relojerí a
el saber hacer según montblanc Entre las montañas de Le Locle y Villeret (Suiza) se guardan celosamente los secretos relojeros con más estrella. Tradición y vanguardia sin fisuras.
E Esfera original de Minerva en uno de los antiguos archivos de sus instalaciones en Villeret, hoy en manos de Montblanc.
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ro b b r e por t
p o r josé maría álvarez
l sosiego que invade el espíritu cuando se pone pie en suelo suizo es distinto al de otros lugares del mundo. La Confederación Helvética transmite un orden y concierto que no por consabido resulta menos reconfortante para el visitante. Los decibelios del entorno descienden hasta niveles rurales incluso en la terminal de llegadas de un aeropuerto internacional en plena hora punta. Gajes del buen oficio de un país cuya concepción del lujo y la elegancia, como la de su propia historia, nace de la profunda inmensidad del campo y la montaña (como debe ser). Ginebra recibe a Robb Report lluviosa, húmeda, sin el manto de nieve al que nos tiene acostumbrados en otras ocasiones. Aun así, en poco menos de dos horas, el paisaje cambiará para colmar nuestras expectativas más blancas. Nos dirigimos hacia Le Locle, entre las colinas alpinas de las montañas del Jura, en el Vallée de Joux. Un pueblo tranquilo y coqueto, pegado a la Chaux-de-Fonds, en plena milla de oro de la alta relojería, territorio declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Hemos ascendido a más de mil metros de altura y la nieve, ahora sí, nos rodea. La tracción total, alias quattro, del Audi A6 en que viajamos, unido a la destreza del conductor (y los neumáticos de nieve tan necesarios por estos lares), nos evaden
de cualquier miedo ante las placas de hielo que vamos encontrando por el asfalto de un trazado libre de tráfico. El cielo encapotado enfatiza el silencio. Es difícil creer que estén aquí las grandes manufacturas, esas que surten piezas de culto para las muñecas más frenéticas y exclusivas del mundo. Aunque, si uno se para a pensarlo, quizás tenga sentido que, para conseguir la máxima precisión, haya que encontrar antes la más absoluta calma. En Le Locle, sin duda, pueden presumir de ella. Es probable que por eso, en 1997, la firma alemana más prestigiosa del mundo en la fabricación de estilográficas, Montblanc, decidiera dar el salto a la relojería desde un lugar a la altura de su historia. Lo del Vallée de Joux suizo lo tenían muy claro. No podía ser otro sitio. Si querían hacer relojes como mandan los cánones, tenían que estar entre los más grandes del sector en que aventuraban a sumergirse. Ahora sólo faltaba encontrar un local apropiado a tal efecto. Un enclave en el que ubicar su manufactura, el alma de Montblanc Montre S.A., nombre con el que se bautizó a esta división. Tras peinar la zona y escrutar varias posibilidades, la elección final fue un pequeño palacete con sabor modernista al que dotaron de los medios más avanzados. Laboratorios esterilizados que incorporan lo último en tecnología y maquinaria para crear y ensamblar las piezas de deseo de Montblanc en materia
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robb report
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