35 cuentos para 3º de primaria

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MIS LECTURAS FAVORITAS 3ยบ A JOSE A. RENTERO ALCARAZ


“LA FLAUTA MÁGICA”

Mi madre me ha comprado una flauta. Todo el mundo sabe que una flauta es un tubo con agujeros (mi flauta tiene seis) que se tapan y se destapan para producir distintos sonidos que llamamos música. Todo el mundo sabe, también, cómo se toca la flauta, pero pocos son los que saben interpretar una canción. Yo, en el colegio, estoy aprendiendo. La profesora me dice que tengo facilidad para ello, y me pone de ejemplo para los otros compañeros de la clase. A mí me gustaría tocar ya “la flauta mágica” de Mozart, pero mi profesora dice que estoy algo verde. Yo le digo que, con seis años, Wolfgang Amadeus Mozart ya era capaz de interpretar seis tríos como segundo violín. El otro día, en casa, mientras mi madre preparaba la comida, yo ejercitaba con mi flauta. Estaba en mi habitación sentada en una alfombra hecha a mano que me trajo mi padre en un viaje que hizo a la India y tocando la flauta. Inventándome una melodía misteriosa. Con el solecito del mediodía me entró modorra. Dejé la flauta y me eché sobre la alfombra india. Me quedé dormida como un recién nacido. Me despertó la voz de mi madre, que me avisaba de que la comida estaba en el plato. Me sobresaltó su llamada. Me sorprendió su grito en mitad de un sueño. Estaba interpretando una canción con mi flauta, sentada sobre la alfombra. Iba vestida con una túnica dos tallas mayor y llevaba un turbante sobre mi cabeza. Una vaca, algo flaca, me miraba seria. A mi lado una cacerola se calentaba en una lumbre de ramas secas. De repente la tapadera se elevó unos centímetros y cayó al suelo. Unos hilos largos empezaron a surgir del interior de la cacerola, parecían serpientes blancas recién nacidas. Eran… eran espaguetis que se enderezaban queriendo saber quién estaba tocando la flauta. Se movían, se contoneaban oyendo la melodía que salía de mi flauta. - Hola, hija mía, deja de tocar, que ya están cocidos – me dijo mi madre, terminando de cortar trocitos pequeños de chorizo y jamón. Cuando me desperté del sueño y fui a la cocina a comer, ya sabía qué comida me estaba esperando en el plato; ¿a que tú también? Daniel Nesquens, Diecisiete cuentos y dos pingüinos. Ed Anaya


“El flautista de Hamelín” Hace mucho, muchísimo tiempo, en la ciudad de Hamelín, sucedió algo muy extraño: una mañana, cuando sus gordos y satisfechos habitantes salieron de sus casas, encontraron las calles invadidas por miles de ratones que caminaban por todas partes, comiéndose el grano de sus graneros y la comida de sus despensas. Nadie acertaba a comprender la causa de tal invasión, y lo que era aún peor, nadie sabía qué hacer para acabar con aquella plaga. Por más que pretendían acabar con ellas, parecía que cada vez acudían más y más ratones a la ciudad. Tal era la cantidad de ratones que, hasta los mismos gatos huían asustados. Ante la gravedad de la situación, los hombres de la ciudad, que veían peligrar sus riquezas, convocaron al Consejo y dijeron: "Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones". Al poco se presentó ante ellos un flautista, alto y poco arreglado, a quien nadie había visto antes, y les dijo: "La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un sólo ratón en Hamelín". Dicho esto, comenzó a pasear por las calles y, mientras paseaba, tocaba con su flauta una maravillosa melodía que encantaba a los ratones, quienes saliendo de sus escondrijos seguían los pasos del flautista que tocaba incansable su flauta. Y así, caminando y tocando, los llevó a un lugar muy lejano, tanto que desde allí ni siquiera se veían las murallas de la ciudad. Por aquel lugar pasaba un caudaloso río donde, al intentar cruzarlo para seguir al flautista, todos los ratones murieron ahogados. Los hamelineses, al verse al fin libres de los ratones, respiraron aliviados. Ya tranquilos y satisfechos, volvieron a sus negocios, y tan contentos estaban que organizaron una gran fiesta para celebrar el feliz desenlace, comiendo excelentes carnes y bailando hasta muy entrada la noche. A la mañana siguiente, el flautista se presentó ante el Consejo y reclamó a los hombres de la ciudad las cien monedas de oro prometidas como recompensa. Pero éstos, liberados ya de su problema y cegados por su avaricia, le contestaron: "¡Vete de nuestra ciudad!, ¿o acaso crees que te pagaremos tanto oro por tan poca cosa como tocar la flauta?". Y dicho esto, los hombres del Consejo de Hamelín le volvieron la espalda dando grandes carcajadas. Furioso por lo que había pasado, el flautista, al igual que hiciera el día anterior, tocó una dulcísima melodía una y otra vez. Pero esta vez no eran los ratones quienes le seguían, sino los niños de la ciudad quienes, movidos por aquel sonido maravilloso, iban tras los pasos del extraño músico. Cogidos de la mano y sonrientes, formaron una gran hilera y siguieron al flautista. El flautista se los llevó lejos, muy lejos, tan lejos que nadie supo adónde, y los niños, al igual que los ratones, nunca jamás volvieron. En la ciudad sólo quedaron sus habitantes, sus graneros y sus despensas, protegidas por sus sólidas murallas y un inmenso manto de silencio y tristeza. Y esto fue lo que sucedió hace muchos, muchos años, en esta desierta y vacía ciudad de Hamelín, donde, por más que busquéis, nunca encontraréis ni un ratón ni un niño. FIN


LA FLAUTA MÁGICA Cuentan que en una aldea lejana vivía una muchacha que, al quedarse huérfana de padre y madre, trabajaba pastoreando los rebaños del pueblo. Salía con sus ovejas al amanecer y caminaba monte arriba en busca de una pradera verde. Mientras el ganado pastaba, ella, sentada en una piedra, se entretenía fabricando flautas de caña, con las que tocaba bellas melodías. Un día, cuando estaba ensimismada con su música, vio aparecer ante ella una figura resplandeciente: era un ángel que la miraba sonriendo. - Eres una niña buena. Pídeme lo que quieras y te será concedido. - Sólo deseo una cosa - dijo ella-: una flauta que haga bailar a todo el que la oiga. El ángel le entregó inmediatamente una hermosa flauta y desapareció. La pastora, muy contenta, empezó a tocar el mágico instrumento. Al instante, todas las ovejas y corderos empezaron a bailar al son de la música. Pero he aquí que el señor boticario, que había salido a cazar por aquellos parajes, escuchó a lo lejos la música. Inmediatamente empezó a sentir un extraño hormigueo en los pies y, sin darse cuenta, se encontró bailando sin poder detenerse. Bailó y bailó, jadeando de cansancio, hasta que la música cesó. - ¡Esto es cosa de brujería! - exclamó. Y corrió al pueblo, furioso, para denunciar a la pastora que lo había hechizado con su música. La pastora fue llevada ante el tribunal del pueblo y condenada a muerte por bruja. Cuando iba a cumplirse la sentencia, le preguntaron si tenía un último deseo. Ella rogó que le desataran las manos, porque sus muñecas estaban doloridas. - ¡No lo hagan! ¡No lo hagan o tendrán que arrepentirse! -gritó el boticario al ver que soltaban las ligaduras de la muchacha. Pero no lo oyeron y, si lo oyeron, no le hicieron caso. Entonces, el boticario rogó a un hombre que se encontraba a su lado: - ¡Átame bien fuerte a este árbol y aprieta bien la cuerda!. Al ver sus manos libres, la pastora sacó del bolsillo la flauta mágica y empezó a tocar una alegre melodía. Todos los que se encontraba en la plaza, hasta el verdugo y los soldados, empezaron a bailar. El boticario, atado como estaba, movía también los pies y la cabeza al compás de la música. Cuando la melodía se detuvo, la gente, encantada por el buen rato pasado, corrió a pedir al alcalde que perdonara a la pastora, y el alcalde, que también había estado bailando concedió el perdón con mucho gusto. Desde entonces, todo el pueblo bailó en las fiestas al son de la flauta mágica y la pastora vivió querida y respetada por todos. Anónimo


MÚSICA PARA LAS NUBES Había una vez un pequeñísimo país castigado por una larga sequía. Llevaba tanto tiempo sin llover que la gente comenzaba a pasar hambre por culpa de las malas cosechas. Coincidió que en esos mismos días un grupo de músicos cruzaba el lugar tratando de conseguir unas monedas como pago por sus conciertos. Pero con tantos problemas, nadie tenía ganas de música. - Pero si la música puede ayudar a superar cualquier problema - protestaron los músicos, sin conseguir ni un poquito de atención. Así que los artistas trataron de descubrir la causa de que no lloviera. Era algo muy extraño, pues el cielo se veía cubierto de nubes, pero nadie supo responderles. “Lleva así muchos meses, pero ni una sola gota han dejado caer las nubes”, les dijeron. - No os preocupéis, nosotros traeremos la lluvia a esta tierra – respondieron, e inmediatamente comenzaron a preparar su concierto en la cumbre de la montaña más alta. Todos los que lo oyeron subieron a la montaña, presa de la curiosidad. Y en cuanto el director de aquella extraña orquesta dio la orden, los músicos empezaron a tocar. De sus instrumentos salían pequeñas y juguetonas notas musicales, que subían y subían hacia las nubes. Era una música tan saltarina, alegre y divertida, que las simpáticas notas comenzaron a juguetear con las suaves y esponjosas barrigotas de las nubes, y tanto las recorrieron por arriba y por abajo, por aquí y por allá, que se formó un gran remolino de cosquillas, y al poco las gigantescas nubes estaban riendo por medio de grandes truenos. Los músicos siguieron tocando animadamente y unos minutos más tarde las nubes, llorando de pura risa, dejaron caer su preciosa lluvia sobre el pequeño país, con gran alegría para todos. Y en recuerdo de aquella lluvia musical, cada habitante aprendió a tocar un instrumento y, por turnos, suben todos los días a la montaña para alegrar a las nubes con sus bellas canciones. Pedro Pablo Sacristán


