Cuentos desde Nuevo León

CUENTOS DESDE NUEVO LEÓN

Valeria Garcia Jaqueline García Ana Tresgonzáles Coral Rodríguez

Universidad Autónoma de Nuevo León

CUENTOS DESDE NUEVO LEÓN

Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Autónoma de Nuevo León Pedro de Alba S/N, Niños Héroes, Ciudad Universitaria.

San Nicolás de los Garza, Nuevo León, México.

C.P. 66451.

Teléfono: (81) 8329-4001 www.uanl.mx

Diseño de portada: Valeria Garcia y Jaqueline García Corrección: Yenifer Pérez y Cristina González

Primera edición, 2020

Todos los derechos en trámite

Contenido INTRODUCCIÓN .......................................................... 4 EL HECHICERO YGNACIO ..........................................7 DOLORES DE ENERO .................................................16 LOS SECUESTRADORES MITOTEROS .........................27 PERCEPCIONES..........................................................38 Primeras señales ....................................................40 Las guardias blancas............................................42 El debate ................................................................46 Una extraña visita .................................................47 ¿Quiénes son los malos? ......................................49 Hablando del pasado..........................................54 La fogata ...............................................................58 La pelea .................................................................61

INTRODUCCIÓN Cuentos desde Nuevo León es resultado del trabajo de cuatro estudiantes de la licenciatura en Historia y Estudios de Humanidades, como parte de la unidad de aprendizaje Producción Editorial dirigida por el Mtro.

José Antonio Olvera, dentro de la Universidad Autónoma de Nuevo León. El interés en el género de la narrativa a través del cuento, utilizado como herramienta para la difusión histórica, surge de la necesidad de compartir la historia regional en una forma en la cual el público en general pueda disfrutarla mediante un discurso que incita a la imaginación.

Coral Rodríguez, en El Hechicero Ygnacio, con apoyo de la dramatización, narra el juicio de un esclavo ante el Santo Oficio denunciado por supersticioso hacia 1706; el relato es construido basándose en las distintas declaraciones del documento en el que Ygnacio, el Negro participó en la curación de algunas enfermedades utilizando peyote, plantas de olor, cantos y oraciones religiosas previendo por la salud de quienes lo buscaron esperanzados. Este documento, con otros de índole similar, permanece en el Archivo Histórico de Nuevo León. Con el apoyo, además, de textos autoría de Carlos Manuel Valdés e Ideolfonso Dávila, se construye una narración cuyo objetivo es mostrar la participación social de los esclavos africanos durante la época del virreinato en la región noreste del actual territorio mexicano.

Jaqueline García, en su cuento Dolores de Enero, se inspira en un documento del siglo XIX que relata el proceso de aprehensión de una pareja al ser descubiertos recostados en una loma. Este “delito” que

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pudiera parecer una nimiedad, posee un trasfondo cultural en el que, por las condiciones de aquellos años, las mujeres tenían el deber de justificar su presencia en espacios públicos siempre acompañadas por sus figuras de autoridad, que, en ocasiones, ejercían control sobre sus cuerpos y decisiones, por más cotidianas que fuesen. Para este relato, la autora reflexiona sobre las mujeres quienes han reclamado espacios negados históricamente cuyas hazañas han quedado resguardadas sólo en documentos judiciales, como fue el caso de Dolores; protagonista de una narración que busca evocar al Monterrey del siglo XIX junto a sus paisajes y costumbres con el objetivo de contribuir a la reconstrucción del pasado.

Por otro lado, Ana Tresgonzález, en Los secuestradores mitoteros, narra con algunas libertades creativas el secuestro de tres cuidadores de ganado del municipio de Marín, quienes fueron secuestrados por Eusebio Montes, Encarnación Olivares y Bonifacia Sánchez, quienes se habían disfrazado como los indígenas nómadas que hacia el siglo XIX habitaron la región. Dicho evento ocurrió en el año 1843, etapa de la historia neoleonesa en la cual los enfrentamientos entre los indígenas nómadas y los pobladores norestenteses tenían constantes y violentos enfrentamientos, haciendo que esta zona fuera conocida de “tierra de guerra viva”, razón por la que inicialmente se pensó que aquellos cuidadores de ganado habían sido víctimas de un ataque indígena. El título de este cuento hace referencia a la práctica de los mitotes, los cuales eran reuniones nocturnas efectuadas por los distintos indígenas nativos de esta región; estas reuniones tenían finalidad religiosa y

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generalmente se danzaba alrededor de la fogata y se consumía peyote como elemento clave de rituales y ceremonias.

Percepciones, es el último de los cuatro cuentos presentados y escrito por Valeria Garcia; dentro de esta narración se busca dar un breve vistazo a la vida cotidiana de los pobladores de Nuevo León durante la década de 1850. Para esto, se basa en obras como Del exterminio a la marginación, escrito por Jesús Gerardo Ramírez Almaraz y La economía novohispana y la élite local del Nuevo Reino de León en la primera mitad del siglo XVIII elaborado por Antonio Peña Guajardo. Su título ha sido seleccionado debido a que, precisamente, muestra las diferentes percepciones sobre ambos bandos de la guerra, criollos e indios, exponiendo de forma simple un ejemplo de estos conflictos sucedidos a lo largo de tres siglos en la historia de Nuevo León. Al mismo tiempo, busca recrear algunos elementos históricos como la alimentación básica, las ideologías, elementos físicos del entorno y las medidas de guerra tomadas contra los indios.

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EL HECHICERO YGNACIO CORAL RODRÍGUEZ

Presentación El relato se inspira en las copias de las cuatro denuncias de superstición contra Ygnacio, esclavo negro del sargento mayor Antonio Lopez de Villegas, llevadas a cabo en la ciudad de Monterrey hacia el año 1706; este documento se encuentra en el Archivo Histórico de Nuevo León dentro del Fondo Inquisición.

Las cuatro denuncias fueron homogeneizadas en la historia de María González, coprotagonista del cuento, quien es la primera denunciante que aparece en esta serie de cartas dirigidas al Santo Oficio con sede en la actual ciudad de Guadalajara, para dictaminar la sentencia de Ygnacio, quien fue denunciado frente a la Inquisición por varios habitantes del Nuevo Reino de León, pues el afirmar que el origen de las enfermedades es la hechicería, se le señaló de supersticioso.

Sin embargo, en estas cartas puede observarse una mínima parte del cotidiano de un esclavo durante el virreinato en lo que hoy es el norte de México; para profundizar en este tema, fueron consultados algunos textos en los que participó Carlos Manuel Valdés, como Esclavos negros en Saltillo. Siglos XVII a XIX junto a Idelfonso Dávila y La ruta del horror. Prisioneros indios del noreste novohispano como esclavos en La Habana, Cuba (finales del siglo XVII a principios del siglo XIX) en el que Hernán Maximiliano Venegas Delgado se sumó a la autoría; además del artículo Esclavos negros y mulatos en Monterrey durante el siglo XVII de César Salinas para la revista ACTAS. Textos que permiten introducirse en el tema de la población africana y afrodescendiente en el noreste mexicano, objetivo

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principal del relato dramatizado sobre Ygnacio, de quien se conserva la gramĂĄtica original del nombre como elemento de conmemoraciĂłn, ya que fomentar el interĂŠs en temas, hasta hace algunas dĂŠcadas demeritados, permite ampliar el panorama cultural e intelectual de los individuos.

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EL HECHICERO YGNACIO Era 1706 en el poblado de Nuestra Señora de Monterrey cuando la hija de los mestizos Thomas Gonzales y Juana de la Peña denunció ante el Santo Oficio a El Negro, Ygnacio, esclavo del Sargento Mayor Antonio Lopez de Villegas, por supersticioso.

Después de esto, le siguieron una serie de acusaciones. La mayoría de las denunciantes fueron mujeres; aparentemente, Ygnacio era un hombre broncudo, cuando le pedían curase algún varón, solía dejar el tratamiento a medias por algún disgusto. Pese a ser conocido en distintos puntos dentro y fuera del Nuevo Reino de León, como en Saltillo, San Luis Potosí, Valle del Pilón y Cerralvo, argumentaba correr peligro en algunos lugares debido a los enemigos que cargaba. Poco se supo de su vida privada, cuando le preguntaban cómo aprendió a curar respondía que desde mozo buscó la forma de encontrar hombre para la mujer con quien le obligaban a casarse y fue así como, por la gracia de Dios, obtuvo las virtudes de sanar.

En la región se hablaba de El Negro que curaba hechizos, donde había rumores de un zapatero potosino curado de ceguera, algunas mujeres de la ciudad a las que había extraído espinas insertadas debajo de su piel y con ello habían vuelto a moverse, comer y tener fuerza. La población se hallaba preocupada ante los constantes achaques de salud.

Años atrás, algunos indios aceptaron bautizarse bajo la promesa de sanación que los clérigos adjudicaban a

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________________________________________________ los sacramentos, esto ocasionó conflictos entre nuevos y viejos católicos al ver los recién integrados la negligencia de las promesas. Estos problemas se fueron diluyendo con el pasar del tiempo, empero, la consagración a la Virgen de Guadalupe había regresado la fe a los creyentes concediéndoles el cese de lluvias en inundaciones y eliminación de plagas en los malos tiempos de cosecha. Sin embargo, ante la baja oferta de médicos y religiosos que atendieran a los habitantes, la necesidad de una certeza de salud era cada vez más notable.

Los mestizos esposos acudieron a Ygnacio esperanzados en devolver vitalidad a una doncella, entonces el sirviente arribó para dar el diagnóstico. La noche era fría en contraste con las cálidas tardes, el ruido de los animales parecía ensordecedor en casa de la familia, en ocasiones, los hedores eran insoportables y tan extraños que parecían creados por la imaginación. Ygnacio puso un papel ahumado en el estómago de la joven y frotándolo aseguró la hechicería que había sufrido su cuerpo; dijo regresar en los próximos días y abandonó el hogar, pidiéndole a los padres imploraran rezos invocando a la Santísima Virgen.

La joven comenzó con dolencias en la víspera del día de San Joseph, inició en una mano pasándole a un brazo e invadiéndole el otro, dejándola postrada en cama resistiendo a los remedios con los que su madre intentaba sanarla. Seguía sin mejora hasta que el día de Pascua Ygnacio intentaría curar a María González de dieciocho años, que no creía en la capacidad de El Negro para sacarla de sus dolencias. Él contó algunas de sus anécdotas e incluso dijo de

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________________________________________________ algunas gentes que deseaban pagarle por sus actos, a lo que él se negaba porque las bendiciones que Dios brinda no tienen precio.

La joven, pese a su debilidad, le escuchó y aceptó. Viéndole el dolor en el brazo que correspondía al corazón, usó copal para llenar de humo la habitación mientras montaba un altar dedicado a la Santísima Virgen y otros santos, convidando a hombres y mujeres que habitaban cercanos a la casa de la enferma. Mientras las mujeres relataban rezos, los hombres tapaban cada uno de los agujeros del cuarto para evitar que entrara la hechicera. La joven no comía, no dormía y no podía hacer nada, cuando parecía mostrar alguna mejora volvía a recaer.

