Chile Indómito - Número 19 - Enero 2016

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gran distancia, que efectivamente tenía todo el dorso blanco como la nieve. Era increíble.

nas blancas, tigres y leones blancos…y nada sobre un Cóndor Blanco.

Cuando ya casi obscurecía, bajé rápidamente del cerro. El retorno a Santiago se hizo fugaz entre la alegría, las divagaciones y las innumerables preguntas que se me venían a la cabeza. Haciendo memoria recordé el año 1992, cuando realizaba un estudio de cóndores en la cuenca del río Aconcagua, y una persona me había comentado del avistamiento de un cóndor blanco. En aquel entonces no di crédito a la historia cuando esa persona me comentó que el supuesto cóndor blanco además era del doble de la talla de un cóndor normal.

Así las cosas, y avanzada ya la noche, le pregunté a mi esposa si podía ir a dejar a los niños al colegio a la mañana siguiente ya que yo quería salir muy temprano para intentar ver otra vez, y en lo posible fotografiar, al Cóndor Blanco saliendo desde la buitrera. Ella me dijo tenía una reunión importante temprano en su oficina. Ahí se me desvaneció la posibilidad de volver a ver al Cóndor Blanco. Aquel cóndor, como todos los otros cóndores que habían llegado a dormir al acantilado con sus buches llenos, saldría temprano en la mañana hacia la Cordillera de los Andes. La única posibilidad de volver a verlo era llegando antes que emprendieran el vuelo, lo cual normalmente ocurría cerca de las nueve de la mañana.

De regreso en mi casa, aquella noche busqué referencias sobre el Cóndor Blanco. Durante mis estudios no había leído nada acerca de variaciones de coloración en cóndores, ni menos sobre la existencia de ejemplares leucísticos, que son aquellos animales con plumaje o pelaje total o parcialmente blancos cuya piel, ojos y pico son pigmentados. De hecho, luego de años y habiendo avistado miles de cóndores, lo cual no constituye una exageración, siempre observé un patrón cromático extremadamente regular de los cóndores adultos, el cual es negro, con un collar blanco y parches blancos sobre las alas. Para mi sorpresa encontré que existían empresas en el mundo que usaban el nombre Cóndor Blanco, un parque en el sur de Chile llamado Cóndor Blanco, un cacique llamado Cóndor Blanco y un libro llamado “la estirpe del Cóndor Blanco”, pero ninguna referencia concreta, ni siquiera mitológica, respecto de un Cóndor Blanco. Habiéndose escrito tantas historias sobre cóndores, muchas de ellas mágicas, parecía extraño no hallar nada concreto sobre un Cóndor Blanco. Balle-

Aquella noche casi no dormí pensando en aquel cóndor que desde muy lejos me había deslumbrado y que seguramente nunca más volvería a ver. A las seis no soporté más y me levanté. Si no iba a buscarlo, la probabilidad de volver a verlo era nula. Si iba, aunque fuera tarde, existía una escasa probabilidad, pero la probabilidad existía. Ahí comenzó una carrera contra el reloj. Vestí rápidamente a los mellizos y a las siete y diez ya los tenía listos para salir al colegio. Tomé mi mochila tal cual la había dejado la noche anterior y a las siete y veinte dejé en el colegio a Josefina y Eduardito. Ahí se quedaron los pobrecitos, con sus seis años, muy abrigados, junto a la puerta de sus salas aun cerradas, y despidiéndose con sus manitos mientras yo corría hacia el jeep bajo la seria mirada del portero. Para ellos, esas cosas del papá eran muy normales...

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