Txano y Óscar 6 - Los vecinos subterráneos (Cap.1-2)

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Copyright © 2019 Julio Santos García & Patricia Pérez Redondo © Texto: Julio Santos García, 2019 © Ilustraciones: Patricia Pérez Redondo, 2019 Corrección de textos: Correcciones Ramos, Olatz Ángel Maquetación y diseño: Julio Santos & Patricia Pérez Obra registrada en SafeCreative. Reservados todos los derechos. Queda prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual. Colección: Las aventuras de Txano y Óscar Título: Los vecinos subterráneos Número: 6 Primera edición: Noviembre, 2019 Xarpa Books ISBN: 978-84-121093-0-6 Depósito legal: SS-1073-2019 julioypatri@txanoyoscar.com www.txanoyoscar.com


Los vecinos subterráneos Ilustraciones Texto Patricia Pérez Julio Santos


Óscar Txano ¡Hola! Mi nombre es Txano y el de aquí al lado es mi hermano Óscar. Somos mellizos y en nuestra primera aventura un extraño meteorito verde nos convirtió en telépatas.

Sonia Raúl Ellos son Raúl y Sonia, nuestros superamigos. A los cuatro nos encanta cualquier cosa que suene a misterio y tenemos un cuartel general en la casa del árbol de nuestro jardín.


La más pequeña de la familia es nuestra hermana Sara-Li. Ella encontró a Maxi en una caja de cartón en la calle y convenció a mamá para traerla a casa. Nuestra pequeña amiga se llama Flash y es una ardilla muy especial.

Sara-Li

Flash

Maxi El del pelo rojo y la barbita rara es nuestro padre. Se llama Alejandro, pero todos le llaman Álex. Tiene una tienda de antigüedades en la ciudad.

Bárbara

Álex

Nuestra madre se llama Bárbara y es traductora. Cuando está enfadada, su nombre se queda corto.


A varios años luz de la Tierra, un precioso mundo esmeralda y sus habitantes veían cómo su estrella crecía y amenazaba con tragarles. Todavía faltaban miles de años para el desenlace final, pero sabían que su única posibilidad de sobrevivir era buscar otro planeta, y comenzaron a enviar exploradores hacia los sistemas más cercanos con la esperanza de hallar en ellos una nueva oportunidad.


Estos exploradores viajaban en unas extrañas piedras verdes y, cuando una de estas rocas llegó a la Tierra, dos niños de Twin City se cruzaron con ella. Esa piedra cambió su vida, pero lo que no sabían en aquel momento era que también iba a cambiar las vidas de unos seres que, después de mucho tiempo viajando por el espacio, por fin habían encontrado un nuevo hogar.



Una visita familiar

Nuestra última aventura nos había dejado a todos un poco tocados, sobre todo a nuestra hermana pequeña, Sara-Li, que tuvo que encargarse de enviar un demonio de vuelta a su casa, y esto, quieras que no, siempre cansa. Pero no hay cansancio que no se cure con un par de pizzas y una noche de sueño, así que ya estábamos de nuevo en el Área 51, salseando con nuestros inventos. —¡Halaaa! ¡Esto es alucinante! ¡El efecto de 3D está superconseguido! —exclamó Raúl mientras se quitaba las gafas de realidad virtual y se las dejaba a Sonia. Ella y mi hermano Óscar habían estado trabajando en un sistema de grabación 3D que incluía dos cámaras colocadas sobre un dron, que también habían montado ellos, y al que, como ya recordarás,

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llamábamos cariñosamente DADO —Dispositivo Aéreo De Observación—. Desde que montaron la primera versión, al pobre DADO no paraban de añadirle cosas e iba ya por su tercera generación. Pero el entusiasmo de Raúl venía de que esas cámaras grababan dos imágenes por separado que, al mirarlas usando las gafas de realidad virtual que le habíamos regalado a Sonia por su cumpleaños, creaban una increíble sensación de 3D. Ya llevábamos un par de días grabando vídeos de prueba sobre nuestra casa que luego Sonia y Óscar convertían para verlos en las gafas.

