Desde la noche de manos y arenas

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La lentitud estelar

1 La lentitud estelar Justo un minuto antes de entrar en la cámara de frío, Wally supo que estaba haciendo lo correcto, se tomó un puñado de pastillas para dormir y se acomodó entre unas cajas de fries chips y toros de merluza. Por supuesto que no había visto las noticias la noche anterior, el doctor Jenkins había vuelto a “su isla” -donde tomaba baños de sol entre palmeras y turistas obsoletos mientras regentaba un café en el que también ponían comidas rápidas y baratas- y aquello lo habría cambiado todo, la policía le seguía los pasos por un asunto con hacienda y puso tierra por medio. Eso le daría tiempo y dejaría de pedirle el dinero que le debía, amenazando a su mujer -la pobre no dejaba de llorar y no se merecía aquel calvario-. Lissy Cornell se llevó un disgusto al ser la primera en entrar y encontrarlo cubierto de hielo. En un lugar en el que había trabajado toda tu vida, una chica como Lissy, a sus cuarenta años, no era probable que pudiese esperar que le pasara una cosa así, y mucho menos un día antes de coger sus vacaciones. Un tiempo atrás, Lissy había asumido la costumbre de hablar sola como algo normal, pero no hablaba con un ser imaginario, ni con la imagen de alguna persona conocida que tomara forma en su imaginación, hablaba consigo misma. No quería que la tomaran por loca y evitaba hacerlo cuando había alguien observando, pero resultaba muy útil cuando quería aclarar las ideas y averiguar por qué hacía según que cosas, tan extrañas o más que hablar sola. Cualquiera lo consideraría una debilidad que la aislaba de las conductas capaces de regirse por sus propias normas sin llegar a esos sistemas psicológicos anticuados. “La gente sabe lo que debe hacer y lo que no debe hacer en cada momento sin utilizar trucos infantiles. Eso que haces es como contar con los dedos Lissy”, le había dicho su padre con severidad. Pero le complacía dejarse llevar por su imaginación y jugar a juegos que hacía mucho que había dejado atrás, ¿qué daño podía hacer con eso? Y lo cierto era, que entre sus más allegados aceptaba con sinceridad emocionada, que era cierto, que no podía dejar de sentirse como una niña en ocasiones y que si la niña que todas las mujeres llevaban dentro, salía y se mostraba al mundo exterior, lo hacía con expreso consentimiento, y que por eso no le preocupaba. Y como suelen decir aquellos que tienen algún tipo de dependencia, “lo tengo controlado, puedo dejar de hacerlo cuando quiera”. Esperó unos segundos antes de tocar el cadáver. Finalmente, después de preguntarse en voz alta, ¿qué hacer?, empezó a registrarle los bolsillos. Puede parecer una conducta mezquina, y lo era, sobre todo porque Wally le debía doscientos pavos, y si no los recuperaba en ese momento debería 2


darlos por perdidos para siempre. “Esto me pasa por ser generosa, espero no tener que explicárselo a nadie”, volvió a soltar en voz alta. Parecía estar robando a un muerto, lo que le parecía detestable, y lo único que encontró fue un papel que envolvía un billete de lotería, una servilleta con nombres y números y una anotación en la parte de atrás. Recompuso el cadáver -lo cierto es que apenas había metido dos dedos en uno de sus bolsillos para sacar su cartera y volver a dejarla, vacía-, y así volvió a sentirse la misma mujer desgraciada y sin suerte de siempre. En un trabajo en el que se pasaba siete horas de actividad cada día, era muy difícil no sentirse interrumpida en más de una ocasión. Pero era de los primeros en entrar y no era probable que nadie pasara por las cámaras de frío a aquellas horas. Tal vez la consideraban una individualista por eso, pero no le gustaba compartir su trabajo, lo que también, al parecer, iba en contra de la idea del trabajo en equipo que tanto repetían sus superiores. El trabajo no era nada del otro mundo, pero en esos tiempos era difícil encontrar algo estable y abusaban de la situación, si lo querías lo cogías y si no te parecía bien, te ibas y buscabas otra cosa. Era sucio, manual, cansado, lleno de olores insoportables, y, sobre todo, mal pagado. No era extraño que Wally lo aceptara si debía dinero a tanta gente, era lo quedaba, y saben lo que dicen, “si a las cinco el pescado no está vendido: o está enfermo o está podrido”. A ella la pilló por sorpresa, apenas lo conocía, y cuando le dijo que necesitaba el dinero para pagar el alquiler o lo desahuciarían (y que se lo devolvería en una semana, esto también era importante), lo creyó. Le pareció que alguna fuerza más allá de los humanos sentidos, le ofrecía la oportunidad de recuperar su dinero, la prueba definitiva de que estaba bien vista, o que era apreciada por sus ancestros y amigos muertos, en el otro mundo. Su imaginación no paraba nunca, pero si quería creer que la estaban ayudando desde el más allá, eso era optimismo, y nada es más apreciado entre los que más golpes reciben de la vida. Al meter en el bolsillo de su chaleco lo que había encontrado, distinguió el final del pasillo la sombra de alguien que se acercaba, cerca de la sala de contadores de luz que solía oler a cables quemados. Se trataba de dos operarios de mantenimiento que no deberían estar allí a aquellas horas, por lo que supuso que habría alguna avería. Los chicos de mantenimiento eran como los renegados de la clase trabajadora, cobraban bien y por eso se creían en un estadio superior, pero por mucho que se lavaran era imposible sacarse aquella costra de sudor obrero, que dejaran de rascarse el culo en público o de construir frases llenas de expresiones soeces y palabrotas. Todo en ellos indicaba que eran rechazados en los grupos de superiores de cafetería, pero eso no los desanimaba a comportarse como “elegidos técnicos de conocimientos elevados”, frente al pobre personal de base. Aprovechando que reconoció a Fredy, uno de los trabajadores de mantenimiento y que supuso que necesitaba que alguien más se implicara con ella en su descubrimiento, gritó como una loca y sollozó como una desgraciada, mientras los otros atónitos llamaban por teléfono para que alguien, a su vez, llamara a una ambulancia. La dignidad del muerto era innegables, se había mantenido erguido hasta que el hielo lo cubrió por completo. Además estaba envuelto en una bata corta de color azul que parecía una americana al quedar prensada por efecto del frío, y los ojos y la barba le daban un aspecto regio y un gesto amable. Entre las confusas miradas de los camilleros, Lussy se incorporó y se escabulló hasta ocupar un lugar poco destacado detrás de Fredy, y lo alentó a responder las preguntas del médico dándole un empujón para que, un paso por delante, pudiera presentarse como uno de los descubridores del cuerpo. Él atravesó aquel canal de preguntas indecisas con respuestas dudosas y un “no sé” repetido, cuando también se incorporaron a la declaración de muerte del médico, dos de sus superiores. -Pues por lo congelado que está, debió quedarse toda la noche ahí sentado. Es horrible -Y entonces dijo lo que Lissy se temía-, La primera en encontrarlo fue Lissy. -Abrí la cámara y estaba ahí, exactamente igual que ahora. Nadie lo ha movido -tuvo que responder y volver a su esquina por ver si se olvidaban de ella. Del mismo modo que todos estaban interesados en conocer una historia del cadáver que pudiera interpretar aquel suceso, los compañeros de trabajo del cadáver, estaban empeñados en no entender tanto revuelo y la suspensión 3


de las vacaciones de todo el personal hasta nuevo aviso fue considerado como un acto hostil contra sus derechos que ni la policía que estuvo aquella mañana por allí curioseando pudo entender. Enfurruñada como un niño al que acaban de anunciar que se suspende su cumpleaños, Lissy Cornell, estuvo unos días desconfiando de todos y se volvió intratable para sus compañeros, que comprendían su enfado. Ella se sentía a cubierto de cualquier desconfianza de las autoridades, cuyas pesquisas estaban centradas en la desordenada vida personal de Wally, las amistades que lo sometían a amenazas y las carta de despedida que había dejado a su mujer, lo que los situaba frente a un caso de suicidio con un alto porcentaje de acierto. Cuando terminó el interés de la policía por la cámara de frío y todo lo que guardaba, Fredy sintió curiosidad por lo que ella pudiera pensar sobre todo lo expuesto. No había duda de que se sentía impresionada, contrariada y entristecida por el suceso, y al contrario de lo que muchos pensaban, había cosas que le importaban más que el riesgo de perder sus vacaciones por lo ocurrido. Sin importarle estar rodeado de los curiosos que se acercaron a echar un vistazo, Fredy acercó su cabeza al hombro de Lissy y le dijo al oído que deseaba quedar con ella para hablar de todo aquello. La hora del desayuno se acercaba y le propuso salir a una cafetería en la que no se encontraran con el personal que tuviera una idea parecida, y por eso tuvieron que escabullirse y caminar un poco más de lo que lo hacían habitualmente. Esperaron el momento en que los últimos camilleros se retiraban después de recoger el material sanitario que les había quedado atrás y los acompañaron hasta la puerta, una vez allí no volvieron a entrar. ¿Qué era lo que quería realmente Fredy? No parecía tan interesado, ni su curiosidad se había despertado tanto, como aprovechar las circunstancias para pasar un rato con la chica. No podía considerarse una cita, pero ella sabía que él no desaprovecharía la oportunidad para quedar con ella de nuevo, y ya no parecía raro, ni siquiera porque el estaba prometido. En realidad, ya le había pedido una cita en toda regla, en otras ocasiones, y no se trataba más que de un reflejo, una repetición de su inclinación a establecer un contacto permanente a pesar de su compromiso previo con otra mujer. La madre de Lissy abrió la puerta cuando Fredy llamó al timbre mientras miraba el coche que había dejado en marcha. Se dijo que podría esperar unos minutos mientras ella terminaba de prepararse y bajaba radiante dispuesta para su estrategia. Volvió a mirar el coche sin dudar de haber hecho lo correcto, porque se estaba comportando bien y el relentí era estable,y también porque si lo hubiese apagado le hubiera costado volverlo a encender; era un coche viejo, ruidoso y en espera de algunos ajustes. Entonces, la señora Natalí entró y tuvo una palabras con su hija que Fredy pudo descifrar a través de la puerta, “¿vas a salir con ese hombre? No me parece lo que te conviene. Deberías quedarte esta noche. Mañana será otro día.” Natalí respiraba con ansiedad, como si pudiera dar bocados el aire. No pudo oír lo que le contestó Lissy porque el coche se aceleró y empezó a echar humo negro por el escape, pero al momento ella salió y se dirigió al coche sin apenas mirarlo y con un simple “vamos”, concluyó la recepción. No pudo por menos que suponer que estaba enfadada, así que obedeció y en un minuto se pusieron los cinturones de seguridad y partieron para cenar en algún lugar no decidido de antemano. Se desplazaron no más de cincuenta metros y un coche de policía les dio luces y se detuvieron. Se trataba del mismo hombre que había estado revisando el cadáver de la cámara frigorífica, el sargento Scotty. Los miraba con una superioridad y arrogancia incapaz de disimular. Era un hombre que había sufrido en un trabajo en el que veía muertos con frecuencia, que venía de una juventud gastada como soldado en una guerra colonial y que intentaba mitigar las imágenes que le obsesionaban de los muertos, bebiendo whisky. Se preguntaba, qué sabrían aquellos dos pipiolos de esa presencia insolente que un día se te pega al inconsciente y que ya no te deja vivir. Se prometió ser educado y su intervención no duró más que unos minutos, les preguntó por su relación y de qué conocían a Wally, después les entregó una tarjeta para que lo llamaran si tenían algún problema, “las amistades de Wally no eran de lo más aconsejable y les podrían molestar” Después de leer aquel papel que sacara del bolsillo de Wally, adoptó una actitud muy constructiva, 4


tenía el dinero del billete, y si debía viajar para conseguir el resto, lo haría. La entrevista con Fredy empezó como si sintiera algún tipo de interés por él, y no era del todo incierto, en realidad quería que la acompañara en su aventura. Le habían enviado todos los papeles de la agencia de viajes, y la isla parecía atrayente, podrían disfrutar de unos días de playa además de hacer las gestiones que necesitaba, así que no esperó al final de la cena para mostrale las fotos de un lugar tan apetecible. Esperó cinco segundos antes de empezar su relato sobre lo conveniente de aquel viaje, sobre las maravillas que verían y visitarían y lo agradecería que le quedaría si la acompañara en sus gestiones -tenía que encontrar al doctor Jenkins y compartir con el el número debajo de los adeudos que decía, Clave Secreta-. Al final del día anterior había visitado el banco local más popular y le confirmaron que podía tratarse de una de sus contraseñas, pero no le iban a dar más información, de acuerdo con todos los protocolos eso sería imposible. Algo le decía que Jenkins era solución a sus dudas y no le importaría compartir con él una parte de lo que pudieran encontrar si le ayudaba (A Fredy le bastaría con sentir su compañía y disfrutar de aquellas vacaciones sin que se enterara su pareja, ¿qué más podía desear? Esperó ansiosa la respuesta del técnico en mantenimiento, pero parecía saber de antemano que diría que sí. Finalmente, cuando todas sus dudas estuvieron resultas (al menos aquellas que la misma Lissy no tuviera), le hizo creer, como si se tratara de una broma que sería bien recibida, que no le parecía buena idea, pero la cara que ella puso tuvo que ser tan rabiosamente amenazadora que comenzó una risa nerviosa que se interrumpió y aceptó carraspeando, “perdona”, añadió. Lissy observó que cuanto más hacía por intentar explicar lo que quería, más confuso se volvía, y que sus intentos por hacer coincidir su interés por descifrar la servilleta y sus números y nombres, a los ojos de Fredy se resumía en unas vacaciones en una isla del caribe y salir a la aventura sin que su pareja lo sospechara. La noche anterior, justo antes de acostarse Magritta había estado haciendo planes para el verano siguiente y nunca se había sentido tan desanimado ni tan poco inclinado a hacer algo, como entonces. No podía compartir sus planes, no era receptivo ni siquiera a su tono de voz, aunque hubiese deseado más de una vez que aquello no hubiese funcionado así. La imagen pasada de Magritta esperando que saliera de trabajar para acompañarlo a un hotelucho barato y pasar la tarde sudando y montado como dos animales, se volvía en su contra por un deseo que ya no sentía. La había dejado de amar con el desencuentro de su cuerpo, como si no tuviera más que ofrecerle y si aquello que antes ofrecía se hubiera vuelto costumbre. Ya no sentía la carnosidad instintiva de sus labios al besarla y sus lenguas se habían consumido en la creciente distancia. La vida en pareja de Fredy “hacía aguas como un barco torpedeado desde dentro”, y aunque él se negara a reconocerlo, lo cierto es que ya había empezado a alejarse y hacer cosas que lo hacía evidente para todo el mundo. No era un gran conversador. Siempre había sido así, podía ser explícito en una conquista, pero no se sentía estimulado por una buena conversación con un tema tomado al azar. Tal vez fuera que consideraba que si hablaba demasiado podría contradecirse, o ser descubierto como un ligero mentiroso, que era lo que era, y eso no ayudaría en ganarse la confianza de Lissy, que, al fin, era lo que más deseaba en aquel tiempo. Ya le había pasado en otras ocasiones y, esta vez quería ser prudente. Fredy no estaba en condiciones de avanzar en su intento de seducirla y después de saber que su madre no lo consideraba conveniente para ella, empezaba a creer que, como ella decía, sería un viaje sin sexo; eso no tenía tanta importancia si deseaba ir, pero primero tendría que pedir permiso en el trabajo y así recuperar unos días que le debían en las fechas indicadas. Movió el tenedor rebuscando la merluza entre los guisantes y se lo llevó a la boca. Lissy lo observaba con atención. -Mira estos cubiertos, siempre que como fuera de casa tengo la impresión de que están sucios. Sé que sólo es una manía pero no puedo dejar de pensar que es así -los apartó y dejó de comer mientras él la escuchaba-. Tienes la oportunidad, no la desaproveches. No te van a hacer una oferta como esta todos los días. Te arrepentirás toda tu vida si no me acompañas -Exageró Lissy-, pero es tu decisión. -No hay motivo para ponerse tan trascendente, pero me apetece. 5


-No me vengas con esa, está rabiando por subir a ese avión, aunque sólo sea porque acaricias la posibilidad de que yo baje la guardia en aquel lugar placentero y te deje meterme tu polla hasta el fondo -nunca la había oído hablar así y no entendió que formaba parte de su estrategia para estimularlo, pero recapacitó en un segundo-. Eso no va a suceder, pero si te hace ilusión: llevaré un bikini brasileño y, en ocasiones me pongo en tetas. -¿Habitaciones separadas? -preguntó Fredy -Sí, habitaciones separadas -no le dijo nada, pero finalmente cambió de idea. Fredy tuvo un nuevo episodio de insomnio aquella noche. Su pareja dormía mirando hacia la pared y ocupando la mitad de la cama con su enorme trasero. Él intentó ponerse un poco más hacia el borde de la cama sin precipitarse sobre la alfombra. No fue capaz de cerrar los ojos en toda la noche. Lissy empezó a notar que cuanto más deseaba hacer aquel viaje, más dificultades surgían en su camino, cuanto más avanza en los pasos que debe dar para conseguir todo lo necesario, con tanta mayor dificultad se muestran los plazos del papeleo para el pasaporte, la agencia o el recorte de las vacaciones, y como si todo eso fuera poco, esa misma tarde se había roto lo maleta y había tenido que salir a comprar una. Había estado llamando a los teléfonos que aparecían en el papel sustraído al muerto, pero cuando le contestaban, colgaba. Había una dirección que llevaba directamente e Jenkins, lo que le hacía pensar que no se trataba de un deudor más. Todo parecía arreglado entonces, pero cuando la tuvo llena, ni siquiera se veía capaz de arrastrarla por el peso, aunque puso todo su empeño en conseguirlo y bajarla por las escaleras desde su habitación hasta el recibidor. Se acercaba el día de la partida, Fredy cumplió con su parte de los preparativos y no dejaba de llamarla por teléfono para terminar de concretar pequeños detalles que a ella se le habían pasado por alto, cosas como si la tarjeta sanitaria funcionaría en el lugar al que iban o si sería conveniente hacerse algún tipo de seguro, “Fredy, vamos a la aventura. Esto no es un concurso de televisión”, le respondió ella. Para colmo, la última noche alguien había entrado en la casa de sus padres mientras ellos dormía, ¿pueden imaginar algo semejante? Oyeron ruido y la violencia con que arrancaban los cajones y lo tiraban todo por el suelo, les hizo llamar a la policía y salir a la calle en pijama. Se escondieron detrás de un seto mientras veían a aquellos tres tipos rompiéndolo todo, corriendo por las habitaciones y saliendo disparados cuando oyeron las sirenas. Lissy no lloró. Tan sólo por la preocupación de recuperar todas sus cosas, y que todo aquello estuviera a punto de echar por tierra sus planes, evitó llorar. En la puerta de la casa, tuvieron que esperar a que la policía hiciera su trabajo y también se dedicara a ver todas sus cosas, antes de empezar a recoger y poder comprobar si les faltaba algo. Como por arte de birlibirloque, en aquel momento caótico, por allí apareció el sargento Scotty, y como insistió, no le quedó más remedio que quedar con él para el día siguiente y hablar de todas las cosas que estaban sucediendo, y que según el policía, estaban conectadas. -Estos tipos buscaban algo que tú tienes Lissy -añadió justo antes de desaparecer. Los vecinos estaban alarmados, no estaban acostumbrados a que pasaran ese tipo de cosas. El padre de Lissy no tanto, es un tipo rudo, y, aunque no se lo dijo a nadie, durante el tiempo que duró el episodio no se separó un momento de una pistola vieja que le quedó en propiedad de su paso por el ejército. No se llevan muy bien con los vecinos, por eso tuvieron que aguantar que una señora que apenas conocían se pusiera a contar cosas de ruidos nocturnos y del coche mal aparcado, que no venían al caso. Son gente fastidiosa, con ganas de llevar la razón y llamarle la atención a todo el mundo como si ellos decidieran como tiene que comportarse cada uno, incluso dentro de su propia casa. Tal vez el padre de Lissy nunca se haya manifestado al respecto, pero lo que aquella gente pueda pensar le importa muy poco, y lo que pudieran contarle a la policía, aun menos. Ellos eran las víctimas, habían intentado robarles mientras dormían y los vecinos se dedicaban a molestar, no se podía interpretar de otro modo. No eran nuevos en el barrio, hacía tiempo que los conocía y sabía exactamente de que pie cojeaban, nada les molestaba más que los ignoraran y eso era porque eran mucho menos importante de lo que podían suponer. 6


Mientras esperaba, Lissy pidió café creyendo que el policía se retrasaría, pero no fue así. Aquel día había salido el sol, así que se puso ropa de verano que aún no había empaquetado para llevarse a su viaje. Scotty la miró con curiosidad y también pidió café, lo que para un policía a esas horas de la mañana no era tan extraño; lo cierto era que Scotty podía tomarse al día hasta ocho tazas de café negro, y ni eso lo mantenía en el punto de atención que deseaba, porque dormía poco y porque no era un tipo con buena memoria. Lissy se había puesto una remera y a pesar del sujetador, no podía impedir que se marcaran los pezones cada vez que se inclinaba hacia atrás. Entonces, Scotty tomó su taza y se la llevó a los labios sin dejar de verla por encima del borde. -Mira Lissy, si tienes algo que pertenecía a Wally debes decírmelo, hay unos tipos muy malos buscando algo que no sé lo que es -le dijo moviéndose incómodo sobre su silla-. Nadie tiene aún muy claro de que se trata exactamente, pero la deuda de Wally está también en ello -se pasó una servilleta de papel sobre los labios y la engruñó antes de dejarla sobre la mesa; la taza había quedado vacía-. Eres una chica inteligente, y tienes un teléfono móvil, ¿no? Es probable que estés pensando en hacer un viaje. No quiero asustarte, pero si ves a un tipo que le falta un pulgar llámame inmediatamente. -Me voy unos días con un compañero del trabajo a pasar unas vacaciones a isla Trinidad. -Es buen destino para unas vacaciones -respondió él. -Se pueden ver como unas vacaciones, pero voy a buscar algo. Wally me dio algo para pagar una deuda que tenía conmigo y voy a buscarlo. -Es posible que tengas problemas o, digamos, dificultades para encontrar lo que buscas. Estaba metido en líos importantes. Quiero decir que es posible que alguien se te muestre violento si vas por ahí haciendo preguntas. -Vaya, supongo que debería haber pensado que no me lo iba a poner fácil. Lo cierto es que quiero intentarlo. De momento es lo que hay, pero si se va a quedar más tranquilo le daré mi dirección en el hotel de Trinidad. No soy del tipo de las personas que desaparecen, tengo a mis padres y una vida; no es perfecta, pero es mi vida. -No sé por qué conozco a tanta gente deseando meterse en líos -añadió el policía. -¿Porque es policía? -¡Touché! -No parecía desconcertado. Era como si ella notara que le caía bien, pero que desconfiaba de su capacidad para solucionar los problemas por ella misma, y porque sabía que le ocultaba algo. Cuando Lissy tomó su vuelo hacia isla Trinidad, Scotty se quedó más tranquilo, sabía que la buscaban y que finalmente la encontraría, lo que no sabía era que ella iba en la dirección exacta de sus problemas. 2 La amenaza se ensancha Por el taxista que los llevó al hotel, Lissy supo que media isla pertenecía al doctor Jenkins la Faro. La señorita Cornell se asombró de ver por todas partes restaurantes de comida rápida con su nombre en los carteles. Le resultó muy interesante lo que el taxista le contó sobre aquel hombre, no paraba de hablar de lo bueno que había sido para la isla porque llevaba mucho dinero de fuera y le había dado trabajo a mucha gente; Fredy guardaba silencio. Antes de que entraran en el taxi, Fredy insistía en comer algo antes de ir para el hotel y echarse a dormir hasta el día siguiente, pero en cuanto pusieron sus culos bien sentados en el asiento posterior, no volvió a abrir la boca. Le interesaba lo que ella tuviera que contar sobre el verdadero 7


motivo de estar en la isla, pero además no quería compartir sus quejas con el bigotudo que llevaba el volante. Tenía la costumbre de no hablar demasiado con los taxistas, todo lo contrario que ella, que los veía como una fiable fuente de información. En el tiempo que duró el viaje, Lissy siguió preguntando sobre la isla y su benefactor. -Es una de las mejores islas para el turismo, pero hay otra más pequeña y sin hotel a la que sólo se puede acceder en pequeñas embarcaciones, podrán contratar un barco en el embarcadero -dijo el taxista -Aún no puedo comprender la naturaleza de la isla, lo que ofrece a los turistas más intrépidos. Parece que hay un juego exótico detrás de todo lo que no se ve -preguntó Lissy-. ¿Me equivoco? -No. no se equivoca. Hay una isla para los que vienen a pasar de la habitación del hotel a la playa, y hay otra isla para los que se mezclan con los pueblerinos, hablan con ellos y se dejan aconsejar. A fredy le desagradaban los consejos del taxista, estaba a punto de chafarse su plan para volver moreno y agotado de tanto sol a su anodino trabajo. Pero si Lissy se ponía muy terca con sus historias de investigación y aventura, siempre podría salir adelante por si mismo y esperarla bien colocado en primera línea de playa con uno de esos combinados exóticos y sin perder detalle de las bellezas locales. Creía que ella no tendría tiempo a reaccionar si era capaz de hacer que pareciera que toma la decisión de improviso. Por otra parte estaba la falta de convencimiento que tenía en sus propias decisiones y la cobardía que suponía no estar seguro de querer separarse de ella. -Estamos intentando descubrir qué es lo que más nos puede interesar, siento parecer una preguntona. -Conozco su perfil y no me desagrada, es parte de mi trabajo informar a los turistas -replicó el taxista-. Es más, me gusta presumir de mi tierra, aunque hayamos entrado en un episodio de sobreexplotación del que no sabemos si vamos a salir sin llenarlo todo de escombro. Ya llegamos -añadió. -¿Conoce algún sitio para cenar que nos podamos permitir? -La lata roja queda a dos calles del hotel en dirección del museo de las artes folclóricas. No es caro y ofrecen platos regionales. En ocasiones yo mismo paso por allí. En la recepción del hotel había demasiada gente, unos esperando por ser atendidos, otros iban y venían en un frenético movimiento de sombras que sólo entendieron hasta que leyeron en un cartel, “Congreso de dentistas de Walinford”. El cartel había sido colocado sobre la entrada al salón y estaba claro que había sido tomado por unos días para una actividad concreta. Por fortuna, en esos congresos laborales nadie se emborrachaba, pero los botones se habían transformado en chicos para todo y respondían a sus preguntas como eficientes robots capaces solucionar cualquier cosa. Intentaban en vano que fueran entrando en el salón y dejaran la recepción libre. Luego estaban los que deambulaban solos y que no pertenecían a ningún viaje organizado, y, también, las parejas en viaje de placer esperando que les dieran su habitación; a este grupo pertenecían Lissy y Fredy. Casi provocando y de forma decidida, Lissy pasó delante de algunos de aquellos individuos y pidió su habitación sin esperar sus quejas. Fue una reacción furiosa pero controlada y apenas le dio tiempo a Fredy para que pudiera seguir sus pasos. Respiraba con rapidez y el pecho subía y bajaba como una noria. -Tenemos una reserva -dijo sin miramientos-. Le agradecería que nos atendiera sin demoras, venimos cansados y mi compañero se ha encontrado mal durante todo el viaje. ¿Tiene una bolsa de plástico por si vuelve a vomitar? -No necesitaba la bolsa y Fredy no se había encontrado mejor en su vida, pero fue atendida con la rapidez que esperaba. Gracias a ella, Fredy empezaba a sentirse libre como hacía tiempo que no le sucedía. Se encontraba en una situación interesante y la seguía a todas partes como un gatito. Antes de aceptar la idea de aquel viaje, insistía en poner sus condiciones, pero pronto se percató de que si realmente quería acompañarla, la ventura era de ella y él solo era un “acoplado”, por así decirlo. Sin embargo, desde el primer momento encontró detalles que lo ponían a prueba, y que ella hubiese reservado una habitación con una cama de matrimonio, le resultó muy extraño, a pesar de justificarlo diciendo que 8


así les saldría más barato. Hasta aquel momento fue muy exigente y cada vez que él intentaba una aproximación romántica, haciendo juegos con las manos, preguntando por los amores previos (otras relaciones o experiencias), haciéndose el gracioso a sabiendas de que no tenía ni un gramo de gracia en tal situación, ella le cortaba con algún comentario que ponía en duda su inteligencia. Era enérgica en eso, categórica acerca del sexo en vacaciones, y había insistido “no habrá sexo, por mucho que lo desees”, pero en su cabeza, Fredy no podía dejar de darle vueltas a que nadie hace un viaje tan largo por llegar a entender un papel que le había dado un moribundo (al menos, él así lo creía), si es que cuando aquello sucediera el pobre Wally no estaba ya muerto. Sólo ella sabía la verdad. -Creo que no le caigo bien a tu madre -dijo él mientras se secaba al salir de la ducha. Jenkins La Faro llamó a la puerta, había estado bebiendo y tomó la decisión de aquel encuentro con Lissy en cuanto supo que había llegado a la isla. Había momentos en su vida en las que ni siquiera era consciente de por qué hacía algunas cosas y de si sus impulsos no lo habían metido ya en demasiados problemas. Pero, tenía que ser honesto consigo mismo aún a pesar de tener los ojos semicaídos, sentir la fiebre de la resaca y tener la mente cansada, él asunto que era que, “lo que había que hacer, había que hacerlo”, aunque su rudeza fuera tan obvia. Eso no iba a cambiar; en una ocasión tuviera que romperle las piernas a un tipo que le debía una gran suma; no fue agradable, pero consiguió su dinero en menos de una semana. No podía decirse que él fuera una buena persona, tal y como normalmente se entiende,, pero había mucha gente que le demostraba un gran aprecio, se decía. Dada su febril necesidad de encontrar el significado de su papel y las notas escritas en él, Lissy necesito sentirse más considerada con su entorno. No se trataba de ir a por ello a cualquier coste, no quería parecer una persona tan interesada que utilizara a todos para conseguir lo que deseaba. En aquel momento, justo antes de abrirle la puerta a Jenkins, creyó que debía ser más amable con el mundo, con Fredy, por supuesto, pero con los habitantes de la isla y con la isla, si eso fuera posible. Después de hablar un rato con aquel hombre, creyó que podría establecer un acuerdo benevolente en el que le prometía recuperar el dinero que Wally le debía si la ayudaba a descifrar los números, los nombres y recuperar el dinero que aparentemente representaba. -No es difícil -le respondió Jenkins-, los nombres son deudores, el número al lado de cada uno de ellos, es lo que les debía. El número incompleto es una clave, posiblemente de una cuenta en un banco. Para entonces, Jenkins había memorizado los detalles que más le importaban, pero Lissy haía tomado la precaución de tachar algunos números importantes del papel y ya sólo ella los conocía. Por su parte, Fredy asistía a la conversación sin, aparentemente, demostrar gran interés. Sin embargo, estaba pensando que tratar con aquel tipo sólo podía traerles problemas. -Ha llegado el momento, no puedo hacer otra cosa que confiar en lo que sabes -dijo Lissy con una voz neutra que sorprendió por su seguridad. Arrugó la servilleta como si hubiese cumplido su objeto, finalmente se encontraba capaz de destruirlo, pero lo cierto era que había guardado una copia. Iba sobre seguro y capaz de manejar el asunto sin demasiadas explicaciones. -Tendré que hacer algunas preguntas. Creo que puedo hablar con alguien que nos puede ayudar, pero no es necesario que sepas de quien se trata. ¿Estas de acuerdo? -Ya -soltó ella sin poder evitarlo-. Nada de todo esto es legal. ¿Cierto? -Si fuera legal, yo no estaría aquí. Conozco a ese hombre desde hace mucho y me ha ayudado en otras ocasiones -añadió-. No se trata de hacernos preguntas que en este momento no podamos contestar. Involuntariamente, Lissy se había inclinado hacia adelante mostrando un interés desmedido. También era verdad que Jenkins tenía, como se suele decir, “la voz tomada” y eso fue una característica constante en la entrevista. Se oyó un ruido lejano pero constante, alguien en alguna parte había conectado el aire acondicionado y se dejaba sentir; era u ruido suficiente y capaz de 9


ahogar algunas expresiones malsonantes de Jenkins en su afonía. Hasta aquel momento, las dificultades habían sido mínimas. Lissy no había querido admitir del todo que pudiera existir una relación entre el asalto a la casa de sus padres y la servilleta que acababa de meter en uno de los bolsillos de sus shorts. Se sentía confiada debido a su arcaica forma de pensar y sus costumbres, tan corrientes en una vida estable y lejos de todo riesgo, hasta ese momento. Cuando entró en la habitación lo primero que hizo fue poner la televisión por comprobar si era cierto que en aquellos hoteles ponían películas calientes todo el día, y no, se trataba de una leyenda urbana más; así de corriente y ordinaria era su forma de pensar y entablar relación con un mundo burgués sólo a su disposición en unas extraordinarias vacaciones como las que estaba viviendo. Jenkins en seguida se dio cuenta de que podría marearla sin esfuerzo y escapar finalmente con todo el dinero, si existía en alguna parte. Se levantó, le dio la mano y dijo -tenemos un trato, volveré en cuanto tenga información-. Parecía como si su repentino interés por abandonar la habitación los hubiese cogido por sorpresa, se levantó y él mismo abrió la puerta sin esperar a que nadie lo acompañara. Cuando se cerró a sus espaldas, Lissy y Fredy seguían sentados sin saber que decir. La mañana siguiente la pasaron en la playa tomando el sol, sin apenas moverse. Fredy no podía evitar tener la sensación de estar metiéndose en la boca del lobo. En el principio de todas las historias los personajes son desconocidos y sólo en algunas hay personajes que siempre son lo que parecen. Ese parecía el caso del recién conocido, o mejor, aquel al que sólo habían conocido por referencias, sr. Jenkins, porque en su caso si era tan despiadado como se le suponía lo seguiría siendo hasta el final, y eso a pesar de lo dulce que le había parecido a Lissy, y lo galantemente que la trataba. El cansancio del viaje podía estar influyendo en esa forma de ver las cosas, pero Fredy iba a seguir obedeciendo sin protestar a pesar de todo. No obstante, nada podía evitar que tomara sus propias precauciones y se había pasado el desayuno mirando a su alrededor con desconfianza, y en los ratos muertos, dando vueltas por el hotel con el único objeto de intentar saber más de cómo sucedían allí las cosas. Entonces llegó a la conclusión de que la idea que los artistas tienen de pretender encontrar signos de humanidad en los enemigos, posiblemente no valía en su caso. No se trataba de un país en guerra con un nacionalismo exacerbado, lo que tenían enfrente. No se trataba de exculpar a los nobles ciudadanos de las injusticias y las torturas cometidas por los servicios secretos de sus gobernantes. En su caso, el mal lo encarnaba el hampa. Seres que vivían de la extorsión y si había tortura era con el único fin de conseguir dinero fácil. Si Jenkins era uno de ellos, no podían permitirse pensar que era tan humano. Si tenía dos caras, su cara más amable sólo buscaría hacerles daño, y si exhibía signos de dulzura, sólo podía responder a la idea de sacarle algún partido en el movimiento violento que solía jugar. Desde su toalla de playa, la mirada de Lissy se dirigió a dos mujeres que habían situado sus sillas muy cerca, casi encima de ellos. Ella intentaba hacerse la distraída, pero imposible no seguir la conversación de las dos señoras. Habían llegado cargadas con sus sillas de playa, una gran sombrilla, dos bolsas de deporte y una nevera cargada de agua y refrescos; no me pregunten como lo hicieron. Antes de desnudarse y quedar en top less, se habían sacado las joyas, de dudoso gusto para un día de playa. Llevaban colgantes de oro macizo, relojes enormes, anillos insultantes y pendientes muy pesados. Para poder empezar a guardar su ropa tuvieron que soltar las cremalleras apretada, eso posibilitó que pudieran doblarse y, finalmente, se sentaron y comenzaron una conversación que duraba un rato largo. Aquello iba a acerca de sus hijas y el desarrollo de sus carreras en la universidad. Las mujeres habían sido compañeras en una empresa de limpieza, y una de ellas había conseguido un premio a la lotería y había terminado por comprarla. -Lo que casi nos distrajo fue la fecha, no esperábamos que Neil Wayamond pudiese desplazarse a esta altura a la isla para hacer su show en el teatro nacional. Tenemos las entradas reservadas y hemos comprado unos vestidos de noche inolvidables. Además, Nelly -dijo referiéndose a su hijase ha dejado con su novio y no podía hacer nada mejor que compartir con su madre una ocasión 10


como esta. Estará toda la gente importante, el presidente y su familia en el palco, estarán banqueros, estrellas de cine y periodistas. Espero salir en alguna foto de revista. La señora que había comparado la empresa de limpieza debería haber empezado por ahí: La ilusión que le hacía salir en alguna foto de revista, aunque fuera detrás de algún banquero local, le hacía más ilusión que comprar algún disco del artista antes del concierto, por ver si así reconocía alguna de las canciones que iba a interpretar para aquella ocasión. Lissy se giró hacia su compañero y dijo que el arte ya no tenía sentido. -A esto responde el esfuerzo de los artistas, a que la gente corriente pueda soñar con grandes teatros. La música popular forma parte de un contexto burgués y de nuevos ricos que no deja lugar a dudas, la humanidad se está echando a perder. El mismo Jenkins es un exponente de, seguramente está en ese teatro asistiendo al show de Neil, ¿quién puede culparlo? Es socialmente aceptado que los corruptos formen parte de la vida social de un país, sólo necesitan tener suficiente dinero para mantener sus negocios y sus amistades. Y nosotros sólo podemos hacer una cosa, lamentarnos como perdedores. Cuando volvieron al hotel, jenkins parecía muy ocupado hablando con un hombre en el hall e intentaron pasar sin ser vistos, pero no lo consiguieron. Jenkins levantó un brazo y gritó su nombre de forma que su cuello desapareció y a continuación su barbilla, de tal modo que su brazo y su pecho levantado lo tapaban casi por completo. A través de su camisa amarillenta se notaba su carne adiposa, sudada y enjabonada varias veces al día. Las manchas de sudor bajo sus sobacos amenazaban extenderse hasta su cintura, pero no parecía importarle. Antes de que el hombre que hablaba con él desapareciera, Lissy notó que le faltaba uno de sus pulgares y eso la puso muy nerviosa. -¿Cómo habéis podido aguantar tanto tiempo al sol? Los turistas os comportáis de forma irresponsable -dijo sin dejar de mirar a Fredy que estaba rojo como una gamba en agua hirviendo-. Tengo buenas noticias. Un amigo ha identificado el número en su servilleta, y tiene la parte que le falta. Es la clave de una tarjeta de crédito. Tampoco hay que hacerse demasiadas ilusiones, las probabilidades de que esté vacía son altas. -¡Oh vaya, eso es estupendo! Creo que todo se solucionará antes de lo esperado -Exclamó la joven entre el júbilo y la prudencia. Supuso que sería demasiado darle un abrazo que por otra parte no sentía, pero dudó, esa es la verdad, dudó porque en su mente rápida pensó que si lo hacía, el otro pondría todo de sí por darle el gusto, y en menos de un segundo, desechó la idea porque le pareció que se daría cuenta de que intentaba manipularlo creando falsas expectativas acerca de un posible acercamiento. Sin embargo, no pudo contenerse en agradecerle todo lo que estaba haciendo por ella y lo mucho que significaba para poder esclarecer aquel entuerto -No le puedo decir más que cosas buenas. Ha sido muy atento desde el principio -añadió. -Esta bien, terminará por ablandarme, y yo no soy un hombre blando, créame. -Eso no lo pongo en duda, pero soy así; una mujer demasiado habladora. Cuando empiezo no hay quien me pare... Puede que deba callarme ahora y subir a mi habitación. Jenkins no entendía muy bien el papel que jugaba Fredy en aquella historia. La creía capaz de realizar todos los pasos ara conseguir lo que quería, prescindiendo de él. Posiblemente le daba seguridad, pero no le parecía adecuado para su papel. Fue en aquel instante de excitación, cuando empezó a abrazar la idea de invitarla al Teatro Nacional para asistir al show de Neil Wallamond, recién llegado de las Vegas. No le sería difícil conseguir un par de entradas, y en esa ocasión su amigo tendría que quedarse fuera de la diversión. Sólo habían estado en la isla dos días y ya sentían la familiaridad en su paisaje y sus gentes. La montañas que podían verse desde la ventana, a la derecha del embarcadero, n se cubrirían de nieve en todo el año, y el clima era tan diferente al que conocían del lugar de donde venían, que hubiesen deseado que la humedad desapareciera para siempre de sus vidas, aunque, sabían que eso no iba a ser posible. Lissy llegó a la habitación excitada por la rapidez en la que se habían desarrollado los acontecimientos, la inquietud por creer que todo se resolvería en poco tiempo y la presencia del 11


hombre sin pulgar, contrastaba con su deseo de no meter a la policía en aquello y creer que la protección significaría tener que dar muchas explicaciones. Aún con todo, no hizo falta que usara el teléfono del sargento Scotty para decirle como marchaba todo, sin saber como aparecería por la isla al día siguiente intentaría contactar con ella para que pudieran hablar sin que nadie los relacionara. Miró a Fredy, estaba segura de que, como había pasado la noche anterior, esa noche tampoco intentaría nada. No le gustaba resultar tan predecible, ni que él le hubiese demostrado que no era tan deseable como había creído, así que se puso una camiseta apretada son sujetado, aquello dejaba a las claras que sus pezones firmes y puntiagudos podían desear algo más que dormir. No podía malinterpretarse, las señales estaban claras, se trataba de dormir en la misma cama y tampoco iba a ser tan fácil, así que se encasquetó un pantalón de pijama atado en la cintura con doble lazo, sin embargo, le daba calor y se lo sacó en cuanto le fue posible. Las pulsaciones de Fredy subieron sin que ella pudiera notarlo porque él así se lo propuso, permaneció inmóvil haciendo que miraba una revista hasta que ella se metió en cama, y no fue a ocupar su parte para poder descansar de su cuerpo quemado por el sol, hasta que ella estuvo dormida. “Hoy tampoco habrá sexo”, pensó. A media noche le sobrevino un inesperado dolor de cabeza. Fredy se levantó varias veces al baño aquella noche, en una de ellas se tomó una aspirina, pero no le ayudó demasiado. No le solía pasar eso, de hecho, dormía como un tronco habitualmente, pero una vez que el dolor de cabeza se instaló, duró hasta el amanecer. Se pasó la mayor parte de la noche contemplando el trasero de Lissy, que le daba la espalda demostrándole una confianza que no sabía si merecía. En un momento se movió y la sábana resbaló dejando al aire sus braguitas bikini. Cada vez que echaba un vistazo se convencía más y más de que ella lo consideraba su amigo, hasta podía ser que le tuviera un cierto aprecio, pero en ningún caso, había albergado la posibilidad de llegar a algo más físico y personal. Por la mañana sonó el teléfono, se trataba de Jenkins para decirle que había conseguido entradas para el concierto de Neil Wallinford. Fue tan dulce y atento, que estaba empezando a cogerle cierto aprecio, a pesar de aquella cojera que intentaba disimular sin conseguirlo, de su exceso de peso, y de llevar las camisas siempre empapadas en sudor. Aceptó, no tardó ni un segundo en decidirse, y en cuanto colgó el teléfono se lo dijo a Fredy. -Estaría bien que buscaras plan para esa noche, dependo de él y no he podido decirle que no. Nunca había tenido suerte con las mujeres, ellas parecían solucionar su debilidad física con inesperados giros que siempre lo dejaban sin saber que decir o hacia donde moverse. Empezaba a pensar de forma rígida, “la gente actúa tirando la piedra y escondiendo la mano” porque es cobarde, se dijo. Y tal vez era que cuanto más débiles, más natural les resultaba la traición. Como una concesión hacia Lissy, pensó que se sentía dolido porque lo dejaba tirado y eso lo llevaba a ser injusto con ella. Ella le ofreció una revista con teléfonos de contactos y se la ofreció, asegurando que llegaría tarde aquella noche. -Si invitas a alguna chica, cambia las sábanas antes de que yo vuelva. -Lo haré. -Aguantas mucho sin sexo -dijo mirándolo directamente a los ojos. -¿Aguantar sin sexo? Cada cosa tiene su momento. Ha llamado Magritte, me ha dicho que lo nuestro no funcionaba y se ha mudado a casa de una amiga -respondió con una voz monótona. -Era lo que querías, ¿no? Con ella... lo hacías a menudo? -preguntó, moviéndose en un mundo que no le importaba tanto como para dejar salir de su caja, la curiosidad más insana. -Muy a menudo. Perplejo por aquella pregunta, la decepción empezaba a tener tintes de enfado. Supuso que si las parejas estables iban posponiendo sus enfados, contrariedades y deseos de discutir, hasta las vacaciones, ese no era el caso. Tampoco necesitaba hacer un gran esfuerzo por contenerse, a pesar de todo. En aquel momento ella seguía diciéndole lo que tenía que hacer y él lo hacía, por eso, lo de llamar una chica para la noche, y ano le pareció tan mala idea.

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3 No propongo ser un sueño Al salir del avión, Scotty comprobó que soplaba el viento y no hacía día de playa. Eso le facilitaría las cosas porque no entraba en sus planes ponerse el bañador, sobre todo porque esa semana le había dado los resultados de sus análisis clínicos y tenía el colesterol por las nubes, estaba deprimido y la dieta apenas le permitía la energía suficiente para sus ocupaciones, lo que en aquel caso lo llevaba a pensar una y otra vez en Lissy y lo que ella pudiera tener que le interesaba al doctor Jenkins. A pesar de todo, el sol se volvía naranja a aquella hora de la tarde y golpeaba contra el fuselaje del avión hasta hacerlo cambiar de color. Por algún motivo que no comprendía un agente de la policía local había ido a recibirle, y eso era un inconveniente porque él no podía ejercer como policía en un país extranjero, y aquella isla en mitad del océano, era, al fin y al cabo, otro país. Si no se deshacía de aquel tipo estaría controlado desde que se levantara y hasta que se acostara, y no deseaba compartir todo lo que sabía y que le había movido hasta allí. Necesitaba una farmacia para comprar unas pastillas que prometían bajar la grasa de su sangre, y en eso el joven uniformado le fue útil, pero cuando le dijo que no lo necesitaba pareció ofenderse y lo despachó en la puerta del taxi. Las pastillas parecían envueltas para regalo: nunca en su vida había entrado en una farmacia que creyera que adornando sus productos ganaría más clientes, pero eso no debía ser una preocupación en un lugar donde no debía haber más de dos o tres farmacias. Un hombre corpulento los seguía por los pasillos del Teatro Nacional sin que se percataran de ello. Scotty parecía mayor de lo que era, no tenía forma de ocultar la cara con un sombrero o con el cuello de una gabardina, el clima tropical no era el más adecuado para pasar desapercibido. Sabía que podía parecer el padre de Lissy si caminaba a su lado y nunca lo confesaría, pero se sentía atraído por ella. Así pues, vestía como los turistas, mientras que los burgueses locales, llevaban trajes de lino y de de algodón comprados para la ocasión. Podía haber seguido a Jenkins sólo por el color amarillo chillón de su chaqueta, Llevaba varios días deseando llegar a la isla y establecer aquel contacto visual, eso lo estimuló. En el momento que ella decidió ir al baño, justo antes de que empezara, ya se habían sentado y Jenkins esperó impaciente. Es fue el momento en que la abordó en un pasillo y le dijo que tenía que hablar con ella. Lissy se puso nerviosa y aceptó que él propusiera pasar por la habitación del hotel de madrugada. “Los acontecimientos se han precipitado. No lo hagas más difícil, y cuidate de esa gente. Nada es tan bonito como parece”. En realidad, la tarde en que Scotty se presentó en el Gran Teatro Nacional para encontrarse con Lissy, aún no conocía todos los pormenores sobre la muerte de Wally, si bien estuvo toda la tarde dándole vueltas y llegó a la conclusión de que, tal y como todo indicaba, se había tratado de u suicidio. Durante la actuación, Neil sacó a una señora mayor al escenario y le cantó, “nuestro amor es para siempre”, en ese momento, Jenkins puso su mano sobre la de Lissy y ella retiró la suya sin volver la cabeza, mirando al frente como si la tuviera clavada firmemente, como la estaca de un embarcadero o una señal de tráfico que explicitara algún tipo de prohibición. A pesar de que Lissy no parecía tampoco dispuesta a alimentar un romance con Fredy, él desechó la idea de llamar a una de las chicas de la página de contactos que le sugirió. Cuando llegó aquella noche de vuelta al hotel, él dormía como uno niño, sin responsabilidades ni preocupaciones. Dormía en ropa interior de colores chillones y se le había caído la sábana al suelo, así que Lissy contempló un momento sus piernas peludas y como se le arrugaba el calzoncillo entre las nalgas. Por supuesto, si hubiese sabido de antemano que se habría de encontrar con aquella visión al abrir la puerta de la habitación, habría ido al baño primero. Como Scotty había anunciado su visita para un par de horas más tarde, se puso cómoda pero tomó café y lo esperó levantada. Estuvo viendo en la televisión los canales de la teletienda, y cuando empezaba a caer de sueño, sonaron los nudillos de Scotty 13


levemente al otro lado de la puerta. El policía le puso unas fotos a lissy en la mano para que las viera, se trataba de la casa de Wally, donde hasta el día anterior vivía su mujer y su hijo. El hombre sin pulgar (así lo acreditó Scotty), los había tenido secuestrados durante las horas que duró el asalto, la casa quedó patas arriba. Se llevaron las cartillas, las tarjetas y las contraseñas del banco, y finalmente todo el dinero que pudieron encontrar. -Esto es lo mínimo que le puede pasar a quién trata con esa gente, por fortuna ya han soltado a la mujer y al niño -le dijo-. Es gente sin escrúpulos, capaces de matarte y arrojar tu cuerpo a un vertedero sin sentir nada. -¿Qué tiene que ver conmigo? -Preguntó Lissy muy asustada-. ¿Me van a detener? -Esa pregunta no se va tanto de la realidad. Confiaba en ti y no sabía que tuvieras una documentación que no te pudo entregar Wally, así que la sustrajiste del cadáver. Se trata de una lista de acreedores. Wally era corredor de apuestas, a veces no las cubría y se quedaba con el dinero, y no tenía suficiente para pagarles a todos, pero si una cantidad que decidió que podría dejar a su mujer si desaparecía. Tu nombre no está en la lista, tenemos una copia. Esa información en si misma no vale nada, pero en manos de Jenkins es una invitación a arrasar la casa de su mujer, por eso lo hizo y, por eso tienes una parte de responsabilidad. Te cuento todo esto porque quiero que me ayudes a pillarlo y declares en su contra, ¡es mucho pedir? -No lo creo. Además, no tengo muchas opciones, ¿no? -No. En fin, os detendremos en el momento que él quede para entregarte tu parte. Porque hay una parte que esperas, ¿no es así? -ella asintió con un movimiento de cabeza-. ¿Cuándo? -Si consiguen sacar el dinero del banco, me llamarán mañana. Supongo que después de que cierren. -Si no te dejan colgada y se van con todo. -Él me debía dinero. Yo no apuesto, pero me hizo creer que no tenía dinero y le presté una cantidad. Tal vez creyó que podría reunir suficiente pidiendo a los conocidos y con el dinero de un trabajo precario. Hay gente muy rara. -Sí, es posible. Cuando se dio cuenta de que era imposible, se suicidó. Suena bastante lógico. Entonces apareció Fredy en la puerta de la habitación frotándose los ojos. -¿Qué pasa? -Nada -respondió ella-, vuelve a la cama. Obedeció, como era costumbre en él. No le sorprendió ver a Scotty hablando con Lissy y concilió el sueño sin problemas. Ese era Fredy. Un hombre sin ningún tipo de problema moral o de conciencia para dormir sobre la hoja de una navaja. Fredy, a pesar de todo su sueño, había escuchado lo suficiente. La locuacidad del policía había hecho el resto, hasta hacerle comprender que Lissy tendría que renunciar al dinero fácil o acabaría en la cárcel. Hasta aquella noche, lo único en lo que había podido pensar con cierta claridad, era en lo agradable que le parecía dormir al lado de aquella chica que no le daba ni una posibilidad, y que si ella lo había planeado para torturarlo, no se había salido con la suya, lo estaba disfrutando sin obsesionarse con lo que no podía ser. Pero había llegado el momento de ya no ser el ingenuo que lo aceptaba todo y se dejaba llevar. No era una gran protección, ni un guardaespaldas, ni nada parecido, pero sabía que su mera presencia a ella le daba seguridad y le servía de parapeto. También era un testigo y nadie hubiese aceptado que lo complicaran en algo tan serio sin enfadarse, a menos, como era su caso, que mantuviese libres las expectativas de, en algún momento, conseguir a la chica: después de todo eso era lo que sucedía en las novelas policíacas. Pensó que era tan bonita y decidida que cualquier hombre se sentiría atraído por ella, y no entendía que siguiera soltera a sus cuarenta y empezando la madurez. Era posible que lo de formar una familia nunca hubiese estado en sus planes, pero tener pareja no tenía tanto que ver con eso, por eso mantenía sus pretensiones y no se desanimaba, después de todo Magritte lo había dejado y ya no tenía tanto que perder. No podía seguir albergando ilusiones fantásticas sobre chicas que le gustaban y apenas conocía. 14


Sería una tarea inmensa llegar a conocer a una mujer sin hablar con ella, tan sólo por su forma de proceder, sobre todo si tenía en cuenta que no hay dos mujeres iguales y su forma de proceder es un misterio hasta para las otras mujeres. No se puede idealizar una figura que te encuentras a diario en el metro o el mercado, y creer que va a responder con precisión a tu forma de ver la vida. Conocer a una mujer es un proceso que te puede llevar años, nunca contestan más que en el marco de un enredo que sólo cabe en sus cabezas, su pensamiento es de tal destreza que a su lado, los hombres parecen gorilas dispuestos a reacciones primarias, es decir, si les pones la zanahoria con suficiente sutileza, ellos correrán detrás de ella. Si quería que una relación fuera más igual, tendría que poner mucho de su parte para estar a la altura, sobre todo después del enredo que Lissy había puesto involuntariamente delante de sus ojos. Eso iba a requerir mucha atención por su parte y preguntar cada vez que no entendiera algo, lo que tampoco le aseguraba que ella tuviera la paciencia necesaria para pasar los días explicando detalles de su forma de proceder. Hasta entonces, Fredy había mostrado su parte más dulce y sumisa, la que siempre funcionaba mejor cuando deseaba ser aceptado o tenido en cuenta, y eso había durado lo suficiente, por mucho que hubiese deseado protestar por el trato recibido en más de una ocasión. Al romper con Magritte parecía decidido a aceptar que lo que le quedaba era su amistad con su compañera de trabajo, y aunque no esperaba que, intentando no ser descubierto, la hiciera ver lo tipo que era, cada vez que ella mostraba su crecido desinterés, lo llevaba al desánimo y a entregarse como se entregan en las competiciones los equipos de fútbol que reciben más goles de los que pueden superar (valga la similitud con el deporte preferido de Fredy). Sabía que ella no buscaba provocarlo premeditadamente, por eso no se lo tenía en cuenta. Además, se trataba de un hombre bastante corpulento y siendo los dos de la misma edad, no parecía posible que ella se pusiera violenta en el momento que él se negara a seguir sus órdenes, pero casos parecidos se han dado, sobre todo en viajes de parejas no del todo asentadas o que no se conocían lo suficiente. Los días siguientes fueron decisivos y todo salió como Scotty había planeado. Lissy se sintió mal al entregar a Jenkins, que fue detenido en el momento que le iba a entregar el dinero de Wally. Sentía que, de una forma o de otra, se trataba de una traición, después de todo, ella lo había buscado para meterlo en aquel asunto y Jenkins, por su parte, se había portado bien con ella. Creyó en algún momento que podría facilitar su fuga en el aeropuerto, pero no fue posible. Ni que decir tiene que ella no recibió nada del dinero de Wally que se reintegró a la viuda, después de que reconociera al hombre sin pulgar como uno de los asaltantes de su casa. Fredy pensaba que su amiga había tenido mucha suerte, porque no era parte del todo inocente, y la policía la presentaba como una muchacha que había encontrado un papel y había intentado saber lo que significaba, y no como aquella que había ido a por el dinero desde el principio. La última noche ella durmió en bragas y al fin, accedió a las pretensiones de Fredy. Tal vez fue un premio por haberla apoyado en todo, pero lo cierto que después de aquello nunca volvieron a estar solos durmiendo en la misma cama.

