Impostores agigantados

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Impostores Agigantados

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1 Impostores Agigantados Una vez más, cuando bajaba el nivel de la discusión era como si subiera el nivel del agua que amenazaba con ahogarlos, aparecían las palabras grandilocuentes y los gestos presuntuosos. Resoplar era la mejor forma de permanecer ajeno al ruido y Posín era capaz de hacerlo sin suspirar profundamente, sin más ruido añadido , sin que apenas se le notara. Para quien lo conocía sabría que había renunciado a seguir exhibiendo su ordenado discurso de profesor desempleado, y todo el medio que se había dispuesto para él ya no le parecía suficiente. ¿En verdad creyó que toda aquella gente se había reunido por escuchar sus argumentos acerca del fin del mundo? Casi siempre se había visto como un hombre feo, con el vientre y las manos hinchadas, con los ojos cubiertos de pliegues y las piernas y la espalda peludas. Y se acababa de hacer una radiografía por un dolor en el pecho que no resultó ser nada grave, pero le descubrió al observarla que era igual de poco deseable por dentro que por fuera. No sólo adolecía por un amor no correspondido sino que empezaba a sentir que la causa de su desventura era irreparable. Además, sus labios eran demasiado gruesos y la carpintera había intentado besarlos, pero la cubría como el tubo de una aspiradora y terminaba succionándola sin permitirle hacer otra cosa que abrir mucho los ojos al intentar respirar por la nariz, que a poco, también se le quedaba debajo de la enorme boca. Nada parecía estar en el camino de mejorar y las deudas también crecían. De vez en cuando hacía firme propósito de dejar de fumar, de no usar el transporte urbano o de comer más a menudo en casa de familiares y amigos, y todo ello por intentar retener algunas monedas en el bolsillo, pero, lo sabía muy bien, no duraba mucho en esas disciplinas. Había pasado el tiempo y la inactividad se había apoderado de él como una costra lastimera que se reflejaba en su mal afeitado, en la ropa heredada de su hermano y en la mirada de desánimo que lo cubría; una situación capaz de echar por tierra cualquier expectativa de superar una entrevista de trabajo sin haber pronunciado una palabra. Tanto si le gustaba como si no, era quien era y también, en quién se había convertido, lo que no parecía lo más conveniente para sus intereses. Vivía por costumbre, aficionado a los horóscopos y a las profecías, entreteniéndose con amores sin futuro o haciendo amigos en la calle, tan de bolsillos vacíos como él. Como Molly la carpintera le había dicho que lo dejaba, se sintió feliz de conocer a Maruxa la Barda, que era casi tan sucia y abandonada como él y capaz de hablar de literatura durante horas. Puso todo en intentar congraciarse y ser simpático con su nueva amiga, pero también en no hacerlo tan evidente que pudiese molestar a la carpintera, de la que conocía su mal genio. Por ese tiempo recibió una carta de la oficina de empleo para que pasara por allí para conocer las últimas condiciones legislativas que afectaban a su prestación. El aviso era escueto y firme, ponía la hora exacta a la que debía acudir a la cita y la acompañaba con una tormenta de desgracias que le podrían sobrevenir si no cumplía con sus obligaciones con la oficina y sus requerimientos. Las sensaciones que le causó aquel papel fueron variadas, pero el mal sabor de boca que le quedó todo el día indicaba que nada bueno se cernía sobre él y su ya asfixiante vida. Se lo comentó a Maruxa antes de la reunión y quiso acompañarlo porque no tendría nada que hacer aquella mañana, y eso fue un alivio porque no le apetecía enfrentarse solo a gente tan organizada y con las dichosas 2


normas tan claras. Cada vez que entraba allí oía en todas las mesas una canción parecida en respuesta a las caras de incomprensión de aquella pobre gente, a la que le soltaban “son las normas, son las normas”, como si eso fuera una cuestión de fe irrefutable. Se puso en pie en mitad de la reunión de apocalípticos y mostrando la citación de la oficina de empleo, moviéndola en el aire sobre su cabeza como una bandera, dijo, “esto es una señal del fin del mundo. ¿lo veis? Una citación para no tener trabajo. Son las normas, las normas fuera de toda normalidad. Esa es la señal. Esa es la verdad.” Sin acabar de comprender la reacción victoriosa de los asistentes, los aplausos y las risas, creyó con preocupación que se debería de haber mostrado más comedido, en lugar de haber alimentado la algarabía, en el caso de que hubiese estado más sereno. A pesar de todo, aprovechó la oportunidad para beberse la cerveza de alguien que estaba delante de él y la dejó sobre en la mesa, se levantó y salió al pasillo -lo cual lo obligó a apoyarse en Maruxa que casi tropieza al sentir que la rodeaba con su brazo sobre los hombros-. Que no había conseguido ninguno de sus propósitos en la vida, que no era un luchador ni un perdedor, sino un fracasado porque no había luchado ni nunca había puesto el interés necesario y que el camino que había recorrido no lo convertía en un ejemplo para nadie, sólo lo reconocía en los momentos de reseca y bajo el tormento de una jaqueca incapaz de sostener más que mordiendo la almohada de su cama. Y precisamente por aquella extraña aceptación de una vida caótica y sin futuro, era que inspiraba cierta ternura en algunas mujeres que parecían querer ejercer el análisis protector en los aspectos más cotidianos y darle los consejos necesarios sin los cuales, según ella, nunca iba a mejorar. Esa había sido la gran aportación del amor a su afición por la cerveza y le parecía bien que así fuera. Después de todo, ¿quién era él para frustrar las buenas intenciones de ellas y otros amigos en general? Porque sí, la sospecha de que también algunos de sus amigos estaban en esa confabulación por la salud y la prosperidad, existía. En aquel tiempo del principio del verano, Maruxa llevaba ropa muy ajustada y unos pantalones muy cortos. Sus zapatillas eran viejas y deshilachadas; los calcetines tenían dibujos de mariposas de colores. Posín intentó hacer un comentario elegante sobre su forma de vestir, pero cuanto más la miraba, ella más demostraba su indiferencia al respecto. Insistió intentando pasar de lo correcto a lo gracioso, también sin éxito. No era tan extraña la actitud de la muchacha al respecto, llevaba mucho tiempo insistiendo en su casa para que sus padres le compraran algo de ropa sin conseguirlo, eso le hacía reafirmarse en la idea de que aquella ropa, que había llevado el verano pasado, la hacía más joven de lo que en realidad era. No se trataba, en su caso, de hablar de la ropa como si eso le produjera un desasosiego no del todo identificado. Tampoco lo hacía con Maruxa la Barda con ningún ánimo añadido, como la reivindicación que solía traer a cuento sobre la forma de vestir de la burguesía. “Le das mucha importancia a eso”, dijo Maruxa. Pero el respondió con habilidad, “Le doy importancia a la importancia que la gente le da a su forma de vestir y a establecer una diferencia con las clases inferiores a través de la mera presencia”. Normalmente, nadie se fijaba en esas cosas, hasta no hacía tanto, él tampoco lo había hecho, pero no podía competir en eso y ahora comprendía mejor a los que no tienen más que una pieza de ropa para llevar cada temporada. Se dio cuenta bruscamente de que se parecía cada vez más a sus amigos de la calle, con los que compartía cerveza y los soportales de los edificios cuando se ponía a llover inesperadamente y allí montaban sus fiestas. Había sido en eso de una radicalidad inexcusable y consentida, se había convencido profundamente de que no ser consciente de los mundos que se mueven entre nosotros y las diferencias que la burguesía impone lo convertía, a ojos de la sociedad bien-pensante en un deshecho. Había caído en el desempleo como quien cae en la vagancia, en el alcohol o en venderse sexualmente por dinero (permitan que sea radical en esto), él no veía tanta diferencia y, estaba seguro de que aquellas damas apimpolladas que pasaban delante de ellos, tampoco eran incapaces de ver y desear la diferencia Llegado el momento la miró fijamente por primera vez, como si se tratara de un animal exótico del que no conociera nada y todo le resultara sorprendente y encantador. Ella se estaba chupando dos dedos, el índice y el anular, con el ansia de un crío chupando una golosina. Lo hacía 3


inconscientemente, como si hubiese recordado que los había mojado en algún líquido del bar, del que aún podía recuperar algo de su sabor, tal vez cerveza o coñac. Era una suposición, no podía saberlo con certeza, pero le pareció que ella buscaba un sabor concreto entre los dedos. Fue un momento intenso, pero no duró demasiado, los frotó contra el pantalón y metió las manos en los bolsillos. Mientras intentaba controlar todo el calor que la imagen le sugería, la idea de tener que presentarse delante del funcionario de empleo al día siguiente, crecía y lo asustaba. Maruxa jugaba con su pelo e intentaba hacerle cosquillas en la nuca. Pero no prestaba atención, para un desempleado, intentar comprender las motivaciones del cuerpo de funcionarios, de los políticos a los que sirven, y del Estado, fundado en un tiempo que nadie recordaba, era una tarea imposible. Había perdido cualquier interés por intentar ponerse en la posición de los hombres que, con su trabajo, formaba parte de la construcción de un País; nada menos. Su posición lo animaba al desarraigo, al individualismo, al nihilismo o al egoísmo, pero de ninguna manera a intentar ser parte de algo patriótico que lo rechazaría si lo intentara. Se había vuelto una carga para ellos. Más todavía, un parásito. Y aún en el caso de que pudiera demostrar sus buenas intenciones, sería muy difícil mantenerlas en el tiempo mientras la amenaza de la suspensión de su subsidio se repetía cada nuevo año. En semejantes pensamientos, se cuelan los buenos tiempos de la infancia, insisten y lo harán siempre sobre cualquier remordimiento acerca de su falta de productividad. La nostalgia es un alivio en ocasiones, una vía de escape que lo hace desear vivir una y otra vez, en esos segundos de abstracción, lo mejor de haber sido hijo único y la libertad que entonces experimentó. Nada volvería a ser igual, nunca. Bastante tenía con intentar convencer a la funcionaria de que si perdía el subsidio tendría que vivir en la calle porque nadie podía ayudarle, y al menos en eso recobrar la tranquilidad. Era la hora en que aún no empezaba a anochecer pero el sol ya no estaba en lo más alto, estaban cansados y se encontraron con Digger, que parecía desilusionado porque no había conseguido entrar en cine gratuito del ayuntamiento. En circunstancias normales pensarían que era un poco infantil afligirse por eso, pero su amigo estaba realmente aburrido aquel día y las entradas se habían agotado en un pis pas. Digger y Maruxa habían sido novios en el pasado pero parecían haber superado sus rencores por la ruptura. Por cierto que fue ella la que lo invitó a acompañarlos en su largo paseo hacia el centro de la ciudad y así, con una incesante charla, aliviar aquel día que le había parecido tan largo. Era indudable, que el hecho de que se trataba de tres jóvenes con aspecto de indigentes, mal aseados y vestidos como unos hippies de la América de los sesenta, no les iba a granjear demasiadas simpatías entre los visitantes de muesos, cines y grandes almacenes, y eso era algo parecido de lo que Posín pensaba de ellos, pero a la inversa. Fue por eso que se dedicaron a mirar a los transeúntes y no entraron en ningún espacio en el que pudieran molestar o sentirse molestos. En una ocasión en que Digger entró a curiosear a unos grandes almacenes con sus jeans sucios, rotos y descosidos, tuvo a un tipo de seguridad pagado a él toda la tarde, subía y bajaba en las escaleras mecánicas a su lado, y se quedaba observándolo a no más de tres o cuatro metros. Aquel tipo disimulaba muy mal si no quería molestar, desde luego. En un momento en que cogió un libro en la sección de papelería, se le acercó aún más, pero él ni se inmutó, leyó un par de párrafos y lo devolvió a la estantería con la sensación de desagrado de quien acaba de leer una de las frases ingeniosas del poco literario pero consejero familiar, Coelho. En uno de los escaparates de una calle peatonal, había un hombre dentro intentando colocar unos maniquíes en posturas, más o menos dinámicas. En esa época del año tardaba en anochecer pero tenía las luces encendidas y debía de estar pasando mucho calor metido en su jaula. Intentaba trabajar de espalda a los curiosos, escondía la cara y daba la impresión de no querer se molestado, pero, en un momento, miró distraídamente y pareció reconocerlos. Salió de a través de una puerta falsa que daba a la tienda, dio la vuelta por dentro y una vez en la calle se dirigió a ellos. No era fácil reconocerlo con aquel traje grotesco de corbata, grandes solapas y enorme campana sobre los zapatos. De un salto se puso delante de ellos, se trataba del hermano de Maruxa la Barda, que había encontrado trabajo en la tienda de ropa de unos amigos, allí hacía de todo, desde organizar la entrada de pedidos en el almacén, ordenar todo 4


