Datos Biográficos de la Beata Ana María Javouhey - Fundadora de la Congregación SAN JOSÉ DE CLUNY

DATOS BIOGRÁFICOS DE NUESTRA BEATA ANA MARÍA JAVOUHEY

FUNDADORA DE LA CONGREGACIÓN RELIGIOSA SAN JOSÉ DE CLUNY

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INDICE CAPITULO I .......................................................................................................................................... 2 PRIMEROS AÑOS ............................................................................................................................ 2 CAPITULO II ......................................................................................................................................... 4 PRIMERA CONSAGRACIÓN A DIOS ................................................................................................ 4 CAPITULO III ........................................................................................................................................ 6 EN POS DE LA ESTRELLA ................................................................................................................. 6 CAPITULO IV ........................................................................................................................................ 9 LA BENDICIÓN DEL PAPA – 1805 .................................................................................................... 9 CAPITULO V ....................................................................................................................................... 11 PRIMERA TOMA DE HÁBITO Y PROFESIÓN RELIGIOSA ............................................................... 11 CAPITULO VI ...................................................................................................................................... 13 CONSAGRACIÓN DE LA NUEVA FAMILIA RELIGIOSA AL SAGRADO CORAZÓN ........................... 13 CAPITULO VII ..................................................................................................................................... 14 LAS RELIGIOSAS DE SAN JOSÉ DE CLUNY PRINCIPIAN SU APOSTOLADO MUNDIAL .................. 14 CAPITULO VIII .................................................................................................................................... 18 ES LLAMADA POR EL GOBERNADOR INGLÉS DE LA COLONIA DE GAMBIA Y SIERRA LEONA .... 18 CAPITULO IX ...................................................................................................................................... 21 VUELTA A FRANCIA ....................................................................................................................... 21 CAPITULO X ....................................................................................................................................... 26 NUEVAS FUNDACIONES ................................................................................................................ 26 CAPITULO XI ...................................................................................................................................... 28 LA MADRE ANA MARÍA JAVOUHEY EN MANÁ ............................................................................ 28 CAPITULO XII ..................................................................................................................................... 30 EL CAPÍTULO GENERAL DE 1833 ................................................................................................... 30 CAPITULO XIII .................................................................................................................................... 34 LA GRAN TRIBULACIÓN DE LA BIENAVENTURADA MADRE ........................................................ 34 CAPITULO XIV .................................................................................................................................... 37 EL OCASO DE UNA GRAN VIDA .................................................................................................... 37 CAPITULO XV ..................................................................................................................................... 40 BEATIFICACIÓN DE LA FUNDADORA ............................................................................................ 40 ORACIÓN POR LA CANONIZACIÓN DE ANA MARÍA JAVOUHEY ........................................................ 41

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CAPITULO I PRIMEROS AÑOS El 10 de noviembre de 1779, ve la luz en Jallanges, cerca de Dijon (Francia), una pequeña de nombre Ana María, a quien pronto todos la llaman cariñosamente Nanette.

El 11 de noviembre de 1779 el pueblecito de Jallanges, cerca de Seurre en Borgoña, estaba de fiesta; la vetusta campana de la Parroquia de Seurre lanzaba sus más alegres tañidos; era el día de San Martín, en cuyo día se realizaba el bautizo de Ana María, quinta hija de una familia de diez hermanos, contada entre los más honorables del país.

La ternura materna presintió, ya antes del nacimiento de Nanita, que el cielo tenía sobre ella grandes designios. fue creciendo en esa atmósfera de piedad cristiana que rodeaba a las familias patriarcales de Francia, aún en medio de las sombrías amenazas de la Revolución, como en una escuela de piedad, de trabajo y honradez.

Probados por el cielo con la muerte de cuatro de sus hijos, los señores Javouhey vieron crecer junto a Nanita otras tres niñas; Petrita, María Francisca y Claudina, que, con Esteban, el primogénito, Pedro y Juan Bautista, formaban el círculo alegre y sano del hogar paterno.

Nanita brillaba entre sus hermanas como una perla de valor; dotada de una gran viveza de ingenio, atractiva, amable y laboriosa, era la animadora de la juventud que la rodeaba, así como la mimada y preferida de su padre.

Hacía el año 1786 la familia Javouhey volvió a Chamblanc, su lugar de origen, y allí es donde veremos crecer a nanita. A los nueve años hizo su Primera Comunión; su padre, profundamente cristiano, la creía aún muy niña para este acto tan grande, pero el Cura de su Parroquia, que conocía a la niña, dispuso que comulgara.

Hubo una época en que Nanita sintió halagos de vanidad. A nadie le sorprendía esto, dada la posición desahogada de sus padres, que le proporcionaron medios de satisfacer sus caprichos, y las gracias naturales de la joven. Pero el ángel del Señor velaba sobre la pureza de su alma.

El celoso párroco de Chamblanc tuvo que alejarse durante los horrores de la Revolución; algunos valientes sacerdotes trataron de continuar su ministerio, confiando en los piadosos fieles, que se exponían al martirio, escondiéndolos en sus casas.

Nanita conocía mucho de estos escondites. Activa y llena de santo celo, se exponía al peligro, proporcionando así a más de un moribundo los últimos consuelos de la religión y salvando la vida de varios sacerdotes, escondidos en la comarca, ya sea protegiendo el secreto de su retiro, ya previniéndoles a tiempo para que cambiaran de domicilio.

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El castillo de Chamblanc estaba abandonado. Un día de pronto, siniestros clamores anunciaron el pillaje y el fuego... Entonces Nanita, sin vacilar corre al lugar amenazado, entra en la Capilla, recoge los ornamentos sagrados y se apresura a esconderlos para salvarlos del robo y del incendio.

Los guardias la conocían bien, pero dejaban pasar este piadoso contrabando, conquistados por sus frases cordiales que parecían conformes a sus deseos, y no eran sino el medio de realizar sus planes: "Esta señorita Nanita, decían ..., sabe hacer todo tan bien ... que no hay medio de echar la mano encima a su famoso cura ...".

Un santo Sacerdote, el señor Ballanche, que se había retirado a Seurre, venía con frecuencia a Chamblanc, para ejercer su ministerio, y la casa del señor Javouhey le servía de asilo. La Divina Providencia, que se complace en poner en contacto a los santos, se valió de este hombre de Dios, para cultivar en el corazón de la joven Nanita, los primeros gérmenes de vocación.

Un día apurado por el deseo de asistir al Santo Sacrificio, había oído la Misa de un sacerdote juramentado, pese al cuidado que tenían los buenos cristianos de no acudir jamás: "Creía pensar mejor que los demás ...", decía más tarde, reprochándoselo.

Sin embargo, su inteligencia, su fe, su valor y su celo se iban desenvolviendo armónicamente. El señor Ballanche la dirigía con sus Consejos y ejemplos, y Nanita preludiaba ya a las obras de caridad que debía fundar más tarde a costa de tantas luchas.

Gracias a sus cuidados se vieron renovadas en el hogar Javouhey, en casa de su hijo Esteban, y en las granjas vecinas, aquellas conmovedoras escenas de los tiempos primitivos de la Iglesia, cuando se ofrecía la Divina Víctima en el secreto de la noche.

Muchas primeras Comuniones de niños e incluso de adultos fueron preparadas por Ana María; por eso, la alegría de su corazón era muy grande en aquellas benditas noches en que las más piadosas emociones se unían a las más punzantes angustias.

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CAPITULO II PRIMERA CONSAGRACIÓN A DIOS La noche de San Martín de 1798 debía ser testigo mudo de otra ceremonia, muy conmovedora e importante, al par que sencilla. Ana María había suplicado a su padre que la dejara consagrarse del todo a Dios; pero había encontrado en él alguna resistencia.

Sin embargo, el señor Javouhey, cuyo corazón era profundamente cristiano, terminó por dar su consentimiento. Así pues, vestida de blanco, rodeada de sus hermanas más jóvenes y de toda su familia, se la oyó, en el momento de la comunión, consagrarse a Dios y a los pobres.

En este acto recibió como un sello divino: fue el punto de partida de lo que debía conducirla más tarde a tan grandes y magníficos resultados.

El padre de nanita había llorado de emoción en aquella noche de gracias, había aprobado y reconocido la consagración de su hija, pero, sin duda, no comprendió todo su alcance y por eso no la dispensó de la organización de los trabajos agrícolas. Nanita debía ser su mano derecha, su ayuda, su suplente... pero ella piensa en algo muy distinto... Se siente llamada a una vocación especial.

Los niños de Chamblanc lo conocen bien, un pequeño rebaño bajo el cayado del pastor. Se instalaba en la granja de Cheffin, otras veces al aire libre, numerosas gavillas de heno servían de bancos escolares en la improvisada escuela ...Hasta adquirió un reloj para disponer el horario de clases lo más lejos posible de las miradas de su padre, Nanita enseñaba las primeras letras y el Catecismo a su encantado auditorio... Pero esto no era todo. El señor Javouhey se encogía de hombros y con frecuencia le preocupaba la salud mental de la joven: "Mi hija pierde la cabeza", decía apenado.

Un día llega de repente, se detiene un momento en el umbral de la improvisada escuela, escucha la disertación de Nanita ... y creyendo encontrar el medio de acabar con las clases y su reglamento, coge las dos pesas del famoso reloj, y se las lleva, lanzando una letanía de apóstrofes...

A su activo celo, Ana María unía una piedad tierna y generosa: le gustaba la soledad, y para entregarse más de lleno a las delicias de la oración se había hecho un pequeño oratorio en el jardín de Chamblanc; allí ante una estatua de Santa Ana, su patrona, su alma se pierde en Dios, y el Divino Maestro forma su corazón en su celeste escuela. La chispa que entonces prendió se desarrollará de modo admirable y producirá un fuego ardiente de amor a Dios que no se extinguirá en medio de las pruebas y tribulaciones del porvenir. En este dulce santuario es donde la Virgen Santísima revela a Ana María su santa vocación y le promete amparar su obra con su celeste y maternal protección.

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Ana María conquistaba los corazones son su simpatía franca y sencilla; solicitada en matrimonio por un amigo de su familia supo hablarle tan bien de la nada de las cosas de este mundo, que pronto, siguiendo sus consejos, se determinó a ingresar a la Trapa.

Ella también quiere responder generosamente al llamamiento de la gracia, y en una carta admirable, franquea su corazón a su padre pidiéndole la bendición y el consentimiento, para seguir su vocación religiosa. Ya el cielo de Francia aparecía más sereno, la Iglesia se levantaba de sus ruinas, y comenzaban a reaparecer varias Congregaciones religiosas.

Ana María se dirigió, pues a Besançon, donde fue recibida como postulante en las Hermanas de la Caridad.

Allí, encantada al principio, con la vida regular y de celo de las religiosas, se ve de pronto sumida en las más penosas zozobras. Ocupada, en cumplir fielmente su deber, no puede desoír, no obstante, la voz íntima, que allá en el fondo de su alma hace un nuevo llamamiento. Pero ... ¿Qué quiere de ella el Señor?... "¿Qué tengo que hacer?", se preguntaba perpleja.

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CAPITULO III EN POS DE LA ESTRELLA Un día, en un cuartucho oscuro donde se guardaba el carbón dijo a Nuestro Señor con todo el entusiasmo espontáneo de su ardiente corazón: "Dios mío, con tal de que cumpla Vuestra Santa Voluntad, poco me importa lo demás, y para ello consentiría de buena gana en estar toda mi vida, en lo más hondo de esta carbonera si este fuera vuestro deseo...". Una voz íntima le respondió: "Me serviré de ti para hacer grandes cosas".

Al instante volvió a reinar la paz en su corazón, y vio claro; pero no cesaron aquí los favores divinos. Una mañana Ana María se ve rodeada de una multitud de niños que cariñosamente la llaman "Madre"... Los había blancos, negros, amarillos, mulatos... y ella, que no conocía otra raza que la de sus compatriotas, los miraba con tierna emoción, mezclada de sorpresa, cuando una voz inefable le dijo de modo muy claro, estas palabras: "Yo soy Santa Teresa, estos son los hijos que te doy, y yo misma protegeré tu orden". Varias veces se repitieron visiones análogas, dejando a la joven, no turbada, sino, al contrario, sumida en una paz completamente sobrenatural.

Besançon no era para ella un lugar definitivo; Pronto la Voluntad Divina se manifestó de nuevo. Ana María se había entregado a la obediencia, y a pesar de todo lo sucedido, la vemos prepararse a su Toma de Hábito e invitar a ella, a sus padres. Los señores Javouhey habían hecho generosamente el sacrificio de su hija y fueron a Besançon, mas, cual no sería su sorpresa cuando les anunciaron que el Señor parecía tener sobre ella otros designios; Ana María deja pues la Comunidad donde su alma había recibido tantos favores divinos, y vuelve al hogar paterno, para asistir a los últimos momentos de su hermano Juan Bautista que entrega su alma a Dios a los 17 años, con inefables sentimientos de piedad y amor divino.