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La invisibilidad de los pรกrpados

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1 La invisibilidad de los párpadosErika captaba los cumplidos manteniéndose inflexible en su parecer. Meryl no la soportaba cuando se ponía exquisita y había pasado de hacerse la graciosa a intentar convencerla de que aquella era una oportunidad que no podían dejar pasar porque era el último año que pasarían el verano juntas. En realidad, hacía tiempo que intentaba desligarse de los planes de sus dos hermanas, y por eso permanecía tensa incapaz de aceptar, ni negar su participación, en la proposición de volver al campamento del viejo Corbill, ese verano. La miraron con desconfianza y Meryl no lo dijo, pero pensaba que era incomprensible que se creyera la mejor. “Eres la misma mierda que todas las chicas de la City”, le hubiese dicho si deseara provocarla, pero nunca lo había hecho y siguió con aquella idea que tenía de sacar de ella todo lo que quería sin “apretarla” demasiado. Oyeron a su madre que acababa de llegar a casa con la compra del supermercado y se dedicaba a mover todas las puertas de las alacenas de la cocina; era un ruido y una situación inconfundible. Amaranta estaba cabreada de verdad, no tenía tanta paciencia como Meryl , se levantó de su silla y cruzó el cuarto de Erika para ponerle la cara delante de los ojos y que pudiera notar con toda claridad su enfado. -Eres una idiota, ¿lo sabes? ¿Es por el tonto ese de Caracione o por esa ricachona de Maty Jurado, que deja que la visites? -No, No es por ellos, ¿vale? ¡Dejarme ya! -Meryl comprendió que así no arreglarían nada y le pidió a su hermana que la dejara, pero a la vez avisó, “esto no se acaba aquí, piensa en ello Erika, nos estás arruinando el verano a todas” Meryl abrió la ventana porque habían estado fumando y no quería que su madre se diera cuenta. Después roció la puerta con un perfume barato que olía peor que cualquier cosa que se pudiera imaginar. Sonó el claxon del coche, Jana Úrsula se había quitado la chaqueta y empezaba a sudar. Lo presionó por accidente, pero aprovechó cuando vio a Meryl en la ventana, para decirle que bajaran a ayudarla. El ocaso hacía crecer en las sombras de los árboles en esa época del año, era como si los acostara con la lentitud maternal que cuida de un enfermo. Al abrir la puerta trasera del coche, Rulfy, el perro, un podenco de padres desconocidos sale de un salto en dirección a la arboleda y da cuatro ladridos de aviso a los entrometidos. “A ver que se han creído esos paseantes con otros perros que pasan por allí...” Cuando ve a las chicas se dirige hacia ellas como una bala, para reventar de alboroto saltando delante de sus rodillas y morirse de felicidad por el reencuentro. -Perro pesado -dijo Erika, arrojándo una pelota lo más lejos que podía para sacárselo de encima. Lo que atraía a Meryl de estas situaciones familiares, era la forma en que su madre resolvía los conflictos y la pereza de Erika, le bastaba una mirada fría o un, “no quiero lamentaciones”, y cortaba cualquier conato de rebelión. A las ocho solían volver de tomar un granizado en el bar de Morris, entonces Erika de escabullía por una puerta lateral. Si Jana Úrsula estaba en la cocina haciendo la cena, hacía lo que fuera para que le endosara a una de sus hermanas lo de bajar la basura y era incapaz de sobreponerse al deseo de desaparecer hasta que alguien tomara la iniciativa; pero parecía, de algún modo secreto, que el universo se había confabulado para asignarle esa tarea 18


y, si alguna vez lo de subir a la habitación por la puerta lateral, le había dado resultado, ya no. La noche anterior no había dormido muy bien, había soñado que estaba sola en casa y daba vueltas desde el sótano al tejado en busca de sus padres y sus hermanas y no las encontraba. En cuanto se quedó dormida empezó a mover los párpados, lo que no pasó desapercibido para Meryl porque las tres dormían en la misma habitación y porque el sueño se repitió toda la noche. A Meryl le interesaba todo lo que le pasaba a Erika, se concernía de todo lo que pasaba desapercibido para los demás acerca de ella. En ocasiones intentaba protegerla sin motivo, y evitaba ser como el oso que te abraza hasta asfixiarte sin darse cuenta de su fuerza. Cuando la veía soñar de aquella forma, le hacía preguntas intentando interpretar algunas palabras sueltas, le hablaba bajito e intentaba ser reconocible, y lo curioso de todo eso era que su hermana pequeña, a veces, le contestaba desde su mundo onírico. La hermana mayor había tenido una habitación para ella sola durante un tiempo, pero eso se acabó cuando tuvieron que acoger a la tía Engracia que se quedó viuda y era de ayuda en la casa. Antes de aquello se dejaba entrar al perro, pero ya no, la casa se había vuelto demasiado tranquila y tampoco las dejaban correr o gritar sin sentido. Las tres hermanas dormían ahora en la misma habitación pero Meryl echaba de menos la suya, porque siempre la había considerado la mejor habitación, aunque no lo fuera. Tenía una ventana muy grande y era seca y caliente incluso en invierno, podía subirse a una silla y con un poco de esfuerzo por encima de los tejados del vecino Olsen, se llegaba a ver el lago. No muy lejos, en una arboleda de eucaliptos viejos y muy separados, había cotorras y urracas muy violentas que eran capaces de disputarse su espacio con cualquiera. Aquellos bichos hacían mucho ruido y volaban en grupo en desplazamientos cortos a gran velocidad, tenían un carácter endiablado. En aquel torbellino volador la tía Engracia había manifestado que si fuera por ella, cogería una escopeta y los echaría a patadas. No sucedió. Por la mañana, Amaranta se puso la ropa de entrenar y se fue corriendo hasta el gimnasio. Se tomó sus vitaminas y avanzó por el pueblo sudando y saludando a las amigas de su madre sin dejar de correr. Casi arrolla a una señora que llevaba a su hijo al colegio cogido de la mano, y le pidió perdón pero no dejó de correr. Se avergonzaba de sí misma pero se sentía llena de energía y algo la empujaba hacia adelante. En todo caso, no era totalmente voluntad propia, aunque en otras ocasiones se levantara temprano para ir a entrenar. Justo en el momento en que entraba por la puerta salía el entrenador, pero no se paró con él, se dirigió directamente la lavabo y estuvo devolviendo hasta que se vació por completo. En la bicicleta estática, Ernie tampoco parecía capaz de parar. No había tenido tiempo de hablar con él el día anterior y le preocupó maliciosamente que si aquella bici se cayera de uno de sus anclajes, o se saliera de sus vías, pudiera salir volando a toda mecha más allá de la ventana. Habían pasado algún tiempo juntos aquellas vacaciones, pero lo habían dedicado a hacer deporte, a ir a pescar, a ir a fiestas o a meterse en las cafeterías durante horas, pero nada de hablar. Se estaba poniendo de moda lo de ir al gimnasio por la noche, pero ellos, como era algo reciente no podía aún saberlo. Era una de esas modas que posibilitaban a las parejas para pasar un rato juntos sin que nadie los molestara de vuelta a casa. La urgencia repentina que la había llevado hasta allí tenía que ver con la inminente partida hacia el campamento de los Corbill. Ya sólo había una cosa de que hablar, si volverían a sentarse juntos el curso que se avecinaba y seguirían siendo pareja de Gimnasio. Ella lo apremiaba para conseguir una respuesta en aquel momento porque, el Gimnasio estaba lleno de chicas preciosas de otros pueblos que no la conocían y no la respetarían, y Ernie no era un bombón nada despreciable. Además, Los Corbill tenían un hijo adoptado que le gustaba y no estaba dispuesta a perder el tiempo y el verano por una respuesta ambigua. En aquellas mañanas de calor, toda la ropa de cama de Erika aparecía cada mañana enmarañada en el suelo, como si se la hubiese sacado de encima pateado el espacio infinito. Había pasado toda la noche soñando con Marlon Brando y aquella serenidad indestructible conque sus ojos veían el mundo. Con frecuencia, en un juego de aficionaba, empleaba diálogos de las películas en las contestaciones que daba a sus hermanas, lo que las dejaba bastante desconcertadas porque era un 19


buen sistema para no responder a sus preguntas. Meryl le preguntaba si iba a ponerse una determinada blusa y ella le respondía, “¿los osos tienen pulgas?” Y eso dejaba a su hermana toda la mañana pensando en que habría querido decir. Ese era uno de los motivos por los que no quería ir al campamento, necesitaba tiempo para ella y estar cerca del pueblo en verano, así podría ir al cine cuando se le antojara; pero había otras razones de puro romanticismo adolescente, siempre tan presente en ella a esa edad. A nadie le gustaba que se mantuviera en su posición sin dar razones que la sostuvieran y Jana Úrsula tuvo que hablar con ella para convencerla con un par de amenazas; o se iba al campamento o se inscribía en un taller de escritura creativa todo el verano. Eso le impresionó, pero lo peor fue cuando su madre añadió que tendría que pasar el resto del tiempo ayudando a su tía con su taller de costura. En casi todas las conversaciones de ese tipo que tuviera con su madre, había salido perdiendo y esta vez parecía que lo volvería a hacer. Así pues abrió los ojos y se desperezó comprobando que tenía la cara de Meryl tan cerca de la suya que de haberse movido se hubieran dado un cabezazo. Sonaba el teléfono en el piso de abajo cuando Meryl puso un dedo sobre unos granos que a su hermana le habían salido en la cara. -Debe ser de algún bicho. Seguro que tienes alguna araña dando vueltas entre la sábanas. Eso fue suficiente para hacerla ponerse en pie de un salto y correr al baño para verse en el espejo, orinar, y volverse a ver. Oyó la voz de su hermana a través de la puerta, “ponte alguna crema a ver si no empeora”. Meryl tardó en admitir que se había tratado de una pequeña broma, porque aún después de mirarse en el espejo por todas sus partes, Erika no encontraba los granos ni las picaduras. Fueron los nervios de aquella mañana en que su hermana mayor se comportó como las chicas del colegio que la torturaban con pequeñas dudas psicológicas acerca de su feminidad. ¿En qué momento se había vuelto tan cobarde? Siempre había sido la más decidida de las tres, y eran las mayores las que acudían a ella en el pasado para sacara los lagartos y las grimosas crías de ratones del sótano. Se había hecho adulta y habían empezado a atraerla los chicos, pero suponía que eso no explicaba de ninguna de las maneras que de pronto ya no quisiera pelearse con ellos, y sobre todo, vencerlos. Meryl dejó a Erika a solas y salió a sentarse un rato en el porche, Había algo a lo que le estaba dando vueltas los últimos días y al final parecía revelarse con su implacable elegancia. No se había equivocado, la insistencia con que Demetrius Hadock visitaba a su tía tenía que significar algo más que un asunto doméstico. Normalmente, otros hombres solteros o viudos recurrían a ella para que les hiciera arreglos en la ropa por poco dinero, pero Demetrius se arreglaba demasiado y también se perfumaba. A primera hora apareció y aparcó su coche enfrente de la casa, saludó a Meryl y tocó el timbre; llevaba flores. Aquel pueblo la estaba matando. Su dolor consistía en encontrarse con la misma gente y con sus mismas caras varias veces al día, en no poder dar un paso sin que cualquiera le preguntase, o al menos se lo preguntaran interiormente, a dónde iba. Hasta le podía pasar con su propia familia, intentar verse con un chico a escondidas y encontrar a sus padres dando un paseo en la misma calle. Le hacía daño hasta la idea de tener que esperar al otoño para desplazarse a estudiar a la capital. Los capitalinos, por lo que había oído eran de otra manera, todo les daba bastante igual. Ella los imaginaba moviéndose por calles muy iluminadas en noches de desconocidos; se imaginaba a sí misma acompañada por dos o tres amigos cuando salían a beber cerveza y fumar hierba. No podía sacudirse ese deseo de romper todas las reglas aunque se convirtiera en el peor ejemplo para Erika. Los veranos de ver pasar los días sin hacer nada se iban a acabar. Las tardes eternas de nubes perezosas tenían sus días contados; lo de leer el mismo libro, el mismo capítulo y la misma hoja, tenía que tener fin en algún momento, ni si lo hacía para disimular. Lo de lavar el coche de su padre sólo por pasar el rato o lo de intentar encerrarse en el cuarto justo antes de que apareciera su hermana pequeña reclamando atención, eso también. Ni aún pasando toda la tarde en la ventana imaginando escritores bohemios y ella con ellos, ahogándose en el licor y tirándose de cabeza al puerto sin agua y sin sal, podía distraer sus temores. Y si llegaba a ver el caballo del vecino correr luciéndose delante de sus ojos, podía estar segura que no tendría ningún mérito montarlo a 20


escondidas y salir desnuda bajo la luna a sentir su grupa bajo sus nalgas machacándole la espalda para varios días. Todos los alumnos de tercero estaban seguros de algo el último día de clase, al terminar sus estudios volverían al pueblo y sus vidas seguirían siendo igual de anodinas. La costumbre de leer el diario de su hermana pequeña no representaba un problema moral para Meryl. Había estado buscando las partes más inestables de su personalidad para ayudarla y no para aprovecharse de ellas y ridiculizarla en público, tal y como haría Amaranta de descubrir su secreto. Lo cierto es que escribía bastante e hizo falta descifrar aquella letra desigual para llegar a la parte en que Caracione le había rozado sus pechos diminutos de forma aparentemente accidental. Tampoco era para tanto, pero aquel chico siempre le había parecido un poco... ¿Cómo decirlo?...: tal vez aprovechado sea la palabra aunque a él no se lo parecería. Dado que Erika partiría con sus hermanas al campamento de los Corbill en un par de días y que no parecía demasiado impresionada por las proposiciones de su incipiente admirador, no había que darle mayor importancia al despertar adolescente de la sangre. Lo único medianamente interesante que le había ofrecido la mañana, había sido a Jana Úrsula llevándole una taza de café al porche en lugar de darle un grito para que fuera a la cocina a tomarlo. Meryl no se equivocaba al sospechar que algo estaba pasando que se escapaba a lo que sabía hasta entonces. Existía en Jana Úrsula un ánimo de congeniar con sus hijas, también había notado que su madre era la más interesada en que aquel año fueran al campamento y la presión parecía haber pasado a sus dos hijas mayores, claro que por más que hubiese pensado jamás habría conocido sus motivos si ella no se lo hubiera dicho. Cuando llevó la taza a la cocina sin previo aviso su madre le soltó: “Tu padre lleva un año viéndose con su secretaria a escondidas en todos los moteles de mala muerte de carretera entre su oficina y la casa de los padres de la chica”. -¿Cómo lo sabes? -preguntó Meryl que por su reacción parecía más serena y adulta que su madre. -Las mujeres siempre somos las últimas en enterarnos, pero a veces encontramos un indicio y entonces vamos hasta el final, un ticket de un aparcamiento puede hacernos llamar por teléfono a todos los aparcamientos del extrarradio -contestó con acritud. -Exageras. -Tenemos que hablar de esto con más serenidad, ahora no es el mejor momento, ni este parece el mejor lugar -Meryl intentaba saber la gravedad real y hasta donde había llegado Helmer con su aventura. En resumen necesitaba realmente saber si todo se iba a venir abajo o habría manera de poner algunos parches para evitar que así fuera. Era bastante evidente que Meryl no tenía un concepto elevado de su propio padre, y su madre comprendía que eso fuera así porque el trabajo lo había absorbido de tal manera aquellos años que apenas paraba por casa más que para dormir o ir algún fin de semana al parque de atracciones. Pero había sido cuando sus hijas despertaran a la adolescencia cuando se habían creado una peor opinión de él -no podía decir exactamente que le cogieran manía, después de todo era su padre, pero existía una aversión hacia las decisiones que él tomaba y afectaban a todos, porque les parecía egoísta y siempre eran decisiones interesadas-. Casualmente, en una ocasión, no fue Meryl sino Amaranta, la que lo vio salir de una cafetería del centro en actitud cariñosa con una chica, la misma actitud cariñosa que su madre había echado de menos todos aquellos años. Amaranta no se lo dijo a nadie, pero para todos fue obvio la actitud beligerante que tuvo con su padre desde entonces. Intentó saber en quién podría confiar para hablar de ese tipo de cosas y de aquel secreto que la afectaba tanto, pero concluyó que era muy pronto y si hablaba con alguien de las infidelidades de Helmer, eso tendría que ser con la defensa de un tiempo que ayudara a diagnosticar con la cabeza más fría. Desde entonces no se tomaba a los chicos en serio, se aprovechaba de ello y los dejaba, los utilizaba y os llevaba acompañándola a los sitios que quería pero nunca se comprometía. Con Ernie era diferente, lo conocía desde el parbulario, y habían sido novios y dejado de serlo mil veces desde los cuatro años. Lo besaba y se dejaba manosear, pero no le prometía nada, aunque siempre lo tenia cerca y lo apreciaba. Era un apoyo importante, pero desde que había visto a su padre con aquella 21


chica, se las pagaba Ernie en el gimnasio, donde practicaban boxing, lo tenía de sparring y se pasaba la mañana dándole golpes como si fuera un saco.

2 Pupilas Sea como fuere, la vida que habían vivido y el recuerdo que de ella tenía Jana Ursula, no había sido un fracaso, ni por mucho que de todo ello renegara Helmer. Frente a aquel hombre que se había propuesto ser detestado, que agitaba su músculo maduro como si de ello dependiera sentirse vivo, estaba la familia y, tal y como Úrsula lo veía, el sacrificio de dejar que la vejez los fuera invadiendo y absorbiendo, mientras veían crecer a aquellas tres flores que eran todo para ella. Habían sobrepasado la cincuentena y hubiese sido mucho más natural dejarse ir sin rebelarse contra la naturaleza de todas las cosas. Helmer metió a escondidas en una maleta sus palos de golf, sus cremas de ojeras y para después del afeitado y algo de ropa, eso fue todo; desapareció furtivamente en la noche sin despedirse de sus hijas. Los Olsen, que eran buenos vecinos pero se pasaban el día la noche pegados a su ventana, dijeron al unísono, “el pájaro ha volado” y después la mujer, “nada bueno para nadie, todo malo para todos”. Tal vez fue ese sentido de madre que se pone a la defensiva, que intuye lo peor y que sabe defender a sus cachorros, lo que llevó a Úrsula a contar lo que sabía de su tragedia, unicamente a la hija mayor, al menos hasta que pasara el verano o empezaran a echar de menos a su padre. Ese fue el momento que Meryl creyó más oportuno para regalarle a su hermana pequeña el libro titulado “Brando y Kubrick, dos personalidades en el arte”. Se pasó los dos meses de campamento sumergida en las fotos y los textos sin dejar que nadie lo tocara, y lo que era aún mejor, sin pensar en Coracione, que le hizo una visita un domingo aburrido y no les sirvió más que para pasear cerca del lago sin ni siquiera besarse. Incluso en aquel momento tan decepcionante, Meryl necesitaba seguir sintiendo que podía hacer algo para contener la falta de protección de su hermana pequeña frente a los cambios que la vida le presentaba. Desde su posición, todo lo que sabía le ofrecía la posibilidad de adelantarse a las caídas e intentar que no fueran tan duras o evadirse para no sufrir viendo el resultado de lo que ya era inevitable. Pero aún había algo peor, y era el coraje que la llevaba a enfrentarse al mundo y odiar a su padre, pese a que sólo alcanzó a visitarlo una vez en su piso nuevo, e intentar abofetearlo sin conseguirlo. Vio su cara fláccida una vez más para, al menos, decirle cuanto aborrecía a los hombres como él, incapaces de controlar su egoísmo y de no poner por delante su deseo. Al menos se desahogó haciéndole ver cuanto las había hecho sufrir y lo frustrada y desengañada que se había sentido Erika, su hija de quince años, apenas preparada para encajar, aunque no fuera cierto, que nada sucede si no es por algún interés mezquino. Pero eso iba a ser casi un año después de su estancia en el campamento de los Corbill y entonces, Erika aún no sabía lo que el destino le deparaba. Dado la reacción violenta que se esperaba de Erika cuando conociera la noticia, la madre pensaba que habría que hacerlo de forma totalmente programada y si tenía que montar un numerito sería mejor que lo hiciera en alguna cafetería; sin duda ese sería el mejor lugar para intentar intimidarla en una posible histérica reacción. Por otra parte, tampoco estaba Meryl muy segura de que Amaranta no saliera buscando a alguien con quien pelearse, y ese alguien casi siempre era Ernie. Su novio en otro tiempo se empeñaba e seguir a su lado como si nunca hubieran decidido pasar página a su situación sentimental y eso lo utilizaba ella para desahogarse con él siempre que lo necesitaba, 22


esto no era ninguna novedad para nadie, pero era necesario repetirlo una y otra vez para llegar algún día a comprender esa relación. Úrsula había hecho todo lo posible por hacer crecer a sus hijas con una sensación de felicidad, que tal vez no era real, pero que había servido para construir la familia lo mejor posible. La realidad no tenía mucho que ver con lo que aquellas tres niñas habían ido imaginando en sus juegos infantiles, pero era la mayor Meryl, con la que sentía que había fracasado estrepitosamente al hacerla sentirse responsable y excesivamente comprometida en la educación de sus hermanas. Meryl había vivido todos los problemas de la familia de primera mano y había acompañado a su madre cuando había decidido ocultarlos; pero esta vez era diferente, no se puede ocultar un divorcio y la desaparición del padre, pero sobre todo no se puede ocultar la amargura y resentimiento que crea. Por su parte, ajena a todo, Erika daba por supuesto que merecía una adolescencia llena de revelaciones inquietantes. Era la más bonita y delicada de las tres hermanas, de eso estaba segura, aunque no fuera así. Tenía un eccema que se manifestaba cuando algo la intranquilizaba por tiempo prolongado, bajaba sus defensas y adelgazaba; lo cierto era que eso no ayudaba con su aspiración a ser la “mejor princesa”. Además de su encanto personal, aquellas vacaciones, todos parecían especialmente inclinados en hacerla feliz y sus hermanas le habían comprado un albornoz amarillo pastel que podría utilizar en el campamento al salir de la ducha. Aquello ayudaba a suavizar la contrariedad de tener que someterse a aquella disciplina, pero nada parecía poder convencerla de que por algún motivo que desconocía de nada hubiese servido esa vez exponer ante todos una de sus peores pataletas. Como todos podemos suponer, la elevada opinión que Erika tenía de si misma, chocaba con la mirada de reprobación de los adultos que la rodeaban y que sólo miraban en ella una niña mimada. A pesar del esfuerzo extenuante que ponía en mirar como si fuera capaz de despreciar hasta límites insospechados, lo cierto es que no conseguía más que la postergaran aún más en todos los juegos y comidas del campamento. Digamos que su estrategia no se correspondía con la realidad y que los resultados eran catastróficos. Maty Jurado era la hija del hombre más rico del extrarradio de Mindstorm, había construido un aserradero que suministraba madera para hacer casi todas las puertas y ventanas de los edificios de la parte Este de la ciudad, y además de eso, tenía aspiraciones políticas. Maty y Erika tenían la misma edad y les complacía hablar de los secretos de la vida, de los chicos, del amor y de todo lo que deseaban. No se dejaban nada para más tarde y todas sus investigaciones sobre el sexo y los vicios sexuales de los mayores, eran compartidos maliciosamente. A Erika le gustaba visitar a su amiga porque la gran casa tenía asistentes que les daban de merendar y le abrían la puerta, y eso era mucho más que cualquier otra niña de la escuela pública pudiera tener, si bien Maty cambiaría de colegio el año siguiente y se verían mucho menos. Era de esperar que después de un tiempo en el campamento, Erika intimara con el hijo del señor Corbill. Los vigilaba de cerca, pero los dos chicos se escabullían para ir a pescar y pasaban horas sin que nadie supiera donde se habían metido, lo que exacerbaba la imaginación de Meryl, que decía desesperada, “lo que nos faltaba”, y recriminaba a su hermana por su conducta. Al entrar a formar parte del mundo de campistas, que además conocía de años anteriores, Erika hacía todo lo posible por encajar en su entorno y era ese momento en el que abandonaba su pose de princesa inalcanzable e iba descalza a todas partes imitando a su amigo Gene Camons. Si Maty Jurado la hubiese visto aplastando gusanos para ponerlos en el anzuelo, o meter los pies descalzos en el barrizal de la orilla del río Ory, jamás la hubiese invitado a poner los pies en su casa de nuevo. Erika tomaba a su amiga como un modelo en medio de su sórdida vida de estudiante de primaria, pero en el entorno natural de sus vacaciones de verano, perdía todo contacto con la altura desenfocada de sus pretensiones pasadas, y como no podía ser de otro modo, volvía la risa y su espíritu se expandía sin disciplinas y normas absurdas. Al fin y al cabo, Gene Camons era un excelente anfitrión, conocía todo lo relacionado con aquel lugar y lo que era mejor de todo, era unos años mayor que ella. En ese contexto que a Amaranta también le gustara Gene, pero él sólo prestara atención a Erika, lo que terminaba de poner el acento en la satisfacción que aquella afinidad producía en la 23


hermana pequeña. “No olvides lo de tu ezcema princesita”, le decía Amaranta a su hermana cuando los veía pasar juntos y sólo por molestar, y la otra otra le respondía con un insulto y una mirada que la hubiese convertido en piedra si tuviera semejante poder. En el mundo hay personas que desde el principio saben que todo cuesta y que nadie se lo va a poner fácil, así era Amaranta, y luego están los soñadores, grupo este último al que pertenecía Erika. Si nadaba en el lago, Erika creía que algún día podía ser una bióloga famosa descubriendo especies increíbles, aunque para eso tuviera que escarbar en el lodo. Si subía la montaña, le decía a Gene que algún día le gustaría ser piloto y volar a poca altura sobre los árboles de Mindstorm. Entonces, al volver al campamento, se cruzaban con la gente pobre que vivía en chabolas en medio del bosque, gente que vivía empujando sus vidas sin esperanza, y empujando los muertos que iban enterrando por el camino. “No se quedarán mucho tiempo. Siempre se están moviendo para que la policía no los moleste”, le dijo Gene. Ella se ponía un pañuelo sobre la nariz para no olerlos e intentaba no mirar las defecaciones que aparecían sin previo aviso a ambos lados del camino. Una señora mayor y opulenta, arrojaba el resto de la hoya al pie del camino, alubias aún caliente sobre las que se abalanzaban los perros que los acompañaban. De repente era como si se le hubieran caído las gafas y necesitara cambiarlas por otras mejor enfocadas porque sabía que aquel mundo sombrío existía pero verlo tan de cerca la impresionó. Sin embargo, en esa ocasión no soñaba con ser enfermera o doctora de gente sin recursos, por algún motivo que tenía que ver con la selección de sus sueños, eso no lo consideraba. Pasaron por medio del poblado y saludaron, una señora les respondió con un gruñido, y un viejo que debía tener al menos cien años, masticó una cantidad se saliva que le producía el tabaco de pipa y escupió de forma sonora a su paso. En aquella nueva visita al campamento, Erika se sentía mucho más cómoda que en años anteriores. El patito feo se iba convirtiendo en un engreído y hermoso cisne. Al incorporarse de nuevo a la disciplina desordenada del señor Corbill descubrió que los chicos de la tienda de utramarinos la miraban con insistencia, también Gene lo hacía, el cuidador de los perros la trataba con una amabilidad inesperada y el mismo Corbill la llamó, potrilla desarrollada en el contesto de su llegada y recepción de identificaciones. Erika hacía todo lo posible por ser la de siempre, pero estaba claro que eso ya nunca volvería a ser lo mismo; sus quince años lo empezaban a cambiar todo. Lograba disimular el placer que le producía causar aquella impresión en los hombres, incluso en los maduros que intentaban disimular sin conseguirlo. Miraba al suelo y contenía el deseo de sonreír al mundo. Su cuerpo se iba formando sin concesiones y aunque ella hubiese puesto condiciones no la hubiese escuchado. Es decir, si sus pechos iban a ser grandes, ya empezaban a serlo por mucho que ella deseara tenerlos más pequeños, de hecho, bastante más pequeños. Su actitud era la adecuada según Meryl, con la que hablaba en confianza sobre su desarrollo y a la que en una ocasión le mencionara que había una parte de su cuerpo que aborrecía, se trataba de sus pies, pues, según dijo, había estado midiéndolos y le parecían extremadamente grandes para su edad. Meryl le contestó que los hombres, en lo último en lo que se fijan es en los pies y que, al fin y al cabo, no era tan difícil saber en qué se fijaban los chicos mientras ellas les hablaban mirándolos a la cara. Muy pronto, apenas unos días después de su llegada, Erika dejó de sentirse ofendida por haber sido obligada a ir a “aquel estúpido campamento”, según sus propias palabras. Empezó a desear que todo fuera como prometía porque, de repente, aquello empezaba a gustarle y había algo que sus hermanas no sabían, Caracione se las arregló para hacerle llegar una carta en la que se comprometía a pasar para hacerle una visita. Sin duda podría haber sentido un poco de pudor ante la idea de que Gene los viera juntos y se sintiera relegado a un segundo lugar, al menos mientras durara la visita de Caracione -pero ni siquiera era seguro de que apareciera, y si lo hacía, sería algo muy furtivo, como casi todo lo que emprendía; a escondidas y rayando lo prohibido-. Dado el buen resultado de las atenciones vertidas sobre Erika, Meryl empezó a dejarla respirar, a controlarla menos y, si acaso, a observarla desde lejos. Una tarde en que Amaranta estaba sentada en el prado delante del lago, Meryl se abalanzó sobre 24


ella y la tumbó, sin darle tiempo a responder a su ataque la puso mirando hacia arriba, se sentó sobre su estómago y la inmovilizó sujetando sus muñecas contra la hierba. Amaranta no sentía ningún dolor, pero estaba roja de furia porque se había creído mejor luchadora que su hermana. -¿Dónde recuernos metes todo el dinero que se supone que dejas en el gimnasio? -Ya verás cuando me sueltes. No me vas a volver a sorprender. -¿Eso es todo? Estoy temblando, ¿no lo notas? Ni siquiera eres capaz de reconocer que Ernie se deja ganar porque le gustas. -¡Cállate! No me entreno para ser mejor que nadie. Y suéltame ya. -Soy la mayor y la más fuerte, ¡Dilo! -Eres la mayor y la más fuerte. Grande cosa -añadió entre dientes con ironía. -Vale te suelto si el sábado hacemos una escapada a media noche al bar de Morris. -Precisamente estaba barruntando que venías por algo así. ¿Y Erika? -La dejamos durmiendo y en una hora estamos de vuelta. Da la casualidad de que una de las limpiadoras se va a esa hora y nos puede acercar. Para volver ya nos las arreglaremos. ¿Era lo que ibas a preguntar? -Nada era exactamente como lo contaba Meryl. Parecía seguro pero podían quedar en medio de la carretera haciendo autoestop hasta el amanecer. Aún así sabía ser convincente y capaz de vender arena en el desierto. -No suena mal. Meryl se pasó el resto del día del sábado siguiente, después de comer, fisgando en las cosas de su hermana pequeña. Aprovechó una de sus salidas para andar por el monte salvaje con Gene, y como solían subir al Monte de la Pena, no esperaba que volvieran hasta caer la tarde. Lo inspeccionó todo, rebuscó entre sus libros, especialmente en el que estaba leyendo sobre las personalidades artísticas de Brando y Kubrick. Le dio un repaso a los bolsillos de toda su ropa y hasta levantó el colchón por si guardaba allí porros o o cualquier otra tentación propia de su edad. No esperaba encontrar revistas pornográficas, pero sin duda las tendría si fuera un chico, se decía mientras seguía su inspección. Decididamente tenía la hermana más aburrida del mundo. No había nada que pudiese decir que representaba un desafío a la autoridad de los adultos. Pero hubo algo que le llamó la atención, o se había llevado su diario con ella, o lo había dejado olvidado en su habitación a casi dos kilómetros de donde se encontraban. En ocasiones habían hablado sobre las drogas y parecía que Erika lo tenía claro y no quería ni oír hablar de nuevas experiencias psicodélicas o algo que sonara parecido. Debía ser muy convincente porque su hermana abandonó pronto la esperanza de encontrar algo prohibido entre sus cosas, o al menos, descubrir alguno de sus íntimos secretos. Y dado que Meryl era su referente de confianza -por decirlo de una manera que responda a los modelos que los jóvenes buscan en su formación y que terminan imitando-, realizó aquel trabajo de una manera tan respetuosa y limpia, que una vez que dejó todo en su sitio, nadie podría sospechar que hubiese pasado por allí. La más pequeña de las tres hermanas ya sabía, desde siempre, que su hermana mayor la vigilaba y la controlaba, pero no le molestaba porque lo consideraba una preocupación “maternal”. Cuando iba acompañada de Gene, encontraba que Meryl ni lo miraba, no le hablaba mientras él se deshacía en sonrisas como si caerle bien a la hermana mayor fuera tan importante. Se cruzaban muchas veces en la entrada del campamento, se veían llegar desde lejos, se acercaban, Meryl recogía sus manos en los bolsillos para no tocar la cabeza de su hermana cariñosamente y pasaba de largo. En lo alto del Monte de la Pena, los pájaros se empeñaban en desconocidas sinfonías que lo llenaban todo; eso era debido a que hasta allí no llegaba el ruido de un sólo motor, ni un coche, ni la bomba de agua del campamento, ni siquiera la serrería que lo invadía todo a su alrededor. Gene le había mostrado uno de sus lugares favoritos, iba allí siempre que podía y cuando el señor Corbill, al que llamaba papá, le daba permiso. Tenía un sentido estricto de la disciplina y posiblemente eso era la única cosa que no le gustaba de él, aunque sobrevivir en aquellas condiciones, sin más ingresos que los veraneantes y sin ser hijo natural, había creado en él una inseguridad de la que solo así creía poder defenderse. Para la señora Corbill, Melinda, la llegada del niño adoptado había sido una bendición. Algunos 25


intentaron amargar aquel momento de su llegada, y la entrega estuvo llena de críticas y bromas crueles; los vecinos no siempre actúan prescindiendo del desasosiego que les produce que otros puedan intentar ser felices, como si creyeran que nadie lo mereciera más y se tratara de un atrevimiento sin perdón. -Al año siguiente nada funcionaba. Parecía cosas de fantasmas o de que alguien estuviera causando los daños. Se averiaba el tractor, se caían los vallados, hasta los caminos que llegaban hasta aquí, aparecían levantados sin que se pudiera culpar a la riada porque ese año no hubiera. Pero Melinda no dejaba de acariciarme la cabeza y decirme que no me preocupara, que todo se iba a arreglar. Yo entonces tenía siete años, lo entendía todo y lo recuerdo como si fuera ayer -le contaba Gene en las largas tardes que pasó con ella-. Para Erika, el problema de aquella amistad no era que, por una parte deseara que él le contara más y más cosas de sus propias experiencias, y por otra, que no deseara intimar hasta tal extremo. Tal vez, aquel verano de los quince años lo hubiese besado, si no fuera porque no se sentía lo suficientemente buena para Gene y no quería hacerle daño. La madrugada del domingo, Melinda se levantó justo antes de amanecer para verter aguas menores y poner café al fuego. Vio llegar a las dos hermanas y se alarmó al pensar que Erika había dormido toda la noche sola. Volvió a la cama y despertó a su marido para hacerle la oportuna observación al respecto e instándolo a tener una conversación seria con ellas. A continuación fue a la habitación de Gene Camons y comprobó que dormía plácidamente. La idea de que pudiera haberse reunido con la chica aquella noche y que pudiesen haber hecho algo que “trajera consecuencias” le quitaba el aire. La madre de las chicas acudió apenas un par de horas después de recibir la alarmante llamada del señor Corbill y aquel mismo día volvieron a casa para la hora de comer. Erika tenía cartas y mensajes de sus compañeras de clase que su madre había recogido del buzón y había dejado sobre su mesilla de noche. Tía Engracia la vio pasar cargada con su mochila y fue corriendo a darle un beso, le dijo que estaba muy delgada y que una chica de la que no sabía el nombre había estado para preguntar si ya había vuelto del campamento. Las cartas eran una repetición de la pregunta que se habían hecho unas a otras al acabar el curso: ¿Nos veremos el año que viene? ¿Vas a cambiar de instituto? ¿A qué instituto vas a ir el año próximo? No entendió mu bien algunas de sus piadosas frases, ni a las que le mandaban condolencias también poco claras. En aquel momento ella no estaba en condiciones de saber que la separación de sus padres empezaba a ser la comidilla de las abuelas y era posible a que a eso se debiera tanta inesperada atención. Apreciaba a aquellas chicas pero no estaba con fuerzas de leer todo aquello de repente. Lo único medianamente interesante de su vuelta a casa era que la visita de la que le había hablado su tía posiblemente era de Maty Jurado y lo cierto es que estaba deseando verla. Se sintió tan inquieta que no pudo resistir la tentación de coger el teléfono y hablar con ella inmediatamente -la última vez que hablaran se le habían quedado algunas cosas por contar, pero lo que tenía que decirle ahora era una bomba, aún no podía creerlo ni ella-. Hablaron sin extenderse porque las dos debían atender cosas inaplazables, pero quedaron de verse aquella misma tarde. 3 Pestañas en retroceso Cuando volvieron del campamento, Meryl y Amaranta subieron inmediatamente a su habitación y antes de que la hermana pequeña tuviera tiempo de seguirlas, Meryl le pidió a Amaranta que no contara nada sobre la separación de sus padres, que el anuncio lo tenía que dar la madre, que sabría 26


como tratarlo que era posible que a Erika hubiera que decírselo con cierto tacto. Amaranta recibió el encargo como si se tratara de una orden, y cargaría con su secreto sin dejarlo supurar. Además, aquella actitud era una muestra de confianza con Meryl, que cada día la iba teniendo en mayor estima en lo que tenía que ver con contarle secretos. En realidad, no hubiese hecho falta hacerla tomar unas cervezas antes de soltarle todo aquello que le dijo sobre su padre, acompañado de insultos y razonamientos egoístas que él mismo había esgrimido en el momento crucial. Ahora sabían que lo que habían mirado como una anormalidad en otras familias, era algo que también les podía suceder a ella. Su familia no era perfecta, eso estaba claro, ellas no eran princesitas y ya no formaban parte del club de las mejores amigas cristianas, con las que se reunían para criticar a las familias ateas y divorciadas. En tal momento como aquel, unos años antes le hubiese hecho falta ponerse hasta arriba de grifa, pero ya no fumaba, ni siquiera tabaco. Se hubiese echado a andar sin rumbo fijo, volviendo siempre a la casa familiar, después, tal vez, de pasar toda la noche caminando, dando vueltas, retrocediendo sobre sus pasos o persiguiendo sombras. Cruzaría las vías del tren donde los empleados siempre la llamaban y ella nunca iba, constantemente perdida, hasta caer de sueño. En tal momento como aquel, si hubiese sucedido unos años antes, le hubiese disparado a su padre con su misma pistola, la que guardaba en la mesilla de noche por si alguien entraba en casa por la noche. ¿De qué le iba a servir su pistola vieja si tenía que defenderse de su nueva novia joven? Pero si casi le doblaba la edad... era un hombre ridículo. Si aquello hubiese sucedido unos años antes, le habría roto el corazón oír llorar a su madre, pero ella ya no lo quería y no lloró por él; le puso la maleta en la puerta y le dijo, “no vuelvas”. Y aquella puerta, para él, se cerró para siempre. A veces, lo que sale en las noticias de la televisión no parece formar parte de la vida real. Algunas noticias son tan desagradables que Meryl se sentía incapaz de verlas de nuevo en el informativo de la noche y evitaba encender la tele. Sin embargo, fue suficiente ponerse a pelar ajos en la cocina para ver a través de la puerta del salón las imágenes del sendero que conducía al campamento y que conocía muy bien. Se trataba de aquella gente sin patria que deambulaban como temporeros en la recogida de hortalizas, de la fruta o de aceitunas. Un niño de apenas ocho años había sido encontrado muerto y habían sido detenidos cuatro muchachos adolescentes que el sábado por la noche habían salido a emborracharse y a pelearse con los extranjeros. Los chicos eran de buena familia y habían vuelto a casa con las manos llenas de sangre. Era muy evidente que se habían pasado con su diversión y que por la próximidad al campamento, cualquiera se los podía haber encontrado mientras insultaban y amenazaban a todo el que se cruzaba en su camino. Entonces Meryl pensó en Erica y sus paseos por aquella parte del camino, su inclinación a hablar con todo el mundo y nunca desconfiar de nadie. Apareció para coger un plátano, y mientras lo pelaba, Meryl le dijo, “te podría haber pasado a ti cuando salías a buscar tu sola a Gene, ¿o ya no te acuerdas de eso?”. Siempre en estado de alerta y nerviosa, la madre tenía muy reciente su desagradable separación y Meryl no quería que se pusiera a llorar, así que le dijo a Erika que cerrara la puerta del salón. Siempre había sido una madre sincera y preocupada, a veces en exceso, pero de pronto sólo aquella mirada resentida evitaba que se mostrara como la mujer más vulnerable del mundo. Meryl era la que se sentía más desasosegada y triste de todas, pero sobre todo por su madre. .¿Quién es Gene? .preguntó la madre -El hijo adoptado de los Corbill. El nuevo amiguito de la nena -y sonó con tanta malicia que la madre hizo un sonido alargado de admiración. -Vale, dejarlo ya o no podré venir a la cocina a nada sin esperar tanta empatía -Erika salió en dirección a su habitación echando rayos por los ojos y humos por las orejas. Esos días, con las niñas lejos, no habían sido fáciles para Úrsula. El final del verano se había adelantado, y no llovía pero se precipitaba un frío intenso por las noches que la oprimía como si tuviera la culpa de todos los divorcios del mundo. Lo peor es cuando te quedas sola, se decía a sí misma. Le hablaban sus padres ya muertos que se sentían abandonados en las esquinas de las 27


habitaciones, observando todo lo que pasaba sin decir una palabra; como lo buenos espíritus hacen. En noches así hubiese gritado, pero Engracia hubiese subido alarmada a punto de llamar a la policía y tampoco quería hacerla pasar por ese mal momento, para comprometerla con su desahogo. Había hablado con ella lo justo, lo necesario para insultar un poco más al traidor, al Helmer que ya nadie conocía; se había hecho la mujer de acero, sin una lágrima; era por eso que si la veían gritar, o echarse a llorar sin motivo, no lo entenderían. Los hermanos nos ayudan a ser fuertes cuando ya no están los padres para exigirlo y tener cerca a Engracia en esos momentos la ayudó mucho. Aún en tal momento, y a una edad en la que le iba a ser difícil rehacer su vida con otro hombre. Desde tal momento, veía su pequeña casa de familia venida a menos y era consciente de todo lo que necesitaba, el aspecto pero sobre todo las reparaciones, y no le podría dar. Veía a sus hijas y pensaba, y no le gustaba la idea, de si o tendrían que vender e irse a vivir a un sitio más modesto mientras los Olsen las verían empaquetar desde la puerta entornada de su granero y decirse el uno al otro, “las gallinitas han volado del nido”. -¿Has venido sola? -preguntó Maty Jurado mirando hacia la puerta por encima de su hombro. La casa de Maty la intimidaba pero Erika ya había estado allí otras veces. -No le dije a nadie que te iba a hacer una visita. Me siento como si estuviera haciendo algo clandestino. Últimamente parece que me controlan mucho más. -No me puedo creer que nos traten como a unas niñas. Otras chicas de nuestro curso, tal vez si lo sean, pero tú y yo somos más maduras que la media -respondió Maty-. Seguro que eso ira cambiando en los próximos meses. Maty le señaló una silla en la que podía sentarse porque se estaba pintando las uñas y no quería interrumpirlo, pero podía hablar mientras lo hacía. Erika estaba deseando contarle algunas cosas que la tenían inquieta últimamente, sin embargo, Maty, ajena a todo, no parecía tener mucha prisa por escucharla. Todo parecía muy anodino aquella mañana, hasta que surgió el nombre de Caracione, entonces dejó todo lo que estaba haciendo, puso el pintauñas sobre un aparador, acercó su silla en un acto reflejo y dijo, “cuéntamelo todo”. -Él apareció aquella noche. Es posible que viera a mis hermanas en el bar de Morris y comprendiera la oportunidad que se le presentaba de colarse en nuestro barracón y hacerme la visita que me había prometido -dijo atrayendo toda la atención de su amiga que se había puesto a respirar nerviosa y la instaba a que no parara un segundo de contar. Lo que dijo a continuación, nadie se lo hubiera esperado, mucho menos Maty que nunca la había visto tan apasionada con una de sus historias. -Supongo que esa noche Caracione se provechó del momento y me toco. Me tocó abajo. Maty dio un grito y se puso de pie de un salto, se separó ligeramente de su amiga y preguntó -¿Te tocó? ¿Es la vida real o me estás diciendo que lo soñaste? Maty se quedó muy sorprendida cuando Erika la miró fijamente y repitió -me tocó. -Yo desperté aquella noche y descubrí que mis hermanas habían salido sin decirme nada. Hacía calor y quería pintarme las uñas de los pies, así que decidí que primero me daría una ducha y más tarde leería algo. Salí de la ducha con el pelo empapado luciendo mi albornoz nuevo, todo estaba a oscuras y no puedo imaginar que tipo de suerte llevó a Caracione a conocer que aquella caseta era la mía y la de mis hermanas. Es posible que reconociera mi ropa interior en el tendal del porche, aunque eso es mucho suponer. El caso es que entre las sombras de la habitación estaba él, esperando como un animal en celo. Me dijo que no disponía más que de unos minutos, que debía volver de inmediato porque había quedado con unos amigos. Nos sentamos e la cama y sacó unos pendientes, y me dijo que era un regalo por mi cumpleaños. Entonces me beso y yo lo abracé; fue un acto instintivo. El beso se alargó como si nuestras lenguas no pudieran separase. Fue algo raro porque ya nos habíamos besado antes así, pero estaba muy excitado y aprovechó ese momento para mover su mano desde la rodilla y enredar en mi bello púbico. Erika tenía toda la mala intención de excitar a su amiga hasta donde pudiera, es decir, no hasta que tuviera la necesidad loca de salir la calle en aquel preciso instante a buscar un chico que le 28


hiciera lo mismo, pero sí hasta dejarla tan impresionada que soñara toda la noche con aquella escena. En aquel momento no lo entendía, pero era posible que toda aquella palabrería en confianza, no se tratara más que uno de tantos errores que cometería desde entonces, y algún día, años después se arrepentiría de no habérselo quedado para ella. -¿Y nada más? ¿Eso fue todo? Erika afirmó con un movimiento de cabeza -eso fue todo. El separó entonces como si se arrepintiera de lo que estaba sucediendo y salió de un salto por la ventana y corriendo como si lo llevara el diablo. -¿No lo has vuelto a ver? -No, ayer por la mañana apareció mi madre en el campamento. La llamó el señor Corbill porque se enteró de la aventurita de mis hermanas. Son muy torpes. Después de aquello, estaba convencida de haber contado todo lo que su amiga rica quería escuchar, porque aquella misma tarde le enseñó su caballo y le dejó que le acariciara la cabeza, y eso era más de lo que había hecho nunca con ninguna otra. Le pareció que en cuanto se recuperaba del primer shock por lo que acababa de escuchar sentía por primera vez la necesidad de conocer a Caracione. En aquella casa siempre era primavera, la luz entraba por las ventanas como si no tuviera paredes. Le gustaba atravesar la distancia desde la puerta del jardín hasta la casa muy despacio, para darle tiempo al taxista a llegar a la esquina y hacerle creer que vivía allí. Al sentirse pobre la visitaba y conspiraba contra su desamparo y sus aspiraciones. “Me casaré con un hombre rico” le decía a sus hermanas, pero no la creían porque era más probable que se quedara preñada de uno de sus amigos del suburbio. Amaranta, que era la que más se parecía a su padre le dijo la verdad sobre su ausencia. “Papá se ha ido de casa porque a conocido una chica más joven; los dos buscan un estatus que han perdido. No la quiere, nunca ha querido a nadie. Pero parezco el cura y todos sus amigos católicos, juzgando y juzgando. Desiste de tus esperanzas, esto se acabó. Nunca volverá.”