Ygnacio mandó traer pulque y mezcalillo, les revolvió peyote molido por manos de doncellas y con unos cigarros de tabaco. Ofreció del menjurje depositado en vasijas nuevas en las que nunca habían servido, a los presentes, quienes se negaron a consumirlo, de modo que lo bebió todo diciendo que eso le daría fuerza pues sin el brebaje corría el riesgo de perder sus virtudes.

Siendo así, los demás convidaron junto a la enferma que al momento vomitó y comenzó a quejarse.

Acostaron a María González sobre una sábana blanca, pero los quejidos continuaban, hasta que una de las presentes sacó maraña de cabellos enredados que provenían de la verija y que tenían dos cucarachas pequeñas vivas, lo lanzaron al fuego, pero no se podían quemar.

Ygnacio le tocaba la frente, mientras miraba el alma y alababa al Santísimo. En un plato estaban puestos los cigarros, en una cazuela, papel ahumado,

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________________________________________________ y a los pies de la enferma, un jarro con peyote tapado con un paño y encima dos flechas en forma de cruz con un par más en ambos lados de la cabeza. Las mujeres cargaban con tres ramilletes de flores mientras los hombres usaban un arco, para hacer contra al hechicero, al igual que pregonaban el rosario ahumando papel antes y después del rezo.

El Negro, colocó una cruz sobre la puerta que ahumó con el cigarro, ofreciéndoselo a todos para que lo chupasen, y daba el vino con peyote en una cucharada alabando los cielos advirtiéndoles que, de no tomarlo, lo echaran a las vasijas y si llegaban a salir, lo hicieran sin soltar las flechas.

Con un trozo de tela de algodón empapado en peyote, frotó las partes adolecidas y en las que tenía hinchazón invocando a la Santísima Trinidad. Así lo hizo hasta que la joven calmó sus nervios, él sacó una guitarra entonando cánticos al Altísimo habiendo pedido que nadie durmiese y así fue hasta que cantó el gallo. Ygnacio, solicitó a todas y todos que guardaran en secreto lo visto aquel día, la tensión en el grupo se sintió inmediatamente. La posibilidad de la incomodidad de algún testigo ante el acontecimiento fue un riesgo que decidió tomar.

La ceremonia duraría tres días, tras el primero mostró mejoría, habiéndoles sacado espinas de nopal, aunque con dolencias, pudo moverse, comer por sí misma y otras actividades livianas. Durante el segundo día, sacaron unas espinas como de algodón y de maguey que tenía atoradas en la piel; continuaron los ungüentos y los cánticos. En la tercera visita de Ygnacio, extrajeron del cuerpo de la joven espinas de

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________________________________________________ biznaga caballo, o meloncillo como se conoce recientemente.

Estos extraños abscesos, dejaron a Ygnacio pensativo en medio de la última reunión. Los presentes, vecinos de la familia González Peña, lo miraban esperando veredicto. El vómito permeaba y los malestares aumentaban. El Negro miró alrededor y habló severo. Alguien le había hecho mal a María en venganza por el rechazo de ella ante una oferta de matrimonio; si no sabía hechizar, pagó a alguien para que lo hiciera. Puede que sea verdad, dijo el padre, a ella la han amado Juan de Peña, Lázaro González y un muchacho forastero aprendiz de herrero.

Ygnacio dijo que él o la culpable estaba ahí presente, que debían ser excomulgados por atentar contra la mujer, que el delito era tan grave que sólo podría curársele si moría. Varios de los hombres ahí presentes tomaron a El Negro por los brazos y le obligaron a salir, mientras las mujeres rezaban los credos para santificar a la joven a quien le aumentaba la hinchazón.

A los siguientes días, la denuncia contra Ygnacio llegó hasta el Tribunal. Pasaron los meses y se sumaron Elena Cavazos de la hacienda de labor Santo Domingo del presidio de Cerralvo narrando anécdotas similares, en la que a ella le extrajo espinas y a su marido lo curó de un dolor de hombros que le venía achacando de años atrás. A Isabel y Úrsula, vecinas de la ciudad de Nuestra Señora de Monterrey, dijo Ygnacio el día de la Asunción, que era una lástima la cantidad de hechizos que brotaban en estas tierras y en Saltillo; a Úrsula le había extraído un anzuelo pequeñito y unos hilos de las piernas, que antes sentía pesadas y después de esto ya

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EL HECHICERO YGNACIO

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________________________________________________ no. Para cuando estas denuncias llegaron a oídos del Santo Oficio, María ya había muerto.

Para el mes de noviembre, casi para terminar el año de 1706, Don Francisco Deza y Olloa, mandó copias de las denuncias haciéndole examinar la vida, costumbres y señas de Ygnacio; advirtiendo que, casi con seguridad, llegaría a la cárcel tomando en cuenta la custodia que es fruto de la verdad.

De Ygnacio no se supo si fue encarcelado o Antonio López de Villegas lo castigó. Se sabe que la discriminación en el mundo regiomontano en el que vivió aquel curandero no era el mismo en el que se habita ahora. Sin embargo, su final es desconocido.

Podría haber huido ayudado por su amo, quien había pagado un alto precio pues sólo las élites se permitían este lujo; o quizá, ya encarcelado logró su fuga desvaneciéndose entre el paño del copal y el papel quemado.

A este punto de la historia, es importante recordar que, para proteger el hogar de los males, se busque un ladrillo rojo para rasparlo hasta hacer un polvo que mezclado con dos cucharaditas de vinagre y figure una línea recta en la entrada de la casa nombrando a quien se sabe ha lanzado un hechizo.

Como se sabe, es mejor prevenir que lamentar.

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DOLORES DE ENERO JAQUELINE GARCÍA

Presentación El documento en el que está basado este cuento se encuentra resguardado en el Archivo Histórico Municipal de Monterrey y pertenece al fondo Ciudad Metropolitana de Monterrey (segunda época) sección Vida Cotidiana de la serie Delincuencia, en la colección de Causas Criminales, volumen no. 44, expediente no. 990. Consta de un total de 8 fojas en buen estado de conservación y fue producido en la ciudad de Monterrey el 26 de enero de 1816.

El manuscrito trata sobre la aprehensión de un hombre llamado José Sotelo Ramírez, originario del pueblo de Parras, quien fue descubierto por unos arrieros portando un pasaporte falso y en compañía de una mujer que no era su legítima esposa llamada Dolores de los Ángeles Montoya. Está dividido en cinco partes; la primera corresponde a la declaración de la autoridad, en este caso el gobernador interino Francisco Bruno Barrera, en el que se describe cómo, cuándo y dónde sucedieron los hechos, también se dicta recluir al implicado en la prisión. La segunda contiene el interrogatorio al cual fue sometido Sotelo Ramírez, se le preguntan sus datos, de dónde viene, para qué, con quién y por qué había sido arrestado.

La tercera parte fue redactada por el cura, vicario y juez del valle de Labradores, Juan Bautista Valdés, a quien se le encomendaron ambos implicados, nuevamente el acusado rinde declaración al igual que la mujer, quien declara que venía a la ciudad para casarse con Sotelo. La cuarta contiene la declaración de José María de la Peña, vecino de la hacienda de San Gerónimo quien presenció el arresto,

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en dicha declaraciĂłn menciona la presencia de dos menores hijos de los arrestados. Y, por Ăşltimo, en la quinta parte del manuscrito la menor MarĂ­a Quartilla hija de Sotelo es interrogada, confesando el asesinato del esposo de Dolores a manos de su padre.

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DOLORES DE ENERO —¡Vente a recostar un rato, que ya se cansaron las mulas! —me gritó Sotelo desde arriba de la loma en la que nos habíamos parado a tomar agua. Llevábamos ya casi un año deambulando de allá para acá, huyendo del pasado que los dos nos cargábamos.

Habíamos estado en el Saltillo, pero decidimos buscar suerte en Nuestra Señora de Monterrey, pensando que en aquellos rumbos no nos reconocerían.

—Mejor síguele caminando que ya casi llegamos, no vaya a ser que alguien nos vea por aquí —le dije mientras me acomodaba las enaguas para seguir el camino.

—Si por aquí nunca pasa nadie, mujer, nomás un rato, en lo que descansamos los animales y yo. — Cuando terminó de hablarme, escuchamos en las faldas de la loma a unos arrieros que nos preguntaban quiénes éramos, y si teníamos permiso de estar allí.

—Nomás paramos a que tomaran agua las mulas, pero ya nos íbamos —se adelantó a responderles Sotelo.

—¿Esos animales son de ustedes? Allá en Agua Dulce andan buscando unos iguales, quesque se los acaban de robar —comentó uno de los arrieros, que no dejaba de mirarnos como quien acaba de ver un espanto.

—Sí, si son nuestros, venimos a una diligencia desde el Saltillo, mi señora y yo. Traigo mi pasaporte y somos gente buena, nosotros no robamos. —Sotelo empuñó el papel que sacó de su alforja y me señaló.

Yo me puse bien angustiada y agarré a los muchachitos

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________________________________________________ para ponernos atrás de él, no quería que nos fueran a preguntar algo y nos echáramos de cabeza.

—Pues vamos con el patrón de estas tierras pa´ que le enseñe su pasaporte, ya depende de lo que él diga si los dejamos pasar. Luego luego vi cómo a Sotelo se le tensó el mentón, si se daban cuenta de que traía un papel falso, que un fulano le firmó en Parras, nos iban a mandar con el alférez, y ahí sí ya no la íbamos a contar.

El camino hacia la Hacienda de San Pedro se me hizo más largo que todo lo que ya habíamos avanzado desde que huimos de Parras, pero el paisaje era muy distinto; a donde quiera que volteaba había cerros y nopales más altos que yo, bien diferente de mi pueblo, donde el único cerro era una piedra con una iglesia encima, válgame Dios, y en lugar de huizaches de troncos torcidos se veían arboles de nogal y largas hileras de parras llenas de uvas. Cuando al fin llegamos, mi nostalgia se vio interrumpida por la inquietud, pues los arrieros le dieron santo y seña de detalles a su patrón, quien ni se molestó en ver el pasaporte que Sotelo traía para saber que era falso. Para mí que ese hombre tenía olfato de perro y nos olió el miedo; yo trataba de hacerme chiquita para que no me viera, pero eso nomás me lo echó encima.

—¿Cómo se llama, Señora, ¿y de dónde vienen? —me preguntó mirándome fijamente a los ojos.

—Dolores de los Ángeles Montoya. Venimos del Saltillo para casarnos acá en Monterrey —le respondí sin devolverle la mirada.

—Ah, mire nomás. ¿Y esos muchachitos son sus hijos? —antes de que le respondiera, la niña se me adelantó y le dijo que no, que era hija de Sotelo y que

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________________________________________________ yo era viuda. En ese momento quise irme corriendo, pero no me respondían las piernas, ya solo asentí cuando el hombre me volvió a mirar.

