Otro de la llorona

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Otro de la Llorona Cientos de historias se han contado sobre el espectro de una mujer, que ataviada de un velo, sea blanco o negro, según el origen de la leyenda, lamenta sus penas vadeando ríos y lagos, en pueblos y ciudades; pues bien la que hoy referimos es una más de esas historias: La fiesta estaba por terminar, los últimos invitados se despedían de los novios dándoles sus felicitaciones y deseándoles prosperidad. Un hombre, ya muy ebrio se negaba a irse sin la consabida caminera. El novio, un joven alto, de tez blanca, poco común en aquella región del caudaloso Lerma le daba una botella al borrachín, mientras la novia recibía los últimos consejos y bendiciones maternas. El novio deseoso ya de disfrutar de los placeres conyugales, tuvo que esperar respetuosamente a que su suegra terminara de hablar con su esposa. El borrachín, botella en mano, caminaba por la orilla del río, cantando alegremente "caminos de Michoacán", estaba ya muy cerca de un arco romano de medio punto, el primero de aquel puente de cantera rosa; se empino la botella dando un gran trago a su contenido y siguió su camino, pero la necesidad fisiológica después de los excesos de la fiesta lo hicieron detenerse, fue entonces cuando un lastimero aullido lo sobrecogido de terror, ¡Ayyy Agghh Aauuu! antes de que se diera cuenta, el contenido de sus intestinos había pasado a su pantalón, los cabellos de su nuca se erizaron y un escalofrió recorrió su cuerpo, paralizándolo por completo, aun así vio aquella mujer, mas no su rostro, parecía deslizarse sobre el agua, muy cerca de la orilla, en cuanto recuperó la movilidad de sus miembros echó a correr como loco. Mientras tanto los recién casados llegaban a lo que sería su hogar, la luna estaba en el cenit, redonda y blanca como una monedad de plata; el lecho nupcial esperaba a los amantes, el joven beso los gruesos labios de la muchacha, de indudables rasgos indígenas, esta le pidió que saliera un momento del cuarto, a lo que el accedió sin preguntar; la noche era hermosa, prendió un cigarro y se puso a observar el reflejo de la luna en las aguas del río, esperando la voz de su amada pidiéndole que entrara, lo que sucedió después de varias fumadas; de inmediato tiró lo que quedaba del cigarro y entro, la vio acostada con las cobijas hasta el cuello, la ropa de la joven estaba en una silla, cuidadosamente acomodada, el muchacho apagó el quinqué, y se despojo de su ropa; por la ventana, entraba la pálida luz de la luna, se recostó junto a su esposa, la besó y la acercó hacia su cuerpo. De improviso un fuerte viento abrió la ventana, nuevamente se escuchó aquel lúgubre sonido, mezcla de aullido y lamento ¡Agghhuuuu! ¡El muchacho sintió como debajo de él, el cuerpo de su esposa se contraía, se tensaba, sus mandíbulas se trabaron, sus ojos, inyectados de sangre se desorbitaron dándole a su broncíneo rostro un rictus de muerte! en la ventana se dibujaba la silueta del espectro, ¡Había dado muerte a la recién casada sin siquiera tocarla!; el ahora viudo salió despavorido; desnudo llegó hasta la iglesia del pueblo, se detuvo ante la puerta cerrada y volteó hacia atrás, a cierta distancia, en la orilla del río, "la


llorona" le extendĂ­a los brazos, mientras su terrible aullido rasgaba el viento de la noche. J. Moon


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