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1 Manos y arenas El aquel lugar tan cerrado y apretado, Helmer no podía dejar de pensar que aquel sería posiblemente, el último baile de fin de año que los mantuviera juntos. Se hubiese conformado con las cosas tal y como eran después de la aventura, si al menos Úrsula hubiese echo la vista gorda o no se hubiese enterado. Su educación sentimental era muy anticuada y dudaba de que ni siquiera pudiesen seguir siendo amigos después de aquello. Tal vez, lo mejor de su matrimonio hubiese pasado hacía unos años, cuando creyó que todo iba a suceder, que sólo podía ir a mejor y, en su apogeo mediático, el éxito llegaría y reventaría como lo hacen los capullos de las rosas en primavera, sin previo aviso. Pero hacía falta algo más que salir en la televisión todas las semanas para convertirse en un reconocido personaje público. El partido, de alguna manera poco explícita, le había dejado claro que no tenía el perfil para ser un líder de masas. Úrsula volvía a lloriquear en su hombro, nadie lo notaba más que él, porque sentía un hilillo de rabia manifestarse agudo y la humedad en su oreja no dejaba lugar a dudas. Desde luego, había sido la peor noche de fin de año desde que recordaba y no porque ella su hubiese empeñado en arruinarla, sino porque en el último mes se habían dicho muchas cosas que iban pesando sin salida. Cuando Helmer pudo ver que esta vez se había pasado, por otra parte, como tantos otros que conocía personalmente (algunos recientemente divorciados), la fantasía vivida de sentirse joven una vez más, seduciendo chicas que podían ser sus hijas, no parecía haber tenido continuidad y lo iba a cambiar todo. Pero dejarse llevar por la tentación hasta que le temblaran las rodillas, hasta la extenuación de su propio sarcasmo, lo hacían sentirse vivo, que la batalla no había terminado, que aún tenía algo que decir y no resignarse a ser el veterano funcionario afortunado, con doble sueldo y programa de variedades en la tele local. Y a la vez intentar sostener la contradicción del hombre de piedra que sólo se deja seducir si lo encuentra necesario y no por pura debilidad. Todo parecía haber salido mal y el derrumbe era cosa de horas, “año nuevo, vida nueva”, se decía, poniéndose de parte del cambio que se avecinaba. Sin embargo, convertirse en el viejo repudiado que iba a ser le producía cierto vértigo, abandonarse a imaginar como iba a ser todo sin su mujer de la que dependía tanto, no resultaba nada halagüeño. Había algo en ella que se había perdido sin saber si para bien o no. No la culpaba por eso, ni intentaba excusarse. Eran muy jóvenes, casi treinta años atrás ¿se dice pronto? Ella entonces tenía un algo triste que tenía que ver con su desconfianza, tal vez con su futuro dependiente de otros, de él y de las ajenas decisiones. Llegaba a su apartamento de soltero con la timidez de una extraña, pero él podía en un instante, sólo con una sonrisa y una comentario sagaz, hacerla reír. Ya entonces, esperaba de ella algo más que un superficial consentimiento para pasar toda la tarde de la cama a la televisión, tomando café o copulando como animales. Cualquier otra chica se hubiese dado cuenta al instante, pero no ella. Intentaba hacérselo comprender, para que estuviera más tranquila y comunicativa, pero aún así no fue capaz de conseguir sacarle aquella cosa melancólica de encima hasta pasados unos de su matrimonio y algún tiempo después de tener a Meryl, su primera hija. Una de aquellas tardes, el atrevimiento lo llevó a pedirle una sonrisa y ella le respondió que reírse sin motivo era lo que hacían las putas. Al momento intentó retener su respuesta, pero era demasiado tarde, ya lo había soltado. “Nunca nos pondremos de acuerdo en esto, ni en la forma que pronuncias esa palabra”, añadió Helmer. No había sido una buena tarde, los dos estaban cansados y él se la pasó enfurruñado, sin ganas de hablar, ella intentó compensarlo con todo tipo de juegos que buscaban excitarlo sexualmente, pero no lo consiguió. Y fue aquella tarde y no otras, la que 31


marcaba una época previa al compromiso de ir a vivir juntos. De cada tiempo importante de nuestras vidas, tal vez sólo tenemos un recuerdo muy determinado, de un momento muy preciso y aislado, que pretende representar todos los demás momentos, que da forma a un sentir y un hacer al que puede no ser del todo fiel el contexto en el que fue vivido. No se lo iba a decir aquella noche de baile, al menos mientras durara la música, pero en aquel tiempo previo al matrimonio la esperaba haciendo del silencio de la casa un deseo insoportable, tal como siempre había soñado que fuera una espera semejante. Bajaba en camiseta a comprar tabaco y pasaba un frío de demonios, porque no necesitaba el tabaco en realidad, sino que esperaba verla llegar a lo lejos donde terminaba la acera; pero eso casi nunca sucedía, ni siquiera aquellos lunes que tenía que esperar porque había tres o cuatro hombres que hacían cola delante del mostrador para comprar la prensa deportiva. Un día, el empleado le dijo que no le quedaba tabaco del que acostumbraba, pero que se estuviera tranquilo porque ella llegaría en cualquier momento. Sonrió y le ofreció de otra marca como si su broma no hubiese existido. No se casó por amor, eso era verdad, pero ella respondía mejor que ninguna otra mujer a lo que necesitaba, nada de rasgos menudos y delicados, comprensiva con sus peores pesadillas, dispuesta a pecar y asumir un rol que otras mujeres detestaban, el de ser madre, amante y dueña de su casa. En realidad, después del segundo sólo de trompeta, no creyó que en aquel tiempo pensara tanto en ello, ni que estuviera tan seguro de lo que quería. Empezaba a arrastrar los pies y eso que se consideraba buen bailarín. Era un fastidio bailar con ella que se había pasado la tarde llorando y resultaba evidente para todos por sus ojos hinchados. Del mismo modo que aquel tipo adivinara que esperaba por ella cuando bajaba a comprar tabaco, ahora se sabía de nuevo transparente a pesar de bailar los temas románticos sin dejar de apretarla. Se lamentaba por ser transparente sin dejar de comportarse dentro de todo lo que se esperaba de él, hasta el último minuto de cada vez que habían roto y se habían reconciliado. Nunca antes la había visto enrojecer y morderse los labios hasta casi hacerse sangre como aquella vez. No había dejado de esforzarse en busca de un discurso perdido, el discurso que ya no le pertenecía del padre responsable capaz de juzgar la ligereza de otros. El último mes se había devanado los sesos intentando acertar y darle forma (ya que nada parecía exponerse a su reparación) a un nuevo contrato de convivencia, por así llamarlo. Todo el mundo tenía alguna vez un problema grave y algunos lo arreglaban durmiendo en camas separadas el resto de sus vidas, sería digno de sentir lástima de sí mismo si eso le llegase a suceder y todo apuntaba a que sería el mal menor que así fuera. Pero si de improviso ella propusiera a modo de castigo que saliera de la habitación y no volviera a entrar en ella, siempre sería mejor que resolviera que saliera de la casa y no volviera nunca. No fue mucho antes de que él conociera a Sabrita, que Úrsula puso aquel horrible crucifijo sangrante sobre sus cabezas dormidas en la cama. Leía con fruición los resúmenes de la homilía de cada domingo porque no asistía a misa, se detenía en aquellos apartados que hablaban de la infidelidad y la mujer resignada, pero seguía adelante una y otra vez buscando que le dijeran que tenía que ser fiel a sí misma y no dejar que la menospreciaran. Aquello duró casi un año, y no fue una novedad porque ya lo había hecho en el pasado, pero por cortos periodos de tiempo; al menos, por menos tiempo que esta última vez (eso daba una idea de la gravedad de la situación). Ordenaba aquellos papelitos de la iglesia y los guardaba en un cajón. Solía leerlos en la cocina en tardes solitarias y después se iba llorando a su habitación con los ojos hinchados, aún afectados por el llanto del día anterior. La hermana de Úrsula, cansada de oír sus quejas por y sus gemidos por teléfono, afirmó que llegados a ese punto no había ni un uno por ciento de posibilidades de que “el maldito”, la volviese a amar, si alguna vez lo había hecho. Entonces le regaló un rosario para que lo llevara siempre consigo, asegurando que le daría la fuerza que necesitaba. Con el consabido paternalismo que había tratado a su hermana durante años, añadió que la vida no se acababa allí y que ella era aún una mujer joven y con posibilidades. ¿Qué habría querido decir con que aún tenía posibilidades? Los 32


amigos del novio de Engracia, si en algún momento llegaban a saber por los problemas que pasaba y que su divorcio y separación se anunciaba para el siguiente verano, la cortejarían con tal ansiedad que resultaría un acoso sofocante en lugar de gestos románticos. Engracia lo sabía, pero también sabía que esas eran el tipo de cosas que las mujeres de cierta edad tenían que soportar si querían rehacer sus vidas. De lo que no estaba tan segura era de que su hermana pensara lo mismo. Pero lo que, una vez superada su aflicción, una mujer como ella, con tres hijas y un perro a cargo, podía esperar de la vida, era un misterio hasta para sus parientes más cercanos y amigos más íntimos. De alguna manera, como mujer, tenía el físico deseable de la madurez, pero conteniendo cada gesto, intentando hacer pasar desapercibida aquella fuerza sexual que emanaba, sin conseguirlo. A Amaranta la entristecía ver bailar a sus padres de forma tan mecánica, como si se tratara de una obligación que aspiraba a dejarse aceptar por la mirada social y general, a pesar de todo (como si eso fuera necesario en un tiempo en el que los divorcios se sucedían cada día y ya no iban a parar hasta alcanzar lo niveles de otros países). De todos modos, la noche de fin de año la dejarían salir con su hermana mayor y la excitación de asistir a una de aquellas fiestas para jóvenes en alguna sala de fiestas retirada, la haría olvidar un poco más tarde aquello que tampoco a ella le era ajeno: el matrimonio de sus padres pendía de un hilo. Su madre solía repetir que era de las tres la que más se parecía a su padre. Era consciente de que su madre le decía eso en momentos en los que la enfadaba o le llevaba la contraria, lo que convertía la afirmación en una pequeña y mezquina venganza. Podía imaginar, si embargo que su madre la tenía en cuenta como a sus hermanas y no la iba a rechazar por eso. No se trataba de que no supiera lo que le estaba costando a Úrsula sacar adelante aquella familia en las condiciones en las que una vez se plantara. Pero, en algún sentido que parecía evidente para todos menos para ella, Amarante debía parecerse a su padre tanto físicamente, psíquicamente, como en las reacciones en las que intentaba adelantarse frente al mundo. En una ocasión, sintió la necesidad de hablar con su hermana mayor de que se sentía marginada cada vez que le decían que se parecía a Helmer. De eso no se le ocurriría hablar con su madre, desde luego, pero ya empezaba a fastidiarla. Pondría mucho empeño en aclararlo, como hacía con todo, podía quejarse y al menos tener a alguien de su parte, pero al final creyó que se estaba comportando como una chiquilla y desistió de intentar controlar aquella pequeña tortura que parecía buscar desautorizarla. -¿Tan difícil te resulta mantenerte alejado de otras mujeres? -le preguntó Úrsula a Helmer mientras se separaba ligeramente de él-Sabes que no. Para mí ninguna mujer puede hacerte sombra. -Debí esperar que respondieras con una tontería. -¿Vamos a discutir ahora, en medio de la pista? -No te pedía que me quisieras -continuaba Úrsula-, me hubiese conformado con que dejaras de humillarme. -No me vengas con eso. Tú tomas tus decisiones, no intentes justificarte. Nadie podía suponer que Helmer reaccionara con tanta firmeza ante los cargos que Úrsula le imputaba. Los dos sabían perfectamente como habían sucedido las cosas y como él había buscado mujeres durante años, hasta en las cunetas. Había sido un depredador insaciable, por así decirlo. Sin embargo, era cierto algo de lo que quería comunicarle: en ningún momento había pensado que ninguna de aquellas mujeres pudiese darle más de lo que Úrsula le daba. Habían sido puro entretenimiento, por muy duro que eso pueda sonar a las mujeres abnegadas que se han sacrificado y lo han dado todo por sus familias. Lo que más parecía importar a Amaranta en aquel momento en el que sus padres discutían, era su reloj. No dejaba de ver la hora esperando que el último cuarto de hora para las doce pasara con rapidez y salir disparada a su fiesta. Se sentía pequeña frente al tiempo que se había vuelto infinito. Intentó poner el reloj en la oreja para comprobar si aún “latía”, pero con la música resultaba imposible. Esa imagen ínfima de sí misma, comiéndose las uñas y alejándose de la pista para no ser arrollada en el momento del éxtasis del nacimiento del año nuevo, llevó a su hermana Meryl a 33


ponerse a su lado y protegerla con un brazo sobre los hombros. Eso no era tan necesario en realidad, porque la conocía y sabía que llegado el momento sabría defenderse a codazo limpio si fuera necesario. 2 Sueños maltratados Y tal como allí, en el instante final de la noche del último día de diciembre, sus padres dormían en sueños y cuartos separados. Podía recordar desde la sala, porque él había comprado cada adorno de los más caros -¿a que venía aquello si estaba pensando en abandonar a su familia?- y, porque ella los había aceptado sin decir que no le gustaba gastar tanto dinero en cuadros y figuras desnudas mientras el lavaplatos seguía estropeado. Era una aspiración burguesa que Helmer nunca confesó pero se desprendía de todos sus movimientos. Al volver de la fiesta, Meryl se metió inmediatamente en su cama y Amaranta se quedó en la sala ojeando y hojeando, unas revistas de deportes. Ese era uno de los motivos por el que no le gustaba que su hermana pequeña se sintiera tan a gusto en casa de los vecinos ricos del pueblo (que era un pueblo por mucho que Erika dijera que formar parte del extrarradio residencial los hacía unos privilegiados citadinos). A medida que empezaba a sentir el calor del sofá esperó sus primeros recuerdos del colegio para terminar de justificar su desagrado por tanta tontería en los lacitos y los pendientes perlados de su hermana. No todo el mundo tiene aspiraciones ni sueños burgueses, los que se creen desde sus trabajos asfixiantes que lo son, hasta los que desde esos mismos trabajos imaginan que pueden alcanzar ese estatus, eran unos tontos que percibían el brillo de las chimeneas de oro de las casas con fortuna pero nunca saldrían de pobres, según ella. La primera señal que le llegó de esa diferencia, eran los alumnos hijos de profesores, abogados o políticos, que acudían a la escuela pública por la comodidad de su cercanía, esperando el momento para pasarlos a un colegio privado cuando cambiarán a un ciclo superior. Esos chicos siempre sacaban buenas notas, y aunque no expresa abiertamente su rechazo, le molestaba tener que competir con ellos a los que los profesores trataban con el respeto que se le debe a los que destacarán en el futuro. Nadie podía saber entonces, si alguno de ellos llegaría a presidente, pero se aceptaba que si ellos tenían una posibilidad, el resto eran carne de cañón en los trabajos más humildes. Al menos se trataba de un colegio sin curas ni símbolos religiosos, porque los hijos de las congregaciones políticas católicas eran aún peor. Tal vez la perpetuación del poder necesitaba que todo sucediera como lo hacía, pero que Erika, sin haber cumplido aún los quince pretendiera ser una de ellos, eso la exasperaba. No recordaba que era ella la que le compraba caramelos de pequeña porque no llegaba el dinero para las dos y que aquellos caramelos eran de “la tienda de dulces económicos”: no había motivo para recordarle eso gratuitamente y avergonzarla frente a Maty Jurado, su amiga ricachona. Amaranta tuvo que emplearse a fondo para recuperar la concentración que le era natural en sus estudios y que parecía haberla abandonado. Lo intentó al principio del nuevo año sin éxito, pues no parecía dispuesta a despegarse de las nuevas amistades que la llevaban de fiesta en fiesta, y lo volvió a intentar después del mas de marzo, esta vez con éxito. Estuvo a punto de perder el curso y recuperar las asignaturas suspendidas le costó mucho, pero lo hizo. También atribuyó a aquella extraña depresión en sus habituales éxitos a un hecho fortuito que no se le iba de la mente, a pesar de no tratarse de ninguna novedad dentro de todo lo que sabía aún siendo secreto; claro está que no es lo mismo saber una cosa que verla con los propios ojos. Pero fue su obstinada naturaleza, el anhelo de no sentirse menos que otros alumnos a los que todo le resultaba más fácil, lo que le hizo sobreponerse a la visión de un padre acompañado en actitud cariñosa por una mujer que no era su 34


madre, y se trataba de eso, pero también de la errónea creencia de que si hacía como si nunca algo tan real hubiese sucedido ese recuerdo y todas sus consecuencias se desvanecerían como sombras en la noche más oscura. No fue fácil tomar esa decisión y el golpe en su amor propio no fue menor, pero era una chica dura y contuvo su rabia sin hacer preguntas, a pesar de todo. Por aquel tiempo sintió la necesidad de dejar de confiar ciegamente en sus amigos, lo que no fue muy acertado, y al hacerlo rompió con Ernie, del que no se separaba ni para ir a comprar la prensa. Uno de los amigos de Ernie creyó ver entonces una oportunidad de colarse entre ellos, y se aprovechó de una información privilegiada que el propio Ernie le dio, “no sé que le pasa, hemos roto”. -¿Amaranta? Me llamo Stiff, soy amigo de Ernie -exclamó apoyándose en la amistad para ser tenido en cuenta. Si se hubiese presentado como un desconocido, Amaranta ni lo hubiese visto, pero era “amigo” de Ernie. -No soy Amaranta -contestó haciendo una broma y le sonrió-. En realidad estoy pasando por una crisis de identidad... pero no es culpa tuya. -¡Ah, tú puedes ser quien quieras y todos lo aceptarán porque eres popular y aceptada en cualquier ambiente! -dijo Stiff-. Te he visto pelear en el gimnasio y he quedado cautivado... estas cosas pasan, los flechazos son algo frecuente en chicos de mi edad. -Lo entiendo, no tengo hermanos, pero hasta ahí llego -replicó. -Si vas a ver a Ernie, está en el parque, pero está acompañado. Es normal si ya no estáis juntos... -No es fácil creer que puedas ir tan rápido. Ernie puede tener todas las amigas que quiera, tal vez sea pronto pero no lo puedo juzgar por eso, debo asumir el resultado de mis decisiones. -Quiero decir que es algo más que una amiga -soltó con la boca pequeña, solapando cada palabra con la posterior. -Como has dicho, ya no estamos juntos -echó a andar sin darle una oportunidad de intentar corregirse, se complació en decirle adiós en la distancia moviendo una mano y sonriendo cínicamente mientras pensaba, “piérdete Stiff, viniste amargarme el día y casi lo consigues”. Al romper con Ernie, Amaranta estuvo algún tiempo en una impuesta cuarentena, una especie de ejercicio espiritual con el que se castigaba sin chicos y se dedicaba a reflexionar sobre si las relaciones de pareja están siempre llamadas al fracaso. “Al principio las parejas se ilusionan porque no se conocen, pero con el tiempo salen los egoísmos y, sobre todo, los miedos del otro, eso que no soportamos”, solía concluir. Después de pensarlo, concluyó que la decepción que sentía por el fracaso de sus padres había influido en el suyo y que había sido demasiado exigente (a nadie le gustan los exigentes porque es una extensión del egoísmo). Estaba hastiada de los hombres, pero también de las mujeres y las excusas fáciles que ponían para cambiar de pareja, así que decidió, no volver a la relación pero conservarlo como su mejor amigo, es decir, seguir haciendo las cosas que hacían pero sin implicar en eso sus sentimientos. Tal cosa no era fácil y tenía que pararle las manos y las proposiciones con frecuencia, aclararle que sólo eran amigos una y otra vez, hasta que lo entendiera y supiera cual era el nuevo lugar que le asignaba. Esa forma de actuar la convertía apenas en una tirana, pero parecía que era lo que él quería, o, eso mejor que nada. Al menos la seguía teniendo cerca. Erníe, no era, después de todo, tan malo. Para Amaranta, lo que había sucedido en los últimos meses, lo cambiaba todo, pero lo más trascendente era que cambiaba su forma de ver el mundo y acentuaba su falta de confianza en las personas. Se sentía tan anónima que se permitía pensar con libertad, sin tener en cuenta los consejos de buenas relaciones y amor al prójimo que los ancianos se esforzaban por comunicar a los más jóvenes. En todo el mundo que estaba creando a su alrededor poniendo como cimientos las más extravagantes escenas y episodios de la vida conyugal de sus padres, en todo aquel maremagnum de infelicidad, ella creaba su visión futura del mundo y de su propia vida. Sin embargo, la separación definitiva estaba por llegar, se produciría en verano y, en cierto modo, las tres hermanas estaban ya un poco preparadas y alerta sobre lo que podía llegar. Nada era definitivo y tal vez, albergaban la esperanza de que todo siguiera igual por el tiempo necesario; eso no iba a suceder, el verano era el 35


límite puesto por Úrsula para el final de la convivencia. La tarde en que Amaranta se decidió a hablar con su hermana pequeña de la separación de sus padres “como una posibilidad muy remota”, fue inspirada por la ternura que le inspiraba y el miedo a que sufriera cuando la “posibilidad remota” llegara. El sol había salido con fuerza toda la semana y, a pesar de hacer frío, se sentaron en las escaleras de la cocina y se dedicaron a disfrutar del momento de sosiego y de la charla. Eran felices, nunca la vida las había sometido a una prueba como la que les esperaba y comían pipas sin dejar de respirar profundamente. Amarante entró y volvió con unos refrescos mientras insinuaba algo acerca de la separación. -He hablado de eso con Matty Jurado -Amaranta puso cara de repugnancia porque no le gustaba aquella amiga para su hermana-. Lo paso de miedo hablando de estas cosas con ella. No deberías ser tan exigente con mis amistades. -También yo lo paso de miedo hablando contigo y con mis amigos y amigas, no es para tanto tener una amiga. Pero tal vez tengas razón, le tengo una especial manía a esa niña- admitió. -Las mujeres divorciadas se quedan muy solas, pero pueden enfocar sus vidas como quieran. No es tan malo -dijo repitiendo como un loro algo que había escuchado en alguna parte y que era un razonamiento de adulto. -Pero no lo hacen, se quedan sin fuerzas. Les pasa como a los niños que son abusados sexualmente en su infancia, se vuelven viejos prematuros, sin alegría ni ilusión por nada. Es horrible. No confíes en todo lo que dicen los psicólogos en la televisión -replicó. -Para los hombres también es un fracaso. -Algunos van a su separación porque ya tienen a otra, ¡no seas ingenua! -Amaranta la iba preparando para el desengaño que iba a suponer la vida. Ya no podía seguir siendo niña por más tiempo, lo que no sabía era que su hermana pequeña era mucho más madura y tenía más cosas en la cabeza de las que pensaba. Al respecto de una charla desigual, no siempre admitimos que podemos aprender algo cuando buscamos comunicar al otro una idea concreta y desarrollar una estrategia de información, por así decirlo, previamente concebida. -Dice Maty que es nuestra obligación demostrar a los chicos que al elegirnos entre otras se llevan a la mejor. Que deben vivir convencidos de eso y que no tenemos que ponérselo fácil. -Es una idea interesante. -Según ella, algunas chicas, cuando les gusta un chico se dedican a ponérselo fácil a sus amigos para despertar su interés. Intentan que exista una competición entre ellos, inclusa disfrutan viéndolos discutir, celosos y enfrentándose, para finalmente ofrecerle la victoria a aquel que realmente les gustó desde el principio. -No había pensado en eso -respondió Amaranta verdaderamente sorprendida. ¿Cómo era posible que su hermana le diera lecciones? Era posible que estuviera llegando aquel momento en que la diferencia de edad entre las dos ya no fuera tan significativa, si es que alguna vez lo había sido más allá de su propia cabeza. Debería de haberlo tenido en cuenta. Debería de haber tenido en cuenta que aquello podía suceder y que, en realidad, Erica, ya no era tan niña como había creído. De nuevo la vida estaba llena de trampas y a su hermana sólo le faltó decirle que sabía que sus padres se iban a separar y cuando. No se hubiese tratado del todo de una decepción, le alegraba poder hablar con ella en esos términos. Siguieron hablando y se cercioró de que no sabía nada de que Helmer tuviera una novia para sus ratos libres. En el futuro, al menos esa era su intención, iba a recordar a su hermana pequeña como la más inteligente de las tres. Pero ese despertar apenas había empezado, si Amaranta hubiese hablado con ella apenas un año antes, entonces si que hubiese descubierto la niña ajena a todo, en su mundo de muchas y dibujos animados y sin ánimo para hablar de temas de adultos, lo cual le habría ofrecido la posibilidad de seguir en su posición de protectora fraternal. Todo había cambiado en el último año y de esa manera definitiva tendría que aceptar las nuevas condiciones. 36


-Nada es como parece o como te cuentan; casi nunca. Es posible que algunas mujeres necesiten hacerse valer flirteando con hombres que pongan celosos a sus maridos, pero no creo que pueda funcionar más que como un aviso del desastre que se les avecina -Amaranta continuó-. En el mundo de los adultos eso es una falta de respeto bastante mezquina. No te conviene pensar así, aunque Maty te lo haya dicho. En cierto modo, al romper con Ernie y seguir saliendo con él como amigos, ella estaba haciendo algo parecido a lo que proponía su hermana. ¿Se trataba de hacerse valer? En su caso, quizás fuera aún peor y pasara a una forma de dominación. Amaranta se había acostado una sola vez con Ernie, una noche que se sentía aburrida, hastiada y decepcionada y quiso quitarse aquella cosa de encima. Lo decidió de pronto, sin reflexionar y se fueron a un hotel barato en el que estuvieron apenas dos horas. Aquel sábado había llegado a casa cuando aún todo seguía igual de silencioso y amenazador, se había acostado y había estado durmiendo hasta mediodía. No se había demorado lo suficiente como para encontrarle sentido a aquel tiritar de las patas en la cama. Ernie hizo todo lo que ella le mandó sin llegar a la ternura, como si fuera capaz de padecer sus órdenes y copular al mismo tiempo. Habían comprado una botella de cava y no se la acabaron, todo fue muy ordenado, aunque a Ernie se le había quedado una cara de estúpido que le duró varias horas. Nadie los recordaría por sus dudas y sus miedos, ninguno de los dos recordaría aquella noche en apenas unos años, el mundo se nutre de la sustancia de los intrépidos, se repetía Amaranta antes de volver a casa. Se trataba de un discurso muy anticuado porque ya nadie creía que las personas estuvieran en el mundo para demostrar capacidades superiores; nadie, excepto las grandes corporaciones, ancladas en en la competencia como único valor de su desarrollo. A menos de un mes de su separación, Hermes se volcó en su trabajo, realizó ventas que nunca antes sospechara que podía hacer y llamó la atención de los ejecutivos que por encima de él, esperaban señales de desequilibrio interior en sus subordinados, para someterlos a un estrés desalmado. Un mes después de su divorcio fue ascendido. Sin preguntar a su madre, llegado el momento, Amaranta creyó necesario visitar a su padre, primero porque había sido tratado como un apestado y segundo porque sus hermanas no querían ni oír hablar de él, así que lo hizo en sin que nadie lo supiera. No hubo euforia cuando consiguió su dirección a través de uno de sus compañeros de trabajo al que ella conocía, ni siquiera sentía alegría por creer que estaba haciendo lo correcto. Los tiempos habían cambiado, muchas parejas se divorciaban ante la infelicidad que les suponía tener que soportarse cada día y algunas de esas parejas seguían manteniendo una relación de amistad -al menos esos dicen las estadísticas-. Esta vez, el intento de encontrar una comunicación diferente con un padre que nunca antes la había escuchado, tampoco tuvo éxito. En esta ocasión, la naturaleza del padre y el orgullo de la hija iban a caer en una desconfianza y una tensión que imposibilitaría una relación amistosa en el futuro. -¿Qué desea? -sonó la voz de Helmer en el telefonillo anticuado, si vídeo ni luz del portal. Amarante dudó y, en un momento, pensó en salir corriendo y volver llorando a casa de su madre, pero el éxito es de los atrevidos, decían las corporaciones para acabar de meter a la gente en líos. -¿Hay alguien ahí? -volvió a sonar su voz con cierto sarcasmo. -Quería hablar con Helmer -respondió Amaranta. -Sí, soy yo. -Soy Amaranta. Sonó un zumbido, empujó la puerta y preguntó -¿Qué piso es? Helmer siguió escuchando los ruidos de la calle mientras ella ya subía en el ascensor. Oyó la puerta de aluminio cerrarse y coches pasar, conversaciones ajenas y niños gritar en juegos violentos. Con toda seguridad, su hija había entrado en el ascensor de un salto y había corrido por el rellano antes de tocar la puerta, porque no le dio tiempo a reaccionar y soltar el botón de “abrir”, antes de que eso sucediera. -¿Es posible semejante sorpresa? ¿Tú madre sabe que has venido? -preguntó 37


-No ella no lo sabe. No lo está pasando bien y eso terminaría de amargarla. Es una visita de Hija a padre, sin tener en cuenta otros aspectos, de lo contrario no la haría -a veces tenía la necesidad de justificar las cosas que había, y sin duda había pensado que no podría hacerlo delante de su madre, pero en aquel momento tenía la sensación que incluso Helmer le pedía cuentas por su visita. No empezaba bien. -¿Como sigue todo por mi antigua vida? -dijo él como si tener la capacidad de bromear al respecto fuera una buena cualidad. -Nada bien. Considera que has roto muchas cosas, no sólo dentro de Úrsula. -Ya, precisamente de eso es no mejor hablar de momento -Helmer empezó poniendo de su parte, a pesar de todo. -En algún momento tendrás que enfrentarte a ello. Si no lo sientes ahora, algún día volverás la vista atrás y pensarás en lo que te has perdido. Lo que ahora nos hace sentir dolor a todos se disipará, sólo los traumas duran tanto y nadie está traumatizado, lo superaremos, pero pensarás en ello más de una vez. -¿Tú crees? ¿Vienes a darme lecciones? -No era mi intención -replicó Amaranta, presintiendo que caminaba sobre arenas movedizas. Lo que sentía en aquel momento no era parecido a la decepción que había sentido cuando Helmer desapareció, se trataba ahora de algo más parecido a la furia y el desprecio. Se desplazaban sus sensaciones sin saber donde iban a ir a parar, si se trataba de un error o era involuntario. Lo que la hacía sentir dolor era lo que desencadenaba el resto, y el dolor se acentuaba con cada reacción de su padre, con cada respuesta y la obvia pretensión del desapego y la falta de compromiso. Cada mal sueño y cada recuerdo se habían convertido en un cúmulo lacerante de basura dando vueltas en su cabeza. El lugar de donde provenía, el desarrollo de su infancia se había convertido en polvo. Si el recuerdo, las fotografía que tanto evocaban, el tacto de su madre cuando le pedía paciencia y la entrevista que en aquel momento mantuvo con Helmer, deberían haberla ayudado, lo cierto es que mandaban mensajes tan confusos que desistía de seguir interpretando su rabia. De alguna manera se hizo con la llave del apartamento de Helmer. Es posible que el considerara una prueba de confianza aunque lo obligara a llevarse a su amiguita de la foto sobre la tele, a un motel barato cada vez que quisiera estar a solas con ella. Parecía tener intención de establecer el pequeño apartamento como un lugar donde poder recibir a sus hijas si ellas deseaban visitarlo y sin la probable presencia de su novia -lo que demostraba también su falta de compromiso con ella, al menos hasta aquel momento. De cualquier modo, aquello duró poco. En una ocasión en que todo parecía ir a peor, Amaranta se presentó en aquel lugar cuando sabía que él no estaba, tiró al suelo y rompió una foto en las que aparecían los dos tortolitos abrazados delante de una puesta de sol y, a continuación cortó todas sus camisas con una tijera de cocina. Al día siguiente, Helmer fue a la oficina con un suéter morado que había comprado recientemente para ir al gimnasio; nadie le preguntó al respecto. No siempre había sido tan considerado con las venganzas de su hija como aquella vez. Intentó quitarle importancia y decidió moderar su reproche, pero Amaranta no le dio ocasión a tanto porque no volvió a visitarlo. “La exigencia con otros, y hasta con uno mismo, es una forma de egoísmo. Nadie sabe lo que mueve a un exigente y siempre tienen motivos e intereses que esconden detrás de su cara de poker. No confundas la queja de las víctimas con una exigencia más, nada te pedimos. La exigencia obliga, nuestra queja es una forma de conservar el orgullo. Adiós papá”. Amaranta le dejó la nota donde antes había estado la foto de su novia, Helmer ni siquiera se molestó en leerla: la rompió y la arrojó a la bolsa de plástico de la cocina, entre los restos de espagueti de al cena resesa del día anterior.

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1 Más audaz que el hambre Si contamos todo como sucedió, intentando atenernos a hechos concretos que desafíen por extravagantes a cualquier ficción, descubriremos que la vida de las tres hijas de Úrsula eran tristes pero emocionantes. Tal vez la vida la sea en los pequeños detalles y nos pase desapercibida esa realidad que nos conmueve. ¿Por qué cuándo nos pasan cosas graves y dolorosas, tendemos a pensar que sólo a nosotros nos podía pasar algo así? No es lo que ocurre lo que nos vence, es como nos enfrentaos a ello. En aquella época, el divorcio seguía convirtiendo a los hijos del matrimonio divorcia en un elemento raro entre sus compañeros de clase, sí, pero hoy ya sucede lo contrario, o al menos, ya está normalizado. En ese momento, Meryl decidió empezar sus estudios de ciclo medio en un instituto a cien kilómetros de distancia, lo que iba a limitar mucho sus visitas a la casa familiar, pero le entusiasmaba la idea de conseguir una real independencia y enfrentarse a sus complejos, frustraciones, traumas, dolores y limitaciones por sí misma; todo un reto. Demetrius Hadock empezó a convertirse en una visita insistente y Rulfy, el perro de Meryl quiso hacer buenas migas con él sin calcular que aquel hombre no sentía ningún aprecio por los animales. Al principio, cuando la tía Engracia iba a ser visitada por Demtrius, salía corriendo detrás de Rulfy, lo buscaba toda la tarde hasta que daba con él y lo encerraba en el sótano. El perro era de Meryl, se lo había comprado su padre poco antes de cumplir los diez años, pero que ladrara como un descosido si alguien rondaba la casa de noche lo había hecho una pieza importante en el engranaje, hasta entonces, familiar. Meryl estaba segura de no ser la única que quería a Rulfy a pesar de los años, de haberse convertido en un perro gordo y lento y de las calvas que le habían salido en el lomo. Pero también había comprendido que aquel cariño que se le profesa a un animal no parece suficiente cuando alguien muestra una oposición a su presencia, así que todos callaban ante el castigo que lo relegaba a la oscuridad del sótano. Además, lo que nunca lograría entender de los humanos, era que se sintieran ajenos a todo conciencia cuando maltrataban a los animales, y eso ya no se trataba de Rulfy y de los animales domésticos. En una ocasión concibió un plan para grabar el trato que tía Engracia le daba al perro, se trataba de grabarla a escondidas con su cámara de vídeo, y exponerla a vergüenza en una sesión familiar de última hora de la tarde. Sin embargo, lo pensó una vez más y descubrió de que carecía de valor para exponer a más tensiones a su madre, la pobre Úrsula que empezaba a comprobar la dramática situación financiera en que la había dejado su divorcio. Demetrius se consideraba un sexagenario con suerte, había quedado viudo dos veces y tener una tercera oportunidad al haber sido aceptado en su posición más romántica por tía Engracia, eso era para empezar a pensar que se trataba de un galán de pelo corto y zapatos lustrosos. Cuando empezó a frecuentar la casa y quedarse por las tardes a merendar, Meryl estaba preparando los papeles para salir a estudiar lejos del pueblo. Al principio la Hermana más decidida, Amaranta, quiso ir con ella, hicieron planes juntas y también empezó a cubrir su solicitud de matrícula, pero, después de la separación de sus padres, estimó que dos habitaciones vacías en la casa iba a ser demasiado para todos, incluso para Demetrius. Lo sopesó concienzudamente y sacrificó la atrayente vida de estudiante lejos de la casa familiar frente a la necesidad de sentirse cerca de su madre y su hermana en momentos tan difíciles. ¿Acaso no había ocurrido en otras ocasiones que había sido ella la sacrificada? Eso había ocurrido al asignarle la habitación de la parte de atrás de la casa, sucedía cuando le compraban ropa a Erika porque (también en esto debemos ser justos), ella no quería ropa nueva, o cuando heredó la bicicleta de su hermana mayor para poder comprarle una bicicleta nueva 40


a su hermana pequeña. Hasta en los más pequeños y mezquinos detalles se había sentido relegada frente a sus hermanas, y se había acostumbrado, por eso ahora le costaba tan poco seguir sacrificándose; por eso o porque necesitaba la seguridad que mantenía en pie aquella casa. No era la mejor casa del mundo, pero allí tenía los recuerdos de una infancia feliz y se resistía a perder eso que significaba tanto en su equilibrio. Poco después de que su padre desapareciera, Demetrius hizo más insistente su presencia. Puesto que la casa se iba quedando vacía, o al menos eso prometían solicitudes y expectativas, le debió de parecer que era el momento idóneo para cumplir su sueño de consolidar su relación con Engracia. Una de aquellas tardes, cuando apareció el maduro elegante en que se había convertido el pretendiente de su tía, Meryl estaba sentada en la cocina y no pudo evitar seguirlo con los ojos mientras el se acercaba a la puerta. Rulfy acudió con su habitual energía a saludarlo, y fue rechazado con una discreta patada. Le abrió la puerta Úrsula y llamó desde allí a Enracia sin dejar en ningún momento de sonreír. Se miraban mientras ella luchaba para que él le cediera su chaqueta y ponerla en el colgador, pero no lo consiguió. Los tortolitos se abrazaron mientras Úrsula los veía sin moverse, observó aquellos brazos de viejo presionando a la mujer mayor con sus carnes sujetas, posiblemente deseando acariciarla, pero eso tampoco tenía que parecer tan extraño. Volvió a pensar en lo que Engracia le había dicho de que deseaba irse a vivir con su pareja, “Somos pareja a todos los efectos, ahora lo puedo decir”, añadió no sin ruborizarse. El galán había pasado de los sesenta, pero algunos gestos descubrían en él un ansia sexual difícil de canalizar. Cuando se movieron para ir al salón, Úrsula los acompañó. -Ya te he contado por teléfono. La oferta es en firme, pero ella te dirá mejor. Ahora nos sentamos. Lo decía porque si decidían aceptar vivir en la casa, eso sería una necesaria aportación al fondo común para su mantenimiento. Le hubiera gustado poner unos aperitivos, pero sabía que Demetrius bebía con frecuencia y no quería que se mareara antes de su conversación. No había ninguna prisa, pero se fueron acercando al tema esperado sin que pareciera que se enfrentaban a él como una necesidad imperiosa o ineludible. -Sí, claro que me parece una idea a tener en cuenta. Lo que Engracia diga, es lo más importante en todo. No es que mi opinión no valga, tampoco quiero parecer una víctima, es sólo que quiero que ella esté cómoda y si eso es lo que quiere... adelante. -Pero nos gustaría saber lo que piensas sin tener en cuenta otras concesiones. Siguieron hablando con buen humor y al fin salieron los licores. Hubiera sido sencillo decir que era lo mejor para todos desde el principio, pero ninguno de los tres estaba seguro de que el viejo se fuera a acostumbrar a vivir con más gente cuando lo que en verdad deseaba era tener a Engracia para él sólo. Pero nada se dijo al respecto y quedó claro que con parte de sus pensiones y lo que el marido separado aportara para los niños, podrían ir tirando mientras Úrsula buscaba un trabajo (algo seriamente remunerado, sin despreciar por eso, el buen dinero que su hermana le sacaba a hacer arreglos de ropa) Y siguieron de buen humor y con algunas risas entre anécdotas, sin percatarse de que Meryl no perdía detalle desde la cocina, y que cuando tuvo bastante, se escabulló sin hacer ruido y deseando más que nunca que llegara el momento de su partida para su instituto de grado medio y su piso compartido de estudiantes. El final de aquel verano no se había dedicado a nada más que deambular por los bares del pueblo de extrarradio, a nada superior ni más vulgar que deshacerse de todo lo viejo que ya no apreciaba y metió en bolsas de basura depositó en el contenedor. No lo hacía pensando que fuera necesario en su ausencia, o que esa limpieza liberara a otros de una carga inconcreta e inesperada. Tampoco era complaciente con la posibilidad de que Demetrur Hadock hiciera la mudanza antes de que ella volviese para visitarlos, ni siquiera sabía si se produciría inevitablemente o en qué condiciones. Le hubiese gustado conocer los pormenores pero sólo alcanzaba a suponer, después de la conversación que había escuchado, que lo que iba a suceder tenía mucho que ver con las necesidades familiares, quizás más que con la aspiración de un romance inacabado de su tía Engracia. Todo resultaba tan 41


falto de piedad, tan frío y práctico a la vez, que por eso supuso que sus mayores debían estar en lo cierto, aquello era lo que hacía falta y nadie podía impedir lo que ellos al final decidieran. Fue entonces cuando creyó que Rulfy se encogía al moverse, que caía de las patas traseras y que debía llevarlo al veterinario. Se sintió más unida a él que nunca, llena de una ternura que ya no deseaba dedicar a ningún adulto y que repartía entre el perro y sus hermanas. Rulfy parecía más agradecido que nunca, sobre todo porque lo sacaba del desván al que lo arrojaron cuando Demetrius empezó a quedarse a dormir, a continuación a desayunar y finamente a vivir. Como todos sus enseres no cabían en la habitación de la tía, esperaban el momento para tomar el cuarto de Meryl, o a menos su armario y así disponer de sus cosas con más comodidad, pero eso no iba a suceder hasta que empezara el nuevo curso, lo que se retrasaría hasta finales de septiembre, en ocasiones hasta mediados de octubre. Demetrius era lo que se puede decir un hombre sólido, sin muchas necesidades, que había tenido una vida dura y sabía perfectamente lo que quería y a quien debía llevarle la contraria con todo su carácter, si eso fuera necesario para mantener sus posiciones. Desde el principio la tomó con el pobre Rulfy, pero también ponía sus condiciones acerca del orden y la limpieza. Cuando alguien cambiaba alguna de sus cosas de sitio se quejaba amargamente y el periodo de adaptación fue más duro de lo esperado. Aún con su limitada experiencia de las cosas de la vida, la conciencia de Meryl le hacía sospechar que algo no estaba bien y se quejó del trato dado a su perro, pero no la escucharon. “¡Qué gente tan insensible!, gritaba a sus hermanas. Un día, acercándose el momento de su partida, después de que Rulfy se lo pasará quejándose de dolores -sin que ella pudiera saber si era reuma, un tumor en un riñón, o tristeza-, lo llevó de nuevo al veterinario y le explicó que el perro estaba muy mayor, que ella iba a tener que dejarlo al cuidado de otras personas, por lo tanto no sabía si era mejor operarlo o sacrificarlo. Como en la clínica no tenían mucho problema por eso, en su opinión, que era la más académica, sacrificar al perro le evitaría mucho sufrimiento. No fue difícil convencerla y ante la idea de dejar al animal a los caprichos de Demetrius y la inacción de Úrsula, volvió a casa sin él. Lloró a escondidas una semana, pero nadie supo a que se debía aquella conducta evasiva que tuvo todo el tiempo que duró su luto animal. En cuanto pasó agosto Meryl se preparó a conciencia para su cambio de domicilio; no era una muchacha especialmente coqueta y no necesitaba demasiado espacio para ropa o cosméticos. Tenía una belleza natural sólo equiparable e esas deportistas de élite que se quitan fotos para la prensa sin un gramo de pintura sobre sus caras: tenía cierto parecido Sarapova -aunque ella fuera morena, los rasgos de su cara eran perecidos y sus hombros igual de poderosos-, la tenista, salvando las distancias. En una ocasión, intentó jugar al tenis y como no tenía ni idea se pasó el rato recogiendo las pelotas que arrojaba invariablemente fuera de la pista. Desde aquel día, cuando alguien le decía que se parecía a la tenista, ponía cara de haberse tragado una fuente de sapos. No lo volvió a intentar, golpeaba la raqueta como si fuera un bate de béisbol, tropezó y rodó por la tierra roja pegada s su falda, sin orgullo, si sus admiradores del colegio la hubiesen visto entonces no la hubiesen reconocido debajo de la pátina roja que se pegaba a su cara cada vez que se quitaba el sudor con las manos manchadas. La verdad, es que no fue una buena idea creer que porque todos le dijeran que se parecía a una tenista de élite podría imitarla en un deporte que distaba absolutamente de sus aptitudes. Dos semanas antes de la partida tenía las maletas casi llenas, sólo faltaba poner la ropa y cuando necesitaba alguna de las cosas que había guardado, la usaba, pero sin olvidar ponerlas de nuevo en su sitio, listas para el viaje. El paseo matinal de Demtrius, se caracterizaba por su impecable inclinación al bien vestir. Se reunía con una amigo que se sumaba a la camisa limpia y los zapatos lustrosos, y los dos gustaban de llevar gorro deportivo con visera de béisbol. Esa fue la razón de que Meryl los observara pasar delante de la cafetería de Morrís cada mañana de desayuno y charla contemporánea con Amaranta. Por su culpa se quedaba mirando como pasaban los dos caballeros paseantes, Amaranta hacía un gesto con la barbilla y decía: “Ahí vienen” Suponía Meryl con certeza, que después de los sesenta era un éxito consagrarse a la supervivencia 42


y agradecer por lo vivido. Amaranta le respondía con débil sonrisa y terminaba por añadir que ella nunca viviría tantos años. Las dos parecían atravesadas por el interés de conocer lo que podía haber en aquellas cabezas cansadas, además de preocuparse por el anciano existir que se les presentaba. Tras aquel primer descubrimiento de una diferente forma de vida, en una ocasión que no esperaban, los dos amigos se detuvieron con sorpresa delante de un tercer hombre que les igualaba en edad y pérdida de pelo. Y, casi sin haberlo esperado, pudieron ver como se daban un fuerte abrazo triunfal. Puestas a suponer, las dos hermanas llegaron a la conclusión de que el fortuito encuentro se trataba de una ocasión única de saludar a un viejo amigo al que Demetrius no había visto por año. Era como si deseara tocarlo para saber que era real, y le cogía del brazo acentuando esa sensación. “Al llegar esa edad deben sentirse orgullosos de haber sobrevivido y tristes por todos los amigos y familiares que se les han ido muriendo”, dijo Meryl. Pero Amaranta no respondió porque no iba a renunciar a la mala impresión que le había causado el pretendiente, o novio, o amante, o lo que fuera, de su tía. -Parecen inofensivos pero son basura -dijo inesperadamente Amaranta. Se había sofocado viendo a los tres hombres riendo y disfrutando del un obvio reencuentro. Meryl la observó como si no la conociera. Apenas se movió, no parpadeó. Pensaba que Amaranta estaba llena de rencor y no lo exteriorizaba más que en momentos puntuales como el que estaban viviendo, entre hermanas. -¿Por qué? -respondió llena de inquietud. -Conozco a uno de ellos, no sale del club de putas y Demtrius, ¿qué te voy a contar que tú no sepas? Consideran a la mujer un instrumento para sus planes. Si Demetrius no se viera viejo y necesitara una mujer que lo cuidara ni se fijaría en la tía. Meryl supuso con certeza, que algo había pasado en la vida de su hermana que desconocía. El abandono de la familia por parte de su padre le había roto todos los esquemas, y aunque todas en las casa estaban dolidas, ella le pareció fuera de sí. Notaba su furia, su rencor hacia todos los hombres y lo que significaban, y, sobre todo, los de más edad le parecían de vidas egoístas e interesados. Amaranta no se había encontrado muy bien en los últimos días, era posible que una gripe de verano la amenazara y que su malestar físico acentuara su rencor, estaba sudando y se frotaba las manos hasta hacerse daño. Desde luego, no había nada de malo en tres hombres que se encontraban en esa etapa de sus vidas en la que todo ha pasado y ya sólo le queda hacer memoria de los mejores recuerdos, de compartirlos e intentar sopesar el resultado final, el resumen de sus vidas. Claro que había sobrevivido a muchos, eso los convertía en afortunados superviviente. También se reían y hacían comentarios sobre su aspecto, sobre como se encontraban y el cuidado que ponían en vestir de una forma demasiado juvenil para los tres. Meryl se imaginó a sí misma encontrándose a una amiga a la que no veía en veinte años siendo las dos sexagenarias, observándose cada arruga y emocionadas por como la vida las había tratado. Se frotó los ojos porque de pronto los sintió húmedos. No sabía lo que les estaba pasando, también ella descubría emociones contradictorias. Demetrius era digno de compasión, pero por otro lado no podía olvidar como se había portado con Rulfy y como había sido el desencadenante de su sacrificio -si bien sabía que el animal estaba condenado de antemano-. Ancianos que a no le parecían buenas personas, pero contra los que no podía rebelarse. Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de que tal vez, nadie es mala gente y es sólo que se cometen errores. Así, durante el último verano se concentraron en la separación de sus padres, en la llegada de Demetrius, en intentar convencer a Erika, la hermana pequeña de que miraba mejor Bogart que Brando, pasar unos días de campamento, y sobre todo, en el sacrificio del pobre Rulfy. Algunos de sus vecinos empezaron a pensar que aquella familia era incombustible y cada podría acabar con ella, sobre todo los que habían acariciado la posibilidad de comprar su casa en bajo precio si esto sucedía. Pero, en realidad, con todo lo expuesto, no podríamos decir que no estuvieran tocados, como un viejo barco en mitad de una tempestad, luchando por tapar los agujeros. Ya nadie parecía 43


dispuesto a no entender, pero Meryl tenía aspiraciones personales y Amaranta siempre decía que la gente con aspiraciones no era de fiar. Amaranta había comprendido que era el momento de permanecer juntos y luchar de forma colectiva contra los golpes de la vida, paso a paso. No había hablado de eso con Meryl, la creía llena de miedo y pensaba que por eso actuaba sin ceder un palmo de sus aspiraciones. Fue entonces, en aquel momento crucial para la familia y sus vidas, que Amaranta creyó imprescindible empezar a escribir un diario, descubrir el mundo y descubrirse a sí misma, porque sólo escribiendo podría saber lo que pensaba, las crueldades de la vida y lo dormidos que la pasan los hombres hasta que un golpe los hace tambalearse o caer. Amaranta le recordó a su hermana que padecía de los nervios. No habitualmente pero que en el pasado, en ocasiones contadas en situaciones concretas de excitación, había tenido episodios violentos y que se sentía como si eso pudiese volver a suceder en esos días de cambios. En cierta ocasión, un chico del colegio la molestó gritando para que todos lo oyeran que no tenía pecho porque, en realidad, era un chico. Acababa de llegarle la regla por primera vez y sus notas eran malas, había discutido con Úrsula y aquello al muchacho le costó perder dos dientes. El labio aparecía roto y sangraba como si tuviera un grifo debajo de la nariz. Los padres visitaron a Úrsula, que aún no se había separado pero los recibió como si no pudiera contar con su marido para esas cosas. Pero aquello no se radicalizó, estuvo dentro de un orden y pidió disculpas, lo que fue muy conveniente porque la madre de Amaranta temió que la expulsaran del colegio si la familia del niño lo pedía. Cuando Meryl partió para el Instituto Ramstein se sintió cuestionada, ¡cómo si se tratara de un capricho! No le era ajeno el deseo de todos de que pospusiera sus estudios en aquel momento difícil y se quedara un año a ayudar con la casa, o también, con un trabajo y su aportación a la economía familiar. Eso era lo más odioso que podía pensar de su familia, que les costase tan poco pensar a sacrificarla, pero como nunca le dijeron nada abiertamente al respecto, podría seguir pensando que se trataba tan sólo de su imaginación. Después de todo, para bien o para mal, era su familia y la tenía en gran estima. “Al estudiar la gente cambia, se vuelve más egoísta con respecto a sus expectativas y todo lo que deja fuera de ellas”, le había dicho una vez su hermana pequeña. Erika, al final parecía la más inteligente, y en ese comentario se cuidó mucho de intentar que no pareciese de ningún modo, que podía estar hablando de ella y su partida. Meryl comprendió sus preocupaciones, pero el destino que se le abría al alejarse de su familia para poder dedicarse a “construirse un futuro”, no era una cosa tan rara, era lo que hacían todas las chicas de su edad que tenían aptitudes para el estudio y no debía sentirse mal por eso, concluyó. Aspirar a un estatus superior por ser buen estudiante se convirtió en un tema recurrente de conversación hasta el día de su partida, hasta el punto de que cuando se estaba instalando en su habitación compartida, no dejaba de pensar en ello. Pero, en los días siguientes iba a estar tan ocupada que no volvería a pensar en nada de lo que habitualmente la ocupaba, todo era nuevo y deseaba conocer a sus nuevos amigos y compañeros. Tanto si Erika y Amaranta la llamaban por teléfono (posiblemente inducidas por su madre) para saber como iba todo, el mundo avanzaba sin darle tiempo a pensar y en poco tiempo estaba totalmente sumergida en su nueva vida. Incluso después de haber asumido que todos los cambios que dejan atrás a seres queridos, son una traición, el ansia por descubrir nuevas situaciones, lugares y personas, seguía creciendo en ella. No era difícil de interpretar, cuando se es joven, la excitación que la libertad le producía no era comparable a nada antes vivido. Tenía formada una idea casi religiosa del mundo que se venía abajo al censurar las más inocentes novedades. Esa inquietud se volvía contra ella en ocasiones que recordaba a su madre y sus hermanas, le producía una desazón que sólo superaba estando con gente, rodeadas de amigos o también, ocupada en nuevas tareas que apenas la dejaban pensar. Intentaba vaciarse de culturas ancestrales, de viejas costumbres y miedos, para sí poder vivir un mundo nuevo que se le proponía, no como un juguete que poder romper sin represalias, sino como un libro en el que una vez que cerraba un capítulo ya no existía la posibilidad de volverlo a abrir; como si las hojas quedarán pegadas o convertidas en piedra, mientras que se iban agotando las que quedaban 44


por leer como un destino irreemplazable.