—Yo soy zapatero, pero quería buscar suerte en estos rumbos, me traje a mija y a Dolores con su muchacho para casarme con ella y darles buena vida, ya que hace un año quedó viuda y sin nadie pa´ que la ayudara —replicó Sotelo con un puchero en el rostro.

—Guarde sus explicaciones para la autoridad, allá les dice lo que tenga que decir. Ya sabe que aquí y en donde sea es penado andar con una mujer ilegítima. Y además esos animales tampoco son suyos, así que… ¡Órale!, ni se acomoden, porque ya se van con el alférez -lo interrumpió el patrón antes de que Sotelo le terminara de explicar. Él solo volteó para verme con sus ojos entrecerrados y una expresión fría, intentado ocultar su preocupación y la culpa. Si me hubieran dicho que esa sería la última vez que lo vería, me hubiera despedido de él.

Luego de ese encuentro tan corto, pero fatal, a Sotelo se lo llevaron a la cárcel del pueblo y a los muchachos y a mí nos encargaron con el cura Juan Bautista Valdés en el Valle de Labradores. Pasamos varias semanas en una finca que tenía el cura, y ningún méndigo día salió el sol. Era de esperarse, pues estábamos a la mitad del invierno, el tiempo que menos me gustaba porque se me achacaba el cuerpo. Solía culpar a mi madre de haberme bautizado con el nombre de Dolores, yo sentía que me había condenado. El cura me daba remedios con hierbas para embarrarme en las rodillas y las monjitas me rezaban todas las noches antes de acostarme, pero nada de eso me aliviaba el dolor. Algo dentro de mi

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________________________________________________ alma sabía que era la culpa que cargaba lo que me estaba acabando, Dios me estaba castigando por el pecado tan grande que habíamos cometido Sotelo y yo, pero no podía confesar, el miedo y la incertidumbre me asustaban más que los dolores aquellos que no me dejaban dormir.

Uno de esos días el cura me llamó para confesarme, pero yo sabía que más bien era un interrogatorio que luego entregaría a las autoridades.

Aun así, no tenia de otra.

—Buenos días, Dolores, ¿ya te sientes más compuesta para que conversemos? —me preguntó después de darme una taza de té de canela.

—Pues más o menos, padre, pero si ya no podemos esperar pregúnteme lo que quiera saber —le respondí, ya resignada a confesar lo que había estado callando hacía más de un año.

—¿Cuál es su nombre completo, y quiénes son sus padres?

—Me llamo María de los Ángeles Montoya, soy hija legítima de Manuel María Montoya y María Antonia Aguirre, que en paz descansen.

-—¿Dónde nació? ¿Y qué la trajo a estos rumbos?

—Yo soy oriunda de Parras, Padre. Hace un año mi marido falleció a consecuencia de la enfermedad del tifo que azotó a la ciudad. Desde entonces Sotelo me ha acogido junto con mi hijo y vinimos para acá con la intención de casarnos.

—Ya veo, pero ¿por qué no se casaron allá en Parras?

—Pues, mi señor es de oficio zapatero y la verdad no le estaba yendo muy bien. Allá casi no había

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________________________________________________ trabajo, ya que con la enfermedad hubo mucha muerte y varios se fueron luego, por eso quisimos buscar suerte por acá.

—Mire, estuve hablando con el alférez sobre la declaración del señor Sotelo, y me dijo que le descubrieron falso el pasaporte ¿Usted sabía esto?

—Sí sabía, padre, se lo firmó un tal Calderón allá en Parras para que no tuviéramos problemas acá. Yo le dije que no lo hiciera, pero no me hizo caso. Le dije que podía ser sospechoso, pero él insistió. —Luego de esas palabras me di cuenta de que estaba hablando de más, sabía que ya no había vuelta de hoja.

—No se preocupe, Dolores. Eso no es tan grave como andar por ahí vagando con una mujer que no es su legítima esposa. Pero dada su situación yo podría hablar con las autoridades para que los dejen casarse aquí y regresar a su pueblo, ¿cómo ve?

Esas últimas palabras me hicieron sentir una poquita de esperanza, tal vez aun no era tarde y, si todo salía bien, podíamos regresarnos al Saltillo para quedarnos ahí después de casarnos.

—No sabe cuánto le agradecería su apoyo, padre, me voy a encomendar a usted y a Dios para que así sea.

—Muy bien, entonces si ya no le queda más que decirme váyase a comer con la madrecita Petra, yo me quedaré con la niña María para tomarle su confesión.

—Está bien, padre. Ahí con su permiso.

Esa tarde la recuerdo muy bien porque salió el sol por primera vez en todos los días que estuvimos ahí.

Le ayudé a las monjitas a ordeñar las vacas y las acompañé a que checaran el ingenio y los molinos. Por

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________________________________________________ esas fechas escaseaba la comida y era cosa de todos los días que los indios fueran a robarles lo que se encontraran. Gracias a Dios el tiempo que estuvimos no sucedió nada tan grave, más que uno que otro robo, pero de ahí en fuera todo fue seguro. Después de ir a ver que todo estuviera bien, me llevaron a la acequia para que lavara mis enseres. Ya ahí me empecé a preocupar, el padre ya llevaba casi todo el día platicando con Mari y no me daban razón, así que terminando las tareas me dispuse a buscar a la niña para ver qué tanto le había dicho al cura. Entrando a la casa la vi sentada junto a la leña, estaba llorando mientras una monja le calentaba tortillas.

—¿Ora, qué traes, mija? ¿Qué pasó? –La abordé intentando disimular mi preocupación.

—Perdóneme Dolores, yo no quería decir nada, pero el padrecito me insistió —me dijo en un sollozo mientras me abrazaba con la cabeza gacha.

—¿Qué le dijiste?

—Le dije todo. —Me quedé callada unos segundos, solo escuchaba el ruido de las gallinas y del viento, agarré las cosas y salí dispuesta a irme, no sabía a dónde pero ya no quería estar ahí. Para mi mala suerte, en cuanto crucé la puerta venía entrando el padre Juan, con una cara de lástima y enojo al mismo tiempo.

—¿A dónde va Dolores? Tengo que hablarle de un asunto delicado.

—Ya me iba, padre, gracias por preocuparse, pero ya no puedo estar aquí, así que me voy rumbo al Saltillo, de donde vine.

—No se puede ir, las autoridades vendrán por usted para tomarle su declaración oficial y determinar

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________________________________________________ su sentencia. Me imagino que la niña María ya le dio novedad. Sabemos por qué salieron huyendo de Parras: Sotelo confesó que asesinó a su marido, justo hace un rato me llegó la carta del alférez Peña ordenándome tenerla en custodia mientras mandan por usted. Así que como se imaginará, no la puedo dejar ir. Lo lamento mucho, pero no puedo interponerme ante las autoridades, sé que usted comprende.

No dije nada y me retiré al cuartito donde había estado quedándome esos días. Quise dormirme, pero apenas cerré los ojos se me llenaron de lágrimas y vinieron a mí los recuerdos de ese día. Conocí a mi difunto marido, José María, cuando tenía dieciséis años, mi madre tenía dos años de haber fallecido y mi padre había sido despedido por su patrón.

José María era diez años mayor que yo, pero venía de buena familia y me pretendía. Yo sabía que si no le hacía caso, como quiera me iba a robar y sería peor, así que preferí dejar de ser una carga para mi pobre padre y acepté casarme con él. Antes de cumplir el mes de casada quedé encinta de mi hijo.

Gracias a Dios nada más lo tuve a él, porque si no, no hubiera podido con la culpa de darle tan mala vida a más de un chamaco. Con los años José María se hundió en los vicios, las mujeres y el vino. Todos los días llegaba ahogado en alcohol y oliendo a sexo, me golpeaba hasta que se cansaba y después se iba a acostar. Así fue durante once años, hasta que conocí a Sotelo. Él era soltero y el zapatero del pueblo, le compuso varios calzados a mi marido, que siempre los rompía por andar de mitotero; yo pasaba a recogerlos y así fue como me enamoré de él. Platicábamos poquito rato,

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________________________________________________ me escribía cartas y me prometía robarme para llevarme a Monterrey.

En el fondo yo sabía que eso era imposible, no podía dejar a mi hijo y a mi marido, hasta que una noche Sotelo se lo encontró en la cantina bien borracho y lo siguió hasta la casa, yo ya le había contado que me golpeaba y se enojó mucho, mucho se enojó. Cuando lo vio llegar, escuchó desde afuera que me estaba golpeando y sabrá Dios cómo entró, pero yo nomás los vi forcejear hasta que Sotelo sacó una pistola y le disparó directo al pecho. En ese instante supe que teníamos que irnos; los vecinos ya sospechaban de mi amorío y la familia de José María no tardaría en venirme a buscar para matarme y quitarme a mi hijo. Esa misma noche alistamos lo poco que teníamos, Sotelo ya había ido con don Calderón para que le hiciera el pasaporte falso y huimos rumbo al pueblo de San Nicolás de la Capellanía; ahí estuvimos varios meses hasta que decidimos irnos para al Saltillo. Y lo demás ya no es ninguna novedad.

Desde ese día en que Sotelo y su hija confesaron el crimen, a él lo retuvieron en la prisión. Unos meses después me enteré que murió de viruela, Dios tenga en su Santa Gloria a mi salvador. Los muchachos se quedaron con el padre Juan, mijo de monaguillo y la María de monja. Yo ya llevo varios años en el convento de San Esteban de Saltillo, preferí entregar mi vida a Dios antes que pisar una cárcel. Solo espero que cuando Dios me lleve de este mundo me deje volver a ver a mi Sotelo, para darle las gracias por haberme curado, al menos, de uno de mis dolores.

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LOS SECUESTRADORES MITOTEROS ANA TRESGONZÁLES

Presentación En 1843 en el municipio de Marín desaparecieron tres hombres dedicados a cuidar el ganado. Lo primero que se pensó fue que estos hombres habían sido capturados por los indígenas de la región. Si bien esta explicación podría desconcertar un poco al lector moderno, hay que recordar que, desde la llegada de los colonizadores españoles, el territorio de Nuevo León fue un escenario de constantes conflictos entre los indígenas nómadas nativos de la región y estos colonizadores sedentarios.

La cultura de estos grupos nativos era completamente distinta a la de los colonizadores, dado que era una cultura basada en la caza y la recolección como sustento, que vestía apenas sandalias y taparrabos o faldas de carrizo en el caso de las mujeres, y practicaba rituales religiosos incomprensibles y aterradores para los colonos. Uno de estos era la práctica de los mitotes, los cuales eran reuniones nocturnas, donde se danzaba alrededor de la fogata y se consumía peyote. Estas diferencias culturales no hicieron más que exacerbar el conflicto, pues los vieron a estos colonos como unos invasores, mientras que, por su parte, colonizadores veían esta cultura como salvaje y digna de ser erradicada. Estos constantes conflictos hicieron que este territorio fuera denominado “tierra de guerra viva”. Dicha situación de conflicto se mantendría hasta ya finales del siglo XIX, cuando, entre 1880 y 1881, se llevó a cabo la última campaña de exterminio contra los indígenas.

