Capitalismo, competencia y perversión

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CAPITALISMO, COMPETENCIA Y PERVERSIÓN 1 No sería tan difícil en nuestros días, encontrar políticos que se hayan inclinado por unirse a un determinado partido, sólo como desarrollo profesional, es decir, sin haber mediado en su decisión ningún estímulo ideológico o capacidad para entender las necesidades sociales. De tal modo que, en este punto, algunos terminan por corromperse y mirar su bolsillo, aún sabiendo que eso es una ruina para todos. Parece bastante claro que nada es tan perjudicial y determinante para un país, su desarrollo o su bancarrota, como la corrupción que siempre termina por generalizarse. En estos tiempos en que todo se cuestiona y de todo se desconfía, todos los políticos parecen dispuestos a jurar por siete biblias que lo importante de un buen político lo constituye su capacidad para llevar a cabo sus programas y que ellos son los elegidos. Afirman que están llenos de ideas y que no terminarán siendo carne burocrática conforme con el antiguo estado de cosas que no desea ningún cambio, pero lo cierto es que el inmovilismo termina ofreciéndoles buenos sueldos y un estatus que los llevará a lo contrario. Pero vayamos al principio, al político que desea serlo pero necesita ser formado como un competitivo burgués que tendrá que ir pasando delante de otros para conseguir su objetivo. En la práctica no encontramos políticos comprometidos con la naturaleza de sus causas, la honestidad y la humildad necesaria para conectar con sus votantes. La idea de ponerse al servicio de los desfavorecidos es tempranamente apartada, y los sueños de juventud rechazados, porque creen falsamente que sólo los más competitivos podrán sobrevivir. Tanto en política, como en las grandes empresas es donde se desarrollan los seres más competitivos y eso lleva a rechazar a aquellos con mejores sentimientos, por lo tanto los que al final alcanzan el culmen de sus carreras han sido sometidos a un procedimiento viciado y perverso que pone al mando a los que menos lo merecen. En estas circunstancias es imposible mantener en paralelo los mejores sentimientos por un lado, y la necesidad de hacer desaparecer los obstáculos (otros competidores), para conseguir su meta. Después de todo, no debe resultar tan incómodo entrar en una cadena y en una estructura donde todos entienden que las cosas no son como deben de ser, sino como sus superiores les cuentan. Y la única forma de ganarse el respeto de los que les van a ir allanando el camino desde arriba es demostrar su capacidad para tomar decisiones difíciles sin piedad, porque lo que está en juego suele ser más importante que la vida de las personas -entendiendo que arruinar la vida a las personas es “descabalgarlas” o dejarlas a un lado para que no estorben ni puedan complicar el negocio o los intereses de partido-. Está claro que en ese supuesto nadie en un grupo social que pueda ser degradado tendrá una posibilidad de prosperar y hasta en las clases más bajas serán marginados. Nadie le va a dar ni una oportunidad a los más débiles, los poco preparados, los desequilibrados emocionalmente, los inmigrantes, los adictos, los que han estado en la cárcel o en un manicomio, cualquiera que pueda ser puesto en duda por poco fiable, sufrirá los ataques de la más feroz competencia, aunque sea por el trabajo más humilde. Degradar a los más débiles es la parte más interesada de un sistema capitalista que empieza en los que son utilizados como trepas para estimular la competencia, que sale y se generaliza en el sistema social y vuelve insolidaria e impía a la gente sencilla hasta en sus casas. No es extraño oír en la calle comentarios sobre los inmigrantes a los que se acusa de venir a quitarnos el trabajo, cuando en realidad lo que se busca es quitarle el trabajo a él de la forma más mezquina. 1


