Héroe

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Héroe El limpio y blanco pasillo parecía interminable, Mariana no sabía si escuchaba el eco producido por sus zapatillas, o el agitado latido de su corazón. Cuatro horas de vuelo y otras tantas por carretera la habían fatigado; no por el tiempo, sino que la angustia parece detener el tiempo y alargar las distancias. El olor a desinfectante y el excesivo silencio le dieron jaqueca, o tal vez ir repitiendo mentalmente el numero 325. Cuando finalmente estuvo frente a la puerta marcada con el número en su mente, sintió que su corazón se detenía de golpe, aspiró profundamente mientras sujetaba fuertemente la perilla; su fino bolso se puso tan pesado como si llevara plomo y su vista se nubló un poco. Lentamente abrió la puerta, pero sus pies se negaban a moverse, el sonido de aparatos médicos llegó a sus oídos. Solo una vez en toda su vida había visto aquella escena; cuando era niña: aún recordaba ver a su padre en aquella cama después de aquel accidente en un edificio, su madre estaba a un lado y el verla sonreír la tranquilizó un poco, sin embargo, a sus escasos seis años tenia un vinculo muy estrecho con su padre, su héroe, el valeroso bombero que le leía por las noches hasta que se quedaba dormida, eso la había marcado, aquella lejana noche se dio cuenta de que su padre no era como los superhéroes de los comics, que era vulnerable, y esto le dio mucho miedo. Después de aquello, su miedo fue desapareciendo paulatinamente, ya en su adolescencia no lo recordaba y ahora; a sus veintidós años, aquel temor de su infancia volvía, y ahora no estaba su madre con su sonrisa tranquilizadora. Tratando de no hacer ruido llegó a la orilla de la cama, el héroe de su niñez yacía inconsciente, inmóvil, demacrado; pero su rostro parecía tranquilo a pesar del respirador artificial. Los expresivos ojos de Mariana tropezaron con lo que le pareció una multitud de aparatos llenos de cables y mangueras. ─ ¿Papá? ─ musitó temblorosa. ─ No puede escucharla ─ escuchó a sus espaldas. ─ ¿Es usted su doctor? preguntó al recién llegado. ─ Usted debe ser Mariana Órnelas, la hija de don Julio, soy el doctor Fritz, he atendido a su padre el ultimo año. ─ ¿Desde cuándo esta así? ─ Ingresó al hospital hace dos semanas y hace dos días lamentablemente colapsaron algunos de sus órganos vitales… ─ ¿¡Por qué no me avisaron antes!? ─ interrumpió Mariana la explicación del galeno. ─ Perdón señorita, su padre me hizo prometerle que no la llamaría a menos de que se presentara el peor de los escenarios, lo cual lamentablemente sucedió; él no quería que usted lo viera enfermo.


Mariana bajó la mirada, giró hacia su padre y lo tomó de la mano mientras dos gruesas lágrimas bajaban por sus mejillas. El doctor guardó silencio respetuosamente. ─ ¿Le dijo algo más? ─ preguntó Mariana. ─ Le enviaré a la enfermera Loren, ella hablaba mucho con él ─ el facultativo caminó hacia la puerta y antes de salir agregó: ─ Créame que lo siento mucho, pero debo decirle algo. Los ojos de Mariana buscaron al doctor. ─ Solo la estábamos esperando… de verdad lo lamento, pero creo que lo mejor es desconectarlo, a menos que usted decida otra cosa. Mariana no tuvo que contestar, sus ojos lo hicieron. El sonido de la puerta al cerrarse la trasladó a una tibia noche de abril quince años atrás: “Mariana se había quedado dormida escuchando a su padre, las sesiones de lectura se habían reanudado después del accidente, sin embargo al cerrar la puerta, mientras salía para dejarla dormir, Mariana despertó. ─ ¿Papá? ─Si ─ contestó don Julio al entrar nuevamente. ─ ¿Por qué la niña de los fósforos no tenia papás? Sentándose a la orilla de la cama el hombre contestó con suavidad. ─ Probablemente murieron cuando ella era un bebe. ─ Pobrecita, debe ser muy feo no tener papás, ¿Te sentiste muy triste cuando murió el abuelo? ─ Si hija ─ tocando suavemente las mejillas de Mariana el hombre continuó ─ Pero tu abuelo me enseñó muchas cosas, me dejó bien preparado para la vida. ─ Después de unos instantes Mariana preguntó. ─ ¿Cuándo comenzarás a prepararme? La garganta del hombre se cerró y sus ojos se hicieron como el cristal, tomó entre sus manos las manos de su pequeña hija. ─ No ha habido ni un solo día desde que naciste que no me esfuerze por hacerlo hija. ─ Mirando tiernamente a su padre, Mariana insistió. ─ ¿Te acuerdas e tu amigo Kevin? El que murió en aquel incendio. ─ Claro que lo recuerdo, tuvo un funeral con honores, como un héroe.