“GAGROBATZ” En lo más alto de las montañas, allí donde solo hay hielo, nieve y rocas, vivió en otro tiempo un monstruo enorme, malhumorado y absolutamente horrible llamado Gagrobatz. Gagrobatz vivía desde hacía más de tres mil años completamente solo en una cueva oscura y la mayor parte del tiempo le rugían las tripas. Todos los días tenía que comer rocas porque no había ninguna otra cosa, salvo un esquiador o una marmota de vez en cuando. Por culpa de las rocas, Gagrobatz tenía casi siempre dolor de estómago. Por ello, desde el amanecer hasta bien entrada la noche, esperaba al acecho a que algún ser vivo descuidado y sabroso se extraviara de su camino. Y en efecto, un día se dirigió un autobús de colegio, lleno de niños, al lugar en el que vivía Gagrobatz. El monstruo vio desde la lejanía cómo se iba encaramando. Se relamió y sonrió. Ese era un botín fácil. Solo tenía que empujar un gran pedrusco hasta el camino de los humanos. El resto sería entonces un juego de niños. Los ocupantes del autobús en ningún caso se figuraban que estaban en el menú de un horrible monstruo. Ellos cantaban “Se van los montañeros”, mientras que el conductor seguía su camino hacia la cima. Perplejo se quedó mirando la gran piedra que obstruía la calzada. -

¡Bueno, y ahora esto! gruñó y se rascó su gran cabeza.

¡Atención, damos la vuelta!- dijo en voz alta, dio un viraje espeluznante y se dirigió directamente a un túnel. ¿Qué es esto? pensó él entonces, antes de que todo quedara completamente oscuro. “Eso no estaba ahí hace un momento”. Pero ya era muy tarde. El malhumorado, horrible y siempre hambriento Gagrobarz no era estúpido. Se había colocado en la carretera con su gran boca abierta y la lengua fuera. Y así fue rodando el autobús junto con su preciado contenido directamente hacia su estómago vacío. -

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¡Ssssssssluc! – rugió el terrible Gagrobatz, eructo, pasó la lengua por su horrible boca y se fue sigilosamente de vuelta a la cueva a echarse una pequeña siestecilla para hacer la digestión. ¡Cielos! ¿Dónde estamos? – gritó la señorita Cantarela, la profesora de la clase devorada, desde lo más profundo de la tripa del monstruo. ¡Parece como si fuera una cueva de estalactitas o algo así! – exclamó refunfuñando el conductor del autobús y desempaquetó su bocadillo del desayuno- . De cualquier modo no se puede seguir. Esto no es una cueva, es un estómago – dijo María, la primera de la clase de Biología- ¿No has visto los dientes cuando entramos, señorita Cantarela? Cornelia Funke, Cornelia Funke cuenta cuentos. Ed. Edaf.


LOS DOS CONJUROS Había una vez un rey que daba risa. Parecía casi de mentira, porque por mucho que dijera "haced esto" o "haced lo otro", nadie le obedecía. Y como además era un rey pacífico y justo que no quería ni castigar ni encerrar a nadie en la cárcel, resultó que no tenía nada de autoridad, y por eso dio a un gran mago el extraño encargo de conseguir una poción para que le obedecieran. El anciano, el más sabio de los hombres del reino, inventó mil hechizos y otras tantas pociones; y aunque obtuvo resultados tan interesantes como un caracol luchador o una hormiga bailarina, no consiguió encontrar la forma de que nadie obedeciera al rey. Se enteró del problema un joven, que se presentó rápido en palacio, enviando a decir al rey que él tenía la solución. El rey apareció al momento, ilusionado, y el recién llegado le entregó dos pequeños trozos de pergamino, escritos con una increíble tinta de muchos colores. - Estos son los conjuros que he preparado para usted, alteza. Utilizad el primero antes de decir aquello que queráis que vuestros súbditos hagan, y el segundo cuando lo hayan terminado, de forma que una sonrisa os indique que siguen bajo vuestro poder. Hacedlo así, y el conjuro durará para siempre. Todos estaban intrigados esperando oír los conjuros, el rey el que más. Antes de utilizarlos, los leyó varias veces para sí mismo, tratando de memorizarlos. Y entonces dijo, dirigiéndose a un sirviente que pasaba llevando un gran pavo entre sus brazos: - Por favor, Apolonio, ven aquí y déjame ver ese estupendo pavo. El bueno de Apolonio, sorprendido por la amabilidad del rey, a quien jamás había oído decir "por favor", se acercó, dejando al rey y a cuantos allí estaban sorprendidos de la eficacia del primer conjuro. El rey, tras mirar el pavo con poco interés, dijo: - Gracias, Apolonio, puedes retirarte. Y el sirviente se alejó sonriendo. ¡Había funcionado! y además, ¡Apolonio seguía bajo su poder, tal y como había dicho el extraño! El rey, agradecido, llenó al joven de riquezas, y éste decidió seguir su viaje. Antes de marcharse, el anciano mago del reino se le acercó, preguntándole dónde había obtenido tan extraordinarios poderes mágicos, rogándole que los compartiera con él. Y el joven, que no era más que un inteligente profesor, le contó la verdad: - Mi magia no reside en esos pergaminos sin valor que escribí al llegar aquí. La saqué de la escuela cuando era niño, cuando mi maestro repetía constantemente que educadamente y de buenas maneras, se podía conseguir todo. Y tenía razón. Tu buen rey sólo necesitaba buenos modales y algo de educación para conseguir todas las cosas justas que quería. Y comprendiendo que tenía razón, aquella misma noche el mago se deshizo de todos sus aparatos y cachivaches mágicos, y los cambió por un buen libro de buenos modales, dispuesto a seguir educando a su brusco rey.



ALIMENTOS LEJANOS ¿Cómo surgieron las clementinas? El hermano de Clemente era un religioso que trabajaba a finales del siglo XIX en una granja agrícola para huérfanos en Argelia. Le apasionaban las plantas. En 1900 tuvo la idea de recoger un poco de polen de las flores de un toronjo, el árbol que produce las naranjas amargas. Con ese polen fecundó las flores de otro árbol, el mandarino. Estas flores dieron frutos de los que el padre Clemente recuperó las semillas. Las plantó y esperó pacientemente… Crecieron unos árboles de una especie totalmente nueva y, dos años más tarde, dieron sus primeros frutos, unos frutos totalmente nuevos. Poco ácidos, sin semillas y con una piel muy fina, hicieron las delicias de los niños del orfanato. A partir de entonces, fueron cultivados, sobre todo en el área mediterránea y, en 1929, se les dio un nombre derivado de su creador: LAS “CLEMENTINAS”.

¿De dónde viene el chocolate? El chocolate es originario de América. En México, los mayas y los aztecas lo consideraban una bebida mágica, digna de los dioses, que incluso podía alimentar a los hombres después de la muerte. Las semillas de cacao tenían tanto valor que se empleaban como monedas de cambio. Para hacer el chocolate, se las tostaba y se las molía y la pasta obtenida, mezclada con pimienta, se diluía en agua caliente. En 1492, cuando Cristóbal Colón llegó a América, lo probó y le pareció… ¡horriblemente amargo! En el siglo siguiente, se trajeron a España semillas de cacao. Añadiendo azúcar de caña, se obtuvo una excelente bebida de propiedades sorprendentes: se cuenta que una taza de este precioso líquido daba fuerzas para caminar durante una jornada completa, sin comer otra cosa. Ana de Austria, hija del rey Felipe II lo adoraba. Cuando se casó con el rey de Francia Luís XIII en 1615, llevó en su equipaje semillas de cacao. Así se conoció el chocolate en París, extendiéndose con gran éxito a todo el mundo.


LA CASITA DE CHOCOLATE Dos hermanitos salieron de su casa y fueron al bosque a coger leña. Pero cuando llegó el momento de regresar no encontraron el camino de vuelta. Se asustaron mucho y se pusieron a llorar al verse solos en el bosque. Sin embargo, allá a lo lejos vieron brillar la luz de una casita y hacia ella se dirigieron. Era una casita extraordinaria. Tenía las paredes de caramelo y chocolate. Y como los dos hermanos tenían hambre se pusieron a chupar en tan sabrosa golosina. Entonces se abrió la puerta y apareció la viejecita que vivía allí, diciendo: -

Hermosos niños, ya veo que tenéis mucho apetito. Entrad, entrad y comed cuanto queráis.