para la apertura, vender, cobrar, cambiar el escaparate, limpiar, poner precios, montar estanterías y algunas cosas más que nadie sabía. Era un tipo tímido, pero ante la presencia de su hermana no pudo por menos que salir a saludar. Posín se le quedó mirando con curiosidad, pero al final sonrió y manifestó que tenía dificultad en reconocer a la gente cuando los veía con corbata. Una de las certezas que cualquiera que pasara a su lado podía tener de aquel grupo pintoresco, era que para los que no tienen nada que perder, es fácil ponerse de acuerdo en como pasar el rato. Ajenos a un mundo que se dejaba llevar por la vorágine de los que no pueden “dejar nada para mañana”, estaban convencidos de que cada minuto de sus vidas merecía la pena. El hermano de Maruxa les dijo entonces, que pronto llegaría un autobús de jugadores de fútbol en un hotel cercano y que había cola para pedirles autógrafos. A ninguno de los tres les gustaba ni entendían de fútbol pero fueron paseando para ver a toda aquella gente en su vorágine. Esa rapidez para tomar decisiones y hacerlo sin preguntarse si vale la pena el esfuerzo, era lo que molestaba, lo que subvertía el orden establecido y apestaba, y lo que nunca iba a coincidir o encontrarse con el mundo ardiente que se llenaba de ansiedad para no pensar en el mañana. Cuidados, responsabilidades, hijos, deudas, trabajo, enfermedades, eran todo palabras superiores que les hacía renunciar a la lucha antes de haber empezado. Se despidieron del dependiente y se fueron calle abajo arrastrando los pies, con la alegría prometedora de un mundo sin segundas intenciones. Sólo con esa inocencia podían enfrentarse a otros corazones puros como los suyos y evitar la podredumbre que otros creían justificada por sus esfuerzos y dedicación en pos de orden social. Pero si perdían esa pureza y se pervertían con ambiciones dolorosas, entonces eran castigados por el universo, se revelaba desde sus tripas un hedor insoportable que los hacía pasar de ángeles intocables a demonios sudorosos y orinados. Si perdían sus sueños e intentaban convertir la utopía en realidad material, entonces tendrían que enfrentarse a la ruina que en realidad eran, a la verdad grotesca subyacente en su mirada de novatos y débiles ocupantes de espacios ajenos. Maruxa tuvo un cambio de humor como si el reciente encuentro con su hermano la hubiese hecho acordarse de algo. Aquel día tampoco quería volver demasiado temprano a casa, o mejor no volver hasta el día siguiente, porque su madre, según ella misma decía, era una mujer en constante redención y eso, como hija, era una tortura de salmos, de condiciones, de oraciones, de lecturas religiosas y de ejemplos bíblicos. Parecía que su madre, al menos ella, si sabía lo que quería, y eso morirse en estado de gracia y así demostrar que estaba en lo cierto y que todo el resto estaban equivocados. Los pasos de los tres eran cortos, no tenían prisa por llegar para ver a las estrellas del fútbol, de hecho, si cuando llegaran ya se hubiese terminado y la multitud se fuera deshaciendo como un mal nudo, tampoco sería una decepción. Les gustaban ese tipo de acontecimientos multitudinarios, querían estar en medio de una multitud, les daba igual si era en los aledaños de un concierto de rock, un partido de fútbol o una ópera, en cualquier caso, nunca pasaban de la puerta, pero tal vez se tomaban una cerveza en el bar de al lado. Para ellos no era raro hacer este tipo de cosas, o sólo se dejaban llevar por Posín, él si que era raro, eso también debe ser observado. A primera vista no era diferente a todos, pero siempre estaba buscándole tres pies al gato. Tal vez, algunos de ellos fueran muy especiales en otras cosas, buenos en un deporte, aficionados a la música de películas clásicas, capaces de sacar el tapón a una botella con los dientes o aficionados a tocar calderos como si se tratara de una batería de rock, según sus posibilidades. Había cosas que los hacían diferentes según sus capacidades más específicas o sus inclinaciones y gustos, pero Posín, sin duda era el tipo más retorcido de todos. Eso le decía, y él se excusaba pensando, o eso o que todos son muy superficiales y viven acomodados en la interpretación simple de todas las cosas. Darle tres mil vueltas a todo para, al final, no decidirse por ninguna de las interpretaciones que hacía de gestos, palabras y noticias, en realidad, la vida más fácil y tampoco más frágil. A la madre de Maruxa tampoco le parecía que los amigos de su hija fueran dignos de su atención, y se dirigía a ellos lacónicamente y con una risa falsa, lo que no les pasaba desapercibido. Llegaron a la puerta del hotel sin contratiempos y buscaron un buen lugar para situarse como meros espectadores. Subieron a un andamio en mitad de la plaza, los obreros que lo utilizaban para 5


limpiar una estatua ecuestre ya se habían ido a sus casas. Allí se sentaron y se quedaron un rato en silencio e inmóviles, tal vez esperando que una oclusión en el transcurso de la cola cuando las estrellas aparecieran. La multitud se conducía con libertad de una puerta a otra del hotel, y no se subían a las ventanas porque estaban demasiado altas. Como podemos suponer, aquel momento de libertad sobre un andamio era mucho más de lo que hubieran podido esperar cuando se les ocurrió acercarse al evento. Le hubiesen gritado a la multitud que se fueran a sus casas, pero todo resultaba tan emocionante que empezaron a creer que podría llegar a gustarles el balompié si le dieran una oportunidad. Alguien los descubrió en su atalaya, y se lo dijo a otra persona y luego a otra, y los señalaban y se reían. “Piensan que estamos locos” dijo Maruxa la Barda, ¿os lo podéis creer? Y Digger sonrió mirándola con atención por un comentario que en un momento más acorde con la rutina de su vida le hubiese parecido absurdo. Posiblemente era el más equilibrado de los tres en su vida de cada día, pero también el que estaba dispuesto a hacer las cosas más locas sin que nadie se lo pidiera. Además de eso, en los momentos de intimidad y recogimiento, era el más dado a las confidencias, eso le hacía también ser apreciado por su sinceridad pero no había sido suficiente para que Maruxa hubiese decidido seguir siendo su chica durante más tiempo. Llegaron demasiado pronto y ni rastro de los jugadores. En la distancia, sin embargo, se podía apreciar aquella masa humana cubierta de banderas, camisetas, bufandas (a pesar del calor), equipaciones diferentes, algunos llevaban balones y botas para que se los formaran y otros, álbumes de cromos perfectamente envueltos en plástico y protegidos contra una guerra nuclear. Delante del andamio había un árbol de considerables dimensiones que tapaba una parte del espectáculo; pero ya se habían acomodado y el lugar les parecía perfecto. Posín aprovechó para ir a comprar unas cervezas a una tienda de ultramarinos sin imaginar como haría a su vuelta para subir con una mano ocupada. Pronto la multitud se tragó su cuerpo pequeño y lo perdieron de vista, en ese momento, Digger le preguntó a Maruxa si estaba con él y le respondió que sí, “empezando”, señaló con precisión. Fue la primera vez en toda la tarde en que se dirigió a ella abiertamente. Ella continuó mirando en busca de un cambio en el show, pero los jugadores no aparecían. Era la más interesada de los tres en ver lo que sucedía, y posiblemente, en intentar reconocer a alguno de los jugadores cuando apareciera. Digger pensaba que no sabía el motivo por el que su relación había fallado y que podría haber sido muy feliz quedándose a su lado para siempre. ¿Para siempre? Tal vez eso había sido demasiado, se dijo. No sabía lo que iba a ser de él en un mes, cómo podía pensar un “para siempre”. Sabía que mucha gente intentaba pensar en esos términos, pero él no. Pero, volvió a pensar en ello, el problema no había estribado en si él podría ser feliz a su lado, sino lo contrario: ella no creía que pudiera ser feliz al lado de Digger, o, posiblemente, su desdicha había comenzado algún tiempo antes de decidir su separación sentimental. Posín volvió con unas cervezas en una bolsa, desde arriba le arrojaron un cabo que usaban los obreros posiblemente con un fin parecido al que ellos le querían dar, lo arrojaron y ataron a las asas de la bolsa, después subieron las cervezas al andamio y Posín pudo escalar con libertad. No le resultaba molesta la gente corriente dejándose llevar por las modas, tan iguales y previsibles. Posín no deseaba una vida parecida a la de aquellos que se movían a su alrededor unos cinco metros por debajo. No deseaba ser un clon, impávido ante la idea de que alguien lo pudiese confundir con el pensamiento controlado y dirigido de aquellos que se dejaban manipular por la televisión, la radio y la prensa escrita. No se trataba tanto de la búsqueda de una personalidad definida, sino de la huida de una falsa ilusión colectiva que reduce el pensamiento crítico hasta convertir aquellos cerebros en cacahuetes. Pero bien sabía que necesitaba respetarlos, eran la gente corriente, aunque, al contrario, ellos, la masa bien-pensante, si pudieran rechazarlos, incluso despreciarlos, por su falta de compromiso. ¿Llegó a creerse Peter Pan? Había deseado, por un instante, al menos, instalarse en una adolescencia no resuelta y que nadie de allí lo moviera. Nunca había deseado una vida de grandes acontecimientos, de logros descomunales, de lucha incesante y de fracaso con forma de deudas en el banco. Peter Pan no necesitaba entrar en el juego grotesco del trabajo precario para que todos abusaran de él durante años. No deseaba convertirse en uno de esos 6


