Ressenya "Todo va a cambiar"

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usuarios en todo el mundo.La popularidad de Gmail hizo que muchos usuarios empezasen a plantearse que cuando utilizaban el correo gratuito de Google, se encontraban muchas mejores prestaciones que al recurrir a sus cuentas de correo corporativas. En general, Gmail presentaba estadísticas de disponibilidad mucho mejores que cualquier correo gestionado por una empresa, mejor seguridad, mejor filtro antispam (los filtros antispam de Gmail son colaborativos, de manera que cada usuario «enseña» al sistema y este acaba detectando la gran mayoría del spam de manera automática) y, sobre todo, mejor accesibilidad, particularmente desde dispositivos móviles. La experiencia de uso llevó a un número cada vez mayor de directivos a introducir reglas de redirección permanente en sus correos corporativos, reenviándolos a sus cuentas de Gmail personales. Los responsables de tecnología de las empresas se rasgaban las vestiduras: ¿cómo puedes manejar la información sensible de la empresa en una cuenta externa y gratuita? Y sin embargo, el resultado era contundente: no solo no planteaba problemas de seguridad, sino que ofrecía mejores prestaciones. Tras Gmail, Google fue ofreciendo progresivamente otras prestaciones, tales como agenda y, finalmente, documentos. La funcionalidad de Google Docs era sumamente simple en comparación con un programa de ofimática convencional (el 90% del mercado de las suites ofimáticas estaba dominado por el Office de Microsoft), pero... ¿qué porcentaje de las funcionalidades de una suite ofimática utilizaban realmente los usuarios? Las estadísticas afirmaban que dicho porcentaje se encontraba por debajo del 5%: la mayor parte de los usuarios tecleaban textos, los imprimían o enviaban, modificaban algún formato como tipo de letra, negrita, cursiva o subrayado, y poco más. Pero la diferencia a la hora de trabajar en grupo resultaba contundente: mientras que los usuarios de Office se tenían que enfrentar a un «control de cambios» completamente enervante e incómodo en su uso, los de Google Docs simplemente invitaban a sus colaboradores mediante correo electrónico, y trabajaban todos ellos sobre el mismo documento, contando incluso con una ventana de mensajería instantánea para coordinarse. Y, sobre todo, surgía una gran ventaja: en la metodología convencional, cuando dos personas trabajaban juntas, se generaba una dinámica de envío de versiones que acababa resultando sumamente engorrosa: cada usuario enviaba no el documento, sino una copia del mismo, copia innecesaria y que introducía una nueva versión en estado diferente de actualización a la que cada uno de los miembros del equipo tenía consigo. Esas diferencias incrementales en las versiones provocaban problemas de coherencia y generaban complejidad. Utilizando un documento online, todos los conflictos de versiones se eliminaban automáticamente: todos los participantes trabajaban sobre un único documento. De hecho, era posible quedarse mirando el documento en la pantalla, y verlo cambiar a medida que otros miembros del equipo iban introduciendo modificaciones en cualquiera de sus partes. A pesar de la sencillez del programa en términos de funcionalidades, la diferencia a la hora de trabajar en grupo era como comparar la edad de piedra y el futuro. A medida que la oferta de este tipo de programas «en la nube» crecía, empezó a ponerse de manifiesto que sus necesidades de máquina eran absolutamente espartanas: cualquier ordenador, o incluso un teléfono, capaz de arrancar un navegador servía para acceder a este tipo de funcionalidades. Los ultraportátiles, por tanto, diseñados no para funcionar como un ordenador convencional, sino para trabajar sobre la red, parecían un soporte ideal. Pero ¿es esto una limitación?


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