Los dos hermanitos obedecieron confiados. Pero en cuanto estuvieron dentro, la anciana cerró la puerta con llave y la guardó en el bolsillo, echándose luego a reír. Era una perversa bruja que se servía de su casita de chocolate para atraer a los niños que andaban solos por el bosque. Los infelices niños se pusieron a llorar, pero la bruja encerró al niño en una jaula y le dijo: - No te voy a comer hasta que engordes, porque estas muy delgado- Primero te cebaré bien. Y todos los días le preparaba platos de sabrosa comida. Mientras tanto a la niña la obligaba a trabajar sin descanso. Y cada mañana iba la bruja a comprobar si engordaba su hermanito, mandándole que le enseñara un dedo. Pero como tenía muy mala vista, el niño, que era muy astuto, le enseñaba un huesecillo de pollo que había guardado de una de las comidas. Y así la bruja quedaba engañada, pues creía que el niño no engordaba. - Sigues muy delgado decía -. Te daré mejor comida. Y preparaba nuevos y abundantes platos y era la niña la que se encargaba de llevarlos a la jaula llorando amargamente porque sabía lo que la bruja quería hacer con su hermano. Escapar de la casa era imposible, porque la vieja nunca sacaba la llave del bolsillo y no se podía abrir la puerta. ¿Cómo harían para escapar? Un día llamó la bruja a la niña y le dijo: - Mira, ya me he cansado de esperar porque tu hermano no engorda a pesar de que come mejor que un rey. Le preparo las mejores cosas y tiene los dedos tan flacos que parecen huesos de pollo. Así que vas a encender el fuego enseguida. La niña se acercó a su querido hermanito y le contó los propósitos de la malvada bruja. Había llegado el momento tan temido. La bruja andaba de un lado para otro haciendo sus preparativos. Como veía que pasaba el tiempo y la niña no había cumplido lo que le había mandado, gritó:


-

¿A qué esperas para encender el fuego?

La hermana tuvo entonces una buena idea: - Señora bruja - dijo -, yo no sé encenderlo. - Pareces tonta - contestó la bruja -; tendré que enseñarte. Fíjate, se echa mucha leña, así. Ahora enciendes y soplas para que salgan muchas llamas. ¿Lo ves? Como estaba la bruja en la boca del horno, la niña le arrancó de un tirón las llaves que llevaba atadas a la cintura y, dando a la bruja un tremendo empujón, la hizo caer dentro del horno. Libre ya de la bruja, y usando las laves, abrió con gran alegría la puerta de la jaula y salieron los dos corriendo hacia el bosque. Se alejaron a todo correr de la casita de chocolate y cuando encontraron el camino de regreso a su casa lo siguieron y llegaron muy felices. (Hermanos Grimm) FIN


FÁBULA: EL LEÓN Y EL RATÓN AGRADECIDO Un día estaba el león durmiendo y de pronto sintió un cosquilleo por el cuerpo. Se despertó enfadado y apresó a un ratón, el causante del cosquilleo. Ya estaba a punto de engullírselo, cuando el ratón le suplicó que se apiadase de él y no le hiciera daño, que algún día le podría devolver el favor. Al león le hizo gracia la respuesta del ratón. ¿Cómo pensaba ese pequeño y débil animal que algún día podría ayudarle a él, el rey? Así y todo, se sintió generoso y lo soltó. Pasado el tiempo, el león cayó en una trampa tendida por el hombre. Gritó y gritó pidiendo ayuda. Y a sus gritos se presentó el ratón, que lo reconoció y le devolvió el favor: con sus dientecillos fue royendo las cuerdas que aprisionaban al león, hasta conseguir liberarlo. La historia nos enseña que las circunstancias de la vida cambian y también los poderosos pueden llegar a necesitar algún día la ayuda de los más débiles, que unos y otros debemos ayudarnos.

Esopo Cuenta en varios dibujos esta fábula.


FORTUNATO A Fortunato le habían puesto Fortunato por su abuelo Fortunato. ¿Está claro? A Fortunato, su nombre no le gustaba nada, hasta que descubrió tres cosas esenciales, más o menos a los siete años. Primera, que Fortunato sonaba a fortuna y eso tenía que significar algo en su vida, o sea, que no era casual. Ese día decidió ser un chico con suerte, porque la suerte, como las setas, hay que ir a buscarlas. Segunda, que Fortunato era un nombre diferente, casi único. Así que en lugar de sentirse raro o avergonzado por ello lo que se sintió fue importante. Si alguien por la calle llamaba “¡Pepe!”, se volvía tres José Marías. En cambio, ¿Quién iba a gritar ¡Fortunato! si no era para llamarle precisamente a él? Y tercero, que ningún gran hombre de la historia se había llamado así. No había ningún conquistador, héroe mitológico, o futbolista que atendiese por Fortunato. Y eso, lejos de desanimarle, lo que hizo fue darle seguridad y confianza. Por lógica, tarde o temprano, un Fortunato se haría famoso. Y como estaba decidido a tener suerte y era optimista, pensó que tenía todos los números para que le tocara a él. O sea que, a partir de los siete años, Fortunato levantó la cabeza y empezó a caminar por la vida con el corazón por bandera y el ánimo blindado a prueba de adversidades. ¡Tonterías a él! -

Todo es posible, ¿no?- les decía sus padres cuando uno u otra cuestionaban sus ideas o sus planes. ¡Ay, hijo, que la vida es muy larga y muy dura, ya verás! – suspiraba su madre. No, la vida es muy corta y hay que aprovecharla – decía su padre.

Entonces él y ella empezaban a discutir sobre sus respectivos puntos de vista, y a Fortunato le encantaba, porque cuando sus padres discutían – de buen rollo – se ponían la mar de divertidos, filosóficos y trascendentes, que para algo eran mayores. Jordi Sierra i Fabra, Querido Rey de España. Ed. Edelvives


EDUARDO Y EL DRAGÓN Eduardo era el caballero más joven del reino. Aún era un niño, pero era tan valiente e inteligente, que sin haber llegado a luchar con nadie, siempre había derrotado a todos sus enemigos. Un día, mientras caminaba por las montañas, encontró una pequeña cueva, y al adentrarse en ella descubrió que era gigantesca, y que en su interior había un impresionante castillo, tan grande, que pensó que la montaña era de mentira, y sólo se trataba de un escondite para el castillo. Al acercarse, Eduardo oyó algunas voces. Sin dudarlo, saltó los muros del castillo y se acercó al lugar del que procedían las voces. -¿hay alguien ahí?- preguntó. - ¡Socorro! ¡Ayúdanos! -respondieron desde dentro- ¡llevamos años encerrados aquí sirviendo al dragón del castillo! ¿Dragón?, pensó Eduardo, justo antes de que una enorme llamarada estuviera a punto de quemarle vivo. Entonces, Eduardo dio media vuelta muy tranquilamente, y dirigiéndose al terrible dragón que tenía enfrente, dijo: - Está bien, dragón. Te perdono por lo que acabas de hacer. Seguro que no sabías que era yo. El dragón se quedó muy sorprendido con aquellas palabras. No esperaba que nadie se le opusiera, y menos con tanto descaro. - ¡Prepárate para luchar, enano!, ¡me da igual quién seas! -- rugió el dragón. - Espera un momento. Está claro que no sabes quién soy yo. ¡Soy el guardián de la Gran Espada de Cristal! - siguió Eduardo, que antes de luchar era capaz de inventar cualquier cosa- ¿sabes que esta espada ha acabado con decenas de ogros y dragones, y que si la desenvaino volará directamente a tu cuello para darte muerte? Al dragón no le sonaba tal espada, pero se asustó. No le gustaba nada aquello de que le pudieran cortar el cuello. Eduardo siguió hablando. - De todos modos, quiero darte una oportunidad de luchar contra mí. Viajaremos al otro lado del mundo. Allí hay una montaña nevada, y sobre su cima, una gran torre. En lo alto de la torre, hay una jaula de oro donde un mago hizo esta espada, y allí la espada pierde todo su poder. Estaré allí, pero sólo esperaré durante 5 días. Y al decir eso, Eduardo levantó una nube de polvo y desapareció. El dragón pensó que había hecho magia, pero sólo se había escondido entre unos matorrales. Y el dragón, deseando luchar con aquel temible caballero, salió volando rápidamente hacia el otro lado del mundo, en un viaje que duraba más de un mes. Cuando estuvo seguro de que el dragón estaba lejos, Eduardo salió de su escondite, entró al castillo y liberó a todos los allí encerrados. Algunos llevaban desaparecidos muchísimos años, y al regresar, todos celebraron el gran ingenio de Eduardo. ¿Y el dragón? ¿Pues os podéis creer que en el otro lado del mundo era verdad que había una montaña nevada, con una gran torre en la cima, y en lo alto una jaula de oro? Pues sí, y el dragón se metió en la jaula y no pudo salir, y allí sigue, esperando que alguien ingenioso vaya a rescatarle. FIN