seres que encuentran el respeto en inspirar miedo en todos los que lo rodean. No deseaba ser uno de esos gigantes agresivos, ejecutivos, con traje y corbata. De nuevo le parecía que la ropa decía mucho de la vida de las personas, incluso aquellos que, artificialmente intentaban ser singulares y no dejarse llevar por esos arquetipos de agresión. Era tremendo que los pudiesen ver y juzgar como inferiores, sólo por su forma de vestir, cuando la realidad era que podían subirse a un andamio y ejercer la locura que estaba tan mal vista. Allí, sobre aquellas cabezas tan planas, sobre aquellos que esgrimiendo bolígrafos y libretas podían pedir un autógrafo después de esperar durante horas, en aquella actitud que a otros les parecía enfermiza, se sentían libres. ¡Libres! ¡Fuera de control! Los argumentos no son baladís, menos aún en este caso de crisis capitalista, debemos tenerlo en cuenta. Tal vez, desde la comodidad de su palco, no merecieran saber todo lo que pasaba allí abajo, donde se cocían los pisotones, las zancadillas, los insultos, pero también el llanto de felicidad, los buenos deseos, los gestos de condescendencia y los que daban preferencia en el paso a los más débiles. Existen días con la forma falsa de la evasión, con la tentación de sacarnos de nuestra rutina, pero en realidad son una forma más de sacarnos de nuestras casillas, de llenarnos de ansiedad para que no pensemos en los que anuncian el final como muy cercano y lleguemos a la conclusión de que pueda ser verdad. Naturalmente, las afirmaciones de Posín acerca de una catástrofe mundial son imposibles de probar. No tiene la más mínima posibilidad de ser creído, a menos que encontrara un científico tan loco como para llevar a su campo las elucubraciones, imaginaciones y conclusiones fantásticas, más propias del argumento para un Cómic que de un Ensayo. Dicho esto, no debe sorprendernos que la idea que sus amigos se hacen de él, es aún un poco más bizarra, si cabe, de lo que en realidad suponían antes de conocerlo. Su situación es absolutamente complicada y caótica, me refiero a la de él y todo un bloque de amigos que deambulan por la ciudad sin trabajo, y digo que es complicada porque para tener la más mínima posibilidad de entender la sociedad en la que intentan desenvolverse, no deberían haberse conocido. No podrán seguir viviendo así indefinidamente, les dicen sus familiares desde la cordura, pero a sus propios ojos, desde sus aventuras, nada puede ser tan malo como llenarse de deudas que harían venirse tu mundo abajo si perdieras el trabajo -eso obviamente los convertiría en seres serviles y esclavos de los caprichos de sus superiores jerárquicos, lo que sería aún peor-. Era una suerte haber encontrado un sitio tan bueno, el andamio los hacía sentirse por encima de las humanas debilidades. Posín no tenía ni idea que iba a ser de su vida, pero al menos sabía lo que no quería; detestaba la idea de dejarse llevar por emociones tan pobres y darle un valor tan importante. El único valor del andamio era su posición estratégica, nada que ver con las torres de madera noble, las que utilizaban los clientes para tirarse de cabeza en los parques de bolas de los centros comerciales. Además, en aquella altura corría una brisa que no se notaba a nivel del suelo. El sol hacía brillos en las ventanas de un edificio, se reflejaba sobre el pelo de Maruxa con un halo de falsa dorada santidad y se iba dejando caer como un incendio dentro de una esfera inalcanzable. Compartían el momento, intentaba adivinar su cuerpo transparente detrás de la blusa y se sintió parte de ella, a pesar de la presencia de Digger. Una pequeña distancia los separaba, hubiese sido suficiente alargar su brazo para intentar tocar el brillante cabello de la chica, pero no se atrevería a tanto en ese momento. Los tres parecían convencidos de la seguridad de aquellas tablas y del armazón de hierro, aunque, lo cierto, era que temblaba en ocasiones, como si alguien tropezara repetidamente contra los anclajes que sujetaban los tubos a una pared. Desde allí poseían la visión de las calles adyacentes, de los atascos, de las cámaras de seguridad en la fachada de los bancos y de las farolas que estaban innecesariamente encendidas (horario de invierno, posiblemente). Se movió ligeramente sobre el suelo de tablas, arrastró el pantalón sin temer al riesgo de enganchar un tornillo y rasgarlo. Ese movimiento le hizo posible acercarse a la bolsa de plástico en el regazo de Maruxa y coger una cerveza. Ella parecía tranquila y cómoda en su postura de yoga, sentada entre los dos. Posín comentó que la cámara debía ser un señuelo porque no se movía, ni siquiera lo había seguido cuando se levantó y bajó del andamio, pero si no lo era, lo debían estar pasando bomba observando cada uno de sus movimientos. Unos minutos antes habían cambiado de 7


sitio, justo después de que Posín subiera y les pidiera que de pusieran un poco más atrás porque desde allí podían ver otra parte de la calle. Había policía, pero estaban tan ocupados intentando contener a los quinceañeros histéricos que ni habían reparado en ellos. Había otros dos policías armados dentro de un coche al sol, con las ventanillas bajadas, que lo miraban todo constantemente, sin apenas parpadear, pero estaban -ellos al menos lo creían así- para asuntos importantes o de peligro y, de momento, aquello les debía parecer un coñazo. Digger señaló a alguien en la multitud, y dijo un nombre, Seal. Los dos miraron en la dirección señalada y buscaron concienzudamente. Tardaron en dar con él -era una amigo de Digger que todos conocían del instituto, jugaba bien al fútbol y practicaba otros deportes, pero nunca llegaría a nada porque no se lo tomaba en serio. Existía una amistad de las que sólo se hacen estudiando juntos, pasando horas y horas en la misma clase durante años. Digger gritó su nombre e intentó saludar agitando los brazos, pero no lo oyó. Posín hizo un gesto de desagrado y le pidió que se sentara y se tomara su cerveza, alegando que Seal estaba ocupado y en otra historia. En aquella situación la distancia era un problema para recuperar viejos amigos, además, era posible que vieran a más gente conocida, en cuyo caso, lo mejor era intentar pasar desapercibidos. Pero si el interés de Digger era tan grande como parecía, siempre podía bajar e ir a saludarlo; no lo hizo. Por algún motivo, la impresión causada con su reacción fue la del que desea llamar la atención sobre sí mismo y no tanto sobre el hecho de un encuentro deseado. Había sido algo inesperado, había saltado como con un resorte y había empezado a dar voces como si ya todos necesitaran saber que estaba allí. Fue como decir, “eh, aquí estoy yo, el rey del andamio, mirarme todos”. Se puso la cerveza en la boca y seguía riendo muy satisfecho por lo que acababa de suceder; sin embargo, no podía ver la cara de Maruxa y la de Posín, porque desde luego no entendían nada. Ese fue el momento en que descubrieron que la presencia de su amigo era motivo de excitación y si lo miraban bien, podía ser el centro del show. Tenía todo lo necesario para ser un cómico sin que le hiciera falta hablar, era suficiente con aquellos gritos que ponían en tela de juicio los avances del hombre en siglos de conversación. Parecía tenso y fatigado a la vez, pero dispuesto a salir corriendo en cualquier instante. Era delgado, de cuerpo inquieto y no muy alto, pero capaz de los movimientos más ágiles e inesperados. Los nervios lo traicionaban y la cerveza lo había relajado al principio, pero la sensación de bienestar que sentía lo hacía tener ganas de reír y de moverse. Su posición en la vida no era la de aquellos que miran con detalle lo que hacen otros, como hablan o como se mueven, su cometido no era ser una estrella o esforzarse por parecerlo, era, posiblemente, parte de aquellos que estaban al otro lado, pidiendo autógrafos y luchando por un sitio cerca de la puerta de entrada del hotel. Por circunstancias, ese día había sido diferente, pero en otras circunstancias, se hubiese entusiasmado con la idea de poder estar cerca de los futbolistas e identificarse con aquellos héroes de plastilina, moldeados para agradar y vender camisetas. De entre los que pasan de los treinta y se siguen considerando adolescentes -a lo que podríamos llamar la “atracción inadaptada de nuestros tiempos-, es la que a más cerca estaba de los tres jóvenes que tenemos sentados en un andamio viendo el show que se representa por la llegada a la ciudad de las estrellas del balompié (posiblemente porque habrá un partido contra el equipo local). Todos hemos pasado por algún momento así, o bien como curiosos a una cierta distancia, o zambullidos en el mismo centro del pastel de cuerpos, codos y pies. Los tres representan a una generación que intenta sobrevivir pasando desapercibida y para eso, lo mejor es seguir pareciendo joven, porque a los jóvenes nadie los toma en cuenta. Yo mismo, que escribo estas lineas, me siento uno de ellos, eludiendo mi obligación de competir o representando un rival para los adultos que dan vueltas a mi alrededor cada minuto del día. Intento, en cierto modo, recordar mi juventud como algo que no he dejado partir del todo, y es posible que con ello molesto -hay gente que te quiere doblegar, que pretenden que te llenes de deudas y preocupaciones, que se siente obligada a agredirte y juzgarte, y que si consiguen que dejes de actuar siendo tu mismo, habrán conseguido destruirte y simplemente te dedicarás el resto de tu vida a actuar- He luchado toda mi vida eludiendo ser juzgado, no creo que aquellos que buscan una vida dentro de las normas deban juzgar a nadie, se les 8


ve infelices, sometidos a una gran tensión e incapaces de salir de un mundo que los enferma. Tal vez es el capitalismo; en alguna parte leí que el capitalismo nos enferma, puede que sea cierto. Pasaron unos minutos de ruidos diversos, tosieron, tocaron y retumbaron con las palmas de las manos sobre la madera, rieron y solo les faltó hacer gárgaras de cerveza con la mirada perdida en el horizonte. Ni siquiera les estaba prohibido arrojar aviones de papel para ver si conseguían llegar con uno de ellos hasta la misma puerta del hotel, pero no. No había un sólo motivo de refinado orgullo en su comportamiento, y eso, que para otros era motivo de timidez y retraimiento, para ellos era un nuevo desafío de aquella libertad y nueva aventura que se improvisaba cada minuto. Esa extraña semejanza en sus atrevidos espíritus también se alimentaba por saber parar a tiempo, ¿habían sabido parar a tiempo cuando subieron al andamio? Ellos, al menos, creían que sí.