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—¡Ufff! Casi me parecía estar de verdad sobrevolando la casa, aunque creo que ya me sé vuestro tejado de memoria. Tenemos que probar a grabar algo sobre algún sitio un poco más espectacular —añadió Raúl dejándose caer en el sofá que tenía detrás. —Me he bajado de Internet unos vídeos 3D preparados para las gafas, que te ponen los pelos de punta —anunció Óscar sentándose frente a la pantalla del ordenador—. Sobre todo hay uno de una cascada en el que parece como si de verdad estuvieras volando y al final cayeras junto con el agua. ¡Esperad que lo busque y lo cargo en las gafas para que lo veáis! Óscar enredó unos segundos en la pantalla del ordenador y después verificó algo en las gafas. —¡Ya está listo! ¿Quién es el primer valeroso voluntario que se atreve a lanzarse por la cascada? —dijo sosteniendo las gafas en alto. —¡De voluntario nada! ¡Va a ser una voluntaria! —exclamó Sonia quitándole las gafas de las manos—. Lo probaré yo, que para eso son mías. —Vale, vale. Pero mejor que lo veas sentada porque de verdad que la sensación es muy real —le advirtió Óscar—. Toma, ponte los auriculares, que el sonido del viento también es alucinante. Y espera un momento, que voy a activar la vista sincronizada

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para que lo vayamos viendo también en la pantalla del ordenador. Mientras Óscar trasteaba en el portátil, Sonia se colocó los auriculares y las gafas. —¡Listo! —dijo Óscar—. Te lo activo desde aquí. De inmediato, una vista aérea de una especie de cañón con un río en el fondo llenó la pantalla. Aunque era una vista muy chula, tampoco parecía nada del otro mundo, aunque Sonia, que lo estaba viendo en 3D y con sonido, estaba flipando. —¡Guau! ¡La sensación de volar está muy conseguida! —nos gritó como si tuviera que hablar por encima del viento que estaba escuchando en sus auriculares. —Esperad un poco, que enseguida viene lo mejor —nos avisó Óscar sin que Sonia pudiera escucharle. Transcurrió medio minuto en el que parecía que no pasaba nada, cuando la vista de la cámara comenzó a descender y las aguas, a alborotarse, y casi al instante, el río se precipitó al vacío en una caída espectacular que, incluso a nosotros que solo lo estábamos viendo en la pantalla, nos causó impresión. Para Sonia, la sensación debió ser todavía más real, porque dio un respingo mientras se agarraba a la silla como si fuera a caerse.

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—¡Ufff! ¡Es muy fuerte verlo en 3D y con el sonido! —confesó mientras se quitaba las gafas y me las pasaba a mí para que probara.

Estaba a punto de ponérmelas, cuando la alarma de presencia en el jardín se activó en el Área 51. La mayoría de las veces eran Sara-Li, Maxi o mamá que salían para algo, pero por desgracia para nosotros, esta no era una de esas veces. —¡Chicos, tenemos visita! —gritó nuestra madre desde el jardín. Algo en su tono de voz ya nos avisaba de que no era una visita de nuestro agrado, pero se confirmó en el instante en que nos asomamos a la ventana.

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Nuestra tía Valeria y su hija Eugenia nos observaban, una a cada lado de nuestra madre. Valeria era la mujer del tío Alberto, el hermano mayor de mamá. Y no es que fuera mala o antipática, pero es que siempre nos trataba como si siguiéramos siendo unos bebés. Pero Eugenia era otra historia. Por resumirlo en dos palabras, era una petarda profesional que no perdía ocasión para fastidiarnos. En esos momentos le debía de estar molestando un montón tener que mirar hacia arriba para vernos, porque disfrutaba horrores con esa expresión de superioridad burlona que nos recordaba continuamente que ella ya tenía 16 años y que nosotros éramos unos críos. ¡Bufff! Lo último que nos apetecía ahora era que Eugenia subiera al Área 51, pero sin necesidad de palabras, la mirada de nuestra madre dejó claro que no había alternativa. O bajábamos nosotros, o subía ella, así que pensamos que sería mejor si la llevábamos a nuestro terreno. A pesar de ser mayor que nosotros, era bastante torpe, y verla subir por la escalera de cuerda fue todo un espectáculo que ya nos alegró el día. —¡Hola, primitos! —saludó mientras se alisaba la ropa después del esfuerzo de subir—. Veo que todavía

