© ANTOLOGATOS 2023
V.V.A.A. 2023, EDITORIAL LETRAS EN ROJO
De distribución y descarga gratuita.
Selección: Eliana Soza Martínez. Luis Ignacio Muñoz. Jorge J.Barriga Sapiencia.
Ilustraciones de portada e interiores: Ian Carlo Velasco Barajas. Diseño portada: Eliana Soza Martinez. Diseño y diagramación: Jorge J Barriga Sapiencia.
Primera edición: Sucre-Bolivia.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, sin el permiso por escrito de los autores y/o la editorial. Todos los derechos reservados.
ÍNDICE PRÓLOGO 11 KARLA BARAJAS 17 GATOS ENDEMONIADOS 19 LOS OJOS DEL GATO 20 JUSTICIA 22 EL ÚTIMO GATO DE LA TIERRA 23 JORGE J. BARRIGA SAPIENCIA 25 ¿DÓNDE ESTÁS CAROLA? 27 EL DISPARO 28 LA GATA NEGRA 29 ADRIANA BROZOVIC VILLA 33 CARNADA 34 FABRICIO CALLAPA RAMIREZ 43 LOS GATOS DEL MATRIMONIO 45 DANIEL CANALS FLORES 53 CAZA FRUSTRADA 55 EL JARDÍN DEL EDÉN 58
AMOR GATUNO 59 PASIÓN DESENFRENADA 60 TRES SON MULTITUD 61 HOMERO CARVALHO OLIVA 63 EL PARAÍSO DE LOS GATOS 64 GUSTAVO F ESPADA V. 69 EL REEMPLAZO 71 TANIA HUERTA 77 LA PROCESIÓN DE LOS GATOS 80 RAMIRO ANTONIO JORDÁN VERCELLONE 85 DESCUIDO 87 MARÍA LARRALDE 89 EL GATO 92 LA SILLA 95 RUTH ANA LÓPEZ CALDERÓ 99 MAGIA FELINA 101 NOSTALGIA DE LA SUAVIDAD 102
SARAH CECILIA MOSCOSO BARRIGA 107 NOCHE DE LUNA 110 SABIDURÍA GATUNA 111 LUIS IGNACIO MUÑOZ 113 LLAGAS EN SU ROSTRO 115 UN GATO EN LA LAVADORA 117 LLUEVE 118 EL GATO EMBRUJADO 119 VIENTO DE PRESAGIO 121 ILDIKO NASSR 123 GATOS 124 LA REINA 125 SOLITARIOS 126 LA VECINA 127 INDIFERENCIA 128 ÁNGEL OLGOSO 129 HÁBITAT 130 ÁRBOLES AL PIE DE LA CAMA 131
8 MÁS QUE HUMANO 133 NORMA YURIE ORDÓÑEZ 135 INMORTALIDAD 137 EL ACOMPAÑANTE 138 LA ESPERA 142 CLAUDIA MARIANÉ DEL ROSARIO PALACIOS QUINTANA 145 REVELACIÓN DE BRUJA A UN GATO 146 PURGATORIO FELINO 148 FABIOLA RIVERA 151 VIDA DE GATOS 153 EL IMPOSTOR 154 ELIANA SOZA MARTÍNEZ 157 NECESIDAD IMPERANTE 159 AMOR SIN PALABRAS 160 PRIVILEGIOS DE UNA GATA 162 TERESA CONSTANZA RODRIGUEZ ROCA 165 KARELA, MI GATA 167
9 EXTERMINIO 168 ELMER RUDDENSKJRIK 171 UNA HISTORIA DE POLVO Y ACERO 173 ANA SERRANO 181 ¡MIAU! 182 ¿CON QUÉ SUEÑAN LOS GATOS? 183 ISSI - DORA 184 MARIA DEL PILAR TORRES GONZALEZ 185 BOLITA DE PELOS 188
PRÓLOGO
Millones de personas en todo el mundo aman a los gatos, sin importar el tamaño, color o raza, ¿por qué esta devoción? Las opiniones de algunos amantes de los gatos, plasmadas en las redes sociales, indican que se debe al misterio que envuelve su figura; la admirable elegancia en sus movimientos; las poses de esfinge; los hábitos de aseo obsesivos; esos ojos insondables que pueden expresar desde la ira profunda hasta el amor más grande. Nada más misterioso que la mirada de un gato cuando nos encara con esos ojos grandes abiertos que parecen traspasar los cuerpos y los pensamientos. En esa mirada impenetrable están inmersos los secretos de la noche y de un más allá que solo a ellos les es dado conocer, por eso en sus ojos redondos donde está contenido el mar y el universo y la vasta profundidad del cosmos hay una especie de códices que acaso cada día seguimos olvidando más. En Colombia algunas
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mujeres campesinas sabían leer las fases de la luna en esos ojos amarillo verdosos con gran facilidad. Hay quienes dicen que son los únicos que pueden ver los fantasmas, otros, que alejan las malas energías.
Un punto aparte merece el hablar del amor de un minino, hay que decir que no es el mismo de su némesis, el perro, porque solo se consigue si eres digno de ese sentimiento, es decir no por comida. También enamora cómo puede amarte al punto de no separarse de ti, aunque tengas que hacer cosas importantes o solo ir al baño, el peludo está ahí admirándote. Ni hablar de su ronroneo, que alguien dijo que era la verdadera melodía del amor.
Será por estas u otras razones que muchos escritores en la historia del mundo se ocuparon de escribir sobre estos seres maravillosos que llenan de magia donde habitan. En El Sur Borges habla del contacto irreal entre un hombre y un gato que como una divinidad desdeñosa se deja acariciar por la gente. Es un momento especial en que la eternidad y el instante están allí. Muchos nos identificamos con ese personaje y el gato que ha estado inmerso en tantas culturas como una deidad entre los egipcios de la época bíblica y como
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un símbolo del mal en la Europa medieval. Por eso la relación tan cercana entre los gatos y la literatura es tan amplia y a la vez tan cercana como el ronroneo del gato negro de Poe y la enorme tragedia que vendrá luego. Flanele en fotografías de Cortázar; Topaz, el gato de Tenesse Williams; Tiger, el que acompañó a Emily Bronte mientras escribía Cumbres Borrascosas o Chopin, el gato de Scott Fitzgerald. La lista es amplia y memorable, en especial en los dos últimos siglos de los que más se encuentran referencias. No es la primera vez que se piensa en una antología sobre el tema ni será la definitiva, sin embargo, hemos pretendido enaltecer la memoria de estos fieles compañeros de los escritores y la Literatura, cuyas páginas no serían las mismas sin su presencia asomada por una ventana, mientras dibuja con sus ojos redondos un signo de interrogación ante la escritura humana y ronronea con un ritmo parejo mientras las horas transcurren. Esto y mucho más son ellos, los compañeros de horas de redacción incansable, los protagonistas de alguna historia que se deja narrar una noche lluviosa o en último caso, están ahí, dentro o fuera de la hoja que se escribió.
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Como escritores y amantes de los gatos, era cuestión de tiempo para compilar este libro, invitando autoras y autores de habla hispana de Argentina, Bolivia, Colombia, España, Guatemala, México y Perú para que nos presenten el significado que tiene para ellas y ellos estos animales, cómo los ven, no en su vida, sino en sus letras, son héroes o villanos, víctimas o victimarios.
Resulta que en las siguientes páginas el lector encontrará una inmensa variedad en las voces de las y los escribientes, de la misma forma géneros: drama, humor, terror, pero siempre habrá un gato rondando por ahí, sigiloso y elegante, ronroneando o gruñendo, siendo el objeto del deseo o la maldición de la que hay que deshacerse.
Por eso la importancia de una nueva antología dispuesta a contar de ellos en historias breves y en narraciones más extensas fragmentos de sus vidas, sus momentos y sus hazañas y en algunos casos, sus tragedias que hacen parte también de estar en el mundo y su convivencia con los humanos.
Al igual que un felino, este compendio es para los conocedores, esos que disfrutan buenas historias, profundos poemas. Estimado lector, pase a acariciar
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las páginas, a escuchar el ronroneo de sus palabras, a perderse en sus hojas insondables. Pero no se moleste si luego lo muerde, lo rasguña, así es el amor felino.
Eliana Soza Martínez. Luis Ignacio Muñoz. Jorge J.Barriga Sapiencia.
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Karla BARAJAS
Nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; en 1982. Ha sido publicada en las antologías (2020). Microbios. Compiladores: Natalia Madrueño, Patricia Rivas, Camilo F. Cacho & Camilo Montecinos. Editado por Dendro Ediciones. Perú, (2020) Mosaico. Sobre la discapacidad. Coordinadores Adriana Rodríguez y Homero Carvalho, Parafernalia Ediciones Digitales, (2020) Campanadas. Microrrelatos navideños. Selección: Rony Vásquez Guevara y Lorena Escudero. Quarks Ediciones Digitales; (2020) Ficción Atómica.
Selección prólogo Juan Carlos Gallegos. Editorial Palíndroma, (2021) Mínimas Máximas. Muestra Antológica de Mircocuentos REM. Pía Barros, Sandra Bianchi, Lorena Díaz Meza, Dina
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Grijalva y María Elena Lorenzín (REM), (2021). No somos invisibles, Luvina Editorial, Compiladora Claudia Cortalezzi Ilustradora Ama Pola (Mariana González). Publicó Valentina y su amigo pegacuandopuedes y La noche de los muertitos malvivientes (Editorial Imaginoteca, 2016), así como Neurosis de los bichos (Colección Minitauro, La Tinta del Silencio, 2017), Esta es mi naturaleza (Editorial Surdavoz, 2018), Cuentos desde la Ceiba (Colección Bocanada, La Tinta del Silencio, 2019), Donde habitan las muñecas (Colección Ciudadano mínimo Nro. 16, Quarks Ediciones Digitales, 2021).
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GATOS ENDEMONIADOS
Le advirtieron que debían castrar al gato para que no lo atropellara un tráiler en la carretera por buscar hembras, no lo hizo y Church falleció. Por más postes de piedras con las señales talladas por las tribus micmac y otros hitos que los pueblos algonquinos dejaron para marcar el límite del territorio en que habitan los wendigo, el necio hombre blanco enterró a Church en el “sementerio” donde los muertos caminan al día siguiente de su sepulcro. Cuando el gatito del inframundo regresó apestoso, desgraciado y agresivo, el infame individuo le arrancó otra de sus vidas, sin sospechar que Church había dejado una estirpe de gatos diabólicos para vengarlo.
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LOS OJOS DEL GATO
I
Desde que vi Los ojos del gato, película de Stephen King, desarrollé un respeto a los felinos y temor a los duendes. Imaginaba a uno apretando mi nariz, aspirando mi espíritu y a Yakún, mi gato gris atigrado, salvándome. Cuando mi hermana me dijo que su teoría era que el gato se comió al duende no para proteger a la niña, sino para robar su alma, abandoné a mi gato y lo adoptó la vecina.
“Idiota”, me expresó el gato, cuando el duende de la habitación comenzó a acosarme.
II
Yakún me mira a los ojos sin desviar la mirada, se acurruca en mi pecho y ronronea. Mientras estuve enferma me trajo regalos como: ratones insectos y serpientes. Mi gato es tan independiente que cuando olvidaba darle de comer, él buscaba su comida y la
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mía. Por eso le perdono que se devorara parte de mi cuerpo en descomposición, mientras ve a mis ojos de ectoplasma.
III
La vecina ha muerto a sus 74 años, Yakún retornó a mi habitación, durmió sobre mi pecho, ronroneó. “Mi Yakún me perdonó por abandonarlo”, pensé justo antes de que depositara el alma de la anciana en mi cuerpo y succionara la mía.
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JUSTICIA*
Envenené a un gato en Ulthar, desobedecí la ley de mi pueblo. Por eso me persiguen los herederos de Menes, sospecho que esos niños son brujos y sus gatos me comerán. Los escucho revolcarse en mi tejado, detrás de la puerta y debajo de las tablas. Veo sus manitas entre la puerta y el piso intentando abrir la madera. Se pararon frente a la casa y me vigilan con ojos que por las noches parecen de color neón. Son como felinos capturando a un ratón, jugando con la presa.
Este día amaneció nublado, la niebla oscura que entra a casa se materializa en gatos y en los niños de ojos gatunos y colmillos afilados. Tengo perros que me protegen de los gatos, no de los niños con ojos de color neón. Abrieron la puerta… ¡Me comerán!
* Publicado en el especial Cuentos a la Carta, de la Revista Rigor Mortis. 2019.
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EL ÚTIMO GATO DE LA TIERRA
La máquina evalúa mediante una electromiografía al gato lesionado, realiza el registro gráfico de la actividad eléctrica producida en los músculos, tiene la aguja electrodo implantada a través de la piel hasta el tejido muscular del animal. El felino emite vibraciones desde los bronquios, su ronroneo no es señal de amor, es una amenaza para Ángela. Ángela no quiso dañar al gato, pero éste la rasguñó y le abrió el brazo, le dañó la articulación de la muñeca y de la rodilla. Estaba como frenético dando saltos e intentando lastimarla con garras y colmillos. Ella le advirtió: “Me dañas Church”.
En el decálogo de Ángela, en el de su estirpe y colectividad, la tercera regla es que nadie debe dañarla o ponerla en peligro. Cuando elevó el brazo y empujó al gato que salió en línea recta hasta aporrearse el cráneo con el muro de la habitación, no cayó de pie como lo haría cualquier felino, quizás porque el golpe en la cabeza dañó su sistema vestibular, fue un sonido sórdido, como si el metal hubiera pegado con algo que tuviera un recubrimiento duro y estuviera hueco.
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Church sacaba espuma por la boca, tenía la lengua morada y comenzó a sacudirse. Fue entonces cuando Ángela replegó sus cables, electrodos y el resto de la máquina hasta su cuerpo y dejó morir a la última de sus mascotas.
—¿Church, puedes ver a los muertos? —le pregunta la autómata quien no entiende por qué se le han muerto, perros, pájaros y ahora hasta los gatos con siete vidas, según sus conocimientos enciclopédicos.
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Jorge J.BARRIGA SAPIENCIA
Su primer libro Suerte, muerte y microficciones salió a la luz el 2020, editado por Editorial Velatacú, y es parte de la colección Serendipia de poesía y minificción en Bolivia. Participó en antologías como: Macabro Festín (2018) editorial Soy Livre, Bolivia, Paradojas y Onomatopeyas (2019), editorial Historias Pulp, España, Los Gatos (2019) Editorial Aeternum, Perú, Caspa de Ángel (2020) editorial Kipus, Bolivia. Campanadas (2020) Quarks ediciones digitales, Perú, Brevirus (2020) Ediciones Brevilla, Chile y Mosaico (2020), Parafernalia ediciones, Nicaragua. También en las revistas: Espejo Humeante año 2 número 3 junio del 2019. Tlacuache N°4 Cyber Punky la N°5 Lucha Libre en octubre
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de 2019. Así como en el blog: Letras Itinerantes de Colombia, Alquimia Literaria de España y Fóbica Fest de México
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¿DÓNDE ESTÁS CAROLA?
Los dos ancianos la buscaban en los alrededores.
—Sofía, yo voy a entrar, estoy cansado.
—Por favor, revisa una vez más, si no está en el auto abandonado al lado del camino.
—¡Vieja tonta! —repetía Gustavo, mientras se acercaba al auto— me voy a perder las noticias por buscar a esa maldita gata.
Sofía, acongojada soportaba el maltrato de su marido con tal de comprobar que Carola no estaba en los terrenos baldíos que rodeaban su casa. Las luces del circo, al otro lado de la quebrada, ponían color a la noche.
«¿Estará en la canasta de las lanas?» pensaba Sofía. La televisión anunciaba de urgencia que uno de los tigres del circo se había escapado. Carola dormía plácida en medio de las lanas.
El tigre cerraba sus fauces en la yugular de Gustavo.
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EL DISPARO
Carlos saca su resortera y apunta al gatito que se baña en una cornisa, Raúl, su primo se asusta.
—Por favor, no lo mates.
Carlos dispara, Raúl se tapa los ojos, el tiro falla, pero el gatito se lleva un buen susto.
—Raúl, eres un maricón.
—No lo soy.
—Entonces dispárale a ese otro gato que está en el techo.
Raúl coge la resortera y dispara sin dudar. Carlos llora mientras su mamá le cura la herida en la cabeza. Raúl mira al gatito bañarse, sintiéndose bien y mal al mismo tiempo.
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LA GATA NEGRA
Sentada, miraba al vacío, mientras su desabrido café se enfriaba, de nuevo esa gata maullaba poniéndola aún de peor humor. Se aproximó a la pequeña ventana, desde donde se veían los techos de la ciudad, pegó la cara tanto como pudo, quería descubrir dónde estaba la maldita felina, pero no alcanzaba a verla. La ventana no se abría, solo la sección superior daba esa posibilidad y servía apenas para ventilar, por allí no podía sacar su cabeza. Los maullidos insistentes continuaban, habían estado allí por semanas. En un arranque de furia empezó a botar varias cosas de la mesa y estuvo a punto de romper la ventana, para salir a buscarla y convencerse que era una gata de verdad y no Jólakötturinn. Cayó al suelo y rompió en llanto. Hace dos años su marido había muerto y la dejó sola, sin dinero y con cinco hijos pequeños. Se mudaron al altillo de dos cuartos en un viejo edificio de seis pisos, vivían hacinados, pero el alquiler era barato. No podía mantener el nivel de vida que les daba su esposo y se acentuaba ese diciembre por las fiestas, ya
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que ella apenas ganaba para alimentarlos.