2 Un Extraño Agradable Posín se sentía animado por encontrarse al principio de un camino que quería recorrer con Maruxa, digamos que por tener un reto en hacer que sus primeros tanteos amorosos llegaran a algo un poco más estable y compartido. Le parecía un momento capaz de entusiasmarlo sin que su consciente tomara la parte que le debía, una promesa de que hasta los que tienen las vidas más rotas pueden hacer planes que otros no entienden. Se le aceleraba la respiración cuando ella lo tocaba, lo que hacía con frecuencia aunque intentaba que pareciera fortuito. Le ponía la mano en el hombro o la espalda para hablar con él de cosas simples, y lo miraba esperando que la besara como había hecho en otras ocasiones, pero Posín no quería ponerse melindroso delante de Digger. Intentaba vivir organizadamente, buscando el momento adecuado a cada cosa (también a los besos), pero sin llegar a encerrar su vida en las normas como los que eran capaces de esperar horas al sol para poner un autógrafo más en su álbum de recuerdos. Intuía a aquellos jóvenes poniendo sus papeles autografiados en bolsitas de plástico que añadían a un block de anillas, durmiendo con él y llevándolo al día siguiente al colegio para enseñárselo a todos. En cambio, el y Maruxa, no podían perder el tiempo en cosas semejantes, era como si supieran que iban a morir jóvenes y necesitaran tomar decisiones rápidas, no distraerse en aficiones, estudios o colecciones, sólo vivir. Una hora más tarde, el bullicio continuaba y parecía que el interés de los fanáticos del fútbol decreciera lo más mínimo. Sin embargo, nadie parecía interesarse por los jóvenes locos bebiendo en las alturas. Su libertad era tan plena que parecían abandonados por todos en su entretenimiento, como si aquellos también tuvieran una opinión y los consideraran unos atrevidos, por no emplear un adjetivo más despectivo. La policía parecida recluida en la formación que habían decidido para cubrir aquel esperado evento, había una tensa tranquilidad y eso era lo que importaba, por lo tanto, su mejro opción si nadie los reclamaba para asuntos menores, era pasar desapercibidos El barullo también era constante, y supusieron que si gritaran en favor del equipo local nadie los acompañaría. Sólo podían limitarse a los pequeños movimientos que le permitía su limitado espacio. Al pie del andamio, un hombre se apoyaba en una de las columnas de hierro que la sostenían. A la vez, parecía seguir una música interior cuando repiqueteaban con un mechero, sin llegar a ser un código morse, pero que llegaba hasta arriba despertando la curiosidad de los tres amigos. El pie del andamio no parecía un lugar seguro, al menos no más seguro que las mismas tablas que los alojaban, porque en 9


el caso de derrumbe harían el mismo daño a los que estuvieran sobre ellas como a los que recibieran su caída. Algunos evitaban pasar por allí, otros sin embargo, parecían buscar la sombra sin importarle el peligro sugerido -cabría añadir a lo anteriormente expuesto, que el peligro no se reducía a un posible derrumbe, sino que cualquier herramienta, ladrillos, cemento, cuerdas, azulejos, o cualquier otra cosa que allí hubiesen olvidado o “guardado”-. A ratos, cuando el repiqueteo de aquel individuo en el hierro de la columna se hacía más animado, Maruxa perdía los nervios y golpeaba las tablas con la mano, diciendo, “¡Para, pesado!, pero nadie podía oírla allí abajo. Después, retenía la respiración y terminaba bufando como un caballo, eso le causaba mucha gracia a Posín que se reía sin decir nada. Por fin, él dejó de mirarla y asomó para ver al hombre que golpeaba el hierro con el mechero, parecía instalado para todo el verano, distraído y relajado. Digger se había puesto a jugar con una llave ajustable, e intentaba aflojar un tornillo: muy propio de él. Así que, Posín hizo un gesto con un dedo en los labios señalando a Maruxa que se acercara sin hacer ruido, y ella se arrastró hasta que estuvo a su lado, justo encima del cogote de aquel tipo. Allí sobre su cabeza, vieron por primera vez aquellos hombros descomunales tatuados como el mapa de un marinero, unidos a un hombre redondo, con prominente barriga correctamente sujeta por un cinturón de cuero y sudando su remera como si fuera agosto a mediodía. Miró arriba y les guiñó un ojo, y eso les hizo reír como si fuera una fuente de payasadas infinita cuando en realidad sólo deseaba ser amable. Inmediatamente después, hablaron con él y tan sorprendido como estaba, les preguntó si podía subir sin molestar, con lo que estuvieron de acuerdo. Les contó que estaba de paso por la ciudad, que llegara para ver jugar a su equipo y que la noche anterior había sido agredido por unos niños fascistas que lo insultaron por su aspecto, y que ese era el motivo de llevar una rascadura y algo de sangre seca sobre el ojo izquierdo. Hablaron sobre el fútbol y la capacidad de atracción que ejercía sobre la gente, miró los cascos de cerveza y también habló con Digger, que parecía siempre encontrar algo alegre, extraordinario y positivo, en todas las novedades. Le dijeron que no tenían prisa y que estaban dispuestos a quedarse hasta el final, es decir, hasta que al fin llegaran los jugadores y finalmente la plaza quedara vacía. Después de un rato de amena conversación les dijo que iba a tomar algo al bar y aprovecharía para echar una meada, pero que volvería, lo que a todos les pareció bien. No era un hombre vehemente, pero les dio la impresión de que sería capaz de subir y bajar por el andamio las veces que hiciera falta. Hablaron bien de él en su ausencia, y cada uno hizo un teoría acerca del tipo de vida que llevaba, si tenía un trabajo, si estaba casado, divorciado o soltero, si había viajado por todo el mundo, si era el miembro de un grupo de rock o un actor conocido, todo eso y más formó parte de la conversación en la que su imaginación desacerbada voló libre siempre en su favor, y que se vio recompensada cuando el hombre tatuado, de regreso se trajo na caja de cervezas para invitarlo y seguir su conversación. Entonces, terminó de presentarse, se llamaba Axel y viajaba en una enorme moto que tenía aparcada muy cerca. No parecía un hombre torpe, al contrario, era embaucador y listo, hablaba sin parar y contaba historias difíciles de creer pero que reproducía de forma tan directa y real que parecía en verdad haberlas vivido. Tampoco era para tanto, no impresionaba, pero de lo que se deducía de sus relatos era una persona con apreciaciones bastante comunes de lo que le había pasado. Precisamente, su forma de contar fue lo que les hizo una idea más aproximada del tipo de persona con la que conversaban, y “bajaron la guardia”, al fin y al cabo ellos también, a su modo, eran unos embaucadores y debería ser él el que se debiera estar alerta. “Tres cosas producen fuego en la sangre, una es el alcohol, otra es el amor y la tercera es la venganza. Y esas tres cosas arruinaron la vida de mis padres, por eso soy un bala perdida, y estos son los tatuajes que plasman esa historia”, dijo Axel mostrando sus brazos. Había hablado mucho llevado por el efecto de la cerveza y el ocaso que los cubría con suavidad después de un día de calor. Respiraba con rapidez e hizo una larga pausa porque por primera vez parecía estar diciendo algo que le salía de muy adentro. Iba a hablar otra vez, pero se detuvo como si necesitara pensar dos veces lo que iba a decir y miró el skyline de una hilera de edificios de los sesenta, terrazas de ladrillo y cemento. Perezosamente añadió al fin, “tener hijos es como tener una hipoteca, nunca 10


saber si te mereces que no te desahucien”. De pronto se hizo un leve silencio y a continuación un vocerío y exclamaciones de victoria, se acababa de correr el rumor de que los jugadores habían legado al aeropuerto y se dirigían en autobús hacia el hotel, lo que no era incierto del todo. Al parecer había hecho un aterrizaje de emergencia en otra ciudad y se dirigían en autobús hacia el hotel, pero tardarían aún dos horas, al menos. El sol de puso naranja y como le pasa a la gente intratable con los años, perdió tanta fuerza que cualquiera se atrevería a mirarlo. Luego, en su caída se dejó comer una esquina por un edificio y proyecto una sombra. Axel quiso salir del bucle familiar en el que se había metido y comentó que, a toda aquella gente, si les pusieran una virgen en una ventana, rezarían para que los jugadores llegaran sin más inconvenientes ni peligros para ellos. Por encima del andamio salía un general al que se vería montado en su caballo si los chicos no hubieran habilitado unos tablones y no estuvieran apoyados sobre sus cuartos traseros. Las patas del equino parecían haber sido limpiadas con algún método de arena o agua a presión, y eso había sido una suerte, porque estaban limpias pero no había olor químico en ellas. En medio de las impresiones de Axel acerca del mundo y la vida que le había obligado a llevar, Posín guiñaba un ojo a Maruxa y le arrojaba pequeñas bolitas del cemento que se había utilizado en reparar el suelo, intentaba enojarla y ella fruncía el ceño mientras el se reía. Nadie podía calcular entonces si aquellos pequeños gestos los conducían a una amistad duradera o a algo más intenso, tal como era su deseo. El día anterior mientras intentaban hablar de cosas tan personales como el amor, él había hecho algo parecido con una pelusillas de algodón que encontró en uno de los bolsillos de su pantalón. Entonces si había sido gracioso porque a Maruxa le pareció que en los bolsillos de Posín no podían crecer más que pelusillas. Se había tratado de un chiste que él completó diciendo que en los bolsillos de los pobres jamás permanece el dinero por demasiado tiempo, y que por mucho que rebusquen no encontrarán más que polvo, pelusas o tierra sucia. Pero eso había sido el día anterior y a ella ya no le hacía gracia que le arrojara nada y le daba la espalda. Él, miró al suelo contrariado y siguió escuchando a aquel hombre que obviamente era mayor que ellos y les hablaba de cosas de la vida que no entendían del todo. La tarde era tan larga que el sol parecía dispuesto a languidecer infinitamente y eso hubiese sido suficiente para despertar la más profunda melancolía si estuviera tan cansado, dolido de amor, o hubiese bebido lo suficiente. Daba la impresión que recrearse en sus recuerdos, a Axel le producía una sensación de realidad que lo reconfortaba. Se trataba de decir, existo y tengo una historia que contar, he vivido. Sumergido como vivía en sus tristezas cualquiera hubiese tenido con él la paciencia necesaria, aunque en ocasiones pasara de revivir antiguos modos de vida, a complacerse en como había cometido algunos de sus errores. Era capaz de exhibir detalles que daban a su historia una fuerte expresión de verdad, por tontos y simples que éstos datos parecieran, pues estaban vinculados a un tiempo en el que nada había sido tan bueno, como posiblemente el presente que vivían tampoco lo era ni se lo parecería al cabo de los años. No es tan difícil de entender que algunas personas hagan de la libertad su forma de vida. Por una parte es algo hermoso. Es como esos animales, los leones o los tigres, esa belleza intocable y peligrosa en libertad y tan miserable revolcándose en sus heces entre las barras de un zoológico. La vida los había hecho unos adaptados, los cuatro allí reunidos lo eran, cada uno por motivos diferentes pero, sin duda, estaban al margen de las preocupaciones más comunes. Y, a pesar de esa vida hermosa en alguno de sus extremos, tampoco se atrevían a vivir sin alguna prudencia, a devorar los instantes como se devora una locura, a gritar por cada nueva pasión. No hay excepción sin contrapartidas, se daba el caso de que no necesitaban tanto aire, ni siquiera podrían respirarlo todo y tampoco era agradable la intolerable facilidad con la que podían prescindir de algunas comodidades. Lo que los mantenía en pie, desafiantes, estimulados y dispuestos a la respuesta liberadora, era que se lo pusieran difícil, que pretendieran ser mejores que ellos, que llenaran sus vidas de obstáculos burocráticos y que, por esa ausencia social que se les calculaba algunos pretendieran retirarles derechos, dignidad y el saludo: eso los mantenía alerta. Bien que, todo esto parecía motivo suficiente para el resentimiento, cuando habían pasado momentos felices, capaces de 11