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seguís jugando a casitas en el árbol, ¿eh? —dijo comenzando a fastidiar desde el primer momento. —Pues para ser «una casita» te ha costado un poco subir, ¿no? Igual es que con tu avanzada edad ya no estás para trepar a los árboles. Tranquila, que para otro día, si nos avisas con tiempo, te colocamos una mecedora en el porche —contraatacó Óscar sin piedad mientras la ignoraba haciendo que estaba concentrado en la pantalla del ordenador. Conociéndolos a los dos podían estar así hasta el atardecer, pero para un ratillo que teníamos que aguantarla, tampoco era cuestión de pasárselo peleando, así que intenté pensar en algo para cambiar de tema, pero Eugenia se me adelantó, fastidiando de nuevo. —¡Hombre! Esto son unas gafas de realidad virtual, ¿no? —preguntó señalando las gafas de Sonia que yo había dejado sobre la mesa—. ¡Vaya! ¡Pero si son el modelo más cutre del mercado! —Estamos haciendo pruebas con un sistema de cámaras para grabar vídeos en 3D y visualizarlos en las gafas —le explicó Sonia un poco molesta por el comentario. Esta prima nuestra tenía un talento especial para hacer amigos. —¡Anda ya! ¿Que preparáis un sistema para grabar vídeos en 3D? ¡No os lo creéis ni vosotros!

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—¡Bueno! Si no te lo crees, puedes verlo tú misma —replicó Óscar—, aunque te aviso que está grabado con mucho realismo y te puede dar un poco de impresión. Quizá a tu edad sea peligroso para el corazón —añadió irónico. —¡No será para tanto! —respondió Eugenia muy segura de sí misma mientras cogía las gafas y los auriculares que le tendía Óscar con sonrisa maliciosa. Yo ya conocía esa mirada y no presagiaba nada bueno.

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Volando hacia la cascada

Óscar le intentaba explicar el funcionamiento mientras mi prima seguía en su línea. —Cuando te pones estas gafas, la tecnología que se usa proyecta una imagen distinta en cada ojo para simular una visión 3D real. Si el vídeo está bien hecho, la sensación de realismo es total —explicaba Óscar intentando permanecer serio para que Eugenia no sospechara nada. —¡No te enrolles, primito, que ya sé lo que es la realidad virtual! —¡Vale, vale! Disculpe su excelencia —añadió Óscar burlón mientras le tendía los auriculares—. Pero, por si acaso, siéntate en esta silla por si te mareas —añadió guiñándonos un ojo cuando Eugenia ya no podía vernos.

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—¡Bueno, yo ya estoy lista! ¿Cuándo viene ese vídeo tan real? —protestó—. De momento, lo único real es que me aburro esperando. —Tranquila que lo estoy cargando y enseguida lo activo. Un momentito —pidió Óscar con voz inocente mientras acercaba un ventilador que teníamos para cuando hacía mucho calor y lo ponía frente a ella.

Yo ya empezaba a vislumbrar cuál era la idea de mi hermano, pero de momento parecía inofensiva. —¡Vamos allá! Ahora empezarás a ver las imágenes y a escuchar el sonido —dijo Óscar pulsando el play en la pantalla del ordenador. Todos podíamos ver que Eugenia se esforzaba por permanecer tranquila, pero con el vídeo ya en

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marcha, Óscar encendió el ventilador. Y cuando mi prima se vio volando a treinta metros sobre el río mientras escuchaba el viento en sus oídos y además lo sentía en la cara, los dedos se le quedaron blancos de agarrarse a la silla. Estaba claro que era la primera vez que veía algo así. El vídeo avanzaba por el tramo tranquilo del río y, pasada la primera impresión, pareció que Eugenia se relajaba un poco y aflojaba la presión sobre el reposabrazos. Mientras tanto, Óscar nos hizo señas para que nos pusiéramos dos a cada lado de la silla y nos pidió que esperáramos allí, poniendo su cara de interesante. Cuando quedaba poco para que el vídeo llegara a la parte de la cascada, Óscar nos indicó que guardáramos silencio y que cogiéramos la silla entre los cuatro y la subiéramos poco a poco para que Eugenia no notara nada. Llegados a este punto, pude deducir lo que la mente retorcida de mi hermano había planeado para mi prima y te juro que, si ella se hubiera portado tan solo un poquito mejor, habría intentado impedirlo, pero tenía que reconocer que esta vez se lo había ganado a pulso.