“RUMPELSTILTSKIN” Había una vez un molinero pobre que tenía una hija muy hermosa. Un día sucedió que tenía que ir a hablar con el rey, y para parecer más importante le dijo: - Tengo una hija que puede hilar la paja y convertirla en oro.- Esa es una habilidad que me complace, - le dijo el rey al molinero - si tu hija es tan lista como dices, tráela mañana a mi palacio y lo comprobaremos. Cuando trajeron a la muchacha, el rey la llevó a una habitación llena de paja, le dio una rueca y una bobina y dijo: - Ponte a trabajar, y si mañana por la mañana no has convertido toda esta paja en oro durante la noche, morirás. Entonces él mismo cerró la puerta con llave, y la dejó sola. La hija del molinero se sentó sin poder hacer nada por salvar su vida. No tenía ni idea de cómo hilar la paja y convertirla en oro, y se asustaba cada vez más, hasta que por fin comenzó a llorar. Pero de repente la puerta se abrió y entró un hombrecillo: - Buenas tardes señorita molinera, ¿por qué estás llorando tanto? - ¡Ay de mí!, - contestó la chica - tengo que hilar esta paja y convertirla en oro pero no sé cómo hacerlo. - ¿Qué me darás - dijo el hombrecillo - si lo hago por ti? - Mi collar. - dijo ella. El hombrecillo cogió el collar, se sentó en la rueca trabajó hasta que toda la paja estuvo hilada, y todas las bobinas llenas de oro. Al despertar el día, el rey ya estaba allí, y cuando vio el oro quedó atónito y encantado, pero su corazón se volvió más avaricioso. Llevó a la hija del molinero a otra habitación mucho más grande y llena de paja, y le ordenó que la hilara en una noche si apreciaba su vida. La chica no sabía qué hacer, y estaba llorando cuando la puerta se abrió de nuevo. El hombrecillo apareció y dijo: - ¿Qué me darás si hilo esta paja y la convierto en oro? - preguntó él. - El anillo que llevo en mi dedo. - contestó ella. El hombrecillo cogió el anillo, y empezó otra vez a hacer girar la rueca, y por la mañana había hilado toda la paja y la había convertido en brillante oro. El rey seguía sin tener suficiente oro, así que llevó a la hija del molinero a otra sala llena de paja aún más grande que la anterior, y dijo: - Tienes que hilar esto en el transcurso de esta noche, si lo consigues serás mi esposa. Cuando la chica se quedó sola, el hombrecillo apareció por tercera vez, y dijo: - ¿Qué me darás si hilo la paja esta vez? - No me queda nada que darte. - respondió la muchacha. - Entonces prométeme, que si te conviertes en reina, me darás tu primer hijo. Y no sabiendo cómo salir de aquella situación le prometió al hombrecillo lo que quería. Y una vez más hiló la paja y la convirtió en oro. Cuando el rey llegó por la mañana, y se encontró con todo el oro que habría deseado, se casó con ella y la preciosa hija del molinero se convirtió en reina. Un año después, trajo un precioso niño al mundo y en ningún momento se acordó del hombrecillo. Pero de repente se le apareció en su cuarto y le dijo: - ¡Dame lo que me prometiste! La reina estaba horrorizada y le ofreció todas las riquezas del reino si le dejaba a su hijo. Pero el hombrecillo dijo: - No, algo vivo vale para mí más que todos los tesoros del mundo. La reina empezó a llorar, tanto que el hombrecillo se compadeció de ella:


- Te daré tres días, - dijo - si para entonces has descubierto mi nombre, entonces conservarás a tu hijo. Entonces la reina pasó toda la noche pensando en todos los nombres que había oído, y mandó un mensajero a lo ancho y largo del país para preguntar por todos los nombres que hubiera. Cuando el hombrecillo llegó al día siguiente, empezó con Gaspar, Melchor, Baltasar... Dijo, uno tras otro, todos los nombres que sabía, pero en cada uno decía el hombrecillo: - Ese no es mi nombre. En el segundo día había preguntado a los vecinos sus nombres, y ella repitió los más curiosos y poco comunes: - Quizá tu nombre sea Pata de Cordero o Lazo Largo. Pero siempre contestaba: - No, ese no es mi nombre. Al tercer día el mensajero volvió y dijo: - No he podido encontrar ningún nombre nuevo. Pero según subía una gran montaña al final de un bosque. Allí vi a un hombrecillo bastante ridículo que estaba saltando. Dio un brinco sobre una pierna y gritó: "Hoy hago el pan, mañana haré cerveza, al otro tendré al hijo de la joven reina. Ja, estoy contento de que nadie sepa que Rumpelstiltskin me llamo." Podéis imaginar lo contenta que se puso la reina cuando escuchó el nombre. Y cuando al poco rato llegó el hombrecillo y preguntó: - Bien, joven reina ¿Cuál es mi nombre? La reina primero dijo: - ¿Te llamas Conrad? - No. - ¿Te llamas Harry? - No. - ¿Quizá tu nombre es… Rumpelstiltskin? -¡Te lo dijo el demonio! ¡Te lo dijo el demonio! -gritó el hombrecito, y, furioso, dio en el suelo una patada tan fuerte, que se hundió para siempre en el fondo de la tierra y nunca más se supo nada de aquel hombrecillo. FIN


MI CIUDAD SALVAJE Mi plaza despierta como una tortuga: se encoge y se extiende, se estira y se arruga. Mi calle se enrosca como una serpiente: se llena de niebla y se traga a la gente. Mi casa se esconde como un caracol: cierra las persianas y enciende un farol. ESTRELLAS DE FERIA El sol Es un farol Colgado del cielo. Ayer lo apag贸 Pegando un soplido El farolero. La luna Es un espejo Entre los tejados. Ayer un avi贸n, Por querer mirarse, Lo rompi贸 en pedazos. Hoy solo hay estrellas Para alumbrarnos: Bombillas de feria Parpadeando.


INVIERNO

Silencio, ya llega, Se acerca, se cuela. Preparen los gorros, abrigos, bufandas. Enciendan la estufa, pongan cuatro mantas. Cierren bien las puertas, las contraventanas, si encuentra rendijas, enfriarรก la casa. Silencio, es diciembre, con su cara helada el invierno llama.


LA ESPADA PACIFISTA Había una vez una espada preciosa. Pertenecía a un gran rey, y desde siempre había estado en palacio, participando en sus entrenamientos y exhibiciones, enormemente orgullosa. Hasta que un día, una gran discusión entre su majestad y el rey del país vecino, terminó con ambos reinos declarándose la guerra. La espada estaba emocionada con su primera participación en una batalla de verdad. Demostraría a todos lo valiente y especial que era, y ganaría una gran fama. Así estuvo imaginándose vencedora de muchos combates mientras iban de camino al frente. Pero cuando llegaron, ya había habido una primera batalla, y la espada pudo ver el resultado de la guerra. Aquello no tenía nada que ver con lo que había imaginado: nada de caballeros limpios, elegantes y triunfadores con sus armas relucientes; allí sólo había armas rotas y melladas, y muchísima gente sufriendo hambre y sed; casi no había comida y todo estaba lleno de suciedad envuelta en el olor más repugnante; muchos estaban medio muertos y tirados por el suelo y todos sangraban por múltiples heridas... Entonces la espada se dio cuenta de que no le gustaban las guerras ni las batallas. Ella prefería estar en paz y dedicarse a participar en concursos. Así que durante aquella noche previa a la gran batalla final, la espada buscaba la forma de impedirla. Finalmente, empezó a vibrar. Al principio emitía un pequeño zumbido, pero el sonido fue creciendo, hasta convertirse en un molesto sonido metálico. Las espadas y armaduras del resto de soldados preguntaron a la espada del rey qué estaba haciendo, y ésta les dijo: - "No quiero que haya batalla mañana, no me gusta la guerra". - "A ninguno nos gusta, pero ¿qué podemos hacer?". - "Vibrad como yo lo hago. Si hacemos suficiente ruido nadie podrá dormir". Entonces las armas empezaron a vibrar, y el ruido fue creciendo hasta hacerse ensordecedor, y se hizo tan grande que llegó hasta el campamento de los enemigos, cuyas armas, hartas también de la guerra, se unieron a la gran protesta. A la mañana siguiente, cuando debía comenzar la batalla, ningún soldado estaba preparado. Nadie había conseguido dormir ni un poquito, ni siquiera los reyes y los generales, así que todos pasaron el día entero durmiendo. Cuando comenzaron a despertar al atardecer, decidieron dejar la batalla para el día siguiente. Pero las armas, lideradas por la espada del rey, volvieron a pasar la noche entonando su canto de paz, y nuevamente ningún soldado pudo descansar, teniendo que aplazar de nuevo la batalla, y lo mismo se repitió durante los siguientes siete días. Al atardecer del séptimo día, los reyes de los dos bandos se reunieron para ver qué podían hacer en aquella situación. Ambos estaban muy enfadados por su anterior discusión, pero al poco de estar juntos, comenzaron a comentar las noches sin sueño que habían tenido, la extrañeza de sus soldados, el desconcierto del día y la noche y las divertidas situaciones que había creado, y poco después ambos reían amistosamente con todas aquellas historietas. Afortunadamente, olvidaron sus antiguas disputas y pusieron fin a la guerra, volviendo cada uno a su país con la alegría de no haber tenido que luchar y de haber recuperado un amigo. Y de cuando en cuando los reyes se reunían para comentar sus aventuras como reyes, comprendiendo que eran muchas más las cosas que los unían que las que los separaban.