enfrentarse a días que los llenaban por completo, en los que incluso evitaban dormir y ninguno se quería ir a su casa -a veces los que ahora estaban, otras veces, con amigos de la calle o del bar-, podían respirar la tibia brisa de las noches de verano, paseando por la ciudad como si les perteneciera. Era en esos momentos en los que su alma se engrandecía. “Todos duermen”, se decían y veían en sus rostros la gratitud por ser como eran, porque valían la pena las privaciones, y hasta los dolores que otras veces los habían vencido, importaban menos. “Los pobres también nos enamoramos” pensaba Posín incapaz de serenarse ante la confortable temperatura y naturaleza de su “terraza”, mientras todas aquellas personas resistían apretándose caminando voluntariamente el horno que las cocería sin piedad. “Un autógrafo”, lloraba un niño mientras su madre apretaba los labios sintiéndose culpable por no poder concederle aquel deseo que era tan importante para él. En aquel agradable momento, a pesar de apenas conocer a Axel y de que podía tratarse de un asesino en serie o cualquier otra cosa extravagante que se les ocurriera, no se habrían encontrado en una mejor posición, y eso no habría sido debido a que prefirieran sentarse en las tablas del suelo que en un buen sillón de sus casas, o que la conversación incansable de Axel fuera mejor que un silencio reparador -cosa que nunca había sido de su agrado, porque el silencio tendía a hacerlos dormir y eso era como estar muertos. La realidad de la vida se basaba en el movimiento, en la excitación, en todo lo que se pudiera activar, e incluso en el conflicto-, así como tampoco les hubiera parecido mejor esperar dentro de aquel lujoso hotel en el que se podría dormir en sus alfombras de lo mullidas que parecían, que esperar las carreras y las peleas al ver a sus estrellas compartiendo la calle con aquellos fanáticos (aquellos que por su conducta no tenían razón alguna de enorgullecerse). Ni siquiera aquellos que los señalaban desde abajo intentando reírse de su heroica y arriesgada posición, representaban una razón convincente capaz de arruinarles aquel momento. Si aquello duraba mucho más tendrían que ir pensando en ir a buscar unos bocadillos y comérselos allí mismo, y ya puestos, incluso cabía entre sus posibilidades quedarse a dormir allí mismo. En un momento empezaron a hablar del fin del mundo, tal vez fue Maruxa la que quitó el tema, pero todos se sintieron implicados. Lo poco que Posín expuso de lo que sabía los dejó muy sorprendidos. La curiosidad, una mezcla de temor y desconfianza se cernían sobre aquel tema. Pero la parte referente a una gran catástrofe que terminara con la vida sobre la tierra les parecía menos creíble, que un aterrizaje masivo de naves extraterrestres que los llevaran a un mundo feliz en el que hubiera abundancia de todo. Posín afirmó que se trataba de posibilidades abiertas pero lo realmente importante eran las señales que anunciaban el fin del mundo, tal y como lo conocían. El breve discurso de Posín sonó cautivador, en una de sus partes aceptaba la idea de un fin para llegar a algo mejor, lo que en su situación y la de tantas otras gentes, no era tan difícil. Prometer un fin del mundo mejor de los hasta aquel momento conocidos, al fin y al cabo, era aceptar que no debían desanimarse por el futuro sin trabajo ni posibilidades que desde las más altas instancias se empeñaban en mostrarles. Después de haberlo escuchado, habían sido muchos los que habían visto la calle con otros ojos, habían respirado su aire con diferente ánimo y habían encontrado realidades y detalles que nunca antes apreciaran y que siempre habían estado allí. No se trataba de un fin del mundo imaginario, se trataba de empezar a disfrutarlo porque ya había comenzado. Estaba allí, entre ellos, ante sus propias narices, desarrollándose en las decisiones de los grandes jerarcas, pero también con sus propias reacciones. Podían experimentar lo que se sentía en esa situación con sólo aceptarla y empezar a vivir conscientes de que estaban inmersos en ese proceso. Eso facilitaba mucho las cosas, liberaba de muchas presiones y ofrecía el valor real de cada gesto, propio y ajeno. Después de haberlo oído, daban ganas de caminar por la calle dando las gracias a todo el mundo, como en un episodio de Rowan Atkinson en el papel de su mejor personaje: Mr Bean, “Gracias, gracias, gracias, y otra vez, gracias, gracias...”, hasta el infinito. Ante una fuerza tan inminente podríamos incluso prescindir de viejas conciencias y dejarnos incitar por nuevos pecados, según como cada uno viera el momento del derrumbe y como enfrentarse a él, claro está. “No existimos durante siglos para dejar constancia de nosotros. Estuvimos y estamos para vivir cada momento, por insignificantes que nos creamos; damos ejemplo y enviamos mensajes a otros para que también 12


puedan vivir, otros hombres que miraran al pasado y desde el futuro nos contemplan, hombres, que sin embargo, como más tarde comprobarían, querrían llegar a ancianos como ellos lo deseaban, aún con asumiendo la inminencia de una destrucción total, y lo que era más difícil asumir esa inminencia con el paso del tiempo, incluso a través de los años. Axel parecía casi convencido, le admiraba la forma de expresarse de su nuevo amigo y tuvo una idea que nadie esperaba: ¿Por qué no le hablas a la multitud?, dijo, “Ahora, desde aquí, no eres una estrella del soccer, pero sabes hablar y ellos te escucharán”. Maruxa la Barda no puede dejar de pensar en su madre, le dijo que salía a tirar la basura y la pobre señora se quedó esperando que volviera. En los últimos días habían discutido mucho, O Maruxa había discutido y se había rebelado contra sus órdenes, porque ella se había limitado a poner claro cuales eran los límites si quería seguir viviendo bajo su mismo techo. Había estado un poco preocupada porque no quería hacerle daño y sabía que estaría pensando que le había pasado algo, sin embargo, era firme en eso, esa no noche no dormiría en su casa y pensaba hacerlo siempre que quisiera. El sol ya no le golpeaba la cara directamente e intentó ponerse cómoda apoyando su espalda en el hombro de Posín. Valora aquella amistad y la de tantos otros con los que había pasado momentos parecidos. La calle le ofrecía conocer gente; indefinidamente caras nuevas que compartían sus momentos. Nadie puede reprocharse tener unos padres como los que tiene, ni siquiera podemos reprocharnos no haber querido ser como ellos. No se imaginaba rezando cada minuto del día, asustada por todo y juzgando a todo el mundo. No quería hacerla sufrir y sabía que tenía sus propios problemas y preocupaciones, por eso era muy posible que nunca alcanzara la paz interior que tanto anhelaba. No había llegado a saber muchas de las cosas malas que le pasaran a Maruxa porque su hija, precisamente para evitar más sobresaltos, se las había ocultado. No había sabido lo de aquella noche en urgencias vomitando algo que le había sentado mal, o lo del accidente de coche en el que iban cuatro y ella fue la que tuvo menos golpes -aquello si que fue una suerte si tenemos en cuenta que el conductor se rompió las dos piernas-. Y para qué le iba a contar ese tipo de cosas si la hacían sentirse tan mal y creía que podría solucionarlo contándose al cura. Aislada en su Fe, no había llegado a conocer a los mejores amigos de su hija porque, todo debe ser dicho, no le reculaban nada agradables y Maruxa lo sabía. Era totalmente ignorante de que en aquel momento su hija estaba subida en un andamio, o que la semana anterior se había dedicado a hacer graffitis en una fábrica abandonada en la que cedían los tablones y casi se cae del segundo piso, porque creía que aquella hija era una carga que Dios le mandaba para que aprendiera a superarse. Así pues, cuando Maruxa piensa que no puede contar con ella, precisamente en los momentos que más la necesita, simplemente se aleja y se pasa unos días sin volver por casa y sin decir por donde anda; y eso era tanto como decirle lo que pensaba de sus prohibiciones. Una enseñanza le quedaba clara de todo aquello, de la disciplina feroz de su madre y otros como ella, al final no les quedaba otra que hacer lo que hace todo el mundo, improvisar. Nadie puede controlarlo todo, hay que tomar cada alegría o cada contrariedad, en el momento que toca. En su pasada relación con Digger, no todo habían sido malos momentos, por supuesto. Él se había esforzado tanto por no perder lo que entre los dos tenían, que en sus ojos pacientes y desprendido, a ratos le había parecido una persona maravillosa. Como si hubiese pasado toda su vida buscándola (a ella o a otra mujer que se le pareciera), no se hartaba de observarla, reconociendo en cada gesto, algo familiar -pero eso parecía algo que los chicos hacían que frecuencia, que les había notado antes que a Digger y que seguía notando en Posín. Definitivamente, los romances los volvía muy raros-. La iba a buscar a la puerta de su casa y la esperaba escondido detrás de un árbol para que su madre no lo viera, se entregaba día y noche a imaginar aventuras que poder llevar a cabo con ella pero que nunca culminó. Y ella, que se mostraba siempre discreta, nunca ajena a todo esto, parecía encantada con tanta simpleza bobalicona. Y todo hubiera sido aún más surrealista, espiritual y adornado de imposibles fantasías, si él hubiese tenido un poco de sentido del humor. Pero Digger carecía por completo de la capacidad de hacer que la vida de él y de los que lo rodeaban fuera tan graciosa. Era absolutamente incapaz de extraer de la vida cotidiana todo lo que de humor pudiera tener, 13


