Los años sabandijas

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XVI El festín de Lulú

La de Lulú es la típica historia que cada uno cuenta diferente, quizá porque parece de mentiras y hace falta esmerarse para hacerla creíble. O porque es demasiado suculenta para no incluir efectos especiales. O tal vez por ese ánimo protagónico al que suele apelar cada correveidile cuando viste un infundio de testimonio. Sobran los que aseguran que estuvieron ahí, o que conocen a uno de los testigos del penoso incidente, aunque lo más común es que de todos modos la audiencia se lo trague con enorme entusiasmo. Porque claro, si el chisme es un chismazo, ¿quién se va a interesar en verificarlo? Tal como lo sugiere la coexistencia múltiple de versiones distintas y distantes, la historia de Lulú ha sido objeto de incontables condimentos, desde el cambio de nombres y escenarios hasta la maliciosa inclusión de toda suerte de detalles truculentos y patrañas flagrantes, como ésa de que el padre la encerró en un convento luego de que la madre se pegara un balazo. Otros cuentan que el novio fue el suicidado, tras verla trabajando en un burdel. Y hay también quienes juran que la infeliz salió con los pies por delante de un hospital psiquiátrico. Paparruchas, señoras y señores. La verdad de la historia de Lulú —por algo está presente en todas sus versiones— tiene que ver con el fugaz instante, un parpadeo casi, que la echó de cabeza a la ignominia, precipitó la ruina de los suyos y persuadió a la tierra de tragársela. Si se trata, por tanto, de relatar con pelos y señales la historia de Alma Luisa Gómez Luna, es preciso aclarar que lo que medio mundo cree su historia no es sino un accidente que igual sirve 103

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