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Epidermia impaciente

Pero una cosa era toda aquella excitación de nuevas ideas y sensaciones y otra, abandonarse como si renegara de su origen, de sus enseñanzas infantiles, de su cultura y de todo el amor que había recibido. Nadie puede definirse desde cero por pura ansiedad; asumimos lo que somos por mucho que nos cueste y por muy difícil que se nos ponga entender la valentía con que otros afrontan nuevas fronteras a las que nosotros no llegamos. Visto en la distancia, su pasado era el de una familia principalmente femenina. Las tres hermanas, al nacer, habían sido una primera señal de lo que iba a ser la vida familiar. Podía ver, con algunos (suficientes) kilómetros por medio, que la felicidad infantil se extendía confirmando la pureza de sus suposiciones, el fresco atardecer del final del verano no era real, llevaba consigo la podredumbre que se aparcaba en el río. Intentaba dormir, consciente de que sería la primera en corromperse, si obviaba aquella carta en la que su hermana pequeña le decía que Matty Jurado, se había embarazado de un feriante y había abortado clandestinamente. No podía ignorar entonces que ya no era una niña y que no podía darle la espalda a todo lo que de cruel tenía el mundo. Sus ojos estaban abiertos y la vida entraba en ella a borbotones sin apenas permitirle una hora de sueño. Había llegado el momento de dejar a tras la infancia meliflua, el empalago de sus caprichos y, sobre todo, el choque de la separación de sus progenitores, porque sin duda, ahí no se acababa el mundo. Siguiendo sus propios impulsos, al principio, en su nueva habitación, se sentía tan sola que llamaba a su casa una vez a la semana, a lo que siguieron las llamadas de vuelta que le hacían sus hermanas. El teléfono es el refugio de los cobardes, le decía Gina, su compañera en el piso de estudiantes. Úrsula descolgó el teléfono, su voz aparecía ahogada, afónica, como si estuviera pasando por un catarro otoñal. A juzgar por su tono pausado se diría que se había resignado a todo lo malo que le pasaba en su vida y estaba preparada para hacerle sitio a unas cuantas calamidades más. Meryl la recordaba más, abierta, dinámica y combativa, así que no pudo dejar de pensar que aquello no era una buena señal. -Hola mamá soy Meryl. ¿Cómo va todo? -dijo tranquilamente, casi monótonamente, al aparato-. Ya tenía ganas de oír tu voz. Meryl echó de menos el sonido de Rulfy ladrando por toda la casa, perseguido por Erika y la radio de Amaranta “a todo gas” en la cocina expandiendo los últimos hits, de las banda de soul local. -¿Oye? ¿Meryl?... Espera un momento que voy a sacar una hoya del fuego -pausa-. Ya estoy. Hoy es uno de esos día en que me han dejado sola en casa y llegarán pidiendo de comer. ¿Qué te parece? Reconozco tu voz a pesar de tu afonía, me alegro de oírte, ya echaba de menos que no llamaras -se sentó en una silla y el universo de detuvo, estaba dispuesta a escucharla, tenía todo el tiempo del mundo para su hija mayor. -Hoy no te llamo porque me sienta sola, hoy te llamo porque he conocido a un chico que me gusta. No sé por qué se me hace violento hablar de esto contigo. 45


Hablaba pausadamente, temiendo equivocarse y consciente de que al no poder ver las reacciones de Úrsula no podía conocer el grado de verdad de sus respuestas. Úrsula solía interpretar y no decir demasiado si la conversación se le iba de las manos, se ponía en el papel de alguna actriz más o menos conocida y ejecutaba algunos de sus caracteres en películas que conocía sin que su interlocutor fuera capaz de percatarse de ello. -No quiero ser sosa pero prefiero los muchachos aburridos para ti -respondió Úrsula-. Siempre es mejor un aburrido que uno que quiera comerse el mundo. Mientras hablaba había tocado la hoya y se había quemado, pero ni un sonido de queja salió de su garganta. Sin soltar el teléfono, cogió aceite con la mano que le quedaba libre y dejó caer unas gotas sobre un trapo, a continuación puso la parte de la mano quemada sobre la humedad del trapo y respiró profundamente. La zona afectada se estaba poniendo roja y quería evitar que emergiera una terrible ampolla en unos minutos. -Es mejor no hablar de él ahora, lo acabo de conocer. -Espera, no me vas a hacer esto. Llamas, me dices que sales con un chico y ahora, que no quieres hablar de él -Meryl se sentó en la silla de su escritorio mientras oía la queja de su madre, suspiró. -Lo siento, sólo quería que lo supieras. -¿Te acuestas con él? -Le respondió que no, pero le mintió. En realidad no se trataba de un joven compañero de clase como había intentado que pareciera al no definirlo, estimular la imaginación de su madre en ese sentido, tal vez no tuvo éxito porque sólo consiguió preocuparla. En general solía hacer caso a su madre y seguir sus indicaciones sobre los pasos a seguir en la vida, pero nada se veía igual a como Úrsula lo había planificado antes de su partida, y el chico que decía que le gustaba, era en realidad el padre de su compañera de piso, ahora su amiga más cercana, Gina. Hablaron de como marchaba la economía familiar, de las rarezas de Demetrius y de las bromas que sus hermanas le gastaban sin que él tuviera una idea de donde le venían esas pequeñas calamidades. La conversación no duró mucho y Meryl prometió volver a llamar, si bien sabía que esas llamadas se iban espaciando cada vez más. Después de colgar, Úrsula levantó la mano a la altura de los ojos y se miró la mano quemada. Nada parecía salir razonablemente bien desde hacía tiempo. Dicks le había dicho que tenía una piel de muy buena calidad, sin que ella entendiera del todo lo que significaba. Cuando empezó a tontear con él, Gina apenas lo notó, pero un compañero de clase que la observaba atentó concluyó: “no podrás hacerlo sin dejar rastro” En esos días, Meryl comía sin razón aparente, tal vez intentando calmar su ansiedad. Se despertaba a media noche y se sacudía intentando sacar de sí aquella idea loca de amar a un hombre maduro, pero la atracción era tan fuerte que apenas conciliaba de nuevo el sueño volvía sueños tórridos en los que el le ponía sus manos grandes y velludas por todo el cuerpo. Gina la llevaba a fiestas universitarias en las que los chicos mayores a ella le parecían infantiles, pero su amiga se la llevaba a un rincón y a modo de confidencia le preguntaba que e parecía aquel o aquel otro. Y ella, como si se tratara de romper todos los límites le respondía con una mirada que decía, ¡Ojalá tu padre estuviera aquí y me llevara a una de las habitaciones para quitarme toda la ropa! Empezaba a entenderlo, era un mundo salvaje, sin reglas, donde se imponía la fuerza y todos los deseos debían ser saciados. El cambio desde su casa de extrarradio era ostensible, se acostumbraba a su nueva vida, a competir y a poner al servicio de esa competencia todo su encanto. Nada iba a ser lo mismo, en pocos meses iba a cambiar tanto que el más insensible cabrón del colegio la iba a saludar como su igual. Las chicas más elegantes y de barrios más afortunados apenas la miraban. El incidente de las dos 46


chicas de estas, en el retrete encerradas con un chico de tercero, fue muy notable. Nadie supo que clase de prodigios se sucedieron allí dentro, pero un grupo entre el que se encontraba Meryl, hacían cola y golpeaban la puerta para poder entrar a orinar. Para ese tipo de gente se levantan nuestras libertades, opinaba el profesor de ética. Una ardorosa marea de comentarios poco amorosos iban surgiendo a su paso, y el muchacho de tercero empujó a uno de los ocupantes para que lo dejara pasar; casi lo tiró al suelo y no lo hizo porque cayó en brazos de Gina que lo sostuvo. Todas las ideas y sueños infantiles se iban derrumbando y dejando espacio para comprender como funcionaba el mundo y lo de aprovecharse del momento, y nada de “coger la flor del día”. Meryl quería ser igual de irracional que los hombres más egoístas y con ese fin tenía que conseguir que nada le importara. La tarde que se acostó por primera vez con el padre de Gina se la pasó llorando, y su amiga se apiadó de ella y la abrazó como una madre sin conocer el motivo, sin saber que respondía a la débil pérdida de inocencia. No podía dejar de sentir lástima por su tristeza, aún cuando hay tristeza que suceden como venganzas y proceden del orgullo herido. -He hecho algo que me compromete con el egoísmo que siempre detesté de mi padre -le dijo entre sollozos y sin conseguir ninguna reacción, más que el arrullo comprensivo que hacía unos minutos que se venía sucediendo-. ¡Soy una idiota! ¡Se que no lo quiero! He venido a este liceo porque quiero seguir mis estudios, eso es lo que quiero hacer. Podría pensar que es por eso que reduzco el amor romántico a puro sexo, pero es egoísmo, desprecio por lo que otros puedan pensar y por los sentimientos que otros puedan albergar. Tengo un examen la semana que viene, así que no debería estar llorando, ni dejar que ésto me afecte. -Ni hablar conmigo de ello -le reprochó Gina. Ella se dejaba acariciar la cabeza y se acomodaba entre sus grandes pechos. -Intentarías convencerme de cosas que no estoy preparada para afrontar, me darías consejos e interpretaría mi forma de actuar -replicó convencida de no rechazar aquel momento, pero dispuesta al mutismo total en lo referente a lo que acababa de suceder-. No podría soportar que me trataras como a una niña que no sabe lo que hace (aunque tal vez sea cierto), porque justamente de ahí es de donde vengo y lo que deseo dejar atrás. -Eres una chica inteligente -la miró con dulzura y la estrechó entre sus brazos como si se tratara de su amante-. Estaré conforme con tu decisión, en pocos meses te cogido un aprecio difícil de entender. Esta última frase de Gina provocó un llanto ruidoso y amargo que no entendió del todo y que se refería a la amistad ofrecida incondicional y, en cierto modo, traicionada con su secreto. En esa nueva etapa de su vida, debía enfrentarse a cosas que jamás imaginara, hacer la compra y limpiar el baño eran actividades habituales. Se dedicaba a ir a la biblioteca a estudiar cuando siempre lo hacía en casa y, en ocasiones, tenía que evitar a Dicks para poder salir con compañeros de clase con los que también quería relacionarse. Tenía bastante claro que todo lo que hacía lo hacía por placer y que nada era impuesto; eso era lo que mantenía a raya a Dicks y lo que él peor levaba de su relación. Solía volver a su apartamento sólo para pasar una noche a su lado y decidió dejar de verlo por el día, al menos mientras durara el proceso de divorcio en el que estaba envuelto, lo que no era más que una excusa para hacer lo que quería. Tal vez a muchos lectores, esta forma de actuar les parezca extraña y tan furtiva que nunca la hayan considerado, sin embargo, existen muchas parejas que llevan sus relaciones en secreto o que se ven sólo cuando su separación ya les resulta insoportable, hay todo tipo de amantes, los consentidos y los que salen de casa a escondidas, hay aquellos que practican el sexo sólo con desconocidos o los que no desean complicarse y sólo lo hacen a cambio de dinero. Si alguna vez han pensado en qué tipo de gente hace esta cosas, al menos coincidirán conmigo en que hace falta una naturaleza diferente a la ordinaria y una cabeza ajena a 47


los convencionalismos que practicamos el resto para encajar una cosa así en una vida con apariencia de normalidad. Indudablemente, Meryl estaba pasando por un momento de inestabilidad que no se correspondía con lo que su familia habría esperado de ella, pero confiaba en volver a ser la misma pasado un tiempo. No deseaba una ruptura con su pasado, ni se desvinculaba por completo de los lazos familiares con la cultura de sus abuelos, aunque, por supuesto, no iba a renunciar a las oportunidades que la vida le ofrecía -lo que era tanto como decir que se había vuelto una “hija de puta” competitiva y de eso le iba a costar más salir-. Tras dar por sentado que su pecado no era tan grande como había pensado en un principio, confió en que al menos no la degradara socialmente o a los ojos de sus mejores amigos, si alguna vez se llegara a descubrir su secreto y eso no iba a ser fácil. Que su nueva condición le daba libertad para hacer ese tipo de cosas y a continuación enunciar a ellas, era algo que había aprendido con rapidez, apenas se sentía vinculada con su pecado, si bien iba a tardar mucho en superar la acritud que le producía oír hablar de los hombres y sus aventuras como signos del triunfador, y que las mujeres tuvieran que esconder, incluso a sus parejas, cuando deseaban una relación corta y sin compromisos.

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1 Odios Compartidos Tal vez, Meryl no debería haberles presentado a su novio, y eso les habría dado el aire que necesitaban para seguir respirando. También podría haber preparado a Úrsula hablándole de él y, sobre todo, intentando que comprendiera que la diferencia de edad no era un problema para ella. Lo había estado retrasando durante algún tiempo y ya no tenían la fuerza necesaria para seguir dándole excusas al padre de Gina sobre lo de presentarlo a su familia, él las quería conocer, y su madre y sus hermanas tendrían que aceptarlo... ¿Sólo porque ella lo quería? Había pasado un año completo y el encuentro se produjo en la navidad del segundo curso. Todo sucedió con cierta normalidad. Sin embargo, tan pronto como estuvo de vuelta en su habitación de estudiante se echó a llorar porque no sabía por cuánto tiempo podría contener a Dicks en su exigencia de que se fueran a vivir juntos, y aunque para ello tuviera que desprenderse de su apartamento de soltero. Meryl no paró hasta encontrar una justificación a su conducta, una tras otra se iban sucediendo las posibles razones para haber entrado en una relación que no tenía futuro a pesar de sus esfuerzos. Así llegó a la conclusión de que le sería imposible una familia tal y como su madre la había concebido para ella en sus enseñanzas: cuando cumpliera cuarenta, Dicks estaría tomando pastillas para el colesterol y eso no se podía superar ni aún teniendo hijos (que parecen el pegamento necesario). Una vez terminado cada argumento volvía a analizarlo como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, y por mucho que estimara y llegara a comprender que debía renunciar lo antes posible, había algo en ella que mantenía aquella llama. Además, Gina ya sabía todo lo que tenía que saber y no parecía haberlo tomado como un drama, si bien había cambiado de vivienda y Meryl notaba como si la evitara: supuso que ese era uno de los precios que había que pagar por su felicidad. A media tarde se pasó las manos por los ojos dispuesta con determinación, a no sufrir por lo inevitable. Se dio una ducha y se puso un albornoz para sentarse frente al espejo de la cómoda que usaba para maquillarse; en ese momento entró Dicks que no dejó de observar que las señales en sus ojos eran de haber estado llorando. -¿Ha pasado algo? -preguntó-. Si te vieras como yo te veo, te alarmarías. Meryl no era ajena a todo lo que él podía ver en su cara. Se tapó la cara un minuto con las manos y suspiró con resignación. En el edificio no debía haber nadie más porque el silencio era total, Dicks se quitó un gorro deportivo que se ponía para disimula su incipiente calvicie y porque además creía que vestir de sport lo hacía parecer más joven. Lo arrojó sobre el sillón haciéndolo volar y caer sobre el reposabrazos con cierta habilidad, y pensó ingenuamente que podría ser bueno en eso si lo hiciera con frecuencia. Meryl volvió a mirarse y el espejo le devolvió el rostro de una mujer mayor. No podía concebir que en apenas dos años en aquella ciudad se le hubiera puesto aquella cara. Ella era joven, demasiado joven si se comparaba con la mujer de Dicks, sin embargo, allí sentada sin más ropa que pudiera dar una referencia de sí misma, cubierta por el color gris oscuro del albornoz y después de haber llorado, parecía haberse puesto veinte años encima. No se trataba de que aquello hubiese herido su ego. ¡Sólo eso le faltaba! Pero ninguna mujer deja de ser tan presumida que acepte con facilidad tenerse en menos de lo que en realidad es, y Dicks había llegado demasiado pronto sin darle tiempo a recomponer un poco aquel desastre. -Claro que me veo. No siempre estamos tan bien y tonificados como desearíamos -afirmó con un tono de resentimiento-. Además tú también tienes aspecto de cansado. 49


Fue en ese momento cuando Dicks comprendió que se encontraba deprimida y debía medir cada una de sus palabras. Era la misma mujer que lo había besado al despedirse aquella mañana, que lo había abrazado y susurrado al oído que “aún lo quería”, era la mujer con la que el día anterior había ido al teatro y se había reído del mundo al volver andando a casa. Era ella, o al menos así lo creía. -Deberíamos hablar del futuro y de las posibilidades que tenemos como pareja estable -estaba hermosa a pesar del desaguisado, el albornoz se abría y dejaba ver una parte considerable de sus pechos, lo recompuso y apretó el cinturón. -¿Lo crees necesario? Es como meterse en arenas movedizas. Además, creo que podemos coincidir en cada una de las apreciaciones que hagas al respecto. Lo miró fijamente, lo que pareció un reproche. Hizo un movimiento brusco al dejar sobre la cómoda, la crema que sostenía en una de sus manos. Como no podía hacer otra cosa sin molestarla, acercó una silla y se sentó a su lado dispuesto a escucharla, pero nada iba a ser tan fácil. Apenas un año después, Dicks había retomado su matrimonio y Meryl se había tomado un respiro y había abandonado el curso académico a la mitad para volver a la casa de su infancia. Aquella discusión marcó las lineas de su separación, le espetó al padre de Gina cuantas cosas los separaban y lo indecentes que habían sido ocultándose como delincuentes por un amor socialmente cuestionado y reprochado. Tal vez Dicks la había buscado y la había seguido sin que ella lo supiera lo que, de así haber ocurrido, le había proporcionado la serenidad necesaria para ir convirtiendo aquel amor un un mal recuerdo. Además, se podría descubrir a sí misma con la fuerza necesaria para vivir sin depender de nadie, o mejor, sin depender de su joven necesidad de amar, al menos hasta que su sangre se encendiera de nuevo y sin aviso, tal y como le había pasado. ¿Cómo era posible que una chica tan equilibrada como siempre había sido, no fuera capaz después de sus últimas experiencias de libertad, de controlar su pasión? El día que volvió a casa encontró a su madre hurgando en el culo de un pollo para introducirle un limón, el horno estaba encendido y hacía calor en la cocina. Estaba de espalda afanándose en su trabajo y aún no la había visto lo que le daba tiempo para acercarse, algo más de tiempo para verla e intentar comprender aquel momento tan simple y dulce a la vez. Veía el amor que su madre ponía en cocinar (siempre lo había hecho), pero incluso podía adivinar la fuerza que una imagen así tenía para el mundo en el que se movían, un mundo cruel, competitivo y de beneficio inmediato. Retrasó el momento de abrazarla, tal vez imaginó lo que sucedería un minuto después, cuando su madre la descubriera y se dejara querer. Ambas convergerían en un abrazo infinito, mientras su madre se daba la vuelta para poder cubrirla también con sus brazos. -Te he echado tanto de menos que apenas me quedan lágrimas -exageró Úrsula, porque no había vuelto a llorar desde su divorcio-. ¿Estás bien? Deja tus cosas ahí, después las subiremos a la habitación. -Mi tiempo de estudiante en “enseñanzas refinadas y aburguesadas” fue muy intenso. La gente en la ciudad no es como nosotros. Fue muy atrayente, a veces, pero se terminó, al menos hasta que recapacite al respecto. Vengo para una temporada larga, estoy confusa. -Tu hermana Amaranta tiene tu habitación, tendrás que convencerla para que te la devuelva. Se ha puesto a trabajar en una tienda nueva de ropa -la madre intentaba decirle que si se iba a quedar tendría que poner su granito de arena, porque las cosas habían cambiado y necesitaban el esfuerzo de todos. Sin embargo, entre lineas, le estaba pidiendo que nunca más se alejara de ellas. -Nunca me dio miedo Amaranta, a pesar de su carácter -se rio-, creo que podré persuadirla. -El marido de tu tía está malo, creo que ha cogido un virus y no sale del baño. Se pasó la noche quejándose y hoy no se ha levantado más que para seguir llenando la casa del olor apestoso de su diarrea. Si hoy no mejora tendrá que ir al médico. Amaranta se había convertido en una solución socorrida para su madre cada vez que había que hacer un recado, así que había salido a comprar unas pastillas a la farmacia para su tío político. Por otra parte, esa vitalidad la iba volviendo más callada y circunspecta en su trato cotidiano. Desde el 50


primer momento de su reencuentro notó aquel cambio en su hermana y empezó a pensar en cualquier cosa que pudiera hacer por ella y ayudarla a ser de nuevo como la recordaba. En realidad, no confiaba demasiado en sus dotes como psicóloga para llegar a conocer el origen de aquella conducta, pero tampoco iba a abandonar por eso. Los planes no eran su fuerte, en ocasiones lo disponía todo para que su vida sucediera sin sorpresas y conforme a sus deseos, pero nada era tan previsible. Le dijo a su madre que, probablemente, no iba a deshacer el equipaje hasta el día siguiente y que necesitaba descansar. Se recostó en la cama y Úrsula le bajó la persiana para que pudiera dormir: al menos hasta la hora de la comida, pensó. Sintió un gran desahogo cuando estuvo al fin sola y se moderó su respiración. Quería a su familia, la necesitaba, y no era menos cierto que el momento que vivía después de su fracaso sentimental acentuaba esa sensación. Era más que probable que no se lo dijera nunca a nadie, pero se sentía muy culpable de todo lo sucedido, porque, en cierto modo inconsciente, sabía desde el principio que le iba a hacer daño a un hombre infiel y que eso podía haberse proyectado en ella desde las infidelidades de su propio padre con Úrsula como una venganza. Había algo más en su conducta en aquellos dos años de aventura académica superior, el problema de no poder seguir soportando por más tiempo parecer una inocente e inmadura niña pueblerina, y por eso lo que creyó que era un juego de unos fines de semana se había alargado tanto y casi se había convertido en una relación estable. Otra de sus preocupaciones inmediatas era su deseo de visitar a su profesora de secundaria, la que había puesto tantas esperanzas en ella y a la que no sabía como decirle que había fracasado en su primer intento de integrarse en los estudios superiores. La señora Wilkinson tenía en ese momento una especial predilección por Erika y eso hacía pensar que gustaba de la educación familiar que las hermanas habían recibido. Y sin duda así hubiese sido si esa inclinación familiar también se hubiese extendido a la tercera hermana, que en el pasado fuera su alumna, sin embargo, en el caso de Amaranta nada había sido tan conveniente. Por algún motivo que ninguna de las tres hermanas llegaban a comprender, la profesora Wilkinson detestaba a Amaranta. En sus clases, apenas la había tenido en cuenta y, en las ocasiones en las que se había relacionado con ella socialmente, visitas de los padres, fiestas del colegio o actividades extraescolares, la había evitado poniendo su fría espalda entre las dos siempre que podía. La visita se produjo en un hospital porque la profesora había tenido un accidente de automóvil y la iban a operar de una pierna y de un brazo. Ese parecía el momento más indicado, por un lado porque necesitaba apoyo en aquel momento de desgracia y además, porque sabía que no encontraría a nadie salvo a una amiga. En una ocasión le había dicho que vivía con su hija que también era profesora, pero no era verdad, no había ninguna hija, era una mujer solitaria y nadie se había pasado por la habitación del hospital más que su vecina y amiga que cada día le llevaba un trozo de tarta de manzana. Aquello tenía toda la impresión de ser una amistad de muchos años y muy consolidada, no sólo porque le permitiera recoger su correspondencia y llevársela (a veces, incluso leérsela), sino porque al ser su única amiga no había fallado ni un sólo día en sus visitas. La señora Mallory se sentaba muy estirada en una silla cerca de la cama y se quedó todo el tiempo, aunque se limitó a observar y sólo abrió la boca para preguntarle a la profesora Wilkinson sin quería que le sirviera un poco de zumo. Se incorporó levemente para beber por la pajita y al terminar dejó caer la cabeza sobre la almohada como si se hubiese tratado de un esfuerzo descomunal. No pasó más de un minuto y Meryl comprendió que su idea había sido un gran acierto porque los ojos de la profesora eran puro agradecimiento. Quedaba por ver la cara que pondría al percatarse de la presencia de Amaranta. Llegó la comida y Mallory se acercó a un lado de la cama para ponerle cada bocado entre los dientes, intentando que moviera lo menos posible su brazo roto o su pierna hecha añicos. Comía sin gana, escuchando a sus alumnas y respondiendo a sus preguntas como si se tratara de una entrevista más para la revista de veteranas licenciadas. Wilkinson la sorprendió con un comprensivo, “no eres la primera de mis alumnas que intenta estudios superiores abandonando y retomando una y otra vez hasta conseguirlo. La obstinación lo es todo en la vida”. Entre el tenedor 51


de Mallory a la derecha, y la conversación con sus alumnas a la izquierda, sus ojos se movían sin cesar mientras abría la boca para recibir un nuevo bocado. A pesar de todo, Meryl la notaba encantada. -Es posible que si yo te animé a estudiar, haya sido porque algo vi en ti que me pareció que debía ser extraído, como se extraen imágenes preciosas de piedras o maderas que no son más que proyectos -con estas palabras confirmaba la profesora que creía en Meryl y eso la animó-. Pero todo depende de lo que tú pongas en ello. Estos fueron los términos en los que comenzó aquella visita después de las consabidas lamentaciones por su estado que precedieron a la narración del accidente, lo que no duró más de un minuto. Enseguida, Meryl le contó que recordaba con aprecio sus clases y consejos, y aquella charla en la que la animaba a salir al mundo y demostrar de lo que era capaz. Añadió a esos primeros recuerdos de su tiempo de estudios en la escuela pública y los halagos pertinentes, que no lo había conseguido y que se sentía muy decepcionada por lo mal que lo había hecho todo. Por supuesto que no mencionó que se había enredado en un romance de casi dos años con un hombre que podría ser su padre, y que se había servido de su imagen de estudiante con futuro -la que siempre había explotado ante su familia para conseguir todo lo que les pedía-, para llevar una vida bohemia que no la favoreciera en nada. Se expresó en unos términos que pareciera que todo estaba ya decidido y que no había nada más que añadir al respecto, como si su decisión de abandonar estuviera ya tomada. Pero, ya que se había tomado tantas molestias en llegar hasta allí tuvo que escuchar la opinión de la señora Wilkinson y su... “lo tienes al alcance de la mano”. Amaranta las miraba frotándose los nudillos como si deseara empezar a golpes con todo, pero no era así, se trataba de un acto reflejo que no dejaba ver que comprendía los motivos de su hermana en la visita inesperada. Amaranta sacó de una bolsa de deporte algunas revistas atrasadas que había rescatado de la alacena, justo antes de que su madre decidiera que era el momento de deshacerse de ellas. No eran el tipo de lectura que le gustaba de Wilkinson pero Mallory las miro con codicia y afirmó que se las leería y las comentaría con ella. -Tú eres Amaranta, también te recuerdo. Y había otra hermana, la pequeña. ¿Cómo se llamaba? -Erika -se adelantó Amaranta haciendo la K dura, más dura que la C, porque así solía decir que debía ser cuando alguna gente le cambiaba la consonante. -Darle recuerdos. He sido una profesora con limitaciones, pero mi memoria es aceptable. Por una vez, se dijo Amaranta, que no había pasado desapercibida. -¿Sabes Amaranta, siempre hubo en ti algo que me disgustaba y creo que no he sido justa? -Ya lo había notado -replicó entre dientes para que sólo su hermana pudiera oírla. -He tenido algunas alumnas muy gilipollas, hay de todo en tantas clases tantos años, pero a ti te tenía por inteligente y dispuesta a despreciar ese don. ¡Eso me superaba! -exclamó la profesora con la dureza que habían esperado de ella. No era que no agradeciera su gesto al visitarla en su estado, sin embargo, su reacción era como decirle al mundo que no estaba dispuesta a claudicar, que no importaba que pasaran los años y se jubilara, que seguiría teniendo el mismo genio desafiante hasta el final. Amaranta dijo que iba a comprar tabaco y desapareció. -¿Te has enamorado? -preguntó entonces a Meryl. -Creo que no, eso espero. -No lo hagas, lo echaras todo a perder. Sal con chicos, relaciónate, viaja, conoce y expermenta todo lo que el mundo te ofrece. Sólo así evitarás llegar a vieja siendo una mujer arrepentida de sus miedos como lo soy yo. -Ya he oído eso antes. Es como...“sólo te arrepientes de lo que no has hecho”. No tenía buena cara; era probable que aquella noche no hubiese dormido bien, o que no hubiese dormido. ¿Pero, quién podía tener buena cara después de un accidente semejante? Intentando contenerse se entregó al flan con nata que la señora Mallory le ponía delante de la nariz. La familiaridad con que la trataba no le gustó a Meryl, sobre todo porque eso era algo nuevo en ella y le gustaba que la gente se comportara conforme a lo esperado (no se trataba en ningún caso de un 52


contrato, pero no esperaba algo diferente). Sobre todo, la gente que de pronto se hacía la importante le parecía ridícula, pero por desgracia eso le había sucedido a menudo a su vuelta de la universidad. También era probable que aquellas ojeras se debieran a algún tipo de preocupación que ella desconocía -alguna gente se siente muy desamparada, llegado el momento de su jubilación-. Por otro lado, Meryl tampoco podía pretender que una mujer de aquella edad, sin apenas poder arreglarse y dolorida estuviera tan animada. Pero tampoco tenía tanta importancia y Amaranta tardaba en volver, lo que la hizo pensar que ya no lo haría y la esperaría en el hall del hospital, porque allí había todo tipo de máquinas de snacks y café, y porque ya había tenido más que suficiente de los viejos tiempos. -Estoy aquí -dijo Amaranta desde la puerta del hall estirando los brazos y agitando las manos como aspas; compartía con su hermana cosas como la que acababa de hacer, visitas, compras y salidas al bar. Eso quería decir que se sentía feliz de como había salido la tarde a pesar de la confirmación de todos sus miedos: la vieja profesora siempre le había tenido manía, es decir, había cogido la manía de rechazar su presencia, sus gestos e incluso su voz. Se sentía despreciada, la detestaba; pero la tarde invitaba a un paseo, y nada iba a cambiar eso. -Creo que exageras -señaló Meryl, lamentándose de oír la queja. Aparte del sentido catastrófico de la vida de su hermana, el que ni ella ni Erika habían compartido en sus genes, Amaranta no era una persona rencorosa o dada a la obsesión con temas del pasado, y si así fuera, no podría soportarla. 2 Mazorca sin pulgares A la tía Engracia le bastó una mirada y unas palabras con Meryl para descubrir que volvía de la universidad con la moral muy baja. A veces es más fácil para una persona de edad descubrir cuando algo no va bien porque interpretan los silencios como emociones. No deseaba inmiscuirse en sus cosas y no preguntó ni le comentó nada a Úrsula. Tampoco había nada malo en ello, así que después de una corta visita a la habitación de la siesta, volvió a tiempo a la cocina para ayudarle a Úrsula a sacar el pollo del horno. Antes de “haberse liado” con Dicks había experimentado y se había dejado llevar por chicos que le habían enseñado todo lo que necesitaba saber, a su edad, sobre el sexo. Pero ahora se sentía otra persona, como si se hubiese echado veinte años encima. Al menos había sabido detenerse a tiempo, o eso creía, No podía pasar por ser una persona diferente a aquella en la que se iba convirtiendo, pero al menos podía intentar, desde ese momento, tomárselo todo con un poco más de calma. Durante la cena todo transcurría sin demasiadas sorpresas, nada inesperado salvo que Erika se demoró en su clase de piano y llegó tarde. Demetrius se quedó en cama y no las acompañó, pero eso era de esperar; no cenó más que una sopa y sus medicinas. Era improbable que la concordia de las cinco mujeres se viera alterada ni siquiera por tener que consentir al viejo, ahora marido, de la tía. Meryl llevada por su propia animadversión, pensaba que no le caía bien a ninguna de sus hermanas. Engracia señaló que hacía calor y a una mirada de su madre, Erika se levantó y abrió la ventana lo justo. Apenas habían empezado a repartir el pollo y empezaron las primeras protestas porque a Erika no le gustaba la pechuga y los muslos ya había sido repartidos entre sus hermanas. No se trataba de nada nuevo y Meryl le cedió el suyo con una sonrisa que la hizo muy feliz. En otro tiempo las tres hermanas escapaban de las reuniones familiares. Se escabullían con una bolsa de patatas fritas y un refresco, y se escondían en sus habitaciones para no cenar. Pero Meryl se veía a sí misma como un espíritu que pasara distraído sobrevolando la cocina y se sentía totalmente integrada en la escena casera. Todo seguía igual, nada había cambiado tanto a pesar de las 53


ausencias, ni por un minuto lo había dudado, pensó, pero no era cierto. Le llevaría tiempo volver a ser la misma, se conocía y sabía que con frecuencia conseguía lo que se proponía, no iba a fallar en eso, tampoco deseaba compartirlo ni que descubrieran que algo se había apagado como se apagan las ilusiones. Una fuente de coraje, en eso se convertiría si era necesario. La radio había quedado puesta con las noticias en el salón y se podía oír desde la cocina. Sonaba un tono aburrido, constante, y esa monotonía sólo podía superarla la conversación de la cena ajena a todo. Le daban vueltas una y otra vez a la noticia de un preso que había sido condenado por error y recientemente dejado en libertad. Las pruebas de ADN habían jugado a su favor -si bien, sólo uno de los miembros del grupo dejó ese tipo de rastros en el cuerpo de la víctima- y demostrado que él no había sido quien había asesinado a aquel niño tres años antes. Se había escrito mucho al respecto y se le había situado en otra parte en el momento en que todo sucedió, pero el juez no le creyera. Además, se había tratado de un asesinato entre varios jóvenes (mayores de edad y por lo tanto juzgados como hombres) y como siempre iba con ellos lo relacionaron sin que pudiera evitarlo. Había pedido una y otra vez que se revisara su caso a pesar de las fotografías que lo situaban divirtiéndose con el grupo en un bar local apenas una hora antes del suceso. A juzgar por la rapidez en que fue puesto en libertad y la confusa explicación de la televisión, el motivo de esa decisión tuvo que ser definitivo al explicar su inocencia. -Somos el resultado de nuestros miedos. Eso es lo peor que nos puede pasar, convertirnos en algo diferente a lo que deseamos por no atrevernos -afirmó Meryl que parecía haberse ganado una discreta influencia-. No creo que nadie pueda decir que se llega a nada si no se corren riesgos. -¿En serio? -se atrevió a preguntar Erika. -En tu caso, todo induciría a responder que te cuidaras, que fueras prudente, que no corrieras riesgos, pero si lo hiciera estaría siendo una hipócrita. Si quieres algo, ve a por ello -le respondió-. Sólo los valientes llegan sin competir. Úrsula miró de reojo el reloj clavado en la pared y se impacientó. Le gustaría concluir con aquella conversación, así que hizo observaciones al respecto que daban a entender que no era correcto intentar influir en la forma que cada uno tuviera de enfrentarse a los desafíos que la vida le ofrecía y que si no tomaban pronto el helado, se echaría a perder. La cena había sido lo que esperaba desde hacía mucho tiempo y se felicitó por ello, pero esa plenitud no siempre disponible era lo que la había fatigado. Meryl consiguió que Amaranta le devolviera su cuarto y, en cuanto se metió en cama y a pesar de haber dormido toda la tarde, cayó dormida en un sueño profundo. Soñó que caminaba por una gran avenida que se bifurcaba para desafiarla a escoger entre el camino que llevaba a un parque hermoso donde la gente paseaba perros y andaba en bicicleta o la otra calle que conducía a unos grandes almacenes a los que le había echado el ojo y en los que deseaba perderse toda la vida comprando ropa interior. Empezó caminando hacia el parque pero el ruido de los autos era imposible y tuvo que dar la vuelta hacia los almacenes. Una manifestación llegaba detrás de ella con sus pancartas y megáfonos; tenía la intención de atenderlos pero no entendía lo que decían y las pancartas estaban desfiguradas. Y si bien ponía todo de si para entenderlo no lo hizo hasta que descubrió que todos seguían a una mujer que gritaba: le gritaba a ella y se acercaba peligrosamente. Empezó a trotar intentando conservar la distancia con la manifestación que la perseguía, si torcía en una calle a la izquierda, todos lo hacían, si pasaba un puente o entraba en una plaza, todos iban detrás de ella y la mujer que le gritaba. Era absurdo intentar darle forma a un sueño, sobre todo cuando aún no se ha despertado y no sólo se le van añadiendo trozos, pero llegó aquel momento en que supo que la mujer sin cara al frente era la esposa de Dicks, y que lo que le gritaba era, “¡robamaridos, robamaridos, has destruido una familia!”. Estaba claro que se sentía culpable por su proceder de los dos últimos años, pero también que había cenado demasiado y que no estaba acostumbrada a hacerlo. Sintió miedo y angustia y aún no se despertaba. Daba vueltas en la cama inclinada sobre su corazón ardiente, la boca estaba pastosa y cubierta de espesa baba deslizándose en la comisura de los labios. Los ojos se movían debajo de los párpados y, en el momento que vio que uno de los 54


manifestantes llevaba la cabeza clavada en una bandera patriótica, despertó de un espasmo y se sentó respirando con fuerza. Se puso la mano en la frente y se tomó la temperatura, estuvo un rato intentando recordar los detalles para concluir, “sólo ha sido un sueño. Esta vez me salvé de ellos”. ¿Quienes eran ellos? ¿A qué se refería? ¿A la sociedad, a la gente casada, a los obedientes, a los católicos, a los esforzados sufridores? Se sentía al margen, por lo tanto debía referirse a todos los que creían ciegamente en cumplir las normas, la colgarían si pudieran. Al menos eso había leído que escribiera Bukowski, “they will kill you, if they can”. Posiblemente se refería a algo más, menos definitivo pero más corriente y que sucedía con más frecuencia, y eso era, “te pasarán por encima si los dejas”. La vida se revelaba cruel y la lección aprendida era que tenía que ser fuerte a pesar de sus pecados, o eso, o la mandarían al infierno antes de lo esperado. Era cierto que la gente a veces se convertía en una masa cruel, pero también tenían gestos admirables, eso seguramente dependía de quienes eran sus lideres. Visto así, su idea de que no había gente mala, sino gente que se equivocaba perdía fuerza. Decididamente, había gente muy cabrona y egoísta dispuesta a joderte cada día de tu vida. Pero respetaban un cosa, una sola cosa, sólo respetaban a los fuertes y ella tendría que ser fuerte si quería sobrevivir en un mundo tan complicado. Además, no era para tanto, todos los hombres tenían aventuras cada día con chicas jóvenes que se dejaban seducir por intentar jugar con ellos. Si hubiese sido el novio de una de sus hermanas, eso sí que hubiese sido una falta contra sus principios y todo lo que le habían enseñado que debía sostener su vida. Pero no fuera así, y a la esposa de Dicks ni siquiera la conocía, -ese debía ser el motivo de que en su sueño no tuviera cara, se dijo-. -Odio a los hombres prepotentes -le decía unos días después a Amaranta que afirmaba con un movimiento de cabeza-, odio esta sociedad en la que hemos nacido y nos condena a no poder manifestar nuestro desagrado porque si lo hacemos nos golpean, están locos por el sexo y nos lo hacen pagar a nosotras, odio las leyes que evitan castigos como los que se merecen. Mientras decía esto sus ojos se iban afilando como espadas y su mirada se iba volviendo un arma capaz de destruir, mientras su hermana asistía al ataque de ira sin comprender del todo de donde surgía aquella reacción, como había interpretado su vida y sus recuerdos. -Por nuestra dignidad deberíamos renunciar para siempre al matrimonio -continuaba-, cuando un tipo nos llega con un anillo de diamantes (que siempre es falso), deberíamos pedirle que lo lavaran con lejía y se lo metieran por el ano, que es sitio donde deberían estar todos esos anillos. Es cuanto puedo decir sobre el matrimonio. -Nunca te oyera hablar así hermana, pero estoy bastante de acuerdo contigo, aunque no renuncio a pasarlo bien con los chicos. Digamos que no comparto tus odios hasta tal extremo -las dos se echaron a reír y Meryl concluyó diciendo, “cortarles sus atributos es lo que habría que hacer” Con una mano sobre la mesa y la otra acariciando una botella de cerveza, Meryl se dio cuenta de pronto de la atención que le prestaban unos ciudadanos que la contemplaban encogidos como si los primeros en perder sus genitales fueran ellos. La congoja parecía un acto natural después de oírla y como se expresara, con dureza y convicción. Se sacudieron como los perros después de un baño y se dieron la vuelta para seguir bebiendo. Meryl, por su parte dijo en voz baja para que sólo su hermana pudiera oírla, ¡barrigudos! Y la mañana continuó con su habitual lentitud en el bar de Morris. Unos años atrás, cuando se fumaban las clases del instituto y se sentaban en aquella misma mesa para tomar refrescos de cola, no se hubiesen atrevido a tanto, pero estaba cambiando a una velocidad inesperada y se habían vuelto valientes y, por qué no decirlo, también descaradas y atrevidas, lo que a los ojos de su madre sería un insulto. Oyeron una creciente protesta en los cuartos de baño, con discusiones desaforadas que terminaban en riñas, insultos muy elevados y gritos desaforados. Estaban a punto de volver a casa pero se sintieron tan atraídas y las curiosidad les pudo tanto que se levantaron e hicieron grupo con el resto para ver, asomando la cabeza al pasillo, si aquello terminaría en bronca general. Ni habían sospechado que aquel día les traería semejante espectáculo, o que se verían envueltas en él sin haberlo deseado. Estaban tranquilas, y pensaban que, tal vez deberían compartir la excitación 55


general y, como el resto de los que se agolpaban en aquel punto, empezar a censurar a los de dentro y pedirles que pararan o resolvieran sus diferencias en la calle. Pero nada hubiese cambiado, los contendientes estaban tan acalorados que ya habían sobrepasado el estadio de arrojarse uno a otro contra la pared cogidos por la solapas. Apenas habían levantado la cabeza entre los hombros de los otros cuando los contendientes empezaron a golpearse. Otros hombres intervinieron para separarlos y se llevaron algún golpe también, pero lo consiguieron y los arrastraron a la calle. Aquel tuvo que ser el momento de clímax porque el de hombros estrechos y mirada rencorosa, sangraba por la nariz. “asunto de mujeres”, dijo uno que los veía como seguían zurrándose en la calle, mientras Morris limpiaba la sangre que habían dejado en las paredes. Por mucho que hubiesen hecho no los hubiesen separado hasta que hubiesen tenido suficiente. Cuando los dos estuvieron cansados y con sus caras desfiguradas por los hematomas y los cortes, se detuvieron y finalizaron con unos insultos y justificaciones que ya no venían al caso. Misión cumplida, los dos habían demostrado su hombría, ninguno había ganado, y se fueron cada uno por su lado arrastrando las piernas como lagartos. Amaranta había contemplado la escena con tal pasión que no pudo impedir cerrar los puños y hacer gestos vehementes como si ella fuera uno de los contendientes. Sin embargo, el show no había sido para tanto, había asistido a combates realmente duros, que duraban hasta ver caer si sentido a uno de aquellos hombres. Meryl creía que había algo masculino en su hermana que envidiaba y en lo que no podía compararse a ella. Había vuelto, de nuevo se sentía en casa, ya no había confusión posible al respecto. Había deseado tanto tener de nuevo aquellas traviesas vivencias, haber sido parte de la trifulca, haberse dejado empujar por tener un buen sitio frente a la puerta, que no habría sido ella misma si se hubiese dado media vuelta y se hubiese alejado precavidamente del bar. Podía seguir siendo la chica estudiosa que todos imaginaban, si así lo querían que siguieran creándose esa imagen de ella, pero volvía a ser la adolescente dispuesta a romper todas las normas mientras evitaba que sus hermanas hicieran lo mismo. De vuelta a casa, una mañana de sol primaveral, a Meryl le sorprendió que la señora Olsen, la vecina, la saludara mientras paseaba a su perro. Se trataba de una mujer de la edad de su madre que solía salir por la mañana en bata de casa a ese tipo de pequeños paseos; nunca pasaba de la esquina. A veces salía con el pelo aplastado de dormir y otros con los tubos puestos para darle forma desde primera hora; todo un desafío. No se trataba de una mujer del todo inocente o pacífica, y solía portar un paraguas con el que podía golpear a los chicos que pasaban en bici si se acercaban demasiado. Su ascendencia italiana le hacía mover mucho los brazos cuando hablaba, incluso podía frenarte en seco si no le prestabas atención poniéndose delante como si necesariamente tuviese que tratarse de un hecho afortunado haberla encontrado. Entonces, Meryl disminuyó el paso hasta llegar a su altura y se dispuso a escuchar lo que tuviera que decirle. No comprendía muy bien a qué venía o el significado de una atención que generalmente no le prestaba, pero en este caso, estaba claro que la señora de Otto Neuman Olsen quería hablar con ella. -Supongo que a partir de ahora nos veremos más a menudo -le espetó-. Unos buenos vecinos, cada vez más cercanos... -Yo no diría eso. Los límites de nuestras propiedades están bien marcados, pero siempre hemos sido buenos vecinos, eso es indudable -intentaba ser amable y esbozó una sonrisa que no tuvo un aspecto demasiado natural. -Me refiero al patio de atrás y la caseta de herramientas, queremos convertirlo en una casita para los perros, tu madre nos lo ha vendido. De hecho, llevamos años hablando de eso y parece que ha llegado el momento -la cogió por sorpresa. Su madre cuando decidía hacer algo que podía tener objeciones, no lo hablaba con nadie y eso era tremendo. En realidad, tampoco deseaba fiarse mucho de lo que le contaran en plena calle. No sabía de qué iba todo aquello. De cualquier manera, debería haber calculado que una cosa así podría suceder, la economía familiar no alcanzaba para pagar los gastos y, al menos, al ser la propiedad más pequeña, pagarían menos impuestos. -Si ha de ser así, espero que sus perros no ladren por la noche, la caseta está pegada a la ventana de mi habitación -dijo con una enorme carcajada, que tampoco resultó natural. 56