recontarlo con cierta positividad y algunas invenciones espontáneas, darle algún significado y exponer a los personajes en sus facetas más inesperadas. Mientras él se seguía preguntando, en qué había fallado, ella estaba ya dándole vueltas a la idea de que Posín era gracioso, pero de momento se quedaba ahí. Hay mujeres que no son capaces de entender el lado humorístico de las cosas y empezó a plantearse que no debía culpar a sus parejas de que les sucediera exactamente lo mismo, sino intentar encontrar el lado positivo de la vida por sí misma. En eso Posín iba a tener una ventaja sobre Digger. Axel, inesperadamente empezó a toser, de forma vehemente buscó un tubo de pastillas que llevaba en un bolsillo y se tomó dos de un golpe acompañándolas con un trago de cerveza. Así empezó a hablar de otra parte de su vida que lo condicionaba en sus actos, una enfermedad nerviosa que lo afectaba a los pulmones. De su agradable compañía también se deducía su inclinación a estar acompañado por algunos amigos que pudieran llamar a una ambulancia si se desarrollaba una de sus crisis, pero esto podía parecer una extravagancia más del hombre tatuado, porque si era capaz de viajar miles de kilómetros en su moto, completamente solo y sin ayuda, no tenía lógica su preocupación. Abordó el tema con deliberada seriedad y ellos estuvieron de acuerdo en ayudarlo si de pronto, tal y como les relato, se caía al suelo tosiendo y sin apenas poder respirar. En otras ocasiones, según dijo, había pasado alguna de sus crisis sin ayuda de nadie y pasaban pronto, pero lo asustaba mucho. No era un hombre que se cuidara, eso estaba claro, pero nadie lo hacía en esos tiempos. Soportaba con dificultad el calor propio de aquella época y padecía por una alergia primaveral que complicaba todavía más su respiración. “Este hombre es una ruina”, le dijo Maruxa a Posín en secreto mientras los otros dos estaban distraídos, a lo que él respondió que la edad no perdonaba y que ellos tendrían suerte si llegaban a los cincuenta. Axel se secó el sudor del cuello con un pañuelo e insistió en que Posín debía darles la chapa a los congregados con sus ideas sobre el fin del mundo, pero eso parecía más una actitud liberadora que un deseo. Axel parecía decirles, no es malo que nos pasen cosas, estar aquí tranquilitos sin provocar al sistema no nos lleva a ninguna parte. Pero, justamente aquella tranquilidad, en un momento semejante, a sus tres amigos les parecía muy conveniente y acertado. Dos coches de directivos llegaron a la escena. Tuvieron problemas para poder pasar y meterlos en el aparcamiento. Nadie quería observar desde el perímetro de vallas, ni mantenerse al margen de cada novedad; nadie menos ellos. La imprudencia podía terminar en avalancha, el efecto más temido por aquellos que organizaban actos multitudinarios parecidos, pero la impaciencia era grande y no parecía que fuera muy cómodo pasar varias horas bajo el sol, entre empujones, codos y pies ajenos. Unos policías habían al fin, intervenido. Formaron una especie de punta de flecha echando a la gente hacia atrás y la mantuvieron con unas vallas a las que se sumaron otros para tenerlas en el espacio deseado. Los más próximos al hotel, estaban ahora a la altura de lo que antes eran dos o tres filas más atrás, eso planteó protestas y la ejecución de la maniobra se tuvo que hacer de una forma bastante violenta. Durante un momento todos temieron que la masa se desbocara, pasara por encima de la policía y entrara en el hotel buscando a los jugadores en las habitaciones, uno por uno. Las protestas iban en aumento, pero no se podía hacer nada porque nada de cuanto circulaba como un rumor era falso, los jugadores estaban de camino en un autobús y si en verdad querían verlos, tendrían que seguir sufriendo aquella situación que sólo ellos habían creado. Algunos niños miraban al cielo con ojos de santo devoto, otros se arrancaban a llorar y, unos momentos más tarde, una ambulancia tuvo que intervenir porque a un señor mayor le dio un desvanecimiento y tuvieron que llevárselo a un hospital. A pesar de todo, muy pocos eran los que decidían irse alegando que en otra ocasión tendrían más suerte. Un señor de los que habían llegado en los coches de la delegación del equipo, después de hablar con el director del hotel, se decidió a salir para tranquilizar a todos, para decir que llegarían pronto los tan esperados y que no había de qué preocuparse. Nadie le creyó por su torpeza en la elaboración del discurso, por el tartamudeo artificial y las dudas al intentar decir un tiempo aproximado de espera, que al final no dijo: podían ser quince minutos, como medio hora, como una horas más, o incluso que se quedaran a dormir en 14


otro hotel en carretera. A lo que parecía, aquel señor no había conseguido tranquilizar a nadie y fue despedido con gritos e insultos. A Maruxa se le van los ojos al cielo. Pasó un avión a chorro indiferente como la tarde languidecía, la espuma que iba dejando a su paso, se hacía anaranjada como el horizonte de antenas y ventanas. Nada le interesaba más que la trayectoria intocable de aquel punto brillante sobre un azul total, la lentitud la engañaba hasta que se cruzaba con otra estela que empezaba a desmembrarse y fue entonces cuando ya nada importaba, demasiado lejos para alcanzarlo con la mano. Había algo en Posín que lo hacía parecer fuera del amor tal y como ella lo veía. El se sentía dentro de sus dramas y, en realidad, fuera de ella y de todo hasta cierto punto, por lo tanto no era de extrañar que pareciera indiferente en ocasiones en las que se le pedía atención. Con Molly la carpintera, nada había sido tan así, pero tampoco con ella se había entendido. Al comienzo de aquella relación había luchado sinceramente contra los inconvenientes y se había visto superado por todos ellos, pero recordaba aquel principio con ternura, la misma que había puesto entonces en intentarlo. Quizás, cada vez iba confiando menos en las posibilidades que tenía de hacer durar su interés por lo que asumía con tanto fervor al principio. Había pasado momentos muy buenos con Molly, casi tan buenos como aquella tarde en el andamio, pero por algún motivo del que no podía culparse ni, por supuesto, culparla a ella, todo se había ido enfriando. Luego, un día de comedias y oradores en el bar de un amigo, se había fijado en Maruxa y eso había sido todo. A partir de entonces empezó un lento cortejo que pretendía poner cada cosa en su sitio sin conseguirlo. Mientras Posín se decidía a salir de su mundo de sueños de pobre, ella procuraba no perder el tiempo y había empezado a coser muñecas para una amiga que las vendía en el mercadillo. Aquello le servía para intentar hacerse a un ritmo tan poco acostumbrado como el de él, pero también, para dominar el desaliento que le producía, cada vez que necesitaba empezar una relación, que de nuevo se estaba equivocando. Trataba de imaginarlo en cada momento, en cada hora del día que no estaban juntos, qué era lo que hacía y donde estaba y, si en aquellas imágenes él no sentía la necesidad de llamarla, intentaba descubrir a que se debía. Pero no podía interferir en eso, aunque se pasara todo el día esperando que el lo hiciera, que cogiera su teléfono y marcara su número, aunque creyera cada minuto no haberlo oído y se lo pasara sacándolo del bolsillo y consultado las llamadas perdidas. No podía hablar de eso, ni condicionar sus estímulos, si lo hacía, tenía que salir enteramente de él. Creyó que no haría lo que le pedía Axel, lo de hablarle a la gente, pero se sintió adulado cuando el otro le dijo que tenía ese don y quizá, también creyó que podría impresionar a Maruxa con semejante exhibición. La cara de Digger era un poema, los ojos se le agrandaron como si no creyera lo que estaba sucediendo y el corazón le iba a mil. Posín dio el visto bueno y Axel lo anunció como aquel que tenía algo importante que anunciar, el elegido para la gloria de ser el instrumento del caos -esta parte alarmó a los policías que salieron del coche esperando órdenes. No podían tomar medidas radicales porque temían, en casos de aglomeraciones de tal magnitud que se pudiera producir una tragedia al salir todos corriendo por miedo-. Maruxa se puso en pie a su lado con cara de no entender y se dispuso a escuchar un discurso que ya conocía porque sólo unas horas antes lo había repetido en un bar. “Existen entre nosotros, entre nuestros familiares, amigos y vecinos, los que creen que la vida les debe algo. Luego están los que creen que ellos le deben algo a la vida. Me sorprendo a veces intentando descubrir a cual de los dos tipos responde cada una de las personas que me habla. Os preguntaréis de cual de esos dos tipos soy yo, y mi respuesta es, que me gustaría ser de los segundos. No hablo con la intención de convencer, ni siquiera con la intención de satisfacer mi ego, pero eso que está ocurriendo a lo que vosotros llamáis acontecimientos extraños, yo les llamo señales. Mi aportación al mundo, sin embargo, no va a ser desvelar su fin, no creo que eso pueda satisfacer a nadie, pero debo contar las cosas como las veo.” Se hizo un silencio casi de atención fraternal y respeto colaborativo. ¿Por qué no escucharlo si era la única persona que les prestaba atención en aquel infierno? También les hablaba de la familia y de los amigos, no sólo del fin del mundo. Eso era mejor que la misa del domingo y a él lo pasaba de la 15


tertulia de bar, a predicador de calle. Allí estaban, entre aquel público diverso, muchas personas extremadamente religiosas y esos eran los que parecían aceptar de mejor grado su discurso. Algunos arrebatados por el cansancio y su nuevo entretenimiento, parecían dispuestos a olvidar los autógrafos si él seguía hablando, y habían dado la espalda al hotel y ahora miraban al andamio sobre la estatua.