DUENDES Un día, estaba Margarita dando de comer a su gatita cuando llegaron los duendes. Venían huyendo de otro pueblo, porque ahí hacía demasiado calor para ellos. La gata de Margarita hizo “buf”, agarró a uno y se lo quería comer, pero Margarita le hizo soltar al duende y le regaño mucho. Los duendes buscaron casas donde vivir. Dos se metieron en casa de don Rilito, tres en la de Margarita, uno se fue a vivir con Natalia la chata y así hasta que todos encontraron morada. Y desde entonces, empezaron a pasar cosas raras. Un día, el perro de Salustiano, o sea Mamarracho, se encontró con que, mientras dormía, le habían hecho tres nudos en el rabo. Mamarracho se enfadó mucho, fue a buscar a los duendes, pero estos reían mientras Mamarracho ladraba lleno de ira. A la gata de Margarita la untaron de mantequilla, también mientras dormía. Hasta las patas las tenía untadas. La pobre gata no podía caminar, porque resbalaba. Los duendes reían. Margarita tuvo que bañar a su gatita, regañó a los duendes, pero a estos no les importó. ¡eran de un fresco! A Natalia la chata le desaparecieron los zapatos y tuvo que salir a la calle en zapatillas. Por la noche, al irse a meter en la cama, notó algo raro. ¡Allí dentro estaban todos sus zapatas! En el frasco de colonia de doña Botines metieron vinagre, y doña Botines se pasó un día entero oliendo a salsa vinagreta. Tantas trastadas hicieron, que todos los habitantes del pueblo se reunieron para ver que determinación tomaban con ellos. -

No les podemos echar, sería poco hospitalario. Pero regañarles no sirve de nada. Son tan frescos. Sí, pero la verdad es que da mucho gusto verles la carita. Después de mucho discutir, decidieron que la única solución era aguantarse.

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Después de todo, tampoco es tan grave lo que hacen. Fastidia un poco, nada más. Así que, al día siguiente, cuando don Rilito fue a desayunar y en el sitio de la taza encontró sus botas, suspiró y fue a buscar la taza en el sitio de las botas, que era donde naturalmente estaba. El único que no se conformaba era Mamarracho que, cuando veía a los duendes, ladraba. Pero estos como si nada. Y así pasó el tiempo, hasta que llegó la primavera y los duendes se fueron, porque hacía demasiado calor para ellos. ¡Hasta Mamarracho los echó de menos! Consuelo Armijo, En viriviví. Ed Anaya.


EL DUENDE VERDE DE LA CASA

Había una vez un duende llamado Nipi que vivía en una parcela a las afueras de un pueblo muy pequeñito. En la parcela había una casa, en la que vivía una familia: la madre, el padre, el hijo, la hija, y un gato llamado Miau. Nipi, el duende, solía vivir entre los matorrales de la parcela y a veces se metía en el garaje de la casa a pasar el rato. Sin embargo, la familia no sabía que compartían parte de su vida con un duende. Un día, Nipi fue el garaje de la casa como cualquier otro día a pasar el rato, pero esta vez se encontró de forma inesperada con el gato, Miau. Miau se quedó quieto al ver al duendecillo verde, y a Nipi le pasó lo mismo. Se quedaron mirando fijamente el uno al otro, hasta que oyeron la voz de uno de los niños que bajaba al garaje. Entonces Nipi salió corriendo a tal velocidad, que ni Miau supo a donde había ido. Miau empezó a buscarlo olfateando el suelo para seguir su rastro, pero Miau no sabía que los duendes no dejan rastro de olores, y que por tanto, no se les puede encontrar. Nipi era muy vergonzoso y sólo se dejaba ver por los animales, nunca por las personas, por lo que siempre salía huyendo cuando se acercaba algún humano. Pero Nipi guardaba un secreto:sabía hablar como los gatos, conocía su idioma. Por lo que otro día, decidió buscar a Miau para hacerse su amigo. Y así fue…, encontró a Miau y se puso a hablar con él. Miau, al principio, se quedó un poco sorprendido de ver hablar al duende verde, pero se acostumbró en seguida y estuvieron hablando juntos un buen rato. En una ocasión Miau le preguntó: “¿y tú qué haces viviendo aquí?”Entonces, Nipi le contó que él es un duende que se encarga de cuidar la naturaleza, y que su misión fundamental es vigilar a la familia que vive en la casa para que cuiden la naturaleza, respeten el medio ambiente e instalen energías renovables en su vivienda. Además, Nipi le contó, que en cada familia de todo el mundo, existe un duende que cuida de que la familia esté concienciada de que hay que cuidar el mundo en el que vivimos. Las personas no se enteran, pero hay un duendecillo verde dentro de ellos que les hace pensar en cuidar el planeta. A veces el problema es que el duendecillo no consigue su objetivo, y existe gente que maltrata nuestro planeta. Por eso, Nipi era un duende verde, además de por su color, por su forma de cuidar la naturaleza. FIN


Las dos Vasijas. Cuento Hindú Érase una vez un aguador de la India que tenía dos grandes vasijas. Cada día colgaba cada una de ellas en los extremos de un palo que llevaba sobre los hombros. De esta manera, transportaba agua de un lugar a otro. Una de las vasijas estaba agrietada y aunque el aguador la llenaba con esmero, el agua se iba perdiendo por el camino de manera que cuando llegaba a su destino sólo conservaba la mitad. En cambio, la otra vasija estaba totalmente nueva y el agua no se derramaba. La vasija agrietada se consideraba imperfecta e inútil, y un día le dijo al aguador: -Siento no ser realmente útil para ti. A causa de mis grietas, el agua que llevo dentro se va esparciendo por el camino y siento que no cumplo mi trabajo a la perfección. El aguador le contestó: -Mira… Vamos a regresar a casa y quiero que te fijes bien en las flores que verás a nuestro paso ¿de acuerdo? -Está bien – dijo sorprendida la vasija. Efectivamente, la vasija pudo comprobar cómo el camino de vuelta estaba repleto de hermosas y coloridas flores, pero ni contemplando tan bello espectáculo pudo sentirse mejor. El aguador le dijo entonces: -No te sientas mal. Mira las flores. Crecen solamente en el lado del camino por donde tú pasas a diario. Como veía que el agua salía de tus grietas, planté semillas de flores y todos los días, al pasar, las ibas regando sin darte cuenta. Todo este tiempo han crecido preciosas flores que yo he ido recogiendo. Si no fuera por ti, habría sido imposible. Con esto quiero que sepas que nadie es mejor que nadie, pues todos tenemos defectos de los que se puede sacar algo bueno.


HÉRCULES LLEGA A ANDALUCÍA En unas tierras muy, muy lejanas, vivía un niño llamado Hércules. A Hércules le gustaban mucho los animales, todos eran sus amigos, pero los mejores, a los que él más quería y nunca se separaba de ellos eran dos leoncitos preciosos. Se llamaban “Leoncio” y “Poponcio”. Los tres amiguitos siempre estaban juntos, hasta dormían en la misma cama. -

Una mañana, Hércules se despertó el primero y llamó a sus dos amigos: ¡ Leoncio, Poponcio, levantaros! Hoy tengo una sorpresa para ustedes, nos vamos a ir a dar un paseo en barco por el mar.

A nuestros amigos les gustaba mucho viajar en barco por el mar, así que medio dormidos se fueron a lavar la cara y comer un poco antes de emprender el viaje. Se montaron los tres en el barco y remando, remando se fueron muy lejos de la orilla. Como se habían levantado muy temprano los tres se quedaron dormidos en el barco. Al despertar se dieron cuenta de que ya no veían la orilla, se habían alejado mucho y aunque Hércules era un niño muy valiente y fuerte, tuvo un poco de miedo al verse solo en el mar, se acurrucó junto a los dos leoncitos y así estuvieron hasta que llegaron a una playa que no conocían. Era una tierra muy bonita con un campo muy grande de color verde que estaba lleno de olivos y viñedos. A nuestro amigo Leoncio, le gustaba mucho el color verde y por eso se fue corriendo por el campo que tenía su color favorito. - ¡ Yupy, que campo tan bonito! ¿Nos podemos quedar a jugar un ratito? Los tres amigos que eran muy curiosos comenzaron a correr por aquellas tierras. No encontraron a nadie y siguieron caminando y caminando buscando una casita donde quedarse - ¡Que tierra tan bonita!- Dijo Hércules. - ¡Sí, y que campo tan verde!- Dijo Leoncio. A nuestro amigo Poponcio lo que más le gustó fue el color blanco de la espuma de las olas del mar. -¡Tengo una idea!- Dijo Hércules. Como a Leoncio le gusta el verde del campo y a Poponcio el blanco de la espuma, nos construiremos unas casitas blancas en el prado verde y así tendremos los dos colores que os gustan. - Pero no sabemos qué tierra es esta y cómo se llama- Dijo Leoncio. - Bueno, sabemos que tiene olivos y un campo muy verde, nosotros vamos a construir casas blancas y le pondremos un nombre a todas estas tierras. Los tres amigos pensaron y pensaron, hasta que se pusieron de acuerdo en llamarla Andalucía. Desde entonces la bandera de Andalucía es blanca y verde como les gustaba a Leoncio y Poponcio y en su escudo está la foto de los leoncitos junto a Hércules, porque fueron ellos los que descubrieron Andalucía.