Entregada a sus propios pensamientos, esperándolo todo de la Divina Providencia, Ana María seguía la dirección de su venerable Párroco, y del señor Ballanche, su antiguo Director; pronto encuentra en un santo religioso, un guía seguro, que el cielo parece enviarle, Dom de L`Estrange, abad de la Trapa que consintió en visitar personalmente a Baltazar Javouhey para estimularlo a que favoreciese los proyectos piadosos de Ana María. Sus venerables palabras, llegaron al corazón de este hombre de bien que compró una casa en Seurre, para que se instalara Ana María y su hermana María Francisca, abriendo una escuela. Jallanges tuvo también la suya y María Francisca iba cada mañana a dar allí la clase.

Ana María no contenta con esto, abre como puede escuelitas en los alrededores, y las madres se apresuran a llevar a ellas a sus hijos; se la ve recorrer los pueblitos vecinos sembrando el bien por donde pasa, dándose sin medida a los pequeños, a los débiles ... llevándose con frecuencia chiquillas hasta Seurre.

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Un día encuentra seis pequeños huérfanos, abandonados en una oscura cueva: su celo no se para en consideraciones, y sin pensar siquiera en la extrema pobreza de la Comunidad de Seurre, se los lleva alegremente pensando: "Dios proveerá ...".

Ninguna alumna pagaba en la escuela; por eso vivían con gran modestia. Un día el señor cura de Seurre dejó seis centavos para comprar cerezas, pero se dio preferencia a un poco de sal ... ¡Era más útil! Mas tarde decía la Bienaventurada Madre, al recibir diez francos del señor Obispo de Autun: "Hasta aquel día, nunca habíamos recibido ninguna limosna".

El señor Javouhey daba algún dinero lo mismo que víveres, pero los gastos eran siempre muy superiores a los ingresos. Por esto, sufrían todos los rigores de la pobreza, aliciente para Ana María y su joven Comunidad, en cuyos corazones sobreabundaba la perfecta paz y alegría en medio de tales pruebas. A la pobreza se unieron las contrariedades del público y el descontento manifiesto del señor y la señora Javouhey. Los reproches, un tanto violentos, de su padre, dieron lugar a una carta de Ana María tan hermosa que queda como un monumento de la pura caridad que inundaba su corazón. Al terminar, Ana María Javouhey firmaba: "Sierva de Jesucristo, en los pobres, que son sus miembros ...".

Siguiendo siempre, los santos consejos de su Director, piensa en alejarse de su familia y marcha a Dóle con dos de sus hermanas; pero su madre se niega a ayudarlas, y no permite salir de casa a las otras hijas. Parte, pues, sola, a escondidas, amparada por las sombras de la noche.

Algo más tarde, la vemos en Nuestra Señora de las Ermitas, en Suiza. Después de haberse postrado a los pies de la Virgen marcha al Monasterio de la Val-Sainte, donde Dom de L`Estrange se encarga de dirigir su alma.

Por un instante, el Monasterio de la Santa Voluntad de Dios, colma la existencia, tan llena ya, de la joven Ana María; allí se entrega virilmente al trabajo ascético, al olvido de sí misma, al aniquilamiento de su propia voluntad.

Sin embargo, por consejo del propio Dom de L`Estrange, el Señor le manifiesta que tenía otros designios. Ana María, enteramente sumisa, se preparaba, como en Besançon a dejar la librea del mundo, aunque sintiese en su corazón un irresistible atractivo, un llamamiento divino para realizar la obra que Dios le pedía; por eso cuando en la misma mañana de la toma de Hábito en la trapa, su Director le declara que es libre de seguir ese atractivo, su alma queda inundada de esa paz, de esa alegría sobrenatural que no puede venir sino del Espíritu Santo. Dom de L`Estrange quiso dirigirla personalmente en sus nuevos ensayos; esperaba hacer de ella su auxiliar en la Obra de la Tercera Orden de la Trapa; pero este proyecto no prosperó. envía después a la señorita Javouhey, con otra muchacha a Souvans. Allí trabaja con todo el ardor de su carácter entusiasta. Le confían numerosos niños; recoge huérfanos sin recursos. Ana María y su compañera prescinden hasta de lo necesario; su alma era tan grande como confiado su corazón.

En la rústica Iglesia de Souvans, su mirada reposaba a menudo confiada en la imagen de San Martín, su Patrón; sabía que no dejaría de acudir en su auxilio. Su gran piedad la llevaba sobre todo a los pies de Jesús-Hostia. Un día, todo parece ya perdido... entonces marcha a la Iglesia decidida, y golpeando con insistencia la puerta dorada del Sagrario, brota la queja espontánea de aquella alma tan grande, revelándonos su grado de intimidad y confianza con Nuestro Señor: "pero, ¿y estas niñas?, Dios mío ... ¿estas niñas que me 7

habéis confiado, las dejaréis sin socorro? ... ¿Acaso no son vuestras hijas? ... Una dulce y divina voz le responde en el acto: ¿Te he faltado hasta ahora? ¿Por qué vienes, cuando tu oración ha sido ya escuchada?... Ana María queda tranquila: Vuela al lado de su compañera y de sus niñas, las trae al santuario y haciéndoles juntar sus manecitas se postran ante el Sagrario para implorar socorro. ¡OH maravilla! Llaman a la puerta, frente a la cual está un carro cargado de provisiones y de pan recién cocido. el señor Javouhey baja de él con uno de sus hijos: “Hija mía, dice, Dios no quiere que te abandone".

Obediente siempre Dom de L`Estrange, Ana María cambia Souvans por Choisey; pero el señor Javouhey, a quien su hija conquistaba cada día más para la obra de Dios, la reclama en Chamblanc, y consiente en dejarla obrar conforme a su vocación; hasta hace construir una escuela en su propia finca; sus cuatro hijos formaban parte de la comunidad, y a él mismo, le gustaba asistir a las oraciones en común. Bromeaba hablando de los huérfanos: "Son hijos adoptivos de mi hija; ella será su segunda madre, y yo su protector".

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CAPITULO IV LA BENDICIÓN DEL PAPA – 1805 En esta época (1805) el Sumo Pontífice Pío VII, de regreso a Italia, después de la coronación de Napoleón, atravesó Borgoña. Esta noticia causó en Chamblanc una gran emoción; Ana María deseando ardientemente ver al Vicario de Jesucristo fue a Chalon-sur-Saóne acompañada de sus tres hermanas; allí recibe la bendición Papal, asiste al Santo Sacrificio de la Misa, celebrado por el Soberano Pontífice, recibe de su mano el Pan de los Ángeles, y es en fin, recibida en audiencia.

El Papa bendice las cuatro primeras piedras de la familia de San José y dirigiéndose a Ana María: "Dios obrará por vuestro medio, grandes cosas, para su gloria ...", le dice.

Volvió a Chamblanc, con el corazón rebozando de alegría y esperanza. Este encuentro del Ilustre Pontífice con la humilde Fundadora, es verdaderamente admirable en los divinos designios y marca, desde sus comienzos, con un sello apostólico, a esta familia religiosa en la que el amor a la Santa Iglesia y a su Representante visible será como un blasón característico y perpetuo.

El celo de la joven Fundadora cobró nuevo impulso a raíz de este nuevo e inestimable favor. Un día Ana María desaparece de Chamblanc; su familia sorprendida, se pregunta el motivo de su ausencia.

Se había ido a postrar a los pies de Monseñor de Fontanges, Obispo de Autun, solicitando su aprobación para la obra que quiere emprender. Un poco desconfiado al principio, el Ilustre Prelado da, al fin, su pleno consentimiento a los proyectos de la ardiente Fundadora; un santo sacerdote, el señor Gicaly, le sirve de consejero, y animadas con su ejemplo y entusiasmo, se le unen varias compañeras.

La víspera de la Asunción, llega a Chalón, acompañada de su hermana Petra. En Chamblanc llamaban bromeando, a Ana María, "la Directora", a Petrita, "el Ama de casa", a María Francisca, "la Santa" y a Claudina, "la Señorita"...

Ana María logró de su padre la colaboración de sus tres hermanas que, con sus dotes especiales, y, sobre todo, con su angélica piedad, iban a trabajar activamente con ella, en la obra de Dios; pide asimismo y consigue la ayuda de su hermano Pedro, al que confía los niños. Fue una nueva vida para Chalon; el celoso sacerdote de San Pedro ayudaba a la naciente congregación. el alcalde, señor Royer, tomó como suyo el asunto, y los niños abundaron pronto en la sacristía del antiguo Seminario. A las cuatro hermanas se unieron otras seis jóvenes.

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La Fundadora expresa espontáneamente su felicidad, a sus padres, llamándose esta vez: "Sor Ana María del Niño Jesús". Era manifestar públicamente su ardiente deseo de la vida religiosa, y su tierno amor al Divino Maestro y a su Santísima Madre.

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CAPITULO V PRIMERA TOMA DE HÁBITO Y PROFESIÓN RELIGIOSA El 20 de agosto de 1806, vemos al digno Párroco de San Pedro de Chalon, bendecir el primer Oratorio del Instituto: "¿Bajo qué advocación, hija mía, quiere usted colocar su Capilla ...?". "Bajo la de San Bernardo, Padre". ¿Y por qué no la de San José?... interrumpe el señor Cura. Santa Teresa puso su primera fundación bajo la protección de San José, y yo mismo me llamo José. "Como queráis, Padre mío", responde Ana María Javouhey. El nombre de Santa Teresa pronunciado en esta circunstancia, reaviva sus más íntimas impresiones, y San José queda instituido para siempre como Patrón, protector y Padre de la Congregación que llevará en adelante su nombre y le profesará una devoción y confianza filial.

Las Religiosas de San José, vivirán en adelante bajo el mismo techo que Jesús Sacramentado, y todas las Comunidades del Instituto gozarán en el porvenir, el mismo privilegio.

En esta época vemos extinguirse, las relaciones de la joven Fundadora con la trapa; el mismo Rvdo. P. Dom de L`Estrange puso fin, a ellas con una carta dirigida a la señorita Javouhey, en la que reconocía, que estas relaciones, no parecían entrar ahora en los designios de Dios.

Ana María había asimilado de la Trapa cosas grandes y hermosas en el orden espiritual; de ahí que sus primeros Estatutos, tengan su sello característico, bien manifiesto en su divisa: "La Santa Voluntad de Dios" que la familia de San José ha recibido como una herencia de labios de su primera Madre: La estancia en la Trapa fue sin duda, prenda de santidad y bendición.

La Parroquia de San Pedro de Chalon iba a ser testigo de una hermosa y emocionante ceremonia, de la cual, la Francia católica, sumida en el dolor y la prueba de la Revolución, había estado privada tanto tiempo. El 12 de mayo de 1807, un grupo de jóvenes vestidas de blanco, enarbolando la bandera de la Reina del Cielo, acompañaban, desde su casa a la Iglesia, a las cuatro hermanas Javouhey y sus compañeras. Todo el pueblo de Chalon está en movimiento.

Monseñor Imberties, acoge al piadoso cortejo en el pórtico de la casa del Señor, bendice los santos hábitos religiosos y recibe los Votos de las esposas de Jesucristo. Fue la primera ceremonia de Toma de Hábito y Profesión en el Instituto.

La Venerable Fundadora conservó el nombre de Ana María, y sus hermanas recibieron los de María Josefa, María Teresa y Rosalía; cinco jóvenes más completaron el número de las primeras piedras de la Congregación.

El hábito azul, recuerdo de la patria celestial, será en adelante la herencia de la Religiosa de San José, la toca blanca, símbolo de la inocencia en la que debe estar envuelta toda su 11

vida, le hablará de la castidad de las Esposas de Cristo, y el amplio velo negro, le dirá que el mundo ha muerto para ella... El escapulario, cubriendo en parte su traje azul, la distingue como hija de María, y el santo rosario que cuelga en su lado izquierdo, le habla de la oración contínua que debe brotar de su corazón hasta sus labios entregados a Dios. El crucifijo, es símbolo del espíritu de sacrificio, sin el cual la Religiosa de San José no puede, ni debe vivir; este crucifijo como un himno divino, la acompaña hasta su último suspiro, después de haber consolado a muchos moribundos, secado las lágrimas del anciano, después de haber pasado por los labios del niño, por las manos carcomidas del leproso, o por los dedos de color ...

Pedro Javouhey fue también revestido de un hábito religioso, tomando el nombre de Hermano de San José, ya que al principio la intención de la piadosa Fundadora, era crear también una obra especial para los niños pobres.