Sin embargo, los indígenas de la región no serían los responsables de la desaparición de estos tres

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caballeros. Los responsables de dicha fechoría serían Eusebio Montes, Encarnación Olivares y Bonifacia Sánchez, todos de origen mexicano (siendo Montes originario de Mier, Tamaulipas, mientras que Olivares y Sánchez eran sirvientes del municipio de Agualeguas).

Estos asaltantes vestidos de indígenas decidieron secuestrar a estos tres ganaderos, dos los cuales pudieron escapar y contar como fueron retenidos por aquellos criminales, quienes además ya habían asesinado a un vecino del municipio de Marín previamente, siendo aprehendidos por una partida de Higueras poco tiempo después de los sucesos relatados en esta historia. Dicho evento es contado a detalle en el libro Tierra de guerra viva: invasión de los indios bárbaros al noreste de México, 1821-1885 de Isidro Vizcaya, el cual narra con detalle el proceso de guerra y exterminio indígena del noreste de México durante el siglo XIX.

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LOS SECUESTRADORES MITOTEROS —¿Qué hacemos con ellos? – preguntó Eusebio a sus cómplices.

—Matarlos –contestó Encarnación.

—¿Y qué ganamos si hacemos eso?

—Nada. No ganamos nada ni perdemos nada.

Pero es mejor que dejarlos escapar como si fueran chivos perdidos —intervino Bonifacia, entrometiéndose a la conversación con aire de conocedora.

Eusebio suspiró desganadamente, mientras volteaba a ver los aterrados rostros de sus tres víctimas, las cuales se encontraban atadas y de rodillas ante ellos. Eusebio no quería matar a nadie, o al menos a nadie cuya muerte no le produjera ningún provecho. Su plan original había sido secuestrar, junto con Bonifacia y Encarnación, a algunos vecinos de la localidad que tuviesen un poco de dinero, para luego forzar a su familia a pagar rescate o bien vendérselos a los indios que a veces rondaban por la zona. Sin embargo, aquellos tres hombres que habían capturado no eran los ricos hacendados que se habían imaginado, sino unos simples vaqueros lo suficientemente despistados como para ir desarmados por la madrugada. El único objeto de valor que habían traído con ellos había sido la fruta y el licor que llevaban guardado en sus morrales.

Benito Cavazos era el mayor de aquellos hombres, tenía más de cuarenta años; era un hombre trabajador y devoto, de mirada dura y cuerpo macizo; para él lo único que había en la vida era trabajar y rezar a Dios por su infinita providencia. Benito pensaba que mientras no hiciera nada malo, nada malo les pasaría

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________________________________________________ ni a él ni a su familia, por lo que, pese al miedo, estaba más que confiado en que saldría con vida de esa.

Luego estaba Artemio Sánchez, quien, pese a generalmente ser un hombre precavido, aquella madrugada que se encontraba desayunando junto con sus compañeros en el rancho, jamás pensó que sería necesario traer consigo un arma. Había pasado mucho desde el último ataque de indios y su gran estatura y musculatura por lo general desanimaban a casi cualquiera de acercársele a él; tristemente eso no fue suficiente para desanimar a aquellos tres ladrones, quienes, montados a caballo, rápidamente lo noquearon de un garrotazo. El hecho de que Artemio, tras haber sobrevivido a Dios sabe cuántos ataques de indios, peleas de cantinas y bandidos, hubiera sido abatido de tal forma era inaudito.

Y por último estaba el pobre Honorio de León; si bien había dejado de ser un niño, tampoco podía decirse que Honorio fuera un hombre, pues era un joven delgado y de apariencia frágil. Debido a su corta edad y a su falta de experiencia en situaciones de vida o muerte, se encontraba paralizado por el miedo.

En ese momento, lo único que unía a aquellos tres hombres, varados en un tejabán improvisado de palos de matorral y forzados a oír cómo sus captores deliberaban sin miramientos qué destino les darían, era su deseo de vivir. Pasara lo que pasara, ellos tenían que sobrevivir.

—No creo que sea buena idea matarlos — argumentó Eusebio.

—No aún —agregó Encarnación rascándose su incipiente barba negra.

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________________________________________________ —Tienen razón. Aún no es buena idea matarlos, primero hay que darles un buen uso —dijo Bonifacia, sonriendo maliciosamente mientras miraba a sus víctimas.

En circunstancias normales la apariencia de Bonifacia por si sola hubiera sido un tipo de agasajo divino a sus ojos, pues si algo la destacaba era su silueta seductora y bien proporcionada, la cual se complementaba con facciones finas y cabello sedoso.

Si cualquiera de aquellos hombres hubiera estado instruido en mitología clásica, ellos no hubieran dudado en comparar su apariencia con la de la diosa Venus.

Sin embargo, en ese momento Bonifacia, lejos de parecer una diosa del amor les parecía una bruja, cuya sed de sangre se incrementaba a medida que los observaba fijamente.

Pronto los ojos de Bonifacia se clavaron en Honorio, a quien acercó su mano lentamente hasta tocarle el rostro. —¿Cómo te llamas? —le preguntó.

Honorio trató de hilar una respuesta, pero el miedo hacía que de su boca solo salieran balbuceos inentendibles. Encarnación, fastidiado de los balbuceos del muchacho, le golpeó con su garrote indio en la espalda, haciendo que este pegara un grito. Los bandidos solamente se rieron al ver como el muchacho caía de cara al piso. Después ella se dirigió a Benito quien, pese a estar consciente del peligro en el que estaba, mantuvo la mirada firme.

—¿Y tú? —volvió a preguntar Bonifacia agarrándolo por la camisa bruscamente.

—Benito. Benito Cavazos Rojas –titubeó el hombre.

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________________________________________________ Bonifacia se rascó la nariz toscamente, mostrándose indiferente a la respuesta de Benito. Al parecer el aire frío de primavera y el polvo le estaban causando comezón en la nariz.

—Por favor, no sea mala, señora, no me lastime, que yo soy un hombre de Dios. Si nos dejan ir, Dios se los recompensará.

Ustedes pueden arrepentirse, encomiéndense a Dios y déjenos ir —rogó Benito.

Bonifacia volteó a ver a Encarnación y ambos soltaron una carcajada.

—¡Que Dios ni que ocho cuartos! ¡Aquí reina el diablo! —exclamó Bonifacia dándole un puntapié a Benito.

Eusebio simplemente escupió al suelo, sintiéndose genuinamente incómodo con la blasfemia que acababa de escupir su compañera. Eusebio estaba muy lejos de ser una buena persona, pero tampoco era un adorador del diablo. ¿Acaso sus compañeros habían perdido el quicio por completo?

Bonifacia se dirigió entonces a Artemio quien, pese a sentirse genuinamente intimidado, se mostró inexpresivo y confiado ante la desagradable mujer que ahora lo sujetaba del cabello. —¿Y tú quién eres? – interrogó Bonifacia.

Artemio pensó que no era buena idea revelar su nombre a aquellas personas tan peligrosas, pues tenía miedo que si él escapaba ellos pudieran seguir su rastro y tomar venganza. —Jesús Garza Tamez – mintió Artemio.

Tras recibir la respuesta de Artemio, Bonifacia lo soltó y se dirigió a Encarnación y a Eusebio. Los bandidos se miraron a los ojos con complicidad y un murmullo incomprensible para sus víctimas, que se

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________________________________________________ mantenían inmóviles, sumergidos en la incertidumbre y el cansancio. Fue Eusebio el primero de los tres que se dirigió a las víctimas.

—¡Ustedes tres morirán mañana! Pero, primero, les permitiremos que disfruten de la vida por un rato. ¡Esta noche hay mitote! – gritó Eusebio agarrando el jarro de mezcal que le había robado a aquellos pobres hombres.

Los tres cautivos se mantuvieron en completo silencio, el cual solo fue interrumpido por un chillido de Honorio, que lloraba horrorizado al pensar en su propia muerte; aquella reacción divirtió a Encarnación, quien le propinó un puntapié al joven. Benito solo miró al suelo, sintiendo por primera vez en su vida lo que era la verdadera impotencia, mientras que Artemio solo se mordió el labio al repasar la inusual sentencia de muerte que le habían dictado. De todos los locos y bandidos que Artemio había conocido en su vida, sin duda aquellos tres habían sido los más desagradables.

El día fue lento y abrumador para aquellos tres hombres; sin embargo, para Eusebio, todo había pasado en cuestión de segundos. Vio de reojo a sus víctimas y suspiró desganado. Eusebio no quería matarlos; quizá si él ganara algo con sus muertes lo haría sin pensarlo dos veces, pero la idea de matar por matar le hacía sentir incómodo; él solo se había involucrado con la empresa criminal de sus compañeros por necesidad de dinero rápido.

Bonifacia y Encarnación ya habían cometido algunos asaltos antes de conocer a Eusebio y él se les había sumado pensando que sería fácil. Lo único que tenía que hacer era disfrazarse de indio y robarse a la primera alma que viera pasando frente a él, para que

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________________________________________________ así pudiera quitarle sus pertenencias y pedir rescate en caso de que se tratara de algún hombre de dinero.

Disfrazados con toscas prendas de cuero, decorados con plumas y el rostro pintado al estilo indio, nadie los rastrearía, y con ese dinero podría vivir en paz hasta que volviera a haber trabajo en el rancho. Sin embargo, la vida bandida no era tan fácil como él pensaba; había cometido un error garrafal al unírseles y ahora lo estaba pagando muy caro.

Ya era casi media noche y tanto Bonifacia como Encarnación reían incoherentemente bajo los efectos de la bebida, mientras danzaban y se correteaban entre ellos alrededor del fogón; por otro lado, sus cautivos se mantenían despiertos como lechuzas. Eusebio simplemente los vigilaba, sin intervenir ante la palpable angustia de aquellos pobres hombres.

Benito comenzó a rezar en silencio, pidiendo por sí mismo y su familia, la cual posiblemente quedaría sin cabeza tras esa funesta noche.

Honorio se mantenía completamente en silencio con la mirada perdida en el horizonte, sintiéndose humillado ante la situación de la que estaba siendo víctima, derramando lágrimas silenciosas ocasionalmente. El único que prestaba atención a sus alrededores era Artemio, quien analizaba meticulosamente los obscenos bailes de los asaltantes.

Aparentemente aquellos dos estaban demasiado embelesados bajo los efectos del alcohol y posiblemente alguna otra sustancia. Artemio inhaló hondamente al ver al ver cómo Bonifacia, se arrancaba la ropa por completo y comenzaba a gozar de su cuerpo frente a Encarnación, provocando que este soltara una carcajada desafinada.