Los niños estaban tristes porque sabían que mamá no podía comprarles nada, que ni siquiera tendrían dulces, ni una rica cena; sin embargo, esperaban que Santa Klaus les trajera los regalos que le habían pedido en sus cartitas.
Faltando dos días para la Navidad, al mayor le asaltó una preocupación. Como no tenían dinero no estrenarían ropa, entonces era muy probable que Jólakötturinn, el enorme gato, fuera a por ellos en Nochebuena, este temor cundió entre sus hermanos, quienes empezaron a atosigar a su madre. Ella tenía suficiente con la sarta de problemas que apenas sobrellevaba, para preocuparse por los tontos miedos de los niños.
Sin embargo, vio en esa preocupación la solución a sus problemas. Esa víspera de Navidad abrigó a los niños y los llevó al bosque, les dijo que conocía un escondite donde Jólakötturinn no podría encontrarlos. Una vez allí, los dejó dentro de una cueva, les prometió traer dulces antes que la nieve cayera.
Lloró semanas, pero nunca más volvió por los niños, si algún conocido preguntaba por ellos les decía que estaban con su abuela y a su madre le mentía
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diciéndole que se encontraban bien junto a ella.
Ahora, casi un año después, esa maldita gata maullaba para torturarla, quería saber si era Jólakötturinn que venía a cobrarle su maldad o solo era una casualidad. No lo pensó más y rompió la ventana con lo primero que encontró, sacó medio cuerpo buscando al animal, pero no veía nada a pesar de escuchar sus maullidos. La teja en la que se apoyaba su mano izquierda cedió cayendo a la calle, ella perdió el equilibrio y su peso impidió que pudiera devolverse, precipitándose al suelo.
Escondida en una cornisa, cubierta por el alero del techo, estaba la gata negra, dando de mamar a cinco pequeños gatitos.
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Adriana BROZOVIC VILLA
Nació en Roboré-Santa Cruz de la Sierra, pero radicó casi toda su vida en Sucre-Chuquisaca. Desde pequeña mostró ser algo melancólica, lo que tarde o temprano la empujó a la lectura, y más tarde, al dibujo; sin embargo, como sus dotes ilustrando eran limitados, terminó por inclinarse a la escritura y a la creación de cuentos, logró publicar algunos de ellos en la Revista Independiente de Narrativa Sucrense Lluvia Inversa y en el Suplemento Puño y Letra del Diario Correo del Sur
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CARNADA
En una de tantas ciudades tecnológicas, finalmente se había inaugurado una nueva atracción turística, eran las figuras doradas y colosales de dos gatos, cuyos mecanismos resultaban novedosos debido a la magnífica transformación de su apariencia inicial, ya que al principio figuraban como esferas metálicas brillantes, pegadas a una placa oscura de un metal resistente, pero a medida que se elevaban en el cielo, girando sobre su propio eje, formaban las figuras de dos felinos, que mediante una serie de consolas en un cuarto de control, podían realizar movimientos, simulando estar vivos. Dentro de esta estructura existía una cápsula alargada, en la que podían entrar las personas que quisieran observar el horizonte o el cielo desde gran altura, los asientos lucían como los de cualquier juego mecánico.
Los propios del lugar podían ser parte de la experiencia, con un descuento especial, usando el chip de su muñeca izquierda en un panel de entrada, pero únicamente de ocho de la mañana a cuatro de la tarde,
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salvo ocasiones especiales. Se reservaba el turno de la noche para los vacacionistas de pequeños poblados. La atracción de la ciudad Río Verde llevaba un par de meses funcionando con éxito, elevando su número de visitantes al doble con respecto al porcentaje de gestiones anteriores, esto incluía visitas de los reticentes pobladores de las ciudadelas.
Desde hace una década, la brecha entre ciertas poblaciones y las grandes ciudades se había ahondado más, estas últimas eran autómatas en varios procesos, incluyendo los burocráticos y educativos, por otro lado las llamadas ciudadelas, eran lugares donde se conservaban las viejas formas de interacción y comunicación, es decir, aún existían escuelas a las que acudían los niños o trabajos donde debían presentarse a firmar día a día. Los gobiernos consideraban a estas ciudadelas como fomentadoras del oscurantismo tecnológico, ya que solo se hacía uso del Internet para lo ligado al conocimiento, pero no para actividades recreativas, por ejemplo, estaban bloqueadas las redes sociales y muchas páginas que ofrecían entretenimiento, casi no se usaba la televisión, los habitantes de las ciudadelas preferían viejos medios de información como libros, periódicos o radio.
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El gobierno había tratado de convencer a los habitantes de las pocas ciudadelas que quedaban a unirse a la tecnología, proponiendo incentivos, pero la insistencia de las autoridades no había tenido éxito.
Así, el, mediante su vocero, comunicó en un par de ocasiones que hallarían la forma de regular e igualar las circunstancias para todos, sospecharon que se referían a mayor propaganda o incluso formas de comunicación “idiotizantes”, otros creyeron que se trataría de hipnosis, alteración de medicamentos, o la implantación de chips.
Cuando Moira empacó su mochila para ir a la gran ciudad a vacacionar con sus amigos, su madre le repitió en varias ocasiones que se cuidara, que las grandes ciudades eran una trampa con la carnada de un meme de gato, que en los últimos días todos los que decidían ir allí, abandonaban a sus familias con tal de quedarse, o caso contrario, regresaban atontados, sólo por unos días, para marcharse definitivamente.
Esa mañana, con su equipaje al hombro, salieron en una camioneta roja, la misma que contrastó con la entrada a Rio Verde. Se sintieron asombrados al internarse en esa especie de domo brillante que era la gran ciudad.
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El paisaje era tan futurista que resultaba indescriptible, simplemente adoraban a los gatos, usaban su imagen en todo lo existente, negocios, ropa, diseño arquitectónico y de transporte, la forma en la que se gestionaba la política también era influida por esto; presenciaron campañas electorales, el Gobernador era uno de los candidatos, el mismo que se encontraba en un holograma en medio de la plaza, con un gato en brazos, la imagen estaba enganchada a sonidos de la naturaleza, seguramente para denotar la idea de que sus medidas no eran terroríficamente extractivistas e iban en contra de áreas protegidas y reservas forestales.
Tanto Moira y sus amigos, como cualquier otro que vivía allí aprovechaban el tiempo sacándose fotografías con el holograma, muy fuera de las propuestas departamentales, su forma de hacer propaganda era nueva y la simulación se veía más que realista.
Para los amigos de Moira aquel lugar tenía muchos peros, sin embargo, ella veía todo desde otra perspectiva, siendo la alienada del grupo, se sentía mucho más identificada con las personas de aquella ciudad, quienes vivían ajetreados de noche pero muy tranquilos de día gracias a la variación de turnos en los
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trabajos, le encantaba la idea de instruirse en un sistema educativo más abierto y que limitaba las interacciones a breves videoconferencias, investigaciones en casa y asignación de deberes por medio de plataformas, así no tenía que tolerar a quien no le agradara o caminar a la universidad. Además, la gente era entretenida y amable porque raras veces se comunicaban con otros de forma directa, el método de moda para conseguir pareja o amigos era el de las aplicaciones de citas, corregidas y actualizadas a menudo para mayor precisión al dictar compatibilidades. Los edificios eran enormes y aunque existiera poca presencia de naturaleza, todo lucía mucho más limpio, no como en la ciudadela, donde la tierra ensuciaba la ropa o sábanas recién lavadas existiera viento o no, además otra desventaja de vivir aislado era tener que caminar kilómetros para llegar a una escuela u hospital. Al tercer día de las vacaciones, decidieron que cerrarían su rol de actividades en Río Verde con la visita al mirador de Los Dos Gatos. Era el último día de su estancia, Moira no se resignaba a regresar, se sintió triste llenando el formulario turístico previo a su entrada al mirador, un cuestionario donde figuraban preguntas como edad, observaciones al servicio
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hotelero, la calidad del Internet, o un par de consultas acerca de si había aprovechado su visita para adquirir algún artefacto electrónico.
Llenada la encuesta, les pidieron que pasaran por encima de una placa negra, según los encargados, servía para establecer mayor control de seguridad, aunque no faltó el turista que se las dio de erudito diciendo que aquella placa ayudaba a descubrir ciertas funciones cerebrales de los visitantes. Moira puso los ojos en blanco en señal de hastío y tuvo la impresión de que todos replicaron su gesto.
Dejó su gorro de orejas de gato sobre la mesa y pasó a la revisión, los encargados tuvieron una notoria diferencia en el trato con ella, incluso podría decirse que fueron muy groseros con sus amigos.
Los dividieron en dos grupos antes de brindar algunas indicaciones.
Sus amigos irían en el gato más pequeño, Moira sintió una vez más que no encajaba en el grupo, pero no expresó su molestia, de todas formas, sería una gran anécdota, ella entraría en el gato más grande, además, ambas estructuras funcionaban a la vez, así que probablemente se encontrarían a la salida.
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El interior de la esfera, olía a metal y plástico, Moira se quedó parada mirando hacia afuera, se puso el casco en la cabeza y los cinturones de seguridad. El mecanismo empezó girando lentamente, otorgando una visión mucho más amplia de la ciudad, oyó el asombro de un par de personas que estaban junto a ella en la cápsula, reconoció a su compañero de escuela, Josué, el raro solitario de su clase de literatura, la miró ladeando la cabeza y la saludó agitando su mano con camaradería. Algo en ese gesto la hizo pensar que estaban en el mismo equipo, o tal vez era la rotación la que provocaba que viera bello lo que antes consideraba intrascendente y vano, lo que había sido importante… Una luz azul iluminó el interior, mareándola un poco… Sus amigos… Sus “amigos” – Sí, con comillas – estarían en la esfera de enfrente, riendo mucho y charlando… Sacudió su cabeza. Se iban formando las patas del gato, su pecho, su cara, incluso creyó verlo parpadear, quizá era la altura, un mareo lleno de adrenalina recorrió su cabeza haciéndola sentir extasiada.
“Carnada de meme de gato” susurró entre dientes mientras reía, burlándose de su madre, pero en cuanto el gato de enfrente que alojaba a sus amigos, se formó por completo, la cara de este se deshizo
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como arena, Moira contempló con los ojos dilatados, ese espectáculo en definitiva no lo había visto en los folletos, ni en la TV del hotel… Temió que el mecanismo se hubiera estropeado con sus amigos dentro, llamó a uno de los hombres de seguridad, pero este musitó algo inentendible mientras sonreía.
Josué la tomó de la mano para tratar de calmarla, dijo que todo estaría bien, o eso quería creer porque su abuela se encontraba allí, pero apenas terminó de expresarlo, notaron a un montón de personas en el aire, cayendo, pensaron que el gato se quedaría sin rostro y totalmente estático, pero su rostro volvió a armarse, con una especie de aspa al interior de su hocico… Con viveza felina dio un manotazo al aire y se tragó a todos como si fueran moscas… o ratas.
Aquellos que estaban en el gato más grande, no vieron un espectáculo sangriento, todo fue tan rápido que no alcanzaron a gritar, se encontraron en shock, o quizá era aquel ruido hipnótico que los adormecía.
Moira cerró los ojos, esperando que su destino fuera el mismo que el de sus amigos, pero una voz calmada, parecida a la de una operadora, reverberó en la cápsula: “INICIA EVOLUCIÓN FORZADA”
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Las luces se apagaron, contempló el cielo estrellado por un segundo, y contrariamente a la tristeza que debía sentir, Río Verde le pareció el lugar más hermoso del planeta Tierra, tuvo la loca idea de abandonar todo para quedarse allí para siempre, fue un tren de pensamiento, antes de que todo se volviera borroso.
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Fabricio CALLAPA RAMIREZ
(Sucre – Bolivia, 1987). Miembro del extinto Taller de Literatura Creativa de la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca. Publicó los libros de cuentos: Ahora que el espejo ya no recuerda mi forma (2008) y El fin de los días que conocimos (2018), y de manera conjunta con Japhet Rivas Lavadenz el poemario Next-Gen (2016), que trata sobre Iinternet, videojuegos y vida cotidiana. Participó en el Festival Internacional “Días de Poesía”, la antología de cuentos bolivianos de terror Gritos Demenciales (2010), Sed y Sangre: Antología de Relatos de la Guerra del Chaco (2017) y Caspa de Ángel: cuentos, crónicas
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y testimonios sobre el narcotráfico (2020). Algunos de sus textos se han publicado en páginas y blogs de Bolivia y el exterior.
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LOS GATOS DEL MATRIMONIO
El matrimonio Calizaya y Hernández llevaba su tercer mes de casados. Tras el romance de cuatro años se comprometieron. Aquí no cabe la historia de los amores pasados, la intensidad de la memoria, el recuerdo del sexo, el desengaño, las frases bucólicas del duelo o la persistencia de la figura de una relación pasada. No, nada de eso. Tampoco la historia del compromiso forzado por la llegada de algún miembro nuevo, fruto de la desbordante pasión. Son solamente dos personas bastante normales y simétricas que, mientras paseaban, se dijeron: ¿nos casamos? Y ambas asintieron al unísono.
En aquel tercer mes decidieron adoptar una pareja de gatos. Al joven Calizaya un compañero de trabajo le comentó que su mascota había dado a luz. ¿No quieres una? Y así, en unas semanas, recogió una gatita angora de rayas grises y pecho blanco, de ojillos verdosos y un carácter escurridizo. En cuanto a la joven Hernández, ella observaba los muestrarios de las veterinarias o hablaba con las brigadas animalistas, aunque ninguna mascota le convenció hasta que
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encontró en Facebook a una chica que ofrecía gatos. El anuncio incluía una sesión de fotos.
—Mira —dijo mientras sostenía un sobre con las fotos y un gatito negro, de pelo corto, manchas blancas y ojos café-amarillentos—, hasta sus guantecitos tiene. ¿No está guapo? El joven Calizaya también mostró su gata. Ambos felinos al verse se erizaron. Apenas los habían dejado en el suelo, caminaron con sigilo y se estudiaron manteniendo distancia, en los extremos de la casa. Pese al aspecto tierno de ambos, estos actuaban como si ya se hubiesen conocido, con temor a cualquier movimiento del otro. Los alimentaban con croquetas en platos separados, mientras ellos se miraban y acababan la comida con voracidad, aunque no tuviesen hambre.
—¿Crees que sea normal? —dijeron los dos a la vez, se miraron y rieron por la coincidencia.
La pareja Calizaya y Hernández vivía en un departamento que sus familias les regalaron durante la boda. El joven Calizaya había concluido su tesis sobre economía local y una empresa le ofreció un trabajo de medio tiempo. La joven Hernández, gracias a sus suegros, había conseguido un cargo de maestra en un kindergarten privado. Asistían a fiestas y compromisos
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sociales con la frescura de una flamante pareja, pocos habrían creído que se trataba de un matrimonio y menos que se llevaran tan bien.
Una mañana, mientras se levantaban a desayunar, vieron a los gatos casi sincronizados, caminaban al mismo tiempo, sus cabezas apuntaban al mismo lugar y batían la cola como guiados por la misma melodía del silencio. Ese día, el joven Calizaya había preparado el té del desayuno con más azúcar de lo común. La joven Hernández lo probó, pero no quiso decir nada, sino más bien aguardó que su marido abandone la cocina y echó el té al lavaplatos. Ese fue el comienzo de una serie de sucesos que ellos vieron como normales, pese a que sus gatos actuaran a la par y se entendieran cada vez mejor. Cuando iban a jugar voleibol mixto ya no coincidían en el servicio y el mate. Ella elevaba el balón un poco más de lo acostumbrado y él, con la carrera y el salto, no alcanzaba el balón y se limitaba a digitar hacia el área contraria. Hasta cierto punto, se podría decir que sus vidas se habían escindido, que un ligero desajuste de sus relojes compartidos se había librado, en la mesa, en la calle, en la cama, y ello se ajustaba al progresivo entendimiento de los gatos.
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Durante la cena de su primer aniversario —el joven Calizaya había decidido preparar pastas para una noche romántica— ella quiso comentarle al respecto, pero, al ver su afán por la comida y la charla sobre el trabajo y los planes para las vacaciones, ella optó por solamente escucharlo. Quizás él hubiese percibido el gesto de impaciencia de su esposa o también la mirada fija que siempre usó para pedirle hablar. Fue inútil. La joven Hernández tampoco se negó al resto de la velada. Una noche no lograron dormir, los gatos gritoneaban y maullaban con escándalo. La pareja se movió con cuidado para encontrarlos. Él, con pijama y en la oscuridad, dijo que sería interesante verlos.
Nunca antes había visto a los gatos haciendo sus cositas. Aunque los felinos percibieran la presencia de sus amos, estos seguían con los ruidos y maullaban concentrados en su privacidad nocturna. Entonces, la joven Hernández fue rápidamente por agua y a encender la luz. Con la sala iluminada, alcanzó a verlos estáticos y alejados, uno al lado de otro, conscientes de la interrupción, dirigiéndole una mirada intrigante. Ella los vio y creyó haber encontrado su expresión y la de su esposo en sus miradas. Tras un segundo de silencio, la mujer bebió el vaso y los reprendió en un parloteo que
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los felinos escucharon con las orejas muy levantadas.