UNA BICICLETA OXIDADA

Selva hacía que todo fuera distinto. Y también tenía una bicicleta. ¿Qué por qué me acuerdo de la bicicleta de Selva? Ahora lo verás. Yo creo que por eso Selva sigue aquí, latiendo en mi pecho, aunque ya hayan pasado casi sesenta años.

Un día, Selva apareció con una bicicleta. Estaba oxidada, chirriaba el sillín y no tenía timbre. Nosotros teníamos bicicletas nuevas, con el metal deslumbrante, sillines mullidos y timbres que sonaban como los ángeles. Pero la bicicleta de Selva era la mejor de todas. Tenía cosido al manillar un sombrero de paja que hacía de cesta. Allí, Selva guardaba muchas cosas: un tebeo, tornillos, caléndulas, un lazo. A Marcos sus padres le compraron una cesta de verdad que iba enganchada al manillar con una cadena metálica. Él se paseaba muy orgulloso con su bicicleta y su cesta. Pero, la verdad, no era lo mismo. Algunos niños se reían de la bicicleta de Selva. Y ella decía: -

Pero mi bici es así porque tiene una historia.

Todos nos poníamos a su alrededor y entonces ella contaba que aquella bici la había usado su abuelo para escapar de su país. Había guerra y a él le buscaban por ayudar a unos presos. Entre los presos estaba su hermano. Y aquella bicicleta, que ya tenía el sombrero enganchado, llevó al abuelo al otro lado de la frontera. Allí vivió muchos años en un pueblo aislado donde el único vehículo que había era la bicicleta. Con la bicicleta traía medicinas de la ciudad. Con la bicicleta llevaba a pasear a Bahía, la mujer más bonita del poblado que luego sería la abuela de Selva. Con la bicicleta llevaba cartas a los ancianos y botellas llenas de mar para que los niños conociesen cómo era el océano. Y también la arena del desierto. Todo eso. Así que nosotros mirábamos embobados la bicicleta de Selva. Ya no nos gustaban las otras. -

A veces – Decía Selva -, las cosas viejas son más bonitas porque guardan historias.

Yo ahora que soy viejo también guardo muchas historias. Por eso te las cuento. Por eso te las cuento. Mónica Rodríguez, la bicicleta de Selva. Ed Anaya


PLANTAS QUE MUERDEN Digámoslo enseguida: las plantas carnívoras existen, pero ninguna de ellas puede comerse a un explorador, y ni siquiera a un ratoncillo. Tan solo son capaces de capturar pequeños insectos. ¡Qué despilfarro! Las plantas carnívoras desperdician casi del todo a sus víctimas. A ellas no les interesa comer su carne, porque fabrican sus propios alimentos. Entonces ¿para qué las atrapan? Estas plantas viven sobre suelos muy pobres, que apenas contienen sales minerales. Y como los insectos, igual que todos los animales, contienen sales en su cuerpo, las plantas han aprendido a capturar insectos y a aprovechar sus sales minerales. Plantas pegajosas Antiguamente cuando no existían insecticidas, se colgaba en verano del techo de las casas unas tiras de papel empapadas de líquidos dulces y muy pegajosos. Las moscas y otros insectos se pegaban a ellas, y se daban cuenta de que no podían despegarse cuando ya eran demasiado tarde. Esto ya lo habían inventado unas plantas carnívoras que cubren sus hojas de sustancias pegajosas con las que atrapan a los insectos desprevenidos. Cuando estos se descomponen, aprovechan sus sales minerales. ¡Insecto al agua! Algunas plantas de la selva tienen unas hojas que forman como pequeñas jarras de bonitos colores. Como allí llueve tanto, esas “jarras” están siempre llenas de agua. Los insectos que caen en su interior se encuentran con que las paredes son tan resbaladizas que no pueden salir, y se ahogan. Cárceles vegetales Las más curiosas entre las plantas “carnívoras” son las llamadas atrapamoscas, que tienen hojas con el borde cubierto de espinas. Cuando un insecto se para en una hoja, esta se cierra automáticamente, y las espinas encajan unas con otras como los barrotes de una jaula. Juan Ignacio Medina y Félix Moreno, ¿Qué sabes de las plantas? Ed. SM


EL HADA Y LA SOMBRA Hace mucho, mucho tiempo, antes de que los hombres y sus ciudades llenaran la tierra, antes incluso de que muchas cosas tuvieran un nombre, existía un lugar misterioso custodiado por el hada del lago. Justa y generosa, todos sus vasallos siempre estaban dispuestos a servirle. Y cuando unos malvados seres amenazaron el lago y sus bosques, muchos se unieron al hada cuando les pidió que la acompañaran en un peligroso viaje a través de ríos, pantanos y desiertos en busca de la Piedra de Cristal, la única salvación posible para todos. El hada advirtió de los peligros y dificultades, de lo difícil que sería aguantar todo el viaje, pero ninguno se asustó. Todos prometieron acompañarla hasta donde hiciera falta, y aquel mismo día, el hada y sus 50 más leales vasallos comenzaron el viaje. El camino fue aún más terrible y duro de lo que había anunciado el hada. Se enfrentaron a bestias terribles, caminaron día y noche y vagaron perdidos por el desierto sufriendo el hambre y la sed. Ante tantas adversidades muchos se desanimaron y terminaron por abandonar el viaje a medio camino, hasta que sólo quedó uno, llamado Sombra. No era el más valiente, ni el mejor luchador, ni siquiera el más listo o divertido, pero continuó junto al hada hasta el final. Cuando ésta le preguntaba que por qué no abandonaba como los demás, Sombra respondía siempre lo mismo "Os dije que os acompañaría a pesar de las dificultades, y eso es lo que hago. No voy a dar media vuelta sólo porque haya sido verdad que iba a ser duro". Gracias a su leal Sombra pudo el hada por fin encontrar la Piedra de Cristal, pero el monstruoso Guardián de la piedra no estaba dispuesto a entregársela. Entonces Sombra, en un último gesto de lealtad, se ofreció a cambio de la piedra quedándose al servicio del Guardián por el resto de sus días... La poderosa magia de la Piedra de Cristal permitió al hada regresar al lago y expulsar a los seres malvados, pero cada noche lloraba la ausencia de su fiel Sombra, pues de aquel firme y generoso compromiso surgió un amor más fuerte que ningún otro. Y en su recuerdo, queriendo mostrar a todos el valor de la lealtad y el compromiso, regaló a cada ser de la tierra su propia sombra durante el día; pero al llegar la noche, todas las sombras acuden el lago, donde consuelan y acompañan a su triste hada.


EL NIÑO QUE QUERÍA VOLAR Sentado sobre una piedra, Pedrito se pasaba el día contemplando el volar de las águilas, y eso le había costado más de una bronca, por parte de su madre. Este vivía a unos tres kilómetros del pueblo y solía ir al colegio andando. Su mayor ilusión de siempre era volar algún día como los pájaros. - Pero Pedro ¿cómo llegas tan tarde, si hace más de dos horas que terminó el colegio? - He estado contemplando las águilas, me encantaría volar como ellas. - Pero hijo, tú eres un ser humano, no un águila .Además no tienes plumas. - Ya lo sé mamá, pero es superior a mí. - Anda y coge la merienda Pedro, que se te va juntar con la cena y déjate ya de volar, que tienes muchos pájaros en la cabeza. Al día siguiente estando sentado en su piedra y como siempre contemplando a las águilas, se le acercó una joven muy guapa y le dijo — ¿te gustaría algún día, volar como ellas? Pedro que estaba mirando el volar de las águilas, no se había dado cuenta y se sobresaltó un poco. - No te asustes Pedro - le dijo la joven, con una voz muy dulce. - Esa sería mi mayor ilusión señorita, pero nunca podré hacerlo— decía Pedrito, bastante desanimado - ¿Por qué dices eso, de que nunca podrás hacerlo? – le preguntaba la joven. - Señorita, yo no tengo alas ni plumas y si no tengo esas dos cosas, nunca podré hacerlo aunque me guste mucho. -No tienes alas, pero tienes otros valores muy importantes. - De que valores me habla usted. - Desde ahora en adelante podrás volar y para hacerlo, solo tendrás que cerrar los ojos y pensar en volar. - Señorita, muchas veces los he cerrado y hasta el momento nunca he volado. - Ciérralos ahora y veras como podrás hacerlo. Pedro cerró los ojos y como un águila fue volando y por primera vez, desde las alturas pudo ver su casa, el río, los animales y sentir la fresca brisa refrescando sus mejillas. Cuando Pedro abrió los ojos, la joven ya se había marchado. Esta le había dejado un mensaje escrito en el suelo, el cual decía “sigue siempre así y cuando quieras volar, solo tendrás que cerrar los ojos”. Desde entonces Pedro se sentía muy afortunado, había conseguido lo que tanto deseaba. En uno de sus muchos vuelos, vio a un amigo caerse en un pozo y su rápida actuación salvó su vida. Pedro estaba muy contento, porque además de hacer lo que tanto deseaba (que no todos lo consiguen), se dio cuenta que podía ayudar a la gente y eso le hacía la persona más feliz del mundo. FIN