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CAPITULO VI CONSAGRACIÓN DE LA NUEVA FAMILIA RELIGIOSA AL SAGRADO CORAZÓN El 6 de junio de 1807, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, la modesta familia de San José se consagraba solemnemente al Divino Corazón. Fue como una aurora de las múltiples gracias que debe el Instituto al amor ardiente que la Fundadora profesaba al Corazón adorable del Divino Maestro; de El sacaba su celo infatigable por la salvación de las almas, ese ardiente deseo de hacer el bien, esa maravillosa confianza en la Divina Providencia...

Pronto la veremos enfrentarse con nuevas luchas, admirable en su humildad y paciencia, firme e intrépida siempre, en medio de las mayores tempestades con la mirada en el Cielo y el corazón abandonado a Nuestro Señor, conservando su paz en las más violentas tormentas y en los dolores más amargos.

El 12 de mayo de 1807, la Hermana Ana María Javouhey fue nombrada Superiora de su Congregación. Sigámosla ahora hasta Autun, cuyo Seminario pusieron a su disposición para establecer en él un Noviciado: el día 15 de octubre de 1808 festividad de Santa Teresa se celebró en él la primera Misa. Eran muy pobres, en verdad, pero amaban la pobreza, la abnegación y el trabajo; vivían al día, más la alegría acompañaba siempre al sacrificio y la caridad. El buen señor Javouhey era el paño de lágrimas, el padre de la naciente Comunidad, y tanto amaba a su hija que hasta hizo pregonar por el pueblo, a toque de tambor, que salía fiador de todas sus deudas.

A principios de 1811, la guerra de España trajo a Borgoña una verdadera legión de prisioneros españoles: inmediatamente dos grandes salas además del refectorio, quedan transformadas en refugio. Mas, ¡hay! el tifus reinaba entre los desgraciados, y oficiales lo mismo que soldados sucumbían en gran número; pero al menos las hijas de la Madre Javouhey, con ésta a la cabeza, los preparaban para el momento supremo con una abnegación que no conocía límites. Un día, es la valiente Madre la contagiada; dejándolo todo con alegría, en un heroico acto de resignación, contempla con amor la ansiada Patria; pero sus hijas desconsoladas, elevan al cielo súplicas fervientes. La reverenda Madre vuelve a la vida, por una especie de prodigio, y esta vida será en adelante más fecunda que nunca en gracias y en caridad. A los prisioneros de España sucedieron los de Austria; los recursos se agotaban, pero no el ingenio, ni la caridad de la Madre Javouhey. Pide en casa de unos vecinos provisiones de carne, pan, vino y aguardiente, y deja en prenda el único reloj que posee la Comunidad; luego entrega alegremente los víveres a aquellos desgraciados.

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CAPITULO VII LAS RELIGIOSAS DE SAN JOSÉ DE CLUNY PRINCIPIAN SU APOSTOLADO MUNDIAL Cluny sucede a la etapa de Autun, rico de recuerdos y de pruebas. En el antiguo monasterio de los célebres benedictinos, que la Revolución francesa ha dispersado, La Madre Javouhey, se ve pronto al frente de varias obras, y el nombre de Cluny, se une para siempre al de Religiosas de San José: "Acabarán por ir a Paris ..." había dicho un día Baltasar Javouhey a su hija. No se equivocó. Pronto veremos a la intrépida Fundadora en la Capital con alguna de sus hijas, luchando con numerosas dificultades, viviendo al día: apenas pueden procurarse pan, falta el agua, y los alimentos más corrientes; el mobiliario es tan poco confortable que ni siquiera disponen de camas suficientes. Era la obra de Dios (la Bienaventurada Madre lo repetía con frecuencia) y por eso debía de triunfar de todos los obstáculos. Las Religiosas de San José recibieron en medio de sus pruebas, la felicitación de la Sociedad de Instrucción Primaria, y les fueron confiadas algunas escuelas.

En 1817 vemos por primera vez a las Religiosas de San José atravesar los mares con rumbo a las posesiones francesas en ultramar. Al Gobernador de la isla de la Reunión - cerca de Madagascar - Sr. Desbassins de Richemont le preocupaba la situación moral de una isla cuya prosperidad material iba en auge.

En un viaje que hizo a Paris se enteró de las iniciativas de la Madre Javouhey, la visitó y la propuso lo mucho que podía hacer en favor de los pobres y desamparados indígenas. La oferta, que era apoyada por el Ministro de Gobierno, entusiasmó el corazón de la Madre. Recordó aquella visión misteriosa de Santa Teresa que le presentaba unos niños de tez de ébano. Era, sin duda, la voz del Señor que se dejaba oír; por eso rebosaba de alegría, admiración y gratitud.

Cuatro Hermanas salieron para la isla de la Reunión el 10 de enero de 1817 y otras cuatro la siguieron poco tiempo después.

Desde el principio, sus trabajos fueron señalados con el sello de las bendiciones divinas.

"Ya no vivo, les escribía a la Bienaventurada Fundadora, más bien muero de deseos de unirme a vosotras". Esa isla era el primer paso hacia ultramar; pronto, el Senegal se abría al celo del Instituto: "El clima de Senegal es muy peligroso, decía la Reverenda Madre; por eso, tengo que ir yo misma"; pero aún no había llegado su hora, y fue la Madre Rosalía Javouhey, la más joven de sus hermanas, la que embarcó en su lugar. La querida Madre las acompañó hasta Rochefort. Las Hermanas misioneras despertaban en esta época en el seno de Francia entera, curiosidad, admiración y simpatía: se las veía rodeadas siempre y abrumadas de preguntas; dos pobres campesinas se arrodillaban delante de ellas, y cuesta lograr que se levanten.

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Seis semanas más tarde, las Religiosas de San José pisaban el ardiente suelo africano, el mismo día de la festividad de su glorioso Patrón.

La mies estaba a punto, pero dominada por la cruz; las hermanas se dedicaron especialmente al cuidado de los enfermos del Hospital Militar; les hizo falta buena dosis de abnegación y valor para sobrellevar una larga privación de todo auxilio de la Religión: "...pero, escribía la Madre Rosalía, siento una mano muy fuerte, que retendrá aquí a todas las Religiosas de San José, sin que ni una sola falle ...".

En Francia, la Congregación progresaba cada día más, y con motivo de nuevos embarcos para Senegal, las Antillas y la Guayana, la reverenda Madre marchó a Rochefort y deseando tener allí un apeadero para estos embarcos abrió una escuelita dirigida por cuatro Hermanas. desde Rochefort escribe una serie de cartas hermosísimas, en la que nos descubre su noble y grande alma. en fin, el 1º de febrero de 1822, embarca a bordo del "Pantera" con seis de sus hijas, y nada hubiera sido capaz de detenerla. Grandes fueron la sorpresa y la pena en Francia, en el seno del Instituto, mientras que en el Senegal fue indecible la alegría que produjo la llegada de la Bienaventurada Madre, que desembarcaba, sonriente, tranquila y confiada; toda inquietud y preocupación se desvaneció ante semejante felicidad. La porción más querida confiada por la Providencia a la Bienaventurada Madre, es sin duda esta de los negros, como le gustaba repetir con cariño.; por eso sus obras, en tierra africana fueron grandes y magnánimas. Instruirá a los pobres negros, a la juventud mulata y criolla, cuidará a los enfermos, acudirá allí donde se pueda hacer algún bien... su solo aspecto ganará las almas a Dios. "¡Cuanto cariño le tengo a África, escribía! ¡Nunca agradeceré bastante al Señor el haberme traído aquí!...

Las costumbres del país le interesaron mucho: “Los indígenas, le había escrito ya la Madre Rosalía, no emplean sillas para sentarse, ni cubiertos ni platos para comer. La arena es su asiento y su mesa universal; una sola calabaza sirve de taza, lo mismo a cinco que a diez personas; pescan en ella por turno, con la mano, su típico alimento, el clásico "cus-cus".

Los niños de nuestra escuela que son los señores del país conservan aún el uso de extenderse en el suelo: difícil será hacerles perder esta costumbre".

"Las mujeres andan poco cubiertas: dos anchos trozos de tela componen todo tu atavío; uno de ellos les cubre desde la cintura hasta las rodillas, y el otro desde la cabeza hasta los pies; pero éste no lo llevan siempre; es el traje de gala, se lo quitan para trabajar, o bien lo echan con negligencia sobre los hombros. Las grandes señoras lo llevan siempre, y por cierto de tejidos riquísimos. ¡Si vieran todos sus adornos!... Los brazos y las piernas están cargados de brazaletes, de placas de oro y plata y su cuello es una verdadera exhibición de escaparate...

Al saber que las religiosas no tenían más esposo que el Divino Maestro, estas pobres gentes no las llamaron ya, sino las hijas del cielo. ¡Aldiana! ¡Dignéne!

Las grandes señoras del país fueron una grande preocupación para la Madre Javouhey: la querían mucho. Después de su regreso a París no cesaron de añorarla; una de ellas, Anacola, no se cansaba de repetir: "¡Qué buena... ¡Qué encantadora era! ¡Qué historias de Nuestro Señor tan lindas contaba... Después de comer acudía un buen grupo de amigas, damas elegantes también, y hablábamos de religión. "Mi boda fue la primera que hizo y también mi Primera Comunión. Con frecuencia nos visitaba a unas y otras, para darnos a conocer a Dios”, repetía al hablar de la buena Madre.

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Otra escribe: "¡Era muy sabia!; me leía cosas muy hermosas y me enseñaba lo que era el pecado. ¡Qué buena era! No hemos conocido Religiosa más encantadora y amable", y la "ilustre" dama, acompañaba su palabra con gestos expresivos, poniendo la mano patéticamente sobre su corazón.

Los enfermos fueron los predilectos de la Madre Javouhey. ¡Cuántas vigilias, cuántos cuidados maternales, cuánto heroísmo con aquellos pobres, soldados víctimas de epidemias... Se explicaba el respeto con que aquellos muchachos besaban la mano que los cuidaba ¡Con qué alegría la oían hablar de Dios!... ¡Qué dulce consuelo en los momentos de desaliento oírla cantar aquellas viejas baladas infantiles de la madre patria...

Muchos soldados murieron a esta vida de la tierra, pero ganaron la del cielo.

Por el celo de la Madre, Jesús bajaba a aquellos pechos jadeantes, y la paz que irradiaban estos pobres moribundos manifestaba a las claras la abundancia de misericordias divinas.

Los pobres negros, sumidos en tantos males, se sentían aliviados junto a la buena Madre Javouhey, que los trataba como verdaderos hijos; ¡ellos, más que nadie, tenían derecho a su paciencia y a su ternura exquisita, con la que bien pronto conquistaba sus corazones y voluntades!...

El hospital donde reinaban a su llegada el mayor desorden y desorganización tomó un aspecto simpático, confortable y risueño; tanto que los administradores, no pudieron resistir al ascendiente de la Madre Fundadora.

Pronto se levantó una escuela y daba gusto ver acudir a las negritas en masa. Se instruía, se catequizaba, se bautizaba a los pequeños; sin olvidar a los adultos y a los ancianos. La Madre Javouhey, rodeada materialmente de negros: hombres, mujeres, jóvenes y niños, enseñaba a todos las principales verdades de nuestra Santa Religión.

Al lado de los negros, vemos una multitud de marabús, para ganar cuyas almas, la Bienaventurada Madre siempre pronta a todos los sacrificios, no tiene más arma que la oración, a la cual se entrega con ardor. Le era muy difícil encausarlos en una conversación sobre religión; desde las primeras palabras, temían ser subyugados por el espíritu de los blancos, como decían. Un joven moro escuchaba un día con gran atención a la Madre: "Tienes demasiada ciencia para mí, y la Religión de los blancos, en modo alguno ha podido ser hecha para los negros. tu Evangelio es bueno, pero también el Corán. Si mi padre estuviera aquí, te lo demostraría".

Otra vez un negrito se puso a sollozar diciendo: "No quiero ir al Paraíso... No quiero ir donde mi padre no puede estar...". Sin embargo, la Bienaventurada Madre actuaba como intrépida misionera, escudada en la gracia divina.

A cuarenta leguas de San Luís a orillas del Senegal, va a fundar una nueva casa. Hay que hacerlo todo: Sin demora, se pone personalmente a la obra.

Al mismo tiempo que gana corazones para el Divino Maestro, enseña y ayuda a construir chozas, a cultivar la tierra. Pronto, seis hermosas cabañas se levantan airosas, con gran admiración de los negros: La misma Bienaventurada Madre nos hace la descripción.