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________________________________________________ Artemio, tratando de alejar su mente de tal desvergüenza, fijó su mirada en Eusebio y pronto, se percató de que este había comenzado a ignorarlos, fijando su vista en aquel lujurioso espectáculo de Bonifacia y Encarnación; se le iluminó la mente, aún había esperanza. Poco a poco Artemio fue forcejeando sus muñecas atadas de forma lenta, hasta zafarse de aquella soga que retenía sus manos; ya con sus manos libres procedió a desatar sus pies lo más rápido que pudo, liberándose al poco tiempo. Sin ponerse de pie, se fue acercando a Benito, quien, pese a estar sorprendido de verlo desatado no hizo ningún ruido, pues sabía que este podría alertar a Eusebio, quien había dejado de prestarles atención por completo y se había unido a Bonifacia y Encarnación en sus obscenidades.

Una vez desatado Benito se dirigió a Honorio y sin ponerse de pie lo desató rápidamente. El joven Honorio tenía un claro semblante de confusión y miedo, sabía que esta era su única oportunidad de salir con vida de aquel sitio, por lo que tenía que calcular al máximo todos sus movimientos. Artemio se puso de pie y agarró el garrote que Eusebio había dejado tirado (después de todo, no hay mejor arma que la de un enemigo), y viendo que los otros dos hombres se habían puesto ya de pie, procedió a correr velozmente, siendo imitado por los otros dos, quienes le siguieron el paso tan rápido como les fue posible, huyendo en dirección contraria a la que los habían llevado sus plagiarios.

Aun cuando Eusebio había ya comenzado a emborracharse, pronto se percató de la huida de sus prisioneros; sin embargo, eligió no alertar a Encarnación ni a Bonifacia, de esa manera se evitaría el riesgo de

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________________________________________________ que murieran a manos de sus compañeros. Un asesinato tan absurdo era algo que jamás se sacaría de su conciencia. El par de danzantes no tardó mucho en darse cuenta de la fuga y se dispusieron a perseguirlos y tratar de darles alcance.

—¡Regresen ahora, malditos perros! —gritó Bonifacia furiosa mientras trataba de correr desnuda y ebria entre los arbustos del monte.

—¡Vuelvan o los mataremos! —amenazó Encarnación, tratando de buscar algún arma para amenazarlos e ir tras ellos.

Su esfuerzo fue inútil, la ebriedad y el vicio los habían incapacitado casi por completo. Eusebio, pese a que era el único en condiciones de ir y darles alcance, simplemente se quedó quieto, fingiendo estar tan borracho como sus compañeros. Eusebio tendría muchos arrepentimientos al día siguiente, pero un asesinato inútil no sería uno de ellos.

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PRESENTACIÓN Desde sus inicios, el siglo XIX se vio definido por una serie de fuertes transformaciones dentro de la estructura política, económica, cultural y social del país. Aunque estas tuvieron efectos distintos en las diversas regiones, en el caso de Nuevo León uno de los elementos que vivió mayor cambio fue el de la percepción hacia el indígena local.

Como se describe en la obra Del exterminio a la marginación, del autor Jesús Gerardo Ramírez Almaraz, desde finales del siglo XVIII, con la llegada de las ideas generadas por la Ilustración y los viajeros naturalistas, se estableció en Nuevo León una nueva forma de percibir al indio. Anteriormente, este era considerado por los pobladores del noreste únicamente como mano de obra, mercancía o herramienta destinada a los trabajos en las minas o haciendas.

Sin embargo, con las constantes luchas desatadas por parte de ambos bandos y las nuevas ideas traídas directamente desde Europa en donde se justificaba una supuesta superioridad biológica de los europeos, la relación de explotación y abuso se convirtió en una de exterminio.

Para este siglo comenzaron a utilizarse otros métodos de lucha como la caza por recompensas, incendios y saqueos de campamentos, envenenamiento de agua y alimentos, persecuciones y la formación de grupos paramilitares conocidos como guardias blancas. Apoyados por el estado, los soldados y pobladores que participaban de estas exterminaciones recibían, además de recompensas monetarias, un alto grado de honor y elogio.

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Percepciones Primeras señales Bajo los inmensos cerros que componen la Sierra Madre Oriental, cercanas a la villa de Santiago, se encontraban las tierras de don Baltasar Martínez, un vecino español que junto a su esposa Carmen de Martínez, vivía pacíficamente en su pequeña hacienda. Transcurriendo una tranquila noche en el mes de octubre de 1854, los animales descansaban en sus corrales bajo la luz de la luna llena cuando repentinamente se escuchó un fuerte golpe; Baltasar, de un sobresalto, se levantó de la cama y tomando su arma corrió a la entrada. No le tomó más que unos pasos darse cuenta de que los ruidos provenían del gallinero; apresuró su marcha, pero al llegar, un coyote gris salió apaciblemente cargando una gallina muerta en su hocico. Después de un momento de incertidumbre, observando los deslumbrantes ojos del animal, reaccionó con molestia y tras apuntarle por unos segundos, a punto de disparar, la silueta canina desapareció a toda velocidad entre la oscuridad.

Distraídamente, lanzó un fuerte suspiro y maldijo al animal por interrumpir su sueño antes de regresar a la vivienda, sin embargo, al instante en que llegó al portón detuvo su andar bruscamente, pues un fuerte presentimiento lo invadía, algo se encontraba justo a su espalda; tomando con gran fuerza su arma, volteó lentamente solo para descubrir que el patrón del manto celeste era idéntico a aquel que se manifestó en esa fatídica noche, veinticinco años atrás. Confuso por

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________________________________________________ los recuerdos que le llegaban masivamente, apartó la mirada y vio como a lo lejos, en los límites de su territorio, el coyote gris lo observaba fríamente, siguiendo su camino hacia la oscuridad segundos después.

—¿Estás bien? —preguntó Carmen.

—Sí, solo es un viejo fantasma merodeando.

Perturbado, decidió asegurar sus puertas y dirigirse a dormir aprovechando las pocas horas de descanso que le restaban antes de comenzar con la cosecha de sus plantaciones. A la mañana siguiente, con cierto entusiasmo, la pareja se levantó temprano pues finalmente comenzarían las labores para cosechar el maíz, tras cuatro meses de espera; las mazorcas estaban brillantes y apetecibles, pero junto a estas también los chiles habían crecido en abundancia y las vainas de frijol colgaban en montones de los delicados tallos que difícilmente lograban soportar su peso. Además, junto con el alimento se llegaba la oportunidad de cambiar estos productos por nuevos utensilios que traían consigo los comerciantes locales, quienes salían a surtir directamente a la Ciudad de México, o, simplemente, por otro tipo de alimento que cultivaban los vecinos de la zona; herramientas de trabajo, algunas prendas de vestir o materiales para su confección, las preciadas azúcar y sal, jabón o, cuando se tenía suficiente, tal vez un poco de cacao.

Desde la aparición de los primeros rayos de luz hasta que el sol se ocultaba, ambos se repartían las arduas tareas de cosecha, cuidado de los animales y los preparativos para el invierno, además de las diversas tareas del hogar que recaían exclusivamente en Carmen. Sin embargo, con el pasar de los años, cumplir con estas tareas se volvía cada vez más complicado,

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________________________________________________ pues el esfuerzo y el tiempo comenzaban a mostrar sus primeras consecuencias; Baltasar ya estaba próximo a cumplir sus 46 años de vida, mientras que su esposa recién había completado sus 39 años. Para este punto, ellos habían anhelado tener hijos que les ayudaran día con día a mantener viva la hacienda, fantaseando con niños que corrieran entre los campos de maíz, jugaran con las cabras y aprendieran las tareas del día a día.

Pero la vida no fue amable con ellos, tras un aborto espontáneo, Carmen nunca pudo volver a embarazarse, dejándola sumida en una larga depresión que solo pudo afrontar gracias al cariño que su esposo le tenía.

Las guardias blancas Cerca del mediodía, justo en los límites de la finca, una guardia blanca compuesta por doce vecinos criollos llevaba a cabo su feroz caza; habían logrado ubicar a una de las pequeñas tribus indias que se encontraban asentadas temporalmente entre las montañas y sin perder tiempo se apresuraron a atacar; algunos de los agredidos lograron tomar sus arcos, pero la mayoría murió debido a las armas de fuego antes de poder defenderse, quince muertos era el saldo total después de algunos minutos. Unos tantos huyeron, entre los cuales se encontraban dos pequeños indios, quienes habían logrado correr lo suficiente como para perderse de vista. Zulen de once años e Ikkan de dieciséis, hermanos huérfanos, corrían mientras se ocultaban en el espeso bosque, pero la grave herida en la pierna de Ikkan les dificultaba mucho su trayecto y aumentaba las posibilidades de ser capturados.

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________________________________________________ —Zulen, vete de aquí, yo me esconderé, ¡rápido, rápido! Después te alcanzaré —gritaba Ikkan, intentando que su pequeño hermano lograra escapar.

—Buscaré algo con qué ayudar, buscaré a alguien —decía entre sollozos.

—¡No! ¡Solo vete! Yo te encontraré después. — Se escuchó un disparo a lo lejos que sacudió a ambos —. ¡Vete!

El pequeño Zulen corrió con desesperación sin tener una dirección fija, lloraba desconsoladamente invadido por el miedo; sin percatarse, fue entrando al territorio de Baltasar, cruzando los altos maizales.

Inmensa fue su sorpresa cuando se vio descubierto por la pareja que se encontraba cosechando, aterrado, solo sollozaba conmoviendo el corazón de Carmen, pero un repentino disparo hizo reaccionar a todos otra vez. En su desesperación, el pequeño les pidió ayuda entre sollozos y un burdo español, petición que Carmen apoyó inmediatamente, rogándole a su esposo que lo dejara esconderse.

Tras pensarlo unos segundos, aceptó con disgusto, pues sabía con claridad los problemas legales a los cuales podrían enfrentarse en caso de que fueran descubiertos; desde graves multas hasta años en prisión, eran las sanciones más comunes en estos casos, debido a que la guerra entre indios y españoles se encontraba iniciando uno de sus momentos más sangrientos. Carmen llevó al pequeño junto a las cabras, pidiéndole con señas que se escondiera entre el heno y no hiciera ningún ruido; sin embargo, antes de ocultarse pidió por su hermano, quien se encontraba herido no muy lejos de los límites del territorio. Tras los ruegos de su esposa, Baltasar finalmente aceptó,

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________________________________________________ aclarando que únicamente iría a rondar un poco, sin exponerse ni perjudicar a la guardia.

Pasados apenas unos minutos de caminata, Baltasar escuchó unos ligeros gemidos que provenían detrás de una gran piedra; con cautela y sujetando fuertemente su herramienta se aproximó, descubriendo al adolescente con su pierna ensangrentada. Sin dudarlo, Ikkan sacó una pequeña cuchilla hecha de hueso e intentó insertarla en el pecho de Baltasar, pero la rápida reacción de este evitó que siquiera pudiera tocarlo; en su desesperación, comenzó a arrastrarse con gran dificultad intentando retroceder, pero el dolor de su pierna ya era insoportable.

