La voz del centro

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donde dos soldados de graduación, se reían del amorío de ella con Don Felipe, dando por sentado que era uno de los flirteos del muchacho, porque su tío tenía más altas pretensiones para su futuro. Desolada, se retiro a la fortaleza. Lloro profundamente. Espero que la caravana se pusiese en marcha. Desde las almenas de la torre, con sus ojos húmedos, vio partir a Don Felipe, con dolor por el engaño sufrido. Días más tarde, montando su corcel, salió de la fortaleza con destino al lago Glaciar, que se hallaba en una hondonada de uno de los picos que rodean el pueblo, se quito la ropa y lentamente se metió en las profundas aguas. Buscando por todas partes, al fin encontraron al corcel y las vestimentas de la muchacha a orillas del lago. La desolación fue total en toda la comarca. Doña Narbola, la esperanza de la fortaleza, se había ahogado. Jornadas interminables, sus altezas Don Fernando y Doña Sancha, finalizado el concilio, partían hacia Sahagún a descansar unos días antes de regresar a palacio. Don Froilán ultimaba todos los preparativos para su salida hacia el reino astur, su sobrino, Don Felipe le había comunicado su decisión de casar con Doña Narbola. El prelado, después de un rato de oración, había autorizado esa unión. La muchacha era muy religiosa, culta y hermosa, partido suficiente para gente de gran nobleza. El regreso se hizo en etapas, como a la ida. En la capital de León se recibió la triste noticia del ahogamiento de la joven, algo inusual en el prelado fue depositar unos besos en las mejillas húmedas de su sobrino. En la fortaleza de Montes Altos, el luto era riguroso, no había consuelo para Doña Leonor y Don Ramiro. El obispo Froilán les comunico las intenciones de su sobrino. Doña Leonor, con la mirada triste y lejana, ojos aguados, abrazo profundamente a Don Felipe. Traspasada la barrera de las montañas, camino de Oviedo, en el monasterio de San Martin, Don Felipe, con la bendición del obispo, quedo de novicio. Dicen las crónicas que llego a ser abab y que solo había grandeza, misericordia y amor hacia los demás, siendo tenido por el pueblo como un verdadero santo. En días recios de aire fuerte, el pozo donde se ahogo la doncella, dicen que brama. Los vecinos de ahora me han jurado que es el canto de Doña Narbola. Amigos, nunca hagáis críticas sin saber, porque pueden producir un daño irremediable.

J. Ordóñez (Salinas 2011)


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