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"Allí hemos construido sin albañiles ni carpinteros, seis preciosas chozas o casitas confortables. La nuestra se compone de tres habitaciones: una sirve de sala para recibir a los reyes y príncipes del país, que nos visitan con frecuencia, la segunda de cuarto de trabajo y la tercera de cocina". Y añade: "Lo que nos vale la visita de muchas mujeres, es un gran espejo colgado en la sala. ¡Si vieran su admiración al contemplarse! Hacen cien mil muecas, buscan el misterio escondido detrás; no pueden comprender por qué arte encantado esta maravillosa máquina repite todo lo que ellas hacen. Se pueden anotar muchas curiosas observaciones sobre un pueblo tan salvaje como dulce. En cuanto a mí, tengo menos miedo de cincuenta negros juntos que de dos blancos. Pero terminemos la descripción de nuestro encantador edificio: estamos rodeadas de un doble seto de fuertes espinos, cuya finalidad es preservarnos de los leones y demás fieras que vienen también a visitarnos, y alejar las continuas peregrinaciones de negros que en todo momento nos abruman. Esta pobre gente trata únicamente de comer y de vestirse y para nada piensa en el porvenir... A veces me dicen: "¿Cuál es el Dios de los blancos?". No rezan jamás. "¿Para qué rezar si ya rezas tú?".

Aprovecho de estas ocasiones para hablarles de nuestra Santa Religión. Tenemos a nuestro servicio doce marabús: todos ellos, muy observantes, no beben vino ni aguardiente; se levantan en cuanto despunta el día, para orar juntos, antes de marchar al trabajo, no sin haber cumplido la rúbrica de lavarse con agua y arena; vuelven del trabajo a las once, rendidos y en ayunas: no importa, lo primero que harán será reunirse de nuevo para orar: Sí, lo repito, estos pueblos serán la condenación de muchos cristianos tibios. Hay muchas ilusiones y fanatismo entre ellos. Caen de una superstición en otra. Sería preciso muchos buenos ejemplos para conducirlos suavemente a la verdad. En los niños hay muchos recursos; con ellos cuento, si el Señor quiere servirse de mí para una obra tan grande.

Digámosle todas: "Héme aquí Señor; ¡haced de mí lo que os agrade!".

Los trabajos de Dagana se vieron entorpecidos por una cruel epidemia: La Bienaventurada Madre se multiplica junto a los enfermos y los moribundos; no hay uno que no quiera morir en sus brazos, ni una sola frente sobre la cual deje de caer el agua regeneradora, pero pronto el mal hace presa de ella y su valiente compañera tiene que repartir entre el tiempo entre la cabecera de su querida madre y las chozas de los pobres negros.

Informado el Gobernador de la Colonia envía inmediatamente un barco para conducir a San Luís a la Madre Javouhey, logrando así salvarla.

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CAPITULO VIII ES LLAMADA POR EL GOBERNADOR INGLÉS DE LA COLONIA DE GAMBIA Y SIERRA LEONA La Bienaventurada Madre Javouhey había fundado en Gorea varias escuelas y un Hospital.

Dagana poseía, gracias a sus desvelos, una colonia agrícola. Sabedor de esta actividad, el Gobernador de la Colonia Inglesa contigua al Senegal le pidió, con insistencia, que aceptara la dirección de los dos hospitales de Santa María de Gambia y de Sierra Leona.

Su alma llena de santa alegría parte a estas nuevas regiones: "¡Oh! qué felices somos!" repetía una vez más. Llevó a Gorea con ella a una Religiosa enfermera, a una Postulante, iniciada ya en los trabajos apostólicos, y a la joven Florencia.

Florencia fue un tierno capullo de flor africana. Había nacido en el país de Fouta, en Senegambia. Un día, gran conmoción en el poblado: los negreros lo invaden, y echan mano a todo lo que encuentran: hombres, mujeres, niños, nadie escapa a su rapacidad. Pero ya en alta mar, el navío es capturado por un buque francés, que lo conduce al mercado, donde los colonos vienen a comprar esclavos. Una señorita europea, hija del Comisario, descubre a la negrita, hermosa, simpática y sonriente, pues no se da cuenta de su desgraciada suerte. Su madre se la compra, y la llaman Florencia en recuerdo a Toscana, su patria; en adelante será la sirvienta de su hija.

Una mañana, una negra, capturada a su vez, llega hasta las cercanías de la casa: su mirada inquieta y su insistencia resultan sospechosas. Interrogada, responde en su lengua, que allí está su hija y que quisiera verla; en el nombre salvaje que pronuncia, creen reconocer a Florencia, a la que se hace salir sin descubrirle el motivo.

Apenas llegada a su presencia, la pequeña exclama: ¡Madre!... con una alegría y emoción indescriptible; su corazón no había cambiado en el ambiente tan distinto del que le había visto nacer: Nuestro Señor arrebató pronto de la tierra de la dueña de Florencia y la Madre Rosalía la compró entonces por 300 francos.

La Bienaventurada Madre conoció a Florencia a su llegada al Senegal, y desde el primer momento la quiso con un cariño especial. La negrita le correspondió con toda su alma y cuando los labios de la buena Madre pronunciaban los nombres de Jesús y de María, permanecía estática y pensativa, sin embargo, poco a poco, una profunda tristeza iba ensombreciendo su mirada antes tan viva. Sollozaba a veces desconsolada. "¡Ay! estoy segura que me harás bautizar...", decía. "No hijita... tranquilízate", respondió la Madre; "no serás bautizada mientras no lo desees".

El corazón inocente de Florencia no resistió a la gracia y algunas semanas más tarde volvía sonriendo diciendo: “puedes buscarme padrino, quiero bautizarme". Así y todo, no recibió el bautismo hasta llegar a Francia. Acompañó a la Beata Madre en sus excursiones a Santa María y Sierra Leona.

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En diciembre de 1822, el Gobernador inglés de Bathurst acogió con cordialidad a la Madre Javouhey, a la que desde hacía tiempo deseaba ver en esta región tropical. Ella misma nos describe el lamentable estado del Hospital de Santa María. "Los enfermos negros están tendidos en el suelo y los blancos en esteras. No existen provisiones; el alimento consiste en arroz y carne de vaca cruda; por la mañana cada cual recibe su ración y los amigos se reúnen para conocerla, cada cual a su gusto. Imaginen el desorden que esto supone. Todo lo demás está por el mismo estilo. Bendigo a la Providencia, que parece traernos aquí para endulzar la suerte de esos desgraciados".

Bajo la dirección de la Bienaventurada Fundadora, todo el país toma otro aspecto. Llamada de Sierra Leona, deja en Bathurst a una Religiosa venida de Gorea y marcha acompañada de Florencia. En Sierra Leona, quinientos negritos y mil negritas, todos esclavos, esperan los cuidados de la Madre Javouhey. Su corazón se inunda de compasión y de ternura...

Aquellas almas, sobre todo ¡cuánto le interesan...! Aun le prometieron cincuenta más, de ocho a diez años. "¡Si vieseis, escribe en mayo de 1823, si vieseis qué gentes tan raras!... Los hay de toda clase y condición. ¡Los naturales son pequeñitos, las mujeres muy feas, pero bastante más activos que los Volofs, todas las negras lucen vestidos con doble guarnición y grandes sombreros!... pero eso no quita para que anden descalzos. En general llevan al extremo el lujo de sus atavíos, pero sin gusto alguno, lo cual resulta irrisorio". Los enfermos, como siempre, fueron su primera preocupación. Ayudada por Florencia, les fabricó colchones, almohadas y mantas. Levantaba la moral de los soldados, estimulaba el valor y la alegría de los corazones católicos. Su mano incansable bautizó numerosos negritos y agonizantes. "¡Qué felices somos!, escribe, de nuevo. ¡Cuánto estimo mi vocación, y cuántas gracias doy a Dios por habérmela dado!".

En el mismo año se declara una epidemia de fiebre amarilla: fue un espectáculo desolador para la tierra, pero admirable para el cielo, ver el dolor y la miseria de estos enfermos, en contacto con el heroísmo de la santa misionera y de su abnegada asistente.

Florencia acudía a unos y otros, hablando a cada uno en su propio dialecto, tratando de imitar en todo a su madre adoptiva. Esta, cuidando a todos se multiplicaba junto a los moribundos; les cerraba piadosamente los ojos, después de haberlos instruido y bautizado.

Ayudada por Florencia, enterraba a los muertos y la noche la sorprendía aún ante sus tumbas, rezando por el eterno descanso de aquellas almas tan queridas. La epidemia declinaba, cuando ella misma cae con las armas en la mano. "Si tú mueres, decía, llorando la pequeña esclava, si tú mueres Madrecita... yo... no vuelvo a San Luis..., nadie querrá recibirme". Y la pobre niña unía su ingenua oración a los más tiernos cuidados. Al cabo de algunos días la querida enferma llegó al último extremo: la desolación era indescriptible, cuando de pronto, Florencia inspirada por su ángel de la guardia, corre a lo alto de un monte, arranca algunas hierbas medicinales y llena de angustia y de esperanza prepara una poción. El efecto fue maravilloso, y pronto la Beata Madre puede proseguir aquella carrera admirable, para la cual Dios, en su presciencia le preparaba el camino.

El gobernador inglés, Sir Mac Carthy, mandó prepararle una casita en el campo y puso un barco a su disposición, para llevarla al Senegal o a Francia, en caso de nuevo peligro.

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Poseemos cartas de la Madre Javouhey, fechadas en Sierra Leona, que dejan ver cómo llevaba en el corazón sus casas de Francia a pesar de estar entregada de lleno a sus deberes de misionera. Aquel corazón que sabía amar, con un amor tan sobrenatural escribía a sus hijas de Europa: "La amistad viene de Dios, el manantial es ¡tan puro...! Hijas mías: ¿sería yo digna de vuestra amistad, si no cumpliese mi deber a expensas de mi propia vida?".

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CAPITULO IX VUELTA A FRANCIA Volvió pues a San Luis, pero por breve tiempo, pues se vio obligada a ceder ante las insistentes llamadas, que le llegaban de Francia. Embarcó para la madre patria, acompañada de Florencia, primicias en toda la pléyade de niños indígenas de ambos sexos que, en un futuro próximo, contaba con traer a Francia.

Aquellas damas distinguidas del país, sus grandes amigas; los indígenas, libres y esclavos, la escoltaron hasta el mismo buque. Escondían en los pliegues de sus ropas la arena que sus pies habían hollado, como para asegurar el regreso de la Gran Misionera.

En rochefort le esperaba la triste noticia de la muerte de su muy querida y cristiana madre, que el Señor acababa de arrebatar a los suyos.

La Bienaventurada Madre encontró en plena prosperidad a la Congregación en Francia. Desde lo más hondo de África, su correspondencia abundante y sensata había sido acogida con profundo respeto por sus tres hermanas y por su sobrina, la Madre Clotilde Javouhey; Sus opiniones y Consejos sirvieron de base a las obras emprendidas en su ausencia. En abril de 1822 la casa de Senlis vio llegar a cinco Religiosas dedicadas sencillamente a cuidar de la lencería del Colegio de San Luis. A esta primera obra sucedió la escuela Municipal, y más tarde, veremos levantarse el colegio-internado, uno de los más importantes y hermosos del Instituto en la actualidad.

En la misma época fueron fundadas las casas de Crepy-en-Valois, Brie-Comte-Robert y otras.

La Madre Fundadora encontró, además, que las virtudes religiosas eran practicadas por sus hijas con el mayor fervor; la pobreza marchaba a la par con la abnegación. Las diligencias eran en aquel tiempo muy caras, por eso se ingeniaron para viajar en furgón.

Pedro Javouhey, siempre fiel a la Congregación, era el conductor y reglamentario. Daba la señal para la oración, el examen y la bendición de la hora. El corazón de la Beata Madre halló, pues, en sus casas de Francia, un consuelo compensador a tantas fatigas africanas; pero sus labios debían beber aún el cáliz del Divino Misionero.

Mucho le entristecieron las noticias llegadas de la isla de la Reunión. Envió a la Madre Rosalía. Era preciso aquel corazón dulce y angelical, aquella alma de fe viva para representar a la Beata Madre y al Instituto. El malestar ocasionado por la ambición y debilidad de algunos miembros fue disipado por la Divina Providencia, que velaba por la conservación del Instituto de San José. Se fundaron en la Colonia nuevos establecimientos, especialmente el internado de Saint-Denis, vivero de alumnas pertenecientes a las familias más distinguidas del país.

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También datan de esta época las casas de Cayena, Guadalupe, Martinica, San Pedro y Miquelón, y Pondichery, quedando así, esparcida por el mundo entero la familia de San José de Cluny.

La Madre María Teresa Javouhey marcha a la Martinica con esa alegre tranquilidad proporcionada por la seguridad de hacer la obra de Dios, como sabía decir tan bien la Madre Fundadora. en la India, se afianzó la fundación de Pondichery: un internado y una escuela gratuita para los blancos, y un taller de tejidos para los jóvenes de color. Más tarde de desarrollaron y multiplicaron estas obras tan interesantes. En San Pedro y Miquelón, las religiosas de San José siguen trabajando, desde esa época, en la educación de los niños y el cuidado de los enfermos.

