Vida de los Monjes Contemplativos Albertinianos de la "Regula ad Servos Dei" de San Agustín

MONJES CONTEMPLATIVOS ALBERTINIANOS De la "Regula Ad Servos Dei" de San Agustín Monasterio Albertiniano Inmaculada Concepción de María Diócesis de Estelí, Nicaragua

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l monje, para San Agustín no es otra cosa que un hombre en camino de perfección, llamado a vivir su consagración a Dios desde el modelo ideal de la primitiva comunidad de Jerusalén, según Hechos 4, 3235. Esta vida de comunidad querida por San Agustín para sus monasterios comprende dos elementos esenciales: un alma sola y un sólo corazón hacia Dios.

San Agustín da un viraje nuevo al monacato de occidente, al centrarle de lleno dentro del ambiente de la comunidad primitiva de Jerusalén. Este es el punto capital para entender bien la obra monástica agustiniana y para valorar su originalidad y alcance dentro del seguimiento de Jesús.

HISTORIA

En el monacato agustiniano la ascética va encaminada a la comunidad. El punto de partida es la amistad que tiende a la fraternidad evangélica en comunidad. La unión de corazones es el principio vital de la comunidad agustiniana. El “anima una et cor unum” es un medio que depende siempre del fin: “In Deum”. Por consiguiente, el corazón de la vida monástica agustiniana es el amor. Pero, el amor aquí será concretamente la unión perfecta de los monjes “in Deum”, simbolizada materialmente y a la vez, procurada por la comunidad de bienes.

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l monacato agustiniano fue en su tiempo y es para el nuestro, la verificación histórica del proyecto de Jesús. De hecho, para San Agustín el egoísmo es el peor obstáculo antropológico para vivir la novedad del evangelio. El santo fundador, por tanto, se sumerge en la lógica del amor trinitario, en la trinitariedad de la comunidad monástica.

Nosotros, fundadores del Monasterio Albertiniano Inmaculada Concepción de María en el espíritu monástico de Nuestro Padre San Agustín, volvemos a las fuentes recuperando para hoy la belleza de este modelo monástico agustiniano, truncado en la historia por la invasión de los bárbaros a Hipona y la inminente caída del Imperio Romano de occidente.

Estamos convencidos que este modelo monástico, con toda su exigencia, viene a ser alternativo al interior de un mundo cuya lógica es el egoísmo, que vive como si Dios no existiera (etsi Deus non daretur), relativista y abocado a la destrucción de sí mismo si no escucha el llamado de Dios a la “conversio a Deo- adversio ad creaturas”.

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or otra parte, en Nicaragua el Espíritu Santo suscitó en la primera mitad del siglo XX a la primera contemplativa nicaragüense de la cual tenemos noticia, la Sierva de Dios Madre Albertina Prudencia Ramírez Martínez, quien, “oculta con Cristo en Dios” (Col 3,3), asumió la “Passio” en su vida contemplativa, es decir, la dimensión de la cruz, sin la cual no es posible concebir la vida monástica en la Iglesia Católica.

Lo que el Espíritu Santo suscitó en la Madre, ha renacido en lo que hoy podemos llamar con propiedad el “novum” de los Monjes Contemplativos Albertinianos de la “Regula Ad Servos Dei” de San Agustín en la Diócesis de Estelí y en la Provincia Eclesiástica de Nicaragua, para honra y gloria de Dios y salvación de las almas con la fundación del Priorato “sui iuris” MONASTERIO ALBERTINIANO INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA, bajo la vigilancia peculiar de Su Excelencia Reverendísima Monseñor Juan Abelardo Mata Guevara, SDB., Obispo de la Diócesis de Estelí, Nicaragua, C. A. Los hermanos Jaime Valdivia Pinell, Exequiel López López, Marlon Ariel Talavera Gutiérrez, Carlos Miguel López Ramírez, Domingo Antonio Rizo Chavarría y Francisco Jesús Castillo Durón, habiendo orado y consultado su opción fundamental por el seguimiento de Jesús en la vida monástica, ante la necesidad evangélica de nuestra joven Diócesis, se constituyen en los fundadores del Priorato “sui iuris” en un país sin tradición monástica masculina como Nicaragua, pues no consta en los archivos de la Iglesia nicaragüense que hayan existido monasterios autónomos “sui iuris” de varones.