—Sus caras, ¿no te recuerdan a nosotros? —¿A qué...?
“Tal vez sea yo —pensó la joven Hernández, ya en la cama— y en realidad estoy exagerando. Míralo. Durmiendo como un idiota que no entiende nada. No puedo creer que él no se dé cuenta. ¿En qué momento dejamos de entendernos? ¿En qué momento todo cambió? ¿O será cierto que el matrimonio destruye relaciones?” Con esas ideas sobrevolando su cabeza apenas descansó en la noche. En el kindergarten sintió por primera vez el cansino trabajo con los niños, el griterío que competía por el volumen más alto y ella sentada, cabeceando y con ojeras. Una colega lo notó y le recomendó una taza de café. El aroma y el calor de la bebida la reconfortaron. Tuvo la sensación de que algo resquebrajaba su matrimonio ideal. Desde ese día, ella empezó a guardar rencor a los gatos. Ya no les servía comida y también, desde la reprimenda, ellos se habían distanciado y se arrimaban más al joven Calizaya, a quien ronroneaban y maullaban en tonos melodiosos, dormían en sus faldas y siempre salían a recibirlo. Ella los miraba de reojo.
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El desprecio crecía en silencio y se cultivó como un tumor putrefacto que tejía una red en su interior. Su esposo la notó cambiada. El semblante que, durante el noviazgo, parecía risueño e indiferente, cambió a uno agrio y de aire cansado. “¿De qué está molesta? — pensó él, mientras ella dormía de espaldas—, trata de fingir que está todo bien conmigo, pero en realidad hay algo extraño en ella, ¿será que se cansó de mí?, ¿será eso?”
Y lo habló con sus compañeros de trabajo durante el desayuno de las diez de la mañana. Uno de ellos le dijo: Viejo, te están metiendo los cuernos entonces, segurito es eso. ¿Están bien en lo que... ya sabes?, ¿es distinta contigo?, ¿ha mirado su celular y ha sonreído al recibir un mensaje? Él no recordaba cuadros así y tampoco había estado al pendiente de su pareja. No sé. Fíjate eso, si es así segurito que alguien te la está queriendo serruchar. Con las advertencias de su compañero, él regresó temprano a casa; la sorpresa no se hizo esperar pues, tras abrir la puerta, encontró a su esposa estrangulando a uno de los gatos. Quizás ella no sintió cómo él abría la puerta y la hallaba agachada con el felino haciendo lo posible por escapar. Ella se detuvo y se vieron, el
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rostro de la joven Hernández lucía calmado como aquel día del compromiso. El joven Calizaya pasó recto sin hablar y buscó al otro animal, al que también agarró del pescuezo. Se agachó, casi en paralelo a su esposa, y dijo: —¿Así? Y ambos parecieron entenderse de nuevo.
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Daniel CANALS FLORES
Mi nombre es Daniel Canals Flores, de origen español, me gusta escribir microrrelatos y relatos, inspirado por lecturas de Charles Bukowski, Fante, Steinbeck o los grandes maestros rusos. He autopublicado varios libros dentro de los géneros de Terror y Ciencia Ficción, aunque también escribo prosa poética. Sus títulos son: “Divorcio Diferido”, “Divorcio Diferido II El sueño de Berenice”, “Divorcio Diferido III El aquelarre”, “Microrrelatos”, “Asesinato Comprimido”, “Ténebrum”, “Tú, robot” y “Akirestexia La crisálida”.
Links autor: https://literaturacincopuntocero.
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site123.me/ https://www.facebook.com/ Literatura-50-291297134829196/ https://www.facebook.com/ DivorcioDiferido/ Instagram: danielcanalsflores1 / Twitter: @DanielCanalsFl
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CAZA FRUSTRADA
Basado en una leyenda irlandesa... Era tarde cuando, Hank y Tom, salieron del tabernucho con una tremenda borrachera. La Navidad justificaba su estado y no eran los únicos. Mike, el tabernero, iba igual de ebrio que ellos y, unos instantes antes, les había aconsejado: —Teeeeened cuidao con el gaaato navideeeeñoooo, ¡hips! Saale esta noooche a comeeer, ¡hips!
¿Qué les importaba aquella maldita tradición infantil? Eran rudos cazadores y aquellas patrañas no iban con ellos. Según la leyenda, el gigantesco felino salía a comer una vez al año y solía devorar a los niños perezosos que no llevaran una prenda de ropa nueva regalada por su buen comportamiento, así que la advertencia de Mike les pareció ridícula y fuera de lugar. Fue Tom el que tuvo la culpa, al sugerir burlón: —¿Qué te parece si vamos a por ese maldito gato y le damos un poco de esta? —dijo, mientras acariciaba la escopeta de dos cañones colgada en su hombro—.
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Quizás podemos vender la piel a buen precio. Hank escupió en la nieve antes de responder; como buen irlandés solía hablar poco y pensar menos, era un puro témpano empapado en whisky: —Sí —respondió lacónico—. Vamos. Declinaba el crepúsculo justo cuando llegaron a la linde del bosque. Encendieron las linternas, internándose en la negritud. Los haces de luz mostraban los pequeños árboles retorcidos por las crueles ventiscas, la nieve crujía bajo sus pies y un búho ululaba, de hambre, en algún lugar indefinido entre las ramas. Aquel paraje causaba respeto incluso al más lanzado.
—¿No habrá trampas? —preguntó Hank, precavido, en un momento de lucidez.
—Así es más emocionante —respondió Tom, aún envalentonado.
—Necesito mear, Tom.
—¡Ja, ja, ja! Ten cuidado a ver si vas a ser tú el que se quede sin cola con el frío, —riendo satisfecho con su chiste, añadió—: igual te la arranca el gato de un zarpazo...
Pinchado en su orgullo etílico, Hank no respondió. Apoyó la escopeta en un árbol y dejó la pesada linterna en el suelo, liberando así sus manos para
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desabrocharse el botón. Tom, burlándose, emulaba el ronroneo del gato mientras jugueteaba enfocando hacia su amigo. De repente, un maullido se amplificó por mil convirtiéndose en un poderoso rugido. El sonido salvaje retumbó, en medio de la oscuridad, inoculando un miedo cerval en su espina dorsal. Sin tiempo a reaccionar, una inmensa masa de pelo negro cayó sobre él, como un alud inesperado; Hank, de espalda, no se había percatado de nada.
Lo último que pudieron contemplar los ojos vidriosos de Tom, incrustados aún en su decapitada cabeza, fue el cuerpo de su amigo volteado por los aires, como una madeja de lana, entre las patas de un gato gigantesco. Aquellas navidades ningún niño se había portado mal, los cazadores no llevaban ninguna ropa nueva y el felino tenía hambre, tras un año sin comer, mucha hambre...
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EL JARDÍN DEL EDÉN
El vetusto gato yacía en el alféizar de la ventana, con una de sus patas sobresaliendo del poyo. Curtido en cien batallas y asesino de mil ratones, soñaba tranquilo, sin prisa. Estaba en el cielo de los gatos, rodeado de gatas en celo, borlas de lana y jugosa comida enlatada. Había hasta un cagadero de arena personalizado con su nombre. Los niños no tuvieron compasión; ataron un petardo a su cola, lo encendieron y corrieron a ocultarse entre los matorrales. ¡Boom! El gato ni se inmutó, llevaba ya varias horas muerto…
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AMOR GATUNO
Ainhoa tenía dos grandes pasiones, si podemos llamarlas así, íntimamente relacionadas. Pasear por la antigua estación del tren y recoger gatos abandonados. Eran su perdición y le gustaban todos. Su increíble instinto protector le hacía preferir los más desvalidos y enfermos. Si encontraba uno de estos, no dudaba en llevárselo al orfanato para cuidarlo y curarlo hasta que se reponía, todo eso siempre a escondidas de las monjas. Algunas veces se le morían también, los más malitos. En esas ocasiones, practicaba una pequeña fosa en el inmenso jardín y los enterraba. Años más tarde, cuando ya Ainhoa vivía con su familia adoptiva, el ayuntamiento de la ciudad decidió cerrar el orfanato para construir un supermercado en el solar. Al excavar encontraron miles de cadáveres de gatos enterrados. Nadie pudo explicarse qué es lo que había sucedido allí.
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PASIÓN DESENFRENADA
A Misha, la gata de casa, le estorbaba tanto revuelo. Cuando el infiel marido se enroscaba con su voluptuosa amante en el lecho conyugal, solía echarla de allí.
—Déjala, así mira —decía la mujer, mientras deslizaba su ropa interior hacia sus tobillos. A Misha le desagradaba su olor, no era el mismo aroma de su verdadera y querida propietaria.
Una tarde, hacían más ruido que nunca por lo que la gata decidió autoexcluirse con las bragas de la dama enredadas en la cabeza. Al concluir su sesión de amor, la pareja las buscó infructuosamente:
—¿Estás segura de que las traías? —preguntó él, algo angustiado, a su veleidosa amante.
—¡Ay, no sé! Me haces dudar. Creo que sí, pero como a veces no me las pongo...
Por la noche, tras la cena, el matrimonio disfrutaba de un merecido descanso en el sofá. Ante la atónita mirada del marido, Misha saltó sobre el regazo de su ama con el preciado regalo que había cazado para ella...
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TRES SON MULTITUD
Se estaban arrancando los ojos. Una rata, muerta y apestosa, rezumaba sus jugos interiores en el ardiente asfalto. Valía la pena perder un ojo por tan excelso bocado, debían estar pensando los felinos. Una sombra los cubrió fugazmente. Un cuervo negro había despegado el cadáver del suelo con un certero tirón. Remontaba el vuelo despacio, debido al peso adicional, cuando ambos gatos se abalanzaron sobre el ave, matándola en el acto. Cada felino cogió una presa y se alejó, prudencialmente, a lamerse las heridas bajo el sol.
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Homero CARVALHO OLIVA
Bolivia, 1957, escritor y poeta, ha obtenido varios premios de cuento, poesía y novela a nivel nacional e internacional. Su obra literaria ha sido publicada en otros países por prestigiosas editoriales y traducida a varios idiomas; poemas, cuentos y microficciones suyas están incluidos en más de cincuenta antologías internacionales, además de revistas y suplementos literarios por todo el mundo. Es autor de antologías de poesía boliviana, de cuentos y microcuentos internacionales publicadas en varios países.
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EL PARAÍSO DE LOS GATOS
Los primeros gatos llegaron al hangar del aeropuerto de El Alto en jaulas hechas especialmente para ellos, a las pocas horas siguieron llegando otros en jaulas improvisadas y luego lo hicieron en cajones de madera, cajas de cartón y hasta en grandes maletas viejas a las que habían abierto agujeros para que los felinos pudieran respirar. Había gatos callejeros, de familia, de escuelas, de pensiones humildes y de restaurantes lujosos. Pasaron las horas y algunos de los animalitos que habían sido donados por sus dueños empezaron a extrañar el calor de sus hogares y otros, los sin dueños, estaban felices con la supuesta aventura.
El enorme tinglado se llenó de maullidos y de especulaciones, los gatos, de todos los colores y de todas las razas, murmuraban que estaban allí como producto de una campaña de recolección de gatos para llevarlos a algún lugar de Bolivia, a un lugar desconocido, hablaban de muchos ratones para comer y algunos comentaban, preocupados, haber escuchado sobre una aterradora enfermedad que estaba diezmando a los habitantes de una ciudad perdida en la selva amazónica.
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Mientras los gatos discutían su futuro los soldados del hangar militar alistaban un avión Hércules, “es la nave más grande de todas”, afirmó un gato siamés que se las daba de informado. De pronto, un coronel, que hacía el inventario de las jaulas, tomó su Walkie Talkie y dio la orden de que ya no llevaran más gatos: “ya no entra ninguno más en el avión, tenemos más de quinientos, creo que es suficiente”, aseguró el uniformado. Mientras los subían a la panza del avión los gatos escucharon que el plan de vuelo era llegar a San Joaquín, un pueblo en el departamento del Beni, donde se había desatado una epidemia de fiebre hemorrágica que mataba a los seres humanos en pocos días y que ellos, los gatos, en el año del Señor de 1960, estaban yendo a salvar a la desesperada población. El comandante de la aeronave comentó, con su copiloto, que los gatos eran la solución, entretanto los científicos del mundo entero encontraban la cura. Sin saber muy bien cuál sería la misión los felinos se sintieron orgullosos de que los hayan elegido a ellos y no a los perros que, siempre son elegidos por los humanos para ayudarlos en misiones de rescate o de búsqueda, ahora podrían demostrar su verdadero valor. Ya en pleno vuelo un cachorro
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contó que a su pequeño amo lo habían convencido con el argumento de que su gatito sería un héroe, que le levantarían una estatua y todos lanzaron un murmullo de aprobación. Varias preguntas flotaban al interior de la nave: ¿Cómo iban a salvar a los habitantes de esa lejana población?, a algunos de ellos los invadió el temor a lo desconocido: ¿A qué se enfrentarían? ¿Cómo era el enemigo? Volaron un par de horas y aterrizaron en una pista de tierra. Cuando descargaron las jaulas quedaron sorprendidos, ni en sueños habían imaginado que tanta gente hubiera ido a esperarlos; mientras los vitoreaban, abrían las jaulas, las cajas y las maletas. Los mininos se sintieron amados, luego el coronel, al que los felinos miraban con recelo, porque en el aeropuerto había ordenado que no les dieran alimentos, miró a los animales y, con voz marcial, ordenó que los suelten: “¿Están con hambre? Vayan a cazar ratones, no dejen ni uno, porque esos roedores son los que han traído la peste a este pueblo. Mátenlos a todos”, los arengó como si fuera su ejército privado, los soldados terminaron de abrir las jaulas y una marea peluda inundó la pista dirigiéndose al pueblo. Los niños los miraron pasar con mucha admiración.
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Los gatos invadieron el poblado, casa por casa, había muchas viviendas vacías, los habitantes que se habían quedado porque no tenían dónde irse, les abrían las puertas de sus hogares y los bendecían. Los gatos habían llegado al paraíso, habían vuelto al antiguo Egipto donde sus antepasados eran venerados. En pocas semanas los roedores, que contagiaban el virus machupo, que producía el mortal tifus negro, como también llamaban a la tristemente célebre fiebre hemorrágica que se había apoderado de la población, lograron exterminar a la mayor cantidad de ratones, el resto huyó al monte y allí fueron devorados por los pocos gatos monteses, pumas y jaguares, que habían sobrevivido a la cacería de los hombres que los aniquilaban para vender el cuero y los colmillos, exterminio que había causado la proliferación de las ratas portadoras del virus.
Meses después llegó la cura, pero ya quedaban pocos enfermos, los gatos habían hecho su trabajo prolijamente y erradicado el mal del pueblo y sus alrededores. Nunca les levantaron un monumento a los gatos, con el tiempo la mayoría de la gente que escapó a otros pueblos volvió a su hogar a rehacer sus vidas; algunos valientes legionarios peludos
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fueron envenenados por los dueños de las casas que, al retornar, se molestaron porque las vieron invadidas por gatos que se habían apropiado de ellas; otros huyeron al monte y allí fueron cazados por feroces depredadores. El paraíso se volvió un infierno. Con los años se fue olvidando la gesta gatuna, algunos ratones sobrevivieron a la masacre, se reprodujeron y sus descendientes esperan su momento, porque saben que los virus siempre vuelven…
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Gustavo F ESPADA V.
Nació el 7 de marzo del 2000 en SucreBolivia. Fue premiado en el concurso de escritura epistolar lanzado por el club del libro «Jaime Mendoza». En 2018, obtuvo el segundo lugar del concurso municipal «Juana Azurduy de Padilla» modalidad poesía. Ha sido publicado en la antología internacional MedellínCochabamba 2019 en la categoría cuento. Colaboró con la revista literaria Mundo de Escritores primera edición y la Revista Literaria Pluma en su octava edición. A mediados del año 2020, fue seleccionado en el concurso Internacional COVID 19 por Almandino Editores, la Antología los Múltiples
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Rostros de la Muerte por Aeternum Editorial, Antología «Brevirus» por la revista Brevilla, Relatos en Micro lanzado por la municipalidad de Sucre y la convocatoria Miscelánea Literaria «Violencia en las Redes Sociales».
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EL REEMPLAZO
Claudia acariciaba a su gato, cuyo blanco pelaje creaba la ilusión de ser una nube sobre su regazo. El trayecto de sus dedos iba de la cabeza a la cola, acabando en un ronroneo. En ese punto de su vida, cuarenta y cuatro años, había conseguido grandes logros, pero ninguno como pasar el tiempo con el felino que se pavoneaba de ser el heredero del apartamento. Adivinaba cuándo su mascota tenía hambre, sueño o aburrimiento. Ese animal era su perfecta distracción, en especial, los días expectantes a la respuesta que cambiaría su vida.
Despertó a las siete, en bata y con sus pantuflas a medio salir, fue directo a llenar su platito con alimento balanceado. Estaba de vacaciones, así que se concentró en resolver sus asuntos; necesitaba la aprobación de ese hombre que siempre andaba impecable, con la corbata anudada al estilo Windsor, los lentes de carey y los zapatos puntiagudos. Un sí era por lo que rogaba. Cuando parecía que le iba a dar una respuesta afirmativa, aplazaba sus palabras. Ella continuaba pendiente del teléfono; no sabía nada desde su última cita. Se sentó
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junto al aparato con un buen libro de pediatría, siempre al tanto de su llamada.