La buena Madre gustaba de acompañar a sus hijas que se embarcaban para lejanos países, y no las dejaba hasta el último momento. Aún conservamos simpáticos recuerdos de estos viajes. En ellos, no perdía el tiempo, que dedicaba largo a la oración. Viajaban en diligencia y sus equipajes no eran complicados, pues decía la piadosa Fundadora: " El equipo de una Religiosa de San José debe caber en una zapatilla". Un cestillo contenía las provisiones; a la hora de comer, se extendía sobre las faldas un mantelito y se hacía el reparto: la Buena Madre velaba, haciendo comer bien a las religiosas jóvenes, y si los alimentos escaseaban... "ella nunca tenía apetito"... Juntas rezaban el rosario, siempre estaba dispuesta a narrar cosas emocionantes que interesaban vivamente a las ardientes jóvenes y misioneras; entre los demás viajeros del coche hacía apostolado con sencillez, naturalidad y con tal delicadeza, que sin darse cuenta se sentían convencidos y conquistados. Su aspecto grave y religioso, al par que alegre y acogedor, tenía un no sé qué de celestial y de amable que ganaba los corazones.

Estos viajes por Francia se multiplicaron al fundarse sucesivamente: Rouan, Breteuil, Canner, Chalabre, Limoux, Fontainebleau, Brest y otras Comunidades secundarias. En Rouan, una obra nueva para ella vino a inflamar el celo de la Madre Fundadora; se trataba del cuidado de los locos: tenía una predilección especial por este hogar del sufrimiento moral; le gustaba ir con frecuencia, y sus visitas estaban tan marcadas con el sello de la más tierna caridad, que los dementes mismos la reclamaban. A veces llegaba de improviso, recorría las salas de los enfermos, hablándoles con aquella simpatía cordial que la caracterizaba. Animaba a las Religiosas al fiel cumplimiento de la vida regular y al trabajo.

"Me gusta esta Religión, decía alegremente, porque trabaja con actividad", o también: "Vamos hijas, trabajemos con ardor, mientras tenemos tiempo en la tierra; la vida es corta y hay que apresurarse a hacer el bien". Aún se conserva, y muy vivo, en Saint-Yon, el perfume de su piedad. Especialmente la Madre Teófila, de santa memoria, no podía recordarla sin emoción; le parecía verla aún, después de muchos años, humilde y grave, arrodillada a los pies del Sagrario. Un día la querida Madre parece pensativa, grandes lagrimones ruedan a lo largo de sus mejillas.

-"Madre mía - le dice desolada una joven religiosa -: ¿lloráis?... ¿Tenéis quizá muchas penas?” ...

- No es nada, hija mía - respondió -; sí lloro, pero lloro por amor.

Por una circunstancia providencial, Monseñor de Saint-Rome-Gualy, Obispo de Carcasona, tuvo ocasión de hablar con la Madre Javouhey durante una estancia en París. Apenas instalado en su Diócesis, se apresuró a invitar a la sierva de Dios para fundar en ella algunas 22

Comunidades. La Reverenda Madre, viendo en esto la Voluntad de Dios, accede gustosa.

Hubo desde entonces en el Obispado una habitación que se llamó "el cuarto azul" porque las Religiosas de San José recibían en ella la paternal y benévola hospitalidad del Prelado.

Un antiguo y ruinoso convento de benedictinos en el pueblecito de Cannes, fue la primera Comunidad del Instituto de San José en el Mediodía: pronto se convirtió en un próspero y floreciente Noviciado, hasta el punto de que las madres de familia impedían a sus hijas el trato con la santa Fundadora; más, apenas aparecía ésta por las calles de Carcasona, corrían a su encuentro muchachas que acechaban su paso, para pedirle consejo o las admitieran en la Congregación. La Bienaventurada Madre obraba con prudencia, y su exquisita delicadeza encontraba medio de calmar las iras maternas. La gracia hacía lo demás. ¡Cuántas vocaciones brotaron de aquel fecundo manantial! Incluso los habitantes de Carcasona se entusiasmaron, y la Madre Javouhey, al recorrer modestamente las calles de la ciudad se veía colmada de honores. Un internado reemplazó más tarde el Noviciado de Cannes, cuando éste fue trasladado a Limoux a donde seguiremos a la Madre Fundadora.

Había dotado al Norte de Francia del privilegiado establecimiento de Saint-Yon, pero ahora, en su ocaso proyectaba otra casa análoga en el Mediodía.

Ayudada por el Señor Obispo de Carcasona y las autoridades del departamento de Aude, la Buena Madre se instalaba una vez más en un monasterio ruinoso. Su corazón rebozaba de emoción visitando unas ruinas tan llenas de santos recuerdos, de heroicos martirios y reconoce el lugar que Dios le señala. Limoux conserva aún hoy un manicomio, un internado, una escuela y varias obras más.

"Todo marcha perfectamente en Limoux, decía la Bienaventurada Fundadora, lo veréis un día como uno de los principales centros del Instituto, y realizando mucho bien. Fue una profecía. La Madre Clotilde Javouhey permaneció en Limoux donde desplegó todas las aptitudes y talentos con que Dios la había ampliamente favorecido.

Florencia, la negrita de Fouta, terminó su educación y mostraba óptimas disposiciones para la música, más entregó sonriendo su alma al divino Maestro en el candor de sus 17 años.

En Limoux, como en todas partes, la sola presencia de la Madre Javouhey bastaba para hacer germinar las vocaciones: llevaba en sí como un aroma de virtud y de celestial alegría.

Su caridad era proverbial. "Caritativa, se decía, como la Madre Javouhey". Un día, descubre el triste aspecto de una pobre mujer que trabaja en el jardín; le habla y se entera de que trabajaba tan activamente para poder pagar seis francos que debía hacía mucho tiempo por las clases de su hija. Una vez en Comunidad, pide seis francos, se los lleva a la pobre mujer y le anuncia que en adelante se le pagará el jornal íntegro y que su hija asistirá gratis a la escuela.

Otra vez, dadas las muchas obras necesarias, pues era preciso reparar y construir, las Religiosas toman buena parte en todos los trabajos. Un día llega la Madre a eso de las nueve a la casa de campo de Limoux "La Massia", donde se trabajaba desde las cinco de la mañana. contempla compadecida las rudas frentes de los trabajadores, brillantes de goterones de sudor, los ve sentarse en la hierba y sacar con apetito, una cebolla, otro un arenque... "Vamos a ver, dice la Madre Javouhey, si hay aquí una sopa calientita"... y tomando la sopera destinada a las Religiosas, su contenido pasa rápidamente a las 23

escudillas de los trabajadores, que la acogen con entusiasmo; el pan, el queso y la pequeña ración de vino, corren la misma suerte. La Hermana Rosa, que había hecho el desayuno, llega cuando el reparto está terminado, y medio enfadada, medio risueña, trata de preguntar, qué comerán las pobres Madres después de haber trabajado también de firme".

"Es muy sencillo, dijo la buena Madre, traedme pronto algunas cebollas, voy a hacer una sopa excelente, para el desayuno de las Religiosas". Las salidas de éste género no eran raras. Cuando la Madre Fundadora iba a Misa a la Parroquia, la seguían a su regreso, gran número de pobres y ordenaba a la Hermana portera que los atendiese a todos. "Pero, Madre, protesta un día la Madre Dorotea, ¿acaso no sabéis que todos estos pobres no van a Misa sino por vos? - ¿Será posible? ..., contestó, pues si estos pobres van a Misa por mí, mayor razón para darles alguna cosa!, y diciendo esto les ofreció limosna doblada.

La Hermana San Martín, que la misma Madre había recibido en el Postulantado, era con frecuencia su auxiliar en las buenas obras, hechas a hurtadillas, cuando se enteraba que los pobres marchaban sin limosna: "Corra, le decía, corra pronto a darles esto..." - y les deslizaba en la mano algunas monedas.

Un día, al pasar delante de un cuartel, se fijó en unos pobres niños, sin duda, de aquellos soldados. Parecían muy abandonados desde todos los aspectos. Los contempló con simpatía y les sonrió con aquel gesto tan suyo. Los ganó en el acto. Las niñas la rodean; las bendice, se interesa por ellas y logra que acudan a su escuela. Más tarde una de ellas se consagrará por completo al servicio de Dios.

Pero el gran campo para la caridad de la Madre General, tanto en Limoux como en Rouán, eran los asilos de dementes. "¡OH, ¡qué hermoso era verla! cuentan las Hermanas ancianas. Todas las enfermas la conocían y la querían. Cuando llegaba, todas reían, y cuando marchaba, lloraban todas"... A veces abusaban del cariño que sabían les profesaba.

"Se lo diré a la Buena Madre", decían, cuando estaba ausente.

Cada día visitaba todos los servicios; pero, además, servía ella misma a las enfermas, las hacía comer, las calmaba de modo sorprendente, y, con un encanto inexplicable, transformaba en dóciles corderos a las más furiosas; las llevaba a Dios, aprovechando sus momentos de lucidez para elevar sus corazones y hacerles aceptar con espíritu de fe y amor, el sufrimiento de su penoso estado.

"Nada de lo que se hace por Dios es pequeño", decía a menudo: Por eso amaba y buscaba los oficios más viles y humildes.

Si una novicia o una joven profesa tenía repugnancia para acercarse a alguna enferma choca o excitada, tomaba un delantal y hacía ante sus ojos atónitos, lo que el servicio exigía: Salía al encuentro del deber, aún, lo sobrepasaba con creces: acariciaba a las enfermas, las colmaba de atenciones y de mimos. Pero la compasión de la Buena Madre no era una compasión llorona. Si veía asomar el abatimiento o la tristeza: "Vamos, hijas mías, decía a las Religiosas, hacedlas bailar... correr". Y pronto, todas aquellas mujeres cogidas de la mano danzaban en coros o en cuadrillas... haciendo renacer la paz y la serenidad, al menos por algunas horas.

El pensionado participaba también del cariño y los desvelos de la Madre; de vez en cuando hacía una aparición en las clases y recreos, no sin fruto.

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"A ver, ¿quién quiere hacer bien a los pobres? ¿Quién quiere consagrarse a Dios? ¿Quién quiere trabajar con toda su alma para Él?". Y un buen número de aquellas chiquillas y jovencitas, levantaban la mano y la rodeaban entusiasmadas gritando: "¡Yo, Madre, ¡yo!".

Esperad un poco, decía, es preciso que crezcáis en saber y edad... y que vuestros padres consientan en ello".

De vez en cuando, la Madre Clotilde, que poseía una vasta cultura científica y literaria, invitaba a la Madre Javouhey a presidir los exámenes de las alumnas. Esta, siempre amable y condescendiente, escuchaba todo, con el mayor interés, y mirando cariñosamente a las niñas, se decía interiormente: "Veamos, si entre tantas hay alguna misionera".... Al final, felicitaba de una manera tan sencilla y natural que ganaba corazones. Luego, con esa humildad y franqueza, que la caracterizaba, añadía: "He aprendido muchas cosas, hijas mías, pues yo no he estudiado, y por consiguiente no sé tanto como vosotras; así que os doy las gracias por todo lo que acabáis de enseñarme". Esta confesión, humilde y sincera, resultaba una lección práctica de humildad que edificaba e instruía más que muchos sermones.

La Madre Javouhey, que en medio de la actividad de las obras no perdía la presencia de Dios, se mostraba, en el seno de sus Comunidades, celosa en el cumplimiento de la Regla y del adelanto espiritual de sus hijas.

Limoux, a este propósito, abunda en recuerdos: "No olvidéis, decía, que sois las pobres hijas de San José, es decir, hijas de la humildad, de abnegación y de energía". La primera siempre en el trabajo, decía jovialmente a la que se quejaba: "Prefiero treinta de éstas, que trabajan con alegría, a una sola de su estilo”. -Pero, le objetaban, todo el mundo no tiene el mismo temperamento. - ¡Ah!, replicaba, cuando no se tiene el temperamento deseado, se fabrica.

Amaba la pobreza y todas sus manifestaciones. En aquellos tiempos, la mayoría de las religiosas llevaban a diario un hábito de percal, reservando el de lana para los domingos.

Un día, la Beata Madre, rogó a la Hermana ropera que le proporcionara uno: "Hacedlo pronto, Hermanita, y dádmelo sin decir nada". La joven religiosa encantada de prestarle servicio cumplió pronto el encargo. Cuando la Madre Clotilde vio el hábito, manifestó su disgusto; pero la Buena Madre se mantuvo en su propósito.

La Hermanita que lo había confeccionado, severamente reprendida, aseguró que tenía un medio seguro para recuperar el traje sin desobedecer a la Reverenda Madre: "Mi buena Madre, le dijo un día con tono de tristeza, mire que viejecito está mi hábito de percal, no me atrevo a pedir otro". -Bueno, respondió la Madre, pida usted uno. - Pero, Madre, todavía es muy pronto para hacer tal petición. - Entonces, ¿quiere usted el mío?... ¡Ah, no tenga reparo en ponerse el hábito de su Madre General! - Como Nuestra Madre quiera, replicó la buena Hermana lloriqueando un poco. "Vamos, vamos... respondió la Madre, tómelo enseguida".