3 Los Invasores De Otros Mundos Molly la carpintera miró hacia arriba con el resto de la multitud y vio a Posín hablando de aquellas cosas que ella ya conocía de antes. Tuvo la intención de echar a correr para reunirse con ellos, pero se detuvo y llamó al chico que la acompañaba que se había alejado. Inspiró hasta agotar sus fuerzas y notó que se había puesto nerviosa, lo que le pareció una extravagancia en tales circunstancias. Ella se había empeñado en vivir por su cuenta una nueva vida y se se encontraba con que Posín le llevaba delantera y dejarse adelantar por una expareja era lo peor que le podía pasar a su reputación -cuando me refiero a dejarse adelantar, como todos habréis adivinado, estoy hablando de que uno de los dos es capaz de rehacer su vida antes que el otro, demostrando una habilidad que también es competencia, si es que competir en ese caso, tal y como pensaba Molly, la hacía más preparada para todo-. Aquella situación y ver sobre la tarima a Maruxa le hizo pensar que había sido el objeto de un complot, de un plan perfectamente urdido y ejecutado para que se alejara de Posín y hacerla pensar que había sido ella la que había dado aquel paso y decidido su separación. De acuerdo con aquel complot, durante un tiempo todos se habían vuelto insufriblemente aburridos e inactivos y ahora allí estaban “los protagonistas”. Pensó que sólo les faltaba música y soltar su discurso como una RAP, la poesía les ayudaría con el show. Por una parte estaba muy enfadada, por otra estaba deseando saludarlos. Intuía que no pensaban abandonar aquel lugar en un corto espacio de tiempo, al menos, mientras la “fiesta” durara, mientras los futbolistas no llegaran y todos se fueran a sus casas. Un minuto después de que Posín empezara su discurso, las ondas radiofónicas lo difundieron por toda la ciudad, porque un grupo de reporteros (que se habían desplazado con todo su equipo de radio para retransmitir el éxito del fútbol sobre la dignidad ciudadana) estaba instalado muy cerca de él. En un radio de treinta kilómetros cualquiera pudo escuchar que el mundo se acababa y los motivos y señales que daba para justificar ese presentimiento. La primera noticia de que la audiencia se había disparado les llegó por teléfono y ya no pudieron dejar de emitir aquella voz que con tanto convencimiento anunciaba la apoteosis final, tal vez mientras durmieran aquella misma noche. Sin embargo, no toda aquella gente, ni los que lo escucharon por radio, iban a creerle, pero fueron tantos los que sí lo hicieron que lo de pedir autógrafos perdió interés. Había conseguido exacerbar la imaginación de su público con cada nueva imagen de destrucción total. Nada parecía tan creíble, pero la llegada de nuevos medios, incluidas algunas televisiones, les hizo pensar, no sin cierta razón, que todo aquello terminaría por escaparse de sus manos. Cuando llegó esa hora de la tarde en que cierran los trabajos y los comercios, fueron muchos los que se acercaron para curiosear sobre aquel nuevo profeta. La policía se puso a trabajar desde el primer momento, aunque no intervino. Solicitaron instrucciones desde todos los coches, intentaron moverse para situarse más cerca de los chicos y 16


hicieron todo lo posible por identificarlos sin que ellos se dieron cuenta, pero como no lo consiguieron, se dirigieron a ellos directamente. Al hacerlo fueron abucheados y tuvieron que retirarse para no provocar males mayores, así que permanecieron en un segundo plano esperando que terminara el discurso y los “mitineros” se retiraran sin más. Hicieron una descripción de la escena a la central desde el coche y como hubiera algunos casos de desfallecimiento por el calor, creyeron que debían seguir observando en ese sentido por si hacía falta su ayuda, lo que parecía más una excusa que otra cosa. Sus superiores, tal y como estuvieran esperando, se pusieron en contacto con ellos, asumiendo así la responsabilidad de la decisión de no actuar y eso les pareció un alivio. La decisión de mantenerse al margen se mantuvo, esta vez apoyada desde sus superiores pero nadie podía comprender como se estaba complicando de aquella manera un acto tan simple como espontáneo. Luego estaba la seguridad del andamio, en lo que tendrían que entrar más pronto o más tarde, pero prefirieron no hablar de eso con la voz del sargento que prometió desplazarse para estar con ellos en cuanto le fuera posible. No había habido un momento más extraño en sus vidas. En aquel momento, aquel lugar se había convertido en algo parecido a un santuario pagano, si decir algo así no resulta excesivo. Pero es cierto que la difusión en medios hizo que muchos se fueran acercando y que cuando se les comunicó que los futbolistas ya no llegarían, a nadie le importó. Lo que se podía oír en toda la plaza era la voz de Posín acompañada por un susurro de conformidad. Los coches ya no llegaban hasta allí por lo que el ruido de los motores cesó y cuando anunció que se quedaría toda la noche para esperar el acontecimiento que anunciaba, fueron muchos más los que llegaron cargados con sacos de dormir y mantas. Por supuesto que había una belleza espiritual en el ocaso, una fuerza hermosa que nacía de creer e algo tan poco probable. Todos se habían vuelto locos, habían abandonado sus responsabilidades y rutinas y habían llenado la plaza de velas, mientras, los más razonables cenaban tranquilamente en sus casas antes de ponerse el pijama e ir a dormir en sus cómodas camas. No obstante, pese a que podía parecer posible que el cielo se rompiera de fuego sobre sus cabezas y que eso les provocara una profunda tristeza, como probablemente nos sucediera a cualquiera que en mitad de un viaje que se esperaba largo y cómodo, nos anunciaran que nos habíamos quedado sin frenos y sufriríamos un accidente en poco tiempo. Y posiblemente, en un momento así nos haría preguntarnos si cogernos las manos y poner nuestro drama en común nos haría aceptarlo con una resignación que nos humanizara al fin como otras veces intentáramos pero nunca consiguiéramos. Todos querrían tener a sus seres queridos cerca pero los que los tenían más lejos se conformaban con llamarlos por teléfono. Aquello que hubiera entre Molly y Posín, tampoco había sido tan menor. Ella nunca lo había visto como esa noche, en una situación parecida, pero sabía bien de lo que era capaz porque había oído decir cosas muy admirables acerca de él en los bares. Todo había sido muy emocionante durante un año, pero a ella, debía admitirlo, nunca un amor le había durado más de ese tiempo. Por fin, después de haberse convencido de que no le convenía y necesitaba pasar a otra cosa, ahora entendía que se había equivocado. Por primera vez en sus romances se había “dado con la horma de su zapato”, se había encontrado con aquel que durante tanto tiempo había buscado y lo había dejado marchar. Saludó a los presentes seguida de Vortemio, su nuevo amigo al que mandó a buscar unas cervezas sin objeción alguna por su parte, es más, dio la impresión de que lo dominaba como un perrito faldero. A Posín no le gustaba demasiado la idea de tener a Maruxa la Barda en el mismo andamio que a Molly la carpintera, pero al mismo tiempo se sentía halagado porque en la mayoría de los casos las exparejas suelen salir corriendo cuando se encuentran de nuevo después de un tiempo. No sabía si iba a ser capaz de sintonizar con las conversaciones que las dos chicas pudieran tener en tales circunstancias, si bien, los corrillos parlantes que ya se acomodaban para pasar la noche en la plaza, o rezaban o tenían como tema principal la destrucción apocalíptica del sol, la gran bola de fuego que los engulliría como un mero experimento de laboratorio. No resultaba práctico dar un discurso semejante sin haber evaluado las consecuencias, aún 17


asumiendo que fue una reacción pasional e inesperada, todo aquello podía traer malas consecuencias. El significado que muchos le dieron lo ponía a la altura de los charlatanes, pero el significado que la madre de Maruxa le dio cuando vio a su hija en la televisión, fue el de un embaucador que la había engañado y le había lavado el cerebro para introducirla en una secta secreta y misteriosa. Posín no era un embaucador, creía lo que decía con el valor de un discurso, pero tenía serías reservas sobre el día y la forma del fin, y lo manifestaba pero todos entendieron, “será esta noche y en forma de gran explosión solar”. Nadie podrá explicar nunca eso que sucede tan a menudo, y es que unos digan una cosa y otros entiendan otra. Pasa con todos los grandes libros y uno de los más contradictoriamente e interesadamente interpretado es el libro sagrado de los cristianos, La Biblia. Pues como decía, la señora Mandavala pudo ver a su hija en directo y la reconoció en menos de un segundo. Eso sucedió poco después de media noche y sin esperar un momento fue a levantar al cura de cama, que era su amigo y al que pidió ayuda. El cura expresó una idea muy diferente de los acontecimientos, y afirmó que sería mejor esperar que todo se solucionara por sí mismo, pero ante la negativa de Mandavala, sólo pudo acompañarla para intentar recuperar su hija y sacarla de las garras de aquellos monstruos. Y si por el camino, por alguna extraña razón, empezaran a caer trozo de fuego del cielo, siempre estarían a tiempo de refugiarse en los soportales de algún edificio, le dijo para animarlo. “Esto, en mi vida, es un suceso muy triste, una complicación y una vergüenza. Los jóvenes ya no ven las cosas de nuestra cultura como nosotros las veíamos, reniegan de las enseñanzas de sus ancestros. Yo, como madre, sólo he encontrado problemas en eso y me siento tremendamente defraudada por todo lo que estamos dejando atrás... y no sólo hablo de religión. No lo vimos llegar, la parte de la cultura americana que nos sedujo es puramente comercial y venderían a sus padres por que les compremos sus mierdas. Hemos vivido muy bien durante cientos de años sin esos lujos superficiales. El momento del caos ha llegado y eso debería llenarnos de temor. De forma parecida, cuando nos han invadido en las grandes guerras, han intentado cambiar nuestras costumbres y no lo consiguieron. Espero que no sea demasiado tarde para mi hija; ella ve demasiadas películas que vienen de allí.”, y así iba Mandavala haciendo un discurso sin fin intentando reconocer los males que afectaban a su hija y cómo recuperarla. En un juicio pretencioso de unas cuantas frases interrumpidas por el presentador de televisión, Mandavala se hizo una idea muy equivocada de Posín. Por mucho que lo hubiera intentado, una cosa era ser un verdadero profeta y otra hacer falsas (para algunos ridículas) adivinaciones. Y si todo aquello no había sido más que el montaje de una noche salida de un mente aviesa como la de Axel, -un desconocido que pensaba en aprovechar cada minuto de aventura antes de que la segunda madurez lo invadiera definitivamente- no iba a ser nada fácil de explicar y no tenían ninguna intención de hacerlo delante de la señora. Resultaría de todo punto imposible comparar la idea del fin del mundo que las lecturas de Mandavala habían creado en su imaginación y la a falsa, pero al menos sin pretensiones, calidad de las imaginaciones de Posín. De un lado estaba la fantástica visión de los caballos de la muerta montados por los pecados capitales, cabalgando una tormenta, dispuestos a decapitar a todos los pecadores, y de otro lado, el apoteosis de una gran explosión química capaz de mover planetas como bolas de billar y hacerlos golpearse unos contra otros. La tarea imaginativa de los dos llevaba al mismo sitio pero por diferentes caminos, los dos hubiesen deseado ganar la atención de los congregados en un campo de fútbol para ver la final de copa del mundo, y aún podían intentarlo mientras la herida abierta en los informativos de la noche siguiera vertiendo imágenes de plaza dormida, pero iba a ser imposible conciliar la tradición católica con la libre imaginación pagana. A pesar de todo, debo decir que Posón concibió esa idea pero nunca se la propuso, además ella había llegado a llevarse a su hija no a entender, a encontrar puntos de encuentro. El cura andaba por su parte hablando con los grupos reunidos,, libre de ella que gritaba el nombre de su hija al pie del andamiaje. Al menos, por parte del clérigo, no parecía dispuesto a arruinar la reputación de los oradores para echar por tierra aquel momento, daba la impresión quizás de querer aprovechar la sensibilidad creada para exponer la relación que podían tener con la esperada llegada de Jesucristo, 18