Mientras, el gato merodeaba por su habitación. Aterrizó al cajón de su ropa, ahí encontró algo con qué calmar la energía de sus garras. Arañó una blusa costosa y los pantalones habituales de Claudia. Al descubrir su ropa hecha guiñapos, contuvo su enfado, tampoco sabía cómo tomarlo. Sin embargo, al ver los trozos de una prenda miniatura que guardaba meses atrás, retrocedió furiosa buscando al culpable, lo llamaba y solo escuchaba su propia voz. Recogió los jirones de lo que solía ser un trajecito. Desesperada, abrió un baúl donde había múltiples objetos de costura. Se pinchó con una aguja que andaba suelta, un puntito rojo brotaba de su dedo; se lo chupó, no quería manchar el trajecito. De cuclillas, puso los restos en sus piernas como si armase un rompecabezas. Uno por uno reunió los pedazos de tela. Con habilidad, insertó el hilo en la aguja y comenzó a parchar los huecos sin mucha suerte. No se rindió, continuó con el saquito. No había que darle vueltas al asunto, lo que tenía sobre sus piernas ya no le serviría a nadie, y ella se negaba a aceptar que era inútil. Luego de sufrir por su pérdida, se levantó, fue
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a la cocina y desechó el trajecito. «Le he dado tanto, y me paga destruyendo lo único que tiene valor para mí», pensó Claudia. Retomó su lectura, ¡sorpresa! Las páginas del libro estaban ajadas. «¡Piensa como los demás!», susurró Claudia. Estaba decidida a dar una lección al gato, expulsándolo de su hogar. Sostuvo la escoba, fue debajo de su cama y la metió para ver si el gato salía por algún lado. No pasó nada. Sacó los cajones de la cómoda, luego la apartó: el caos era más de lo que un gato podría ocasionar. Levantó su colchón, agitándose en el esfuerzo. Ya no pensaba en lo que hacía. Fue al excusado, dejó escurrir el agua y metió la mano hasta el fondo como si el gato hubiese escapado por la cañería. Revisó la tina donde había una abertura diminuta y puso el ojo. En su arrebato, descorrió las cortinas, quizás el gato estuviera en el andén, aunque este nunca hubiese conocido el mundo exterior. Pasó a la cocina, tuvo la sensación de que se ocultaba en los anaqueles; los abrió haciendo caer latas de conserva, paquetes de galletas, envases de café, mermelada y aceitunas. «¡Muéstrate, maldito gato!», repetía. Retornó a su habitación. Esta vez empujó su mesita de noche, esparciéndose por el suelo: cigarrillos, revistas, monedas, exámenes y facturas.
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Deslizó la puerta que daba a su balcón y dio un vistazo al parque a lado de su apartamento. «No creo que haya escapado, le da miedo salir», pensó Claudia.
El rubor de su cara seguía encendido. Caminó hacia su santuario: la sala. Leyó las páginas que quedaron, eran la mitad del total del libro. Intentaba tragarse su reacción de hace unos minutos, pero su preocupación inicial se fortaleció. «¿Por qué no ha llamado? Han pasado semanas y el teléfono no ha sonado ni una sola vez. Sé que no soy la única, pero confío que me dirá la verdad». Cuando sus cavilaciones se detuvieron, ella notó que estaba deshojando el libro. Al final, lanzó el libro con furia.
Se sentó de nuevo en su gran sillón, tocó los brazos de madera palpando arañazos. «Ese gato va a matarme de rabia» se dijo. Lloró. Estaba derrotada, su impotencia le decía que abandone el lugar, dejando su casa libre para que algún ratero intentase vivir con su endemoniado gato.
Se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Miraba el desastre en que se había convertido. Llamar a su madre no era una buena idea, se comunicaría con ella al instante que le den la respuesta. Ambas compartían el mismo anhelo. Incluso ella la acompañó a encontrarse
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con varios hombres trajeados. La vez que Claudia se exilió en la tristeza de su habitación, su madre sospechó que le habían dado otra negativa, así que la reanimó dando un paseo por la ciudad. «Vamos, no es para tanto. Tú vales más, nadie puede juzgarte con que has fallado». «Tú lo consideras algo sin importancia porque no tuviste que sufrirlo, en cambio, para mí es mi mayor aspiración», le respondió a su madre. Había dormido por horas. Le dolía la espalda. Todo seguía igual, el gato no aparecía. Como si sus plegarias fuesen escuchadas, vio una cola debajo del sillón. Dijo el nombre del gato, este solo bamboleó su cola. «¡Ni tú me haces caso! Cuando esté él, todo va a ser diferente. Voy a poder deshacerme de ti y mi mundo será de pura felicidad. Porque tú destruyes mi vida». De una patada hizo volar el mueble. Ahí estaba el gato, asustado de la histeria de su dueña. Ella agarró la escoba, pretendía expulsarlo a escobazos, hasta que el teléfono sonó. «Hola, sí, ella habla», contestó. El gato se mantuvo quieto, entendía que debía ser castigado, y afrontaba las consecuencias como un valiente. «¡No creo!», dijo sin sorpresa. La postura del gato era la de una estatua egipcia. «¡No puede decirme que no!»,
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dijo entrecortando cada sílaba. Después de un breve ataque de nervios, Claudia colgó el teléfono odiando al médico con quien habló. Inclinó la cabeza hacia el gato. «Infertilidad… me la diagnosticaron tres veces, una cuarta ya no es un error. Olvidemos todo. Yo te tengo a ti y tú me tienes a mí». El gato se echó para que lo acariciara. Ella lo alzó y comenzó a ordenar su apartamento, mientras las voces de los niños del parque se colaban por el balcón.
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Tania
HUERTA (Lima, Perú) Editora y correctora de estilo de Sakra Media Group SAC. Publicó “El Pelado Jairo” en la antología Horror Queer, “Aconitum” en la antología Steampunk Terror, ambas de Editorial Cthulhu (2018). “Piedra Negra” en la antología Cuentos Peruanos sobre Objetos Malditos de Editorial El Gato Descalzo (2018). “Esther” en la antología Pesadillas II de Editorial Apogeo (2018). “Amor Eterno” en la antología Cuentos sobre Brujas de Editorial El Gato Descalzo (2019). “Reina Ukucha” en la antología Héroes peruanos de Ediciones Altazor (2019). “Puno” en la antología Zomos Zombis de Ediciones Altazor (2020). “Polvillo Azul” en la antología El día que Regresamos de Pandemonium
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Editorial (2020). “Madre Féretro” en la Revista Relatos Increíbles N. 21 (2021). “Un nuevo hogar” en la antología Proyecto Carrie de la editorial Raíces Latinas (2021). “Olimpia” en la antología Ucrónica y “El Ferrocarril Central” en la antología Hiztoria del Perú, ambos de Pandemonium Editorial (2021). “Expiación” en la antología Presbítero Eternos residentes de Ángeles del Papel Editores (2021). “Claridad tranquila” en la antología Cuentos del Bicentenario de Pléyades Ediciones (2021). Participa como autora invitada en la Antología en honor a Stephen King de la revista española El Círculo de Lovecraft con su cuento “Querida Annie” (2020). Compila los libros Dismórfica de autores varios y Códice infame del autor Carlos Carrillo, ambos de Pandemonium Editorial (2020) y es una de las editoras del
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libro binacional Pacífica, crónicas atemporales de guerra de Pandemonium Editorial (2021). Cuentos de su autoría han sido publicados en varias antologías digitales nacionales y extranjeras. Es dueña del Blog Pies Fríos en la Espalda.
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LA PROCESIÓN DE LOS GATOS
Micky agonizaba, la grave herida causada por Mateo había sido fatal, los intestinos se enroscaban sobre él como pedazos gelatinosos de serpientes sonrosadas cubiertas por una baba sanguinolenta. Sus últimos gritos de dolor eran espeluznantes, salidos de lo más profundo de su partido cuerpo y de su efímera alma, que ya volaba hacía ese paraíso que dicen que existe al final de aquel puente del que tanto he escuchado hablar. El resto de nosotros también llorábamos, gritábamos a todo lo que nos daban nuestras gargantas, el escándalo no podía ser más grande, pero era lo que merecía un compañero caído. Rodeamos el cuerpo del difunto y con gran dignidad nos posamos a cada lado de las extremidades de nuestro amigo y, tomando cada una, lo levantamos para darle sepultura. Nos pusimos en dos pies con esfuerzo, irguiendo nuestro cuerpo como aquellos que abusaban muchas veces de nosotros y como el que, aprovechando su tamaño y ventaja de fuerza, había apuñalado a Micky por el solo hecho de buscar comida.
Me puse al frente para dirigir la procesión,
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mis pequeñas patas aguantaban mi peso y mi cola se contoneaba en busca de equilibrio. Mi maullido más grave dio inicio al desfile fúnebre que acostumbrábamos hacer cuando alguno de nosotros perdía la vida en cualquier circunstancia. Avanzamos cubiertos por la benevolencia de la noche que no permitía que los seres inferiores nos vieran, esos que solo eran superiores en tamaño, pues en inteligencia, valor, lealtad y bondad, distaban grandemente de nosotros.
—¡Pandedios! —me llamó uno de mis compañeros—. ¿Esto quedará así? Negué con la cabeza recordando por un momento, en su llamado, a la humana que me dio ese nombre y que usaba por mi propio gusto anteponiéndolo a mi nombre real.
Añoré por un segundo los tiempos en que era una mascota, la comida diaria sin tener que pelear por ella o buscar en los basurales con el peligro de cualquier maltrato. Evoqué el mullido sillón de la sala y sus tibias piernas donde podía dormir sin tiempo, ella no se movía hasta que yo despertaba. Rascaba detrás de mis orejas, yo era feliz y se lo hacía notar con mi suave ronroneo mientras sobaba mi cabeza en su cuello. Pensé que esa
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vida sería perpetua pues no conocía otra.
Mateo llegó y se acabó la paz de mi hogar, él no le permitía tenerme en sus brazos ni dormir como siempre lo habíamos hecho, uno al lado del otro. Me fue relegando a la sala, luego a la cocina y finalmente al patio. Yo miraba por la ventana todo lo que había sido mío; ella salía por momentos a prodigarme su cariño y darme lo que buenamente le sobraba de sus alimentos y yo le correspondía con agradecidos maullidos.
Esa noche, acostumbrándome estaba al cruel frío del patio, me enroscaba buscando un poco de calor y mi frondosa cola cubría mi nariz y rostro del viento. La puerta que daba a la casa se abrió violentamente y ella corrió hacia afuera, Mateo la tomó del cabello arrastrándola a la cocina entre los gritos de ayuda que él calló con un golpe en su boca que tantos besos me había regalado.
Salté poseído por una fuerza que mi pequeño cuerpo no conocía, me prendí del pecho del desquiciado hombre, con las uñas abrí delgados surcos en su piel, de un manotazo me lanzó al piso entre insultos y maldiciones. Volví a arremeter saltando sobre él, me prendí de su cabeza abrazándola desde atrás, mis uñas se clavaron en sus ojos haciéndolo gritar de dolor, desesperado jalaba
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mi piel y mi cola casi arrancándomela; mis fuerzas menguaban, él me sacudía violentamente junto con su cuerpo. Tomé un último aliento y mi garra hizo presa de uno de sus ojos donde la hundí lo más que pude, aulló enloquecido de dolor, jaló mi pata que soltó su ojo llevándose una parte de este. Lo último que sentí fue su pie golpeándome, haciéndome volar por los aires para luego caer inconsciente. Desperté con la mandíbula quebrada, múltiples heridas y la pata delantera partida, la perdí. No volví a saber nunca de mi bondadosa humana, creo que cruzó el puente de la leyenda. Yo me quedé rondando, viviendo de la caridad de la gente y sobreviviendo a su crueldad. Siempre cerca de Mateo, pero lo suficientemente lejos para que no supiera de mi existencia. Hoy se ha llevado la vida de uno de los míos. Esta vez no quedará así. Nunca más verán al tuerto Mateo. Esta noche su nombre permutará, esta noche se apagará su luz. Hoy iré tras el restante, hoy su ojo se quedará para siempre en mi única garra.
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RamiroAntonio JORDÁN VERCELLONE
Escribir es reinventarse, transmitir sentimientos y sueños. Libros publicados: ¨ANOCHE EL CIELO SE INCENDIÓ¨ ¨UNICORNIO¨ Libros de poesía. ¨EL LATIDO DE MIS HUELLAS¨ Libro de cuentos y reflexiones. ¨Encuentros/Desencuentros¨, libro escrito con Eliana Soza donde ella con microficción de terror y yo con poesía logramos un juego interesante. ¨SOLO POR QUE SI¨ libro digital publicado con el grupo SERENDIPIA. En cartera tengo un libro de poesía castellano-guaraní-castellano.
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Participo con mis textos en varios grupos del FB, y estoy incluido en varias antologías de poesía, microficción y cuentos breves. Realicé un viaje a Chañaral, Chile, a un encuentro de escritores.
Soy un escritor tardío pues recién me inicié en este arte el año 2010, antes mi vida iba por caminos distintos, ni mejores ni peores, simplemente distintos.
Mi proyecto es seguir en esta loca aventura (poco entendida), pero estoy muy feliz de ser parte de ella.
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DESCUIDO
Chavelita era una niña de 12 años, hija de José y María, una pareja de gente muy trabajadora que amaban a su niña, además de los tres, tenían una gata de color negro llamada Azabache que era la adoración de Chavelita. Vivían en una casa muy limpia llena de plantas. María tenía un cuarto que lo ocupaba para trabajar en sus ratos de ocio y Chavelita lo usaba para jugar con Azabache y hacer sus tareas, pues era una niña muy aplicada y obediente.
Una tarde gris y por un descuido la madre de Chavelita dejó la puerta de la calle abierta. En un instante la niña salió corriendo y persiguiendo a su gata. Fue en ese segundo que apareció un auto a toda velocidad y atropelló a la niña quien sufrió varias heridas y después de varios días falleció. Azabache durante todos esos días no se separó de la niña y cuando ella murió lanzó un maullido que se escuchó en todo el hospital desapareciendo por varios días del hogar huérfano de Chavelita.
Luego del velorio y entierro y después de unos días, María se deshizo de todas las pertenencias que
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le recordaban su hija: cuadros, ropa, juguetes, en fin, todo lo que era de ella, menos de su gata, pues no sabía por qué, la felina color negro azabache desde el accidente, rondaba día y noche como si buscara a Chavelita y observaba a María con ojos casi humanos.
Si María cocinaba, sus ojos la seguían, cuando regaba las plantas la observaban, si María se bañaba, la mirada la atravesaba. Ella y su marido sufrían mucho por la muerte de la niña. María guardó un luto estricto varios meses y el padre empezó a llegar más tarde cada vez; con aliento a aguardiente y otras veces ebrio y así, pasaron los meses. En la casa solo se escuchaba el lastimero maullido de Azabache que observaba a María con los ojos cada vez más brillantes, como si en su interior algo le ardiera. Un día María con varios ovillos de lana de diferentes colores se puso a tejer una chompa para José. Estuvo tejiendo durante tres días y cuando estaba por terminar el tercer atardecer se durmió sentada rodeada de lana. Por la noche llegó José y le resultó curioso el silencio de la casa, cuando entró a la sala encontró un gran ovillo de lana y a María en el centro muerta. Azabache miraba la escena con ojos brillantes casi humanos, relamía las uñas y ronroneaba satisfecha.
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María
LARRALDE
María Larralde (Es paña, 1970). Enfermera especialista en Salud Mental y Psiquiatría por la Universidad de Alicante. Creadora de la página Web de Literatura Historias Pulp 2016.
Enlaces de interés: • Web Historias Pulp • La Guarida de El Caníbal. • MacReady • Área Literaria de María Larralde
Publicaciones de novelas y relatos: En el año 2014 comencé a publicar por mi cuenta los relatos que por aquel entonces comenzaba a escribir, así vio
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la luz mi primera publicación de relatos El purgatorio y otros relatos. Editorial Tagus. Casa del Libro, 2014. Desde entonces he publicado una gran cantidad de relatos y novelas que he autopublicado con el sello Historias pulp. La web Historias Pulp fue creada en el año 2016 junto a Elmer Ruddenskjrik y desde entonces realizamos un trabajo editorial de las revistas Historias Pulp basadas en concursos sobre películas de culto. Además, publicamos nuestros propios relatos y novelas en diferentes líneas dentro del sello. Mantenemos un blog activo de literatura y desde el año 2019 llevamos el periódico de Ciencia Ficción Fiction News este año dedicado a sacar del olvido escritores españoles de Ciencia Ficción desconocidos o poco reivindicados. Actualmente mantengo diversas colaboraciones con editoriales tanto
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de Hispanoamérica como españolas siendo mis últimas colaboraciones con la editorial PDB ediciones, Pandemonium Editorial y 2Cabezas editorial además de Espadas Salvajes y Arachne.
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EL GATO
Me gustaba sentarme en el sofá y mirar la televisión mientras él se paseaba parsimoniosamente por delante, sobre la alfombra, entre la mesita de sobremesa y el mullido sofá, como queriendo llamar mi atención. Yo, a veces, no sabía si requería mimos o comida. Son animales caprichosos, siempre se dijo. Independientes y con personalidad. Sus ojos se abrían grandes y profundos por la noche, llamando mi atención hasta el punto de sobrecogerme, haciendo que me marchara para acostarme en otra habitación ya que su absorta mirada vacía de sentimientos me inquietaba. A veces hacía ruidos como de rascado mientras rebuscaba detrás de algún mueble, no sé con qué intenciones. Quizá había avistado alguna cucaracha o ratón y andaba entretenido un buen rato en este menester cazador y estratega.