-Si yo estuviera en tu lugar, iría pensando en cambiar de habitación, son perros grandes, no como Sissy -señaló al perrito que paseaba-, y hacen mucho ruido en las noches de verano. Cuando entró en la cocina, su madre estaba quitando las tripas de la panza de un gran pescado. No le dio tiempo a decir nada porque su hermana Erika apareció con una enorme jaula y un pequeño pajarito en su interior. -Mira lo que me ha regalado Demetrius. Es un tipo estupendo, ¿no te parece? 3 Sensaciones perennes para voces ofendidas Ya no había tiempo para cambiar nada. Úrsula había firmado los papeles; además, tampoco iba a cambiar de idea. No se iba a producir un milagro, ni iba a llegar un príncipe azul que se casara con una de las tres hermanas y los sacara a todos de aquella situación tan precaria. Amaranta podría gritar y golpear los muebles y Erika podría pasar el día gimiendo y sollozando como una tonta, nada de eso iba a influir en la decisión de su madre. Estaba tan decidido y las cosas sucederían tan certeramente como se adivinaba que iban a suceder, tan claro como que ni un meteorito que cayera encima de la casa de los Olsen podría evitarlo. Meryl esperó en la puerta del comercio de ropa a que saliera su hermana, ella pasó a punto de cerrar y le hizo una seña indicando que ya casi estaba. El aire era agradable y la temperatura adecuada para no necesitar poner la chaqueta que llevaba entre sus manos. Amaranta corrió las cortinas y puso el cartel de cerrado, esas eran las señales definitivas de que su salida era inminente, sólo tenía que despedirse de la dueña, Mary Gatebourg, y podrían ir calle abajo mientras decidían su destino. Inesperadamente, Mary dejó todo lo que estaba haciendo, se arreglo el pelo y salió para saludar a Meryl. Amaranta la siguió como si no pudiese hacer otra cosa y Meryl supuso que las convenciones debían respetarse. Hablaron un momento y le dijo que la próxima vez podía esperar dentro, que no molestaba, y fue muy amable de forme general. Se despidió efusivamente y Amaranta se mantuvo rígida y en silencio hasta que también se despidió, con un escueto “hasta mañana”. Aquella fue la primera oportunidad que Meryl tuvo de comprobar que los rumores acerca de la belleza de Mary Gateborg eran ciertos y si alguien decía que había ganado un concurso de belleza flirteando con el jurado, eso debía de ser por pura envidia. Aquel pensamiento fue un acto reflejo y una inconsciente posición de inmediato apoyo; apenas la acababa de conocer y la impresión había sido definitiva. -Muy agradable -dijo Meryl a su hermana mientras echaban a andar. -Tiene un amante millonario que se resiste a dejar a su mujer -respondió en un susurro con temor a que alguien pudiera oírla. -La triste historia de las mujeres que se creen invencibles. Somos errores por dar nuestro amor. -Tenemos tanto que dar... -Ni se te ocurra ponerte en una situación parecida, no conduce a nada -y de nuevo, la hermana que se sentía madre, mostró su autoridad sin llegar a confesar que sabía bien de lo que hablaba. -¿Por qué nos creemos tan superiores a los hombres? Ellos se aprovechan de eso -preguntó Amaranta-. Debería darnos vergüenza no exigir el mismo grado de compromiso, en lugar de intentar agradarlos y hacerles la vida fácil para que no se vayan de nuestro lado, y al final, ya vez lo que sucedió con papá... -Sólo hay que dejar de compadecernos de nuestro sexo. Es esa imagen la que nos hace parecer tan débiles, pero lo cierto es que conozco muchas chicas que tratan a sus novios con absoluto desprecio. -Somos chicas modernas, Meryl. Tampoco acaban de sacarnos del amazonas. Se podría decir que 57


entendemos lo que concierne a las relaciones entre hombres y mujeres. Deberíamos tomarnos este tipo de separaciones con más calma. Sin embargo, seguimos aspirando a grandes familias que se derrumban. Nunca me casaré. Meryl permaneció en silencio. Su cara se iluminaba bajo un sol suave, pero no parecía feliz de saber que su hermana pensara que esa era la única salida honrosa, renunciar a crear familias tradicionales. Cada vez se veían más mujeres criando a sus hijos ellas solas, sin la ayuda de nadie y buscando la distancia con el progenitor. Como mujeres había decisiones que tomar, y creer que podían criar a sus hijos sin la presencia de sus padres no era una buena opción. A Meryl ya nada le extrañaba, y que hubiese mujeres decididamente poniendo una maleta a sus hijos para convertir su infancia en un viaje continuo entre la casa de mamá y la casa de papá, tampoco le parecía la peor de las soluciones. -Quizá deberíamos moderar nuestra postura. No lo sé -retomó la conversación Amaranta-. Según parece la decencia se pone a prueba cada vez que hablamos de amor, si es que de eso hablamos. Lo cierto es que en las rupturas, tanto hombres como mujeres, sacan lo peor de sí. Como mujeres estamos en un callejón sin salida, pero algunas piensan que lo podrán sortear si encuentran un hombre que ceda a todas sus exigencias, dócil y aburrido. Esa tarde le contó a Amaranta lo de su ruptura con el amor mayor que la había acompañado aquellas navidades, el tiempo que llevaba con él y que había vuelto con su exmujer. Era la primera vez que se abría de aquel modo, porque incluso cuando su madre le había preguntado al respecto, había guardado silencio. No fue muy oportuno mezclar la reivindicación feminista de una conversación superficial con sus propias vivencia; todo se veía de otra manera y entraban los factores decididamente personales que no se podían eludir. Las circunstancias de su aproximación al amor habían sido salvajes, por decirlo suavemente, la diferencia de edad y la separación matrimonial de Dicks, habían sido insalvables, pero además, no podía culparlo porque ella se lo había tomado desde el principio como una diversión. Amaranta la escuchó en silencio como si se hubiese quedado en blanco, incapaz de construir un argumento o una frase, para poder apoyarla. Le concedió todo su tiempo y escuchó como quien escucha a un profeta. Y, cuando Meryl se percató de que estaba tan impresionada, dejó de hablar también y caminaron un rato en silencio. Era alentador saber que otras mujeres podían pensar como ella y que la visión masculina del mundo necesitaba un aprendizaje; todo indicaba que los hombres necesitaban identificarse de nuevo con la ternura la sensibilidad perdida, y era por eso que su punto de vista no les interesaba demasiado en el tema que acababan de tocar. Tal vez, Amaranta no había entendido todo lo que quería decir, no se había expresado con claridad porque no era un tema fácil, eso estaba claro. Tenía que haber puesto en juego sus últimas experiencias y haberle dicho que las relaciones entre hombres y mujeres estaban en crisis, que habían llegado a un momento que ya no se necesitaban para un proyecto de vida. Se refería a como ella había llegado a interpretar su propia sexualidad, lo que desde luego, generalmente, los hombres no hacían. La charla la había llevado a reflexionar sobre un tema que aún necesitaba aclarar y del que no terminaría de saber lo que pensaba hasta que lo escribiera. Otras mujeres escribían sus artículos en revistas de moda o suplementos dominacales. Si algún día llegaba a escribir algo al respecto debería intentar publicarlo, aunque sólo fuese por la necesidad que las mujeres tenían de dominar sus propios temas y no dejar ese campo también a los hombres. ¿Acaso no era ridículo que los hombres intentaran descubrir lo que ellas pensaban, antes que ellas mismas? Cada persona tiene una forma absolutamente particular de ver el mundo, pero incluso en temas tan escabrosos como la fidelidad, las relaciones sexuales sin compromiso ni amor (¿lo que en los sesenta llamaban amor libre?), como el trampolín de afectos para alcanzar las metas personales, la falta de confianza. Al principio, cuando en su adolescencia empezó a notar la codicia en la forma en que algunos hombres mayores la miraban, Meryl no le había dado mucha importancia, se reía de ellos, jugaba y los ridiculizaba. Empezó a admitir un peligro real con el asesinato de aquel niño cerca del campamento de verano. No había dejado de arrepentirse de la noche que ella y Amaranta salieran para tomar una copas y dejaran sola a su hermana pequeña, 58


estaba segura de que se había comportado como una idiota y de que nunca volvería a cometer un error así. Fue por eso que, al integrarse Demetrius en la familia no le había quitado ojo, había sugerido a su madre que la habitación de su tía estuviera en un extremo de la casa y las de las niñas en el otro, de tal forma que el hombre viejo no tuviera excusa para rondar por aquella parte de la casa. Y para acabar de complicarlo todo, por aquel tiempo, fueron al cine a ver “Lolita”, y terminar así de finir su amor incondicional por Kubrick. Y así, llegado ese momento, poco antes de salir para la universidad, se pasaba la noche vigilando cualquier ruido o movimiento extraño por la casa. Se tomó su tiempo para hablar con su madre de que Demetrius se levantaba al baño con frecuencia por la noche, a lo que Jana Úrsula le respondió que era normal a su edad. Y después en la universidad no había conseguido concentrarse, había llegado a la conclusión de que la vida era absurda y no podía luchar contra eso, así que se había dejado llevar como una principiante. Habría tanto que analizar al respecto... Pero no, estaba de vuelta, en casa, paseando con su hermana por la calle de tiendas y cafeterías, hacía un día espléndido de primavera y todo se podría interpretar, por partes eso sí, pero todo tenía una interpretación, desde luego. En las afueras de Mindstorm no se ven muchas caras nuevas, tal vez por eso caundo se cruzaron con aquel chico, Amaranta le dio un codazo a su hermana, “Stiff el dedos, el nuevo novio de Erika; era amigo de Ernie, pero no le di bola, así que cortejó a Erika. No sé como consiguió que le hiciera caso”. -¿Te arrepientes de haberlo rechazado? ¿Te gusta? -le pregunto Meryl -La juega contra nuestro orgullo a menudo. Siempre creí que tenía a raya los deseos, ya sabes. Me encuentro dispuesta para amar, definitivamente, no se trata de eso. Tal vez sea que al verlo al lado de Erika... -¿Mamá sabe que Erika tiene novio? -No, no se lo ha dicho. Es como si se avergonzara de él porque es de una familia humilde. El padre no trabaja y el es camarero. El único propósito de aquella conversación era poner al día a su hermana de las novedades, porque al fin ninguna de ellas iba a aconsejar a Erika o a decidir lo que era mejor para ella. En el pasado habían tenido que enfrentarse a cosas parecidas, otros chicos habían ido y venido en sus vidas y habían sabido salir adelante. El amor les había dolido y se habían sentido decepcionadas otras veces, hasta casi dejar de creer en él. Pero eran jóvenes y les había servido. “Nadie aprende si no arriesga”, comentó Meryl. -¿El dedos? -preguntó -Es porque toca la guitarra. No por nada más excitante. -¿Un rockero? -No, sólo toca la guitarra. Al pensar sobre eso, Meryl encontraba que Erika siempre había sido la más delicada y sensible de las tres, se emocionaba en exceso y, sus aires de marquesa francesa, tal vez se debían a esa necesidad de rechazar lo soez que le impedía su mundo de azúcar de algodón. Debería haberse sentido más interesada por sus cosas, pero al ser la más pequeña, de algún modo inmaterial, se sentía más en sintonía con Amaranta. Visto desde su punto de vista, aquella delicadeza de la pequeña Erika, era lo que la había llevado a estar tan unida a su abuelo. Se había muerto cuando Eruka sólo tenía cinco años y había sido muy difícil explicarle porque había desaparecido. Habían calculado minuciosamente entre todos como tratar aquel tema, y en la familia se pudieron de acuerdo en decir que se había ido de viaje, pero Erika supo desde el primer momento que se había muerto y lo que eso significaba. Meryl tenía la impresión de que en cierto modo, aquel recuerdo del abuelo era lo que la hacía empatizar con Demetrius hasta un punto que ni la tía Engracia concebía. Incluso había puesto de nuevo la foto del abuelo bien a la vista en su habitación. Al hablar de ello con Meryl de había dicho, que mucha gente dice que se la aparecen sus seres queridos después de muertos y que están con ellos. Que el abuelo estaba con ella en cada decisión que tomaba o cada error que cometía, ayudándola. Pero, según afirmó, en su caso era verdad, se le aparecía en sueños y 59


cuando eso sucedía la imagen era tan real que daba miedo. Ningún sueño era tan real como aquellos en los que aparecía el abuelo. Meryl no daba crédito a aquella obsesión, y Erika concluyó recordando que el abuelo siempre había sido muy de pasteles y tomar todo tipo de dulces, y que en su último sueño le había preguntado si no tenía nada de... chap, chap, y había hecho un ruido mientras se llevaba los dedos a la boca. El cumpleaños de Erika fue una estupenda ocasión de presentar a Stiff el dedos a su madre, pero no lo hizo. Se había sorprendido a sí misma al descubrir que ya no estaba enamorada como al principio. Conocer sus propios sentimientos le resultaba demasiado duro, pero nadie puede saber como una mujer va avanzando en lo que siente hasta que cree haber encontrado el hombre que necesita. Stiff se había peleado con una mujer por un tema de tráfico y ella estuvo presente en toda la discusión. Erika se había subido en el ciclomotor dejándose llevar por Stiff que conducía tan apretado e incómodo que tenía verdadera prisa por llegar a su destino. En el aparcamiento de un centro comercial los conductores no son de fiar, sobre todo si buscan un sitio para aparcar y la afluencia de coches es imparable. Por fin quedó un sitio libre y la mujer que conducía detrás de ellos intentó ocuparlo con una fuerte aceleración y movimiento brusco del volante. Les tocó levemente y casi provocó que se cayeran, lo que Stiff evitó de un salto y sujetando la débil motocicleta mientras Erika ponía un pie en el suelo y ayudaba amparando por su lado. Stiff empezaba a creer que podría controlarse pero o fue así, dejó la moto en el suelo y golpeó el cristal de la conductora soltando todo tipo de insultos y amenazas. Detrás un niño de no más de tres años lloraba desconsolado mientras su madre se encogía aterrada. Erika pensó que si aquella ventanilla cedía a los golpes, su novio terminaría por golpear a aquella señora. Por fin Erika empezó a gritar y se abalanzó sobre el intentando cogerle de los brazos. Le gritaba que estaba loco que dejara de hacer aquello y que se fueran. El miró al suelo y cogió aire, soltó un ¡mierda!, que lo tranquilizó. Entonces se dirigió a la moto y la levantó con brutalidad, se subieron y se fueron. Mientras la moto buscaba la salida, Erika pensaba que, en el estado en que se encontraba iba a ser difícil que no tuvieran un nuevo percance o una caída. Todo fue muy extraño e inesperado, y ella quedó en Shock por unos días. Ahí empezó su desafección, esa escena descubrió algo que no sabía, otra cara de Stiff el dedos y por eso no deseaba que su familia lo conociera. Al día siguiente de aquel suceso, ya más calmada, quiso hablar con él. Estaba reparando su moto y llevaba en una mano una llave con la que intentaba aflojar un tornillo, sin éxito. Se acercó a él y sintió el olor de la grasa y del sudor que exhalaban sus ropas. No era tan desagradable como le había parecido en otro tiempo y concluyó que se estaba acostumbrando a lo que siempre había detestado, lo abandonado de la gente, la desidia y la falta de interés por el futuro. Se fijó en sus manos callosas y no concibió que, un vez, hubiese deseado ser tocada por ellas, y lo que aún era peor, haberse dejado tocar y disfrutar haciéndolo. Por su parte, para aquella visita en el garaje de Stiff, se había puesto ropa anodina, con colores gastados y sin vida, ni hablar de pantalones ceñidos o blusas apretadas. Tampoco había hecho otra cosas que ducharse y salir de casa con el pelo mojado, es decir, tan dejada que no podía inspirar la más mínima mirada pasional -eso tampoco era tan difícil porque Stiff no la miraba así desde hacía un tiempo-. En ese instante se sintió dueña de sí y convencida de sus razones. Eso era algo que formaba parte de una forma de ver el mundo diluida en su propio desarrollo: Era como si necesitara perder su carácter y personalidad para desarrollar nuevos conocimientos y formas críticas de ver el mundo, pero también cabía la posibilidad que en medio de eso estuviera la fuerza arrolladora de la personalidad compartida de Stiff. Cualquier psicólogo asumiría que la relación que había empezado un año antes, resultaba tóxica para y que debía terminarla para conocerse a sí misma. Esos mismos psicólogos intentarían aclarar que nada de lo que sucede es bueno si interfiere en nuestras vidas complicándolas hasta hacernos daño y que debía asumir sus propios retos y hacerse cargo de sus propias decisiones. Pero mientras lo veía, allí agachado sobre aquel tornillo difícil, pensaba en que tipo de reacción violenta desarrollaría cuando le dijese que se relación estaba extinta como humo sobre cenizas. Dada la exigente educación a la que Erika había sido sometida desde muy niña, no sólo por sus 60


estudios sino por el refinamiento que ella misma se exigía, se preguntaba cómo podría llevar a cabo su declaración “haciendo el menos ruido posible”. Su consideración con Stiff, intentando dar forma a su fracaso sin echarle la culpa, no sirvió de nada, él gritó y pateó cuantas latas y herramientas encontró a su alrededor. Un muchacho de su temperamento no podía contentarse con una explicación superficial que no dejaba ver la decepción que ella realmente sentía. Debería haberle mostrado todo lo que sentía con absoluta vehemencia y dolor y tal vez así, él comprendiera que no se trataba de un capricho de una niña bien. Siempre le quedaría la sospecha de no haber sido suficiente para ella. Por fortuna, Erika se mantuvo en su versión y no le hizo ni un reproche, pero eso no fue suficiente para que los gritos se oyeran desde la carretera. La violencia no pasó de zarandearla cuando ella le puso la mano encima pidiéndole comprensión, pero además de los insultos y el desprecio, estuvo aquella forma de gritar tan desafiante. Aquella misma mañana, Amaranta llegó tarde al trabajo. Después de tres horas de anodino trabajo de doblar y recoger prendas de invierno para el almacenaje, permaneció de pie detrás de la caja esperando que algún cliente se decidiera por alguna prenda de rebajas o le pidiera consejo. Empezó a sentirse molesta con un hombre mayor que sacaba camisas y suéteres, los estiraba, se los probaba y los dejaba tirados sobre las estanterías como si fueran trapos. Hubo un intercambio de miradas en los que el hombre parecía parecía interrogarla con un “¿qué carajo miras?” Pero sólo cuando le cayó una camisa sobre la alfombra mojada cerca de los paraguas ella explotó y soltó un insulto que creyó que él jamás oiría por muy buen oído que tuviera, pero no fue así. La mañana era de lluvia de abril y la humedad lo impregnaba todo. Cada vez que Amaranta se llevaba el pañuelo de papel a la nariz parecía murmurar con desagrado, pero nadie podía estar seguro de eso. En cuanto el hombre se dirigió a la caja para preguntar si no tenían tallas superiores de un suéter, ella le pidió que esperara porque estaba atendiendo a otro cliente. En ese proceso de espera se le volvió a caer una prenda y la pisó aparentemente de forma fortuita. -Señorita, ¿me va a atender? -dijo con impaciencia -Sí, en cuanto pueda. Es usted muy nervioso, ¡tranquilícese hombre! -respondió Amaranta. -¿Está segura de que quiere vender? Es usted muy torpe -añadió el señor-. Tengo un día muy complicada y usted me retrasando. -No me diga que tiene prisa si lleva toda la mañana desordenando estanterías. -Usted debería estar en casa lavando platos, no sirve para dependienta. Amaranta, que estaba guardando la ropa del otro cilente en una bolsa y a continuación le daba el cambio, estaba ya libre para atender al señor antipático, pero en lugar de eso le soltó -es usted un idiota y un machista. No me parece que haya venido a comprar sino a molestar-. En ese momento el interpelado comprador, arrojó la ropa que llevaba en las manos sobre el mostrador, soltó un nuevo insulto y salió con toda prisa. Mary Gateborg, que no había dejado de observar toda la escena, se acercó a Amaranta y cuando se acercó a ella desde el otro extremo del mostrador, todavía se encontraba enfadada y contrariada. -El cliente siempre tiene la razón, en estas circunstancias no puedo estar segura de que sepas en qué tipo de empresa trabajas. -No sé que quieres decir. Era un gilipollas. -La tienda no va bien, estoy pensando en cerrar o seguir unos meses, pero si he de hacerlo no puede consentir estas conductas -sonó sin piedad-. Las cuentas no salen. Creo que es mejor que recojas tus cosas y te cojas unos días para recapacitar. Yo también lo necesito. Dicho eso, Mary Gategorg pasó de ser, a los ojos de Amaranta, una jefa guapa y comprensiva, a una persona fría y sin sentimientos. Era lo normal en estos casos. Ni antes había sido tan buena, ni entonces tan despiadada. Más tarde, con el cepillo del pelo arrastrando con despiadada profundidad, dirigió sus ojos a la figura que aparecía detrás de ella en el espejo. La casa estaba en silencio, Úrsula había salido al banco a pagar la hipoteca y Erika andaba en cosas que nadie sabía. Era Meryl, como una figura evanescente capaz de andar sin posar los pies en el suelo y de darte el susto de tu vida. Se dio 61


cuenta en ese momento de cuanto la había querido y admirado desde siempre, y cuanta nostalgia le producido eso tantas veces en que no había podido refugiarse en ella en momento difíciles. -He perdido mi trabajo. Siempre suceden cosas inesperadas. Posiblmente traté a un cliente como si fuera basura, pero creo que Mary debía estar muy harta de mi, y lo disimulaba muy bien. -Hay gente así, a la que nunca le notas nada. -Le hubiese roto la nariz de un puñetazo sino fuera delito -la voz sonó tan sincera, que sus deseos más íntimos hubiesen sido expuestos en un momento tan difícil, sin esfuerzo-. Creo que no tengo remedio. Debo reconocer que pertenezco a ese tipo de personas que quiere arreglar el mundo a mamporros. Tal vez era sentirse rechazada por la sociedad, la idea que iba creciendo, porque intentar que alguien pudiese comprender todo lo que bullía en su interior era como correr en solitario y creer que el resto de corredores eran capaces de seguir aquel ritmo endiablado. A pesar de todos los intentos por comunicar y reprimir los deseos violentos, su familia pensaba que era una chica dulce y comprensiva. Se trataba pues de una relación confusa, de un error desde el principio que mantenía con mucho esfuerzo no poniéndose en conflicto con aquella imagen tan poco real. Meryl le prestaba una atención religiosa, la escuchaba con la devoción de un discípulo que de pronto y sin transición se tornaba en siquiatra. Veía a Amaranta retorcerse sobre una silla, levantarse a la ventana, darle la espalda y ponerla la cara delante de la suya sin dejar de mirarla fijamente a los ojos. Seguía atenta, intentaba saber sobre su ira sin creer ni por un momento, que el despido tuviera tanto que ver en el resumen de sus frustraciones. “Nada me sale bien”, concluyó. ¿Debería resignarse a llegar a ser una adulta sin convicciones? De cualquier modo, eso era lo que menos se parecía a madurar. -Creo que tus pies siguen tocando el suelo, no debes preocuparte por las sombras si no te dejan dormir -intentaba calmarla, pero no lo consiguió. Amaranta estaba nerviosa y enfrentada con el mundo. La miró muy enfadada y sin ganas de seguir el mensaje apaciguador de sus hermana. Había dejado de escucharla: se inclinaba hacía atrás deseando dar el paso que creara una distancia prudente entre las dos y le permitiera mantenerse en su forma de ver lo que sucedía. No iba a haber una conclusión definitiva, estas cosas dan muchas vueltas y se cambia de opinión muchas veces en los días posteriores al “accidente”, pensó Meryl. Amaranta exhibió sus dientes con vacilación en una sonrisa impostada y añadió -¡Déjalo hermana, no tengo el cuerpo para muchos análisis! La familia es donde reside el remordimiento. Era como haber perdido un nuevo combate, como haber huido de la estabilidad rutinaria dejándose llevar de su mal genio. Pero no había mala conciencia en sus actos, tan sólo la desolación que le provocaba la resaca posterior al derrumbe. Es mismo día, sumergida en graves pensamientos y sin demasiadas ganas de controlar su furia se encontró con Erika en plena calle. La hermana pequeña lloraba apoyada en la puerta de un portal anónimo, muy cerca del centro de salud. -Ese cabrón me ha gritado y me ha tratado como una puta -dijo con cogiendo aire para poder hablar. -¿Te ha tocado? -Preguntó Amaranta muy alarmada. -Quiso pegarme, pero no le deje -lo que acababa de decir era muy subjetivo, porque si él hubiese tenido esa intención lo habría hecho, pero el maltrato había sido real. Su su propia hermana no la entendía, ¿cómo podía aspirar a ser entendida por los adultos, por su madre o su tía? Los adultos estaban sobrados de prudencia, porque al final hacían lo que querían, culpaban a quien quería y castigaban a los culpables, pero sin prisas. El mundo se transformaba a sus ojos, no podía contarle nada de sus urgencia si no quería que la encerrasen en casa. Cada minuto de su castigo anhelaba salir corriendo, así había sido su infancia, perdida toda atención en el reducido espacio de una habitación a oscuras, la suya. Recordaba a su padre con aquella gravedad poco natural, con la voz que le hacía poner Úrsula cuando se trataba de castigar a la hija más traviesa, precedido de conversaciones opacas, se volvía a su trabajo guiñándole un ojo porque 62


entonces ya sabía que no iría a dormir aquella noche y tendría que ser la madre la que decidiera si levantarle el castigo, por ella misma y sin apoyos mezquinos. Aquellas horas se hacían interminables, largas temporadas en el infierno, leyendo a Verlaine o a Rimbaud, siempre severos, siempre resentidos. Aprendió a ver la calle a través de una grita en la contra de madera, cerrada a cal y canto, como lo hacía todo su madre cuando la castigaba. El nervio tenso de los tendones sonó fuera del garaje, cuando abofeteó a Stiff haciendo saltar uno de sus dientes que no se detuvo hasta golpear en el cristal de una ventana con un leve “clinc” desconocido. Stiff se cogió la cara consumido de dolor pero sin dejar mirarla, Amaranta levanto de nuevo el brazo, estaba vez con el puño cerrado, y al hacer el gesto de volver a golpearlo, él dio dos pasos atrás tropezando con un gato de automóvil y cayendo al suelo sin remedio. -No te vuelvas a acercar a mi hermana o te saco los ojos, y eso no es negociable, desgraciado. Fue consciente de que a los chicos como Stiff, las amenazas como las suyas le resbalaban como gotas de lluvia en un impermeable nuevo, del mismo modo que no le importaba en absoluto haber perdido un diente, tal y como se esperaba de él en el barrio conflictivo en el que siempre había vivido. No hacía falta ser tan inteligente para asociar su última sonrisa a lo innecesario de aquella acción, no deseaba volver a ver a la niña tontita que tocaba el piano. Por último, cuando ella ya se daba la vuelta para salir, el le mostró el dedo anular de la mano derecha con un “jódete”, muy convencido. Aunque Amaranta no estaba dispuesta a consentir algunas cosas, tenía claro que no había hablado por hablar, que cuando de ella salía la rabia como había mostrado entonces, exponiendo el dolor del peor día en mucho tiempo, deseaba ser tomada en serio, de lo contrario tendría que atropellar a aquel idiota con un coche y no era el caso. -Hay días que es mejor no levantarse de la cama -le soltó a Meyl de vuelta a casa. -¿Qué ha pasado? -Mejor que no lo sepas. Meryl deseaba ser comprensiva con ella, pero por algún motivo que no conocía la encontraba más tranquila que unas horas antes. Eso era exactamente lo que su hermana necesitaba, un poso de sosiego en uno e esos días en los que parece que no terminan de pasar cosas que no esperas. -¿Al menos estás segura de que todo se ha tranquilizado? -Añadió Meryl segura de que no iba a contar nada que no quisiera contar, pero sin duda se enteraría más tarde, o tal vez, otro día. -Mi vida es exactamente lo que todos esperaban de ella desde siempre. -¿Qué quieres decir con eso? Nadie te ha obligado nunca a ser de ninguna manera especial. No me vas a culpar también de eso. Los hermanos mayores parecemos ser los culpables por no haber renunciado a su vida en favor de la de sus hermanos. Yo también estoy harta de muchas cosas, lo deberías saber. Crecer no es fácil para nadie y los últimos años hemos pasado por malos momentos. Y si pensamos en ello, la que más motivos tiene para quejarse es Úrsula, desde luego. Amaranta, que se había sacado el impermeable y los zapatos, se había sentado en un sillón a hojear una revista. Meryl la tranquilizó acerca de su hermana pequeña, se había puesto un vestido de presumir, por así decirlo, y se había ido a su clase de piano. Era una chica dura a pesar de su aspecto frágil. En ocasiones fingía dramas que no eran para tanto, como si se acabara el mundo o se quedara sin aire, y un minuto más tarde estaba riendo y haciendo bromas. Amaranta se preguntó si no se habría pasado con Stiff. Iba de colonia hasta arriba, dejó ese olor inconfundible por toda la casa. No sé si le habrá echado el ojo a otro chico, pero si es así, se entenderían algunas cosas. Meryl se había limitado darle un beso y preguntarle si se encontraba mejor. Erika había cerrado la puerta observando que a los chicos no se les podía dar demasiado porque entonces se creían con derechos que ella desconocía, “lo de Stiff se acabó, puedes estar segura”. En ese tiempo hubo una boda real que tenía ocupada a Úrsula todo el día. Puso una televisión en la cocina y seguía los desfiles pelando patatas. Era consciente de que Erika era la única que la apoyaba en eso, porque sus otras dos hijas y su hermana, rechazaban todo lo que tuviera que ver con el gasto de los reyes y sus injerencias políticas. Ella no entendía nada de política, y tal y como lo veía, los países que no tenían un rey en lugar de ciudadanos tenían gente baja, sin rango ni clase. 63


Meryl siempre había tenido la sensación de que su madre vivía en un mundo de hadas del que se negaba a bajar a pesar de todo lo malo que le deparaba la vida. Puesto que no hacían mal a nadie, ese tipo de mujeres viviendo en mundo de fantasía alimentaban un mundo lleno de desigualdad que no estaban dispuestas a reconocer. Era como si al terminar de criar a sus hijas siguiera amamantando la idea de que todo el mundo vivía bien en su comunidad, y eso a pesar de los nómadas que ponían sus tiendas al lado del ferrocarril, e incluso después de que a los Olsen le robaran las gallinas y les aparecieran sus perros muertos. La noche que sucedió, Meryl no los oyó ladrar a eso de la una de la mañana y después de esa hora callaron para siempre. Se asomó a la ventana por la mañana y justo a sus pies estaba un coche de la policía atendiendo las quejas de Muriel Olsen, que no dejaba de agitarse y dar todo tipo de explicaciones mientras Sissi, el perrito que dormía dentro de la casa y que se había salvado de la masacre, no dejaba de ladrar y de enredarse en sus piernas. El crepúsculo sobre la ventana que daba a la caseta en la que yacieran los perros muertos, no volvió a ser lo mismo. El declive de la tarde del verano que se anunciaba con los trinos de los petirrojos y los cacaréos de los gorriones, y dejaba sombras que no eran deseadas. Nada llegaba aún tan definitivo como el poliéster de la ropa que aún la cubría con la ventana abierta, para poder fumar sin dejar olor en la habitación. La boca se estrechaba para poner los labios sobre el filtro manchado de rojo intenso y desechado antes de que las pupilas anunciaran que la tragedia debía ser olvidada cuando, en serio, se anunciara un veraneo de vacaciones en la playa, o un viaje por Europa.

De cuando la velocidad se convierte en mandíbula

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Desde la Realidad de la noche

1 Desde la Realidad de la noche Sue Nardi se sentó frente al espejo de la cómoda como lo había hecho los últimos treinta años, por convencimiento en sus posibilidades y porque creía firmemente en ese estado de cosas que convierte en culturales los actos que, a su vez, llevan al pueblo a formas de vida en común. Arreglarse antes de salir de casa y tomarse su tiempo para que cada capa de maquillaje estuviera en su sitio y en la proporción adecuada, eso formaba parte de lo que sabía del mundo y todos deberían respetar. Independientemente de lo mucho que hubiese avanzado la técnica, los nuevos productos o la superficialidad con que las jóvenes se tomaban un hecho tan trascendente, los momentos vividos después de un prolongado maquillaje, habían formado parte de todo lo que realmente importaba. Las grandes celebraciones, bodas, fiestas, el fin de año y bailes dominicales en salas y centros culturales, eran recuerdos imborrables, pero también visitas a parientes enfermos en el hospital, citas en el colegio con el director para hablar de la marcha de Angie o reuniones en el sindicato para 65


decidir si ir a la huelga, también habían sido precedidas del análisis necesario de cada nueva arruga y su reparación con colorido maquillaje de aplicación gruesa. Aquellos muchachos del bar de abajo la tenían preocupada, todo el día alrededor de la máquina electrónica, o apoyados en la barra a punto de derrumbarse. Se sentía controlada y no podía hacer nada por evitarlo, tampoco se atrevía a decírselo a Ted, podría montar un altercado, no se podía decir que no fuera un tipo nervioso. Entonces, pasó una semana y creyó que se los había quitado de encima, preguntó a Louise la camarera y le aseguró que habían estado pero que salieran para un trabajo que no les llevaría más que unas horas; y así fue, al día siguiente a primera hora, volvían a estar allí recreándose en aquella atmósfera semivacía y húmeda de los bares viejos. Cuando preguntó por ellos, lo hizo de una forma despectiva, lo que no impresionó a la camarera. Para un bar medio muerto, tener clientes habituales era una suerte, y la respuesta fue animada, “no son alborotadores, estamos contentos con ellos”. ¿No eran alborotadores? Ella llevaba toda al vida bajando a tomar café y no se sintió justamente tratada. Mientras que ella había ofrecido su colaboración cuando el bar se inundara por una cañería obsoleta, y le había dado conversación en tardes eternas de domingo, le había llevado dulcería al volver de la compra o la había escuchado cuando la dejaban sus novios para que se desahogara, y aún cuando nadie hubiese demostrado que ella tampoco fuera una alborotadora, lo cierto era que aquella simpatía abiertamente mostrada, le parecía un insulto. “Esos tipos no son trigo limpio”, añadió. Le empezaba a resultar desagradable bajar al bar cuando Ted no estaba en casa, se sentía observada, aunque siempre evitó que su mirada se cruzara con la de aquellos tres jóvenes. Él volvía de dar vueltas por la ciudad sin un destino fijo y todo entraba dentro de la normalidad que esperaba. Durante un tiempo no había podido dormir porque no acaba de aceptar las prejubilaciones por la crisis en la empresa. En el sindicato le habían explicado minuciosamente como iba a encajar en su economía, y la necesidad de que empezara a pensar en cambiar sus hábitos de consumo. ¿Cómo iba a cambiar sus hábitos de consumo? Nunca habían sido gastadores, y tampoco podrían dejar de comer. En vacaciones no salían de casa y no recordaba cuándo había sido la última vez que habían salido a cenar fuera. Los hábitos de consumo estaban demasiado comprimidos. Todo aquello tenía que ver con la producción a nuevos costes en otros países, de la competencia internacional, de la falta de ayudas estatales y la necesidad de contratar carga de trabajo sin que se les adelantaran los chinos, que ahora hacían un trabajo de primera calidad por la mitad de precio... Sin embargo, para Ted, responder a los del sindicato, que en su caso, tenía más que ver con comer todos los días en un sistema que seguiría subiendo los precios los próximos años, eso empezaba a resultar tedioso. Los primeros meses fueron los más duros. Las rutas a pie a través de la ciudad le acortaban el día, y volvía cansado para intentar dormir cuatro horas de un tirón, al menos. Así iban pasando las horas, y cuando parecía que empezaba a acostumbrarse a la rutina, una gripe complicada con algo de pulmón lo tuvo una semana tumbado en cama y se gastó el presupuesto del mes en medicamentos. La mayoría de las cosas suceden sin previo aviso, para bien o para mal, sin que las hayamos esperado, y ese día no iba a ser menos. Dado que Sue solía pasar el día en casa, dedicada a sus tareas, escuchando la radio y leyendo el horóscopo, Ted salía confiando en encontrarla sentada en un sillón de la sala en la misma postura al volver. Pero eso no era así, en cuanto salía por la puerta ella empezaba a moverse, a revisar todo lo revisable, a salir al kiosko a por tabaco, a la cafetería o al parque a sentarse al sol, que después de todo, sólo quedaba tres calles más abajo. En un cajón de la cómoda tenía un carmín nuevo que había comprado en los grandes almacenes, color carne rosada. Estaba deseando probarlo, sobre todo porque el fin de la semana siguiente, volvía Terio y no deseaba tener esa sensación ridícula de estrenar algo en los momentos especiales. Terio se había ido a estudiar muy lejos y aquella tarde aburrida y sin ganas, pensó que tener un hijo para verlo en vacaciones no era lo que había esperado, pero aquello iría a peor, sobre todo porque el muchacho no deseaba, lo que se dice, fundar una familia, y ella necesitaba el ritmo en su vida que dan las nueras y los nietos. No necesitaba compararse con otras mujeres de su edad para comprender que, en la 66


mayoría de los casos, no influían lo más mínimo en el hundimiento, si llamamos así a todo lo que se venía abajo por las enfermedades, la falta de entendimiento de las parejas o los hijos que se iban al extranjero como si los padres fueran na carga demasiado pesada para ellos. Resultaba bastante claro para Sue que su vida ya no iba a girar en torno a la familia de su hijo, y que si lo hubiese pensado antes, hubiera debido tener un par de hijos más. Del mismo modo, aspirar a tener tres nueras y un montón de nietos, era una aspiración que en la soledad de sus tardes de domingo, resultaba un recurso traído hasta la saciedad. Imaginaba como hubiera sido su vida en tales circunstancias, la idealizaba y la perfecta armonía con sus inventadas nueras hacían de su mundo un estado de perfecta compañía y camaradería: cosas como salir juntas a al centro, a merendar dulces y chocolate, ir de compraras a los grandes almacenes y llevar a los nietos a pasear al parque, parecían estados que se había perdido de antemano pero con los que, al menos, podía seguir soñando. Tras pasar un rato recapacitando hacia donde se encaminaba su vida, Sue encendió las luces alrededor del espejo de la cómoda, se puso una toalla a modo de turbante sobre el pelo mojado y con los pechos cubiertos por otra toalla, se dispuso a maquillarse. Pero antes de empezar su labor, se miró concienzudamente, cada grano, cada verruga, cada arruga y sobre todo, aquellos ojos machacados por arrugas que nadie sabía de donde habían salido. Ahora que se reconocía como un mapa de camionero, usado, roto y sucio, aceptó una vez más que nadie podía luchar contra la vida y que, en ese caso, la vida también pasaba sobre ella como un tren que no paraba al oír crujir sus huesos. Estaba desanimada y no deseaba extenderse demasiado, si bien, en ocasiones era uno de sus entretenimientos favoritos. Sacó todo lo necesario de un cajón y se sentó den el centro de su otomana, dando un saltito y tirando de ella quedó perfectamente instalada. Era media tarde y la luz entraba con moderación a través de los visillos pero las bombillas eran suficientes, aunque daban una luz muy blanca. Era la mejor hora de la tarde si pensaba salir después de arreglarse porque no le daría tiempo a hacer otra cosa. Se levantó para coger pañuelos de papel y le dio ganas de orinar, sin detenerse fue al baño y terminó en un momento. Resopló y dijo, aún sabiendo que nadie podía oírla, “vamos de nuevo al trabajo”. Después de veinte minutos, no sólo se había puesto maquillaje en los ojos y los pómulos, sino que se había arreglado el pelo también. Se vistió, cogió un bolso con adornos de cuerda y salió decida a andar por aquellos lugares en los que no se encontraría con Ted, posiblemente el parque municipal y sus alrededores. Durante años, Ted se había preguntado en qué habían fallado, cómo habían llegado a aquella situación y si era posible que Sue dejara de aceptarlo como una normalidad impuesta. Una rebelión por su parte sería difícil de tratar, pero la resignación parecía aún peor. Después de su jubilación, estuvo un tiempo muy pendiente de ella, le llevaba regalos inesperados e intentaba hablar y pasar más tiempo a su lado, pero se dio cuenta de que no era lo que ella quería, vivía en su mundo y de ahí no quería moverse. Hacía mucho que no se daban u beso o se abrazaban, o tenían otro tipo de gestos de afecto, como hacían en el pasado, eso ya era historia, por así decirlo. Mucha gente vive sin desear cambios en su vida, ni compararse con otras vidas que puedan parecer mejores. Vivir por costumbre es lo que menos problemas podía traerle y no se rebelaría contra eso, pero podía hacerlo si Ted llegaba un día intentando cambiarlo todo. Así pues, se trataba de dos caracteres fuertes que habían aprendido a convivir sin enfrentamientos gratuitos, todo perfectamente equilibrado. Deseaba ver a AngieTerio, era un buen hijo, pero se le había ido entre las manos. No sabía en qué momento se le había escurrido como el agua que intentamos retener en la pileta para salpicarnos la cara y siempre termina por desaparecer. Al principio eso había sido causa de una terrible depresión, apenas salía de casa y no quiso decirle a Ted lo que le pasaba, aunque él lo adivinó en cuanto supo que su hijo planeaba estudiar en el extranjero. Cuando subió al taxi que había de llevarlo al aeropuerto, ella no bajó, le dio un beso y lo oyó arrastras la pesada maleta por la escalera hasta el portal. Después, no abrió la ventana, se conformó con mover las cortinas y verlo a través de los visillos. El miró desde abajo e hizo un gesto con la mano, a continuación se despidió de Ted que le ayudó a poner la maleta en el maletero y desapareció. Eso fue todo, no lo volverían a ver hasta 67


nueve meses después, en vacaciones. A una de esas horas de la tarde en que el edificio quedaba en silencio se asomó a la mirilla para ver la escalera, era un piso por planta, cuatro plantas y una sin habitar, sin niños, un edificio de más de cien años, sin ascensor, sin portero, sin ventilación, oscuro y polvoriento. Abrió la puerta y bajó la escalera con algún temor indescifrable, el portal estaba abierto; no había costumbre de pasar la llave; además, la cerradura estaba bloqueada y habría que cambiarla. Era un proceder mecánico, medido y síntoma de sus temores. Había bajado la escalera tan despacio que nadie hubiese oído sus pasos, y cerró la puerta de casa procurando que la llave se deslizara sin apenas sentirlo. Se detuvo antes de salir y puso las llaves en su bolso, miró a la cafetería y vio a los muchachos que o le quitaban ojo a través de una ventana. “Ya están esos ahí”, dijo entre dientes. Olvidó revisar el buzón de correos, aunque lo había hecho por la mañana y si había alguna cosa no podía ser más que propaganda. En un minuto, sin que los pies se hubiesen acostumbrado aún a los adoquines, caminaba calle abajo. Fue entonces cuando los muchachos se movieron y se reunieron alrededor del teléfono en la esquina de la barra. Incluso si se hubiese tratado de un amanecer en el ejército no se habrían movido con tanta agilidad. Cuando al volver, ya de noche, descubrió que le habían reventado la puerta y le habían entrado a robar desde el principio dijo, “tal vez no fueron ellos, pero avisaron a alguien de que la casa estaba vacía”. Lo sostuvo durante años, esa fue su versión y nunca la cambió, ¿pero quién podía saber una cosa así con certeza? La policía tomó huellas y no encontró nada, nunca se supo quién entró rompiéndolo todo, tirando cajones por el suelo y violando su intimidad, para sólo llevarse la televisión, tal vez, porque nada más tenían de valor. Ted estaba demasiado cansado para montar un numerito, se limitó a llamar a la policía y sentarse en un sillón a pensar como harían esa noche para cerrar la puerta de la calle y atrancarla hasta que pudiera llamar a un cerrajero en horario laborable. Se le quitaron hasta las ganas de ir a mear, hasta que se volvió a levantar del sillón e hizo pasar al policía. ¿Qué más podía hacer? Se había hecho de noche y Sue encendió todas las luces para dejar a aquel hombre trabajar con sus polvos en los marcos de las puertas y sus fotografías. Apenas le prestaron atención pero les dijo que era bastante corriente lo que estaba sucediendo en los pisos de tanto años, las puertas no aguantaban una patada. No debía de ser un buen día para nadie, aquel hombre parecía malhumorado y se fue antes de que tuvieran ocasión de hacerle algunas preguntas. Ted salió del baño, le dio la mano y las gracias y lo despidió. Ese fue el momento en el que empezó a pensar en comprar un arma. Lo cierto es que aquel mediodía habían puesto una escena en la televisión de una matanza de un instituto escolar den los USA. Uno de los alumnos se había presentado con un arma larga semiautomática y se había liado a tiros con todo el que echaba a correr en el aparcamiento, después había entrado en los pasillos y había seguido hasta su aula, finalmente disparó contra sus compañeros de clase y se suicidó. La habitación continuaba con la luz encendida después de que Sue apagara todo el resto y se sentara en la cómoda para limpiar el maquillaje que se acumulaba en las orejas, la comisura de los labios, y bajo la nariz. Se hizo un gran borrón y lo fue arrinconando con papel y algodón hasta que creyó que lo había arrastrado todo, después apoyó el codo sobre la cómoda y, a su vez el mentón sobre la mano, sosteniendo la cabeza con resignación. “Bueno, otro día que se va”, dijo para sí, y cerró los ojos. 2 Una nota insistente Coincidió que el día de la semana que se levantó más cansado y dolorido era el lunes de la 68


primera semana de mes, que, a su vez, era el día que solía ir al banco a retirar su pensión y cancelar algunos pagos. No le dijo nada a Sue, pero estaba aturdido, el café le supo al acero de la cafetera y miró a la calle sin confianza en que se pudiera recobrar para convertir la mañana en un bonito paseo de un día que había salido soleado. Ted le dijo que visitaría a Helmut, un compañero de trabajo durante más de treinta años, y que lo invitaría a cenar. Para Sue no cabía duda, Ted no había superado la jubilación anticipada y se veía viejo y cansado, tal vez, inútil y poco valorado; ese era el tipo de cosas que sucedían llegado aquel momento y tampoco era cosa de ir a un psicólogo por tan poco, o al menos, eso era lo que ella pensaba. No había estado en condiciones de tomar una buena decisión en los últimos meses, y la había sorprendido al preguntarle si le apetecería ir a vivir al sur, donde el clima era menos agresivo y amenazador. Ella le contestó que no la separaría de la vida que había construido y que si se quería ir, tendría que hacerlo solo Helmut y Ted habían sostenido en el pasado fuertes discusiones acerca de a dónde se dirigía el sindicato, del poco futuro de la empresa y de si debían seguir presionando para cobrar sus atrasos o darle un respiro, ese tipo de cosas, pero también hablaban de libros y de cine, y sobre todo, de las mujeres y su comportamiento feminista. “Estamos acabados, ellas dominan el mundo”, había dicho Helmut en una ocasión. Y en la suposición de que así fuera, ¿qué probabilidades tendrían de volver a casarse si decidían divorciarse? “Estimado amigo, para las mujeres tu has sido un mal marido. Te miran por encima del hombro. Has fracasado como marido y eso no te lo van a perdonar. Has hecho sufrir a una de ellas; y ya sé que me vas a decir que eso no ha sido así, pero las mujeres que hay a tu alrededor, posiblemente todas menos tu madre, así lo piensan”. Ted daba consejos matrimoniales y sobre las mujeres a Helmut, y su amigo lo miraba con cierta desconfianza porque se creían en situación de empezar algún nuevo romance con una mujer de su edad, es decir, en la más avanzada madurez. No parecía una mañana demasiado clarificadora para nadie, pero estuvo de acuerdo en pasarse a cenar si eso no iba a ser una molestia para Sue, y Ted le respondió que cocinaría él y que no supondría ningún trabajo para ella, al contrario. -¿Te acuerdas de aquel chico, el amigo de Terio? ¿Cómo se llamaba....? Vinicio, eso es. Murió hace un par de años. Era un chaval de los que todo el mundo dice que era bueno. -Siempre iban juntos. Sí, lo recuerdo. Se metió en asuntos muy turbios. A la clase trabajadora la han esquilmado siempre que han podido eso cabrones, nos han quitado el dinero con el alcohol y las drogas, y nos lo ofrecían como nuestro único consuelo y para que nos muriéramos pronto y sin protestar. -Hay algunos amigos, incluso amigos de tus hijos a los que nunca olvidas, porque no esperabas que acabaran así. Además era el hijo de una amiga de mi mujer y venía mucho a casa desde muy pequeño. Fue un asunto muy feo. -Sí, los recuerdo a los dos hace unos años, siempre iban juntos. Ahora no nos queda mucho más que los recuerdos. A veces en los periódicos locales salían sus montajes teatrales, muchos éramos los que lo leíamos y sabíamos que era tu hijo y también conocíamos a Vinicio de esta parte de la ciudad; era un tiempo en que aún te encontrabas gente por la calle y los saludabas – dijo Helmut sin dejar de cortar un trozo de su carne. -Sí eran tiempos muy buenos, o al menos, mejores -puntualizó Sue que había pensado en acostarse pero al final se quedó para cenar con ellos-. Ese chico, Vinicio, de niño era un encanto, y no se trataba de uno de esos jóvenes tristes y melancólicos, era alegre y dispuesto a hacer bromas. Por eso nadie se esperaba que se fuera tan pronto. Llevó mucha gente al entierro, era de esperar, y Terio quería ir a sus clases de interpretación la tarde del entierro, esas cosas pasan con los jóvenes tímidos. Ted se enfadó muco con él y lo hizo acompañarlo al entierro, pero no se acercaron a hablar con su madre, esperaron a que terminara y se fueron mientras el cura iba recogiendo. Yo los esperé en el coche, lo recuerdo muy bien. -Sí, siento decirlo, pero no fue nada que no le hubiese podido pasar a Terio o a cualquier otro -añadió Ted. -Cuando descubrimos que la vida es un encierro, nos cabreamos como niños. Con Vinicio empezó 69


todo, cumplimos años viendo desaparecer una generación por las drogas, pero también la nuestra..., cada día se nos muere un amigo de la infancia, un familiar o un compañero de trabajo. Nos están cambiando el mundo tal y como nos acogía. -Es decepcionante que todo pase así, lo sabemos, pero no ganamos nada dándole más vueltas -dijo Sue que parecía la más lúcida de los tres. -Debe ser así, y seguimos con nuestras pequeñas contrariedades. No sé si le podemos llamar optimismo -le respondió Helmut con una sonrisa. -Estamos muy mayores y sólo hablamos de calamidades, esa es la verdad. Siento haberte invitado para ponernos tan trascendentes. La conversación fue variando y terminaron por hablar de una nueva matanza en un colegio de los USA. Al perecer, competir les volvía locos, y llegaron a esa conclusión porque en otros pueblos menos ambiciosos no pasaban esas cosas. Las posibilidades de salir adelante en un mundo así, dependían plenamente de las armas y usarlas para hacerse respetar. -Estamos hablando como fascistas -dijo Helmut. -No, estamos hablando de como viven y lo que piensan, los fascistas -replicó Ted. Al escuchar la conversación entre los dos hombre, Sue analizaba cada palabra y casi se diría que intentaba encontrar puntos de coincidencia con aquella búsqueda, que al fin no tenía mucho que ver con la forma que ella tenía de ver las cosas. ¡Eran tan diferentes! Siempre que Ted invitaba a alguien a cenar, Sue se empeñaba en sacar su vajilla más antigua y cara, y eso debía ser porque no tenía demasiadas ocasiones para hacerlo. Cenaron carne con patatas y guisantes, y tomaron helado de postre y café. Después, Sue se empeñó en encontrar y enseñarles unas fotos de Terio y Vinicius cuando eran unos “pollitos” y se habían empeñado en estudiar arte dramático. -Una vez le oí decir a una de las amigas de mi hijo que si no se empeñara en imitar a Marlon Brando, tendría mucho más éxito con las chicas. Volví a ver a aquella chica un año después, estaba casada y embarazada. ¿Qué os parece? Sin conocerme de nada, me daba lecciones de como debía ser y vestir mi hijo. No le hice ni caso, por supuesto. Ted parecía hablar sin ningún sentido, entretanto, Sue se había sentado al lado de Helmut y le enseñaba las fotos, pasaba las páginas y señalaba con el dedo aspectos que le parecían relevantes de aquellos tiempos y la vida que los dos chicos había vivido en ellos. -El café Alataque. Ya no existe. Ted y yo íbamos ahí antes de casarnos. No había sido una noche tan especial ni una aventura inolvidable, de todos modos, durante el tiempo que duró, a todos les pareció una conversación estimulante. Se resistían a dar terminada la noche , incluso cuando Helmut había acudida a aquel encuentro pensando en que al terminar, podría tomar la última copa en el Chichirri, un bar de ambiente, barato y sin pretensiones, y hablar un rato con Reniata, que era de las chicas que allí confluían, de las más cariñosas. Pero no había prisa. Una de las fotos de Terio estaba rayada, como si hubiese pasado mucho tiempo doblada y al intentar volver a su ser, se hubiese rasgado la doblez. Aparecía en la playa, con las manos en alto y en cada una de ellas una pistola revolver de plástico imitación a las de las películas del oeste. -¿Así que te entraron a robar? -preguntó Helmut sin demasiada gana. -No sé que pretendían encontrar, esto no es una mina de oro. Pero he conseguido una pistola, como vuelvan por aquí, les meto cuatro tiros a esos cabrones -Ted seguía muy enfadado, y ni siquiera la buena charla y la cena habían conseguido rebajar el tono al hablar de aquel mal día. -¡Relájate! Hacerse mala sangre no ayuda. -No, no me relajo, no. Robar a gente trabajadora, seguramente para gastarlo en drogas y diversión. Tras hablar de esa manera se levantó y se hizo el silencio. Se quitó la chaqueta y volvió de la habitación con una bata de estar por casa, lo que anunciaba que ya no iba a salir ni al bar de al lado. Se inclinó sobre el sillón, pero antes de volver a sentarse se aseguró de que dejaba el tabaco cerca para no tener que levantarse de nuevo. Lo puso en la mesita, donde lo podía coger estirándose un poco; fue entonces cuando Sue bostezó por primera vez, sin complejos y dispuesta para retirarse y 70


meterse en cama sin esperar a que ellos terminaran su conversación. Se despidió y desapareció cerrando la puerta de la habitación tras de sí. -La gente trabajadora, eso que somos sin remedio. Nos pasamos la vida trabajando, trabajando, trabajando y un día nos morimos, y no hemos entendido nada. Helmut sabía que ponerse el pijama había sido una señal, como decirle a Sue que estuviera tranquila y que se acostara que ya no iba a salir. Así que cuando se despidió no insistió sobre lo de que bajara con él a tomar un gin tonic en el bar de abajo. En otros tiempos, tal vez se hubiesen ido los dos de juerga hasta las tantas. -¿Sabes? He visto a Gutiérrez -Gutiérrez no había sido un mal jefe y por eso lo recordaban sin ambages, sin embargo estaba tan obsesionado con su trabajo que en su vida no había sitio para nada más-. Yo salía del médico de verme la rodilla, y por detrás me pareció un anciano. Arrastraba los pies y se tomaba su tiempo para avanzar apoyado en la pared del ambulatorio. Me dio mucha pena, era un cadáver ambulante, ¿como los zombis que acompañan a Jackson en su canción? Pues así. Terrible; ya no remonta. Iba a bajar del coche y aparcar encima de la acera para saludarlo, pero ¿sabes qué? Pensé que me iba a preguntar por los resultados económicos de la empresa y eso me enfado y seguí adelante sin mirar atrás. -Lo entiendo. Creíste que no valoraría tu gesto. -Algo así. Tal vez la cena de aquella noche no había servido para ser los mejores amigos del mundo, ninguno de los dos creía en eso, pero les había gustado hablar de como iba pasando todo sin apenas darles tiempo a pensar. Era una forma de derribar todos los acontecimientos que los habían forzado a vivir de una determinada manera, analizando como habían sido forzados a ello y concluyendo que, como sucede en las cárceles, los guardias, de alguna manera, también son presos. No todo había sido trabajo duro que no pudieran realizar en las mejores condiciones. En cambio, podía seguir viendo como les había ido a otros e intentar encontrar algo de suerte en sus vidas a pesar de todo. Helmut volvió a pensar en Reniata cuando ya se estaba despidiendo, pero no quiso comentar de eso Ted. En otros tiempos, su amigo se reía de él porque decía que era muy enamoradizo -Debes mantenerte alejado de las putas Helmut, o le declararás tu amor a todas después de echar un polvo-, le decía riendo. 3 Angustia insensata, trastorno dismórfico. Sintió una conmoción cuando salió a la calle y respiró el aire frío de la noche, como una bofetada. Si Reniata descubriera que tonteaba con otras chicas, no le importaría, no se enfurecería como su exmujer hacía, no le pedía nada más que su amistad y que se pasara de vez en cuando para invitarla a una copa, ese era el acuerdo, y a él le resultaba muy conveniente. Era muy adecuado por lo tanto ser bien tratado en aquel lugar en el que empezó a pasar muchas horas después de jubilarse. Pero cuando algunos clientes ocasionales de Reniata lo veían entrar le “torcían el morro”, porque sabían que aquella noche les iba a ser difícil dar rienda suelta a su pasión anormalmente encendida. Era como si el hecho, de que él estuviera allí acompañando a la chica, le hiciera a otros hombres desearla como él lo hacía. La edad no perdona, ya no era ni sombra de lo que había sido: Le creciera el estómago y las tetas, la papada, y las bolsas debajo de los ojos. Ya no podía ni recordarse a sí mismo tal y como había sido y la vitalidad que lo había acompañado. Todos aquellos esfuerzos al cumplir los cuarenta por 71