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os monjes han decidido vivir, con el auxilio de la Gracia Divina, bajo la Regla Monástica de San Agustín de Hipona, la herencia contemplativa albertiniana y la autoridad de un Prior, con un alma sola y un sólo corazón hacia Dios, en comunión de vida y en comunidad de bienes, según el ideal de la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén (cf. Hch. 4, 32-35); e insertos en la gran tradición monástica de la Iglesia Católica, siguiendo a Jesucristo, pobre, casto y obediente (propositum sanctitatis), desde la vivencia del monacato agustiniano, “oración-trabajo-estudio”, y la dimensión de la cruz “passio”, heredada de la Sierva de Dios Madre Albertina Prudencia Ramírez Martínez.

La Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica bajo el Prot n° DD 2883-1/2013 del 10 de julio de 2019 ratificó el decreto de erección emitido por S.E.R. Monseñor Juan Abelardo Mata Guevara, SDB., Prot n° 197/2007 del 27 de agosto de 2007. Y bajo el mismo Protocolo fechado el 20 de agosto de 2020 autorizó la aprobación de las Constituciones y del Directorio del Priorato.

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CARISMA

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onsiste en seguir a Nuestro Señor Jesucristo casto, pobre y obediente, en comunión de vida y comunidad de bienes in Deum, según el ideal de la primitiva comunidad de Jerusalén (Hch 4, 32-35), para ser comunidad a la manera de la Trinidad Santa de Dios y, desde este dinamismo trinitario, ser testigos del reinado de Dios en el corazón del mundo que vive como si Dios no existiera (“etsi Deus non daretur”).

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a fraterna exhortación, la animación y el mutuo auxilio en la caridad, para vivir la consagración monástica según el espíritu de la “Regula ad Servos Dei” de San Agustín, el contemplativo de la Sierva de Dios Madre Albertina, bajo la autoridad del Prior y “la vigilancia peculiar del Obispo Diocesano” (C. 615) y “su cuidado especial” (C. 594)

FINALIDAD

Volver a la fuente del carisma monástico agustiniano, truncado en la historia por la invasión de los bárbaros a Hipona y la inminente caída del Imperio Romano de occidente.

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ESPIRITUALIDAD

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a espiritualidad de los Monjes Contemplativos Albertinianos tiene su fuente en el seguimiento de Jesucristo según la “Regula ad Servos Dei” de San Agustín, y en el patrimonio espiritual monástico agustiniano:

- Creados a imagen y semejanza de Dios, cuya esencia es el Amor Trinitario.

- Llamados a ser comunidad a la manera de la Trinidad Santa de Dios.

Al estilo de la primera comunidad de Jerusalén (Hch 4, 32-35): un alma sola y un solo corazón hacia Dios, en comunión de vida y comunidad de bienes.

- La Eucaristía es el “pondus” de la comunidad monástica.

- Inquietos buscadores de la Verdad: Jesucristo, en el corazón de la Iglesia y de un mundo que vive como si Dios no existiera.

- Cultivando todos los días la humildad para ser verdaderos hombres en Jesucristo.

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alonados por la interioridad-trascendencia, la soledad habitada por la Trinidad Santa de Dios, el silencio monástico, el “ordo amoris”.

- La centralidad de la Palabra-Lectio Divina y de la teología monástica sapiencial.

- En contemplación: a la escucha del Maestro Interior.

- Orando con el corazón, en comunión con toda la Iglesia.

- Asumiendo el binomio cruz-resurrección (passio).

- Otium Sanctum, Negotium Iustum et Passio: tres dimensiones de una misma realidad que se constituyen en el dinamismo propio de este monasterio.

- A la luz de la teología monástica sapiencial, fundamentados en la doctrina agustiniana de la vinculación de María, la Madre de Dios, en el misterio de su Hijo Jesucristo y de la Iglesia, los Monjes Contemplativos Albertinianos, no sólo acogen a María como la primera discípula del Señor, sino que también la veneran y la tienen como Madre propia y de la Iglesia.

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VIDA DE ORACIÓNSACRAMENTAL-LITÚRGICA Contemplación y oración personal

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uestra oración personal debe tener como punto constante de referencia a la Sagrada Escritura y la oración del mismo Jesucristo, cuyo Espíritu viene en nuestra ayuda (Rom. 8,16) y bajo su guía, nuestra oración sube hasta Dios Padre. Los monjes dedicaremos una hora a la oración personal, ante el Santísimo Sacramento, en la mejor hora escogida por cada uno de nosotros para tal fin.