Con sus patas traseras se aupaba para impulsarse sobre mí y dormir tranquilamente en las tardes de invierno, en un arrullo que a él le debía hacer sentir reconfortado pero que, en ocasiones, me agobiaba de
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calor.
Llevábamos mucho tiempo juntos hasta que un día supe que debía abandonarlo o, peor aún, matarlo. Estaba en juego mi vida.
Ese día, sin aparente motivo, cuando me encontraba profundamente dormido, me despertó un agudo dolor en mi abdomen. Desperté de un salto y reaccioné a tiempo de librarme de su siguiente y grave mordedura. Con cara enloquecida, mostrando sus dientes con ferocidad, me había arreado tal mordisco que mis carnes habían sido parcialmente arrancadas. Mi primer impulso fue dar un salto hacia atrás y correr para evitar el siguiente ataque, para el que de nuevo estaba dispuesto. Su cara estaba casi desencajada. Me parecía estar viendo al mismísimo diablo a cuatro patas, bufando erizado, colérico, hambriento, quizá. Yo no sabía qué le ocurría, no podía imaginar cómo aquel animal, el más querido por mí, el único realmente amado y cuidado por mí, podía agredirme de aquella manera…
A no ser que... a no ser que… Sin saber cómo, comprendí. Miré la casa. Todo estaba cerrado a cal y canto. Las paredes estaban arañadas, arrancada la pintura,
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había grandes agujeros en los zócalos. Los espejos estaban tapados con sábanas, quizá para no ver su progresiva transformación. En mi casa no entraba el sol desde hacía semanas y Manu no había salido a comprar comida en todo ese tiempo. Quizá tenía hambre y fui lo único que encontró para saciar su instinto animal. Corrí, corrí como loco para librarme de su persecución violenta. La trampilla para gatos de la puerta de la cocina me libró de ser devorado. Jamás volví a la casa de Manu.
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LA SILLA
Tengo que confesar un crimen que no cometí, pero que celebro cada día. Yo, andaba siempre jugando a su alrededor. Jugueteaba bajo su sombra que, proyectada contra el suelo, ocre y arenoso, me indicaba la hora del día cual reloj solar. Nunca la miraba a la cara. Una vez, solamente lo hice una vez, hace mucho tiempo, y nunca más me atreví a mirar directamente aquellos ojos. No estaba seguro de quién era Ella. Siempre estaba allí, sentada en aquella silla, en aquel patio interior de aquella casa perdida en algún lugar en el mundo. Mis recuerdos puede que estén distorsionados, ocupados por fantasías, alterados por distorsiones, pero, aun así, algo de realidad hay en ellos. No sabía nada de lo que ocurría a mi alrededor, era como un espectador. Sé que entraba y salía gente. Yo aguardaba a su lado, o debajo de Ella, agazapado y escuchando palabras sin sentido. Un lenguaje extraño y gutural salía de aquellas bocas. Ella les hablaba, ellos contestaban. Uno tras otro, aquellos visitantes se acomodaban frente a la silla; uno tras otro, recibían aquellos mensajes que
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arrancaban muecas en sus rostros. Los visitantes, a ellos sí los miraba, pero nunca supe quiénes eran. No se parecían entre ellos. Sus caras deformes producían un miedo profundo en mí, pero yo, bajo su silla o detrás de Ella, me escondía y soportaba sus presencias. Nunca supe desde cuándo mi existencia estaba unida a la suya. Un día, uno de aquellos visitantes hizo que Ella se levantara de su silla. Yo, asustado, no supe dónde esconderme. Detrás de ellos había más visitantes que me observaban, parecían traspasarme con rayos que, desde sus ojos, proyectaban como miradas. Aquello me dolía. Parecía quemarme la piel. Quise encontrar un hueco; cerca, en la pared de aquel solar había una vieja caseta de perro abandonada, allí me metí. ¿Hubo alguna vez algún perro? Olía a perro muerto, pero muerto no había ningún perro. Desde ese escondrijo observaba la silla vacía. La presencia que me cobijaba había desaparecido. Se hizo de noche y la silla seguía vacía. ¿Qué era lo que estaba ocurriendo? ¿Por qué Ella había desparecido? ¿Quiénes eran todos aquellos visitantes? Nunca me había encontrado tan desamparado. Sentía frío y hambre. Estaba casi extenuado. La necesitaba. Y por eso, solo por eso, salí de mi escondrijo y, husmeando
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el suelo, seguí su rastro. La casa estaba a oscuras. Entré sin hacer ningún ruido. Había varias estancias donde yo nunca había entrado. Cuando Ella se levantaba unos momentos, yo aguardaba detrás de la silla hasta que volvía, pero esta vez no había vuelto. Tenía que encontrarla. Sin Ella no podía sobrevivir mucho más tiempo. En una de aquellas oscuras habitaciones había una cama grande, muy grande, casi deforme, que ocupaba el espacio como una gran masa planetaria. Olía a Ella. Despacio, sigiloso, me acerqué; las sábanas caían hacía el suelo lánguidamente, como la lengua salida de la boca de un ahorcado. Cogido a ellas, escalé como pude hasta la parte de arriba, donde dos cuerpos yacían desnudos. Uno de aquellos cuerpos era el de Ella. El otro era uno de los visitantes, un ser desconocido. Me acurruqué entre sus cuerpos, buscaba su calor, lo necesitaba para recuperar algo de vitalidad. Aquel visitante respiraba profundamente y sobre su boca acoplé la mía, y comencé a absorber: me cedió toda la energía de su cuerpo. Entonces ella despertó. Me miró. Yo, asustado, retrocedí, me escondí debajo de aquella cama. Durante unos minutos zarandeó fuertemente al visitante. Pero aquel ser intruso
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no despertaba, y Ella se levantó apesadumbrada. Yo no podía mirarla y me escondía bajo la cama para que su penetrante mirada no me traspasara. Sus piernas desnudas se movían con ligereza por la habitación; con una fuerza descomunal arrastró el cuerpo del visitante hasta el patio; yo la seguía, siempre a su alrededor, bajo sus piernas, alrededor de ellas, feliz, comencé de nuevo a juguetear, con mi vitalidad recuperada. La silla permanecía en su sitio, clavada en el centro de aquella estrella dibujada en la arena. A unos metros de distancia, una zanja, cerca del huerto, donde Ella cavaba incansablemente. En ese agujero enterró el cuerpo del difunto. Yo, escondido de nuevo tras la silla, la esperé. Volvió enseguida y, como siempre, los visitantes comenzaron a pasar en peregrinación. Sus extraños idiomas, carentes de todo sentido para mí, parecían obtener respuesta de Ella: le tendían la mano, Ella la cogía entre las suyas, miraba largamente y pronunciaba palabras que producían efectos extraños en sus semblantes o modificaban sus gestos. Todo había vuelto a nuestra normalidad.
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RuthAna LÓPEZ CALDERÓN
(Sucre, Bolivia, 1968). Secretaria ejecutiva, empezó a escribir hacia finales del año 2010. De formación autodidacta. Está incluida en el directorio REMES (Red mundial de escritores en español). Su obra se halla reflejada en la web ARTE POÉTICA (Antología de poesía universal) y ha publicado sus textos en diferentes revistas literarias del ámbito Internet, tales como Letralia, Almiar y otras muchas. Sus poemas han sido leídos en varios programas de radio en Buenos Aires-Argentina. Obra publicada: ●Poemario Desde las profundidades (Black Diamond Editions, 2013, EEUU) ●Poemario Sin óbolos para Caronte (Editorial El País, Bolivia, 2014) ●Poemas incluidos en “Palabras
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descalzas” - Santa Fe-Argentina, 2014.
●Poemas incluidos en Los tres cielos, (Editorial 3600, 2014).
●Poemas incluidos en La mano en la palabra (Mediaisla, 2015)
●Poemario Itinerario de una metamorfosis (MediaIsla, 2016)
●Poemas incluidos en Voces de América Latina (MediaIsla, 2017)
●Poemas incluidos en Poetas bolivianos contemporáneos (Amargord, 2018)
●Poemas incluidos en Escritoras Bolivianas Contemporáneas (Kipus, 2019)
●Poemas incluidos en Fragua de preces (Abra cultural – España - 2020)
Ganó la primera mención de honor con el poemario “Sin óbolos para Caronte”, en el concurso literario nacional, de la Sociedad Dante Alighieri, año 2015.
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MAGIA FELINA
¿Quién piensa en la estirpe, en la aristocracia del gato, cuando cayó bajo el hechizo de esa mirada, de la tibieza de su pelo, indiferente a su linaje? Es una suerte de amalgama entre la naturaleza del hombre y el carisma felino: Esa cola levantada, las vueltas alrededor de las piernas. Un ritual desapercibido y somos parte de su entorno; como el agua lo es de los peces. ¡Ah!, dulce encanto y desencanto... El enigma del amor permanece.
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NOSTALGIA DE LA SUAVIDAD
Se llamaba Pirulo. Ahora soy consciente de que no es un buen nombre para un gato, pero él nunca manifestó su desagrado; por el contrario, parecía feliz cada vez que me escuchaba decir esa palabra. Surgió en mi vida como un regalo, uno que vino en una olla, una tarde cualquiera; una de aquellas que rondaba mi niñez. Hay pormenores que se perdieron en mi memoria, igual que se perdía él cuando solía subirse a los árboles y se quedaba ahí un buen rato, escondido, hasta hacerme sufrir por la angustia de su posible desaparición, pero recuerdo nítidamente la aspereza de la lengua que, al pasar por mi mejilla, me despertaba. Al abrir mis ojos, los suyos estaban tan cerca que, en vez de dos, podía ver cuatro ojos amarillos. Y nunca olvidé ese ronroneo que espantaba al sueño y me hacía saltar de la cama para ir a la escuela. A mi regreso, jugábamos un rato. Luego yo hacía mis tareas y Pirulo se iba por ahí a hacer travesuras. Yo tenía ocho años y no entendía por qué se ausentaba días enteros. Eso me afligía, pero cuando volvía a casa, todo se recolocaba de nuevo.
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Una vez, cuando vi que salía, lo seguí: fue hasta el monte que había frente a la casa. Correteaba, subía a los árboles y bajaba de un salto. Me pareció tan divertido que lo imité, y ciertamente me costaba un poco hacerlo con la rapidez que él lo hacía, pero después de varios intentos, lo logré. Por un momento, yo también me sentí gato. Luego se detuvo en unos matorrales y comió una especie de pepitas negras; yo también las comí. Cuando vi que anochecía, lo llamé para volver a casa, pero él siguió por ahí, sin hacerme caso. Yo apenas distinguía el camino, así que retorné de inmediato. Estaba agotada. Me recosté un rato en la cama y a los pocos minutos comencé a sentirme muy mal. Tuve vómitos y mucho dolor de estómago. Cuando se dieron cuenta en casa, no quise comentar nada acerca de esas cositas negras que había comido. Al día siguiente no pude ir a la escuela, pero Pirulo apareció y permaneció a mi lado mientras yo seguía en cama, sintiéndome mal. Nunca supe qué era eso que me enfermó, pero no me importó: era un secreto entre mi gato y yo. Con los años, me demostró que los gatos realmente tienen siete vidas. Pude verlo salir como si nada de un envenenamiento, causado por un vecino
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con la excusa de que perseguía a sus gallinas. También fui testigo de su milagrosa recuperación cuando un vehículo le pisó la pata. Vomitó sangre cuando algún ser perverso le dio vidrio molido, pero siguió con vida y por muchos años fue mi compañero. Siempre me pareció fabulosa la elasticidad de sus movimientos, lo silencioso de su andar; la destreza para caminar por los tejados y caer siempre de pie; ese afán de acicalarse y, sobre todo, la peculiar forma del iris de sus ojos. No me gustaba cuando llegaban las vacaciones, porque eso significaba que me enviarían a algún sitio y tendría que dejar a mi gato. Ya era adolescente cuando, al regresar del veraneo, me dieron la noticia: Pirulo había muerto maullando y arañando la puerta cerrada de mi habitación. Lloré durante varios días, entendí que se puede morir de pena. Cuando tenía diecisiete años, una amiga me regaló una gatita bebé, porque sabía que, en el fondo, yo jamás había olvidado a Pirulo. La llamé Gypsy y la consentía mucho. Dormía conmigo; su lugar favorito era mi cabello, allí se enredaba y solía quedarse dormida. Era tan diminuta que tenía miedo de aplastarla, así que aprendí a dormir muy quieta (Fue algo que me sirvió como entrenamiento para cuando, años después, me
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convertí en madre). Recuerdo muy bien la mañana de zozobra que pasé el día que me desperté y comprobé que no estaba junto a mí. Gypsy no aparecía por ningún lado, busqué por toda la casa y no había rastro de ella. Ya pasaba de mediodía cuando me refugié en mi habitación, tenía un nudo en la garganta por la desaparición de mi gatita. No sé cómo, vi que se movía unas de mis zapatillas deportivas, y del interior salía la peluda gatita. Jamás olvidaré la sensación de alegría que me produjo volver a verla. Desde entonces, ya no me extrañó que algunas de mis cosas cobraran vida y comenzaran a moverse. Mis experiencias con Gypsy fueron pocas ya que salí bachiller y me enviaron a otra ciudad. Tuve que dejar a mi gata aún pequeñita. No fue fácil. Cuando me llamaban de casa, me contaban que era una traviesa, que siempre buscaba la larga cabellera de mi madre para jugar con ella. En una de esas conversaciones telefónicas, me dieron la noticia: Gypsy había muerto. ¿Murió de pena? Imposible saberlo. También lloré amargamente, pese a mis dieciocho años. Desde entonces, por decisión propia, ya no quise tener más gatos. Pero siempre me encariñé con los ajenos.
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Pasaron los años, sucedieron muchas cosas en el mundo. Apareció el SIDA, cayó el muro de Berlín, surgió internet. Comenzaron a clonar animales, hubo terribles atentados terroristas. Surgieron nuevas pestes, hasta que llegamos a la terrible pandemia del Covid-19. Infinidad de muertos en el mundo. La vida cambió drásticamente. Hoy caminamos, tocamos y respiramos con temor. Las mascarillas son una pieza más en nuestro vestuario. Cada día escucho maullar a los gatos de las casas aledañas, parece como si hablaran en ese extraño lenguaje que puede confundirse con el de los niños cuando lloran. Y recuerdo con nostalgia a mis gatos: Mi Pirulo negro y mi Gypsy blanca. Una noche me acosté apesadumbrada, como cansada de dormir y despertar de nuevo para sumergirme en la pesadilla que es hoy el mundo. En algún momento de la madrugada, sentí una lengua áspera recorriendo mi rostro, y la presión de unas pequeñas patitas sobre mi torso. Abrí los ojos: en medio de la oscuridad brillaban cuatro pupilas de gato...
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Sarah Cecilia
MOSCOSO BARRIGA
Abogada titulada por la Universidad Mayor Real y Pontificia de San Francisco Xavier de Chuquisaca.
Forma parte de LIBEROAMERICANAS 80 POETAS CONTEMPORÁNEAS, antología de poesía internacional que reúne las voces de ochenta poetas de nuestro tiempo, de toda América Latina, España y Portugal.
Ganadora del Concurso nacional de poesía “Guitarroesías” convocado por la editorial 4Nombres Cartonera en el marco del Festival Internacional de Cuerdas organizado por el Círculo de Cuerdas RED en la gestión 2019
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Su poemario “Cada palabra un truco” fue seleccionado para ser publicado por Ediciones Jota y para formar parte de su Biblioteca del Bicentenario en la gestión 2020.
Forma parte de la antología de Microcuentos “Sucre en Micro: Memorias de la tormenta”. Concurso convocado y organizado por la Secretaría de Turismo y Cultura del Gobierno Autónomo Municipal de Sucre en la gestión 2020.
Fue Jurado del Concurso Nacional de Cuento “Violencia de género” convocado y organizado por el Club de Lectura de La Paz en la gestión 2020.
Fue invitada a formar parte de Festivales Internacionales de Poesía en Argentina y Chile.
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Fundadora y Coordinadora del Club de Lectura Sucre desde la gestión 2019.
Coordinadora de eventos de la Asociación de Poetas, Ensayistas y Narradores de Chuquisaca en la gestión 2019. Secretaria de la Asociación de Poetas, Ensayistas y Narradores de Bolivia desde la gestión 2020.
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NOCHE DE LUNA
Sé que te escapas por las noches solo para ver la luna con ese sigiloso andar Te escondes en la oscuridad te gusta la grandeza y perderte en ella Levantar los ojos y observar las estrellas Te encuentro bajo esa luz blanca levantando el mentón el viento eriza tus siete vidas Solo tú sabes que ninguna pintura pudo igualar la belleza que esconden las noches de luna.
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SABIDURÍA GATUNA
De ti tendría que aprender a como caer de pie a ser más idéntica a la lluvia porque te soltaron desde las nubes y cuando chocaste el suelo no te partiste en dos.
Yo escondo miedos en la punta de mi lengua, puedo esconder dolores en todo mi cuerpo, guardo secretos en los rincones de mi corazón, cuando me caigo siempre me hago daño.
