El buen ladrón (relato breve) Por José Joaquín
El mundo es un lugar muy injusto porque el humano es egoísta. De no ser así no existirían esos grandes multimillonarios que lo tienen todo, mucho más de lo que puedan gastar en mil vidas, mientras millones no tienen nada. En medio estamos nosotros, querido lector. También somos egoístas. También nos gustaría ser multimillonarios. Puede ser que tengamos una buena racha y ganemos dinero, pero qué hacemos, gastamos estúpidamente hasta quedarnos sin nada. Yo viví una niñez muy limitada. Recuerdo haber ido a dormir sin almuerzo ni cena varias veces. Mi hermana, muy inteligente ella, una vez sorprendió a una pareja de ricachones haciendo una multiplicación complicada mentalmente cuando solo tenía seis años. La pareja nos dio una entrada mensual para estudiar y comer y empleó a mis papás. De no haber sido por mi hermana y por esos ricachones, probablemente yo solo sería un ladrón callejero de poca monta. Porque inteligente no fui mucho, pero vivo sí. No soy yo quien para criticar a los demás. Siempre que pude hice trampa. Copiaba en los exámenes, mentía para que me contrataran en los primeros empleos, etc. Pero eso sí, cuando tocaba demostrar que podía hacer las cosas, siempre las hacía bien. Que las trampas te pueden ayudar, pero no resuelven todo. Hay que demostrar. El día de mi graduación de bachillerato, en el hotel en donde fue el acto protocolario, tuve un flashazo que me hizo recordar los días en que me iba a dormir sin comer. Creo que esos recuerdos los había borrado sin más, como si nunca hubieran pasado. Tal vez porque dolía. Durante esas vacaciones antes de entrar a estudiar la universidad, regresé a la casa donde vivía cuando era niño. Era un palomar con varias familias en tres niveles. Seguía casi igual. Una mujer muy flaca me pidió dinero. Con una mano me lo recibió y con otra se llevó un paño a la nariz, probablemente con thinner.