mantenerse en forma se habían ido por el retrete, no mas ejercicio, no más deporte, no más dieta ni tomarse la tensión en las farmacias, nadie puede ir contra la naturaleza y lo que tuviera que pasar, iba a pasar. Tantos esfuerzos no conducían a nada, se arrugaba sin remedio. No era poca cosa evitar todo lo que le había empezado a sentar mal, y muchas otras cosas que no quería saber; por eso no iba al médico. Además de la energía perdida, estaban los lunares de color sospechoso, las heridas que tardaban en cerrar y los dolores internos que le provocaba el cinturón de hebilla grande y que le hacía pensar que algo iba mal en sus vísceras. Por fortuna nunca hubiera nada de enfermedades venéreas, ladillas, verrugas ni eccemas sospechosos. Había divorciados que se cuidaban menos que él, pero le gustaba la cerveza y de vez en cuando una copa, nada que no pudiese asumir durante unos cuantos años más. No le resultaba muy creíble que Reniata pudiese sentir ningún tipo de interés por él, sobre todo desde que mostraba cierta preferencia por desaparecer con clientes a los que doblaba la edad. Entonces comprendió que no iba al Chichirri a tomar copas por la compañía de Reniata, sino por evitar volver a casa demasiado pronto y encontrarla vacía, y también porque después de beber un poco dormía a pierna suelta. En ese tipo de cosas era en lo único que podía pensar aquel día, y concluyó que Ted era un tipo con mucha suerte. Con su exmujer, desde el principio del divorcio, había mantenido una distancia prudente, lo que era lo mejor no habiendo hijos que impusieran que deberían seguir teniendo algún tipo de relación y problemas que solventar en común. No había nada de eso. Al principio, una vez ella lo había llamado por unas facturas que habían quedado sin pagar, y Helmut estuvo dispuesto a compartir el gasto; eso fue todo, no lo volvió a llamar y si se habían visto había sido de una forma fortuita y pasajera. Tampoco se había tratado de una separación traumática, con insultos y reproches, pero si él hubiese sido un poco más orgulloso, tal vez no le hubiese consentido algunos desprecios. Pero había sido capaz de reaccionar en esos casos, que por el contrario, nunca hubiese consentido a un hombre. Entonces podrían haber empezado una terrible escalada de rencores más o menos violentos, y eso no estaba en la mente de ninguno de los dos. Estaba claro que ella no lo aceptaba de buena gana, que, en cierto modo, le había aguado la fiesta, pero lo cierto es que lo había encajado bien y había dado los pasos necesarios para separación sin ni siquiera preguntarle; dando por hecho que aquello no funcionaba, y era lo mejor. Él la vio actuar con tal decisión que sólo pudo agradecer la brevedad de los trámites y verse instalado en su nueva vida en cuestión de menos de un mes; todo un record en su caso. Un hombre enorme con traje impecable fumaba un pitillo apoyado en un coche caro, se notaba desde lejos que era policía. Llevaba unos zapatos con puntera exageradamente alargada, la chaqueta la prendía con un botón en mitad del pecho, pero le quedaba tan apretada que le oprimía los sobacos y los brazos como si fuera a reventar, parecía que ese día le había dado el cambiazo a alguien en el gimnasio, y por ahí, en alguna parte, debía andar un tipo con una chaqueta parecida con las solapas por las orejas. -Vas a coger frío “tío” -le advirtió Helmut que se encontraba especialmente chistoso en aquel momento. El otro lo mandó a alguna parte que no pudo descifrar porque sonó como si se hubiese comido las palabras. Helmut pensó que esos tipos nunca llegaban al Chichirri solos, o su amigo estaba dentro o servía de escolta a algún político local. No es que no hubiese policía allí de paisano. Estaba claro que a los policías les gustaba mucho pasarse por allí al terminar su jornada, siempre había algún prepotente sobrepasándose con las chicas o bebiendo como un amargado, pero no era habitual verlos de servicio esperando en la puerta. En los últimos meses no habían dado ningún problema, ni solían hacerlo cuando se emborrachaban, al menos, no en mayor medida que otros clientes. Algunos eran muy profesionales y sólo buscaban un poco de diversión, otros actuaban sin control, sin importarles nada y haciendo más ruido del necesario. Cuando vio a Reniata se acababa de levantar de una mesa con cinco o seis tipos y algunas de las chicas, se acercó a la barra y lo saludó poniéndole la manos con dos dedos en forma de pistola en el 72


costado: “Alto, atención, queda usted detenido”. -Vaya. Mi chica preferida. -Joder tío, esto hoy está lleno de policía, y un ministro nada menos. Todos borrachos. ¿Hay elecciones o qué pasa? -Que yo sepa no. Ni idea. -¿Ha sido una gripe, te has ido de viaje al polo norte, o tu larga ausencia se ha debido a que te ha secuestrado el FBI? -preguntó Reniata enfáticamente. Helmut creyó que se merecía la reprimenda. Solía desaparecer por mucho tiempo sin dar señales de vida, para a continuación aparecer una noche lluviosa, como si nada. En su último encuentro, Reniata le había hecho demasiadas preguntas personales y eso lo había determinado todo. A ella eso no se le había pasado por alto y mantenía una actitud resentida y distante, pero sabía que se le pasaría enseguida. -¿Esa chica no es Ritta? ¿No estaba embarazada? -inquirió con un movimiento en su ceja derecha y sin mover las manos. -Tuvo que abortar. No lo podía tener. Un estruendo procedente del fondo del local los alarmó. Alguien tiró una mesa y se levantó de golpe. Estaba muy borracho y amenazaba a todos a su alrededor. Solía pasar que cuando había alguna discusión, alguien subía la música y nadie prestaba demasiada atención al altercado. Las chicas como Reniata no dependían del local, entraban y salían a su antojo, solas o con quien ellas querían, pero había dos chicas que habían sido contratadas para espectáculos, y se subían a la tarima para bailar en topless, o representando deportistas, boxeadoras, luchadoras de camisetas mojadas y los fines de semana, futbolistas. Ni que decir tiene que la ropa le quedaba tan ceñida que casi siempre terminaban por perderla. Aquellos espectáculos, por extraño que parezca, en ocasiones tenían patrocinadores, y Helmut suponía que esos señores solían invitarlas a ver sus fábricas y sus despachos, los fines de semana. Ni Clinton en sus mejores tiempos se habría complicado tanto para llevar unas chicas a su despacho oval. -No soporto a los mojigatos, debe ser uno de los patrocinadores que se creen los dueños del mundo. Me considero una mente abierta, ¿sabes? No podría juzgarlos porque les guste la diversión y las chicas, pero son los mismos que reprimen a sus trabajadores si hablan con las chicas de la empresa y los amenazan con despedirlos. Van a misa los domingos y llevan una vida muy respetables, pero les gusta divertirse. Yo no puedo acusarlos de libertinos por eso, no me considero mejor que nadie, aunque ellos, en ocasiones me juzguen a mi. Una vez tuve una cosa en la empresa con una compañera, lo que se dice un romance. ¿Sabes Reniata? A ti te deseo mucho mucho más, pero no me contuve, y me castigaron. -Deberías dejar de beber. Estas bastante borracho -le respondió como si no deseara seguir escuchando sus aventuras. Aquello solía empezar así y terminaba hablándole de los compañeros que iban desapareciendo, los que no había vuelto a ver más y los que había caído enfermos. Por mucho que el dueño del local deseara tener más chicas y menos patrocinadores, nadie podía obviar que juntos mantenían otros negocios más productivos aún que los mal llamados, bares de ambiente. Ni siquiera en momentos como aquel en que uno de sus amigos, en este caso un cargo político importante, se levantara ciego de alcohol, prometiendo venganza y muerte a los que lo habían avergonzado, podía renegar de sus amistades. Aquel hombre, volvió a entrar con una pistola en la mano, buscando a aquellos que lo habían insultado, ultrajado, faltado al respeto y sólo Dios sabe, cuántas cosas más. Por fortuna el dueño salió disparado (nunca mejor dicho), al tiempo que decía a un camarero, “ve a buscar a Bembeta, ¡corre!” Bembeta era una chica africana que por su procedencia no tenía los papeles muy fiables y su edad estaba más que cuestionada, pero fue lo único que calmó al congresista, concejal y secretario local del partido. En cuanto se la dejó ver y le contó de lo que era capaz al oído, el político olvidó sus pendencia y se enfundó la pistola de modo que el cañón frío le tocaba sus partes cuando se movía. Se alejó apoyándose en el hombro de la chica que apenas llegaba con su cabeza a su pecho y podría haber pasado perfectamente por una 73


enfermera o una cuidadora de ancianos por la dedicación que ponía en su labor. No los volvieron a ver en toda la noche. -¡Ves! Sólo el amor salva. Sea como fuere, no era aquel mundo sórdido pero sorprendente, lo que desagrada a Helmut. Al contrario, parecía lo único que podía sacarlo de su acostumbrada melancolía. No podría deshacerse de sus amigas, ellas siempre le daban conversación en tales casos, era una forma de vida, que, por supuesto, el también compartía, a pesar de sus largas ausencias. -Hoy todo el mundo busca una pistola para hacerse respetar. Mal asunto. Intentaba pensar en lo que le había dicho Ted durante la cena, aquello de que se pasaban la vida trabajando y de que un día se moría sin haber entendido nada. Se trataba de algo realmente reseñable que cuando estaba con gente que le hablaba de cosas que no le interesaban demasiado, intentara poner su cabeza lejos de allí: Lo había hecho con Ted y ahora lo hacía con Reniata. No era la primera vez que se analizaba a sí mismo, y su capacidad de abstraerse de la realidad pensando en cosas que habían pasado muy lejos del lugar en el que se encontraba. Desde luego que la vida no daba muchas oportunidades, y aún aprovechándolas, nadie podía saber si había valido la pena tanto esfuerzo, tanto sacrificio obrero, postrado y tragando sapos cada día, demasiadas horas al día. Por primera vez en los últimos meses, se había sentido animado y no se lo debía al alcohol, en seguido comprendió que cenar con su amigo había sido como darle sentido a todos aquellos años. Cuando Reniata le cogió la mano para pedirle que se acostara con ella, él pensaba en la suerte que había tenido su amigo al poder pasar aquella velada en su casa, vería la televisión hasta que cayera de sueño, apagaría todas las luces y después intentaría meterse en cama sin despertar a Sue. Sentiría la respiración pausada de su mujer acostumbrada, probablemente, a un sueño tranquilo y confiado, del que él, Ted, era parte. -Ya lo hemos hablado otras veces, prefiero seguir siendo tu amigo a que pienses que te frecuento por calmar mi deseo. No se puede sorber y soplar a la vez, tengo un amigo que suele decir eso. El amor de los que pasamos de una edad no dispone del tiempo necesario para vivir una vida juntos, de establecer ese compromiso de enfrentarnos juntos a las contradicciones de la vida, y sobre todo a las contrariedades. Eso es lo que pienso. -No te enrolles que no te iba a cobrar, pero sólo de momento. Hemut pensó que no había sido convincente. Había intentado darle la vuelta al deseo enfrentándolo a la aspiración juvenil que una vez tuviera de vivir al lado de otra persona con un proyecto común. ¿Cómo se le pudo ocurrir hablar de ese tipo de cosas sentado en la barra de un bar, a las tantas de la madrugada y con un interlocutor, mujer, que creía que todos los hombres eran iguales? -¿Sabes qué? Creo que me gusta la soledad -ella lo miraba fijamente mientras bebía-. Hace unos días me pasó algo, que no debía ser una novedad. Una de esas cosas que has visto un millón de veces sin que te llamara la atención, y de pronto, ¡zas!, te hipnotiza y te quedas mirando como un tonto. Algunos hombres pierden el miedo a lo que pueda pensar la gente, y, sobre todo, lo que puedan pensar sus familiares. Hombres solitarios y mayores como yo que desean compañía y están cansados de acabar los sábados bebiendo en bares retirados hasta las tantas. Uno de esos hombres que yo conozco y al que suelo encontrar haciendo la compra, ya jubilado y con más sesenta años se fue a cuba con la intención de conocer alguna muchacha joven, y lo consiguió. Hay mujeres que hacen lo mismo, no creas; mujeres mayores que desean ser acompañadas por cubanos jóvenes -Reniata bajó la cabeza como si no deseara que él descubriera que le gustaba llevar a la cama a chicos jóvenes. Helmut no estaba seguro de si contaba aquella historia para hacer desistir a Reinata de su propósito de seducirlo, o si en realidad, aquella historia le había impresionado y deseaba contársela a alguien. A pesar de todo, disfrutaba contando y viendo como ella ponía tal atención que se le quedaban las pajas de plástico de su combinado pegadas a los labios y así permanecía unos instantes con la boca abierta, concentrada y sin perder detalle. 74


-Volví a ver a ese hombre haciendo la compra, acompañado de una mulata exuberante. Era una mujer de carácter que compraba todo lo necesario para cocinar sin obviar que su nuevo novio, no sólo le había pagado el billete de avión y le había ofrecido su casa y su cama, sino que la seguía como un corderito con el carro del súper a unos dos o tres prudentes metros. Ella se estiraba para coger los productos de las estanterías y aquel descomunal trasero, su pecho pequeño, sus labios prominentes y sus pantalones apretados en las ingles, quedaban a la vista de todos. No había nadie, hombre o mujer, que no echaran un vistazo furtivo a aquella diosa Rubens huida de uno de sus cuadros y colocada en casa de un madurito español enfrentándose a la la última etapa de su vida. -¡Qué cachondo el tío! -susurró Reniata, con una voz grave que le pareció de un transexual y que le pareció tan excitante que se detuvo un momento antes de seguir con su historia. Después de todo, aquello era para ella la mejor distracción en muchos días y él disfrutó viendo los gestos y comentarios que hacía. -Supongo que del mismo modo que él disfrutara descubriendo todos los productos caribeños en sus mercados, la chica parecía incapaz de procesar toda aquella información. Y supongo que para ella, era mucho mejor que estar en una joyería comparando relojes de diamantes que su nuevo novio no podría pagar. Habían llegado a un acuerdo, eso para mi está, claro. Él tuvo que convencerla de vivir los dos con su pensión y le ofrecía un mundo nuevo que se abría a sus ojos. Estaba encantada. Pensé que ella lo abandonaría en cuanto no fuera capaz de satisfacerla sexualmente, pero enseguida me dí cuenta de que era pura envidia, porque yo no sería nunca tan valiente de dar un paso semejante. Esa era la verdad. Aquella noche, algunas chicas entraban y salían riendo como si volvieran de una fiesta, la música ya no estaba tan alta y las canciones se volvieron románticas, tristes y melancólicas. Lo peor para acabar una noche de borrachera. Un tipo se acercó y le dijo algo a Reniata al oído; se fue con él. Helmut se quedó solo, pensando en aquel tipo jubilado con su joven novia mulata haciendo la compra en el súper. Todo bien, el mundo seguía dando vueltas.

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A pecho lleno

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1 A pecho lleno Que la ex-novia de Harold volviera a casa una semana después de plantarlo por otro tipo para pedirle ayuda, con un ojo morado y su ropa en bolsas de plástico, da una idea de lo poco que lo valoraba y a poca dignidad que tenía. Con una historia sorprendente y deslumbrantemente adornada, la muchacha explicó en un momento como había cambiado su suerte el día que lo dejara y como se había arrepentido de su decisión desde entonces. Harold la miraba con desconfianza y se preguntaba si la seguía queriendo -creía que no, pero se resistía a aceptarlo-, de todos modos, en aquella semana habían cambiado algunas cosas, él ya no tenía espacio en los armarios para su ropa porque había alquilado una habitación a un artista -un viejo amigo que hacía performances sobre el cabaret, los hombres vestidos de mujer y los drags que hacen chistes sobre el matrimonio entre parejas del mismo sexo y que conocía desde mucho antes- y se había comprado un loro, nada menos. En una semana todo había cambiado radicalmente, lo que sólo tenía una explicación, Harold ya hacía mucho tiempo que venía preparando ese cambio. Le sorprendió que ella se presentara sin más con aquella apariencia, en la puerta de su casa. Ningún tipo de aviso previo ni llamada telefónica, medió entre su decisión y el momento que tocó el timbre, con las bolsas de basura delante de la puerta que Harold abrió tan confiado como sorprendido un segundo después. -No encontré las maletas y no quería permanecer allí un segundo más, lo siento. -Estoy acompañado. -Sólo por unas semanas, hasta que pueda organizarme. ¿Es una mujer? -Más o menos. He alquilado una habitación -le dio algo de información. -¿Es tu pareja? ¿Estabais en ello? -No es mi pareja, pero ahora lo comprenderás, es un artista -Leslie pasó y vio a Christian memorizando un pasaje de su nuevo monólogo. Vestido de mujer, agitaba los brazos en el aire mientras decía:”¡Dios salve a la reina! Conocí a Fredy en el metro de Barcelona y me invitó a pasar el fin de semana en su mansión en Escocia. Yo me dedico a los monólogos, así que pensé que sería una buena ocasión de obtener información sobre el mercurio para uno de mis shows...”- Christian parecía dispuesto a seguir indefinidamente declamando y leyendo sin tener en cuenta que ellos habían entrado en la habitación. Se trataba de una ficción acerca del Rock, pero las puyas a la monarquía de su espectáculo eran evidentes. -Conozco a Christian desde el colegio, es un viejo amigo, nunca esperaría nada malo de él, si te quieres quedar unos días, tu ropa se queda en las bolsas y tu dormirás en el sillón del salón. -Podríamos dormir juntos. No iba a pasar nada. -No. Tanto el sillón del salón, como la misma alfombra que cubría el suelo, eran soluciones parecidas, no podía guardar su opinión al respecto, eran duros como piedras. Pero, la única cosa que podía hacer en aquellas circunstancias, era aceptar la proposición de Harold, después de todo no se había portado bien con él y era normal que estuviera resentido. Nada de lo que pudiera hacer Leslie le podía sorprender ya. Le preocupaba aquel ojo morado, pero no iba a hacer nada por conocer al hijo de puta que se lo había puesto así, porque, 77


posiblemente, conociéndola a ella, aquel tipo tendría la cara como un mapa de carreteras de segunda. A fin de cuentas, ella ya no le era nada, y a pesar de que era bastante más joven que él, sabía defenderse sola. En una ocasión, la había visto mostrar su spray de pimienta a un guarda del METRO que se puso borde y se sobrepasó con ella; no se atrevió más que a dar media vuelta y dejar de molestarla, cuando en realidad ella no llevaba su resguardo ni tenía dinero para comrar un pasaje. Ese tipo de cosas era lo que le daba aquel carácter insostenible, aquella forma de ser que lo sabía todo y no sabía nada en verdad. Harold se había preguntado más de una vez, ¿cuántas manos la habrían tocado? -en ese sentido que es el peor de todos-. Y la respuesta había variado según el momento, pero de algo estaba seguir, nadie lo había hecho sin su consentimiento. Harold no era su padre, eso era lo primero que debía tener en cuenta, y lo segundo, que a pesar de los pesares, no podía dejarla tirada y el sofá del salón era la única solución disponible en aquel momento. Christian se tomó la libertad, al tiempo que daba dos besos a Leslie, de criticar su falta de gusto, o lo que era lo mismo, el abandono que expresaba con su ropa y apariencia. “No te extrañe que si te veo por la calle no te salude, estás hecha una pordiosera sin zapatos”, y utilizó una analogía con la humildad de Jesucristo y andar descalzo, “pero tú no eres Jesucristo”, concluyó como si no deseara seguir predicando. En verdad se había metido en un jardín al emplear aquellas metáforas, del que no sabía como salir; “la religión no es mi fuerte, cariño. Pero, te hace falta un cambio urgente de estilo”. Sonó de nuevo el timbre y Harold se precipitó a abrir, lo que no hubiese hecho de no necesitar ausentarse de aquella escena y la tensa relación que se establecía entre sus amigos. Se trataba de Michele Bauer, una “empresaria” del ramo del cómic que, en ocasiones, le buscaba trabajo de guionista para cómics, tenía varias tiendas en todo el país, y era buena amiga. Le daba buenos consejos acerca de algunos temas sobre los que debería pasar de puntillas si quería llegar a un público más amplio con sus historias, pero Harold no solía hacerle caso. Pese a que la apreciaba en lo que valía, no solía seguir los consejos de nadie en lo que respectaba a sus historias. Además de eso, Michele no tenía un carácter fácil, así que nunca le decía que no, abiertamente, y hacía lo que ella deseaba al final. Leslie parecía consternada por conocer a aquella gente a la que no había visto jamás en el año que había pasado unida sentimentalmente (por así decirlo) a Harold. Nunca le había hablado de ellos y eso le hacía adivinar que había mucho que no sabía de su vida y que probablemente se había perdido para siempre. Guardaba silencio mientras Michele soltaba a Harold una reprimenda por no haberla llamado en tanto tiempo, “sino te llamo yo, tú no te mueves...” y, a la vez, mientras Christian afirmaba que si él tuviese un trasero como el de ella, no tendría problema en conseguir una programa de variedades en la televisión local. La propia escena vivida en aquel momento, se parecía mucho a las escenas que Harold escribía en sus guiones. No tenía una objeto que tanta gente se juntase sin un propósito común, y de momento eran cuatro, pero aquello podía seguir subiendo hasta el infinito. Tal vez para él, más de tres era multitud, sin embargo, intentaba ser benevolente incluso cuando se empeñaban en hablar todos a la vez. Con tal fin, renunciaba a expresar su opinión acerca de nada o tener que opinar si para ello necesitaba pasar por encima de otra opinión que posiblemente empezara a vertirse en el mismo momento que la suya. Era esa una peculiaridad de Christian, le gustaba hablar, hablaba mucho y continuamente, y era capaz de competir en eso con sus mejores amigas, que también parecían capaces de hacerlo a toda velocidad y manteniendo varias conversaciones a la vez. Y nada sería relevante si no fuera porque Michele parecía interesada en decirle algo interesante que pqrecía mascar de antemano, y eso no terminaba de surgir, porque el incipiente concursante en le concurso de drags de la ciudad -no eran nada despreciables los carnavales de drags, y sólo equiparables a la semana santa en lo que a su estética se refería-, se empeñaba en preguntarle donde había comprado su gabardina, si frecuentaba boutiques o almacenes, y cosas parecidas. -¡Eh Harold, abre la puerta del portal que se ha vuelto a escarayar el telefonillu -alguien gritó con acento asturiano, desde la calle. Era el repartidor de pizzas, al que conocía desde hacía algunos años 78


y con el que había pasado algunos momentos memorables de diversión urbana y nocturna. Se asomó a la ventana y la arrojó las llaves para que él mismo abriera y subiera. -¡Tío, si no vivieras en un primero, íbamos a tener un problema. Sin ascensor, no hay pizza -dijo bromeando ya en la puerta del piso. -El mismo trabajo de repartir pizzas, le permitía a Derek tener tiempo libre para estudiar arte y ensayo. Los mismos estudios eran una forma de reafirmarse en su valía, una especie de confirmación de algún talento escondido. Y en su caso, tanto Harold como Leslie, siempre lo habían tratado más como un estudiante que como un repartidor, lo que en el mundo competitivo en el que se movían, era de agradecer. Con la finalidad de aceptarlo más como amigo que como repartidor, o al menos de que los otros lo vieran como tal, se lo presentó, pero no necesitó hacerlo con Leslie, que se acercó a él para darle un abrazo. En esa presentación, Harold insistió en poner de relieve los estudios que cursaba y manifestar su confianza en que en un par de años tendrían un amigo actor de teatro. Derek no necesitaba tanta adulación superficial. Además, Harold ponía un tono muy de artificio cuando se metía en jardines de los que finalmente salía por los pelos. Como Michele se iba a quedar y no habían contado con la inesperada vuelta de Leslie, Harold preguntó a Derek si había forma de tener otra pizza. -¡Claro chico, en esta ciudad no hay nada que no puedas tener si pones la pasta encima de la mesa! Cuando al final de las presentaciones, Derek hizo un comentario acerca del olor a pizza de su ropa y la necesidad de irse para seguir con su trabajo para terminar pronto y lavarse, Michelle quiso comprender que había en él un cierto rechazo por la burguesía y que, de algún modo, así los consideraba y así lo daba a entender con su ironía. “Bueno pizzero, si te quieres ir, vete, nadie te retiene”, respondió con crueldad y cinismo. Harold pensó que Michele debería ser más condescendiente, pero enseguida se dio cuenta de que eso era también una forma de sentir lástima por los que se mataban a trabajar en trabajos manuales y de levantar pesos. Y que, en esos casos, nadie los podría librar de una respuesta como, “os podéis meter vuestra lastima en lo más sucio de las bragas”, o algo peor. El carácter violento de Derek lo llevó a añadir, ¿algún problema bitch?, mientras le ponía un puño cerrado y apretado como una piedra delante de la cara. -No se lo tengas en cuenta, está pasando por un mal momento. Michele quería que Harold viajara a París donde tenía una tienda y un gestor que se dedicaba a hacer tattos en la trastienda, “va por libre”, afirmó. Vendía suficientes cómics y no iba mal como negocio, pero había descubierto que metía la mano en la caja y no cumplía los horarios, se llamaba Aline. La propuesta era que se presentara allí, hablara con ella, le expusiera los motivos y la despidiera sin piedad. Michele añadió que eso no se hace por teléfono y que ella no podía desplazarse en aquel momento porque estaba montando un stand en la exposición de cómics del consistorio. “Cambiale la cerradura si es necesario, pero no lo quiero más en la tienda”. No la creyó del todo, pero era su tienda y podía hacer los cambios que quisiera. Le pagaría el viaje, pero le hizo creer que podría ofrecerle el trabajo, era un engaño y el viaje en autobús; muy poco deseable. Por si eso no era suficiente, Michele había contratado un viaje que iba a Oviedo, y allí tendrían que hacer trasbordo y entonces ya sí, directos hasta París pasando por San Sebastián, ¡un reto! Derek lo pilló al vuelo, iban a su tierra, y él llevaba un tiempo planeando un viaje por unos problemas familiares. No tardó en interesarse y le dijo a Harold que hablarían en otro momento para hablar de la posibilidad de viajar juntos. Derek no quiso volver a su trabajo aún, a pesar de que llevaba dos repartos bastante atrasados. Si alguien iba a hablar de aquel viaje en los próximos minutos, él quería estar delante. Sin duda todo el mundo se habrá hecho una idea de lo exigente que era Michele y la importancia que le daba a sus tiendas. No había muchas incógnitas acerca de ella cuando llevabas más de diez minutos compartiendo su espacio. No era el tipo de mujer misteriosa de la que uno no sabe que pensar o a que atenerse por mucho tiempo que pase, con Michelle todo estaba claro desde el principio, sin ambigüedades. Tampoco se podía decir que Harold no pusiese todo de su parte para 79


intentar comprenderla, además le había ayudado en una ocasión que le hiciera falta dinero y, aunque no se lo decía, lo miraba como si se lo debiera. “Maldita sea, voy a tener que ir a Francia... nada menos, Se lo debo”, pensaba con pesadumbre. Cuando se acepta a alguien por amigo, en ocasiones, uno permite, excepcionalmente, concesiones que normalmente no haría. Michelle debía ser esa excepción, una persona extraordinaria en algún sentido, de la que sin embargo no gustaba casi nada de lo que decía ni de como se expresaba. En otras ocasiones había intentado cortar sus argumentos, evitar exposiciones demasiado resentidas o poco lúcidas, pero casi siempre, en la tormenta de la intransigencia, se las arreglaba para terminar sus frases. Harold era muy consciente y tenía muy presente las prioridades de su amiga, no era una mujer joven y era de ese tipo de gente que considera más importante el dinero que los sueños, o el amor. Bajo ese enfoque, era el tipo de persona que a menudo saca a otros de líos inesperados, pero que a cambio exige una fidelidad dolorosa. Esa naturaleza, sin embargo, lejos de llevarlo a desear perderla de vista, parecía aceptarla y apreciar sus atenciones, con mejor disposición de lo que lo hacía con otras amistades. Por lo demás, si tardaba en dar señales de vida, él podía comprender que estaba inmersa en algún nuevo gran negocio, y como ella misma solía decir, “el negocio es el negocio”, porque de él no salía llamarla y no era del tipo de mujeres con las que se pudiera quedar para tomar unas cervezas. Harold también era consciente de como la miraban los otros, le resultaba más obvio de lo que en un principio había creído, y con el paso de los años tuvo que aceptar, que nadie entendiera aquella relación, que no era del todo sumisión, pero que, como mínimo, resultaba extraña. La realidad suele ser mediocre y los sueños se adornan demasiado, es por eso que no conviene soñar con personas poco conocidas. Imaginaba que en alguna ocasión, pediría más de él de lo que estaba dispuesto a dar y ese sería el fin, pero eso no representaba ningún cargo de conciencia; si las novias iban y venían, no esperaba menos de los amigos. En el caso de Cristian era diferente, podían llamarse cualquier día después de no verse en meses y salir a beber toda la noche como dos colegiales. Si lo pillaba desprevenido hasta podían terminar en un bar de chicas sin entender de todo por qué al transformista le gustaba tanto beber allí. En una ocasión llegó a temer que la noche acabara realmente mal, era carnavales y Chritian se empeñó en disfrazarse de niña de guardería, con chichos sobre las orejas, calcetines bordados, zapatitos bailarina y un mandilón para no llenarse de tiza, si dejamos un espacio a la imaginación en esta parte de la niña en el encerado; además, llevaba una enorme piruleta que nadie sabía muy bien si le cabía en la boca, se había pintado pecas y sonrojado las mejillas con un maquillaje rosa pálido. Todo listo para crear una gran confusión entre los hombres más aguerridos del bar. Harold lo veía bailar y moverse como si la timidez de su personaje fuera lo más sexy que pudiese ofrecer. Apareció un tipo violento que casi le parte la cara porque le insultó cuando el desconocido le tocó el culo. Tuvieron que salir buscando la seguridad de las orquestas callejeras y todo quedó en un susto, pero, eso le quedó claro, con Christian nada tenía límites y siempre iba a ser así, hasta su deterioro. En otra ocasión en que unos niños bien lo insultaron y lo golearon, llegó a temer que acabarían en el hospital, y él mismo, interponiéndose entre los niñatos, recibió alguna patada y un golpe en la cara del que tardó en recuperarse. En aquella ocasión tuvieron una buena bronca y Harold dejó de verlo durante meses, se enfadó mucho, pero como solía pasar con su amigo, se le pasó y ahora le había dejado una habitación en su casa. Temió entonces que si volvía a provocar a los hombres con sus tetas falsas, no sería extraño que en algún momento recibieran la visita dela policía -las autoridades políticas habían creído necesario crear una policía contra el vicio, y nadie sabía, ni los propios policías, donde empezaba ese vicio y donde terminaba-, pero no fue así. No creía posible entender de todo a Christian, ni si tenía algún plan para su vida o se dedicaba a vivir el momento, pero había algo que admitía duda alguna: le gustaban los hombres con una intensidad obsesiva, y eso estaba relacionado con todo lo que había reprimido en su infancia y adolescencia, y que de golpe se había liberado y ya no tenía freno. Las consecuencias de esa liberación no siempre eran las más convenientes, pero... ¿quién pensaba en conveniencias? 80


El recuerdo de Christian disfrazado de niña del parvulario, con pecas y piruleta, se había pegado a su mente durante años. Ya entonces, apenas con quince años, a Christian ya le gustaba pasar horas maquillándose y vistiéndose de mujer, o, como en este caso, de niña indefensa y perdida. Cambiaba tanto que se volvía irreconocible, se miraba en el espejo como si se reconociera por primera vez y extendía el maquillaje con sus propios dedos, con mucho cuidado, como si estuviera dibujando. Si tenía algún talento no era ser capaz de hacer agudos guiones para sus monólogos de humor vestido de barbara streisand, su mejor talento consistía en pasar horas maquillándose con absoluta maestría. Se sentaba impaciente al principio, tal vez nervioso, ponía todas sus cremas y maquillajes delante de sus ojos y a continuación destapaba aquellos que iba a utilizar, sin prisas. Movía la cabeza a derecha e izquierda, buscando aquello que le inspiraba de sus expresiones. Se ponía muy serio y miraba hacia arriba para calcular cuando empezaría a caerle la papada. Parecía indiferente al momento, pero estaba feliz mientras terminaba de maquillarse. Y entonces, estirado como un pavo real se echaba hacia atrás y decía, “parezco una señora; es lo mejor”. Para que todo no se volviese aún más difícil, Harold intentó ver en el viaje una oportunidad para salir de sus últimas obsesiones, tal como era creerse incapaz de tener a una chica a su lado más de un año, o, también, haber convertido a Christian en el personaje de uno de sus cómics. Además Leslie, de pronto creyó que se había perdido más de lo que en su ruptura había sabido ver, y pensó en el viaje como una oportunidad para intentar recuperar a Harold -y eso sin rastro de vergüenza o resentimiento-, por eso intentó apuntarse al viaje a París. Nadie se lo había puesto fácil nunca, ni le habían demostrado más afecto del necesario. Por el contrario ella siempre había sido generosa y extremadamente cariñosa con todos sus novios: no se trataba de ofrecerse a sí misma a cambio de un poco de ayuda y de tener al lado alguien que no se lo pusiese aún más difícil. Ni siquiera Harold que parecía tan apocado, o aquel tipo que le pusiera un ojo morado, y que según le había dicho en su cara, la consideraba una aprovechada. En tales circunstancias, ya no se trataba de un viaje con un lamentable cometido y finalidad empresarial, sin que nadie lo hubiese visto venir se había convertido un una “prometedora” excursión. -He intentado más de una vez convencerla de que a los subordinados tiene que tratarlos con exquisita educación y que lo contrario la convierte en una fascista -dijo Harold a Derek cogiéndolo por un brazo y llevándolo a una esquina- Es el tipo de persona que jamás reconocerá que se ha equivocado. La primera impresión que le produjo el comentario, extrajo una sonrisa del repartidor de pizzas. Eso cogió por sorpresa a Harold que habría esperado una ironía del estilo, “el que nace para cuervo, se muere cuervo”, y sin duda eso se hubiese referido también a la nariz pinchuda de Michele. Christian, Michelle y Leslie, parecía ajenos a su conversación, y se había arrimado a la ventana para ver la calle. -Gracias por la intención Harold, pero no creo que puedas cambiar la idea que me he hecho de esa cotorra. Encendió un cigarrillo mientras intentaba ser benévolo con aquella mujer que, en su mejor versión, parecía un intrigante y sarcástico empleado del servicio de inteligencia. Todas las mujeres parecían alguna vez capaces de guardar un secreto, a menos que desearan hacer daño exponiéndolo al interés general, por eso las creía capaces de unirse a uno de aquellos grupos de inteligencia que solían darle forma a las películas de intriga policial que miraba con frecuencia. -Esta bien, te comprendo -contestó Harold y Derek le respondió con una mirada de agradecimiento. -Acaban de operar a mi madre de las piernas. Tuvo un accidente de automóvil y va a quedar mal. Lo puedes imaginar. Con su edad ya nadie se recupera del todo, y va a necesitar mucha ayuda. Derek vivía de forma provisional, así que no le sería difícil, en el momento más inesperado, coger sus cosas y volver a su ciudad renunciando a sus sueños de ser un actor. Era el tipo de chico que causa impresión entre las mujeres mayores, y a pesar de lo desagradable que Michelle se había mostrado con él, no dejaba de mirarlo con cierta codicia. Él volvió a su trabajo y se despidió con un 81


simple “hasta vernos”. Tal vez, por la forma en que Harold se enfrentó a ese encuentro, pudo sospechar que Michelle lo metería en su cama si pudiera, mientras que Leslie pareció ajena a todo hasta que Christian se dirigió a Michelle y le espetó con censura y sorna -¿Qué? ¿Está musculoso el boy? -A mi edad, yo ya no me fijo en esas cosas -respondió evitando su mirada. -Ya, y yo soy juana de arco, pero sólo sobre el escenario, querida. Leslie, sonreía divertida con todo el proceso en el que sus nuevos amigos se iban conociendo y se censuraban, sin apenas saber los motivos que los llevaban a ser como eran, estaban necesariamente justificados. El hecho de que todos ellos hubiesen coincidido en casa de Harold, aquella mañana, lo convertía en el nexo de unión necesario, pero no los tenía que hacer congeniar de antemano. Michelle nunca lo reconocería, pero Harold recordaba de conversaciones anteriores, que le había hablado de Aline. Había pasado en un año, de ser una artista maravillosa y la persona ideal por su capacidad de trabajo y formación, a convertirse en un demonio que sólo podía estropear todo lo que tocaba. ¿Michelle esta siendo injusta con esa chica?, se preguntó Harold. ¿Habrá alguna condición egoísta en su decisión? Por otra parte, también era posible que hubiesen discutido por algo tan tonto como la forma de poner las estanterías, ¿y eso lo considerara suficiente para quitársela de encima? Todo era muy confuso, pero hacía mucho que conocía a Michelle y sabía como pensaba, era su tienda y podía hacer los cambios que quisiera. La gente vive procurando no pensar en las cosas que le causan dolor. En general, convivimos con nuestras desgracias, si bien hay etapas en las que podemos eludirlas, a veces por largos periodos, pero siempre vuelve alguna cosa. Tener que ponerse al cuidado de un familiar inválido debe ser de lo peor, y en el caso de Derek, tener a su madre enferma lo convertía en una bomba de relojería. No era el tipo de persona con el que convenía andar a joder. En cualquier momento podía explotar y desencadenar toda aquella tensión que acumulaba. Harold estuvo de acuerdo en pagarle el viaje a Leslie para que se uniera al grupo, pero, al menos de momento, no parecía animado a un acercamiento sentimental que pasara por alto la forma tan interesada en que lo había plantado por otro tipo. El dinero y la posición social no era algo que se pudiera conseguir de tal forma, y además, para Harold la gente que pone sus vidas en esos parámetros, los convierte en unos idiotas, de los que por otra parte abundaban de forma tóxica a su alrededor. ¿Era Leslie tan idiota? Todo hacía pensar que sí, pero eso no disminuía ni un milímetro aquella naturaleza que en otro tiempo se ilusionaba por las cosas más inesperadas, que reía inocentemente y que lo provocaba sacándolo de sus pensamientos cuando reclamaba atención. Todo aquello que había encendido su deseo hasta tenerla y perderla. Y era por eso, que no podía culpar de todo a su ex-novia, ni de lo bueno ni de lo malo, pero ahora que sabía que era imposible que llegaran a congeniar por que tenían aspiraciones diferentes y nunca podría darle todo lo que necesitaba, si volvía a desearla y acercarse a ella, sólo sería culpa suya un nuevo fracaso. Para hacer que la idea de un viaje en conjunto fuera aceptada con la mejor de las disposiciones, y aprovechando que Michelle había desaparecido y que Harold ya no la volvería a ver hasta su vuelta, a eso de las diez, y después de que Derek terminara su jornada laboral, apareció de nuevo, esta vez cargado de cervezas y dos botellas de ron. El asunto era que quería conocer mejor a sus nuevos amigos y hacerse aceptar por ellos. También los otros lo encontraron una buena idea, y bebieron sin timideces. Como si de un procedimiento mágico se tratara, todo se animó, rieron y contaron anécdotas y Christian se permitió hacer uno de sus monólogos, comparando el día del orgullo gay con las procesiones de semana santa, “con el debido respeto, que soy muy religioso y creyente de las imágenes, pero en lo estético, donde estén unas buenas plataformas...”, dijo, antes de empezar. -Os agradezco esta posibilidad de conocernos mejor -dijo Derek en un momento-, ahora que estaba pensando en volver a mi pueblo, os conozco a vosotros -dirigiéndose a Christian y Leslie-, son gente realmente con la que uno se siente a gusto A Harold no le gustaba entrar en el aspecto emocional de las amistades, para él, era necesario 82


mantener la distancia con el objeto de pasar por los momentos más difíciles sin demostrar flaqueza, y eso se conseguía hablando menos y estando más (siendo el verbo estar tan necesario en estos tiempos). Harold bebió más que los otros, parecía dispuesto a un coma etílico y mientras ellos reían con las chanzas de Christian, él vaciaba una de las botellas de ron. Se entregaba como un poseso a la botella, y eso sólo lo hacía cuando su vida perdía sentido e intentaba evadirse de todo buscando el olvido en el fondo de la botella. Es posible que aquel estado viniera de atrás, de todo lo que había salido mal el último año, pero sobre todo, tenía que ver con lo poco convencido que estaba de lo que tenía que hacer para devolver los favores que en el pasado le había hecho Michelle. No se trataba exactamente de angustia o desazón, tenía que ver con sus propias capacidades y su falta de reacción. El alcohol no lo perdonaba por sus pecados, por así decirlo, no lo redimía, pero se apiadaba de él mientras hacía más hondo el hoyo en el que había caído. Algunos creen que ayudar a los demás los salva de depresiones parecidas, los hace fuertes y convincentes, llenos de razón y libres de la herida psicológica. No se trataba de ir por ahí buscando suicidas para sentarse a su lado y convencerlos de lo maravillosa que puede ser la vida si se le da una oportunidad, en su caso, se hubiera conformado con mitigar un poco los problemas de la gente que habitualmente estaba a su alrededor, y en eso, desde luego, no entraba ayudar a Michelle a despedir a una persona que vivía a mil dos cientos kilómetros de distancia y a la que no había visto en, al menos, dos años. ¿Sería simplemente una cuestión de pérdidas? Estaba a punto de hacer algo de lo que no estaba emocionalmente convencido pero que consideraba que debía de hacer. Tenía la lógica imperfecta de que su propia carrera dependía de hacer cosas que, en un sentido superior, no entendía -además estaba lo de los trabajos que Michelle le buscaba, y una exposición de sus cómics antiguos con un dibujante mediocre con el que ya no trabajaba, que hacía un tiempo que le había prometido y que en su más profundo inconsciente, prefería no mezclar con todo aquel asunto. No bebía de forma autodestructiva. Aquella rabia desatada a través del licor y del ron, lo tiraba en un sillón o sobre la cama y terminaba durmiendo, pero no le pasaba con frecuencia. Necesitaba aquel viaje, no por lo que significaba en sí, sino por lo que significaba para él escapar de aquella ciudad y de un abatimiento que formaba parte de su inconsciente y que, de forma general, no permitía salir a la luz. Leslie se durmió en el enorme sillón del salón, después de todo habían quedado en eso y como no era una mujer corpulenta, aquel sillón parecía una cama doble cuando se tendía en él. Derek se durmió en el suelo, con la cabeza sobre un enorme cojín verde de flecos. Estuvieron viendo cómics y los dejaron tirados por el suelo, entre los vasos y las botellas de cerveza, también había un plato con resto de pan y chorizo de León. Christian no estaba en el salón, posiblemente se cansó el primero y se fue a dormir a su habitación, pero Harold no lo recordaba. Al despertar, Leslie lo miró y le sonrió, era buena hora para levantarse, hacía tres horas que había salido el sol y dormir demasiado no era fácil con la resaca. “Habrá que preparar café”, dijo Harold y se dirigió a la cocina. Posiblemente Derek lo oyó pero no hizo ni un movimiento que lo confirmara hasta unos minutos después en que empezó a sonar la cafetera al hervir el agua y se desperezó intentando poner el cuello derecho -esta fue una operación delicada. Le dolía y creyó que le iba a quedar así para siempre. Lo giró de izquierda a derecha tan lentamente que casi se queda dormido de nuevo en medio de esa operación. Al fin pudo incorporarse y se quedó sentado en el suelo, masajeando la parte que le había quedado entumecida-. Unos días después, en la estación de autobuses comenzaba su aventura. Tenían reservados sus asientos porque comprar con antelación suponía una reserva en el billete, y aunque Derek se había resistido a dar el dinero por adelantado, cuando estuvo sentado en su sitio tuvo que admitir que había sido una buena idea. Harold tenía la capacidad de convencer a los que le rodeaban de lo que era lo mejor para ellos, generalmente le hacían caso y llevaba las cosas por donde más le gustaba, pero no siempre funcionaba. Con Derek, siempre existía la posibilidad de que para llegar a cualquier parte, hubiera que dar un rodeo. Era un carácter independiente al que le costaba actuar en 83


grupo. Y por eso que Harold lo observaba muy de cerca, le interesaba cada una de sus reacciones, y cuando daba una idea acerca de qué comer, dónde pararse o dónde no era conveniente bajarse a orinar, miraba directamente a Derek esperando su reacción. Una mala cara, aun siguiendo sus instrucciones, era suficiente para cuestionar el liderazgo (por así decirlo) y eso hubiese hecho que se arrepintiera todo el viaje de haber aceptado hacerlo en grupo. Sin embargo, debido a la urgencia con la que Derek necesitaba estar en Oviedo, esta vez no puso demasiados problemas. Por otro lado, Derek parecía haber congeniado especialmente con Leslie, y se sentaron uno al lado del otro, ella en el asiento de la ventanilla. Aquello no quería decir nada especialmente interesante en cuanto a sus emociones, pero entonces Derek aún no sabía que la relacionaba con Harold. Hay gente que cree firmemente en el amor a primera vista, y atando cabos, a ese tipo de gente no le parecería muy extraño que los dos se sintieran atraídos. Aquello resultaba ligeramente chocante para Harold, pero mantenía la distancia, a pesar de estar sentado en un asiento detrás de ellos y apenas poder descifrar sus conversaciones entre el ruido del motor diésel del autobús y los comentarios de Christian acerca de sus planes para el futuro. -Las televisiones locales tienen ahora mucho tirón y me gustaría grabar mis espectáculos para poder vendérselos, o al menos que me sirvieran de publicidad gratuita. No siempre acceden a ese tipo de acuerdos -afirmó el artista. -Sé práctico Christian, no es mala idea, pero no te dejes llevar por la farándula en todo. No te vendas; si eres bueno, que te busquen. De niño te llevabas todas los coscorrones porque siempre estabas en las nubes y no las veías llegar. También es verdad que había algunos profesores muy cabrones -le respondió Harold. El conductor era un tipo de estatura media y unos ochenta kilos, con voz uniforme y autoritaria. También había en él un algo de resignación que demostraba cuando resoplaba para pedir a todos que se sentaran y tardaba en hacerse oír. Harold compartía su preocupación por cumplir los horarios y terminar de una vez con aquel viaje, pero en tales casos siempre hay gente que se demora, o, en las paradas programadas hay que esperar por alguien que se decide a comprar algo en la tienda de una gasolinera y llega corriendo y cargado de bolsas plásticas cuando ya todos están sentados. En tales casos la puerta se cierra tras ellos y el autobús inicia su marcha sin darle tiempo a ocupar su sitio, así que avanza por el pasillo centrar dando tumbos y sin poder sujetarse por llevar las manos ocupadas. Toda una odisea. El chófer llevaba tejanos y un manojo de llaves que abultaba en uno de sus bolsillos y que ataba al cinturón por medio de una cadena, todo muy práctico pero poco estético a los ojos de Christian que no pudo dejar de comentarlo. También llevaba una botella de agua y una radio que sólo podía escuchar él porque la situaba sobre la guantera a un volumen moderado. Toda esta organización debía responder a años de trabajo en el sector, y posiblemente el hecho de que usara zapatillas deportivas también respondía a la necesidad de sentirse cómodo mientras trabajaba, si bien no parecía responder a las condiciones de uniformidad y reglas que estas empresas establecen para sus empleados, por lo que Harold pensó que hacían algún tipo de “vista gorda con los más veteranos”. -A los conductores de autobús, en realidad, les gustaría ser pilotos de aviación. Es una aspiración legítima. A mi me gustaría ser actor, pero no tengo ni idea de actuar -empezó Christian un nuevo argumento-. Los comandantes de avión llevan esos uniformes tan planchados... y claro, ese hombre con esa cadena no estaría facultado para entrar en una de esas cabinas llenas de botones y luces -y sin terminar su observación, añadió-. Además, estoy seguro que como conductor de autobús lo hace muy bien. -¿Por qué crees eso? -preguntó Harold sonriendo por el humorístico comentario. -Creo que lo veo muy satisfecho y convencido de su autoridad. Parecía que Christian prometía un viaje muy entretenido y cansado, a la vez. Era infatigable. Solía decir que las mujeres hablaban mucho, que de hecho, les gustaba hablar y hablar como puro entretenimiento, pero lo cierto era que él mismo era el exponente masculino de sus propias observaciones. En realidad no había señales de que lo que decía fuera verdad, todas las mujeres en 84


el autobús iban en silencio. Más bien parecía que se trataba de una operación de distracción para disimular su verborrea incontenible. Harold pensó que como transformista no era demasiado bueno, pero como monologuista llegaría muy lejos, era capaz de “sacar punta” a las situaciones más inesperadas. La forma en la que Leslie había vuelto no había resultado de lo más cómodo para Harold, intentaba analizar la situación sin que nadie se diera cuenta de que su presencia le importaba. Encontró la forma de no responder a sus emociones al respecto y permanecer con cara de poker cuando ella le hablaba o intentaba una aproximación. “Puedo dormir en cualquier parte”, le había dicho mientras le ofrecía el sofá con la esperanza de que buscara otro sitio donde pasar aquella primera noche, y desde entonces, todo se había complicado, y ella parecía encantada. -Creo que me va a gustar este viaje -se dirigió a Derek-, mis fracasos sentimentales no son un secreto y me hace falta un respiro. Le debo mucho a Harold, no sé que sería de mi sin él este último año -y añadió-. Reconozco que soy un desastre, pero estoy intentado no meterme en más problemas. -No te quise preguntar por tu ojo, ¿qué pasó? -Nada, un idiota. Un tío con pasta que creyó que iba a hacer todo lo que el me pidiera. Aquella conversación dejaba a las claras que Leslie no era la princesa que Derek había imaginado, lo que le venía muy bien, porque de tal manera, podía hablar de igual a igual con ella, sin palabras rebuscadas ni florituras en las frases, como dos juguetes maltratados por su propia libertad. Hablar sin vergüenza y contarlo todo así, como ella lo contaba, era señal de su dolorosa inocencia. Se hacía daño y hacía daño a otros inconsciente de sus actos. No era fácil de entender que hubiese tenido una relación sentimental con Harold, que lo hubiese abandonado traicionándolo, y que cuando le hizo falta ayuda, sin apenas haber cerrado las heridas, hubiese acudido a él a pedirle ayuda. ¿Arrepentida? Ni siquiera nadie podría decir si era así, excepto por la voluntad que ponía en querer seguir un tiempo aún a su lado. Por fortuna, se había quitado la tirita de la ceja, y aquello se no estaba tan hinchado, así que el ojo en un par de días parecería normal del todo. Después de dos horas de viaje, un pasajero se dirigió al chófer para decirle que tenía ganas de orinar, y éste anunció que pararían en la próxima gasolinera, para la que aún faltaban unos quince minutos. Todos debían bajar a estirar las piernas y aprovechar para ir al lavabo, porque no haría otra parada en muchos kilómetros. Aclarado ese punto, siguió adelante pisando el pedal a fondo y soltando una cantidad inesperada de humo negro por el escape. Lo único que Christian atinó a decir fue, “ese hombre tiene el carácter de John Wayne”. De cualquier forma, en los viajes siempre podemos intuir que nada va a salir como se espera: No quiero decir que siempre para mal. Se sienten las incomodidades aún peor de todo lo que pudimos imaginar antes de la partida, y la atracción por la aventura se reduce considerablemente cuando el cansancio nos deja sentir el sudor pegando la ropa a nuestro cuerpo; si bien, si el interés que nos lleva a hacer maletas y arrastrarlas por las ciudades, hasta las paradas de taxi, es lo suficientemente excitante o elevado, tal vez merezca la pena. Harold empezó a sentir la fatiga tres horas después de la partida, pero concluyó que diez años antes, en 1970, había viajado en autobús hasta alicante desde Barcelona, y como aquello si había resultado un horror, debía ser realista y aceptar que todo había mejorado mucho y los tiempos y las distancias se habían acortado mucho, las carreteras eran mejores y los autobuses más cómodos. Sumido en estos pensamientos, dirigió su imaginación hacia Aline: intentó darle forma física e incluso, quiso ponerle voz comparando con otras voces que se oían en el autobús. Había una señora de voz grave que fumaba como una descosida en los descansos, y una jovencita de voz chillona de la que no se fiaría nunca, así que se dijo que tenía que ser algo más moderado entre esos dos registros. Poco antes de mediodía, por esos campos de la castilla interminable, el sol caía a plomo y todos se afanaban en abrir las ventanillas. Apenas había fuerzas para correr las cortinas que bailaban libres con cada golpe de viento. Tampoco había interés en quejarse porque algunos habían esperado algo un poco menos sufrido, y la decepción de los mayores fue comprobar que las bebidas nunca son suficientes y se terminan antes de lo esperado. Aquella situación suscitaba cierto inconformismo, 85