“Orar es dialogar con el amado…, orar es hablar de amor con Aquel que nos ama” (S. Teresa). Es estar con Él. La vida contemplativa es un don de Dios a sus hijos; por tanto debemos pedirla con humildad para honra y gloria suya y salvación de las almas. La expresión habitual de nuestra vida de fe, esperanza y caridad lo constituye la oración. Como consecuencia los monjes deberán cuidar la armonía entre la oración y la totalidad de la vida, pues aquélla se manifiesta en la vida.

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Liturgia de las Horas

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n el monasterio se dará la debida importancia al canto coral en común de laúdes, tercia, sexta, nona, Oficio de Lecturas, vísperas y completas. Al recitar el Oficio Divino, ante todo hemos de procurar que nuestra mente concuerde con nuestra voz y que ésta exprese lo que siente el corazón (S. Agustín). Por consiguiente, los que toman parte en la Liturgia de las Horas contribuyen de modo misterioso y profundo al crecimiento del pueblo de Dios; ya que las tareas apostólicas se ordenan "a que todos, una vez hechos hijos de Dios por la fe y por el bautismo, se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor, de este modo los fieles expresan en su vida y manifiestan a los otros "el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia, que tiene como propiedad el ser... visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina.

De la misma forma que en su tiempo los monjes cartujos asumieron el canto gregoriano y tomando plena conciencia de que Dios se merece una alabanza armoniosa (cf. Sal. 146, 1), reconocemos y asumimos el canto gregoriano como propio de nuestra liturgia monástica.

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os monjes harán diariamente la lectio divina (= lectura orante de la Sagrada Escritura de la que se desprende la Teología Monástica), y la meditación de los Santos Padres, que nos libera de esclavitudes y nos introduce en la belleza de nuestra catolicidad, denuncia nuestras deficiencias y, en fin, nos revela el amor de Dios.

Nuestro modo de ser específico en la Iglesia es la vida monástica. Por tanto, los monjes celebramos la liturgia de las horas según el estilo que hemos heredado de la tradición monástica occidental: “no antepongan nada a la Obra de Dios” (S. Benito, Regla). Con esta oración litúrgica se expresa la Iglesia como Cristo Total (S. Agustín), y se afianza la unanimidad y concordia de los monjes. También, con esta forma de oración, la Iglesia cumple el precepto de Jesucristo de orar sin interrupción (cf. Lc. 18,1).

La Liturgia de las Horas constituye un manantial de vida cristiana. Ésta se nutre de la mesa de la Sagrada Escritura y de las palabras de los Santos, y se robustece con las plegarías. Pues sólo el Señor, sin el cual nada podemos hacer, y a quien acudimos con nuestros ruegos, puede dar a nuestras obras la eficacia y el incremento, para que diariamente seamos edificados como morada de Dios en el Espíritu, y redoblemos las energías para llevar la buena nueva de Cristo a los que están fuera.

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Misterio de nuestra fe: la Eucaristía

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unque siempre tributamos el culto debido al Santísimo Sacramento mediante nuestras oraciones, sobre todo litúrgicas, todos los días cultivaremos la adoración personal de la Eucaristía por amor a Dios y amor al prójimo (incluidos nuestros fieles difuntos). Esta adoración será reparadora para Gloria de Dios y salvación de las almas: por las necesidades del Santo Padre, del Colegio Episcopal y de todos los sacerdotes, particularmente de aquellos que sufren o atraviesan una crisis de identidad sacerdotal; por la paz del mundo, por los que no oran y viven como si Dios no existiera, por la santificación de la Iglesia, de nuestros seres queridos y bienhechores, por la nueva evangelización y el futuro de la Iglesia.

El fin último de nuestra celebración del Sacramento Eucarístico es vivir la proexistencia de Jesucristo: ser para los demás. Esto es, la cristificación personal y comunitaria de cada monje en la vida cotidiana del monasterio. Así mismo, el amor a la Eucaristía es la clave de la nueva evangelización (cf. Benedicto XVI): “para que Cristo quede formado en nuestras almas” (M. Albertina).

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n el Sacramento de la Eucaristía se halla realmente presente el autor de la vida, que se inmola por nosotros y nos comunica su vida. Al celebrar el Santo Sacrificio, tengamos presente la Obra de Cristo y creamos que, al mismo tiempo, ofrecemos a Dios en nombre de toda la Iglesia la víctima divina y con ella a nosotros mismos.

