosas necesitan su tiempo. Sin embargo, en este momento debo pediros que que os mováis con rapidez y que liberéis toda esa energía que habéis estado concentrando. De vosotros depende”. Acababan de lavarlo y cambiarle la ropa de la cama y el camisón de hospital, que era como un mandilón que se ataba a la espalda y dejaba el culo al aire. Apenas tuvo tiempo de lavar las manos con una toallita perfumada y ponerse algo colonia en los sobacos. Bajo las miradas de los chicos parecía tener un aspecto lamentable, apenas podía dormir por las noches y sus ojeras no se podían disimular. Fallupe no quiso esperar más y le pidió a Perry, que no se separaba un momento de él, que los hiciera pasar. Era como si fuese capaz de adivinar como iba a suceder todo y el resultado de tantas molestias. Fueron pasando a medida que fueron llegando. Algunos el mismo día, otros en días sucesivos, pero a todos les pedía lo mismo, “tenéis que estrenar lo antes posible. El teatro está dispuesto, no os demoréis”, repetía sin descanso. Unos días después, mientras Fallupe yacía en la cama del hospital, veía a Cessy Igrunne desde su cama. Lo cierto es que era lo único que merecía la pena ver entre aquellas cuatro paredes. Observaba sus rasgos como si la acabara de conocer y nunca antes hubiese podido descifrar las 20


orejas pequeñas, la nariz delicada y el resto de sus proporciones. Ella abrió los ojos y le sonrió, había pasado la noche en la butaca y apenas podía incorporarse sin que todas sus articulaciones protestaran. Unos días antes habían enterrado a Aquilín y ya sólo había dos personas en el mundo que tenía que cuidar, una era Denís, la otra Fallupe. Imaginó que si por algún motivo también los perdía a ellos, ¿qué interés podía tener la vida sin nadie a quien cuidar? Cessy se acercó y él intentó mover un brazo para tocarla pero sin éxito, tendría que esperar un tiempo antes de recuperar la movilidad por completo. Aquellos días hablaron mucho de ellos, de vivir juntos, de sus planes y esperanzas. Desde el punto de vista existencial, la experiencia de estar cerca de la muerte por un grave accidente, lo cambia todo, sobre todo la forma de ver el mundo y como nos movíamos en él. Se tiende a hacer más lenta la vida, por un lado por imperativo de la recuperación, pero también porque se cuestiona si vale la pena ir tan rápido. -Así estamos -dijo Cessy-, con la necesidad de ser francos el uno con el otro. En cierto modo, yo también me accidente. Para mi no es nada frecuente mostrarme tan entregada, es bueno que lo sepas. Mientras Cessy le hablaba, Fallupe sintió el deseo incontenible de besarla, de acariciarla y recibir todas sus atenciones. Era como un desbordamiento de sus emociones, algo que tenía que ver con sus ganas de llorar y, a la vez, la necesidad de sentirse consolado y dejarse invadir de una ternura que siempre había rechazado. Si alguna vez había sido probable que el amor triunfara, había sido porque lo habían visto como parte de un contrato social y familiar. Al fin y al cabo, ese es el éxito de los ancianos que se mantienen juntos durante toda una vida y que hacen frente juntos a todos los sinsabores y dramas que la vida ofrece. Fallupe sabía, porque nunca había dejado de tenerlo en cuenta, que Vadejean llevaba razón en algunas cosas. Cuando le decía que si la perdería, él estaría esperando, sabía que lo decía en serio, y cuando afirmaba que no podía ofrecerle lo que ella necesitaba, también le creía. Al menos lo creyó hasta aquel momento en el hospital en que decidieron romper. Aceptó con normalidad que la vida es un vaivén, y que hay que mantenerse en movimiento para verlo ir y venir sin que te coja desprevenido. Ese vaivén no depende de uno, por eso es mejor no resistirse ni complicarlo todo, hay que entrar y bailar con sus posibilidades. Con respecto a la obra, él estuvo allí. Entró cuando ya había empezado y se movió en la oscuridad apoyándose en una muleta. Lo hizo determinado a no dejarse ver, pero observarla a ella, brillante, sacando adelante todo aquel trabajo en aquel momento último para el que había sido creado. Observó pequeñas alteraciones en el resultado final que se podían deber a la intervención de los actores sin que nadie les llevara la contraria. Aquello que había comenzado como un juego, al final se había hecho realidad, había crecido y se había hecho adulto, sin duda con la libertad que esperara. Ya no iba a seguir con el grupo, era la última vez que los veía y no deseaba formar parte de la gira por provincias que sin duda se iba a desprender de aquel éxito, de aquellos aplausos que se desataron en le momento en que el inició su retirada. La vida seguía, habría más teatro y más oportunidades. En ese momento sólo necesitaba descansar.

21


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.