En Limoux se conserva aun precisamente, en una urna de cristal, un tazón de metal ordinario, como el mayor tesoro; esta escudilla, delata con su aspecto, la pobreza y sencillez de la Madre Fundadora, que en ella tomaba la sopa a diario, y no aceptaba otra clase de vajilla.

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CAPITULO X NUEVAS FUNDACIONES Al mismo tiempo que se fundaba Limoux, nacía Fontainebleau, y el internado, hoy floreciente, muestra las bendiciones que Nuestro Señor derramó sobre él, lo mismo que sobre el externado y otras obras. También el Hospicio de Breteuil-sur-Noye, se anexionó un centro de enseñanza. Cluny progresaba, y el noviciado se ampliaba prodigiosamente: En Chamblanc, tan lleno de recuerdos, se fundaba una escuela que aún subsiste, y los enfermos eran visitados y cuidados por las hijas de la Madre Javouhey, que consideran un honor el caminar por las gloriosas huellas de sus primeras Madres.

La casa de Brest, se abrió con la más rigurosa pobreza, compañera obligada de todas las que se fundaron en aquella época; no tenían ropa ni vajilla suficiente para todas, pero se repartían lo que había y ... mientras unas se servían, las demás esperaban. Los buenos bretones, aun conociendo bien a la Madre Fundadora, no le concedieron su confianza a la ligera, de modo que la obra vegetó algún tiempo, pero no sin fruto. La Madre, había ganado a los niños, que al encontrarla por la calle se agarraban de su falda. Pronto tuvo un millar de ellos en la escuela.

Además, los marineros eran los grandes amigos de la Madre Javouhey y se peleaban por pasarla a la otra orilla: "Me toca a mí, Madre, gritaban todos; me toca a mí, llevaros hoy".

Las familias distinguidas de Brest y de Recouvrance acogieron el nuevo establecimiento con cordial interés.

El gran corazón de la Madre Fundadora, se complacía en poder alojar durante algunos días en Brest, a sus hijas que partían a ultramar y lo mismo a cualquier religioso o religiosa misioneros.

En uno de estos viajes de Brest a París, la Venerable Madre, haciendo una parada en Alençon, vio con viva emoción el lamentable estado de aquel manicomio.

Dejémosla contarlo: "Les voy a anunciar una obra excelente que el cielo nos confía; es la de la casa de locos de Alençon. El edificio que sirve de asilo está en un estado lastimoso desde hace muchos años. La gente de bien gemía por la suerte de estos infelices.

Había por lo menos quince furiosos, a quienes nadie se atrevía a acercarse sin estar bien armado.

Algunos no soportaban ropa alguna desde hacía dos o tres años; su barba llega a la cintura y se revolcaban en la paja como verdaderos animales. ¿Imagináis ustedes estado más terrible? Llego sola a aquella casa, oigo los gritos, o más bien los alaridos de aquellos desgraciados. No sabía qué decir ante aquel infortunio y aunque hicieron todo lo posible por asustarme, quise quedarme dos días para examinarlo todo y estudiar el caso, y ... esperé refuerzos. Me llegaron diecisiete religiosas que mi hermano Pedro conducía a Brest para embarcar. Hice quedar a algunas y nos instalamos como pudimos. A la mañana siguiente comenzamos el trabajo, calmamos a los furiosos y mejorando su situación. Al cabo de tres días logramos 26

vestirlos y tranquilizarlos, de tal modo que la mayoría se pusieron a trabajar en el jardín. No querían que les atendiesen ya más que las Religiosas, a las que veían como ángeles del cielo. en fin, los lobos furiosos se han convertido en corderos. ellos mismos nos han ayudado, con incansable celo a limpiar y arreglar la casa".

"A mi llegada, escribía a su vez una religiosa de la fundación, se presentó a nuestros ojos un espantoso espectáculo; un demente había muerto en su celda sin que nadie lo advirtiese; los médicos certificaron que su defunción databa de tres o cuatro días. Como se les pasaba la escasa alimentación por una ventanilla, se encontró su cadáver junto a los miserables trozos de pan que le servían, los cuales no había tocado. La Bienaventurada Madre, estaba desconsolada. No logró en muchos días apartar esta lúgubre escena de su memoria.

En la mesa, no podía impedir que las lágrimas rodasen por sus mejillas al recuerdo de los sufrimientos de estos pobres infelices.

A aquel desorden, sucedió pronto la limpieza y tranquilidad para los enfermos, y la paz reinó en aquel hogar del sufrimiento, al conjuro de la Madre Javouhey.

Su solicitud por las fundaciones de Francia no había borrado los recuerdos de África; y aun desde lejos, la Buena Madre multiplicaba las obras de celo en la tierra africana. En breve, Francia, primero en Bailleul y luego en Limoux, acogería un grupo de jóvenes senegaleses que hizo venir para fundar un Seminario Indígena, juzgando en sus generosos y apostólicos planes, que podría llevar un día a África frutos más eficaces para la gloria de Dios. La Madre Javouhey tan conocedora de los problemas misionales, comprendía ya la necesidad del clero indígena, y preludiaba entonces a esta obra Pontificia.

Reunidos en número de veintitrés en la casa de Limoux, los jóvenes africanos hacían maravillas; varios, adelantaron rápidamente al estado eclesiástico. Un maestro, sabio y celoso se ocupaba de su instrucción, y se fundaban en ellos grandes esperanzas; pero no era esta la Voluntad del Señor. Un pequeño indio galibi, llegado de las orillas del Maná murió a consecuencia de una caída, después de recibir en el Bautismo el nombre de José.

Armando Mamoudon, hijo del príncipe de Boudon, en Galam, fue pronto a gozar del cielo, y así murieron piadosamente tan buen número de los otros, después de vegetar en un clima tan diferente del suyo.

Con todo, tres llegaron al sacerdocio. Uno de ellos, el señor Boylat, murió octogenario en la diócesis de Meaux.

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CAPITULO XI LA MADRE ANA MARÍA JAVOUHEY EN MANÁ En 1827 se habría un amplio campo al ardor de la incansable Madre Javouhey. El gobierno se encargó de la colonización de Maná, y de preparar a los negros de la Guayana para una próxima emancipación. Marcha personalmente, sin escuchar las protestas de sus hijas, ni sus ardientes súplicas, ni las razones de orden superior que hubieran podido retenerla en Francia... marcha alegre y feliz, ciegamente confiada; con las únicas armas de su fe y esperanza en un sólo Dios. "Vamos a hacer la obra de Dios, decía, ¡valor! pues, ¡hijas mías!...

Embarcó en Brest, rodeada de treinta y ocho de sus hijas. en el muelle entonaron el "Veni Creator Spiritus". Gran número de colonos, asociados a la nueva obra embarcaron también.

Maná fue la obra predilecta de la Madre Javouhey: era la madre de todos, y nada se hacía sin ella. Se roturó, construyó y plantó; se educó a los niños y se catequizó a los adultos. Todo estaba sin cultivar, pero el trabajo debía transformar aquellas estepas y terrenos baldíos en vastas plantaciones de caña de azúcar, mandioca y cuanto pudiera contribuir a la vida diaria. Un sencillo reglamento, escrupulosamente cumplido, reunía a la Colonia entera para la oración, la clase o el descanso. Con todo, sólo tuvieron sacerdotes de vez en cuando. A veces para encontrarlo, atravesaban llanuras, selvas vírgenes, ríos o terrenos pantanosos, en caravanas o canoas. Veinte, treinta, leguas les parecía poca cosa con tal de lograr la felicidad de ser absueltas y de recibir la Eucaristía; la Buena Madre daba ejemplo: valiente y santa como era, arrastraba tras sí, no ya sólo a las Hermanas, sino al poblado entero de Maná.

Un día, la Beata Madre recibe el último suspiro de una de sus Hijas: "Gracias a Dios, dice la fervorosa Esposa de Cristo, al entregar su alma al Creador, gracias a Dios, tengo gran paz de conciencia, y pongo toda mi confianza en Aquél que me trajo aquí por obediencia".

Pronto tuvieron su Iglesia Hospital, Convento y Escuela. Disponían de un pequeño navío para el servicio de la Colonia; lo mismo que de varias embarcaciones para ir a Cayena.

Reinaba un ambiente de virtud y gracia, y todo el mundo vivía feliz.

En sus excursiones por los alrededores de Maná, la Buena Madre, formaba proyectos para la salvación de los pobres negros aislados, que vivían en chozas miserables, en estado completamente salvaje.

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Compró hasta treinta y dos esclavos de una sola vez. Siete de éstos fueron arrancados a la crueldad de un amo, que, irritado con uno de sus compañeros, lo había mandado a untar de aceite y quemar vivo ante sus ojos espantados. Una pobre esclava anciana murió en los brazos de la Madre. "¡Ay, decía, siento morirme sin devolverte de algún modo todo el bien que me has hecho!". Estos esclavos reemplazaron pronto a la mayoría de los colonos europeos que volvieron a su patria, apenas expirado el plazo del contrato por tres años, que habían firmado.

La subvención del Estado quedó suprimida y la pobreza se dejó sentir agudamente en la Comunidad, que se veía obligada a recurrir a las hierbas silvestres como único alimento.

"Nuestro Divino Esposo, decía, nos trazó por sí mismo este camino de la extrema pobreza. ¿Qué felices somos siguiendo sus huellas!".

Un sacerdote de la diócesis de Autun, el señor Violot, vino al fin a establecerse en Maná: fue un manantial de vida para la religión. La Reverenda Madre escribe entonces: "Nuestras Religiosas han aprendido el canto gregoriano en seis meses y se celebran los cultos como en una Catedral.

La lepra reinaba libremente entre los negros, que fueron maltratados y abandonados, finalmente, como inmundos. A petición de la Madre Javouhey ochenta fueron trasladados a Acarouany donde los rodeó de cuidados y de cariño, contando en adelante entre sus hijos predilectos a aquella porción despreciada del mundo.

La buena madre se encontraba a gusto en Maná: amaba la soledad de sus bosques, tan benéfica para su alma; pero hubo de ceder a las repetidas llamadas, que la reclamaban en Francia, a donde regresó para dedicarse activamente a los intereses del instituto. Se ocupó entonces celosamente en la perfecta práctica de la vida sobrenatural de cada uno de sus miembros.

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CAPITULO XII EL CAPÍTULO GENERAL DE 1833 En septiembre de1833 se realizó en Cluny, un Capítulo General. Por unanimidad, la Reverenda Madre fue confirmada en su cargo. De Cluny marchó a Chamblanc, donde rezó ante la tumba de su cristiano padre; todas las casas del pueblo querían recibirla, aunque no fuera más que por un instante, pudiendo hacer en su país natal amplia provisión de vocaciones misioneras; más tuvo la desgracia de perder a su hermano Pedro Javouhey, tan afecto a la Congregación, que tanto le debe.

Segonzac, cerca de Saint-Affrique, la vio aparecer también para visitar a catorce jóvenes con vocación, anunciadas por el buen Párroco de aquella población. "Sólo su aspecto me hubiera convencido, si no lo estuviera ya", decía después de una de ellas. Desde allí, puso los cimientos de la comunidad de Saint-Affrique, y el Averón fue un semillero de vocaciones misioneras.

Muchas de ellas eran pobres, pero les decía la Madre: "Con tal que sepáis amar a Dios y rezar... ¡esto basta! Aunque no me traigáis nada, encontraréis siempre un pedazo de pan, mientras lo tenga vuestra Madre General".

En el Norte, se fundaron Quevilly, Dieppedalle, Gournay, y en el Mediodía aparecen Chabeuil, Moras y otras. En cambio, Bailleul, tan querido a la Madre, se cerraba al expirar el contrato. El recuerdo de la Congregación se ha conservado muy vivo, y quedará perpetuado con un monumento donde figuran los nombres de los senegaleses traídos a Francia por la Madre Javouhey y muertos en el Señor.

Comienza entonces el hermoso pensionado de Senlis, y allí se perpetúa Bailleul, que, por sus tradiciones, hacía concebir a la Madre grandes esperanzas. Seguidamente, se abrió en París la casa de la calle de Valois, donde se reunieron las jóvenes religiosas destinadas a la enseñanza; las amplias miras y la inteligencia de la Madre tendían a hacer maestras diplomadas. Había también algunas señoras de piso.

En ultramar comenzaba la casa de la Trinidad, y la Bienaventurada Madre, acariciaba aún muchos proyectos, pese a las contradicciones, que no le faltaban.

En sus planes estaba la vuelta a Maná; por eso se halló dispuesta a partir a la primera noticia de la liberación de negros en Guayana.