—¡Vengo a ayudarte, tonto! ¡Tu hermano lo pidió!

Totalmente desconcertado, bajó su cuchilla mientras Baltasar le extendía su mano para levantarlo mientras veía nervioso los alrededores; tras escuchar los disparos acercándose, Baltasar lo abrazó para darle apoyo y poder caminar con mayor rapidez; cojeando y con gran dolor, Ikkan apresuraba sus pasos. A toda velocidad llegaron a los campos de maíz y tras un fuerte empujón, Baltasar lo lanzó hacia los maizales pidiéndole que se ocultara; intentando recuperar el aliento, se dirigió a su puesto de trabajo en caso de que la guardia se acercara a investigar. No pasó mucho tiempo para que dos vecinos armados llegaran inspeccionando con la vista todo el lugar; tras un afectuoso saludo, los hombres advirtieron sobre la posibilidad de que algunos indios estuvieran cerca del perímetro, sin sospechar que uno de estos los observaba entre los maizales; bromearon un poco sobre lo buena que había sido la caza y la forma en que gastarían las recompensas que

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________________________________________________ les esperaban al llegar al pueblo, pero rápidamente continuaron con su camino, no sin antes despedirse afectuosamente deseándoles una buena cosecha.

Sin perder tiempo, Carmen se dirigió a recoger al adolescente dentro de los maizales y ayudada por su esposo, lo llevaron a una de las mesas; comenzó a limpiar escrupulosamente su herida utilizando algunas hierbas medicinales y tras una hora de cuidados, finalmente cayó rendido en el pequeño espacio de descanso que preparó Baltasar a petición de su esposa.

Su hermano lo acompañó en todo momento, viéndolo sufrir preocupadamente pero siempre dispuesto a ayudar en lo que la señora le pidiera; tras ensangrentar sus manos y parte de su ligera y sucia vestimenta, Carmen se aseguró de preparar agua para que el pequeño pudiera tomar un baño, mientras tanto, ella sacó algunas camisas viejas de su esposo para ajustarlas rápidamente a los pequeños cuerpos de los indios.

Tras pensarlo un rato y obedeciendo los reclamos de Carmen, Zulen accedió a darse un baño, sin tener muy claro el proceso, por lo que ella tuvo que ayudarlo a tallarse y enjabonarse. Al encontrarse limpio y con ropa cómoda, fue derrumbado por el cansancio que le provocó la intensa persecución, no tardando en quedar profundamente dormido junto a su hermano.

Carmen tomó este tiempo libre para terminar algunas tareas que aún quedaban pendientes y preparar la cena favorita de su esposo con el fin de mantenerlo contento, pues sabía que en cualquier momento podría cambiar de parecer sobre brindarles ayuda a los pequeños indios.

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________________________________________________ El debate Llegada la hora de la cena, Carmen sirvió abundantemente el plato de Baltasar, mientras que él, sorprendido, lo saboreaba con la vista gozosamente; al verlo comer con esmero e impaciencia, su esposa no pudo contener su disgusto y tras regañarlo le advirtió que tuviera cuidado al masticar pues podría enfermarse o asfixiarse. No pasó mucho tiempo para que el delicioso aroma proveniente de la cocina y la animada conversación de la pareja, alertaran a Zulen, quien estaba acostumbrado a una alimentación muy limitada, pues debía atenerse a lo que su tribu lograba obtener por medio de la caza y recolección de frutos silvestres. Con miedo y curiosidad se acercó al marco del comedor, esperando encontrar aquello que desprendía tan agradable aroma, Carmen lo vio de inmediato llamando la atención de Baltasar con su repentino cambio de mirada; tras pensarlo un poco ella lo dirigió a la mesa y le sirvió un plato, únicamente unos segundos de timidez trascurrieron hasta que comenzó a comer con gran desesperación, causando molestia a Baltasar, pues aun a pesar de las indicaciones de Carmen, el niño seguía comiendo a grandes bocados, provocándole una repentina tos.

—Ellos no pertenecen con nosotros, Carmen.

Ellos deben estar con los suyos.

—Son niños, querido, por supuesto que no saben comer. No se les ha enseñado, pero pueden aprender.

Ya ves el trabajo de los padres, ellos les han enseñado a hablar. ¿No crees que también puedan aprender a comer?

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________________________________________________ —Sabes bien que no me refiero a la forma de comer. ¡Es muy peligroso tenerlos aquí! ¡Además, no sabes que enfermedades traigan! Ni sus intenciones. Tú misma has sido testigo de los salvajes que pueden ser. ¡Roban, destrozan los cultivos, incendian iglesias y matan! ¡Tú lo has visto!

—Yo solo he visto a hombres matar a otros hombres. Incluso algunos que dicen ser cristianos, los he visto ser más crueles y salvajes que aquellos a quienes llaman animales. Y también estoy segura de que tú sabes aún más sobre eso.

Baltasar guardó silencio pues entendía a la perfección a que se refería con ese último comentario, aquella funesta noche en la que, además de perder a su hermano, perdió por completo la percepción segregacionista hacia los indios que sus padres fervientemente le habían enseñado. Tras un momento de silencio, el niño terminó de comer y con gran timidez dio las gracias a Carmen por la comida; con una sonrisa ella recibió el agradecimiento y le indicó que fuera a revisar a su hermano, pues al terminar de limpiar ella se aseguraría de atenderlo; obedientemente el niño se retiró de la mesa.

—Se quedarán solo el tiempo que les tome recuperarse de sus heridas —dijo Baltasar determinadamente.

—¿Un mes?

—Una semana y no más.

Una extraña visita Llegada la madrugada, y aun manteniéndose despierto, Baltasar se levantó de la cama y sacó de un

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________________________________________________ cajón una pequeña bolsa de tela que contenía un collar de cuero y huesos de animal tallados; con gran sigilo, salió de la casa a observar el extenso cielo y apretando con su puño el collar lanzó un fuerte suspiro.

De improviso se percató de que nuevamente un enorme coyote gris, se encontraba husmeando entre la hacienda, a escasos dos metros de distancia; con gran sorpresa intentó buscar algo con lo que pudiera armarse, encontrando únicamente un palo de madera.

Sin embargo, el animal no hizo mayor movimiento, manteniéndose sentado en silencio y observándolo fríamente; unos segundos después, se enderezó y avanzó unos pasos hacia el marco de la puerta abierta, dirigiendo la mirada a los pequeños indios que dormían plácidamente, se posó de nuevo sobre sus patas traseras; con delicadeza Baltasar se acercó a la puerta para entender qué era aquello que el coyote observaba tan entretenidamente y, mientras este curioseaba, el coyote se acercó para comenzar a golpear la mano de Baltasar con su hocico buscando el collar.

—No entiendo lo que intentas.

Tras lanzar unos cuantos gruñidos rápidos simulando un fastidio considerable, decidió simplemente acostarse y observar la luna; confundido y siguiendo su ejemplo, Baltasar se sentó en un pequeño banco, justo a un lado del imponente animal.

—Quieres que los proteja… así como no pude hacerlo con él, ¿no es cierto?

El coyote rápidamente enderezó su cabeza y lo miró fijamente unos segundos mientras lanzaba un pequeño gruñido; se puso en pie y comenzó su camino hacia el bosque, justo antes de desaparecer lanzó un

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________________________________________________ fuerte aullido, que no tardó en ser acompañado por una sinfonía de chillidos, aullidos y resoplos.

A la mañana siguiente Baltasar se levantó temprano, dirigiéndose de inmediato a iniciar con las tareas de su día; mientras cosechaba los sembradíos se mantuvo completamente perdido en sus pensamientos, intentando analizar lo que había ocurrido la noche anterior y tomar así una decisión.

Mientras tanto Carmen se encargó de cumplir con el quehacer y dedicarse a sus pequeños visitantes; sin embargo, sus principales obstáculos comenzaron a aparecer con la desconfianza de Ikkan, quien, a pesar de estar aun débil y desarmado, se mantenía receloso y agresivo, impidiendo en diversas ocasiones que Carmen continuara con su trabajo de curación. La mejora no hubiera sido posible si no se hubiera contado con la intervención del pequeño Zulen, quien ayudaba a su hermano a relajarse y prestaba apoyo a Carmen con algunas de las tareas del hogar, siempre y cuando ella lo solicitara. ¿Quiénes son los malos?

Con el paso de los días, se llegó el punto en el que las cosechas fueron más grandes de lo previsto, dándoles la oportunidad de intercambiar sus sobrantes por nuevos alimentos u otros materiales indispensables; sin esperar más, a primera hora de la mañana la pareja se dirigió hacia el pueblo, no sin antes dar instrucciones a los chicos de no salir bajo ningún motivo. Cargaron de maíz la pequeña carreta y se dirigieron al pueblo; al llegar, buscaron un espacio dónde descargar sus productos y los comercios que pudieran aceptarlos,

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________________________________________________ pero su trabajo se vio interrumpido con la llegada victoriosa de una de las guardias blancas, dirigida por Vicente Duarte, quien levantando sus manos con orgullo mostraba las cabelleras recortadas de seis indios; el resto de los integrantes de la guardia cargaban con al menos dos cabelleras que estaban ya listas para ser entregadas al ayuntamiento y canjeadas por recompensas.

—¡Hoy hay veinte bestias menos en este mundo!

—gritaba con regocijo Vicente, mientras agitaba las cabelleras y la población le aplaudía con júbilo.

Cumplidos, admiraciones, aplausos y chiflidos eran dirigidos al grupo de hombres que alegres paseaban por el centro del pueblo exhibiendo sus trofeos; mientras que para la población esto era un motivo de regocijo, para Carmen y Baltasar no eran más que un amargo y lamentable espectáculo, sin embargo, debían mostrar apoyo a los vecinos pues corrían el riesgo de ser interrogados o acusados. Los ánimos se disiparon cuando la guardia entró al Ayuntamiento a reclamar sus recompensas, pero la gente aún mantenía sus conversaciones en ese tema.

—¡Qué bueno que al fin se esté acabando con esa plaga! ¡Finalmente esas cucarachas reciben lo que se merecen! —dijo uno de los comerciantes.

—¡Es que es increíble! Desde huercos esos indios son unos asesinos, unas bestias incorregibles. Yo no sé cómo los padres se esmeran tanto en convertirlos, ¡esos bárbaros ni alma que salvar han de tener!

—Esa es una vil mentira, si los niños cometen esos pecados es porque sus padres así los enseñaron. ¡Ellos no tienen la culpa porque no saben que lo que hacen

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________________________________________________ está mal! —interrumpió Carmen con gran indignación ante las palabras que escuchaba de la vecina.

—¿Cómo te atreves a llamarme mentirosa? ¡Es la pura verdad y todos aquí lo saben! ¿Qué acaso estás del lado de los indios? —con desagrado y sorpresa algunos vecinos comenzaron a dirigir la mirada a Carmen tras las declaraciones de la mujer.