Tú eres un protegido de la noche explícame el motivo de tu caminar siempre seguro ante la oscuridad
Si quieres dímelo en resumido guarda algunos secretos para tu próxima vida cuando revivas cerca al Nilo donde no piensen que traes la mala suerte y valoren tu saber.
Yo siempre tuve la sospecha de que aquel humano
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que no admira a los gatos en otra vida fue un ratón.
Luis IgnacioMUÑOZ
Colombia, Taller de escritores Universidad Central, Bogotá. Dedicado a dictar Talleres de creación literaria. Ha publicado poemas y cuentos en las revistas Maguaré, Universidad Nacional, Revista Trans-Fugas de Bogotá, Hojas Sueltas y 7LUNE de Venecia, Italia, 2015. Es autor de los libros Reloj de aire, 2006; Cuentos para rato, 2014; Inocencia de la noche, 2015. Varios de sus minificciones están en revistas y publicaciones internacionales como Brevilla, Peuco Dañe, Entre Paréntesis, Chile, Piedra y nido, La batidora literaria, En pequeño formato y Un café y cinco microficciones, Argentina, Letras de Chile, Ikaro, Costa Rica, Alquimia Literaria, España,
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Delatripa, Nocturnario, Fantastique y Monolito de México, La Esquina Delirante, El Espectador, Colombia, Plesiosaurio, de Perú, MenteKupa, de Venezuela. Algunos microcuentos en las antologías Hokusai, Bestiarios, Brevirus y Quarks ediciones: 1bit de terror, Microficciones andinas, Campanadas; Mosaico, Atmosferas Insólitas, Brevestiario y Antología Hispanoamericana de Microficción.
Y en la prestigiosa Revista Litoral, de España, 2021. Administra el blog Letras Itinerantes.
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LLAGAS EN SU ROSTRO
Maldito animal con su poder mágico y todo su misterio, quién iba a pensar, que me acecharía tras la entrada, si ni siquiera esperaba a nadie a esa hora tan alta de la noche, ¿quién iba a venir a buscarme? Imagínense, abrir la puerta de la casa a medianoche. No lo creía ni me imaginé, mucho menos que iba a reaccionar así de un momento a otro. Abrí ante unos leves toques, tan sutiles y ese extraño impulso que me llevó a acercarme a la hoja de madera, correr la perilla y con la confianza del que espera a alguien de hace rato, voy abriendo con la normalidad de cualquier instante del día y un leve crujido que dura apenas segundos pareció anunciarme lo que venía: el gato emergiendo de la oscuridad del pasillo, pegó ese horrible gruñido que semeja un grito del demonio o de una de esas brujas quemándose en la hoguera, dio un salto que no pude evitar y me fue destrozando la cara hasta dejarme como ustedes me ven ahora: un rostro monstruoso lleno de llagas que ninguno cree que fue ese minino, más grande que todos los gatos que vi antes y sus horribles ojos amarillos inyectando un brillo rojizo mientras los
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vecinos salieron de sus apartamentos, algunos gritaban, huían y otros no sabían qué hacer con la boca abierta y los pelos erizados.
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UN GATO EN LA LAVADORA
Todavía me parece oírlo ronronear y restregarme su lomo. Después se reclinó en la comodidad del recipiente mientras las aspas lo hacían girar. Me imagino que dio vueltas como un trompo y cuando la lavadora se detuvo, me acerqué para sacarlo con cuidado. Limpio, oloroso a fragancia de detergente, mirándome con ojos de complacencia. No me gusta bañar gatos, pero fue por la cochinada que hizo. Debo hacerle caso a mamá, cuando ensucia la casa. Ahora me queda la segunda parte de mi labor: Plancharlo para que vuelva a la normalidad.
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LLUEVE
Temblamos como hojas a la deriva mientras el ruido de la tormenta arrecia en este refugio que no sirve de nada. Caen goterones de lluvia que parecen piedras y nos recogemos los cuatro pegando nuestros cuerpos. Temblamos con el bramido de los truenos al tiempo que los relámpagos iluminan en breves lamparazos el campo inundado. Nuestra madre se acerca y da vueltas alrededor del tronco en su desespero. Lanza fuertes maullidos al momento de llegar una corriente de agua que se aproxima a arrastrarnos sin piedad.
Es cuando aparece entre matorrales el hombre con una linterna y su impermeable.
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EL GATO EMBRUJADO
Los hombres llegaron sigilosos a la figura de piedra. Se detuvieron unos instantes a menos de dos metros de la barriga del gato y comprobaron con cierto horror contenido que su posición podía variar de un día a otro como lo comentaban algunos lugareños.
Ahora aparecía sentado firme en forma triangular mirando hacía la distancia con sus ojos inexpresivos como el resto de su cuerpo untado de una leve capa de lama verdosa. Por un momento entendieron la peligrosidad de su misión y se apresuraron entre señas a cumplirla.
Instalaron la carga de dinamita en un punto clave debajo de su estómago. Extendieron la mecha, prendieron fuego y se alejaron a guarecerse detrás de unas grandes rocas cercanas.
La llama fue consumiendo lenta la mecha hasta llegar muy cerca del enorme gato. Faltaría un metro para alcanzar el objetivo cuando la figura empezó a moverse y lanzó un gruñido que se escuchó entre los matorrales y la roca gigante donde se guarecían. Algo parecido a un grito ahogado alcanzó a salir de una de
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las gargantas, por el espanto y lo inevitable.
De un manotazo el gato había apartado la dinamita lanzándola con furia hacía la roca donde intentaban guarecerse de la explosión.
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VIENTO DE PRESAGIO
Ese viento que se acerca silbando por entre las ramas de los pinos y se estrella contra las ventanas pareciera traer algún presagio mientras se acerca la medianoche y el sueño no me permite un descanso que me haga olvidar estos días. Se escucha el graznido de muchas aves que parecen huir de algo que se aproxima en esta oscuridad. Afuera amaga llover mientras me detengo de pie a mirar a Cenizo y Tom, que duermen un plácido sueño en el sofá, medio abrazados, semejantes a dos niños. Nada perturba su noche; ni el viento que aumenta su ruidosa furia, ni la muerte que recorre en su coche silencioso el mundo. Quizás su aguda percepción les haya hecho saber que no existe peligro que temer. El covid 19 avanza con la furia del viento que no cesa dispuesto a borrar solo a los humanos del planeta.
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Ildiko
NASSR
(Argentina, 1976) ha publicado los siguientes libros de microrrelatos (Placeres cotidianos, 2007, 2011 y 2017 -colección “Breves y extraordinarios” Ed. MACEDONIA), (Animales feroces, 2011), (Ni en tus peores pesadillas, 2016), (Hilos Dorados en coautoría, 2017), (Los hermanos mayores, 2017), (Urgencias, disimulos y rutinas, 2019). Sus microrrelatos han sido incluidos en las mejores antologías del género.
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GATOS
Cuando llegaron, todo era algarabía. Los gatos se apropiaron de los sillones y dormían en las camas de los niños. La familia no notó nada raro.
Los niños cada día estaban más flacos y despertaban agotados, como si toda la noche hubieran tenido pesadillas. Los gatos florecían orondos por toda la casa, siempre discretos y pudorosos.
A los pocos meses, los niños enfermaron y murieron. Los gatos esclavizaron a los padres, que se afeitaron las pestañas y se tatuaron las cabezas de los gatos en el cuello.
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“Discretos y pudorosos, saben querernos” Griselda Gambaro
LA REINA
Algunos la describen como una hermosa mujer con cabeza de gato. Otros, como una diosa con cola de gato. Todos le atribuyen características gatunas.
Su obsesión por los felinos era tan grande que los hacía traer hasta su trono, los acariciaba y les mordía la cabeza, arrancándosela de un tirón. Masticaba gustosa esa carne pegada a los huesos y escupía discretamente los pelos, con un ruido estremecedor. Limpiaba la sangre con una servilleta en la que destacaba el monograma real. Luego, enviaba a quitar la piel del cuerpo desechado para coser elegantes abrigos.
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SOLITARIOS
Luego de la explosión, todos abandonaron el pueblo. Sólo permanecieron algunas estructuras edilicias. Y los gatos, que pronto construyeron un imperio propio. Se entretuvieron con los juguetes y los restos del abandono. Adaptaron su alimentación a la crisis y sus atributos físicos se fortalecieron acorde a las necesidades de supervivencia.
Cuando los humanos quisieron repoblar el lugar, era demasiado tarde. Los gatos eran dueños de todo. Aislados, solitarios, eternos.
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LA VECINA
Le llamaban la loca de los gatos porque vivía sola en una casa enorme y daba comida a los gatos de todo el barrio. La dejamos de ver un tiempo. Ayer la encontré en el almacén y le pregunté por sus gatos. Me dijo que ya no los tenía. Que habían peleado furiosamente y se devoraron entre ellos hasta que sólo quedaron sus colas. Me mostró un curioso collar antes de irse.
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INDIFERENCIA
La mirada de ambas se funde como en un abrazo. Pareciera que quieren cambiar de cuerpos. La gata y su ama se unen, con gatuna indiferencia.
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Ángel OLGOSO
(Granada, 1961) es uno de los autores de referencia del relato en castellano. Ha publicado los libros de relatos Los días subterráneos, La hélice entre los sargazos, Nubes de piedra, Granada año 2039 y otros relatos, Cuentos de otro mundo, El vuelo del pájaro elefante, Los demonios del lugar, Astrolabio, La máquina de languidecer, Los líquenes del sueño. Relatos 1980-1995, Cuando fui jaguar, Racconti abissali, Las frutas de la luna, Almanaque de asombros, Las uñas de la luz y Breviario negro. También el poemario Ukigumo, el libro ilustrado.
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HÁBITAT
A las doce y veinte de un sábado soleado de octubre, contra un rincón de la cocina de su vivienda en un pueblecito cercano a la industriosa capital de la provincia, el hombre golpea a la mujer que castigará al hijo que dará una patada al perro que morderá al gato que perseguirá al ratón que abatirá a la cucaracha que atrapará al gusano que devorará al hombre.
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ÁRBOLES AL PIE DE LA CAMA
Volvía del trabajo, al anochecer, cansado, casi enfebrecido, cuando se me ocurrió que me gustaría ser un animalillo silvestre, que sabría administrar esa vida simple, limpia de la confusión y el alboroto de las preocupaciones, que podría acomodar con facilidad mi conciencia a ese estado ideal. Como una bendición, alguien, lejos de escamotear mi deseo, me dio la forma de una criatura peluda y diminuta y me soltó en el bosque. Era, como vi después, una vida descorazonadora: no sentía interés por otra cosa que no fuera acarrear alimentos, avariciosa e infatigablemente, hasta mi agujero al pie del tronco de un árbol podrido; los límites de cada territorio desencadenaban continuos litigios entre los habitantes de la fronda; las voces de los pájaros me ensordecían; los parásitos habían invadido mi pelambre; los apareamientos resultaban tan gravosos como los espulgos; y mis ojos revolaban de pánico en sus órbitas cada vez que presentía a los rapaces. Aquel desconsuelo, por fortuna, no duró demasiado. Un día se acercó con sigilo un trozo de oscuridad y, aunque husmeé su hedor a distancia y oí luego las pisadas y los
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furiosos ladridos, apenas tuve tiempo de entrever sus dientes cerrándose sobre mí.
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MÁS QUE HUMANO
Él nunca admitiría tener ojillos de rata, risa de hiena, malas pulgas o hambre canina. En cambio, reconocería con gusto ser más listo que un lince y hacer vida de hormiga. Para hablar con exactitud, era un animal de costumbres. Bien es verdad que en este caso, bajo su rala piel de cordero, se escondía un tiburón de las finanzas. Sin que él sospechara nada, sus enemigos querían llevarse la piel del oso: lo mataron como a un perro mientras él echaba por la boca sapos y culebras. Pero, desgraciadamente, los asesinos inexpertos siempre rehúsan comprobar si su víctima tiene más vidas que un gato.
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Norma YurieORDÓÑEZ
(Guatemalteca) Diseñadora Gráfica de profesión. Realizó estudios de Cinematografía en 2009. Segundo lugar, categoría cuento, “Don Simón”, Primer Premio Nacional de Literatura para Nuevos Escritores, Diario de Centro América, 2013. Cuentos en antologías: “Viaje a la oscuridad”, Editorial Mexicana Lengua de Diablo, 2015, Antología Centroamericana de minificción “Tierra Breve” (El Salvador), 2018, “Brevirus”, Revista Brevilla (Chile), 2020. Ha publicado, además en revistas blogs y páginas como Gazeta (Guatemala), Microrrelatos (Honduras), Fantastique, Ek Chapat, Teresa Magazine, Perro Negro de la Calle e Ibídem (México), Plesiousario (Perú), Piedra y nido
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(Argentina), Brevilla (Chile), Letras Itinerantes (Colombia) y en el suplemento Cultural del diario la Hora (Guatemala).
Ig: microcuentos_normayurie
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INMORTALIDAD
Pocos gatos merodeaban en la ciudad. Por eso, nadie notó cuando el pequeño felino se introdujo en la puerta agrietada de aquel monasterio, ni lo vieron trepar al atril del iluminador. Pasaría mucho tiempo, y rigurosos estudios, antes de que alguien advirtiera entre la maraña de flores y la letra capitular de la apergaminada página, aquella miniatura que parecía resguardarse de alguna temible persecución.
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EL ACOMPAÑANTE
Recuerdo la exánime voz de don Tomás ofreciéndome el empleo y los detalles del domicilio.
Al entrar en la penumbra solo se distinguía una fuente de luz proveniente del pequeño patio. La terraza tenía una pérgola con vista al cerro. Proliferaba la vegetación y los comederos, pero los pájaros nunca se acercaban pese a los extraños artilugios que don Tomás colocaba para atraerlos, preferían guardar considerable distancia de la casa. Esos detalles me causaban una fuerte impresión, pero los atribuía a meras supersticiones mías.
La pequeña estancia estaba atiborrada de pinturas, miniaturas y recuerdos de viajes con figuras de gatos. Debo admitir que algunas réplicas medievales me causaban verdadera repulsión. Su insólita afición era absurda en un vecindario con fama de haber exterminado legiones de gatos. Aquello parecía una extravagancia para alguien que había llegado solo para cumplir una encomienda.
Además, en ese vecindario vivía don Benito, el último de la familia sospechosa de la muerte de varias
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generaciones de felinos desde tiempos inmemoriales. Unos decían que lo habían desterrado por causas desconocidas, otros denunciaban la misteriosa desaparición del resto de sus parientes. Aunque permanecía enclaustrado, esos días lo habían visto merodeando por los alrededores.
Pese a que había casas deshabitadas, mi presencia causó cierta expectación entre los vecinos, hurgaban entre cortinas o en las rendijas de las puertas. Quizá era comprensible debido a la desconfianza que el anciano mostraba al resto del mundo.
Aquel encierro, el insomnio, y una cadena de incidentes alteraron aún más mi enardecida imaginación. Olvidándome del viejo, me limitaba a cumplir mis tareas: ocuparme de la casa y comprar los alimentos. Don Tomás tenía predilección por ciertos mariscos, incluso los escondía en su cuarto.
Cierta madrugada distinguí una enorme sombra acicalándose en la penumbra, al verme corrió con inusitada destreza hasta la terraza. Busqué al anciano, pero me percaté de que tenía la costumbre de salir sin avisarme.
Al día siguiente evité contarle, pues en el fondo me inspiraba aversión, además me incomodaba
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su dificultad para articular palabras inteligibles. Solía mostrarse taciturno acercándose como animal sigiloso en la oscuridad. Tampoco le comenté los rumores sobre la salud mental de don Benito. Lo habían visto rondar de noche, colocando grandes trampas alrededor de su casa.
Por la noche escuché un sonido agudo de tono muy alto sobre la terraza, pero no me levanté, ni me ocupé del viejo, sabía que a veces dormía por largos periodos.
Con los nervios muy alterados aproveché su ausencia para husmear la habitación. Al entrar un olor a cosas viejas y rancias dominaba el ambiente. Después de indagar documentos no encontré información sobre su familia, quizá don Tomás era el último de sus ancestros. Además, descubrí vísceras de animales esparcidas bajo su cama. Estupefacto, imaginé que practicaba algún tipo de santería asociada a la extraña iconografía que colmaba la casa y a sus repentinas desapariciones. Desorientado y respirando con dificultad salí en medio de la tormenta. Entonces creí distinguir la silueta de don Tomás alejándose con agilidad increíble en la oscuridad.
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Antes de abandonar para siempre aquel lugar, el destello de un relámpago develó las siluetas de dos enormes felinos preparados para una pelea encarnizada.
Sus ojos refulgentes me indagaron de manera familiar, casi humana.
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LA ESPERA
Al descender al islote, Antonio seguía cavilando sobre la identidad de su acompañante. El desconocido lo abordó en el puerto cuando no había nadie más, era un marinero de apariencia famélica y estaba vestido a la antigua usanza. Antonio, ahora abuelo, había sido capitán y sus ancestros eran gente de mar, y planeaba retirarse el próximo invierno a un poblado agrícola para llevar vida más sedentaria.
El viejo quería conversar con el extraño, pero este se adelantaba silencioso con gran destreza tierra adentro. Solo volteaba de vez en cuando con una sonrisa sombría para asegurarse que Antonio lo seguía.
Pese a su experiencia, Antonio apenas sabía de aquel lugar. Mientras avanzaba, imaginaba la desaprobación de su familia por haber aceptado viajar con un desconocido.