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Sin pensarlo demasiado, entre los cuatro levantamos muy despacio la silla y la mantuvimos a un palmo del suelo. Mientras, el vídeo avanzaba peligrosamente hacia la cascada y nosotros no podíamos reprimir una sonrisa de complicidad. Cuando el vuelo fue descendiendo y llegó a las aguas turbulentas, las manos de Eugenia estrangularon de nuevo el reposabrazos. En ese momento, Óscar nos recorrió con la mirada para que estuviéramos atentos a su señal, y debo confesar que por un instante me sentí un poco culpable, pero ya no había vuelta atrás y el vuelo se acercaba a su final en el fondo de la cascada. En un alarde de sincronía, cuando la imagen en nuestra pantalla sobrepasó el río y las gafas debían de estar mostrando la caída al vacío, Óscar nos hizo la señal y dejamos caer la silla de golpe. La ocurrencia de Óscar funcionó a la perfección. Mi prima pegó un grito que seguro que se escuchó desde casa y el color se le fue de la cara. Óscar sonreía triunfante, pero los demás nos miramos sin saber muy bien cómo reaccionar. Todos estábamos de acuerdo en que Eugenia se comportaba con nosotros como una auténtica petarda, pero creo que en ese momento los tres tuvimos la sensación de habernos pasado un poco.

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En cuanto mi prima recuperó un poco la respiración, se quitó las gafas sin levantarse de la silla, avergonzada por el espectáculo que sabía que había dado. Pero lo primero que vio en cuanto pudo enfocar de nuevo la vista fue el ventilador que seguía soplando frente a ella. A Óscar se le había olvidado esconderlo antes de que ella se quitara las gafas. Tardó unos segundos en reconstruir la escena en su mente, pero cuando se dio cuenta de lo que habíamos hecho, la vergüenza de su cara se transformó en furia y, roja de rabia, se incorporó como un muelle y nos fulminó con la mirada.

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—¡Sois unos malditos críos! —bufó fuera de sí—. ¡Pero esto no va a quedar así! ¡Seguro que esto ha sido cosa tuya! —bramó apuntando con el dedo a Óscar, que ahora ya no se mostraba tan sonriente. Si las miradas matasen, mi hermano hubiera caído fulminado allí mismo. Óscar no se atrevió a sostenerle la mirada y bajó la vista hacia las gafas que Eugenia todavía sostenía en la mano. Esto fue un gran error, porque cuando mi prima se dio cuenta de ello, una sonrisa maliciosa se le dibujó en el rostro, y sin poder impedírselo, se acercó a la ventana. —¡Nooo, espera! —gritó Sonia sabiendo que su móvil estaba dentro de las gafas. Pero Eugenia la ignoró por completo y las lanzó al jardín con toda la fuerza de que fue capaz. Las pobres gafas, que no tenían culpa de nada, aterrizaron sobre la hierba al fondo del jardín aparentemente sin daños. Aquello enfureció todavía más a mi prima, que lo único que quería en aquel momento era irse de allí. Ciega de ira, abrió la trampilla para bajar del árbol y comenzó a descender, pero con las prisas no se dio cuenta de que la cuerda que usábamos para la cesta de Maxi se le había enrollado en un pie.

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Al ver lo que estaba a punto de pasar intentamos avisarla, pero no nos dejó ni abrir la boca. —¡Si se os ocurre acercaros a mí, os lanzo a vosotros también por la ventana! —nos advirtió furiosa cuando vio que hacíamos un amago de aproximarnos. No tuvimos tiempo de más. En cuanto bajó dos peldaños, la cuerda se tensó, la pierna se le quedó arriba y esto sumado a su torpeza y al enfado que llevaba, le hizo perder el equilibrio y caer. Nuestra prima se quedó colgada bocabajo a medio metro del suelo como un salchichón.

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—¡Ahhh! ¡Soltadme, animales! ¡Socorrooo! —gritó desesperada. —Aguanta un momento, que bajamos a ayudarte —le dijo Sonia intentando tranquilizarla—. Si soltamos la cuerda, te vas a dar un golpe contra el suelo. —¡Que me soltéis ya! —gritó histérica y fuera de sí, revolviéndose como un animal que hubiera caído en una trampa. Pero no hizo falta soltarla. Con su peso y las sacudidas que le estaba pegando a la cuerda, esta se soltó solita de su enganche en el árbol y el cuerpo de mi prima aterrizó de bruces sobre el suelo del jardín justo cuando nuestra madre y nuestra tía se asomaban al porche para ver qué eran esos gritos. Hasta nuestra hermana Sara-Li, que estaba jugando en la habitación con su amiga Andrea, se asomó a la ventana para ver qué pasaba. ¡Nos la habíamos cargado!

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