NATGEO Junio - 2014

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Con las piernas cruzadas, el hombre que hacía guardia vigiló los tesoros de la tumba durante más de 1 000 años. Junto a él yacían una copa y un calabacino.

pintaron sus rostros con un pigmento rojo sagrado y las adornaron con valiosas joyas, como orejeras de oro y delicados collares de cuentas de cristal. Luego, los dolientes dispusieron sus cuerpos en la tradicional postura sedente, con las extremidades flexionadas, y envolvieron a cada una con un gran lienzo, formando el fardo funerario. Więckowski señala que la clase social era tan importante en la muerte como en vida, de manera que los asistentes colocaron a las mujeres de más alto rango –tal vez reinas o princesas– en tres cámaras privadas laterales. La de mayor

alcurnia, una dama de unos 60 años, se encontraba rodeada de singulares lujos que incluían varios pares de orejeras, un hacha ceremonial de bronce y un cuenco de plata. Semejantes riquezas y alarde maravillaron a los arqueólogos. Más allá, en una amplia zona común, los asistentes distribuyeron a las nobles de menor rango a lo largo de las paredes y, con contadas excepciones, junto a cada una depositaron una urna más o menos del tamaño y la forma de una caja de zapatos, hecha de carrizos cortados, donde guardaron todos los utensilios de tejido necesarios tumba hua ri

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