Fue llamada varias veces antes de su marcha, a las Tullerías, donde, en la intimidad, habló sencillamente de sus planes con la familia Real. después de conocerla de cerca, dicen que el rey exclamaba: "¿La Madre Javouhey?... ¡Es un gran hombre!...

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La Reverenda Madre abandonaba Paris el 16 de diciembre de 1835, siendo recibida en Brest por ocho de sus hijas.

Con su presencia, de sólo algunas horas, lleva la alegría al Senegal, pero al volver al barco, encuentra a los negros sublevaos contra sus jefes, llegando a temerse graves peligros, a los que escapó de un modo providencial. Ya en la cubierta, cae de rodillas, y con las manos levantadas, reza con toda su alma, pareciendo absorbida en Dios; los pasajeros, mudos de admiración no se atreven a distraerla en su fervorosa oración. Todo se apaciguó.

En la Guayana, la Bienaventurada Madre trasladó cincuenta negros desde Cayena a Maná; al cabo de un año había recibido quinientos veinte, sin contar los niños.

Estos negros no eran precisamente de los más dóciles, pero a la vista de la Madre se volvían tratables, sumisos, confiados. "Buena Madre, decían... ¡ah buena, buena para nosotros! "Solamente los acompañaba una religiosa jovencita, y los negros eran buenos y formales, como niños bien educados". Más, la pobreza asedió de cerca de Maná, sufrieron verdaderamente hambre, y, con ello, se multiplicaron las dificultades, pero la Madre Javouhey tenía puesto muy en alto el corazón, y su valor no vacilaba.

Una noche al salir de la leprosería, toma una barca para volver a Maná. un negro viene a advertirle que se ha formado un complot contra ella, y que se llevará a cabo en este viaje.

La Buena Madre no retrocede. Ya en la ruta, la barca va de acá para allá, sin rumbo fijo, dando rodeos sospechosos, que hacían interminable el viaje... ¿Qué esperaba el culpable para realizar su plan? ¿Acaso la Madre tenía algo que imponía y que subyugó a aquel desgraciado negro?... y no se atrevió... Guardó siempre el secreto de esta aventura, pero a aquel pobre hombre se le vio en adelante inquieto y desasosegado; herido de la lepra, lo mismo que sus hijos, fue alejado de Maná, y cuidado maternalmente por las hijas de la Madre Javouhey.

Se trabajaba ampliamente en la instrucción religiosa, los bautizos eran frecuentes, y se celebraban las bodas con alegría y sencillez.

En fin, el 3 de agosto de 1833, Maná entero está en conmoción: el Gobernador reúne a ciento setenta y nueve negros libertados y les entrega un documento de liberación que ellos llevan, inmediatamente, a la Madre General. La Víspera, conociendo bien sus aspiraciones, ésta le había entregado a cada uno un magnífico par de zapatos, como señal y prenda de libertad. Antes de terminar la sesión de aquel memorable 3 de agosto, los negros pretenden calzarse, y caminar provistos de los aparatos de los blancos, como todo ciudadano civilizado; pero es trabajo inútil... la falta de costumbre les hace llegar cojeando hasta sus chozas, donde los famosos zapatos servirán como objeto de adorno durante largos años.

El magnánimo corazón de la Madre había adoptado varias familias de indios pieles-rojas, que atraídos por lo que se contaba de Maná, se habían establecido a orillas del río. Cazar, pescar o simplemente sestear en las hamacas, era el trabajo de todos estos pobres gabilis que no conocían en cuanto a religión, más que a un genio maléfico del cual tenían un miedo cerval. La Buena Madre acomete con éxito su instrucción moral y religiosa con aquel celo que le era peculiar y logra transformarlos.

En 1840 llega a Maná la noticia de la muerte de Madre María Teresa, reemplazante de la Madre General en Francia. Después de haber nombrado como sucesora en Maná a Sor 31

Isabel, la Madre Javouhey emprende el regreso a su patria. Una canoa, escoltada de innumerables embarcaciones tripuladas por negros, tristes y abatidos, la llevará a Cayena.

En Maná perdura su recuerdo. Aún se conserva su aposento tal y como lo dejó; con frecuencia, sus hijas cubren de besos aquel reclinatorio, regado con tantas lágrimas de resignación, en las pruebas, de alegría y agradecimiento, en el éxito.

En 1848, Maná ofreció un banquete para celebrar la abolición del régimen de esclavitud en territorio francés. En los brindis un negro se levanta exclamando: "Viva nuestra querida Madre General! ¡A su salud!" y todos los comensales responden con entusiasmo.

Teniendo ya los negros derecho electoral, se les comunicó a los de Maná este privilegio.

Uno de ellos, declaró en nombre de todos que su diputado sería la Madre Javouhey.

"Eso no puede ser, interrumpe el delegado del Gobierno, las mujeres no pueden ser elegida, es imposible, - Entonces si no podemos nombrar a nuestra Madre, ya nada nos importa, que nombren a quien quieran".

Finalmente, en 1851, llegó a Maná la noticia desgarradora: ¡La Madre Javouhey ha muerto! está en el cielo! - Una bomba, no hubiera causado mayor impresión. - Los negros invaden en masa el recinto de la Comunidad. Les cuentan que la Buena Madre pensó en ellos antes de morir, con lo que redoblan sus lágrimas y alaridos. Se vistieron de luto e hicieron celebrar gran número de Misas. Cuando algunas semanas más tarde les mostraron el retrato de la Madre Fundadora, ya fue otra cosa. Saludaban a la Venerable efigie, descubriéndose y le contaban sus penas. Los niños arrodillados le dirigían besos e imploraban favores. Salían y volvían a entrar para salir y entrar de nuevo. Fue tal su entusiasmo, que el cuadro, destinado a Cayena, tuvo por fuerza que quedar en Maná.

Más, sigamos aún a la Reverenda Madre a su llegada a Paris, el día siguiente de la Asunción de 1843.

La ciudad de Cluny en pleno estaba en movimiento. Salieron a su encuentro en procesión con bandera desplegada a la cabeza. Su himno favorito, el "Ave Maris Stella", resonó en los jardines, claustros y Capilla.

Visitó todas las casas de Francia, y fundó las de Maisons-Alfort, Meaux, Estrées, SaintDenis, Chantilly y otras Comenzó el internado de Beauvais con tal pobreza, que solamente disponía de una taza para los desayunos de todas, y naturalmente, debían turnar.

En esta época el Instituto llega a extenderse hasta Oceanía. Destinadas a las Islas Marquesas, las Religiosas misioneras se detienen en las Gambier donde enseñaron a unas jóvenes indígenas a coser un vestido para la reina; desembarcaron en Tahití en marzo de 1844. La reina Pomaré confió a su hija a las Madres de San José, las jóvenes canacas permanecían con ellas hasta su boda, que, a veces preparaban ellas mismas. Así, el bien se multiplicaba en Tahití.

En la India, Karikal vio levantarse un Noviciado de Hermanas malabares, dirigido por Hermanas Europeas; pero todo se lleva a cabo según las costumbres del país, incluso el vestido indio, está acomodado al hábito religioso: tiene aparte su dormitorio y refectorio, y reciben muy buena instrucción, aunque a las nobles indias la ciencia les sobra.

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Madagascar, también se abrió al celo de la Congregación, lo mismo que Nossi-Bé, Mayota y Santa María. La Buena Madre, preveía el bien que se haría en la gran isla africana y este sólo pensamiento la llenaba de alegría.

Hoy día las Religiosas de San José continúan su obra junto a los malgaches, en sus dieciséis casas, y, desde el cielo, su querida Madre ha podido verlas en medio del fuego de la guerra, consolar y asistir a los soldados que morían por su patria.

En 1840 estalla la revolución. La Madre Javouhey, unía al patriotismo del cielo, el de su querida patria; por eso, en aquella crisis, su espíritu de oración parece encenderse en nuevo celo.

Si la Bienaventurada Madre amaba a su patria ésta le correspondía profundamente: era conocida en las altas esferas sociales, y sobre todo entre la gente del pueblo, que le profesaba gran cariño y admiración, probados en diversas ocasiones.

Un día, en plena Revolución, volvía de Brie-Comte-Robert a París, a donde el deber la llamaba con premura; pero al llegar a las puertas de la Ciudad, su coche es requisado para servir de barricada. La Buena Madre dirige al Jefe algunas frases amables, y éste reconociéndola, levanta la espada gritando: "Es la Madre Javouhey! ¡Abajo las armas! ¡Paso a la ciudadana! ¡Esta es una valiente!

Un poco lejos, se repite la escena, pero en el acto, alguien la reconoce y comunica a los demás: "Es la Generala Javouhey! ¡Un gran hombre! ¡Que nadie dispare! ¡Abajo las armas!". Y así fue como hizo la Reverenda Madre su entrada en la Comunidad, escoltada por un grupo de hombres y de muchachos que la conducían en triunfo.

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CAPITULO XIII LA GRAN TRIBULACIÓN DE LA BIENAVENTURADA MADRE Al regresar a París en 1824, se enteró de las dificultades surgidas en la isla de la Reunión.

A raíz del fallecimiento de la Superiora, se había encargado de la dirección de las diversas obras, sin esperar de la decisión de la Fundadora, una hermana a la que apoyaban tanto el Gobernador como el Prefecto Apostólico.

Para establecer el orden regular en las tres casas de la Isla, la Bienaventurada Madre encaminó allí a la Madre Rosalía, que debía asumir la dirección, acompañada y apoyada en un grupo selecto de religiosas.

Pero las recién llegadas no lograron ponerse en contacto con ninguna de las tres casas, debido a los manejos de la que las gobernaba y del amparo que le prestaban las diversas autoridades.

La penosa situación se prolongó hasta el 5 de octubre de 1825, en cuya fecha, ante la decidida voluntad del Ministro de Cultos, Monseñor Frayssinous, y del de Colonias, Sr. Freycinet, las autoridades locales de la Isla tuvieron que enmendar rumbo y embarcar para Francia a las 12 disidentes.

El corazón maternal de la Fundadora estaba dispuesto a recibir con los brazos abiertos a todas, salvo a la que dirigiese el movimiento, pero sólo una optó por regresar a Cluny. * * * Esta dificultad resultó pequeña, frente a la que surgió más adelante, y fue la más dolorosa de su larga vida.

La Casa Madre de la Congregación era la de Cluny, en la diócesis de Autun, gobernada a la sazón, por Monseñor de Hericourt, que era un brillante oficial del ejército francés, cuando a los 26 años resolvió consagrarse al servicio de las almas.

Ingresó, pues, al seminario, y pese a la poca preparación que representan los estudios militares para el sacerdocio, hizo los estudios eclesiásticos a paso de carga. A los 28 años fue ordenado sacerdote, y poco después ocupaba el importante cargo de Vicario General, y cuatro años más tarde, a los 32 años de edad, era consagrado Obispo.

Llevó a este puesto algo de autoritarismo, que, si es necesario para la disciplina militar, no lo es tanto para el gobierno civil, y menos para el de las almas.

No carecía de celo, pero, amén del defecto que acabamos de señalar, se resentía de su insuficiente formación, de su inexperiencia, y del espíritu galicano, muy puntilloso acerca de los pretendidos derechos de la Iglesia en Francia.

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Por estos motivos, y por hallarse Cluny en su diócesis, pretendió gobernar la nueva Congregación algo así como Superior General de la misma, y hasta modificar sus estatutos, asunto privativo de los Capítulos Generales.

La Bienaventurada Fundadora, humilde, reverente y muy respetuosa de la autoridad religiosa, no pudo, con todo, ceder en lo que se refería a los derechos legítimos y sagrados del Instituto.

Monseñor vio en esta resistencia una falta de sumisión y una manifestación de astucia femenina, por lo que llegó a prohibirle su proyectado segundo viaje a Cayena y Maná.

Pero la Fundadora que contaba con el apoyo de otros Obispos y con la aprobación de Canonistas eminentes y de la Nunciatura Apostólica, creyó imperativo atender los compromisos contraídos con el Rey y con su Gobierno, y se hizo a la vela el día 26 de diciembre de 1835.

Por desgracia las autoridades locales de Cayena se enteraron sin entusiasmo y hasta consideraron perturbadores los grandiosos proyectos de la monjita y auguraron, por no decir que desearon su fracaso.

El primer Capellán que se le dio para la Colonia fue el Sacerdote Lafont, de escasa inteligencia, autoritario y terco, óptimo para ejercitar la paciencia de la fundadora. Le sucedió el Padre Lagrange que la llenó de amargura y habló muy desfavorablemente de ella ante el Prefecto Apostólico Monseñor Guillier, quien acababa de recibir informes, en el sentido que se puede suponer, del Sr. Obispo de Autún.

Llegó a Maná un tercer Capellán, joven sacerdote, quien, desde el primer momento, pretendió controlar todos los pasos de la Madre, y se empeñó luego en obligarla a presentar su dimisión oficial de Superiora General de la Congregación.