pero la falta de interés por el mundo era total, todos parecían coincidir en dejarse llevar con la esperanza encendida de llegar lo antes posible a cada nueva a rea de descanso. La ventanilla dibujó una hilera de árboles a lo lejos que señalaba el punto exacto por donde pasaba el regadío, Harold lo miró con melancolía y devolvió de pronto su atención a una vieja revista que le proporcionara Michelle, en ella había una foto de Aline, podría reconocerla llegado el momento, eso no era un problema, pero le interesó especialmente el artículo que acompañaba a la foto con el encabezamiento, “Los nuevos ilustradores se ganan la vida haciendo tatoos”. No era de extrañar que el artículo pretendiera una maestría que no se alcanza hasta que se ha pasado por años de insistir en lo que a uno le gusta, pero había que vender a las nuevas generaciones de artistas como el brillante futuro que se esperaba de un país como Francia. En la foto, Aline llevaba puesta una camiseta que apretaba sus pechos mientras limpiaba unos pinceles y se apoyaba en un taburete. ¿Cómo era posible que aquella cara angelical se hubiese convertido de pronto en un demonio? Sin duda Michelle exageraba, pero haberle proporcionado aquella información lo hacía todo aún más difícil. Cuando Christian descubrió que no lo estaba escuchando adoptó la postura del pequeño resentido, del orgulloso sin razón suficiente, y se enfadó girándose levemente para darle la espalda. Harold se le quedó mirando porque el ruido de su voz le ayudaba a pensar y, aunque no supiera decir de qué le estuvo hablando los últimos kilómetros, lo cierto es que lo evadía de otras voces y ronquidos que llegaban de la parte trasera. Cuando Christian se puso los walkman y se aisló por completo, Harold supuso que era un poco más grave de lo que había pensado, pero se le pasaría. Sacó un pequeña botella de agua y le ofreció, sacó el tapón y se la puso delante de los ojos; Christian giró la cabeza en señal de desagrado. Harold bebió y la cerró cerciorándose de que el tapón quedaba perfectamente apretado y la devolvió a una bolsa de plástico que llevaba. Sacó de nuevo la revista con el artículo sobre “Aline, la joven artista que un día cautiva Francia”. Allí delante, la foto era lo suficientemente grande y la chica parecía un ángel inofensivo del que no podía imaginar ninguna maldad. Según Michelle no sólo se trataba de quedarse con una parte del beneficio que no le correspondía, lo que de por sí ya era intolerable, se trataba de que le había ofrecido dinero por la tienda actuando como si fuera suya. Era necesario pararle los pies o se quedaría con todo, había afirmado Michelle en una conversación por teléfono que tuvieran justo antes de emprender el viaje. Una señora mayor empezó a encontrarse mal cuando salían de las largar carreteras de Castilla y entraban en otra sinuosa y estrecha. La otra señora a su lado, dijo que viajaban juntas e hizo detener el autobús para que pudieran atenderla. Nadie sabía si se trataba de algo grave porque mientras su amiga le cogía la mano, la señora enferma terminó por desvanecerse; aquello no parecía apuntar a nada bueno, y, en tal momento, nadie hubiese apostado por su recuperación. Había murmullos entre los pasajeros, y algunos se decían en confianza, “ésta la palma”. Pero, en el momento en que la bajaron del autobús entre dos fornidos hombres, cogiéndola uno por las axilas y el otro por las piernas, pareció volver en sí. El chófer no parecía consternado o preocupado, en años de oficio había pasado por situaciones más comprometidas, y se limitó a decir que tendría que verla un médico y que la ambulancia estaba en camino. La sentaron en la terraza de una cafetería de pueblo, y todos se sorprendieron cuando al arrancar de nuevo, la señora hacia gestos de agradecimiento, cogiendo el pecho y uniendo las manos como si rezara por todos ellos. Lo último que pudieron ver fue que intentaba ponerse en pie para decirles adiós con la mano y volvía a caer sobre la silla de madera que su amiga sujetaba para que no cayera. Cuando habían pasado unos kilómetros de tan inesperado suceso, alguien descubrió que las señoras se habían dejado una bolsa de plástico con todo tipo de vituallas para el viaje, desde chorizo, queso y pan, hasta una botella de vino. El conductor dijo que buscaría la forma de hacérselo llegar y que se lo dejaran al lado de su asiento, donde el ponía también sus botellas de agua. Llegando a Oviedo, Derek les habló de su madre y lo mucho que siempre había significado para él. El no creía que hubiese sido un niño con atenciones especiales, pero lo cierto es que lo había llevado al colegio de la mano hasta muy mayor, y eso había creado una dependencia difícil de 86


superar con los años. Cuando la profesora le enviaba notas por su mal comportamiento, ella lo defendía ante su padre que parecía capaz de arreglar cualquier cosa por la fuerza; andar a patadas con una puerta que no encajaba había sido parte de la solución, pero golpear la radio buscando una sintonía sólo anunciaba que no era un hombre capaz de arreglárselas por sí solo. La primera vez que su madre cogió el teléfono para llamarlo, después de una discusión y, sobre todo, después de cambiar Oviedo por Madrid, fue para decirle que su padre había muerto, y tuvo que coger un autobús muy parecido a ese en el que ahora iba subido, para regresar a su tierra lo antes posible. Cuando llegó ya habían enterrado al viejo. Por lo tanto, después de mucho pensarlo creyó que debía seguir intentando salir adelante en la capital, y ese era su segundo viaje de retorno; tal vez el último. Aunque no pudiera decirse que se había tratado de una crueldad separarse de nuevo de su madre, de cualquier forma resultó algo que nadie esperaba. La madre de Drek llevaba en cama desde su operación y nadie sabía si podría volver a levantarse. El coche en el que se accidentara había quedado inservible, chatarra para comprimir. La capacidad de aceptar y soportar el dolor de las personas que conocía, le parecía a Harold el verdadero objeto de vivir; aprender sobrellevar todos sus dolores y lo que habrían de llegar, no era tarea fácil. Ninguno de ellos podía sentirse peor que Derek, no obstante, la más reseñable cualidad del asturiano era su capacidad para seguir soñando e ilusionándose. Sus propios problemas, le parecían Harold insignificantes cuando lo observaba y su expresión parecía llevarlo a muchos años antes, en la felicidad de la infancia, con unos padres sanos capaces de cuidarlo y mostrarle como eran las cosas y como no debían ser. La vida mordía, eso lo tenía claro, y un día le iba a tocar a él, la gente que quería desaparecería como si fuera normal que así sucediera, y entonces recordaría aquella expresión de Derek, mirando los campos que corrían fuera del autobús, entre la decepción y la tristeza. Al margen de sus conversaciones aparentemente insulsas, el recuerdo del asturiano iba a ser fuerte, más allá de como miraba y se entusiasmaba hablando de su tierra y respondiendo a las preguntas de Leslie. Pero esta vez le había tocado a él, la vida lo frenaba, su madre yacía con las piernas rotas en una cama y la muerte de su padre aún le parecía muy reciente. Sobre todo lo demás, las calamidades ajenas nos atraen y nos ponen en guardia. Harold dejaba de pensar en Derek para centrarse en todo lo que había pasado, como tendrían que renunciar a seguir estudiando lo que le gustaba y a estar en su nueva vida. Por supuesto, Harold sabía mirar sin que apenas se le notara y nadie dentro del autobús fuera capaz de adivinar sus pensamientos. Fue entonces cuando Derek se empeñó en que cenaran con su madre, que la conocieran, que estuvieran con ellos aquella tarde antes de ir a dormir y emprender su viaje, a la mañana siguiente. Habían sido una horas intensas, sin separarse más que para levantarse y abrir alguna bolsa en busca de bebida, comida, una prenda de ropa, pastillas para el mareo o un aparato de música, El resto del tiempo, se miraban incrédulos los unos a los otros o conversaban de forma tan espontanea como inesperada. Al fin y al cabo, hablar era lo único que les producía aquella sensación de creer que conocían a alguien, cuando con el paso de los años seguían siendo un misterio los unos para los otros. Claro que había cosas de los amigos que se iban asumiendo y apreciando con el tiempo, pero nada especialmente relevante. En realidad, saber como se comportarían en situaciones difíciles, o si un día les fallarían sin motivo aparente, eso era lo que tenía que ver con que cada uno, llegado el momento tendría que decidir seguir con su vida. Tal vez no volverían a ver a Derek nunca más, y eso llevó a Harold a convencer a sus amigos a realizar aquel esfuerzo y en lugar de ir al hotel a descansar, pasar aún un par de horas con su amigo antes de despedirse. Para Derek, descender del autobús y poner de nuevo los pies en su tierra se convirtió en un acto trascendente, pero a pesar del misticismo no dejó de atender a sus invitados y lo primero que hicieron fue ir a beber cervezas, sidra y todo tipo de licores. No podía empezar a sentirse asturiano de nuevo sin beber, como no podía dejar de serlo en Madrid por mucho que se hubiese emborrachado. Por si aún no se habían dado cuenta, Derek, en su creencia de que necesitaban animarse, no escondía sus adicciones, pero tampoco necesitaba beber para sentirse afortunado por su regreso. Había una clara diferencia entre la forma de que cada pueblo tenía de acoger a sus 87


visitantes, y sus amigos no tardaron en darse cuenta. Todo en él era entrega y le hacía feliz poder hacer que se sintieran felices y atendidos. Amaba cada piedra de su paseo, cada persona con la que se cruzaban y a los que lo reconocían y lo saludaban, y empezaba a detestar la idea de volver a marchar por perseguir sus sueños. Creía en la gente humilde, en los trabajadores, en el humo industrial y en la fuerza de la unidad contra los excesos burgueses y esa subversión que crecía en él, partía de la necesidad que su madre, toda la vida trabajando sin descanso, ahora tenía de él. Desde el primer vaso de sidra se dijo que no se iba a poner sentimental, y cada lugar en elq ue entraban a beber los acercaba más a su casa.

2 Nos empeñamos en ser protagonistas, pero nacimos para testigos de la catástrofe. Envejecer. Otra sombra se aleja. Para la madre de Derek, la señora Karina, sentirse asturiana era hablar con aquel acento cerrado que lo complicaba todo. Había pasado necesidades de niña en su pueblo; apenas había asistido al colegio porque quedaba lejos y la caminata la dejaba demasiado cansada para ayudar en casa al volver. No habían sido buenos tiempos para nadie y siempre faltaran algunos miembros de la familia que murieran en la guerra, eso lo hacía aún más difícil. Sus padres no la obligaban porque la necesitaban en casa y las autoridades, demasiado ocupadas en buscar revolucionarios, tampoco se metían en eso. De joven tampoco había sido una chica feliz, no era guapa y apenas hablaba. Si todo lo que había significado era sacrificio, ¿por qué iba a incomodarla no encontrar un marido? “La niñas entonces éramos muy tontinas”, dijo en medio del relato de tiempos pasados. Había empezado a trabajar en una tienda de herramienta agrícola por escapar del pueblo, y apenas le pagaban pero le permitían comer en el almacén y la manutención iba en el trato. Se acabó casando con el hijo del dueño. No eran gente estirada, no había tanta diferencia con ellos y eso fue lo que ganó. Las costumbres parecidas y que fuera trabajadora, terminaron por afianzar aquel matrimonio del que nació Derek, al que tampoco le impuso una disciplina desmedida ni le obligaba a ir al colegio, hasta que los profesores se interesaron por sus ausencias y desde entonces ya no pudo faltar sin que llamaran a Karina para convencerla del daño que se le hacía al niño si se le permitían aquellas ausencias. Como era de esperar, la señora Karina necesitaba hablar y apenas pudieron hacer otra cosa que escucharla mientras Derek les proporcionaba sillas para sentarse alrededor de su cama. La presentación fue corta y todos se inclinaron para besarla como si la conocieran de antes. Fueron muy pacientes y Derek los miraba con inmenso agradecimiento, pero como iban algo perjudicados parecían estar a gusto. Fue en ese momento en el que el asturiano apareció con una botella de vino y siguieron bebiendo sin pensar en que el viaje del día siguiente iba a ser muy duro. La señora Karina dependía de una vecina que abrió con su propia llave y se alegró mucho de ver a Derek. Le traía la cena a su madre, pero se detuvo un buen rato en darle besos y abrazos al hijo pródigo. Le contaron lo de su viaje a París; “No con Derek, claro. Él se queda”, dijo Harold. Derek le aseguró que podría darle el mismo la cena y que lo dejara todo sobre la mesa de la cocina, y entonces se acercó a su madre preparándolo todo para aquella operación que consistía en sentarse a su lado sirviendo de asistente mientras, reclinada sobre el cabecero, la señora Karina intentaba 88


probar los alimentos sin atragantarse. Ya no había dudas al respecto, Derek cumpliría perfectamente su misión y de lo que de él dependiera, su madre iba estar bien y lo iba a tener todo el tiempo necesario; en aquel punto se habían acabado el arte dramático, el arte y ensayo, la interpretación y las clases de pintura. Y para que todos viesen que eso era así, metió sus libros en la bolsa de la basura y cuando acabaron de cenar les echó los restos de comida por encima: listo para el camión contenedor. Aunque Harold estaba a punto de conceder que todo lo vivido en aquel viaje hasta aquel momento lo tenía bastante desconcertado, prefirió seguir en silencio en su caminata hasta el hotel en el que habían reservado sus habitaciones. Cayeron rendidos y durmieron largamente, por fortuna por la mañana salió un día de sol que animaba sus espíritus, desayunaron y cuando llegaron a la estación de autobuses, ya todos estaban esperando por ellos para partir en la segunda etapa hasta París. En realidad se trataba de viajes diferentes, el conductor no era el mismo, porque aquel al que habían conocido el día anterior, sólo hacía el trayecto Madrid-Oviedo y regreso. Harold preguntó al nuevo conductor cuanto duraría el trayecto hasta parís, tuvo que insistir hasta tres veces para obtener una respuesta. -No hay un horario fijo, una vez en Francia las carreteras mejoran mucho, debemos reconocerlo. Alrededor de seis horas, si vamos bien. Leslie se tomó dos aspirinas e intentó dormir. Esta vez se sentó muy pegada a Harold, y apoyó la cabeza en su hombro; él lo consintió. -Derek es buen chico, parecía muy receptivo cuando hablabais -inició la conversación -Nunca imaginé estar tan atendida y recibir tanto afecto como en este viaje, y no sólo por él -y se echó a reír como si aún deseara disfrutar del resto del viaje de la misma manera. -Es un hombre fuerte y con carácter. No te imagino llena de hijos, cocinando y haciendo la colada cada día. Un prole de asturianitos siguiéndote por toda la casa para que los atiendas -Harold hizo una interpretación de aquella atracción que notó entre Leslie y Derek, y sabía que podría molestarle, pero no fue así. -Nunca culpo a los chicos que se sienten interesados por mi, no soy tan idiota. Pero no veo a qué tanta atención... -Tienes razón. En realidad, el día que te fuiste de casa, perdí todo el derecho a preguntar o interesarme por tus cosas. Es más, por orgullo, en situaciones similares, nadie lo hace -respondió entre dientes, como si le costase reconocer que la presencia de la chica lo turbara de algún modo. La tensión propia de una situación así no iba terminar en ese momento. Tal vez no había sido buena idea que Leslie se sumara al grupo, pero ella, desde luego, parecía estar disfrutando. Pasarían un par de horas antes de que volviesen a hablar de sus diferencias, lo que tampoco parecía demasiado interesante, si no fuera porque delataba a Harold como el romántico que era. Guardaban silencio, Christian se volvía y también hablaban con él, o hacían comentarios cortos de aspecto irrelevante sobre el paisaje, el tiempo o alguna cosa que pasaba fuera y en la que apenas podían fijar su atención antes de que la maquinaria ruidosa del autobús pasase a toda velocidad levantando un enorme polvareda. La expresión de cansancio iba creciendo en los tres, pero Harold parecía además aturdido por sus pensamientos. Dormitaba enfrentándose en sueños, al momento de su encuentro con Aline, y al momento se encontraba en una gran habitación llena de niños jugando a la pelota mientras Leslie sacaba leche de los tetos de una vaca en la puerta de la casa, lo veía y lo saludaba. “Leslie no tiene conciencia de haber hecho nada malo. No sabe, no es consciente del daño que causa cuando desaparece de la vida de la gente porque, simplemente, sus intereses se giran hacia otra parte”, pensaba al despertar. Y sin embargo debía ser así, no la quería a su lado sin dejarle la puerta abierta; ella había tomado su decisión abiertamente, era responsable de sus actos y sólo cabía decirle adiós, seguía dándole vueltas a su presencia. El recuerdo sexual que le ofrecía cada vez que se inclinaba y podía ver sus pechos a través de su camisa abierta, sus pezones libres sin sujetador, no iba a ser suficiente para hacerlo cambiar de idea, pero lo tenía muy turbado. -Se te abrió un botón de la camisa. Abróchate, vas sin sujetador y el hombre sentado a la derecha 89


parece interesado en saber el tamaño de tus pezones. No es buena idea provocar a la buena gente local, se escandalizan pero disfrutan mientras pueden. La madre de Leslie había tenido un comportamiento parecido al de Harold durante años, y no pudo evitar la comparación, “pareces mi madre”. Durante años, sobre todo en su primera adolescencia, había tenido que aguantar frases semejantes, algunas que intentaban ridiculizarla y otras habían sido órdenes simples pero efectivas. Como hija, había sido una enorme decepción para sus padre, pero también era cierto que ella no se sentía demasiado orgullosa de ellos, por así decirlo. Nunca se había entendido ni mostrada comprensión por ninguna de las partes. Había conocido otras chicas con problemas parecidos que se habían ido de casa un mes antes de cumplir la mayoría de edad, las había escuchado y compartido con ella pareceres sobre la educación que habían recibido. Harold sacó una botella de agua de su mochila y le dio un par de sorbos, después le ofreció a ella que también bebió hasta vaciarla. También había conocido algunas chicas que se habían quedado embarazadas sin desearlo y habían abortado sin decírselo a sus padres, por fortuna eso no le había pasado a ella. Los largos viajes en autobús son una buena ocasión para inesperadas confesiones, y si el cansancio no lo hacía todo aún más agrio, llegar al final sin haber discutido ni una sola vez pero hartos de otros pasajeros, del conductor, del roncar del motor, del aire enrarecido y del mundo en general. Se detuvieron poco antes de llegar a París, a las afueras de Orleans, para que todo el mundo pudiera lavarse un poco en la gasolinera, para que aprovecharan para orinar, y entrar triunfales y aseados en el París de los artistas. Leslie aprovechaba cada oportunidad para llamar por teléfono, y en esa ocasión alguien respondió al otro lado. Harold la observó pero no escuchó una palabra de lo que decía. Al terminar, ella se secó las lágrimas y al volver a su asiento se cruzó con él. -El muy cabrón dice que no volverá a suceder, que está arrepentido y que no puede vivir sin mi. No sé que hacer. Eso fue todo, pasó de largo y no volvieron a hablar del tema. Harold no quería preguntarle nada que tuviera que ver con problemas de pareja, estaba bastante cansado de la gente que le daba mil vueltas a este tipo de cosas sin llegar a ningún sitio. Que hiciera lo que le pidiera el cuerpo. No era asunto suyo y deseaba volver a su vida normal, a los días monótonos y a las mañanas de sueño largo, sin sobresaltos ni llamadas inesperadas. Harold volvió a echarle un vistazo a los papeles que Michelle le había dado. Miró el nombre de la persona que había alquilado el local que servía de tienda de cómics y con sorpresa comprobó que estaba al nombre de Aline y no al de Michelle. Y había algo más, además de tienda de cómics, era la vivienda habitual de la ilustradora. La suya era una historia repetida mil veces, un desencuentro provocaba la separación de las partes y nadie parecía contento con el resultado. Era muy parecido a lo que sucede en cualquier divorcio, cada uno se lleva su vida, otra cosa es la residencia. La tienda tenía el nombre, la idea, el arranque económico inicial, el contrato de empleada de Aline, ese tipo de cosas, como propiedad indiscutible de Michelle. Sin embargo, llegado ese momento, si renunciaba a su contrato, cambiaba el nombre y el cartel de la entrada y devolvía el dinero arriesgado, la tienda quedaría en manos de Aline. Michelle se lo había explicado bien, en situaciones semejantes un juez había permitido a una de las partes quedarse con el local siempre que lo dedicara a una actividad distinta. Todo eso estaba muy bien, pero no podía cambiarle la cerradura porque el alquiler estaba a su nombre. En resumidas cuentas, Harold se sentía cada vez más confuso. Orgullo, esa era la palabra, Michelle, obviamente quería demostrarle a Aline que no era nadie a sus ojos y que su traición la pagaría muy cara. Pero todos esos arranques imperiales, no eran más una rabieta en el mundo de Aline, y era ella, desde luego, la que más tenía que perder en todo aquello, se trataba de su vida y tendría que ir hasta el final. En las horas siguientes, Harold se sintió débil, dudó y estuvo a punto renunciar, pero no lo hizo. En París se dirigieron al hotel en taxi, Harold tuvo una habitación solo para él, mientras que Christian y Leslie compartieron otra con dos camas, tal y como ya hicieran en Oviedo. Esto no preocupaba a Harold, sin embargo, no era ajeno a que la amistad entre sus amigos, era creciente y llegaba a un momento en el que él podría desaparecer que ellos 90


seguirían viéndose y reuniéndose para contarse sus cosas, tal y como en tales casos suele suceder. -Vosotros sois parte del viaje tanto como yo, así que mañana me acompañaréis a la tienda -afirmó Harold a sus dos amigos, que no tendrían por qué estar de acuerdo, pero guardaron silencio-. No existe diferencia, no voy a cobrar por esto y no me complace y aunque ahora no lo entendáis, de la misma manera que yo lo hago por Michelle, vosotros lo haréis por mi. Me será mucho más fácil encontrar sentido a ese acto despreciable que voy a cometer, si vosotros estáis con migo, además, hay que estar en lo difícil también. No me gusta soltaros el discurso, pero creo que no estáis entiendo que tengo que hacer algo con lo que no estoy de acuerdo. En los minutos siguientes, tanto Christian como Leslie, se preguntaban si aquello que tenía que Harold que hacer era tan grave. La forma en la que les había hablado no dejaba lugar a dudas; podían plantarlo en aquel momento o someterse a su desprecio por cobardes si no lo acompañaban, pero parecía que ambos aceptaban esa parte de su destino que otro estaba escribiendo. Nunca antes lo habían visto así, tan sofocado y determinado a acabar con todo aquello lo antes posible. Había una parte de Harold que se mostraba y que nunca antes habían visto. El hotel debía estar en la parte más vieja, sucia, oscura y húmeda de París, pero era barato. Eran casas de ladrillo viejo las que anunciaban sus ventanas con ropa tendida a la calle. Aquellas eran las calles en las corrían los niños que trabajarían en las fábricas y en el montaje de automóviles, en las nuevas cadenas de supermercados y en los servicios sociales del Estado. Aquellos niños de piel quemada y pies diminutos, serían los revolucionarios del mañana, los condenados a caminar por siglos en manifestaciones ciudadanas y a correr delante de la policía para que no les quitaran un ojo con una bala de goma. Producían para comprar una televisión y un sillón, pero sobre todo para ser enterrados con la dignidad que un obrero merece. -Creí que conocía los barrios más sucios de Madrid, pero esto es aún peor -Afirmó Christian al salir por la mañana del hotel en dirección al barrio de los poetas, también conocido por Montparnasse. Por encima de los paseantes, al final de la calle, se veía el cartel de madera, “Tienda de cómics Aline”. Tras las ventanas, las siluetas de los compradores se movían lentamente. La vitalidad de aquel lugar era envidiable, era imposible ponerse en aquella calle a vender libros viejos y que no pasara alguien que se interesara en ellos. Un hombre vendía periódicos viejos y sin duda encontraría quien se los comprara aunque sólo fuera para poner en el suelo húmedo de un bar. También era una calle de viviendas baratas, de gente obrera o bohemia, todos en el mismo cuadro. Esto era lo que había, una tienda de cómics en mitad de un lugar tan simbólico, tan mítico y evanescente, que en ocasiones parecía que sonaba una música de un órgano desde una iglesia tal irreal como su campanario cortado por la niebla. Nadie se fijaba en ellos, resultaban indiferentes a todos. En la esquina de la casa olía a orines, y alguien había arrojado un caldero de agua jabonosa delante de la puerta. En ningún lugar del mundo podía haber un lugar mejor para poner una tienda de cómics o una librería, si bien, en otro tiempo habían vendido sombreros, lo que le daba mucha importancia a los ojos de los cineastas en busca de esquinas para rodar sus películas. Pero sobre todo, la importancia de la tienda y lo bien que marchaba el negocio, se debía a la presencia incuestionable de Aline, conocida hasta el punto de integrarse en el barrio como uno de sus monumentos, es decir, con una presencia tan fuerte que todos la echarían de menos si un día faltara.

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3 La sombra que huye cuando tus ojos dicen constancia Al frente del mostrador estaba una chica que les habló en francés, pero no era Aline. Le preguntaron por ella y desapareció detrás de una puerta. Aline no sólo era dibujante y estaba al mando de la tienda, en otro tiempo había hecho tatuajes en aquel mismo lugar, pero habían cerrado esa parte del negocio; sin duda Michelle no lo sabía y lo había agregado como una de los motivos de su disputa, “realizar actividades no acordadas previamente”. Aline parecía mayor de lo que habían pensado, fue sorprendente adivinar que tras aquel pelo enmarañado se encontraba ella. Dieron una explicación a su presencia insuficientemente satisfactoria, pero cuando Harold nombró a Michelle, los hizo pasar. Los clientes los miraban con desconfianza y uno exclamó, ¡cons, espagnoles! Como si eso fuera lo peor que se pudiera ser. Lo dijo entre dientes, pero pudieron oírlo. No recordaba haver sido recibido con tanta acritud en otras ocasiones que estuviera en París, era muy extraña aquella actitud, como si hubiesen estado esperando que aparecieran y supieran de antemano que no traían nada bueno. 92


Aline los recibió en una sala sin demasiados muebles, apenas se sentaron, afirmó no disponer de tiempo y que ya sabía por qué había llegado hasta París, pero que habían tardado más de lo que esperaba. Nada podría haber sido más inquietante, sobre todo porque apenas les daban la oportunidad de hablar. Mientras Aline observaba aquellas caras despistadas, que expresaban una desconcertante señal en el entrecejo y que respiraban la incertidumbre de no saber aún exactamente a qué se enfrentaban, se daba perfecta cuenta de que podría manejar la situación sin problemas, o como se suele decir, que tenía la sartén por el mango. No era fácil que ellos, desde su posición, pudieran comprender el amor que ella sentía por los cómics, por aquella tienda y por todo lo gráfico en general. Por razones que ni siquiera Michelle comprendería, los dejó a solas en aquella sala y se fue a acabar de pintar un graffiti sobre el muro de la estación, algo que no corría en absoluto prisa y podría haber hecho cualquier otro día. Los tres esperaron en vano que volvieran mientras curioseaban en la sala y se centraban en un dibujo a carbón que Aline había hecho de su propio rostro. Pudieron entonces observar marcas de su piel que no se apreciaban con la luz interior. Era un día de semana, posiblemente jueves, una mañana de sol y nubes dejaba entrar una moderada luz por la ventana y se volvieron al hotel después de Hanna, la chica del mostrador les preguntó donde se alojaban y les indicó que pasaría por la mañana para recoger a Harold y según sus propias palabras, “terminar con todo eso”. Los amigos y colaboradores de Aline en su tienda, se mofaban de Harold y sus amigos, pero al mismo tiempo estaban expectantes acerca de lo que tuviera que decir. Aquella noche, Leslie habló de nuevo por teléfono con su ex-pareja desde la habitación del hotel. Christian no pudo evitar oírla. -¿Has vuelto a hablar con él? -inquirió el monologuista-. ¿Has pensado en volver con él? Estas muy loca. Cuando dejas de ver a alguien durante un tiempo y crees que esa persona te falta, es posible que lo más horrible de esa persona te parezca asumible, pero un tipo violento, como era el caso, no iba a cambiar en unos días. Sin embargo, Leslie consideraba que nada había salido como esperaba y eso no tenía nada que ver con Harold. -¿Qué te ha dicho? ¿Que va a cambiar? Todos dicen lo mismo, te ofrecerá una vida nueva y te comprará un anillo o unos pendientes. Para lo que te va a servir... ¡si te rebajas creerá que te tiene controlada! Francamente, creí que eras más fuerte. Te mimará unos días y volveréis a lo mismo. Cuando por la mañana, aquella chica se presentó en el hotel para llevarlo a un encuentro con Aline, se preguntó en qué momento había perdido el control, si es que alguna vez lo había tenido; por supuesto, quedó claro que el encuentro debía ser entre los dos, nadie más. Harold ya no pensaba que tanto esfuerzo no valía la pena, los viajes siempre compensan, aunque en este caso, eso no se debía precisamente al motivo que los había llevado hasta allí. Pensaba en Aline en términos diferentes a la documentación que llevaba en la mano, la había conocido y le parecía cautivadora. La enorme casa a la que fue llevado era de los padres de Aline, que llevaban un año dando la vuelta al mundo. Era un lugar sin electricidad, decadente y de paredes húmedas y la muchacha lo utilizaba los fines de semana para organizar encuentros literarios; la chica que conducía lo iba poniendo al día de todo lo que tenía que ver con aquel lugar, pero no se enteraba mucho porque su francés estaba se había encallado desde hacía un tiempo. Aline no era una chica pobre o necesitada de un salario, eso había quedado claro. No la imaginaba trabando en una fábrica de conservas, o congelando pescado; ni siquiera podía imaginarla llevando productos del almacén a una estantería de un supermercado, o sirviendo cajas de licores por los hoteles de la ciudad:todo eso le estaba prohibido por nacimiento. Su privilegio había sido estudiar en los mejores colegios y renegar de todos ellos, creerse una revolucionaria y dibujar sin descanso motivos de ruptura contra el sistema. -No pretenda demasiado de ella, se dará cuenta y lo mandará de vuelta al hotel. Intente ser amable, es una chica dulce detrás de esa aparente armadura. -Mi papel no es el deseado pero debo tener esa imagen de los hombres que siempre intentan hacer 93


lo que se espera de ellos. ¿Por qué acepté este encargo? Me lo llevo preguntando desde que subí a ese autobús. Ella no parece intocable, sólo una chica más de tantas que he conocido. ¿Por qué crea este desasosiego en mi? -Error, no es una chica más. Es una diosa, pero se comporta como humana. Tendrás tiempo de comprobarlo, quiere que te quedes el fin de semana. -¿En serio cree que voy a aceptar esa invitación? -No es una invitación, lo da por sentado. Nadie le lleva la contraria. Si quieres hablar con ella tendrás que aceptar sus reglas. Al aceptar la invitación se ponía en sus manos, totalmente solo y en su terreno, tendría que escuchar todo lo que deseara decirle, someterse a un lavado de cerebro que aumentaría su deseo de acabar aquello lo antes posible. No podía imaginar que fuera de otra manera, ni esperar al lunes y aparecer en la tienda, no, quería hacerlo ya, saber lo que fuera necesario, acabar y volver a Madrid. No era de ese tipo de gente que se deja manipular, ni a las que se le pudieran contar historias extrañas para influir en sus decisiones. -Si hay un malo en esta historia, espero ser yo, ni Michelle, ni Aline, sólo yo -dijo Harold-. Siempre he ido por libre, pero conozco mis límites. -¿Michelle? Creo que la conozco -dijo la chica al volante-. No me pareces tan malo. Haces la parte que te corresponde, sin complicarte demasiado. Si la gente se preguntara por qué hace las cosas, el mundo dejaría de funcionar. -No entiendo a los franceses. No entiendo Francia. Queréis poneros en el lugar de todos, pero termináis haciendo lo que os conviene, que no siempre es lo más conveniente para todos. -Eso es un pensamiento muy egoísta. Aún no sabes lo que va a suceder y ya estás dando por hecho que no te convendrá lo que salga de “los franceses” (sonó despectivo). No somos ni mejores ni peores que los españoles. No es una cuestión nacional. Aline decide y ella es una persona muy querida, por eso confío en sus decisiones. Sabrá que hacer. Era media-mañana, el viaje no había durado mucho y aquella chica apagó el coche y todavía seguía sentada a su lado. No había nadie en el aparcamiento delante de la casa, de hecho, parecía no haber nadie en muchos kilómetros. No había ni una luz en la casa, ni eléctrica ni de velas ni de ninguna otra cosa. Se esforzaba en mirar las ventanas esperando alguna sombra, alguna figura o señal. De pronto el sonido de un desagüe enredó entre los trinos de los pájaros y Harold cerró su ventanilla. Todo lo que pudiera haber imaginado se desvanecía frente a la enorme y húmeda piedra, era como sumergirse en una película francesa de después de la guerra. Con todo, se aferraba a la carpeta de cartón donde guardaba los papeles para la cesión del alquiler y el despido de la artista. No era consciente del cambio que se estaba operando en él, ni sabía a que se debía que aquel paisaje de árboles huesudos fuera capaz de emocionarlo como lo hacía. -¿No te sientes a gusto? -Este viaje no era lo que esperaba, hubiera preferido Berlín, a pesar de la distancia y lo incómodo de los autobuses. Tengo miedo cerval a los aviones. Me supera, sin aviones mi vida es mejor. Harold tenía demasiadas cosas en la cabeza, iban y venían pensamientos que lo confundían y no le dejaban escuchar, ni interpretar cada una de las frases de su interlocutora. Al menos había llegado hasta allí y tenía justo delante la ocasión de aclararlo todo y terminar. Aún no acababa de entender por qué, en medio de una vida llena de desafíos, sueños rotos y un fracaso sentimental reciente, se permitía juzgar a Aline. No lo estaba pasando bien, eso era obvio. ¿Por qué, si tenían que acabar con aquello lo antes posible, ella lo rodeaba de un escenario semejante? Media los tiempos, jugaba con él. Aline hablaba poco, al menos hasta el momento en que Harold se presentó por segunda vez delante de ella. Le pidió que se sentara mientras terminaba de lavarse el pelo. Se había mojado el cuello y le había corrido la espuma hasta los pezones que se apuntaban como dos leves manchas negras debajo del camisón. O eso creyó mirar. 94


Harold empezaba a adivinar que había cosas que no sabía, o que había cosas que no entendía. El sentimiento de pertenencia siempre se más fuerte para aquellos que están, que viven el día a día, que para los propietarios ajenos a cada problema que se presenta y hay que solucionar, por pequeño que sea, para que el mundo siga funcionando. Todo se había roto, los puentes de confianza volados, las intenciones eran las peores y el momento no tenía marcha atrás. Aline no estaba obligada a vivir como lo hacía, y si la batalla le resultaba demasiado cansada, renunciaría antes de liarse en un interminable proceso de acusaciones. En eso de la ausencia, también Harold estaba de acuerdo, Michelle no sabía absolutamente nada de lo que se cocía en aquella ciudad y en la cabeza de su oponente. -No hemos puesto demasiado de nuestra parte por solucionar nuestros problemas -Dijo Aline mientras se erguía y se secaba la cabeza con una toalla-. Ni siquiera Michelle, con todo lo que dice que sabe de mi, ha hecho las cosas medianamente bien; tú eres una prueba de ello. No disimuláis mucho los españoles, se os ve venir de lejos. Hay un juego que tiene que ver con fingir, ¿es que no lo sabéis? Eso es parte del debido respeto por el otro. Te ha tocado el trabajo sucio, lo comprendo, no es culpa tuya. Cuando Aline se incorporó y él siguió sentado, se colocó delante de sus ojos con cierto descaro, fue entonces cuando se percató de que la muchacha con el camisón mojado, sólo tenía un pecho. Tal y como parecía, un proceso cancerígeno había concluido con la amputación de uno de ellos. Harold había rechazado en un primer momento aquel pequeño viaje a las afueras. Había algo que no le cuadraba en aquella forma de proceder y cuando oyó al citroën que lo había llevado hasta allí, arrancar y desaparecer poco a poco en la distancia, sospechó que tendría que arreglárselas para salir de aquel lugar. -No te inquietes, ella volverá mañana por la tarde para llevarme de vuelta y tú podrás venir con nosotras, hasta entonces eres mi invitado. No hay coche de linea en las inmediaciones, lo siento. -Creo que estoy secuestrado. -Puedes irte, pero sería mejor que tratáremos ese asunto “tan importante”, primero -le dijo ella con ironía -Eso si parece que empieza a ser algo positivo . Le replicó Harold. -Sí, pero no lo haremos hasta mañana. Me duele la cabeza y quiero enseñarte algunos dibujos y que salgamos a pasear. El campo está hermoso por la mañana. -Estoy en tus manos. -Pues sí, eso parece -sonrió ella maliciosamente. -Vamos a ver una cosa. Quiero que quede claro que preferiría acabar pronto y volver. Pero la oferta es agradable -No seas crío. Ya te dije que eres libre para hacer lo que desees. Me pareces un hombre muy interesante, hasta podría haber pensado en pasar la noche contigo, pero no voy por ahí cazando hombres para tener sexo ni nada parecido. -¡Vaya, eso me tranquiliza! Durante los últimos dos años, la vida de Aline no había sido fácil. Se había enfrentado a la enfermedad pero también a su soledad y a las peticiones de Michelle para que se desplaza a Madrid y le devolviera la llave y los los papeles de la tienda. Eso era ridículo, pero la había molestado mucho. Había hecho lo imposible por mantener la calma y cuando Harold entró en la tienda, no miró un envidado de su gran enemiga, sino un apuesto español con ojos inocentes. Se consideraba afortunada porque en los últimos tiempos había tomado una decisión que la descargaba de algunos problemas, y eso era cerrar la tienda, pero no se lo iba a decir aún a Harold porque primero quería “jugar” un poco con él. Hacia la hora de comer, habían pasado dos horas paseando por el campo y hablando de sus vidas y Aline se mostraba animada y dejándose llevar por primera vez en mucho tiempo. Aquel hombre era amable y simpático, procuraba ser sincero en sus respuestas, aunque notaba que no siempre lo era. Para ella era como un reto psicológico hacerle preguntas difíciles que iban desde sus afinidades 95


sexuales, hasta sus sueños no cumplidos. Todo se reducía a conocerse, o al menos, a ver como reaccionaban en conversaciones que podían considerarse escabrosas. Los personajes de los dibujos de Aline disfrutaban haciendo eso, poniendo a la gente en situaciones difíciles sin saber cómo lo habría de solucionar. Aunque Aline le había hecho creer que al no tener teléfono se encontraban totalmente aislados, lo cierto era que Harold guardaba una sorpresa. En un momento sacó del bolsillo un teléfono nokia de los más pequeños e hizo una llamada delante de ella. Era para avisar a Christian y Leslie de que se quedaría a pasar el fon de semana en el extrarradio. -Estoy aprendiendo mucho de París y de los parisinos. Sí, estoy muy cómodo y Aline no parece tan arisca al natural. -Vuelve cuando quieras ya buscaré yo la forma de entretenerme, tal vez vaya a leer cómics a la tienda. Hay una novedad que debes saber -advirtió el monologuista-. Leslie se ha pirado. Ha pasado toda la noche en el teléfono hablando con ese tipo que la zurra y se ha vuelto porque el otro le dice que no puede estar sin ella, ¿telo puedes creer? Esa chica está loca del todo. -Ya. Bueno. Esperaba que eso sucediera en cualquier momento. El lunes nos vemos en el hotel y hablamos con más calma. Un abrazo. Tras haber visitado la casa y escuchar la queja de Aline por no apagar el teléfono, intentó disimular cuánto le desagradaban los viejos cuadros de una familia tan antigua. Allí estaban todos los abuelos y bisabuelos, que parecían reírse de los vivos y del paso del tiempo; era como si dijeran, “pronto estaréis al otro lado, la vida pasa en un vuelo de urraca” -No quiero que te aburras -dijo Aline. -No me estoy aburriendo, en serio. Me siento cómodo, me gusta el campo. Ya viste, tengo un teléfono. Si no fuera así podría pedir un taxi. -Desde el punto de vista del ilustrador, este situación es interesante y me gustaría, esta tarde, enseñarte el cementerio. He copiado algunos dibujos de sus lápidas. Te prometo que mañana hablaremos de lo tuyo -sentencióDesde muy jóvenes, cada uno de ellos había aprendido a salir adelante por sí mismo; al menos eso lo tenían en común. Pero para Aline todo había sido aún más difícil si cabía. Sus padres no se habían ido a dar la vuelta al mundo, en realidad su madre había muerto siendo una niña, y la mujer con la que su padre se había ido para un viaje tan largo, era la cuarta madre que había conocido y ya sólo cabía esperar que su padre se divorciara una vez más. Crecer sin una madre había sido especialmente duro, pero al menos podía ver a su padre algunos fines de semana o en vacaciones, cuando sus ocupaciones se lo permitían. Si su estado interior dependiera de un concurso para ver cual de los dos había tenido una infancia más desastrosa, entonces ganaría Aline. De eso también halaron en aquella tarde interminable del cementerio al monumento de la victoria en el cruce de carreteras. Unas horas después cansados de caminar y de terminar la comida que no habían podido ingerir a mediodía, Aline preparó el segundo acto y llevó sus dibujos y cómics y lo llamó para que se sentara a su lado. Su invitado obedeció sin más pretensiones que el interés que aquella mujer había empezado a despertar en él. Aline era del tipo de mujeres que no fingía los orgasmos, tan natural en todo, que no esperaba subir su ego ni provocar a su nuevo amigo para que la adulara, eso no siempre funcionaba. En la habitación de Aline apenas corría el aire, unas pesadas cortinas cerraban el paso de la luz, al menos hasta la mitad de las ventanas, y lo único que se escuchaba era un reloj de pila marcando los segundos sobre una cómoda. Había cuadros de naturaleza erótica, más sugerentes que explícitos. Harold entró para recoger unos cuadernos de dibujo del segundo cajón de la mesita de noche, ella le daba indicaciones sin levantarse del sillón. Se acababa de cambiar de ropa y había dejado su vestido y sus braguitas sobre la cama; miró la ropa interior, la cogió y la levanto a la altura de los ojos, estaba sudada de la caminata. Ordenó su trabajo en el sentido en el que se lo quería mostrar, empezando por dibujos adolescentes muy malos, pero de los que se sentía muy orgullosa. Se concentraron en aquellos dibujos con tanta profundidad que apenas hablaban y podían oír el roce de 96


las hojas cuando las movían o las apartaban. Tomaron café y apenas se movieron el uno al lado del otro, hombro con hombro, respiración con respiración. Luego, levantando su camisón hasta las rodillas, ella dejó las zapatillas en le suelo y puso las piernas encogidas sobre el sillón, se encontraba cómoda, se diría que satisfecha. La escena en el sillón era más propia de una pareja comprometida y bien comunicada, que de conocidos recientes. Harold podía ver la cicatriz sobre el pecho amputado, y, con toda claridad, el enorme pezón rosado del otro pecho; estaba muy excitado, pero siguió mirando los dibujos hasta que terminó el último álbum y ella los recogió y los dejó sobre la mesa. -¿Te has fijado? La cicatriz es profunda. Aún no he superado vivir sin mi pecho -el escote era amplio y ella no lo escondía-. Debes de ser un hombre muy experimentado. ¿Has tenido muchas novias? -Unas cuantas. -He oído que los españoles sois muy buenos amantes y que las mujeres son más apasionadas que las francesas. -Hay de todo. No conozco muchas mujeres francesas para poder decir algo coherente al respecto. ¿Conoces España? -Estuve un par de veces. -¿Lo has hecho con hombres españoles? -Con uno. -¿Y? -No fue tan bien como esperaba. Al día siguiente, se levantaron temprano y salieron de nuevo a dar un paseo por el campo. Por la mañana el aire estaba fresco y producía cierto placer respirarlo. Del mismo modo que ella lo había preparado todo, tanto si había sido aceptado o forzado, Harold había terminado por encontrar la seducción y exhibirla. Lo mejor de aquel fin de semana habían sido los dibujos, eran muy buenos. No era lo único que habían hecho, pero estaba cautivado por los colores y los temas. Imágenes de guerra, de destrucción y de amputaciones, ¿qué clase de cómic se podía escribir con eso? Le había pedido que le escribiera un guión, pero pedirlo no era suficiente. Había que tener en cuanta lo sugerido y ponerse en situación; no podría saber si era capaz de tanto hasta que lo intentara. La escuchó embebido en sus teorías, intentó crear en su imaginación aquellas imágenes convertidas en historias, aunque cada vez que lo llevaba a desiertos indomables, a montañas infranqueables y a viajes en avioneta sobre el océano, él terminaba por perderse y volver a la realidad con preguntas que deseaban darle forma a los personajes. No recordaba haber trabajado con tanta intensidad anteriormente con ningún ilustrador y tanto era así, que quedaba largos momentos en silencio absorbido por aquellas ideas. Aline firmó todos los papeles, se autodespidió y se mofó de Michelle porque iba a cerrar la tienda y ya nada importaba de todo aquello. En resumen, el viaje había resultado mejor de lo esperado. No había ido a París pensando en sí mismo, pero todo había sido bueno. Al menos, esta vez, todo había salido mejor de lo esperado.