FLORA, UNA PLANTA CARNÍVORA

Flora era una planta carnívora, pero carnívora de verdad, que vivía en un supermercado junto al puesto de Paco, su gran amigo carnicero. Paco la trataba con cariño y atención y siempre tenía algún trocito de carne que darle al final de cada día. Pero un día, Flora no recibió su ración de carne, y al día siguiente tampoco, y empezó a preocuparse tanto, que decidió espiar a Paco. Así fue como descubrió que el carnicero no le daba nada de carne porque guardaba grandes trozos en una gran caja amarilla. Haciéndose la despistada, Flora llegó a pedirle un poco de aquella comida guardada en la caja, pero Paco respondió muy severo que no, y añadió: - ¡Ni se te ocurra, Flora! No se te ocurra tocar la carne de esa caja. La planta se sintió dolida, además de hambrienta, y no dejaba de pensar para quién podría estar reservando el charcutero aquellas delicias. Con sus malos pensamientos se fue llenando de rabia y de ira, y aquella misma noche, cuando no quedaba nadie en la tienda, llegó a la caja, la abrió, y comió carne hasta ponerse morada... A la mañana siguiente, justo cuando llegó Paco para descubrir el robo, Flora comenzó a sentirse fatal. Su amigo le preguntó varias veces si había sido ella quien había cogido la carne, y aunque comenzó negándolo, viendo la preocupación y el nerviosismo del charcutero, decidió confesar. - ¿Pero qué has hecho, imprudente?- estalló Paco- ¡¡Te dije que no la tocaras!! ¡Toda esa carne estaba envenenada!! Por eso llevo días sin poder darte apenas nada, porque nos enviaron un cargamento estropeado... A la carrera, tuvieron que ir a buscar un veterinario que pudo, por poco, salvar la vida de Flora, quien se pasó con grandes dolores de raíces y cambios de colores en las hojas durante las siguientes dos semanas. El susto fue morrocotudo para todos, pero al menos la planta aprendió que obedecer las normas puestas por quienes más nos quieren, es mucho más seguro que hacer las cosas por nuestra cuenta.


LUNA ENFERMA

La luna está enferma, metida en la cama. Tose por las noches y está constipada. Estornuda nieve, nieve azul y blanca. El sol la calienta, la nube la tapa, el viento la acuna y el gorrión le canta, y un rosal de rosas su aroma le manda. La luna está enferma, metida en la cama: le pican los ojos, los pies, la garganta… (Limón y jarabe, limón y bufanda). El ratón más sabio, desde su ventana, gritaba a los humos que echaba la fábrica: - ¡No ensuciéis el aire, la luna está mala! Se detuvo el humo, se cerró la fábrica, se curó la luna… José González Torices,


LA NIÑA Y LA GOLONDRINA Era una hermosa mañana de primavera y Anita estaba, como siempre, sentada en su silla de ruedas en el jardín. La vista hacia la playa era hermosa y su madre decía que la brisa marina le haría muy bien. Eran sus padres muy buenas personas y habían comprado aquella casa con la esperanza de que el clima de la costa hiciera un milagro, ya que en sus cortos 5 años, la niña, inexplicablemente, no podía caminar. Estaba la madre en casa, ocupada en sus quehaceres cuando oyó que la niña gritaba... - ¡Mamá, mamá! – Rápidamente corrió a su lado. - Hay algo dentro de ese arbusto - señaló. La madre cuidadosamente apartó las ramas y encontró allí una pequeña golondrina que inútilmente aleteaba en un esfuerzo desesperado por escapar. - Tiene un ala quebrada - dijo la mamá. - No podrá volar -. - Dámela a mí - dijo Anita - Yo la cuidaré -. Había en los ojos de la niña un brillo especial...Una emoción que su madre nunca antes había visto en ella. Anita tomó entre sus manos la temblorosa avecilla y se dedicó a cuidarla como si hubiese sido su propia hija. Y así pasaron las semanas... Ya comenzaba el verano...Anita estaba en el jardín, sentada en su silla, con la golondrina en su regazo. La tarde comenzaba a pintarse de dorados y rosas y la espuma de las olas parecía más blanca que de costumbre. La tibia brisa movía los cabellos de la niña cuando una bandada de golondrinas se acercó volando por la playa...Venían con sus alas casi tocando la arena y luego en grupo se elevaron y pasaron sobre la niña y el jardín. La golondrina que Anita tenía entre sus manos comenzó a inquietarse. Quería liberarse y extender sus alas. Anita se dio cuenta de que la pequeña golondrina, que había sido su alegría en los últimos días, estaba lista para partir. En ese momento tuvo sentimientos encontrados: la alegría de haberla salvado y el temor de no volver a verla nunca más. Podría mantenerla en una jaula, pensó, pero no sería feliz. Entonces, la acercó hasta su boca, besó su pequeña cabecita y levantó ambas manos hacia el cielo...Ante sus ojos la golondrina extendió sus alas y alzó el vuelo. Comenzaba a refrescar la brisa cuando la madre miró por la ventana... Un grito se formó en su garganta. ¡No podía creer lo que estaba viendo! Con las manos alzadas hacia el cielo, de pie frente a la silla de ruedas, Anita tenía la vista fija en el horizonte. La bandada de golondrinas aún daba vueltas y hacía piruetas sobre la arena y las olas. Al año siguiente, en la primera semana de primavera, Anita fue despertada por un revolotear en su ventana. Al correr las cortinas vio una golondrina que golpeaba el vidrio con su pico. ¡Había regresado! Esa mañana, Anita corrió por la playa seguida por la golondrina y ambas fueron los seres más felices de este planeta! MÓNICA LEAL GALLARDO


EL ESTUDIANTE Y EL CAMPESINO

Cierta vez un estudiante iba de viaje en compañía de un paisano, un pobre campesino que se había ofrecido a acompañarlo desde la estación de tren hasta un pueblo que quedaba a dos jornadas de viaje. Por el camino cazaron un par de liebres. El campesino que se daba maña con el asado, preparó las liebres a fuego lento durante largo tiempo. Quedaron deliciosas, tiernas, con un leve sabor ahumado. Esa noche se comieron una liebre entera y dejaron la otra para el desayuno. Entonces, al estudiante se le ocurrió una idea para comerse él solo la liebre que quedaba. Viendo que el paisano era un hombre simple, sin mucha cultura, pensó que sería fácil ganarle en una competición intelectual. -

Vamos a dormir – le dijo - . Y te propongo una apuesta: el que al despertarse haya tenido el mejor sueño, ese se come la liebre entera. Vamos nomás – dijo el paisano, que era un hombre de pocas palabras.

En cuanto el estudiante se durmió, el paisano se levantó y se comió el animal todito. ¡Estaba excelente! Se durmió con la tripa llena y se despertó bien entrada la mañana: el estudiante lo estaba sacudiendo. -

Amigo, tenemos que contarnos nuestros sueños, a ver cuál es el mejor. Yo he soñado que me moría y que venía un coro de ángeles para llevarme a la gloria. Su piel era marfilínea y ostentaban sonrisas de beatitud. Suaves como las nubes eran las plumas de sus alas y sus bocas de querubines entonaban hosannas. No puedo imaginarme nada mejor. Pero vamos a ver, quiero saber cómo fue tu sueño.

El estudiante estaba convencido de que el paisano se iba a quedar admirado de escuchar tantas palabras difíciles. -

¡Qué casualidad, joven! Yo he soñado exactamente lo mismo, ¿no es increíble? Que usted se moría y venía el coro de ángeles a llevárselo a la gloria. Ahí me quedé mirando cómo lo alzaban y se lo llevaban para arriba. Y cuando se perdió de vista me dije: “¿Para qué quiere ahora la liebre, este mozo?” Así que me levanté y me la comí nomás.

Ana María shua. Este pícaro mundo. Ed Anaya.


DÉDALO E ÍCARO Existió hace muchísimos años un hombre llamado Dédalo, que llegó a la isla de Creta en compañía de su hijo Ícaro. Dédalo era un gran inventor. Por eso, el rey de Creta le encargó unos cuantos trabajos. Entre ellos, unas estatuas maravillosas que podían hablar y moverse. El rey estaba tan contento con los trabajos de Dédalo que lo invitó a quedarse a vivir en la isla y así poder continuar haciendo inventos. El rey le mandó construir un edificio para el Minotauro, un monstruo que poseía el rey que era un hombre enorme con cabeza de toro. Dédalo construyó un enorme laberinto del que era imposible salir. Para impedir que Dédalo contara el secreto del laberinto a otras personas, el rey lo encerró en él con su hijo. Un día, Dédalo e Ícaro miraban al cielo, contemplando a las aves que volaban libremente. Entonces, a Dédalo se le ocurrió la idea de construir unas alas como las de los pájaros, con plumas de verdad pegadas con cera. Tardaron mucho tiempo en terminarlas, pero por fin un día, cuando las terminaron, se las ataron a los brazos el uno al otro y comenzaron a agitarlas. Empezaron a elevarse poco a poco, volando cada vez más altos y más contentos. Dédalo, al ver la altura que habían alcanzado, advirtió a su hijo para que no se elevase más, pero Ícaro, feliz, subía y subía por el cielo azul. Ícaro se acercó tanto al Sol que el calor de éste comenzó a derretir la cera, y las plumas empezaron a despegarse. Sin alas, Ícaro no pudo sostenerse en el aire y su vuelo terminó sobre las agua del mar, donde se ahogó.