Oscurecía. Al tiempo que se adentraban en el islote advirtieron unas sombras acechando entre los árboles. Pese al aparente peligro, el desconocido aceleró el paso. Luego, volteó con aire inquisitivo disimulando un fulgor en la mirada que el viejo Antonio reconoció.
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En ese instante recordó que años atrás, basándose en una antigua superstición había dirigido una comitiva para exterminar a todos los gatos del poblado, pues según los pescadores era de mal augurio que los felinos se cruzaran en su camino. En el clímax de la matanza, creyó advertir la silueta de un gato escabulléndose en un barco que zarpaba, pero un escuálido marinero, asomándose en la cubierta, le aseguró que no había nada mientras le lanzaba aquella misma lúgubre sonrisa que tardó tanto en reconocer. Antonio no pudo detener la horda de fieras que lo atacaron en aquel sitio apartado. Los enormes gatos proliferaron desde su traslado a la isla, parecían dominados por un hambre rezagada desde tiempos remotos.
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Claudia Marianné del RosarioPALACIOS QUINTANA
De nacionalidad boliviana, estudió la carrera de Sociología y también es Abogada. Comprometida con el arte en las facetas de Música y Literatura. Participó de varios festivales nacionales e internacionales en ambas disciplinas, cuenta con publicaciones en revistas literarias. Publicó su primer poemario “Sonata lúgubre en afonía” el 2009, “Estaciones de éter” el 2011, “elocuencias de espejo” el 2015, e “Improntu al Alba” el 2019 además de artículos de análisis jurídico.
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REVELACIÓN DE BRUJA A UN GATO
Felina mirada de aventura en silencio has tragado mi alma con tus ojos, en secreto, en soledad, es que acaso eres el reflejo del deseo embriagante de no querer el mundo y poseerlo.
He conjurado las sombras de mi boca y sólo tu sigilo acompaña el eco de mis historias, de mis dudas, de mis mentiras, de mi agonía, melódico nuestro lenguaje insonoro, indescifrable y escondido en la profundidad de tus maullidos y los míos, en noches sin lunas y días sin reflejos, cicatrices sin fin.
Tu dorso se ha colado entre mis dedos, sensación de constelaciones entre tus ojos de fuego que de vez en cuando queman mi desierto, en silencio, entre sueños,
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sin límites, sin alas, Te has bebido silente mis lágrimas de sal y guardas en tu lomo todas las pócimas de olvido, todas mis nostalgias de tejados juntos mordemos el rocío disfrazados de desconocidos en un paraíso enhebrado y embrujado .
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PURGATORIO FELINO
He muerto tantas veces, soy un minino sin eternidad dueña de callejones que guardan maullidos y gritos, en una vida de siete vidas e incontables muertes, condena natural? territorio? amor? poder? dolor? elegante contradicción sufrimiento sobreviviente, pardo y negro. imperceptible… diluida en la noche aparentemente me gusta morir un poco, he recorrido las calles entre lamentos acantilados y abismos de inocencia y después de todas mis muertes me enamoro nuevamente. y me pierdo
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y me voy y vuelvo… cuando estrellas nacen de mi ombligo y mis ojos nuevamente son neones sigilosa, casi sin huellas, debajo de una melódica lluvia que anuncia muerte y renacimiento siete vidas y más muertes, sin culpables, sin penas, sin condenas, en eternidad indiferente.
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Fabiola RIVERA
Nacida el 22 de febrero de 1975, en Sucre Bolivia. Estudiante de declamación y teatro en la Escuela de Música Simeón Roncal, de 1986 a 1989. Cursó sus estudios superiores en la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, obteniendo el título de Comunicadora Social.
El año 1986, participó en el I concurso de declamación organizado por el colegio Santa Eufrasia, obteniendo el tercer lugar. El año 1999 participó de la II versión del concurso nacional de cuento “Tristan Marof”, organizado por la Galería Hache, obteniendo una recomendación para su publicación.
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El 2008, publicó el cuento “Un fantasma en mi vientre” en el libro: Letras de la Plata, una iniciativa del Concejo Municipal de Sucre. El 2020, participó en el concurso de cuento corto, “Sucre en Micro” , organizado por la Secretaría de Turismo y Cultura del Gobierno Autónomo Municipal de Sucre, ganando uno de los 50 premios del mismo.
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VIDA DE GATOS
Ronroneo y de cuando en cuando me enrosco y me froto en las patas del sillón.
No hay placer más grande que el sentir la independencia en mis patas, cruzar del cuarto al tejado sin ningún problema y correr tras la lujuria, digo detrás de Perla, eso sí que es la gloria, aunque al final una de mis siete vidas corra peligro en las patas de mi gata...
Todas las noches escucho el maullido de mi especie, ese sonido mágico que me llama hacia la libertad y siento que vivir como el cuadrúpedo que me ladra desde el suelo, debe ser un castigo de otras vidas, o quizás de otras muertes.
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EL IMPOSTOR
Miau, miau, camina contoneando su figura un felino angora, vanidoso, orgulloso de su especie, observa una bolita de lana que rueda en medio de las piernas de su dueña o de su mascota, como quiera que sea de su compañera de vida. Salta hacia ella, la desenvuelve y luego la envuelve, mientras la dama grita: “sal de aquí, estás desarmando mi tejido” y el felino la mira y hace caso omiso a la solicitud, su voz firme no le convence, no le asusta, se ríe, se divierte al verla despotricar por su fanfarronería.
“Tomás, vete de aquí”, le dice y él sigue envolviéndose en el ovillo, cada vez se enreda más, pareciera que pelea por salir de la maraña de hilos que hizo.
Su testarudez saca a la dama de sus casillas, que olvida sus modales y grita: !Pinché Tomás! y entonces él sale sin novedad, orgulloso del enredo de hilos que armó, la pobre dama, se levanta para perseguirlo y arreglar su lisura y entonces ante su asombro lo ve desvanecerse en el aire, su macabra sonrisa blanca, sube y sube hacia el tejado y una caja de dientes perfectos,
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le dice: !Hasta siempre querida Alicia! y solo entonces aparece el verdadero Tomás, caminando sigilosamente y contoneando su pequeña colita angora. Alicia se deja caer, en medio de la maraña de hilos del gatito de sus sueños y aún no sabe si es un sueño o una pesadilla, lo único que tiene claro es que debe desenredar el embrollo de hilos del impostor que se hizo pasar por su dulce Tomás.
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Eliana SOZA MARTÍNEZ
Potosí – Bolivia) Seres sin Sombra (2018). 2da. Edición (2020) Ed. Electrodependiente, Bolivia. Encuentros/Desencuentros Bolivia (2019). Monstruos del Abismo (Microficción) (2020). Editorial Velatacú, Bolivia. Pérdidas (2021) Editora BGR, España. Escritoras contemporáneas bolivianas (2019), Ed. Kipus, Bolivia. Bestiarios (2019), Ed. Sherezade, Chile. El día que regresamos: Reportes futuros después de la pandemia (2020), Ed. Pandemonium, Perú. Pequeficciones (2020) Parafernalia, Nicaragua. Historias Mínimas (2020), Dendro Editorial, Perú. Microbios, antología
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de los Minificcionistas Pandémicos (2020), Dendro Editorial, Perú. Caspa de Ángel (2020), Ed. Kipus, Bolivia. Umbrales, Antología de ciencia ficción Latinoamericana (2020), Ediciones FUNDAJAU, Venezuela. Error 404: Vinculo no encontrado. (2021). Editorial Libre e Independiente, Perú. La minificción en la voz de sus autoras y autores I (2021), Nasello y Dagatti, Tusca editoras, Argentina. Antología de cuento Femenino Singular, Escritoras bolivianas actuales (2021), Grupo Editorial Sial Pigmalión, España.
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NECESIDAD IMPERANTE
Las cosas han cambiado en casa estos últimos días. Karen está diferente, la noto más cariñosa, menos preocupada, se toma los asuntos con más calma; ya no está viendo su reloj a cada momento, se da tiempo para jugar conmigo y tomar deliciosas siestas, mientras me acaricia. Lo más extraño es que ya no sale a la calle. Por unos días estuvo bien, pero ya no la soporto más, si mañana no se va a trabajar, voy a tener que escapar por los tejados, a ver si así la saco, por fin, de mi casa.
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AMOR SIN PALABRAS
Quince años de compañía inseparable. Días de cariño traducidos en incansables ronroneos, que calmaron mi llanto, migrañas y el dolor de la derrota que me persigue a menudo. Las largas noches de insomnio sin tus ojos grandes siendo testigos de mi infortunio serían el infierno. En estos momentos, en los que estoy a punto de perderte, no me arrepiento de haber salvado esa pequeña bola negra de pelos que eras, de las fauces de aquel perro cerca de un basural.
¿Cómo podré vivir sin ti? Desde hace años busco la forma de saber lo que deseas. Mi idea es terminar de construir un aparato que traduzca en palabras tus pensamientos felinos. Ahora que la cuarentena me regala tiempo valioso encerrado en mi taller lo conseguiré. Pronto, adorada Caro, ya no tendré que imitar una voz delgada haciéndote hablar. Mi trabajo en microinformática y electroencefalografía transformará tus patrones de pensamiento en un enjambre de señales eléctricas y la interface computarizada los convertirá en palabras que saldrán por este pequeño altavoz.
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El día de la prueba final ha llegado, tuve que corregir muchos errores que con tu mirada inquisidora me reprochaste. Hoy es el día.
—Tardaste tanto en terminar este invento.
—Lo sé, Caro, no fue fácil.
—Demasiado esfuerzo, horas que podías estar mimándome, para oír lo que ya te dije de muchas formas. Te amo a pesar de tus errores e imperfecciones.
—Me conmueves.
—Lo sé. Ahora, te toca vivir más, Daniel. Tu vida es corta, no tanto como la mía. No estaré para cuidarte. Vuelve a amar, haz feliz a otro gato, igual que lo hiciste conmigo.
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PRIVILEGIOS DE UNA GATA
No entendía el amor de mamá por Neni, su gata. A veces pensaba que la quería más que a mí. Estaba siempre con ella, la acariciaba, le hablaba y hasta le cantaba. También jugaba y compartía tiempo conmigo, pero sentía que no era lo mismo, que ellas tenían una conexión especial. Por eso, prefería alejarme, me daba miedo que me rasguñara o hiciera ese horrible sonido, ¡shhh!, ¡shhh!, con las orejas hacia atrás porque desconfiaba de los otros.
Es cierto que cuando mamá estaba triste, la peluda la ponía de buen humor. Le gustaba sentarse en su sofá favorito a leer un libro, mientras la gata se acomodaba en posiciones cada vez más extrañas sobre sus piernas y ronroneaba para ella, ¡qué felices se veían! Incluso, sentía que este animal tenía más privilegios. A ella no la regañaba si hacía alguna travesura como ensuciar el pasillo o rasguñar sus zapatos. En cambio, a cualquier fechoría mía daba el grito en el cielo. Estuve a punto de pensar que yo era adoptada. Un día entendí todo. Mi mamá la amaba tanto porque sabía que eran sus últimos años. Esa noche Neni
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murió, todos en la casa lloramos, yo al contemplar a mi madre tan desolada. Nunca más la vi feliz como cuando la gata dormía a su lado.
Cuando tuve mi propia casa, adopté una gatita, le puse el nombre de Sole, pero no sé por qué siempre le dije Neni.
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Teresa ConstanzaRodríguez Roca
Escritora de cuento corto y minificción. Sus relatos se encuentran en revistas y antologías de Latinoamérica y Europa, tanto en la red, como impresas. Cabe citar: Antología del cuento boliviano, comp. Manuel Vargas. Biblioteca del Bicentenario de Bolivia, La Paz 2016. Cuentos extraordinarios de Bolivia, comp. Adolfo Cáceres, Homero Carvalho. La Paz 2017. Narrativas, Revista de narrativa contemporánea en castellano. Barcelona – España 2018. Vivir lo breve, X Congreso Internacional de Minificción San Gallen-Suiza, comp. Ottmar Ette, Yvette Sánchez. Madrid-España 2020. Tributo a Monterroso, comp. Javier Perucho, Rony Vásquez. México – Perú 2021.
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Minificción Hispanoamericana, comp. Henry Gonzáles Martínez. Bogotá-Colombia 2021. Premio Nacional de Cuento, Potosí 2004. Finalista en el Concurso Nacional de Relato Adela Zamudio 2013. Isoglosa, uno de los seis cuentos ganadores del Concurso Nacional Cuéntame un Corto, fue llevada a la pantalla grande, 2018.
Libros publicados: Función privada, Ciudad de México 2006, Noche de fragancias, La Paz-Bolivia 2016.
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KARELA, MI GATA
Tuve que abandonarte cuando partí de Finlandia. Hoy, escuchando a Jean Sibelius, te recuerdo más que nunca en los primeros acordes de esta Suite: Discreta, entras en mi habitación, vas inflando tu pelambre azabache al acercarte, y tu ronroneo deviene en remolino musical. Me envuelves con tus ojos azules, me erizas con tus garras suaves, con tu dulce lengua sedienta. Recibes una porción de caricias y te alejas contoneando tu bruna silueta, para desaparecer por detrás de las cortinas blancas. Y entrar de nuevo, a seguir jugando con tu mirada celeste y tu roce sedoso.
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EXTERMINIO
No hace mucho, por la esquina rota de una ventana, atisbé el depósito de la casa. Un olor ácido inundó mi nariz. En la penumbra resaltaban trastos viejos; maletas, bolsas, cajas semiabiertas, centenares de libros apilados en estantes que cubrían dos paredes hasta el cielo raso. Pequeños trozos de papel, entreverados con unas bolitas negras alargadas, cubrían por completo el piso.
Me di cuenta entonces del motivo por el que la vecina le había hecho un regalo a doña Julia; era de color grisáceo, de andar inseguro, maullaba débilmente y tomaba leche con avidez, dormía de espaldas con las patas extendidas. ¿Iba a cazar roedores aquel montoncito de carne peluda? ¿Por qué la vecina no trajo un gato crecido?
Al cabo de una semana el gatito desapareció. Lo busqué por todas partes, hasta que perdí las esperanzas de encontrarlo. ¿Qué destino le habría tocado? ¿Se lo habrían comido las inmundas ratas?
Después de un buen tiempo se me ocurrió observar de nuevo por la ventana: encima de una pila
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de libros, en medio de los trastos, maletas y bolitas negras, el minino de color ratón practicaba su aseo gatuno, satisfecho y complacido.
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Elmer
RUDDENSKJRIK
Gijón, Asturias, 24 de octubre de 1982.
Dedicado normalmente a absolutamente nada que no sea disfrutar del ocio con un estilo semiprofesional (por el tiempo y dinero invertido en ello), los logros académicos o laborales son irrelevantes, y no por exiguos (que también), sino por faltos de interés.
Como autor, empecé a crear historias que nadie leía a partir de los 12 años. No fue hasta que pude acceder a Internet en mi casa que tomé la decisión de dar a conocer mis creaciones.
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-Enlaces de interéshttps://historiaspulp.com/ https://historiaspulp.com/ catalogoruddenskjrik/ Elangel Pulois: el detective y el monstruo McReady Marciano Reyes y la Cruzada de Venus Deprimencia Territorio Indómito (Unleashed Version)
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UNA HISTORIA DE POLVO Y ACERO
Hacía por lo menos veinte ciclos lunares que el sitio bullía de caos, haciendo sofocante el aire de las inmediaciones no solo con la actividad febril de la carne arrojada a la lujuria más desenfrenada y a la violencia sádica y depravada de los más débiles, sino con el efecto asfixiante de los gases producidos por combustibles consumidos sin reservas y el hedor grasiento de alimañas huesudas y correosas quemadas con descuido para servir de alimento. Había sido tomado por una horda de indeseables provenientes de las profundidades polvorientas del insondable desierto que se extendía alrededor de aquel insólito reducto de humanidad superviviente al holocausto de lo nuclear y de lo económicamente fallido: una ciudad pequeña pero autosuficiente, con capacidad para refinar su propio petróleo y extraer su propia agua, con espacios para cultivos precarios pero funcionales y la crianza de algunas cabezas de ganado cuyo número a duras penas conseguían mantener con el paso de los años. Pero todo ello, todo, había sido arrebatado, masticado y escupido en la cara de sus habitantes por una hueste de nómadas
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parásitos, guerreros y saqueadores que, recorriendo sobre sus máquinas de ruedas las cenizas del mundo, mantenían vivo el fuego de la vileza y la corrupción humanas. Habían hecho de la pequeña ciudad superviviente su nido, y lo esquilmaban sin medida, incapaces o resistentes al pensamiento preventivo, a la idea de un futuro más allá del más salvaje y vil placer inmediato. No eran heraldos del lema “vive el momento”, sino más bien de uno nuevo que era “voy a vivir tu momento”. Los gritos de horror y agonía eran indistintos, los de personas y animal en frecuencia y potencia. Y de un modo casi sobrenatural, de alguna forma, en realidad, inexplicable por completo, el sufrimiento despertó algo enterrado a no demasiada profundidad bajo la tierra arenosa y compacta del desierto. Primero se alzó la mano. No era realmente una auténtica mano, con sus cinco deditos y la suave y carnosa piel rodeando los huesitos: no, era más bien una suerte de pinza, tres dedos delgados y bien articulados, uno de ellos opuesto a sus compañeros a modo de pulgar, que se irguió hacia el cielo despejado al final de un brazo igual de oscuro, moteado de óxido: una extremidad metálica. Por un momento, como un amante
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del Heavy Metal, la pinza cerró el pulgar, dejando lucir dos cuernos; a continuación se cerraron también, produciendo el puño más pequeño y contundente que hubiera lucido jamás sobre aquellas tierras. El resto del ingenio se irguió con parsimonia, pero con irrefrenable ímpetu, desperdigando en gruesas losas apelmazadas la arena que lo había cubierto hasta ese momento. El robot era delgado, pero bien montado. Las juntas apenas se distinguían en sus articulaciones, que imitaban a la perfección las humanas, y su estructura negra, cubierta a trazas de herrumbre, mantenía toda su robustez desde los planos pies metálicos hasta la aplastada cabeza con forma de pequeño platillo volante.