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Donde nacen los motivos

1 Donde nacen los motivos La intensidad del amor en las parejas jóvenes puede llegar a ser irracional. No necesita saber donde nacen los motivos. Así, cuando Rotten conoció a Layha, no necesitó ningún artificio ni crear 98


ninguna falsa apariencia, para sentirse aceptado socialmente, y eso a pesar deapenas rozar la mayoría de edad, tanto ella como él. A los veinte años se casaron y al cabo de un año tuvieron un hijo a que llamaron Monty. Los dos trabajaban en el almacén de una fábrica de perfumes, aunque en diferentes secciones. El trabajo era duro y les llevaba la mayor parte del día, eso les obligaba a dejar al niño con una canguro, en la guardería pública o con los abuelos, pero los domingos salían al parque y pasaban horas sentados en la hierba o en las escaleras de cemento del centro comercial, que entonces estaba cerrado. Aquellos domingos tenían los momentos más felices de sus vidas en ese arranque insospechado y sacrificado por conseguir una estabilidad tan anhelada; sin embargo les gustaría poder pasarlos, por decirlo de alguna manera, de una forma más elevada. Layha iba al kiosko de golosinas y compraba dulces: cuando Monty cumplió los cuatro años, era un experto en todo tipo gelatinas de colores, de nubes de fresa, gomas de azúcar, chiclets, piruletas, huevos de azúcar y botellas diminutas con sabor a cola azucarada. Sentados en la hierba parecían abandonados por el mundo, o que ellos habían abandonado toda posibilidad de salir de aquel bucle que duraba años; parecía inevitable, Monty se haría mayor y seguirían llegando a final de mes sin un respiro. Cada escalera, cada árbol caído o cada saliente de piedra en los bordes de los edificios, era una estupenda oportunidad para sentarse un rato después de la vuelta de uno de sus paseos. “Si al menos tuviéramos dinero para pasar la tarde del domingo en el cine, sentaditos, sin molestias, guarnecidos de la luz y de la lluvia, del calor y del frío”, decía Rotten. No les hacía sentirse avergonzados que en cualquier ocasión, pasaran compañeros de la fábrica, viejos compañeros del instituto que habían tenido destinos más afortunados, vecinos o parientes, y los viesen intentando recoger los papeles y las botellas de plástico a su alrededor para, al menos, no dar una impresión tan sucia. En cualquier situación o lugar inesperado en el que se detuvieran, podía aparecer algún conocido, eso era inevitable, y ellos intentaban saludar y sonreír, pero algunos les volvían la cara o cambiaban de acera; era inevitable. Desde su infancia, Monty empezó a notar que la gente le daba mucha importancia a esas cosas y con los años le empezó a incomodar que pudieran sentir lástima por él y por sus padres. En el colegio, cuando les preguntaban, en qué trabajaban sus padres, algunos niños orgullosos decían, mi padre es entrenador de fútbol, o, mi padre es policía, o también, mi padre abogado y uno tenía un padre alcalde, nada menos. Él sabía que la fábrica de perfumes no pagaba bien a sus testadores, pero no podía ocultarse, y se levantaba en mitad de la clase y decía, mis padres huelen perfumes y los clasifican y os aseguro que para eso no vale cualquiera. En realidad no olían tantos perfumes y se dedicaban a apilar cajas o descargar camiones. Lo cierto es que se sentía turbado por la poca categoría que le concedían sus compañeros y eso le provocaba pensamientos terribles de venganza, pero era un buen chico y reprimía sus impulsos de insultarlos a todos. Durante un tiempo, cuando la profesora pasaba a un plano superior y les preguntaba que querían ser cuando accedieran al mercado laboral, Monty señalaba orgulloso que tenía buenos pulmones y que le gustaría ser soldador submarino, lo que los dejaba a todos muy descolocados. Entonces, algunos de sus compañeros decía que ese trabajo no existía y él aportaba revistas y grabaciones de obtuviera del youtube, para probar que no mentía (al menos en eso). El engaño estaba servido, no mentía, pero había conseguido atraer su atención, crear una cierta polémica y ser el protagonista durante unos minutos. Los padres de aquellos chicos podía ser lo que quisieran, pero él “cortaba el bacalao” en la clase de alumnos de primaria de segundo año. Aprovechaba cualquier situación para ensalzar la figura heroica de aquellos que arriesgaban la vida construyendo, sobre mares embravecidos, plataformas petrolíferas, canales, puentes o diques de contención, lo que para su edad era mucho conocer. No se le ocurrió entonces que perdía más tiempo dedicado a sus distracciones, por muy creativas que fueran, que a estudiar para sacar buenas notas. Necesitaba evadirse y por mucho que lo intentara, al final, aquellos chicos que quería ser médicos, ingenieros o generales, terminaban por relegarlo al espacio excéntrico de los que no quieren competir, ni, en realidad, ser nada seriamente hablando. Sin embargo, lo exponer un trabajo como soldador submarino de grandes piezas de hierro para conocimiento del resto, había sido una ocurrencia que, en un niño, rozaba la genialidad. 99


El hecho de haber sido un hijo de padres tan jóvenes, sin duda influyó en su educación, carácter y personalidad, aunque se relacionaba con cierta normalidad con otros niños. Asumía sus interacciones con chicos de padres y vidas muy diferentes como si fuera capaz de enfrentarse a cualquier cosa en el futuro, y lo que lo reafirmaba en esas actuaciones abiertas era su aparente fuerza mental, nunca terminaría de asombrarse de verse a sí mismo intentando dar lecciones a todos de como debían ser las cosas, probablemente, a su edad, sin tener ni idea de nada. Se trataba pues, de disfrutar de todas las cosas tal y como llegaban, sin prescindir de ninguna de ellas, sin temer al otro y sus consecuencias, sin dejarse intimidar por lo que significaba ser relegado a un puesto secundario a los ojos de los profesores, los vecinos, o cualquier adulto que lo mirase con conmiseración, cristiana o no. Crecer en armonía con un aprendizaje tan personal no fue fácil, sobre todo si algunos lo consideraban un descarado por aspirar a tanto, pero en ningún momento, ningún otro chico de padres ricos o influyentes, o ningún adulto lleno de clichés e ideas preconcebidas acerca de sus limitaciones, consiguió intimidarlo. Cuando cumplió los trece años, sus padres ya parecían convencidos de hallarse ante un caso aparte, una naturaleza singular y llena de energía que estaba capacitada para darles mucho trabajo. Habían tenido tiempo de sobra durante su infancia para asimilar la diferencia con otros chicos y acostumbrarse a él. En aquella etapa de su vida, Layha creyó necesario dar un paso atrás y permitir a su marido centrarse en la educación de su hijo. Durante un tiempo los dejó pasar la tarde en el salón y Rotten leía la prensa deportiva mientras el chico hacía sus tareas escolares. Conversaban y se gastaban bromas y ella los observaba a través de la puerta acristalada. En verdad, al ver aquella escena tan familiar, pacífica y relajada, cualquiera se creería capaz de volverse moderadamente conservadores. Si no fuese por todos los golpes que les daba la vida en forma de necesidades no cubiertas, tal vez hubiesen defendido aquella falsa sensación de prosperidad contra cualquier cultura diferente. Leer prensa de izquierda, era sin embargo, un rasgo contestatario de aquellos que necesitaban un cambio, y ellos lo habían necesitado más que otros durante los últimos dieciséis años. A pesar de todo, Monty iba creciendo y aprendiendo, formándose en todos los aspectos y comprendiendo el punto de vista contestatario de sus padres, lo que chocaba, en ocasiones, con el punto de vista de algunos profesores, de los más conservadores en la escuela. Mientras empezaba a ser consciente del papel que su clase social jugaba en el mundo y de qué manera determinaba su futuro, una prima que vivía en otra ciudad se vino a vivir con ellos, sus padres se habían ido a trabajar al extranjero y todo se había arreglado entre adultos para que aquellos sucediera así, por lo tanto Monty no lo supo hasta que la vio llegar y tuvo que cederle su habitación. Era alta, casi le sacaba la cabeza, rubia con el pelo ensortijado, dos años mayor que él y muy mandona, por lo que parecía. Entonces, descubrimiento tras descubrimiento, Monty se sorprendió de que las chicas fueran tan limpias y se cambiaran tanto de ropa. Claro que lo sabía por otras chicas del cole, pero nunca lo había sentido tan cerca; aquello le hacía asumir que necesitara intimidad y que lo hubiese relegado a la cama mueble del salón que aparecía cada noche extendiendo sus hierros desde un mueble de formica contra la pared, y desaparecía cada mañana enterrándose en mueble anteriormente señalado. Si Yeni no había sido más cariñosa al principio y no le había agradecido tantos sacrificios para que estuviera allí, se había debido a la forma desconfiada con la que él la había mirado y la poca gana tenía de hablar con ella. Desde el primer momento, y a pesar de que no era un chico especialmente dado a pensar e intentar entender a las chicas, se sintió interesado por ella, pero supo disimularlo con un silencioso enfado, lo que se debía a su necesidad de ser respetado a pesar de su edad y del hecho de que estaba tanteando el terreno, además, ya había cedido bastante poniéndose a las órdenes de su madre. -Enséñale a Yeni cómo puede abrir los cajones del armario y hazle sitio para sus cosas -le ordenó Layha. Pero si tan sólo se trataba de ayudar a su prima, ¿por qué tenía que hablar con ella si no encontraba su lengua por ningún lado? ¿Por qué ella le preguntó si se la había comido el gato? ¿Por que razón le tocaba los brazos esperando que comprendiera que aquello deseaba hacerlo ella sin 100


ayuda? -Este es el sitio que hay, es poco. No toques mis cosas -le dijo sin dejar de mirarla. -No lo haré, gracias -respondió ella. En varias ocasiones, Monty había llegado tarde a casa porque se quedara más de la cuenta a ver revistas de coches en casa de su amigo Herny. Henry era algo mayor que él y eso hacía muy interesante todo lo que decía, así que se pasó de la hora hablando, y eso justo antes de que su madre le prohibiera llegar más tarde de la hora de la cena. Él intentó negociarlo porque antes de la llegada de su prima no eran tan estrictos en eso, pero no consiguió nada. Layha estaba convencida de que cenar juntos les haría conocerse y entenderse mejor, y Yeni tampoco parecía extrañada por eso. -Todo está cambiando mucho -le dijo Monty a su amigo en una ocasión-, pero si al menos sirviera para que esa niña se bajara de su pedestal de pureza intocable, lo daría por bueno -puntualizó refiriéndose a su prima. -Es muy buena en física, está en mi clase -respondió Herny-. Aún no he tenido ocasión de hablar con ella, pero me tiene intrigado. Es una pena que sus padres tuvieran que ir a buscar trabajo al extranjero, ¿no crees? -Claro, yo también lo siento. Pero no se trata de eso. Nuestras vidas no cambian en la dirección que esperamos, ni siquiera cambian en la dirección que tomamos, con demasiada frecuencia son efectos inesperados de cosas que ocurren, o que nos ocurren, con las que no hemos tenido nada que ver. En ese momento, Monty empezó a sospechar que el lugar que la vida le tenía reservado iba a tener muy poco que ver con los esfuerzos que hiciera por evitarlo, porque, desde luego, no apuntaba a nada bueno. -Creo que he perdido definitivamente mi habitación. Se va a quedar para siempre, parece. ¿Que hay de nuestros planes para ir este verano al río y pescar unas truchas? ¿Sigue en pie? -le preguntó Monty a Henry como un charlatán sin freno. -Claro, habrá que pedirle permiso a tus padres, pero si quieres... -A veces, cuando estoy estudiando y a punto de quedarme dormido sobre los libros, pensar en las vacaciones es lo único que me sostiene. Al final del curso, cuando apenas faltaban un día para cumplir los quince, Monty volvía a casa con Herny, bromeando sobre el volumen que estaban cogiendo algunas chicas del equipo de hockey y se excitaba sólo de recordarlo. Se estaba haciendo de noche y los chicos que solían jugar en la cancha de basket ya se habían retirado. Pasaron al lado de una ventana de un bar solitario donde un borracho dormía la mona sentado y con la cabeza apoyada sobre los brazos, que a su vez, cruzaba sobre la mesa de aluminio. Eso les hizo mucha gracia y golpearon el cristas hasta despertarlo, entonces empezaron a reír y salieron corriendo porque aquel tipo se enfadó y los amenazó, “os vais a reír de vuestra madre. Si os pillo os voy a romper la crisma”. No podían parar de reír mientras corrían y se detuvieron dos calles más abajo. Durante la carrera, Monty hizo un mal movimiento, posiblemente debido a haber pisado alguna piedra, y se había hecho daño en el tobillo pero no parecía nada grave. Siguieron andando mientras él cojeaba levemente. Se encontraban en una calle no solían frecuentar, pero si daban la vuelta en la esquina siguiente volverían a la avenida y en diez minutos estarían en su barrio, volvieron a parar y Monty se frotaba el tobillo cuando levantaron la cabeza y vieron que un tipo le estaba dando una paliza a otro. Asistieron a aquella terrible violencia sin mover un músculo, Monty seguía apoyado en la pared convencido de no haber visto nunca nada igual. Eran dos tipos grandes y había mucha sangre en sus ropas. A uno de aquellos tipos lo conocían bien, estaba siempre sentado en una terraza frente al instituto bebiendo combinados y fumando sin parar, a veces acompañado de alguna chica. Aunque aquel hombre no pareció reconocerlos en el primer momento, levantó la cabeza clavó sus ojos en ellos. Ese fuer el momento en que el otro se derrumbó y ya no se levantó. Les había visto la cara y eso les hizo temer lo peor. “¡Vamos, no es asunto nuestro!” dijo Herny tirando de su amigo para salir de allí lo antes posible. La preocupación se revelaba en la cara de los dos. Esta vez ya no reían, ni la aventura les parecía tan vibrante. Fue entonces que oyeron que aquel hombre les gritaba, “¡un momento, venir aquí!”. 101


Pero ya no volvió a verlos, corrieron sin hacer ruido a pesar del tobillo retorcido de Monty, y se perdieron entre callejas que nunca antes había pisado. Al despedirse delante de la casa de Monty, Herny le dijo, “de esto ni una palabra a nadie”.

2 Malick el astuto A Herny le empezaba a gustar que su amigo apareciera de vez en cuando con su prima. Había lugares comunes que solían frecuentar, y como Monty había conservado de su infancia la costumbre de sentarse en plena calle a ver pasar transeúntes, arrastraba a su prima a las escaleras que más le atraían y donde se encontraba con Henry: las hermosas escaleras de piedra del colegio de artes folklóricas. Al principio Yeni rechazaba sentarse porque se manchaba las bragas y los vestiditos, pero empezó a poner jeans y entonces podía pasar horas viendo la vida pasar o charlando con los otros. Algunos de sus amigos estudiaban en aquel lugar, y era una propuesta seria para Monty, que creía que no se podía hacer nada mejor en la vida, que fabricar instrumentos musicales y darle forma a la madera, pero también se sentía atraído por la cantería y aquellos que salían con el pelo cubierto de una pátina de polvo de darle forma a figuras delicadas sobre una base de piedra. Encontrarse en aquel lugar empezó a ser algo menos fortuito y los tres daban vueltas por la ciudad o se paraban a tomar refrescos en los bares, el día tenía demasiadas horas y no querían volver a casa antes que los padres de Monty, lo que sucedía después de la siete, y tenía que ver, a su vez, con el término de su jornada laboral. A Yeni le llamaba la atención que Herny siempre fuera tan limpio y arreglado, y, sobre todo afeitado y el pelo recortado al milímetro. Un día, Monty le aclaró que su padre era peluquero y que no lo veía mucho porque se había divorciado unos años antes, entonces, Herny acudía los viernes a la peluquería de su padre para hacerle una visita, y el señor Treborn aprovechaba para recortar cada nuevo gancho y protuberancia, con movimientos ágiles, como si se tratara de un seto de aquella película del Manostijeras. El padre de Herny había visto a Johnny Deep con absoluta devoción, y desde entonces había considerado que ser peluquero era algo más que una forma de ganarse la vida, y que resurgía desde su adolescencia, su espíritu de artista tantos años agazapado. El verano anterior, en una ocasión, Monty había ido hasta la peluquería de Treborn para salir con Herny a ver un nuevo barco que llegara al puerto, un enorme velero que se podía visitar si llegaban a tiempo. En aquella ocasión, el señor Treborn se mostró muy disgustado al ver aquellos pelos rizos indomables de Monty y no le permitió irse sin arreglárselo. Aquel detalle de afecto por uno de los amigos de su hijo, no pareció muy cómodo para los chicos, o al menos para Monty, que prefirió no volver a esperar por su amigo en la peluquería por el temor a ser trasquilado de nuevo. Tal vez los adultos no entendían estas cosas, y Monty apreciaba al señor Treborn, pero, en su timidez, prefería evitar aquel momento que no podría controlar si sucedía de nuevo. En una ocasión, mientras los dos primos esperaban por Herny sentados en las escaleras, Yeni estuvo hablando con un profesor que la miró y se acercó a ella; eso no era tan extraño, si había algo académico que aclarar, lo que le extrañó es que aquella conversación durara más de la cuenta y que el profesor se sintiera tan cómodo y le hiciera bromas que ella reía con pretendida inocencia. Cuando la chica volvió y se sentó a su lado la miró pegando la barbilla al pecho. -Te gusta el profe, se te nota de lejos. Te gustan sus chiste y te gusta reír para que vea tus dientes blancos y vírgenes. -Pero -replicó ella molesta-, si es más viejo que mi padre y tiene cuatro hijos. Le gusta hablar con las jovencitas, y le damos cuerda. Si lo hace dejándose llevar por sus pasiones, el pobre lo debe 102


llevar bastante mal porque no le veo futuro con las chicas de clase. En ese caso, es posible que se haga muchas pajas. Casi tantas como tú. -Ya bueno... ¿disfrutas excitándolo? ¿Haciéndoles concebir falsas expectativas? -Eres imbécil. Ella ese día se fue sola y enfadada, pensando que su primo no tenía las ideas muy claras y el aplomo que se espera de un chico de su edad. Para hacer una observación como la que escuchar, debería primero saber si podía molestar y las consecuencias. No se hablaron en unos días, pero se les pasó. Puesto que tenían que convivir (además lo apreciaba a pesar de aquello), ella tuvo que asumir que entrando en un periodo de madurez a Monty aún le quedaban algunas cosas importantes que aprender, antes de seguir creyéndose muy sagaz por imaginar y expresar de un modo rudo, un mundo sexual que no lo hacía adulto. Al día siguiente de presenciar el asesinato todos los chicos del barrio y en el instituto politécnico hablaban de ello. La policía había estado haciendo preguntas y al tuerto Malick nadie lo había vuelto a ver. Una de las precisiones acerca del asesinato dejó a Monty especialmente paralizado, el asesino había clavado un puñal en el cuerpo de la víctima, con especial saña en el hígado, y alrededor del corazón, justo debajo del hombro izquierdo, y como ya no pudieron hacer nada por él al acudir al lugar del suceso, el médico de la ambulancia se limitó a decretar su muerte y dejar que la policía hiciera su parte. Monty había comprado un periódico por primera vez en su vida y lo leía con fruición sentado en las escaleras de la escuela de oficios del arte, que quedaba muy cerca del politécnico. Yeni lo acompañaba aquella mañana y estaba intrigada por lo que hubiera de tan interesante en aquel periódico, que tenía tan absorbido a su primo. “El fútbol”, dijo él escondiendo la página que acababa de pasar. Aunque no todos los profesores estaban al tanto de lo que sucedía, algunos de ellos compartían el patio con los alumnos, sabían que el tuerto Malick era un merodeador de las cafeterías en los alrededores, y siempre habían sospechado que hablaba con los chicos y que era una mala influencia para ellos. Los profesores, finalmente decidieron hacer una reunión para hablar del tema, lo que no sabían nada de qué se hablaba en los corrillos, y los que sí sabían y veían la necesidad de organizar patrullas que vigilaran el entorno del instituto y avisaran a la policía. Monty calculaba que aquel escándalo iba a durar al menos una semana y que luego enfriaría, pero lo que le preocupaba no era que la policía sospechara de Malick y le quisiera echar el guante, sino que un vecino, desde una ventana había visto a dos chicos echar a correr desde el callejón y a un individuo salir corriendo detrás de ellos. Desde su ventana, aquel hombre de avanzada edad no pudo ver la cara del asaltante, pero aseguraba que lo jóvenes estuvieron tan cerca de él que lo reconocerían sin problemas. Como de costumbre en estos casos, la policía pedía la colaboración ciudadana, y especialmente a los chicos que se presentaran en comisaría para poder identificar al asesino, a que cogerían en breve. Lo cierto era que a Monty no se le pasó por la cabeza ni remotamente, la idea de meterse en aquel lío aún más de lo que estaba. Malick debía estar buscándolos, y la policía no podría hacer nada si los encontraba a él o a Herny Todos parecían saber que Malick buscaba a dos chicos que estudiaban en el politécnico, pero no sabía sus nombres ni tenía otras referencia de ellos, sin embargo, si los veía, podría reconocerlos. Hubo un par de casos en los que abordó a algunos chicos para hacerles preguntas, los asustó mucho y uno de ellos estuvo días sin asistir a clase; no le sirvió de nada. Estaba acabando el curso académico, el cambio de estación se notaba en el aire frío en días soleado. En días así, Monty decía que eran días que le habían sobrado a octubre, y evitaba estar a la sombra sin ropa suficiente. Como pasaban los ratos muertos buscando donde sentarse en los parques, o en las escaleras de un instituto que no era el suyo, no era fácil dar con ellos, pero era temporada de exámenes y a pesar de faltar a aquellos que ya habían pasado, otros en cambio, eran inaplazables. Aún así, burlaron el control de Malick. El último día de curso muchos se acercaban a ver las notas en los tablones de anuncios, otros hacían cola en secretaría por problemas y cuestiones de diferente índole, algunos eran visitantes que 103


simplemente acompañaban a los chicos. Una voz sonaba en los altavoces advirtiendo que formar aglomeraciones atrasaba cualquier gestión que los alumnos tuvieran que hacer. El barullo era general, la confusión se mezclaba con encuentros de viejos alumnos y otros que acudían sólo a los exámenes y no iban a clase. En vez de evitar todo aquel ruido, Monty olvidó al hombre muerto por unos minutos y parecía estar disfrutando. Apareció Yeni con sus notas, todas eran muy buenas y Herny se quedó con ella en la cafetería del centro mientras Monty, bien abrigado salía a fumar al patio. A pesar de que parecía que aquel año, la presión de Malick y los resultados académicos llegaban a su fin, estaba muy cerca de comprobar que aún era pronto para pensar así. El Hombre del ojo cortado estaba en su puesto habitual, en la atalaya de la terraza de la cafetería de enfrente, y desde allí lo vio. En cuanto se levantó como poseído por el ansia de tenerlo entre sus manos Monty también lo vio e intentó esconderse en la multitud. Ese fue el susto más grande del último año, incluso superior al de aquella noche en que lo vieron golpeando al otro individuo. Monty corrió y cuando creyó que lo había despistado entró en una cafetería y se situó detrás de unas cortinas desde las que podía ver la calle sin ser visto. La cafetería estaba vacía, y a excepción del camarero y un gato viejo, nada se movía a su alrededor, así que pidió un refresco y esperó. Desde su atalaya pudo ver en la esquina de la calle, con paso decidido a su perseguidor, avanzaba hacia él y se le veía cansado; no era extraño porque Monty entrenaba en el equipo de atletismo del instituto y apenas le había quitado un par de minutos durante otros diez. Pasó de largo arrastrando los pies y muy cansado, si el chico hubiese salido corriendo en dirección contraria en ese momento, lo perdería de vista en un segundo, pero no lo hizo, esperó. Al llegar al final de la calle, el tuerto dio la vuelta, esta vez moviéndose lentamente para sentarse en la terraza de la cafetería justo delante de él. ¿Qué podía hacer en ese momento además de esperar. Y se armó de paciencia sin saber que aquello iba a durar un par de horas y que en ese tiempo no iba a hacer otra cosa más que ver como aquel individuo se ventilaba tres combinados de ginebra con tónica. Si había matado al otro tipo en el callejón, nada iba a evitar que tuviera en mente hacer lo mismo con él y eso le asustaba mucho. La amenaza era tan real y lo tenía tan cerca que no se movió hasta que se levantó y se fue, entonces salió de nuevo corriendo en dirección contraria y se perdió en medio de una parte de la ciudad que no conocía y cuando llegó a casa, ya todos habían cenado y Layha lo reprendió. Le preguntó una y otra vez qué había pasado y dónde había estado, pero no consiguió de él más que un gruñido. El lugar que Monty ocupaba en el corazón de su madre era imposible de medir, tan grande que aquella tarde estuvo a punto de llorar porque pensó que le había pasado algo, y además, estaban los problemas de Rotten en el trabajo (su sección iba mal, querían deshacerse de personal antiguo y él era uno de los señalados). Jamás, ni por un instante, había Layha dudado de que el amor de su hijo era recíproco, pero no podía entender el mal rato que le acaba de hacer pasar, y lo mando a la cama sin cenar. Monty tenía tanta hambre que el estómago le hacía ruidos y se echó a dormir inmediatamente. Soñaba abundantemente y con frecuencia, y esa noche estimulado y excitado por todo lo sucedido aquella tarde, su sueño fue de todo menos apacible. En el sueño el hombre del callejón se le aparecía para reprocharle su conducta, no era cierto, en aquel sueño, que él hombre fuera un delincuente como el tuerto y se mereciera que nadie, en su caso, se preocupara por hacer justicia. Con voz desgarradora, Herny le pedía a Herny que fueran a la policía, y él le gritaba que eso era imposible, que los muertos no se aparecen en los sueños. Entonces, ¿estaba soñando o no? Se despertó, miró el reloj, las tres de la mañana. Se levantó, fue a la cocina y tomó un vaso de leche. Al volver a dormir, como si se hubiese tratado de una interrupción involuntaria, las caras de los protagonistas volvieron a rodar sobre su cabeza, el tuerto, el muerto lleno sangre y la desfiguración de Herny que abría su boca dejando caer su labio inferior como el de un camello. Su madre tomaba pastillas para dormir, debería haber cogido una, no se hubiese dado ni cuenta; las guardaba en un cajón de la cocina. Aquellos días estaba muy sensible y había empezado a abusar de ellos, por eso ni se había enterado de que Monty se levantara a la cocina, no la hubiese despertado ni un terremoto. Por su parte, a Rotten ya le daba todo igual, tendrían que hacer una protesta y ponerse con pancartas delante de la puerta del almacén para que la prensa recogiera sus demandas y todo el mundo 104


conociera su problema, y si no todo el mundo, al menos en la ciudad todos los que siguieran el canal local. Herny se había plantado en su postura, no quería ni oír hablar de ir a la policía; tenía miedo y no era difícil de entender. No era chico demasiado hablador todo lo contrario de Yeni que hablaba por los codos. Sin embargo, para ser honestos, la charla de la muchacha era bastante sensata, mientras que la Herny, a menudo se iba hacia cosas que leía en revistas con noticias falsas, del estilo de aquellas que creían haber encontrado una nave extraterrestre en el fondo del mar, o aquellas que afirmaban que la gente tiraba crías de cocodrilo por el retrete y crecía completamente blancos y ciegos en las alcantarillas; todo muy loco y buscando impresionar. Sin duda la conversación emocionante de Herny era además ostentosa y pretenciosa, pero, ¿qué más necesitaban unos adolescentes para pasar el rato? Durante las semanas siguientes al final del curso, cuando tenían que quedar o salir para darse una vuelta por los recreativos intentaban orientarse de tal forma que pudieran evitar pasar por las cafeterías en las que solía pasar las horas muertas el asesino. No podían ignorar que el peligro era real, y Yeni y sus familias seguían ajenas a todo, así que cuando decidieron salir por fin un fin unos días a pescar nadie parecía dispuesto a poner ningún tipo de impedimento; nadie menos la madre de Monty que no quería que su hijo se moviera en grupo con otros chicos mayores que él, pero estaba de acuerdo en que fuera con Herny si además montaban su tienda en un camping, sin duda eso sería muy seguro. Pasar las horas esperando que los peces se manifestaran, no era una actividad muy diferente de lo que Monty hacía mejor incluso en el parque de su ciudad, buscar un buen sitio en el que poder sentarse y ver pasar las horas. Como en sus años de infancia, la idea de pasar las vacaciones sentado en la calle cogía fuerza. De cada uno de los lugares que conocía alrededor de escuela, había otro que él identificaba como propio y adecuado para las mismas actividades, comer dulces y pipas de girasol, y ya con su edad, aprendiendo a fumar a escondidas. En aquel momento, y eso también formaba parte de esa realidad, estaba entrando en la edad adulta, y por lo tanto parecía menos adecuado a ese entretenimiento. Su padre, por el contrario nunca renunciaría porque para el era una postura de clase con la que se identificaba, sentarse en cualquier parte y vestir de forma apropiada para poder hacer, es decir, ropa de deporte, y pantalones vaqueros. La empresa para superar su caída de ventas había empezado a abrir sábados y domingos y no habían contado con él para ocupar los puestos más recientes, lo que le hacía pensar que no lo volverían a llamar y su parón era definitivo. Aquellos directivos no estaban dispuestos a conservar a los trabajadores más viejos, parecía, de otro modo, que querían quitárselos de encima lo antes posible. Ganaban dinero suficiente para poner una parte a salvo sin que nadie lo controlaba, eso les aseguraba que en caso de cierre les quedaría margen suficiente para montarla en otro sitio sin dar ningún tipo de explicaciones. -No es la primera vez que una empresa entra en crisis, pero estos aprovechan para despedir -dijo layha- Y los sindicatos en el guindo, como de costumbre. -Los tíos hicieron muy bien buscando trabajo en el extranjero. Es la única manera -asertó Monty en un alarde de madurez. -En eso tienes razón, es triste pero es así -La madre de Monty estaba muy enfadada y golpeó la mesa de la cocina con una cacerola que tenía en la mano. De hecho llevaba unos días enfadada con Rotten y Monty los había oído discutir por la noche cuando se iban a su habitación. .¡Vamos hombre! Eso no es aceptable -se incorporó el padre a la conversación-, no podemos resignarnos a los abusos, la forma de pensar de la clase obrera es derrotista y así no vamos a ninguna parte. Es decir, como aceptamos que el poder está en sus manos, se lo ponemos fácil y nos vamos a trabajar al extranjero. Aceptamos que nos echen de nuestro país. -¡Es una mierda! Pero es lo que hay y sólo con mi trabajo no vamos a poder -añadió ella-. Entonces, ¿ya has decidido lo que vas a hacer? -Se extendido la idea de que juntos podremos encontrar trabajo mejor. No estoy muy convencido. Intentaré buscar algo por mi cuenta -dijo Rotten con voz blanda y acobardada- , y sé que no es fácil pero voy a poner todo de mi. Deberíamos no poner más tensión en el tema o terminaremos por 105


tirarnos los platos. Que la crisis de la empresa haya llegado a la prensa nos afecta como familia, la noticia ya forma parte de nuestras vidas cada vez que un vecino nos pregunta con lástima al respecto. El mundo ha dado un vuelco y no nos hemos dado ni cuenta. Ya no hay trabajo para nadie y cada día que pasa es peor. -Vale, me doy por enterada. Venimos de un tiempo mejor, pero eso es demasiado para ser aceptado. Siempre tenemos la excusa, en los cincuenta era un plan de desarrollo que no llegaba, en los sesenta estábamos fuera de la unión económica, en los ochenta fue que la implantación de las grandes empresas destruía a las pequeñas, en los noventa nuestras empresas estaban obsoletas y le llamaron reconversión, siempre hubo un motivo para despedir. Estamos hablando de otra cosa, estamos hablando de que tendrás que aceptar trabajo basura y tendremos que vivir con eso. -No me quiero meter en vuestras cosas -dijo Monty-, pero parece que mamá tiene razón. No debía seguir en medio de aquella discusión, no formaba totalmente parte de ella. Existía un drama detrás de todo aquello que se adivinaba, se presentía sin esfuerzo. Las acusaciones de su madre eran en ocasiones gratuitas, tal vez buscaba una reacción por parte de Rotten, pero resultaban enfermizas. Era esa autoridad amenazante lo que llevaba a pensar que todo pendía de un hilo. Si ella tenía el poder que expresaba era porque la ternura que necesitaba, en algún momento había fallado también, pero eso Monty no lo podía saber, para él, Rotten era el mismo padre despreocupado de siempre. Era más que suficiente haber asistido a aquel enfrentamiento por culpa de un despido colectivo, del que al final no se tenía culpa alguna, para comprender que había otras cosas en juego, sin que Monty a sus ya cumplidos quince años tuviera la malicia de comprender. ¿Era posible descubrir una cara nueva en su madre a esas alturas? Era más que suficiente entender el desasosiego que le producía enfrentarse a su marido, pero Monty no lo notaría hasta que pasaran unos años. “Eramos demasiado jóvenes”, la oyó decir cuando se alejaba. Lo de ir o no de pesca era ya lo de menos, porque nada podía importar mas que la familia y parecía que estaban llegando a un espacio desconocido, a un punto sin retorno y sin futuro. Por algún motivo, Yeni parecía también enfadada. No hablaba a menos que fuera absolutamente necesario, si Layha le preguntaba o para echarle la bronca a Monty por pequeñas tonterías que él no entendía, cosas del estilo de, “dónde has puesto mi walkman?, o ¿por qué no te vas a dar una vuelta y dejas de dar la coña?”. Del mismo modo que ella se empeñaba en darle desplantes en los últimos tiempos, él le espetó fríamente que no los podía acompañar al camping para ir a pescar truchas, después de todo no le importaba nada haber notada la atracción que sentía por Herny. Y además. Si ella parecía haberle tomado manía en los últimos días, sería bueno poner un poco de tierra por medio. Sin duda, lo que Monty no sabía era que su prima iba a ir a visitar a sus padres y no estaría ese verano por allí, y aunque así fuera, tampoco parecía importarle demasiado lo de ir a pescar. Algo se estaba derrumbando con las continuas discusiones de todos con todos, pero nadie pensaba que iba a traer consecuencias. Aquel verano anunciaba terribles consecuencias, y culminaría con la aceptación de un trabajo por parte de Rotten que lo llevaría a vivir a trescientos kilómetros. Pero eso no sucedería hasta finales de agosto y la separación no sería total. La vida seguía a pesar de todo. Se podía concebir un ritmo semejante al ya conocido a pesar de los cambios, y los dos amigos decidieron salir con su equipo de campaña a pesar de todo. No podían hacer nada para evitar que todo se moviera bajo sus pies, era el momento de empezar a entenderlo y asumir que ya iba a ser siempre así, que las cosas sucedían cuando nadie lo esperaba y que tendrían que aprender a encajar. “Esta extraña sensación de no haber hecho las cosas bien”, le dijo a su prima cuando se despidieron para no volver a verse hasta septiembre, y lo dijo sonriendo como excusándose. No había sido muy explícito, pero aquella forma de decirlo fue más que suficiente para que ella lo aceptara y le diera un beso en una mejilla que al instante se puso de un rojo en movimiento que alcanzó sus orejas. Layha asistió a aquel momento sin dejar de enternecerse, y eso a pesar de la enorme furia que se había ido acumulando en sus ojos, no por causa de nadie, tal vez por la vida, porque nada de lo que esperaba desde que se casara con Rotten, había sucedido como lo había planeado. 106


Los dos chicos mantenían viva la idea de salir de camping, y justo el día antes, dos policías se presentaron en su casa. El susto de Layha fue mayúsculo pero los dejó pasar para que hablaran con Monty. Todo fue muy rápido, él le contó todo lo que sabía, incluso donde podían encontrar a Malick vagueando y bebiendo ginebra. Después fueron a casa de Herny e hicieron lo mismo, preguntas y constatación de la primera versión. Como eran menores no los molestaron más, pero les advirtieron de que podían ser llamados a declarar. Después se enteraron de que Malick se les escurrió entre los dedos, que estaba en la cafetería que Monty había citado, pero que había salido por una puerta trasera y no lo habían vuelto a ver. A partir de ese momento, todas las energías del asesino se centraron en dar con los chicos para poder callarlos para siempre. A fin de poder eludir cualquier mal encuentro, los chicos salieron de sus casas sin dejar de mirar su entorno, y deteniéndose con frecuencia para observar si alguien los seguían. Las mochilas pesaban y no estuvieron tranquilos hasta que llegaron al autobús. Ya nunca se jactarían de sus hazañas, estaban tan impresionados que guardaban silencio y aunque sus madres estaban igual de desorientadas sobre lo sucedido, se tranquilizaron cuando sus hijos juraron por la santa biblia (aunque nunca iban a misa), que cuando vieron a aquellos tipos peleando salieron corriendo como poseídos por el diablo (y de nuevo, las expresiones del profesor de religión se colaron en su forma de hablar). Los días que pasaron en el camping se lavaban con frecuencia, pero solían ir descalzos de aquí para allá, y los pies los llevaban siempre negros y con hierbas pegadas a su plantas. El primer pez que pescó Monty, dio un grito que el amenazador Malick lo debió de escuchar a muchos kilómetros de distancia. Estaban contentos y disfrutando de la naturaleza. Herny iba a pasar unos días con los amigos de su edad que, sin embargo, la madre de Monty rechazaba como buena compañía, pero eso sería al volver y no tenía ninguna prisa porque los días de pesca terminaran. Se miraban el uno al otro e imaginaban por su semblante y sus risas, que los dos lo estaban pasando de miedo y que del mismo modo, los dos había olvidado por completo que, al volver, seguirían siendo el cebo: De ese modo habían situado la acción las cabezas pensantes del ayuntamiento para que los policías que vigilaban sus casas pudiesen atrapar al tuerto asesino. En una ocasión, a Hernie se le ocurrió pescar en el río grande y caudaloso hermano del pequeño río truchero al que solían ir. En realidad, los dos sabían que allí no pescarían nada, pero su amigo se metió entre matorrales y se subió a un árbol, el lo siguió con prudencia. La complicidad y amistad entre los dos había alcanzado un nivel tan alto, que cuando lo vio caer y salir apenas agarrado a una raíz de la orilla, no sólo sabía que se arriesgaría a caer también por ayudarlo, sino que nadie nunca sabría por él lo que acababa de suceder. Aquello le hizo pensar en lo poco que valía la vida para un adolescente y de que manera temeraria podían enfrentarse al aprendizaje de vivir sin la custodia de sus padres. Pensaba en cuanto necesitaría a sus amigos en ese aprendizaje y cuanto aprendía de Herny en las largas conversaciones nocturnas alrededor del fuego. No se había tratado solamente de arriesgar la vida, sino del vinculo que se hacía más fuerte y que no podían compartir sin evitar un castigo. En el caso de Monty, si su madre descubriera que había el más mínimo peligro en sus salidas, lo encerraría en casa por sus vacaciones hasta que fuera mayor de edad, y eso si que era correr un riesgo desmedido. La madre de Monty no era una mujer estricta en su organización familiar, pero temía a los accidentes, de hecho le temía a todo lo que pudiera alterar sus rutinas, y eso miedo la hacía reaccionar de forma radical e irracional a veces. No, ella nunca sabría que Herny, aquel día estuvo a punto de ser llevado por la corriente. La noche antes de la partida de vuelta a casa, Monty llamó a su madre y le dijo que todo había ido muy bien pero que tenía un hambre canina, llegaría a mediodía y le pidió que le preparara pollo al horno, que era su comida favorita; ella por su parte estuvo de acuerdo pero nada era seguro en aquellos tiempo, ni siquiera la comida que pondría al día siguiente. -He estado viendo la tele en el bar -le dijo Herny al sentarse delante de la tienda- y no he podido ver los goles de la jornada, tenían puestas las noticias. Estoy deseando volver para poner la tele de 107


la habitación. -Parece que se te acabó la suerte -intentó provocarlo sin éxito. Esa era la forma que tenían de reclamar atención y no parecían estar muy despejados. Podían darse la razón mutuamente pero eso sólo sería el resultado de dormir en el suelo y comer bocadillos de mortadela cada día, y dado que los dos querían hablar de lo que harían a la vuelta, empezaron reconociendo que no habían pescado mucho y que la próxima vez sería mejor. -No lo dudes, seremos unos expertos en unos años en ésto -Herny lo dijo sin demasiada convicción-. ¿Crees que habrán pillado a Malick? -He hablado con mi madre y me ha dicho que no, pero supongo que lo harán antes o después. -Cuanto antes mejor. -La policía tiene mucho trabajo en una ciudad pequeña como la nuestra, pero Layha me ha dicho que tiene protección porque esperan que él aparezca por allí, Creen que quiere deshacerse de los testigos. No suena nada bien, ¿no? Dice que pasa toda la noche en el callejón de enfrente y que sabe que está allí porque fuma y al encender cada cigarrillo se le ilumina la cara. -No es un tipo que pase desapercibido, con ese ojo torcido y las uñas amarillas de la nicotina. Me da miedo sólo de pensar en que me ponga su navaja en el cuello. -Seamos positivos, lo mismo pilló un avión y se fue a Australia. -Sí, lo mismo, si -Monty se encogió entonces habló con inesperada gravedad-. Mi padre se va de casa, se buscó un trabajo a un montón de kilómetros para venir de visita sólo de vez en cuando. Ellos discutían mucho y no sé si terminarán divorciándose. -¡Joder, todo es una mierda! Supongo que no quiere complicar las cosas, no es por falta de afecto. Estas cosas son así. Mi abuelo se divorció, quería vernos a todos pero por no complicar las cosas y amargarse en discusiones inesperadas con mi abuela, puso tierra por medio. -¿Afecto? Si lo sé ¿Pero igual se le pasa pronto? -preguntó Monty que dudaba sobre la estabilidad y la permanencia de las emociones de los adultos-. Espero que no desaparezca y no pretenda llegar un día como si nada hubiese pasado. -Nadie hace eso. Siempre que se vuelve, se hace con “el rabo entre las piernas, ya sabes, arrepentido y dolido por la culpa. Pero no hay nunca un sólo culpable, a veces son situaciones que nadie ha buscado. Si se ha quedado sin trabajo... El mismo Monty era consciente de que se estaba volviendo huraño y desconfiado y que necesitaría mucha ayuda para que su personalidad no se consolidase en esa medida. No podía por menos que esperar que la vida empezase a ser un poco más amable con él en cualquier momento, cuando todos sabemos que a medida que pasan los años va exigiendo más de nosotros hasta que nos destruye por completo. Pero él no era tampoco de sos chicos que no dominan sus emociones y se ilusionan con todo sin tener en cuenta el mañana, sabía que tendría que esforzarse y estaba aprendiendo a hacerlo. Se sentó en el borde de la acera y con la mochila a su lado, esperó sin prisas a que llegara el autobús. Herny le hizo una señal y se apartó para permitir a la enorme máquina acercarse al bordillo. Subieron y pasaron el camino de vuelta a casa sin apenas hablar, sin ganas y aparentemente deprimidos. Como si todo estuviera planeado, cuando volvió a casa su madre tenía el pollo al horno y todo listo para la comida, su padre ya había recogido sus cosas y había desaparecido; por otra parte su madre tenía noticias de Yeni, al parecer no se había acostumbrado en el extranjero y volvería en unos días, lo que lo puso de mejor humor.

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3 Ventanas al amanecer; y los pájaros en la niebla No resultaba muy agradable aprender a vivir sin la presencia de su padre, pero parecía inevitable; ya nada lo iba a cambiar. Pasar horas escuchando música con su walkman lo aislaba lo suficiente para adoptar ese aspecto desinteresado acerca de la realidad. El verano estaba durando demasiado y la incidencia de las horas más lentas en su tiempo libre terminaban por exasperarlo. No había hecho demasiados planes, no tenía ni idea de que hacer para salir del tedio y no pretendía que lo reconocieran, así de repente, por hacer locuras o comportarse como aquellos que hacían cosas que no se esperaban de ellos. Sus cambios emocionales funcionaban como un carrusel, lo mismo se llenaba de ilusión ruidosa y dispuesto a celebrar, que se enroscaba en una tendenciosa melancolía que le hacía pasar horas en su ventana escuchando música en la radio. Como explicó el comisario de policía por la televisión, se estaban haciendo todos los esfuerzos posible por dar con el paradero del delincuente conocido por Malick el tuerto, y cualquier ayuda de la ciudadanía sería de mucha utilidad. Monty estaba tirado en un sillón mirando sin ganas y escuchando sin interés. Por supuesto, su madre se preocupaba por él y de que forma le estaba afectando todo aquello de la separación y la presión de la policía, y fue por eso que decidió darle unas vitaminas y sentarse con él a la hora de la comida para vigilar que no dejara nada en el plato. Nunca le había pasado que tuviera que preocuparse de su alimentación, pues el muchacho comía “como una lima”, pero últimamente parecía no tener demasiado apetito. En aquel momento en que la policía parecía acelerar la búsqueda, quedaban unos días para el gran certamen del automóvil de segunda mano, que organizaba el ayuntamiento y que era accesible a todos los bolsillos. Según Herny, aquello podía ser una buena posibilidad para él, porque en un año sacaría el permiso de circulación y le gustaría ir haciéndose una idea de los precios y los coches que estaban a su alcance. Para esa fecha, Yeni estaría de vuelta y quedaron los tres para ir. Monty empezó a mostrarse de nuevo como él era, nervioso y lleno de ganas de vivir. La ilusión le podía cuando se presentaba la ocasión de conocer algo nuevo y su madre observaba como devoraba las patatas con carne sin dejar ni un guisante en el plato, lo mismo con los huevos y el pollo; “se le abrió el estómago y no hay comida que no le guste”, le dijo la madre a Herny que pasó a buscarlo y lo observaba comer con aquella ansia ciega mientras leía una revista sin moverse de su silla. En la lavadora los calzoncillos de Monty salían listos para secar, “ahora mancha calzoncillos a diario”, intervino de nuevo Layha y el se puso rojo como un tomate. Herny reparó en que ella miraba de reojo a su hijo porque quería que fuera cuidadoso con sus cosas y la única forma que tenía de hacer que la escuchara era avergonzarlo delante de su amigo. Tal vez con eso consiguiera su propósito, pero la falta de confianza cerraba a Monty en su mundo y ya no le contaba nada de sus cosas más íntimas; se estaba haciendo un hombre definitivamente. Sonó el teléfono y Layha lo cogió con tanta velocidad que a Herny le pareció que estaba esperando aquella llamada. -Ya te dije, que si querías hablar con él a esta hora estaría en casa. Ahora te lo paso -Layaha le ofreció el teléfono a Monty y añadió-. Es tu padre. -¿Si? 109


-¿Cómo va todo campeón? Ya me apetecía hablar contigo. -Ya, ¿y por qué no lo hacías, estoy aquí siempre? -Nada es tan fácil como puede parecer. Si sobrevivimos a ésto, creo que seremos invencibles. -Por favor, no empieces con la retórica tremendista de los grandes hombres. -Algún día podremos hablar de todo lo que nos está pasando con más calma, no me puedo disculpar ahora. Sin trabajo no podía andar deambulando como un fantasma por ahí -respondió Rotten con una voz que parecía recapacitar y escoger cada palabra-- Esta mala racha tendrá que pasar y yo, también piensa en eso, me encontraré mejor que ahora. -¿No te encuentras bien? -Estoy bastante jodido. No de salud física, es algo mental e interior, de la depresión, me refiero. -¡Ah, ya! Herny salió al patio y empezó a fumar. Layha estaba llorando y no quería seguir allí viéndola y asistiendo a aquella escena, pero tampoco quería dar la impresión de que salía corriendo como un cobarde, así que aguantó. En un momento le pareció que Monty ya no escuchaba, que sostenía el teléfono por obligación y contestaba con monosílabos esperando que en el otro lado su padre colgara de una vez y lo dejara acabar de comer. Deliberadamente, cuando terminó de hablar, Layha le pasó la mano por la cabeza y se puso a fregar sin decir nada, como si el ruido de los platos al caer en el fregadero lleno de espuma y cubiertos pudiera romper aquel silencio ruinoso que lo invadía todo. Había llegado la decadencia: a unas familias les pasaba antes y a otras después, pero siempre llegaba ese momento. En un momento de la conversación, Rotten le había dicho, “ahora, tu eres el jefe, cuida de mamá”, y él había guardado silencio como si aquello fuera parte del juego de palabras vacías que no demostraban nada. Palabras que no elevaban a Rotten ni un milímetro a sus ojos, no había nada que las palabras pudieran solucionar ya. A Herny le pareció otra persona, no podía creer que minutos antes estuviera lleno de energía, canturreando viejas canciones y lleno de ilusión, y que de repente se viniera abajo de aquel modo. Herny no quiso hablar más de lo correcto al respecto en los días posteriores. No se trataba de consolarlo ni de prevenir un inesperado estado de permanente melancolía. Todo lo que les tuviera que llegar sería implacable, y se incluía él, y por qué no, también a Yeni, porque eran jóvenes y tendrían que enfrentarse a despiadados desafíos. Era un chico muy responsable para su edad, Layha siempre lo decía, y lo que le pasaba en realidad, era que se obsesionaba con los problemas, incluso los de sus amigos porque también le afectaban emocionalmente. Esa era la causa de de sus preguntas a destiempo o sobre temas delicados que nadie quería contestar, y esa fue la causa de que decidiera reprimir esa curiosidad y no agobiar a Monty con preguntas. Lo principal, todo el mundo lo sabía, no era un secreto, la separación de los padres de Monty era un hecho. En aquel momento, cuando empezaban a aceptarlo, sonó el teléfono y Monty le había respondido con tanta desgana que sólo podía pretender ocultar todas las emociones que se le pasaban por la cabeza. El día de la llegada de Yeni, la fueron a esperar a la parada del autobús, ella les había dicho a que hora estaba prevista la llegada, pero se retrasó una media hora y los dos terminaron sentados sobre una ruedas viejas que manchaban muco a pesar de su comodidad recauchutada que se les suponía. No les había mentido, los retrasos eran habituales y el cansancio no influyó en absoluto en la alegría al verse de nuevo. El equipo estaba al completo y antes de llevar a Yeni a casa, tomaron algo refrescante en la cafetería de la estación de autobuses. De momento, aquel tránsito por la adolescencia no estaba resultando tan mal como hubiese cabido esperar y cuando empezaron a hablar de automóviles y de la bienal del motor, todos los sinsabores se olvidaron por un minuto y sus ojos brillaron con la fuerza de la ilusión y el calor de lo largamente esperado. En la forma que Yeni tenía de ver las cosas, el sentimiento de protección sobre su primo estaba primero, y aunque el no lo había notado, no había dejado de verlo a los ojos un minuto desde que bajara del autobús. Parecía intentar conocer el alcance de su dolor por la separación de sus padres, 110


pero al verlo reír y emocionado ante la idea de ir a la bienal del automóvil, eso la tranquilizó. No la animaba la idea de que en la casa faltara uno de sus habitantes. Lo había hablado con Yeni, y su tía le había dicho que eso no cambiaba en nada todo el resto, que tendrían que salir adelante lo mejor que pudieran y que hiciera la matrícula en el instituto local para el año siguiente porque parecía que la crisis iba a durar, y sus padres no tenían intención de volver mientras no hubiera trabajo. Bajo ese punto de vista, el futuro era desalentador, pero las palabras de Layha la habían tranquilizado. Al menos, todo aquello estaba sirviendo para hacerla sentir una mujer con la suficiente rapidez para empezar a pensar en buscar un trabajo aunque fuese de camarera en la cafetería del centro cultural del barrio, semejante cosa no tenía que ser tan difícil que ella no la pudiera hacer, y tampoco consideraba su situación tan elevada que no pudiese enfrentarse a los trabajos más humildes. Había caído en la mejor familia, sus padres, su primo, Layha, todos eran muy fuertes, y estaba deseando demostrar que ella lo era también. Monty le dijo que estaba deseando empezar el curso sólo por los paseos que se pegaban cada mañana los dos juntos hasta el instituto, y Herny había puesto una cara de desconcierto. -Ya sé que vosotros os gustáis y toda esa memez empalagosa de los novios y eso. Pero mientras ese momento no llega, yo soy el encargado de cuidar de ella, así que te jodes -le dijo a Herny mirándolo fijamente, y a su amigo no le quedó otra salida que echarse a reír y contagiar a Yeni, como si acabara de decir una tontería-. Vale, reíros. Pero yo soy el cabeza de familia -y rieron aún más mientras pagaban y se levantaban para coger las bolsas y la mochila y, por fin, volver a casa de tan largo viaje. Era muy posible que Yeni tuviera razón en lo que decía acerca del año escolar que terminara, había sido un carrusel. Corrieron todo tipo de aventuras y desafiaron todas sus promesas de buenos chicos, estaban aprendiendo a fumar y Herny la besaba con frecuencia, aunque, esto último no lo decía. En su vida anterior, por así llamar a su infancia al lado de sus padres, nunca había sentido la necesidad de crecer como ahora, la necesidad de sentirse adulta y responsable de sus cosas para no depender de nadie; si bien, eso aún iba a tardar un poco. Nunca había estado tan decidida a dar un mal paso asumiendo que se podía equivocar y necesitar empezar de nuevo, al fin y al cabo, así era como todo el mundo hacía si quería avanzar. Al lado de sus padres, siempre había parecido una niña educada y obediente, y de hecho, así había sido, ¿qué había cambiado entonces tan de repente? Desde que decidieran ir a la muestra de coches usados, se encontraba especialmente inquieta, acabaría muy tarde y volverían de noche a casa. Parecía que ese podía ser el momento en que Herny diera el paso y se declarara, y entonces ella podría permitirle llegar un poco más allá que de costumbre. Lo que no tenía claro era como harían para deshacerse de Monty. Dieron vueltas por aquella interminable nave en las afueras que el ayuntamiento proporcionaba para el evento. La música estaba muy alta y la gente se movía con ojos codiciosos buscando aquella ganga que los demás no habían visto. Ninguno de ellos olvidaría aquella noche, pero por motivos muy diferentes a las ilusiones que había creado. No tanto por las expectativas de realizar una actividad, al fin y al cabo de adultos, como la aventura que se les venía encima. El intercambio de miradas con Malick fue fortuito y Monty fue el primero en verlo. Cuando se lo dijo a Herny, su amigo pensó que quería aguarle la fiesta, y no estaba dispuesto a marcharse en lo mejor, justo cuando un amigo le iba a dejar probar un seat 124 que milagrosamente aún funcionaba. Por otra parte, la confianza que tenía puesta en Monty le hacía creer que no mentía, y mientras se debatía en ese estado de dudas, lo vio, allí a lo lejos, con su ojo tuerto y sus manos grandes, avanzando hacia ellos entre la multitud. Ya no cabían indecisiones, los tres subieron al coche e intentaron moverlo entre una marea de cuerpos perezosos que no reaccionaban al ruido del claxon. Cuando estaban a punto de alcanzar la carretera liberada, encendieron las luces y vieron al gigante allí delante, con una enorme piedra que estampó contra la ventanilla delantera. Yeni estaba tan asustada que no hacía más que llorar y gritar. El carácter intrépido de Herny le hizo pisar el acelerador a fondo y se estrelló contra una columna de cemento de las que habitualmente aguantas los cables del alumbrado. El gigante Malick, no dejaba de 111


proferir insultos y amenazas, y se daba la vuelta para dirigirse corriendo hacia ellos. Yeni consiguió salir y no había hecho más que apartarse unos centímetros de la puerta, cuando Herny metió la marcha atrás y, de nuevo, piso el acelerador a fondo. El coche se movió primero lentamente, y de pronto, como si se liberara fue en busca de Malick el tuerto y le pasó por encima. Yeni estaba histérica, y Monty se quedó tan pálido que Herny se preguntó a dónde habría ido a parar toda aquella sangre, “tranquilo, no le pienso sacar el coche de encima hasta que llegue la policía”. Pero algo le había quedado claro a los tres, a veces es necesario pasar por momentos tan peligrosos, desagradables y extenuantes, para que todo vuelva a la normalidad. Tras los terribles sucesos de aquella noche, la vida continuó dentro de una apacible normalidad. El enfado de Layha era evidente y podría haber castigado a Monty, pero él no tenía la culpa de haber sido testigo de un asesinato y haber colaborado con la policía en la captura del delincuente. Deseaba pasar página de lod últimos acontecimientos, de haber sido la protagonista de una año terrible, pero parecía que detrás de cada susto la esperaba alguna otra inesperada y malvada sorpresa, por lo que parecía estar atenta a cualquier movimiento sospechoso. -No puedo creer que todo esto me haya pasado a mi -le decía una mañana a Monty, empeñado en arreglar su vieja bicicleta en la puerta del patio -no puedo aceptar que el universo se haya conjurado de tal forma, ni me extrañaría que cualquier día cayese un meteorito y no encontrando un sitio mejor, aterrizara sobre mi cabeza. -Tienes miedo, parece. ¿Rezas? Te he visto rezar -respondió su hijo, al que aquellas supersticiones religiosas no le parecían adecuadas de un adulto-. Los curas son manipuladores, lo que me faltaba una madre que va a la iglesia. -Tal vez, pero eso no significa nada. Soy responsable mi y de vosotros, no confío en que una fuerza sobrenatural haga mi trabajo, aunque una ayuda sería de agradecer -por tu parte, este verano parece estar siendo el más apasionante, el mejor de tu vida. Me alegro. -Ha sido estupendo hasta ahora, y sin ayuda divina. La ausencia del viejo no consiguió amargarme, eso ha sido lo mejor -esas palabras fueron condescendientes con el esfuerzo de su madre y ella se sintió feliz de escucharlas-. Supongo que soy un chivato por lo que te voy a decir, pero Herny y Yeni se dan besos. Es asqueroso. -No eres un chivato, eres un adolescente buscando entender algunas cosas. Cuando seas un hombre te serás fiel a ti mismo, porque los hombres necesitan seguros de sí mismos, y eso sólo se logra sin contar. Nunca cuentan nada. Me hubiese gustado que tu padre me contara algunas cosas, pero debe reconocerlo, que era un hombre de los pies a la cabeza, y no un monigote como tantos. -¿Y...? -Tendré que hablar con Yeni, lo que me faltaba ahora es que se quedara embarazada. Sus padres nunca me lo perdonarían. Aquel verano Monty despertó de su sueño infantil, y comprendió que para ser un hombre debería guardar silencio, siempre que no cocultara un crimen o a un criminal asqueroso que mereciera estar en la cárcel. “La gente violente son como animales, merecen estar en la cárcel. Yo no me arrepiento de que Malick esté en la cárcel”, le dijo a Herny, que nunca supo de su deslealtad. De hecho, ni siquiera llegó a enterarse de que Layha había hablado con Yeni de su relación, y por lo tanto no pudo relacionarla con la conversación en la que ella le pidió tiempo, y que dejaran o aplazaran, aquella atracción febril que los obsesionaba. Monty pasaba horas sentado frente al estanque del parque, viendo las parcas engordar como marmotas. Era una curiosa actividad que le recordaba su infancia, leer cómics y tumbarse en una toalla sobre la hierba hasta quedar dormido.

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