—No estoy del lado de los indios. Sé que ellos son culpables de sus propios pecados, pero castigar a los pequeños con la misma vara que se castiga a los adultos me parece algo cruel. No creo que matar niños sea nunca una solución para algo.

—Mujer, ya cierra la boca —le susurró Baltasar mientras la tomaba del brazo.

—Veo que tu mujer tiene preferencias por los indios —dijo Vicente mientras se acercaba lentamente.

—No por los indios, por los niños —respondió Baltasar firmemente.

—Es entendible considerando la situación… ¡Vamos amigos, aquí no hay mucho que ver! Si quieren un espectáculo esperen la feria que llega en una semana, el alcalde ya me dijo que está vez sí la organizarán porque la cantidad de ratas ocultas en las montañas al fin está disminuyendo.

Tras murmullos alegres y algunos aplausos, la gente olvidó por completo el tema y se dispuso cada uno a charlar sobre los preparativos para la feria; mientras tanto, Vicente se acercó disimuladamente a Baltasar intentando hablar con él mientras lo atraía con una mano, lejos de los demás.

—Yo lo respeto mucho don Baltasar, al igual que muchos en este pueblo, porque sabemos lo que ha hecho; su apoyo en la guerra contra los gringos fue

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________________________________________________ impecable. ¡Y ni hablar de su honorable padre, que en paz descanse! Fue mi héroe cuando era niño, cada tiro que daba era para matar. Siempre lo veía con su uniforme, yendo y viniendo del presidio. Gracias a él aprendí a disparar y la verdad que le estaré eternamente agradecido. Usted heredó ese don y esa disciplina, diestro con las armas, hábil con los tiros, pero lo que no logro entender es ¿por qué no los utiliza en estos tiempos de guerra? Prefiere quedarse a cultivar… ¿por seguridad?

—No soy un cobarde si eso insinúa. Ya hice mi servicio y ya peleé mis guerras con enemigos diez veces más fuertes que estos indios. Que sea diestro con las armas no significa que me guste derramar sangre, es por eso que escogí el campo y no andar por la vida mandando almas a Dios.

—Esas lacras ni alma tienen, por eso es tan sencillo matarlas. Incluso Dios está de nuestro lado al permitirnos encontrar sus madrigueras. Tan solo piénselo, si Dios no quisiera que los elimináramos, Él con su infinito poder podría ocultarlos o mandarnos alguna señal, alguna plaga o alguna peste.

—Lo ha hecho, pero siguen culpando a los indios por eso.

—No lo entiendo, de veras que no lo entiendo. ¿Por qué ese afán de defender lo indefendible? ¡Esas bestias son todo menos santas! ¡Yo he vivido su crueldad en carne propia! ¡Mi hija, me quitaron a mi hija! La ultrajaron y después me la mataron. Ella no tenía pecado, ¡ella sí era santa!

Baltasar solo se mantuvo en silencio, mientras tanto Vicente hizo una pausa mirando alrededor, se acercó de un impulso a Baltasar y lo señaló con su dedo

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________________________________________________ muy cerca de él mientras intentaba recuperar las fuerzas para seguir hablando.

—Y eso no les bastó… quemaron mis cosechas y obligaron a mi familia a pasar hambre. Todo el trabajo, todos los recuerdos que guardé de ella, arruinados en una noche. Pudieron robarse el maíz que ya estaba listo, usarlo para alimentar a sus niños, pero en lugar de eso lo quemaron todo, para que nadie pudiera comerlo. Me quitaron mi dignidad, me quitaron a mi niña y he jurado pagárselos con la misma moneda.

—Tras su amargo discurso, con la cara roja y los puños firmes, Vicente decidió tranquilizarse —¡Yo me encargaré de eliminar a esa peste! ¡Ni uno solo de esos indios quedará con vida! —gritó dirigiéndose al pueblo, que lo apoyó con aplausos y admiraciones.

Despreocupadamente se giró hacia Baltasar y con un susurro expresó sus últimas palabras antes de retirarse — . Ni uno solo, ¿me escuchó? Ni uno solo—.

Cuando Vicente finalmente se retiró, Carmen se acercó a su esposo para avisarle que el intercambio ya estaba listo. En ese momento, se escuchó la plática de dos comerciantes que se quejaban de las diversas ocasiones en que los indios habían robado sus mercancías en los caminos despoblados, haciéndoles perder cientos de pesos; fue entonces cuando uno de ellos dijo algo que atemorizó en gran medida a Carmen. Según los rumores, la propuesta de envenenar los aguajes visitados por los indios estaba comenzando a circular entre la población y se buscaba que esta llegara a los oídos del gobernador para llevarla a cabo, una medida extrema que pondría en peligro no solo a todos los indios que buscaran desesperadamente un

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________________________________________________ poco de agua en el árido territorio, sino también a unos cuantos vecinos despistados.

Hablando del pasado Al regresar a la hacienda, Carmen se apresuró a descargar algunos de los productos que llevaba en una bolsa separada; entusiasmada entró a la casa pues había logrado conseguir a muy buen precio ingredientes, como harina de trigo, azúcar y un poco de cacao, los cuales, compró en cantidad suficiente para preparar varios de sus postres favoritos. Zulen se apresuró a abrir la puerta tras escuchar los gritos de Carmen llamándolos; ella, entrando con gran impulso, puso las bolsas sobre la mesa y le pidió a Ikkan que le ayudar a guardar los alimentos en sus respectivos espacios, mientras tanto Zulen se encargó de ayudar a Baltasar a descargar los artículos restantes. Al ver a los tres reunidos en la cocina, Baltasar aprovechó el momento para dar una declaración.

—Si se van a quedar aquí entonces tendrán que aprender a trabajar como buenos hombres que ganan honradamente su pan. Mañana temprano, Zulen, vendrás conmigo y me ayudarás a cosechar, Ikkan tú te quedaras con Carmen hasta que tu pierna sane; y a quien no le guste, ahí está la puerta.

Baltasar se dirigió al cuarto a descansar un rato en lo que llegaba la hora de la cena, mientras tanto Carmen y Zulen sonreían pues el comentario de Baltasar significaba su permiso para que los hermanos permanecieran más tiempo en la hacienda.

Entusiasmada, Carmen preparó como postre un delicioso pan de elote, platillo que era completamente

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________________________________________________ desconocido para los niños y al cual Ikkan se volvió un fiel seguidor.

A la mañana siguiente, Baltasar levantó temprano a Zulen para comenzar con las tareas del campo; aunque su español no era del todo fluido, intentaba dar su mayor esfuerzo para cumplir con las instrucciones. Con mucha paciencia Baltasar demostraba paso a paso lo que se tenía que hacer, usando señas, acciones y expresiones que al pequeño le parecían graciosas; le mostraba el nombre de las herramientas y el proceso básico de cosecha.

Carmen veía a través de la ventana al pobre Zulen correr de un lado a otro, intentando mantener el mismo ritmo que Baltasar, causándole varias carcajadas mientras terminaba las tareas junto con Ikkan, a quien había pedido la ayudara a limpiar y desgranar el maíz. Tras un momento de silencio, intentó crear una conversación, para que el trabajo se hiciera más llevadero.

—¿Cómo sigue tu pierna? ¿aún tienes dolor?

—No. La fría y corta respuesta de Ikkan no desmotivó a Carmen, pues continuó insistente, usando preguntas como ¿te sientes a gusto aquí? ¿te gusta la comida? ¿sueles jugar con tu hermano?, de las cuales sus respuestas seguían manteniéndose cortas; sin embargo, no se dejó vencer, a pequeños pasos ella comenzó a bromear y contar algunas anécdotas graciosas sobre la vez que conoció a su esposo, sobre sus primeros días cocinando, la primera vez que llegó a la hacienda o aquella ocasión en que olvidó cerrar el corral y las cabras salieron corriendo a toda velocidad.

Ambos comenzaron a reír e Ikkan fue motivándose a

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________________________________________________ hablar cada vez más, preguntando el ¿qué?, ¿cómo? y ¿por qué sucedieron las cosas? La plática se animó hasta que a Ikkan le fue imposible contener una pregunta que le había afligido desde el primer día.

—¿Por qué son buenos con nosotros? —con una mueca de confusión la miró a los ojos. Carmen disminuyó su sonrisa de inmediato, tomó una bocanada de aire y sacudiéndose los restos de hojas de maíz del mandil se dispuso a contestar.

—Nunca me ha gustado como tratan a los indios, me parece algo muy cruel. Desde niña veía el sinfín de muertes y persecuciones, siempre unos tras otros haciéndose daño, era como un círculo, algo que no tenía fin. Y cuando el pequeño Zulen llegó aterrorizado a pedirnos ayuda, vi en él a aquel hijo que perdí ya hace mucho tiempo, esa pequeña criatura con la que sueño en ocasiones. Fue cuando supe que debía ayudarlo.

—¿Y qué hay del señor? ¿por qué no nos mató y cobró las recompensas?

—¡No, no! ¡Él jamás haría algo como eso!

Quítate esas aberraciones de la cabeza.

—¿Por qué?

—Porque él es un caso distinto. —Carmen se movió incómodamente en la silla y se aproximó a la ventana para asegurarse de que su esposo seguía ocupado con Zulen, rápidamente volvió a su asiento y se acercó con precaución a Ikkan, disminuyendo el volumen de su voz —. Él es distinto, porque ha tenido experiencias distintas.

—¿A qué se refiere?

—Mira, él… él en su juventud tuvo un amigo, era un mestizo un poco más joven que él, pero lo amaba

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________________________________________________ como si fuera su propio hermano. Crecieron juntos a pesar de las habladurías de su antiguo pueblo, jugaban cerca del rio o exploraban las montañas, de una forma u otra todos los días encontraban la manera de divertirse un rato. Pero una noche el padre de su amigo, que era un español de malas costumbres, abusó terriblemente del alcohol y sin más acabó con la vida del pequeño. Mi esposo lo vio morir y desde entonces juró que nunca sería como uno de esos horribles hombres.

—¿Y desde entonces ha mantenido su promesa?

—¡Por supuesto que sí! Y créeme que le ha costado, pero aun a pesar de los chismes, rumores, desprecios y decepciones, se ha mantenido firme.

Ahora, tú me hiciste una pregunta difícil así que yo tengo el derecho de hacer una igual. Veo que hablas mucho mejor el español de lo que habías demostrado, dime, ¿cómo lo aprendiste? —Carmen miraba detenidamente el rostro de Ikkan, mientras este se encogía poco a poco.

—Fue en una misión. Nos obligaron a ir junto con mi madre y varios más. Ahí nos enseñaron a hablar el español y nos contaron sobre Dios; nos dijeron que estábamos siendo guiados por demonios y que debíamos hacer lo que ellos nos ordenaban si no queríamos quemarnos en el infierno. También nos pusieron a trabajar en los campos y nos enseñaron a cuidar a los animales, a algunos les enseñaron a construir cosas con madera o hacer vasijas.

—¿Y por qué no se quedaron en la misión? Ahí hubieran estado a salvo.