─ Sabes papi… su hija va en mi escuela y ella siempre parece triste. ¿Crees que haya tenido tiempo de prepararla bien? Completamente desarmado el hombre acarició el pelo de Mariana. ─ Entiendo el punto hija, sé que mi trabajo es peligroso, pero alguien debe hacerlo, además… ─ No te preocupes papi, sé que tu trabajo te gusta mucho ─ interrumpió Mariana con mirada comprensiva ─ Además ─ continuó ─ Yo me siento muy bien, en la escuela dicen muchas cosas buenas de ti, cosas que me gustan y me alegran pero… Ahora fue su padre quien la interrumpió. ─ Vamos a hacer un trato: Déjame continuar con mi trabajo, déjame seguir haciendo que te sientas bien por mi, y yo te prometo que me voy a cuidar mucho. ─ Yo se que siempre te has cuidado mucho papi. ─ OK, entonces te propongo otra cosa: si vuelvo a tener un accidente me busco otro trabajo ¿Te parece? ─ Acepto el trato si es cualquier accidente, hasta uno chiquito. ─ Trato hecho ─ dijo el hombre extendiendo la mano. ─ Trato hecho jamás desecho ─ dijo Mariana estrechando la mano de su padre.” El sonido de la puerta al abrirse sacó a Mariana de sus recuerdos. Una madura enfermera se acercó a ella. ─ Tu debes ser Mariana, ¡Oh eres muy linda!... hay que tonta, perdóname sé que es un momento difícil, de verdad lo siento. Por toda respuesta Mariana le sonrió amablemente. ─ Don Julio me habló mucho de ti, como ya te dijo el doctor Fritz nos pidió que no te habláramos hasta que… hasta que… ─ Lo sé, no se preocupe… ¿Qué le dijo mi padre? ─ Bueno me habló muchas cosas, pero parecía preocupado porque no lo vieras enfermo, postrado en una cama de hospital, pero hubo algo que me pidió mucho que te dijera. ─ ¿Qué? ─ preguntó ansiosa Mariana. ─ Que está totalmente seguro de que estabas muy bien preparada y que te ama. Dos gruesas lágrimas asomaron a los ojos de Mariana para enseguida desbordarse sobre sus mejillas.


─ Por favor, dígale al doctor que puede desconectar sus aparatos. ─ Está bien se lo diré. Nuevamente, lo siento. Con permiso. Al quedarse nuevamente sola, Mariana tomó la mano de su padre, miró el rostro de aquel hombre de tez blanca y nariz afilada, una suave sonrisa daba a su rostro tranquilidad y un dejo de satisfacción. Por la mente de Mariana inició un desfile de recuerdos, su primera muñeca, el día en que por fin aprendió a andar en bicicleta; particularmente recordó la sonrisa de su padre, cuando ella gritó ¡Y pude!. Aquellas vacaciones en la playa, las últimas que hicieron con su madre, aún conservaba aquella fotografía donde estaban los tres con aquel enorme pez vela que su padre capturó. La noche de su primer baile escolar; cuando llegó a casa, su padre la esperaba en la sala simulando que veía la televisión, pero Mariana ya lo había visto asomarse por la ventana, aquel día, la aparente actitud despreocupada de su padre le causó alegría y le dio la seguridad de que su padre se preocupaba por ella y que la amaba. Recordó especialmente el día en que se alejó de su padre para ir a estudiar al extranjero, su padre estaba muy triste, pero al mismo tiempo no podía ocultar el orgullo que sentía por que su hija fuera becada por una prestigiada universidad extranjera. ─ La enfermera me informó su decisión señorita ─ dijo el doctor entrando. Mariana miró nuevamente a su padre y contesto: ─ Adelante doctor. El médico accionó varios interruptores y el silencio invadió la habitación, solo el rítmico sonido de el cardiógrafo se escuchaba. ─ La dejo para que se despida ─ dijo el doctor saliendo. El monótono sonido parecía aumentar su intensidad en el cerebro de Mariana, su padre mantenía aquella suave sonrisa en su rostro. Siempre vio a su padre lleno de vitalidad, Jamas lo vio postrado en cama, excepto la ocasión de su accidente; él supo la angustia y la preocupación que vivió su hija y Mariana sabía que su padre no quería que ella volviera a sentir eso, por eso entendió que no se le avisara de su internamiento en el hospital. La sonrisa de Don Julio parecía aumentar, ya no era suave, sino más marcada en su rostro. Mariana se inclinó y besó tiernamente la frente de su padre. ─Me preparaste muy bien y siempre serás mi héroe ─ musitó mientras el sonido del cardiógrafo se transformó en un silbido prolongado, anunciando el cese de los latidos del corazón del héroe.


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