Congoja
Despierta y cubre su indecisión bajo las sábanas, viste el deslucido pijama todo el día, como su anuencia de seguir. Calla para no desgargantarse, a la espalda lleva costumbres y una vida inédita, evita la calle, afuera es inmenso y ella se percibe diminuta. Ahora transformada, lo noté en demasía. Lagrimea escondida bajo la lluvia artificial, llanto de lo que no puede decir, anestesiada por la pena albergada en su pecho. Se transformó en la gran intérprete de su propio papel, se llama inquebrantable a sí misma, pero no se lo cree. Ella cambió y echo de menos su antigua versión. Su garganta sucumbe de tanto dolor oculto, alma desbordada y, con la vida atorada. No puede llevar más consigo, sus pulmones a punto de gritar, de explotar, de sangrar. No es la misma, la conozco en exceso. Solía reír, cantar, leer y sus ojos esperanzados bailaban, hoy aspira a ser un ente, y no percibir jamás. La pena vive en sus ojos oscuros y amargos, fueron luceros y hoy son desierto. Ella es otra, no me dejó entrar. La conozco y la puerta permanecerá cerrada.
Por J. L. Runge 2022