Por un momento, el disco rotó, agitando a su alrededor las blancas luces que señalaban de manera más o menos benigna la situación de las cámaras que eran sus ojos. Mas, al centrar su atención en la ciudad próxima, desde donde llegaban a sus receptores acústicos los horribles chillidos, el robot vio sacudido todo su chasis interno cuando los diminutos servos que iniciaban sus movimientos trasladados a sus articulaciones empezaron a actuar con frenesí. Las cámaras de sus ojos se encendieron en luces rojas, gama de color reservada para los anuncios de emergencia, y
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mientras pasaba de estar sentado en la arena a ponerse en pie, no parecía sino que el ingenio artificial temblaba poseído de una furia apenas contenida por el material metálico en que había sido fabricado. Echó a andar hacia la ciudad invadida con zancadas largas y rápidas. No fueron pocos los supervivientes de la ciudad que, maniatados a postes o encerrados en jaulas para animales, fueron testigos primeros de la llegada del robot. Muchos miraban hacia la profundidad del desierto vasto soñando con la vida perdida o anhelando la oportunidad de aventurarse contra la insolación y la deshidratación como mejor alternativa a seguir presos de los carroñeros. No sabían qué ocurría, pero no dijeron nada, más curiosos que otra cosa, algunos incluso temerosos de que la llegada de la máquina iniciara en sus captores una nueva jornada de exaltado y violento jolgorio, y se cebaran en ellos. Así que, de este modo, la llegada de la máquina pasó inadvertida hasta que prácticamente, los saqueadores, la tenían encima.
—¿Qué cojones es eso? —exclamó uno que lo vio pasar el umbral que separaba la luz del sol de la sombra de parte de las carpas que delimitaban
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el techo de la ciudad. Divertido, se volvió a avisar a unos compañeros, ocupados en violar por turnos a un hombre gordito, cuyas tiernas carnes gustaban de azotar y morder—. ¡Eh, mirad, tíos! ¡Un robot flaquito! ¡Tan flaquito que a lo mejor le cabe a ese por el…!
No pudo terminar la desagradable oración. El robot había lanzado con la velocidad de un disparo su brazo izquierdo para cruzar el cráneo del saqueador desde la nuca hasta la mitad de su cara. Todo el interior salió lanzado hacia la distraída orgía celebrada sobre el gordito, incluyendo duros y lacerantes trozos de hueso y mucha sangre. Alguno de los saqueadores, acostumbrados a la violencia, no necesitaron explicaciones, y salieron corriendo contra la máquina armados con sus porras, tubos y cuchillos. El robot, con una eficiencia y velocidad que no parecían sino rabia justiciera centelleando desde sus ojos rojos, detenía los golpes y devolvía terribles puñetazos que mataban o mutilaban de forma irremediable a los carroñeros.
El jaleo se hizo monumental, y pronto aparecieron varios saqueadores armados con pistolas y rifles que reservaban para los peores momentos. Fue un error. El fuego, aunque hendía en la máquina, no la detuvo, y en su avance no tardó en eliminar a puño
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metálico a los tiradores… Para luego hacerse con sus armas.
Sus flacos dedos encajaban a la perfección en los gatillos, y a tiro limpio, sin desperdiciar una sola bala, y usando los rifles como improvisadas porras una vez descargados, el robot avanzó por la ciudad destruyendo a cada uno de los saqueadores.
Varios de los supervivientes, liberados de los abusos de sus captores en la refriega, empezaron a liberar a otros durante la lucha, y varios de ellos se atrevieron a seguir lo más de cerca que podían al robot durante su cruzada. Así, llegaron a descubrir qué era lo que había desatado la irresistible ira de la máquina.
De entre buena parte de los animales domésticos que los saqueadores tenían encerrados para devorar mal cocinados, un gato, viejo y flaco, maullaba de dolor y miedo, apretujado en una jaula para ratones. El robot lo liberó usando un gran cuidado para asirlo y extraerlo de la estrecha jaula, antes de acariciarlo un par de veces para dejarlo, al fin, en el suelo, a su libre albedrío.
—¡No puede ser! —gritó un anciano, abriéndose paso entre la multitud que seguía los extraños sucesos—. ¡Que me aspen si no es un viejo robot cuidador de gatos! ¡Ha venido a por el gato! ¡Lo ha oído maullar!
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El robot se irguió tras contemplar cómo el viejo minino, con una actitud temerosa, buscaba entre aquellas innumerables piernas un resquicio por el que escabullirse. Puso las luces rojas de nuevo en blanco y, tras un largo zumbido que sugería el fin de alguna fuente de energía, las apagó para siempre.
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Ana SERRANO
Nació en Sucre Bolivia en 1992. Escritora y Arquitecta. Publicó el microcuento ´´Miau´´ en la antología literaria Gatos de la cartonera chilena, algunos relatos cortos en la revista digital Oxímoron y obtuvo el segundo lugar del concurso Juana Azurduy en la categoría de poesía del año 2019, fue parte de la antología digital ´´Umbral de las palabras´´ publicado por la revista Argentina Emergentes del mar, participa en proyectos de fomento a la lectura y es parte del Colectivo Trueque Poético dirigido por Valeria Sandi. Actualmente trabaja escribiendo poemas, relatos y artículos de investigación en el campo de la arquitectura.
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¡MIAU!
Está bien, voy a pasar. Despacio y con mucha naturalidad guiaré mis pasos hacia la salida. Muy bien, lo siguiente es ignorar a los curiosos.
¡Por favor, señorita, no me mire con esa cara! Es solo un espejo roto!
Yo no lo conozco, señor, se debe estar confundiendo.
Sonreiré y disimularé mi nerviosismo. ¡Vamos que voy presuroso!, la puerta está cerca. No dejaré que los gritos de la señora de adelante me perturben en lo absoluto. Ya casi llego.
Correré con la elegancia que me caracteriza y me mezclaré con la multitud; pero antes debo dejar de pensar en voz alta, después de todo los gatos no hablan, dicen ¡MIAU!
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¿CON QUÉ SUEÑAN LOS GATOS?
“Podría parecer que solo los hombres sueñan pero lo cierto es que casi todos los animales cultivan el hábito de soñar, ya sean acuáticos, aéreos o terrestres” Aristoteles.
Los artificios escasean en este dilema de tiempo y espacio, aunque uno creería que abundan en esta época del año en que los epitafios están más presentes que las razones por las que fueron escritas. Me resulta interesante señalar el estado onírico por el que acabo de atravesar, sin embargo, dicha revelación oprime mi mente, dejando apenas espacio a pequeños filamentos de lucidez. No hay tiempo para el discernimiento o la espera de olas extendidas de la memoria.
Esta noche arroja algo más que miedo, ahora llueven gatos y garrotes, y relámpagos, pronto la santa corte llegará al umbral de la puerta y la canción agónica se entonará.
¡Necesitas despertar, Esther!
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ISSI-dora
Eres puñal de la suerte Cuando de ella depende La caricia de la oscura noche en tu pelaje. Eres estación de sol, cuando de dulces analgésicos espumantes se componen tus gorjeos felinos.
A ti, el Dios padre esconde el misterio de la vigilia de ensueño.
A ti, el dios hijo Oprime la orfandad del cielo La necesidad del hombre Las huestes del tiempo.
A ti, este poema contado Compuesta de horas, y lunas y noches en el tejado.
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María del Pilar TORRES GONZALEZ
Comencé escribiendo en el colegio acompañada de una libreta gorda y especial para mí y, cuando se perdió, sentí tanto enojo que no quise seguir escribiendo muy a pesar del amor por escribir poema y cuento. Pasaron muchos años antes de reconciliarme con este tema que me apasiona profundamente y hace unos 15 años recomencé a escribir dejando todo guardado y nunca me animé a publicar ni a compartir en las redes, hasta que en el 2020 alguien me cuestionó y confrontó sobre mis sueños inconclusos animándome a seguir escribiendo, así como a participar activamente en concursos. La primera vez que participé fue en un concurso en Colombia.
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He participado en: Convocatoria Revista tema libre con el poema DESDE MI VENTANACádiz-España. Concurso cuentos infantiles- Cuento PATITO MOJADO Y SU AMIGO CRICKBolivia. Ganadora del concurso de cuentos infantiles- cuento PATITO MOJADO Y SU AMIGO CRICK. Agradezco a la dirección de la convocatoria por haberme elegido entre los participantes para hacer parte de la antología de cuentos infantiles Pequeños Gigantes - Potosí Bolivia. https://m.facebook.com/story. php?story_id=10225970281588140 &id=1368169995
Concurso de poesía con el poema ELLA- Editorial ITA SASColombia. Ganadora del concurso
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en el mes de la mujer con el poema ELLA. Agradezco a la dirección de la convocatoria por haberme elegido entre los participantes con mi trabajo, pudiendo hacer parte de la antología de poemas en el libro LA MUJER QUE YO AMO - Editorial ITA SASColombia con publicación del libro colectivo Internacional Standard Book Convocatoria Concurso Nacional de escritura Colombia Territorio de historias en la categoría adulto, modalidad cuento con la obra MOSCAS EN LA BOCA. Bogotá Colombia.
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BOLITA
DE PELOS
Él apareció una tarde otoñal y lluviosa procurando abrigo. Debió hacerlo por las escaleras de incendio que conducían a mi pequeño hogar y al verlo quedé perpleja por lo pequeño, flaco y lánguido. Apenas si daba pasitos torcidos, maullando y dejando el reguero de agua por dónde pasaba. Traje una camiseta para secarlo y sus pelitos quedaron tan parados, que más parecía un erizo. Desde su llegada no dejaba de beber leche en un improvisado tazón. Aunque soy indecisa, en pocos minutos resolví cuidarlo y hacerlo mi pequeño compañerito.
Con el paso de los días nos hicimos amigos. Ronroneaba restregando su cuerpo contra el mío: algunas veces lo veía enfrente de la tele como si estuviera entendiendo la peli y no se me despegaba para nada. Me acompañaba mientras cocinaba, lavaba loza, mientras leía y, cuando iba a dormir, se enroscaba a mis pies mimoso ronroneando y pronto encontró diversión saltando y trepando los muebles y en ocasiones se metía entre las bolsas de las compras que llegaban a casa. Al comienzo no se asomaba al balcón que había, pues la
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ventana por el viento se estrellaba como explotando y haciendo mucho frío. Entonces, resolví extenderle en el piso un cobertor de lana y tímidamente se acercó, olió y olió, realizó giros, emprendió idas y retornos reconociendo el lugar, volviendo a oler y lo hizo su pequeño nidito para descansar. Podía pasar largas horas allí echado haciendo pereza o durmiendo. Habían pasado algunos días desde su llegada y aún no se me ocurría un nombre para mi amigo peludo y dormilón. Hice un listado de posibles nombres, hablé con mi madre y con mi almohada y, mirándolo fijamente le pregunté si le gustaba este o aquel nombre y nada. Él solo observaba, ronroneando y amasándome con sus patas hasta quedar dormido, teniendo que llevarlo delicadamente cuál bebé hasta su rinconcito. Muchas veces me pregunté de dónde provenía, si estarían sus padres vivos y cuántos hermanos gatunos tendría.
Una noche, al regresar del trabajo, encontré la puerta entreabierta. El balcón de par en par con la cortina de velo que se movía vigorosamente por el fuerte viento. Grité - llegó mamá, ven gatito, miau, insistía yo - ¿dónde estás? mamá te trajo unas deliciosas galletitas del mercado. Ven minino, mamá te quiere abrazarLuego de un rato, el silencio era la única respuesta a
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mis llamadas. A lo lejos se escuchaban bocinas de autos y uno que otro transeúnte hablando. Quedé muda, triste y confundida. Qué descuidada fui. ¿Dónde estará mi amiguito peludo? La ventana se estrelló por el viento y el ruido me hizo regresar de mis pensamientos. Cerré ventana y puerta y además prendí la luz. Busqué bajo cada mueble, en el baño, en la ducha, en el cuarto de ropas, me asomé por la ventana que daba al balcón para tratar de verlo en medio de la noche y nada. Busqué entre las bolsas dónde solía esconderse a jugar y miré con nostalgia su tazón y su cobertor. No tardaron en mojarse mis ojos y arrugarse mi corazón de solo pensar en él y que tal vez no lo volvería a ver. De un salto prendí la compu, y comencé a diseñar unos carteles con su foto para colocar en el vecindario a la mañana siguiente. Seguramente le pediría apoyo a mi vecino para repartirlos, pero por la tormenta se fue la luz y en el fulgor de un relámpago, se iluminó el mueble de la cocina en dónde guardaba las velas. Ya a la luz de la vela, descubrí sombras y así, me quedé un rato absorta mirándolas cuando pepitas de granizo comenzaron a caer. Tirada en el piso al lado del cobertor de lana, escuchando el fuerte aguacero la vela se consumió y me fui quedando dormida. Me desperté
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con los gritos de una pelea callejera. Me levanté, tomé un poco de agua y me acosté con la idea de madrugar pues debía levantarme para ir con mi vecino, Matías, a repartir los carteles que habían quedado a medio hacer cuando una descarga eléctrica me dejó a oscuras. Eso significaría correr en la mañana, terminar el diseño del cartel, imprimir varios y, emprender la maratónica labor de distribución en el vecindario, cruzando los dedos y deseando con locura que algún alma caritativa hubiese encontrado a mi gatito. Dormí como si hubiese recibido una descarga fenomenal de somníferos y al abrir mis ojos, un sol brillante se elevaba en el cielo azul infinito. Lo obvio era suponer que, con ese cielo, ese sol brillante ...el frío se hubiese ido a pasear muy pero muy lejos, pero no era así. La temperatura era de 4 grados y corría un viento polar dejando una sensación térmica aún menor. Puse agua para preparar un café, prendí la compu, cuando sentí chillidos agudos del gato de mi vecina: un gato gris, gordo, patas cortas y cola gruesa. Se quedó parado tras la puerta llamando a mi gatito. Nuevamente se congeló mi corazón cuando tuve la sensación de escuchar a mi compañerito a lo lejos mientras continuaba mi rutina. Una y otra vez esa sensación aparecía.
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Ya con muchos carteles cuidadosamente apilados entre mis manos, mochila debidamente acomodada en la espalda, botas, abrigo, guantes, gorro y bufanda, salí de casa dejando ventana y puerta cerradas y con la ilusión de encontrar a mi pequeño. Bajé y rápidamente toqué el timbre en el apartamento de mi vecino: un chico de cabello rojizo, pecas que adornaban su rostro, grandes ojos verdes y una graciosa e impecable sonrisa. Abrió la puerta, salió rápidamente dejando tras de sí, un cúmulo de plantas muy bien cuidadas, un inmenso acuario repleto de los más bellos y exóticos peces y una jaula con una parejita de canarios cantores.
Antes del mediodía habíamos cubierto los sitios más concurridos de la zona y algunos lugares estratégicamente ubicados incluido un inmenso parque de diversiones al que seguramente asistirían muchas personas al “trigésimo noveno festival de la uva”, a celebrarse este fin de semana, por lo que se respiraba un aire de fiesta, optimismo que me hacían saltar y sonreír.
Regresando a casa, encontré su pelota roja con un cascabel adentro. Evoqué nuestros juegos y la apreté contra mi pecho, cuando de repente alguien tocó a mi puerta, abrí sin pensarlo y un suave carraspeo me hizo bajar la mirada tropezándome con las trenzas de
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la pequeña Ana, ella cargaba un saco de lana de color violeta enrollado. Me miró, sonrió, estiró sus brazos y me entregó el bultito. La hice seguir al apartamento y abrí cuidadosamente aquel saco y cuál sería mi sorpresa al ver una bolita de pelos que me observaba con su par de ojitos grises maullando como de costumbre. Había salido corriendo despavorido la tarde anterior huyendo de los truenos y relámpagos y regresando de la escuela, Anita lo encontró asustado, mojado y claramente con frío por lo que le pidió a su madre dejarlo quedar con ella en aquella tarde gris y lluviosa. Gatito saltó sobre los muebles, recorriendo cada rincón de nuestro hogar haciendo un exhaustivo reconocimiento e inspeccionó y olió todo como un experto detective. Se encaramó descaradamente sobre la espalda de Anita abrazándola en agradecimiento y ella feliz lo recibía riendo complacida. Aquella pequeña niña rescató a mi gatito y todo indicaba que también se hicieron amigos. Comimos galletitas con Anita mientras una bolita de pelos tomaba la leche en su tazón improvisado. Por cierto, decidí llamarlo “bolita de pelos”. Y, colorín colorado, esta historia ha terminado.
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