Degradar a los débiles es una forma de competir que manda un mensaje al patrono, ellos dicen de esa forma, “soy capaz e vender mi alma a cambio de subir en el sistema social”. Este discurso sólo sirve para perpetuar situaciones de injusticia, cuando en realidad a los dirigentes le sobran candidatos y tiempo para corregir cualquier error, entendiendo por error aquellos que finalmente no responden al perfil esperado. En los casos de fascismo, el mainstream, termina por exponer los estereotipos más débiles para que todos puedan agredirlos de algún modo y así lo que hacen no es quedarse con los más fuertes, sino con los más desalmados, pero tampoco se sabe de ningún caso en el que esas agresiones no hayan tenido una reacción en contra. Los gays, los divorciados, los solteros y vividores, parecieron alguna vez vivir al margen de lo políticamente correcto y tal vez por eso fueron también objeto de debilidad en la competición, pero en menor medida, sin duda, que los refugiados o los que padecen algún tipo de adicción. En realidad, referirse a los refugiados como una parte marginal del proceso productivo es una falacia porque entre ellos puede haber científicos, ganadores de medallas olímpicas o músicos sobresalientes; no es extraño que algunos mediocres les teman tanto. Si fuera por los programas de televisión posiblemente los refugiados le darían una oportunidad de montar un show en favor del capitalismo. Programas como, “El jefe infiltrado” o “Pesadilla en la cocina”, parecen hacer espectáculo con el sufrimiento de los trabajadores. Poner a los refugiados a competir por mantener a sus familias, sin implicar con ello, que el capitalismo es entretener a los burgueses con las desgracias de la gente, sería como negar que ver las guerras a distancia sin reparar en imágenes de lo más inhumano, es también puro entretenimiento. No estamos obligados, ni nos urge, un análisis de la competitividad en estos términos, sobre todo, porque otros ya lo hicieron antes. En la película americana, “Danzad, danzad, malditos”, o su título en inglés, They shoot horses, Don´t they?, los actores son gente sin recursos que participan en un concurso, bailan hasta caer exhaustos en un polideportivo por un premio- El evento se sufraga con publicidad y es emitido por televisión. Se podría resumir con la frase, competir hasta morir. La forma de vida de la gente, en este contexto, es algo más que competir, forma parte del ansia por subir en la escala social, de quitarse de encima el complejo de no llegar a ser burgués y demostrar que, como dicen los corruptos “se hace por tener”. Recientemente, nos ha llegado la noticia de que un líder de la izquierda se ha comprado un chalet de lujo de 600000 euros, y se ha desatado la polémica de si eso no forma parte del juego burgués. Es realmente preocupante que la clase obrera se niegue a asumir que son presa cada segundo, de la manipulación de empresarios, políticos neoliberales, los lobbys internacionales y la prensa a su servicio. Implicitamente al no negarnos a competir estamos siendo cómplices de sus planes, aquellos que deciden sobre la vida de la gente: ¿Cuánto vale la salud en fármacos que el Estado no quiere pagar? ¿Cuánto cuesta la vejez en pensiones? ¿Cuanto es justo para un salario mínimo? ¿Si los parados deben cobrar una prestación? En fin, ese tipo de cosas. De esto se trata cuando decimos que tiene que haber un cambio de mentalidad en la sociedad, que deje de pasar inadvertido para todos que alguien en alguna parte ve la protección social como una tarta a la que desea darle un bocado. Se creen respaldados por sus votantes, lo que forma parte del juego porque algunos trabajadores hacen los trabajos más pesados y más sucios pero votar a un partido neoliberal no los convierte en señoritos como podrían creer. La defensa que alguna gente hace, nada menos que en el siglo 21, de la religión o las monarquía demuestra que hay una parte del proletariado que no ha superado el sentimiento infantil de los cuentos de hadas Disney. Aunque en las películas románticas los niños pobres se enamoran de princesas, encuentran un trabajo y triunfan en la vida, en la realidad, eso no es lo que defiende nuestras pensiones, lo que nos ofrece garantías de libertad y lo que nos puede ayudar a luchar contra los corruptos. Otro problema son los jóvenes que consideran que si estudian ciclos superiores y se especializan, podrán encontrar un lugar adecuado como hijos de trabajadores en un mundo donde son necesarias 2


