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Memorias de Egipto por Javier Sánchez Páramo

El calendario Egipcio

Hemos vivido, o estamos viviendo, un cambio estacional. Tal vez, el más importante del año. El período estival da paso al otoño, el clima va cambiando en busca del invierno y los días se van acortando. A este cambio le debemos unir el cambio de rutina que hemos implantado en nuestra sociedad para esta época del año. Todo se reactiva de nuevo, comienza los períodos lectivos en la docencia, volvemos al trabajo (unos con más ganas que otros), se retoman los procesos administrativos, etc. Si el mes de enero es significativo tan solo por lo numérico al marcar el comienzo de un nuevo año, podemos decir que este período de septiembre – octubre es mucho más una transición que el de la marcada fecha navideña. ¿Y los egipcios, como tenían organizado todo esto del calendario?, vamos a verlo: Como en casi todos los aspectos de la vida cotidiana del Antiguo Egipto, el Nilo marcaba la pauta del comienzo del año. La aparición de Sirio en el horizonte egipcio, marcaba la llegada de la crecida del Nilo, y así comenzaba la estación de Ajet, o Inundación que, precisamente, se correspondería con la época que estamos viviendo, finales de verano – otoño. Se trataba de una época de cierta incertidumbre, si la inundación era adecuada, era una bendición, los campos se fertilizaban, los canales y receptáculos para el agua se colmaban y las cosechas, probablemente, irían bien. Pero si el Nilo no crecía lo suficiente o, por el contrario, inundaba zonas más allá de las cultivables…empezaban los problemas. Esta estación se dividía en cuatro meses: thot, paophi, hathyr y choiack. Cada mes, contaba con tres semanas de diez días. La siguiente estación se denominaría, Peret, o Siembra. Es la época de nuestro invierno – inicios de primavera. Las aguas se han retirado y vuelto a su nivel normal, el fértil limo jalona la rivera del Nilo y es el momento de comenzar la siembra, en cierto modo una “vuelta al cole”. Del mismo modo, la división consistía en cuatro meses de 30 días: tybi, mecheir, phamenot y pharmouthi.

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Y, por último, teníamos la estación de Shemu, o Cosecha, que supondría la parte final de nuestra primavera y el verano. Había llegado la hora de recoger, nunca mejor dicho, el fruto del trabajo anterior. Si el buen nivel de la inundación, las plagas, alguna escaramuza bélica y otros contratiempos lo habían permitido, la cosecha sería rica y abundante, hasta el punto de producir excedentes que podrían ser almacenados o utilizados para comerciar con ellos. La división era exactamente igual que en las estaciones anteriores, cuatro meses de treinta días; pachons, payni epiph y mesore.

Una vez conocidos los nombres de las estaciones y meses egipcios, debemos aclarar que los nombres de los meses no eran especialmente utilizados, al menos en la lengua escrita que es la que ha llegado hasta nosotros. La referencia al mes en cuestión, cuando se requería se hacía señalando su número, es decir; “primero de Peret”, “tercero de Ajet” o “segundo de Shemu”, por dar algunos ejemplos.

Como habéis visto, estamos ante un calendario de ¡doce meses!, con 30 días cada uno, algo no muy alejado de nuestro calendario actual. Una vez más los antiguos egipcios nos marcaron el camino.

Por supuesto, por si algún avispado lector lo está pensando, este calendario tuvo que sufrir diversas revisiones y ajustes, puesto que el punto de partida, la aparición de Sirio, no se producía exactamente en el mismo momento cada año. Además, habría que añadir esos días que faltan para los 365 días, 6 horas y 9,76 horas que el hombre actual, tan docto, “sabe” que dura el movimiento de traslación alrededor del Sol. Pero eso será otra historia.

Javier SÁNCHEZ PÁRAMO

Máster en Egiptología javiparamo@cecaestudios.com

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