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________________________________________________ —Porque nos sacaron. Un día llegaron todos esos hombres blancos, encadenaron a muchos y se los llevaron en jaulas, a otros los mataron; Zulen y yo salimos corriendo, mi madre iba detrás de nosotros, pero la perdimos cuando llegamos a los árboles, esa fue la última vez que la vimos. Después de unos días encontramos el grupo de mi abuelo, él nos cuidaba, pero los demás no nos querían porque el padre de Zulen era un blanco.

Carmen se quedó callada pues no sabía que decir, miró con gran angustia a Ikkan quien, intentando disimular su tristeza, continuaba limpiando los elotes.

Carmen lo tomó de los hombros y mirándolo fijamente al rostro dijo con voz suave —: Ya no tienen que temer, aquí estarán a salvo .

La fogata Después de tres semanas de estar dentro de la casa, Ikkan finalmente salió caminando y tomando un gran suspiro, dispuesto a ayudar con las tareas del exterior; pero, sin saberlo, una sucia alma enviada por Vicente se escondía entre los maizales, tratando de obtener toda la información que le fuera posible; tan pronto como encontró lo que buscaba regresó al pueblo tan rápido como su caballo se lo permitió. Siguiendo el ejemplo de Baltasar, ambos hermanos hicieron con efectividad algunas de las tareas principales, por lo que les quedó mucho tiempo de sobra durante la mañana; para aprovechar el espacio, Baltasar los llevó al establo, con el fin de enseñarles una nueva tarea, el cuidado de sus preciados caballos; tan pronto como se acercaron a la puerta se escuchó el fuerte relinchar de

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________________________________________________ uno de ellos, acompañado por los chillones sonidos de un pequeño potro.

Entusiasmados, ambos hermanos observaron con atención las enseñanzas de Baltasar, el cual, al ver su disposición, se decidió a mostrarles cómo se debía montar; sacando del establo al caballo con las dos yeguas y el potro, los dejó libres para que pastaran y tras un rato, tomó a la yegua más dócil para comenzar con su enseñanza. Para Ikkan, la experiencia fue completamente distinta a cualquiera que hubiera vivido con anterioridad, rápidamente se enamoró de la vista y el sentimiento, decidiendo que a partir de ese momento su vida debía estar dedicada a esa emoción; mientras tanto para Zulen, montar no fue más que una experiencia aterradora y que no repetiría en mucho tiempo. Esa misma tarde, mientras descansaban un poco, Ikkan se armó de valor para eliminar de una vez aquella curiosidad que le había surgido desde su larga plática con Carmen.

—Baltasar, Carmen me contó que usted alguna vez tuvo un amigo mestizo, ¿eso es cierto?

—Esa mujer parlanchina que no sabe guardar secretos —murmuró Baltasar con molestia, pero tras ver los rostros intrigados de ambos decidió finalmente sincerarse —: Sí, es cierto, fue un gran amigo mío.

—¿Y qué pasó?

—Es una larga historia.

—Tenemos una hora hasta que Carmen termine la cena —dijo Zulen con entusiasmo. Soltando una leve carcajada, Baltasar tomó un suspiro y comenzó su relato.

—Yo tenía diecisiete años cuando todo ocurrió, mi gran amigo, Juan, tenía justamente tu edad, Ikkan,

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________________________________________________ él era hijo de mi padrino y una india a la que había tomado, es por eso que nos conocíamos desde hace más de diez años; jugábamos en las tardes a escondidas de nuestros padres, porque odiaban a los indios con toda su alma, a veces le llevaba a probar de los platillos que preparaba mi madre y él me regalaba algunos de los frutos que recolectaba, siempre estábamos juntos, era mi único amigo y el único al que podía llamar hermano. Una noche mi padrino se alcoholizó, estaba fuera de sus cabales, jamás lo había visto así, las facciones en su rostro… parecía un monstruo; con mucha furia sacó su arma y disparó directamente a la madre de Juan, ambos estábamos juntos cuando escuchamos el disparo, él corrió a toda velocidad preocupado por su madre y yo fui tras él tan rápido como pude, pero no había nada que pudiéramos hacer. Al llegar y ver su cuerpo en el piso, lo único que pudo hacer fue caer sobre sus rodillas y llorar sin control, fue entonces cuando mi padrino recargó su arma; hice todo lo posible por detenerlo, lo golpeé, intenté derribarlo o al menos desarmarlo, pero lo único que logré con eso fue una inmensa golpiza; le bastó solo tres segundos para matar a mi mejor amigo y a nadie le importó. Fue ahí cuando decidí que nunca sería un monstruo, sin importar lo que sucediera.

—¿Y qué pasó con tu padrino?

—Mi padre lo apoyó hasta que finalmente murió. Pero bueno, son muchos malos recuerdos por ahora; será mejor que terminemos esto porque hoy haremos una fogata.

Baltasar fue a avisarle a Carmen del cambio de planes, mientras los hermanos continuaron con sus tareas, acercaron los materiales necesarios para la

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________________________________________________ fogata y finalmente cambiaron sus ropas de trabajo.

Pasadas dos horas, la gran flama alumbraba todo alrededor pues la oscuridad ya había inundado el paisaje; la dispareja familia recién concluía la cena, carne, elotes asados y otras curiosidades, cuando el tiempo para contar historias se hizo presente. Baltasar relató cómo su padre se había ganado el apodo de Carlos Martínez, El monstruo del tiempo, siendo reconocido por los indios como un asesino y por los vecinos como un héroe, fue uno de los soldados más temidos en su época debido a que acertaba en el 90% de sus tiros; recibió su sobrenombre debido a que siempre que terminaba de matar a los indios cercanos sacaba su reloj de bolsillo para revisar cuánto tiempo le había tomado realizar su gran matanza. Irónicamente, fue este hábito el que lo llevó a la muerte, pues mientras revisaba su reloj un indio recostado entre los arbustos le disparó justo en la garganta.

Emocionados, todos escuchaban las historias de Baltasar, sin sospechar siquiera que el vengativo Vicente se dirigía a toda velocidad hacia a la hacienda, junto con sus más fieles seguidores, tres hombres de malas costumbres, reconocidos en el pueblo por robar, embriagarse y despreciar la ley, pero dispuestos a eliminar a cualquier indio que se les cruzara en el camino con el fin de obtener recompensas.

La pelea Al llegar a la finca, Vicente y sus seguidores aseguraron sus caballos en los árboles que se encontraban en los límites, pues sabían que en caso de que las cosas se descontrolaran podrían resultar heridos perdiendo de

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________________________________________________ esta forma su único medio de transporte. Lentamente se acercaron a la entrada y estando a dos metros de distancia, Vicente comenzó a gritar.

—¡Baltasar! ¡Sabemos que tienes a un par de engendros ahí! ¡Será mejor que los saques antes de que comencemos a disparar! ¡Eres listo Baltasar, no vas a arriesgar a tu hermosa esposa solo por dos salvajes!

Mientras tanto, dentro de la hacienda, Carmen corría con los chicos para llevarlos a la parte trasera y pudieran así escapar rumbo al bosque; al llegar les dio un enorme abrazo y les besó la frente, asegurándoles que estarían bien, tras un emotivo despido los lanzó para que pudieran continuar con su huida entre los árboles. Temerosos de que sucediera lo mismo que años atrás, cuando perdieron a su madre, los hermanos decidieron mantenerse cerca del perímetro para ver cómo podían ayudar, teniendo la suficiente precaución de mantenerse alejados de la zona de fuego. Al mismo tiempo Baltasar había sacado sus armas que estaban bajo llave en un baúl, mientras tomaba una posición cómoda cerca de la ventana.

—¡Suficiente! ¡Intenté ayudarte, pero parece que no quieres ser razonable!

Vicente se apresuró a acercarse a la puerta, sin embargo, Baltasar disparó justo a sus pies, enviando una advertencia de lo que pasaría si se atrevían a aproximarse aún más; con rapidez, los hombres se pusieron en posición y ocultándose entre las plantas de maíz, comenzaron a disparar hacia la bella fachada.

Baltasar logró disparar a la pierna de uno de los hombres haciendo que este emitiera fuertes gritos de dolor, provocando que los demás comenzaron a

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________________________________________________ ponerse nerviosos aumentando la velocidad de los disparos, pero Carmen no dudó en ayudar a su esposo.

—¡¿Qué haces?! ¡Te enseñé a disparar para protegerte, mujer! ¡No para que te vinieras a suicidar!

—Fue tu culpa por pensar que no te ayudaría en casos como estos.

Con un notable descontento, Baltasar continuó disparando mientras Carmen hacia lo mismo desde otra ventana. Aunque uno de los hombres ya se había desmayado por el dolor, los tres restantes demostraban estar en una notable ventaja, pues la pareja apenas podía seguirles el ritmo; sin embargo, una inesperada y perversa estrategia de Vicente, puso aún más nervioso al matrimonio. De una bolsa que cargaban, el irrazonable antagonista sacó unos utensilios con los que se dispuso a encender un fuego que acabara con las cosechas que estaban destinadas para sobrevivir el invierno; al percatarse de esto Ikkan le pidió a su hermano que se mantuviera oculto mientras él se apresuraba a desbloquear los canales de riego y mojaba las grandes hojas lanzando agua con un balde, formando un perímetro para que el fuego no se extendiera.

No le tomó mucho tiempo a Vicente percatarse de las acciones de Ikkan, por lo que rápidamente y con gran furia tomó su arma y comenzó a dispararle; dejándose caer al suelo, el adolescente intentó escabullirse mientras se arrastraba con terror, pero aquel hombre fue mucho más rápido, lo tomó de los pies para darle media vuelta y colocando su pesado pie sobre el pecho de Ikkan, le apuntó con su arma. De pronto, un enorme coyote salió de entre el maizal, abalanzándose con todo su peso sobre Vicente, y

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________________________________________________ acompañado de diez coyotes más que comenzaron a atacar a los hombres para finalmente arrastrarlos hacia el oscuro bosque. Tras ver aquella atroz escena, Carmen corrió hacia la puerta para asegurarse de que los hermanos se encontraban bien, corriendo se acercaron a ella tras verla salir y los recibió con un gran abrazo; aun a pesar del gran susto por el que habían pasado, ambos parecían estar en perfectas condiciones, pero no se podía decir lo mismo de los hombres que emitían gritos desgarradores hasta finalmente cesar. A lo lejos, el coyote gris aullaba a la familia con alegría, pues finalmente, un destello de justicia había aparecido para las almas de aquellos afligidos indios que vagaban por las noches.

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Cuentos sobre Nuevo León se terminó de imprimir en el mes de diciembre de 2020 por la Universidad Autónoma de Nuevo León, Pedro de Alba S/N, Niños Héroes, Ciudad Universitaria. C.P. 66451. San Nicolás de los Garza, Nuevo León, México.

Para su composición se utilizaron los tipos Century Gothic 8, 9, 10, 11, 12, 14 y 24. El cuidado de la edición estuvo a cargo de Valeria Garcia, Yenifer Pérez y Cristina González.