La Fundadora no se arredró ante tan recia tempestad, por lo que no faltaron quienes desaprobaran lo que consideraban como una terquedad, y hasta hubo quien dijo: O esta mujer nunca tuvo fe, o si la tuvo, la ha perdido completamente; y el Prefecto Apostólico le prohibió la recepción de los sacramentos de Penitencia y Eucaristía. Tan terrible situación duró quince meses, que aún permaneció en Maná; y ni siquiera la víspera de su regreso a Francia obtuvo la licencia que había solicitado de poderse confesar y de comulgar, antes de hacerse a la mar. Ante la negativa se limitó a decir: Padre mío, si me ocurre una desgracia en esta travesía, de ella responderá ante Dios.

En tan dura prueba, no se le oyó una queja, aunque a solas lloraba con frecuencia. Hallaba consuelo entonces, en internarse en los grandes bosques, que rodeaban la colonia, y decía a Nuestro Señor; Sólo Vos me quedáis, por esto me arrojo a vuestros brazos; os pido no abandonéis a vuestra hija. - Y nuestro Señor por este camino doloroso la fue llevando a las cumbres del heroísmo.

A sus hijas declaró una vez: Os puedo asegurar que el tiempo que duró esta prueba fue para mí, por gracia de Dios, el más feliz de mi vida, mi alma gozaba de profunda paz. Era la paz prometida a los que se dejan guiar por el espíritu de Dios.

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Pasaron los años y en 1846, el asunto de Autun terminó con un acomodo o modus vivendi con Monseñor de Hericourt, aun cuando no dejaron de presentarse algunas contiendas de menor importancia.

-No es la única Fundadora, a la que se han presentado dificultades parecidas que, hoy gracias a los decretos del Concilio Vaticano, o no se presentarían o durarían poco. Además, en Francia ha desaparecido el pernicioso jansenismo, que agostó tantas flores de santidad, y fue el propio Gobierno que, pensando poner una pica en Flandes, denunció el Concordato, medida que según los planes masónicos debía acabar con la Iglesia, al despojarla de todo.

En realidad, quebró la cadena dorada, que entorpecía la libertad apostólica, y le dio nuevos alientos para la reconquista social.

A esta liberación han contribuido los sufrimientos de la Fundadora de la Congregación San José de Cluny y de otras almas heroicas, que travesaron parecidas crisis.

En nuestra patria, donde se habla con excesiva frecuencia de los defectos del clero, nuestra Bienaventurada nos da una espléndida y muy oportuna lección.

Contribuiremos al aumento en número y santidad de nuestros sacerdotes, en la medida en que sepamos rezar, callar y sufrir por la causa de la Santa Iglesia y por la santificación de sus Ministros.

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CAPITULO XIV EL OCASO DE UNA GRAN VIDA La fecunda y bella existencia de la Madre Javouhey declinaba; las más bellas virtudes resplandecían en ella, su amor a Dios crecía en intensidad, a medida que los años avanzaban. En medio de las pruebas más dolorosas, era tal su resignación, su modestia y humildad, que ninguna de sus hijas hubiera podido desanimarse.

Un día, creyéndose sola, se la oyó exclamar con vehemencia: "¡Gracias Dios mío, por enviarme cruces y penas ... Cuán bueno sois!".

Estaba en Limoux, cuando la muerte se llevó a su sobrina, la Madre Clotilde. Hizo salmodiar el "Te Deum" a pesar de su dolor. Al poco rato, una Hermanita joven la encuentra en el jardín y rompe en el llanto; la buena Madre, no pudiendo tampoco contener sus lágrimas, la hizo sentar a su lado: "Si, lloremos un poco..., le dice, pero no se lo vaya a contar a nadie".

En medio de sus tribulaciones se mantenía firme, pero a la vez dulce y paciente; del crisol de su alma, destilaba el más puro amor; su vida interior y la de cada uno de los miembros de su Instituto era el motivo de su constante preocupación, como nos dejan ver bien claro sus cartas llenas de unción, de sencillez y de fe, a la par que de fuerza, luz y autoridad.

La Santa Voluntad de Dios era su único móvil, formando como el engranaje de su vida entera: "No tengo más que un temor: el de no cumplir en algo, ¡la Santa Voluntad de Dios!".

Estimulaba sobre todo a las novicias: "¿Queréis ser religiosas de San José?, ¡les decía, pues bien, hijas mías hay que ser toda de Dios, y dejar la voluntad propia detrás de la puerta!".

Un día se la vio con una sencillez encantadora cambiar su ración por la de una novicia que lloraba, no pudiendo tolerar lo que le servían.

Otra hubo que no se atrevía a pasar delante de unas personas extrañas cargada con ciertos objetos; la Buena Madre se apresuró a reemplazarla con toda naturalidad. Una novicia la vio, con admiración, comer un plato de grandes caracoles, que ella no se decidía a ingerir.

La humildad era sin duda el engarce de todas sus virtudes: "Es preciso, decía, pedir la humildad cien veces al día". Y sabía, cuando era oportuno, ejercitar en ella a sus hijas. Su oración parecía muy elevada, y eso que siempre rezaba con sencillez.

En 1849, el Noviciado fue aprobado por Monseñor Sibour, Arzobispo de París. Fue motivo de gran alegría y esperanza para la Madre Javouhey.

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Pronto pudo adquirir la actual Casa Madre en París. Hacia aquella época se iniciaron las relaciones espirituales de la Reverenda Madre con el Venerable Libermann. El Espíritu Santo había conducido a los dos hasta la ardorosa África, donde su fin era el mismo, trabajar para la mayor gloria de Dios y la salvación de los pobres africanos.

La Acción de gracias era como el estado natural de su alma: "Creen que duermo, decía en su enfermedad; nada de eso. Repaso en mi mente todos los beneficios recibidos de Dios".

En la mañana del 15 de julio de 1851, después de cambiar algunas frases con la Madre Rosalía que debía sucederle como Superiora General, se sintió peor. Llamaron a un sacerdote, más apenas sus labios rozaron el crucifijo, cuando su hermosa alma fue arrebatada de la tierra. Muchas veces había pedido a San José morir sin agonía. El Reverendo Padre Levavasseur, su confesor, escribía al cabo de unos días: "La digna Madre Javouhey, ha muerto sin haber empeñado su inocencia. No conservo el menor recuerdo de que haya tenido que reprocharse jamás una sola falta mortal, e incluso venial deliberada".

Su cuerpo rodeado de luces y flores fue expuesto en el Oratorio del Noviciado, y llevado después a la Capilla de Senlis; pero la Casa Madre guarda como un tesoro, aquel corazón tan grande de la Madre Fundadora.

Copiemos el diario administrativo de la Reverenda Madre Rosalía, esta preciosa frase: "15 de julio de 1851. Fallecimiento de nuestra muy querida Madre General, Ana-María Javouhey. Fundadora de la Congregación, a la edad de setenta y dos años. Nos deja el ejemplo de su celo, animado de una fe viva, una humildad profunda, caridad incomparable y una ilimitada confianza en Dios".

La Digna Fundadora dejaba el Instituto y sus Reglas, con la aprobación diocesana del Sr. Obispo de Autun, además de la de otros Prelados. El 8 de febrero de 1854 la Santa Sede aprobaba el Instituto, y posteriormente en 1877 las Constituciones fueron aprobadas definitivamente, convirtiéndose el Instituto, en Congregación de Derecho Pontificio.

El 1º de diciembre de 1823, luego de hechas algunas correcciones de conformidad con el Código de Derecho Canónico, dichas Constituciones fueron ratificadas por la Sagrada Congregación de Religiosas.

De igual modo, el Instituto fue sucesivamente aprobado por el poder civil; primero por un decreto que el Emperador Napoleón I firmó en Prusia, Campo de Posen, con fecha 12 de diciembre de 1806. Segundo: por real orden de 12 marzo de 1819, y, en fin, lo fueron definitivamente por reales órdenes de Carlos X de 3 y 17 de enero de 1827.

Los Estatutos de 1827 fueron debidamente modificados y registrados en el Consejo de Estado, el 8 de agosto de 1870.

La Iglesia por otra parte, procedió a sus investigaciones con el fin de glorificar a la piadosa Fundadora. Abierto el proceso Apostólico, referente al Heroísmo de las virtudes, y fama de Santidad de la Madre Javouhey, fue aprobado el año 1914-- En los años 1930, 1936 y 1937 - después de las sesiones de rúbrica: Anti-preparatoria, Preparatoria y General, el Sumo Pontífice Pio XI, convaleciente en Castelgandolfo, el día 27 de mayo de 1937, firmaba un decreto, el cual confirmaba que la Sierva de Dios ha "ejercido en grado heroico todas las virtudes".

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Esta noticia acogida con el natural entusiasmo fue comunicada oficialmente a sus Hijas de Roma, por el Cardenal Salotti, en nombre de Su Santidad, entonĂĄndose un solemne y emocionante "Te Deum" que reflejaba el agradecimiento de la CongregaciĂłn entera a Nuestro SeĂąor.

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CAPITULO XV BEATIFICACIÓN DE LA FUNDADORA Si el Rey de Francia Luis Felipe había dicho de la Madre Javouhey: Esta mujer es todo un hombre y es un gran hombre, el Vicario de Cristo reconoció en la humilde servidora de la Santa Iglesia una HEROINA DE SANTIDAD, entregada totalmente a la adorable voluntad de Dios. Para concederle los máximos honores que la Iglesia Militante otorga a sus más preclaros hijos, procedió al estudio y discusión de los milagros atribuidos a su intercesión, los que en la reunión general habida el 9 de noviembre de 1948 fueron declarados auténticos y aceptados como pruebas de su santidad, lo que permitía proseguir la causa para llegar al Decreto dicho De Tuto, o sea, declarar que con toda seguridad, la Venerable Sierva de Dios podía ser contada en el número de las Bienaventuradas.

Este asunto fue propuesto a la Congregación General, que se reunió el 18 de enero de 1949, por el Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, Emmo, Cardenal Micara. Respondieron unánime y afirmativamente todos los miembros presentes, tanto Cardenales como Prelados y Padres Consultores.

Después de haber implorado las luces de lo alto, para conocer el beneplácito divino, en reunión celebrada el domingo de septuagésima, fue declarado que se podía proceder con plena seguridad a la solemne beatificación de la Venerable Sierva de Dios, Ana María Javouhey.

Esta se realizó el 15 de octubre de 1950. Asistieron al acto doce Cardenales. Cuatrocientas setenta y seis religiosas de San José de Cluny estaban presentes cuando apareció en la Gloria de Bernini la Venerable figura de esta nueva Apóstol de las Misiones.

Concurrieron, también, un buen núcleo de Parlamentarios franceses, que recordaron que el voto popular de Maná, sin presión ni encasillamiento, la eligiera por su primer diputado al Parlamento Francés y que los revolucionarios de1848 le habían dejado paso libre en la línea de fuego, el Embajador de Francia ante el Vaticano y su esposa, dos Ministros, unos cuarenta descendientes de la familia Javouhey; miembros de la familia Pontifical; el Príncipe Carlos Pacelli y su esposa y más de cien Arzobispos y Obispos.

Terminada la lectura del Decreto por el que Su Santidad proclamaba que Ana María Javouhey, Virgen podía ser contada en el número de los Bienaventurados, se entonó un solemne Te Deum de acción de Gracias, al par que se descorrió el velo, que no había permitido hasta ese momento, contemplar la radiante efigie de la Fundadora y el precioso relicario colocado sobre el altar.

Siguieron las demostraciones jubilosas, que acompañan estos magnos acontecimientos en el Centro de la Cristiandad.

Tenemos la firme esperanza que no tardará muchos años nuestra Santa Madre Iglesia en conceder a la ya Bienaventurada Fundadora de las Religiosas de San José de Cluny, el supremo honor de la canonización, para la mayor gloria de Dios y la exaltación de nuestra Santa Fe.

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ORACIÓN POR LA CANONIZACIÓN DE ANA MARÍA JAVOUHEY

Señor, Dios nuestro, Tú que has inspirado a la Beata Ana María el deseo de consagrar su vida al cumplimiento de tu Santa Voluntad, y de permanecer atenta a tu interpelación, en la persona de los más pobres de sus hermanos.

Haz que, en la Iglesia de nuestro tiempo continuemos con entusiasmo la Obra que Tú le has confiado.

Por su intercesión, escucha las súplicas que te dirigimos, (en silencio pedir la gracia deseada) Concédenos por tu bondad, la gracia de su canonización, para gloria tuya, y la extensión de tu Reino de amor, de justicia y de paz. Amén.

Beata Ana María Javouhey Ruega por nosotros

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CONGREGACIÓN SAN JOSÉ DE CLUNY

PROVINCIA PERÚ – CUBA

Casa de Espiritualidad Jr. Arica 360 – Magdalena del Mar LIMA – PERÚ

Editorial Científica S.R.L. Con las debidas licencias.

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