Teniendo nuestro Monasterio su raíz y soporte en la celebración de la Eucaristía, porque nacimos del corazón eucarístico de la Sierva de Dios Madre Albertina Ramírez Martínez, ofrezcamos a Dios digna y devotamente este sacrificio de alabanza con espíritu agradecido, a fin de que de él broten los más copiosos frutos para nosotros mismos y para la Iglesia. En efecto, cuando celebramos la Eucaristía vivimos la “memoria cultual” (= nuestra personal y comunitaria koinonía con Jesucristo, el Viviente por excelencia) y la “memoria existencial” (= nuestra koinonía fraterna en la práctica del amor). De esta manera, en cada celebración eucarística asistimos a la actualidad del mismísimo evento eucarístico que nos santifica y santifica nuestra vida monástica: bebiendo de la fuente del amor llegamos a la praxis del amor y viceversa. “Sólo si reconocemos a Cristo en la Eucaristía, lo reconoceremos en los pobres”.

Así, en una sociedad que vive como si Dios no existiera (“etsi Deus non daretur”), los Monjes Contemplativos Albertinianos somos testigos del amor de Dios en el corazón del mundo, signos de la presencia del crucificado – resucitado en un mundo que le ha dado la espalda a su amor. Así, la Eucaristía es la fuente de nuestra consagración, de nuestra fraternidad monástica y de nuestro testimonio de Dios en el mundo.

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n el Sacramento de la Reconciliación celebramos el amor y la misericordia de Dios Padre, revelado en su Hijo Jesucristo, quien por la acción del Espíritu Santo nos invita a reconciliarnos con nuestro Padre común y con nuestros hermanos. Por el ministerio de la Iglesia recibimos el perdón arrepintiéndonos de nuestros pecados en la Confesión. La recepción frecuente y diligente de este Sacramento, implica un continuo esfuerzo de conversión, para que se manifieste en nosotros cada día más, la vida de Jesucristo. El maligno le teme al Sacramento de la Reconciliación porque en el confesionario se le “arrebatan las almas al diablo” (M. Albertina), y por la gracia sacramental “nacemos de nuevo”. Los monjes no podemos olvidar lo que dice Nuestro Padre San Agustín: “Convertidos de una vez para siempre y renovando diariamente nuestra conversión”.

El Sacramento de la Reconciliación: Nacer de nuevo

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La Unción de los Enfermos

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uando peligre gravemente la vida de un monje enfermo, el Prior convocará a los demás monjes para que en el monasterio se ore por él. Cuídese de que en el momento oportuno, el enfermo reciba el Sacramento de la Unción y los demás auxilios espirituales, estando presentes, en la medida de lo posible, los demás monjes y los familiares más cercanos del enfermo.

Los monjes ancianos o enfermos en nuestro monasterio, constituyen con sus sufrimientos, un signo especial del seguimiento de Jesucristo en el camino de la cruz.

Necesitan nuestro apoyo tanto físico como moral y espiritual, para que vivan desde la fe la situación en que se encuentran. Ayúdeseles para que se unan a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo por medio de la espiritualidad reparadora (M. Albertina) y de la gracia del sacramento de la Unción de los enfermos.

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LA CARIDAD MONÁSTICA A TRAVÉS DEL TRABAJO DE LOS MONJES

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l apostolado fundamental del monje es ser testigo del Reinado de Dios en el corazón del mundo mediante su consagración en la vida monástica (Cf. C. 673). Nuestra identidad en la Iglesia es ser “monjes en la misión común”. Así, desde la contemplación estamos insertos en la misión común de la Iglesia para ser testigos del Reinado de Dios en el corazón de los seres humanos y del mundo. El monje permanecerá en el monasterio a lo largo de su formación permanente, hasta la muerte. Una vez ordenado, será llamado por el Prior para desempeñar su labor en la misión para la cual ha sido considerado apto.

La sola presencia de un monasterio evangeliza por sí misma y aunque urja el apostolado activo, no podemos olvidar que la vida monástica irradia en la Iglesia una misteriosa fecundidad apostólica (Cf. C. 674). Fieles a esto y al espíritu monástico de San Agustín y contemplativo de Madre Albertina, el monasterio ejercerá un apostolado que se desprenderá de su propia identidad.