el redentor, capaz de perdonar los pecados de los hombres por muy terribles que fueran. Y bueno, algunos conservadores no estaban muy de acuerdo con eso. A pesar de que la madre de Maruxa se pasó media hora gritando para que su hija bajara y la acompañara a casa, no lo consiguió. No fue una reacción excesivamente virulenta, ya todos conocemos la falta de fuerza de la burguesía para los espectáculos latinos de calle. Le faltaba insultar, rasgarse la ropa, llorar y un toque de teatralidad amenazante más propio de los barrios del extrarradio. Debemos reconocerle, sin embargo, que su tenacidad les hizo creer que no se movería de allí hasta que su hija se decidiera a bajar, pero no fue así. La madre autoritaria y fanática que Maruxa había soportado durante años se manifestaba en aquella escena. Como contraste, estaba la cara de Axel asomando para verla enrojecer, fascinado, incapaz de moverse de allí. En este sentido, volvemos a encontrarnos con la perfección de la torre elegida, que lo fue como una defensa, pero que cumplía celosamente ese cometido en cuando cubrían con sacos de cemento las barras que servían de escalera y daban acceso al entramado de tablas en el que estaban. Eso, a la policía, que seguía dispuesta a no intervenir, le hacía pensar que podían tener otro tipo de trucos y líquidos que pudieran arrojar en el caso de un asalto. También a ellos, en el nombre de Dios, les pidió Mandavala que intervinieran y le devolvieran a su niñita secuestrada por aquella secta, a lo que le contestaron que la niña era mayor de edad, y que si daban un paso en dirección al andamio, era muy posible que aquellas personas sentadas en el suelo de la plaza, hasta el momento pacíficas, les abuchearan y arrojaran todo tipo de objetos y que intentando evitar males mayores, era mejor dejar que se cansaran y se disolvieran por ellos mismos. Las luces de los edificios colindantes se encendieron, y algunas familias salían a las ventanas para seguir de cerca aquel fenómeno que nunca antes vieran y que prometía una vigilia en toda regla. No es fácil hacerse con una idea coherente de cuanto sucedía en la plaza o lo qué había motivado a aquellas personas a quedarse aquella noche a dormir al raso. Pero, la tarea de darle forma al espíritu vibrante que parecía unirlos a todos, era tan gratificante como necesaria para el orador. Cualquier pelea o discusión aparecían como algo anecdótico y al margen de los congregados, como si la incesante energía que los llevaba fuera incapaz de asimilar a los que competían por una baldosa en su espacio o los que se descalzaban sin pensar en las incomodidades. Se hacían todo tipo de llamadas al orden, a la limpieza y a la concordia, pero después de una hora hubo muchos que fueron a buscar algo que cenar y también sobre el andamio lo hicieron. Volvió Vortemio con las cervezas y antes de que pudiera sentarse, todos pusieron dinero y se lo entregaron para que fuera a buscar todo lo necesario para cenar, pero esta vez lo acompañó Posín y Axel. Por fortuna, la madre de Maruxa ya se había retirado y pudieron poner los pies en el suelo sin ningún peligro. Un policía los identificó y les preguntó qué hacían allí arriba, ellos contestaron que habían ido a mirar lo que se cocía y los dejaron ir. Después de momentos de excitación llegaban otros de tranquilidad y empezaron a disfrutar del sosiego de las noches que siguen a los días calurosos. Podían sentir que todos estaban en lo mismo, aún sin saber con exactitud de qué se trataba, pero que eso, lo que fuera, había entrado en sus pechos hasta hacer perder importancia al resto del mundo y sus noticias. Intercambiaban conversaciones en las que sólo ellos eran el centro del mundo, y los que estaban sobre la tarima intentaban hacer lo mismo mientras comían pan y chorizo que habían comprado en el bar que se había cerrado a permanecer abierto toda la noche. Era una suerte tener un bar abierto porque de otra manera habría que buscar una alternativa para poder orinar y seguir tomando café con magdalenas, que fue como na moda. Ellos no eran una familia, pero puesta la espalda sobre la madera, contando estrellas, creían que estaban como en casa, y algunos realmente estaban mejor que en casa. “Al menos no habrá gritos esta noche”, decía Digger. Todos se daban cuenta de que lo bueno no dura mucho, y a la mañana siguiente, si el fin del mundo no llegaba, habría que volver a la realidad, mientras tanto, podían seguir disfrutando de aquel aire templado que les dejaba exhaustos. Maruxa quería saber si Molly se iba a quedar mucho rato y si aún la seguía queriendo, pero todas sus preguntas chocaban con un muro de evasivas por parte de Posín. En resumen, contestaba 19


repitiendo que tenía tanto derecho como ellos a estar allí y que no iba a comportarse como esas personas bordes desprecian a todos los que les molestan de algún modo, o ya no le son útiles. Así pues, a los que llegan sin ser invitados se les daba en su grupo el mismo trato, siempre había sido así y así debía seguir siendo. Maruxa estuvo a punto de pedirle que abandonaran, que ya había estado bien por ese día, pero toda aquella gente se iba a quedar a dormir en la plaza y era su deber, después de semejante discurso, quedarse con ellos, si bien, ninguno parecía creerse que el fin fuera a llegar esa noche. Maruxa no podía olvidar la espléndida sonrisa de hipocresía con la que Molly la saludo aquel día, na sonrisa que decía, estoy aquí para joderlo todo. Después de que casi todos estuvieran dormidos, a nadie debía sorprenderle que Posín fuera al bar para hacer aguas menores y tomar café, que era algo que le gustaba especialmente. Pero fueron menos indulgentes los que vieron a Molly salir tras él como persiguiendo un reflejo de luz de luna. Y en el momento que se encontraron, él estaba tan cansado que se había sentado cerca de la puerta y aceptó que ella lo hiciera a su lado, tan pegados que podía adivinar por el movimiento de su pechos que no llevaba sujetador y recordar que sus pezones apuntaban al frente sólo cuando se sentía especialmente emocionada. El bar estaba casi vacío, apenas una pareja y dos prostitutas tomaban algo apoyados en la barra, y ese fue el momento en que Molly le preguntó que les había pasado y por qué lo habían dejado. Había un silencio somnoliente en toda la plaza y se habían ido apagando todas las conversaciones. No habría más noches como aquella, con estrellas tan trasparentes, con conciencias tan livianas bajo un cielo tan saciado que nadie dudaba de su propósito de enmienda. En aquella conversación ella sabía conducirse con el arte de la culpable ambigua, porque sólo ella podía tener respuestas a sus preguntas. Casi ninguna otra mujer que él conociera era capaz de llegar a su corazón como un cuchillo sólo insinuándose. En cambio, en el corazón de ella un cuchillo hundido hacía mucho tiempo la había dejado sin sangre, congelado, para su desgraciada ansia de sentir. Antes de ofrecer una víscera tan seca debería prevenir contra esta irregularidad que se volvía tan obvia con el tiempo, que contrastaba estruendosamente con otras inocencias menos maltratadas, como si en su lucha por parecer lo que no era, siempre a ella le tocara perder. Todo lo sucedido aquella noche no podría explicarse por el acontecer de hechos tan relacionados en un espacio tan corto de tiempo o por cualquier casualidad imaginada con anterioridad y de la que se huye cada día, sino por la necesidad física que el mundo tiene de que pase algo que los retire de lo que es un sinsentido en sus vidas, y, aunque el fin del mundo no iba a llegar esa noche y muchos lo sabían, al menos se habían parado un momento a pensar sobre sus vidas y todo lo que a su alrededor funcionaba mecánicamente. Es posible que pudiéramos asumir que nada sucede del todo de forma ajena a nuestros movimientos durante años, pero todo eso nos llevaría a analizar el carácter de Posín, sus preferencias en sus estudios, sus lecturas y su imaginación desbordante. Él nunca se consideró especial, ni llamado a grandes acontecimientos, al contrario, los misterios que lo rodeaban lo hacían presa fácil de la prensa sensacionalista de ciencia ficción, es decir, si en lugar de hablar del fin del mundo, hubiese recreado una de sus fantasías sobre la posibilidad de ser invadidos por una fuerza extraterrestre, el resultado hubiese sido el mismo, o al menos, parecido. Que a partir de aquel momento se hubiese convertido en una de las caras locales más reconocibles, eso no podría evitarlo, pero no tenía intención alguna de seguir alimentando aquella fantasía después de aquella noche. A la mañana siguiente, salió la luz del día con fuerza inusual. Lentamente, los congregados se fueron levantando, intentando dejar atrás la pereza del sueño y concentrarse en una renovadas ganas de vivir. Pero no había prisa, ninguno quería, del todo, recorrer el espacio de vuelta a la realidad y dejar atrás aquella noche. Para ellos, en cierto modo, había pasado un nuevo tiempo y no podrían ya nunca prescindir de un recuerdo que los extraía de sus inconscientes competiciones. Se envolvían en sus mantas y se ponían de pie para fumar el último pitillo golpeando el amanecer con la frescura que lo caracteriza. La mañana tenía algo de reconfortante que se mantuviera toda la noche en las estrellas y que parecía conservar su magia, a pesar de la desconvocatoria y el suelo perdido de botes, ropa olvidada, velas agotadas y los envoltorios de los bocadillos del bar. 20


Molly no estaba, había aprovechado un descuido para desaparecer sin decir ni adiós. Toda forma de vida busca como sobrevivir a todo lo negativo que se les mete en la cabeza, esa es la gran fuerza de la evasión sobre todas nuestras desgracias. A la forma de vida de Posín y sus amigos, les hacía falta aventuras, tener entre sus recuerdos aquellas locuras que les dieran la seguridad de que sus vidas habían servido para algo. El nuevo día se anunciaba con fuerza y casi había olvidado que tenía que pasar por la oficina de empleo. Maruxa se lo recordó y le dijo que tenían el tiempo justo para pasar por casa y asearse un poco. Nunca había estado tan poco seguro de algo, de si serviría para encontrar un trabajo o si deseaba tenerlo. Sólo en el transcurso de aquellos minutos decisivos se fue convenciendo de que no podía eludir aquella cita. Axel había recogido sus cosas y se despidió afirmando que aquella tarde iría a ver el partido y que esperaba que los suyos ganaran. Después se dirigió a Posín y le dijo que iba a montar un bar en su pueblo y que esperaba verlo por allí; acto seguido le dio su número de teléfono. Ninguna idea podía ser más odiosa que tener que separarse, pero la vida continuaba. Digger y Vortemio también congeniaron y salieron juntos en dirección al centro de la ciudad. Quedaron unas cervezas sin abrir sobre la tarima, eso podía ser una buena noticia para los trabajadores cuando comenzaran su jornada y pudieran beber algo para hacer frente al calor, si bien no debían estar muy frescas. La plaza quedó desierta una hora después y los servicios de limpieza del ayuntamiento procedieron a su limpieza, mientras, en una de las ventanas del hotel, los futbolistas se agolpaban intentando entender que había sucedido. Por un momento habían dejado de ser el centro del mundo, porque el mundo se acababa.

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