las amistades para ocupar un puesto relevante. Ahora que tanto se habla del poder judicial y que sean los políticos quienes decidan sus destinos y sus ascensos, eso parece más claro que nunca. La competitividad es siniestra y tiene más que ver con el dedo político que con los méritos. Cuando se pide que los jueces se organicen para que ellos mismos, en sus sistema autonómico como el que tienen las universidades puedan decidir sus destinos y ascensos, en realidad se pretende pasar página de aquel tiempo de las monarquías absolutistas, aunque al final los príncipes terminen casándose con princesas plebeyas. Sólo el sentido común, una vez observado el sistema, es lo que nos puede salvar de la manipulación que nos pone a competir para que nos pasemos la vida trabajando como bestias a cambio de sueños, que al final nos pueden costar las pensiones o que nos desahucien con ochenta años porque un fondo buitre a comprado el edificio. El trepa es un tipo que, en una empresa multinacional o en un partido político, está dispuesto a venderse y vender a cualquiera a cambio de subir con rapidez en la jerarquía. A su vez, este tipo de individuos son manipulados desde arriba para crear un estado social en el que nos debemos convencer que los buenos sentimientos sobran, aunque pretenden hacernos creer lo contrario. Es fácil en estas empresas que proponen a los trepas como modelo, sacando su foto como empleados del mes en todos los tableros, que pongan a la gente a competir salvajemente hasta que se odian, para a continuación, reunirlos y decirles que son una gran familia. Es un sistema de exigencia, no desean dirigentes para la gente, desean dirigentes para exigir, para exprimir cada minuto de nuestras vidas. No es que no sea preocupante que la gente inocente no lo vea, lo es que los dirigentes obreros caigan en la trampa, así se jodieron los sindicatos y algunas de las mejores esperanzas puestas en jóvenes que creímos diferentes. Si traemos a cuenta que Pablo Iglesias no se parece absolutamente en nada a Lennon, sólo será porque el asesino del artista lo declaró un falso profeta porque vivía a todo lujo y contradecía el socialismo que predicaba. Al intentar compararlos alguien ha olvidado que Lennon era un genio y que el fallo de Iglesias al comprar una chalet de lujo en lugar de una casa digna, lo convierte en un dirigente bastante mediocre. Como suele ocurrir con los artistas y, sobre todo, con los rockeros, el dinero no les impide vivir al margen del mundo burgués, no asumir sus postulados y permitirse rechazar algunos de sus premios que los asumiría como hijos pródigos de su clase. Nada que ver, Iglesias expresa la idea de sus aspiraciones burguesas y de integrarse al fin en el mundo político de sus oponentes neoliberales, ¿qué erá lo siguiente? ¿aprender a jugar al golf? En este crucial momento en que nuestra sociedad se enfrenta a sí misma y a sus fantasmas, después de esto, ya no podrán seguir engañando a nuestros jóvenes y hacerles creer que se les va a dar una sola oportunidad de prosperar. No se pueden comprar voluntades políticas con subvenciones y ni siquiera la protección por desempleo parece ya suficiente para detener tanto desencanto y decepción puesta en nuestros líderes. No debemos confundir ideología con necesidad, aunque en este momento los dos extremos se tocan. Pasar la vida trabajando para llegar a viejo y tener que salir a tomar la calle para pedir pensiones dignas es lo único que le debemos a los neoliberales. Ya no se conciben los sueños de príncipes y princesas, dispuestos a vida tan hermosa que podrán criar a sus hijos en colegios privados y pasar su tiempo libre en la piscina o la pista de tenis. Esos sueños son tan excepcionales que chocan frontalmente con las necesidades del pueblo, con la vivienda imposible de pagar con sueldos de pobre, los desahucios, la protección por desempleo insuficiente, el despido, la energía, las pensiones, los problemas reales de la gente. Resulta entonces, bastante molesto, que algunos se compadezcan de la pareja feliz, enojándose porque les están aguando la fiesta de sus casa nueva, la maternidad incipiente, el éxito de sus posiciones en el partido, todo a favor, mientras nada se ha solucionado de lo que vacía los bolsillos del pueblo, los raperos entran en la cárcel y las multas de los que acuden a manifestaciones son cada vez más y más cuantiosas. El desprecio que la burguesía siente por los obreros por matarse a trabajar por poco dinero, sólo es comparable al desprecio que los obreros sienten por los burgueses por explotarlos. Entonces, un líder de un partido que se dice de la gente normal, ¿en que lado de la balanza se sitúa cuando compra un chalet de lujo? 3


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