Mitos y leyendas celtas - Roberto Rosaspini Reynolds

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de los Fianna, y de apoderarse de él, tras de lo cual partió en busca de Crimmal, un hermano de su padre quien, junto a otros pocos ancianos, sobrevivientes de los jefes del clan Bascna, habían escapado a la matanza de Knock. Los encontró viviendo una vida miserable en los bosques de Connaught, y les entregó el botín perteneciente a los Fianna, proporcionándoles, además, una guardia armada integrada por un grupo de jóvenes que reclutó en los pueblos próximos y que serían los encargados de formar las nuevas falanges Fianna. Por su parte, se dirigió a estudiar poesía y ciencia bajo la tutela de un viejo druida, de nombre Finnegas, que solía frecuentar los bosques de robles de las riberas del río Boyne. Allí, en un tranquilo remanso, bajo los bosques de avellanos de los cuales caían a la corriente los Frutos del Conocimiento, vivía Finntan, el Salmón de la Sabiduría, del cual se decía que "quien comiera de su carne sería el depositario de toda la sabiduría del Universo". Durante muchos años había tratado infructuosamente Finnegas de atrapar este salmón, sin lograrlo hasta que Finn llegó a convertirse en su discípulo. Pero a los pocos días de hacerlo, el druida logró pescar el pez, y lo entregó a su alumno para que lo cocinara, pidiéndole que no comiera ni una porción de él, sino que se limitara a avisarle cuando estuviera listo. Sin embargo, cuando el muchacho le trajo el pez, Finnegas advirtió que su apariencia había cambiado. —¿Has probado el salmón? —preguntó a su discípulo. —Ni una pizca —contestó el muchacho—, pero cuando intenté darlo vuelta en el asador, me quemé el pulgar con él y lo llevé a mis labios para calmar el dolor. —Pues toma el Salmón de la Sabiduría y termina de comerlo —le dijo entonces el druida—, pues la profecía se ha cumplido en tu persona. Y luego vete, pues ya no tengo nada que enseñarte. Y cuentan los hombres sabios —asegura la leyenda— que al término de aquella comida Finn se había convertido en un hombre tan sabio como fuerte y valiente era de joven, y que cuando quería adivinar lo que iba suceder, o lo que estaba pasando en algún lugar distante, sólo tenía que llevarse su dedo pulgar a la boca y morderlo, para que el conocimiento de lo que quería saber se hiciera accesible para él sin más demora. Por aquel entonces el liderazgo de los Fianna de Erín recaía en manos de Goll, un integrante del clan Morna, pero Finn, habiendo llegado a la madurez, deseaba ocupar el lugar de su padre Cumhaill a la cabeza de la Orden, para lo que se dirigió a la ciudad de Tara y, durante la Gran Asamblea, se sentó junto a los guerreros del rey y las tropas de los Fianna. El rey lo aceptó de buena gana y Finn le juró obediencia eterna, juramento que tuvo ocasión de confirmar poco tiempo después, al llegar la época del año en que Tara se veía atacada por un duende o demonio que llegaba hacia el anochecer, arrojando sobre la ciudad bolas de fuego que provocaban incendios por doquier. Para agravar el problema, ninguno de los guerreros del rey podía combatirlo, porque el maligno demonio llegaba precedido por la música de su arpa, la cual tañía tan dulcemente que todos los que la escuchaban se sumían en un sueño inefable, olvidando todo lo demás sobre la tierra. Cuando Finn se enteró del problema, se dirigió al rey y le dijo: —Si derroto al duende, ¿tendré el cargo de mi padre como capitán de los Fianna? —¡Por supuesto! —aceptó inmediatamente el soberano—. Lo aseguro bajo solemne juramento.


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