EL NIÑITO Y EL PERRO El dueño de una tienda estaba colocando un anuncio en la puerta en el que se leía: “Cachorritos en venta”. Esta clase de anuncios siempre atraen a los niños, y pronto un niñito apareció en la tienda preguntando: “¿Cuál es el precio de los perritos?”. El dueño contesto: - Entre cuarenta y cincuenta euros”. El niñito metió la mano en su bolsillo y sacó unas monedas. Solo tengo cinco euros -

¿Puedo verlos? Dijo el vendedor. El hombre sonrió y silbó. De la trastienda salió una perra corriendo seguida por cinco

perritos. Uno de los perritos estaba quedándose muy atrás. El niñito inmediatamente señaló al perrito rezagado que cojeaba. ¿Qué le pasa a ese perrito?, preguntó. El hombre explicó que cuando el perrito nació, el veterinario le dijo que tenía una cadera defectuosa y que cojearía por el resto de su vida. El niñito se emocionó mucho y exclamó: ¡Ese es el perrito que yo quiero comprar! Y el hombre volvió a decir: -

No, tú no vas a comprar ese cachorro, si tú realmente lo quieres, yo te lo regalo.

Y el niñito se disgustó, y mirando directamente a los ojos del hombre le dijo: -

No. Yo no quiero que usted me lo regale. Él vale tanto como los otros perritos y yo pagaré el precio completo. De hecho, le voy a dar mis cinco euros ahora y cinco cada mes hasta que lo haya pagado completo.

El hombre contestó: -

Tú en verdad no querrás comprar ese perrito, hijo. Él nunca será capaz de correr, saltar y jugar como los otros perritos.

El niñito se agachó y se levantó el pantalón para mostrar su pierna izquierda, cruelmente retorcida e inutilizada, soportada por un gran aparato de metal. Miró de nuevo al hombre y le dijo: -

Bueno, yo no puedo correr muy bien tampoco, y mis padres me quieren igual que al resto de mis hermanos.

El hombre estaba ahora mordiéndose los labios, y sus ojos se llenaron de lágrimas...sonrió y dijo: -

Hijo, solo espero que algún día, cada uno de estos cachorritos tenga un dueño como tú.


EL PRINCIPE ENAMORADO Hace mucho tiempo vivía un Príncipe en un enorme castillo, que buscaba princesa con quien casarse y tener muchos hijitos. Su padre el rey hizo el anuncio que todo el reino esperaba. El día del cumpleaños del Príncipe, que será dentro de catorce días y catorce noches, la muchacha que le haga a mi hijo el mejor regalo y por tanto el que más le guste a él, la elegirá como esposa para acabar siendo la reina de este castillo. La sorpresa fue mayúscula y creó una gran expectación y alegría allá donde la noticia se escuchaba. Todas las muchachas del reino, de algunas ciudades del alrededor e incluso de algunos países extranjeros, se dieron cita el gran día del cumpleaños del Príncipe. Los regalos eran espectaculares, joyas, cofres repletos de oro y diamantes, caballos traídos de Arabia, Toneles del mejor vino español y otros muchos y de los más variados de todo el continente. Pero el Príncipe se fijó en un regalo que era una simple caja, a decir verdad era una caja muy bonita de madera, pero lo que más le llamó la atención al Príncipe fue que la caja estaba abierta y dentro no había nada, estaba completamente vacía y por supuesto el Príncipe no entendió nada. Hizo llamar a su mayordomo y le pidió que localizara a la muchacha que se estaba burlando de él y que su regalo había sido nada. Pocos minutos después el mayordomo se presentó anunciando a la muchacha que no le había hecho ningún regalo y por supuesto el Príncipe le preguntó: - ¿Me puedes explicar por qué te has querido burlar de mí no regalándome nada?. Dijo el Príncipe dándole la espalda a la muchacha. Con voz temblorosa la muchacha pudo decir: - Lo siento Príncipe, pero por el camino me encontré con tanta gente que lo necesitaba más que usted, que lo repartí todo. El Príncipe solo escuchando la voz dulce de la muchacha y su grandiosa generosidad, se dio media vuelta, se arrodilló y sin mirarle el rostro dijo: - No me importa como seas por fuera, porque por dentro he visto que quiero que seas la madre de mis hijos y la reina de mi castillo y mi corazón. ¿Te quieres casar conmigo? Ella se arrodilló junto a él y por primera vez se miraron a la cara y descubrieron lo bellos que eran y lo mucho que se amaban. Se besaron dulcemente y anunciaron el compromiso. Juntos repartieron todos los regalos del Príncipe y todo el reino lo agradeció. Fueron muy felices y reinaron con sabiduría y justicia, hasta el final de sus días. JULIO BENAGES


LA FLOR MÁS BONITA Se cuenta que allá para el año 250 A.C., en la China antigua, un príncipe de la región norte del país estaba por ser coronado emperador, pero de acuerdo con la ley, él debía casarse. Sabiendo esto, él decidió hacer una competencia entre las muchachas de la corte para ver quién sería digna de su propuesta. Al día siguiente, el príncipe anunció que recibiría en una celebración especial a todas las pretendientes y lanzaría un desafío. Una anciana que servía en el palacio hacía muchos años, escuchó los comentarios sobre los preparativos. Sintió una leve tristeza porque sabía que su joven hija tenía un sentimiento profundo de amor por el príncipe. Al llegar a la casa y contar los hechos a la joven, se asombró al saber que ella quería ir a la celebración. Sin poder creerlo le preguntó: "¿Hija mía, que vas a hacer allá? Todas las muchachas más bellas y ricas de la corte estarán allí. Sácate esa idea insensata de la cabeza. Sé que debes estar sufriendo, pero no hagas que el sufrimiento se vuelva locura" Y la hija respondió: - "No, querida madre, no estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Yo sé que jamás seré escogida, pero es mi oportunidad de estar por lo menos por algunos momentos cerca del príncipe. Esto me hará feliz". Por la noche la joven llegó al palacio. Allí estaban todas las muchachas más bellas, con las más bellas ropas, con las más bellas joyas y con las más determinadas intenciones. Entonces, finalmente, el príncipe anunció el desafío: "Daré a cada una de ustedes una semilla. Aquella que me traiga la flor más bella dentro de seis meses será escogida por mí, esposa y futura emperatriz de China" La propuesta del príncipe seguía las tradiciones de aquel pueblo, que valoraba mucho la especialidad de cultivar algo, sean: costumbres, amistades, relaciones, etc. El tiempo pasó y la dulce joven, como no tenía mucha habilidad en las artes de la jardinería, cuidaba con mucha paciencia y ternura de su semilla, pues sabía que si la belleza de la flor surgía como su amor, no tendría que preocuparse con el resultado. Pasaron tres meses y nada brotó. La joven intentó todos los métodos que conocía pero nada había nacido. Día tras día veía más lejos su sueño, pero su amor era más profundo. Por fin, pasaron los seis meses y nada había brotado. Consciente de su esfuerzo y dedicación la muchacha le comunicó a su madre que sin importar las circunstancias ella regresaría al palacio en la fecha y hora acordadas sólo para estar cerca del príncipe por unos momentos. En la hora señalada estaba allí, con su vaso vacío. Todas las otras pretendientes tenían una flor, cada una más bella que la otra, de las más variadas formas y colores. Ella estaba admirada. Nunca había visto una escena tan bella. Finalmente, llegó el momento esperado y el príncipe observó a cada una de las pretendientes con mucho cuidado y atención. Después de pasar por todas, una a una, anunció su resultado: Aquella bella joven con su vaso vacío sería su futura esposa. Todos los presentes tuvieron las más inesperadas reacciones. Nadie entendía por qué él había escogido justamente a aquella que no había cultivado nada. Entonces, con calma el príncipe explicó: "Ella fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de convertirse en emperatriz: la flor de la honestidad. Todas las semillas que entregué eran estériles.” FIN


“LOS DUENDES MALVADOS”

Había una vez un grupo de duendes malvados en un bosque, que dedicaban gran parte de su tiempo a burlarse de un pobre viejecito que ya casi no podía moverse, ni ver, ni oír, sin respetar ni su persona ni su edad. La situación llegó a tal extremo, que el Gran Mago decidió darles una lección, y con un conjuro, sucedió que desde ese momento, cada insulto contra el anciano mejoraba eso mismo en él, y lo empeoraba en el duende que insultaba, pero sin que los duendes se dieran cuenta de ello. Así, cuanto más llamaban "viejo tonto" al anciano, más joven e inteligente se volvía éste, al tiempo que los duendes envejecían y se hacían más tontos. Con el paso del tiempo, aquellos malvados duendes fueron convirtiéndose en seres horriblemente feos, tontos y torpes sin siquiera saberlo. Finalmente el mago permitió a los duendes ver en un espejo su verdadero aspecto, y éstos comprobaron aterrados que se habían convertido en las horribles criaturas que hoy conocemos como trolls. Tan ocupados estaban faltando el respeto al anciano, que no fueron capaces de descubrir que eran sus propias acciones las que les estaban convirtiendo en unos horribles monstruos, hasta que ya fue demasiado tarde y no pudieron recuperar nunca más su aspecto normal. Quedando para siempre convertidos en horribles trolls.


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