Reflexiones

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no podrá gozar hoy de prestigio, ni podrá pedir adhesión, al contrario se encontrará con un inicial rechazo de muchísima gente. Así pues, entre otras muchas cosas, debiéramos ir hacia una mayor la participación, organizada institucionalmente, en la gestión de todos los asuntos de la Iglesia, con capacidad deliberativa y decisoria de todos sus miembros. No puede estar todo en la parroquia, en la diócesis o en la Iglesia Universal en manos de una sola persona: el párroco, el obispo o el papa. Ser laico, religioso o religiosa, sacerdote u obispo, son servicios diferentes dentro de la iglesia. Ello no puede conducir a que en la Iglesia haya distintas categorías, ya que todos somos igualmente hijos del mismo Dios, Padre-Madre de todos. La Iglesia misma debiera alentar la libertad de opinión, dando fin a la mentalidad y a las prácticas inquisitoriales, igual que a las medidas coercitivas con el fin de mantener por encima de todo un “pensamiento único” en la Iglesia y una interpretación monolítica del mensaje cristiano. No se deben ahogar los tanteos de los investigadores en todos los campos del saber, incluyendo la teología en todas sus ramas. La iglesia debe estar más al lado de los más necesitados, de los que más sufren, debe estarlo más claramente, más radicalmente, hasta el punto de que ello sea un signo identificativo de su propio ser, como lo fue en Jesús de Nazaret. Para lograr esto no es suficiente su obra caritativa, por muy grande que fuere. Tienen también que desaparecer las ampulosas liturgias, vestimentas y ornamentos lujosos, tratamientos anticuados, tales como, en el caso del Papa, Su Santidad, Sumo Pontífice, Santo Padre..., que desentonan con la mentalidad de hoy. Es necesario despojarse de todo aquello que sea, o aparente ser, riqueza, tanto dentro de las iglesias como fuera de ellas, sobre todo en lo referente a las posesiones y a las finanzas de la Iglesia; y, sobre todo, es necesario que se oponga contundentemente a las injusticias que se ejercen sobre los más débiles, denunciando a los causantes de ello. El nuevo papa Francisco es hoy para muchos una esperanza de renovación de la Iglesia. Creo que a la hora de valorar su trayectoria se habrá de hacer en función de los grandes cambios que se deben hacer en ella, que no han de ser meramente formales. En esta breve reflexión he enumerado los que yo creo más importantes. Como algunos de ellos no se conseguirán en cuatro días, para valorar al nuevo Papa habrá que ver si bajo su “liderazgo” se están dando los pasos necesarios para llegar a las grandes metas de transformación de la Iglesia de hoy. No es sólo un lavado superficial de cara lo que necesita nuestra Iglesia.

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