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Monasterio Teológico

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omos un monasterio semi -urbano y teológico. El trabajo intelectual en función de las Sagradas Escrituras, la Sagrada Teología y la Divina Liturgia, articula el quehacer del monje. Llamados a ser santos y sabios, las ciencias sagradas han de cultivarse de rodillas para alcanzar el esplendor de la Verdad y la belleza de la Divina Liturgia (Benedicto XVI). Nuestro trabajo teológico ha de estar al servicio del Magisterio de la Iglesia y de la evangelización. Así, nuestro ministerio teológico nos convierte en “cooperadores de la verdad” (Benedicto XVI).

El estudio y la investigación orantes de las Sagradas Escrituras y de la Teología, se orientan a la creación de una “escuela de teología” propia. Los monjes dotados de cualidades intelectuales para el estudio, la investigación y la docencia teológicas, dedicarán su vida a este ministerio y su intelecto al servicio de la fe, particularmente en la formación de los candidatos a la vida monástica y sacerdotal; de igual manera tendrán acceso al estudio los candidatos al diaconado permanente y los laicos comprometidos que deseen profundizar su fe. Sin una verdadera teología católica, no podemos esperar una auténtica pastoral. El nombre de esta escuela de teología es “Instituto de Postgrados Benedicto XVI” y su lema “Cooperatores Veritatis”. El Instituto de Postgrados le dará prioridad a la Divina Liturgia, de tal manera que el Monasterio sea un lugar de vida litúrgica y profundización de ésta a través del estudio. Nosotros asumimos la hermenéutica de la continuidad del Papa Benedicto XVI.

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Monasterio Artístico

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l trabajo artístico de los hermanos dotados de diversos dones en las bellas artes nos compromete a propagar la teología de la belleza. Cada obra de arte es una prolongación de la obra creadora de Dios. Particularmente el taller de iconos busca, a través de su lenguaje, llevar los misterios de la salvación al Pueblo de Dios. Además, se ha de cultivar la artesanía sagrada con iguales fines y como una manera de dar a conocer el trabajo de los monjes.

A través de las bellas artes (pintura, música sacra, escultura, artesanías, etc.), los monjes, dotados de cualidades artísticas dedicarán su vida a este ministerio y pondrán su arte al servicio de la evangelización mediante la “Teología de la Belleza”; además, podrán servir al monasterio con su producción artística. Es necesario dar a conocer a Cristo a través del arte sacro.

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Monasterio Litúrgico

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omos un monasterio litúrgico porque adoramos a la Trinidad Santa de Dios mediante la Divina Liturgia de la Iglesia Católica al interior de un mundo secularizado. Somos conscientes que la liturgia no es un espectáculo, sino adoración a Dios. Por tanto, ha de ser solemne, fiel a la tradición monástica católica, sobria y profunda. En ella el protagonista es Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Al entrar en el tiempo y en el espacio litúrgico, el monje celebrante deja de ser él, para ser otro Cristo.

A través de la liturgia monástica, Dios recibe el culto que se merece. La verdadera liturgia católica evangeliza y nos introduce en el Misterio de Dios.

Nosotros asumimos el Movimiento hacia la liturgia del Papa Benedicto XVI.

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Monasterio Misionero La Diaconía Monástica

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a diaconía monástica es la manera como el monasterio ejerce la caridad con todos, particularmente con los humildes y sencillos. Por ser un monasterio semi-urbano y marginal, nos mueve a misericordia la situación de pobreza inhumana que sufren los humildes y sencillos. El Cristo sufriente de Mateo 25 aparece ante nosotros como una cristofanía. La ideología marxista convierte al pobre en un objeto manipulable según los intereses del partido; en cambio, para el monje, en el pobre, Dios está siendo negado de una manera sistemática. Es un ateísmo práctico. Para el contemplativo, el pobre es aquel que yace tirado en el camino, abandonado por el progresivo deterioro de la misericordia en el mundo.

Ante él, estamos llamados a integrar en nuestra vida al prójimo y abrazarlo con nuestra capacidad de amar (misericordiosos).

La misericordia salvará al hombre y al mundo. Así pues, el brazo de la caridad monástica son los laicos comprometidos que se identifican con nuestra espiritualidad, la asumen en su condición laical y la hacen presente en sus diversos trabajos. Ellos se encargarán del proceso de evangelización del territorio confiado al monasterio, adelantarán la catequesis en todas sus etapas, promoverán la vivencia de la fe católica en pequeñas comunidades evangelizadas y evangelizadoras, promoverán la recepción de los sacramentos, la adoración perpetua en la capilla del monasterio y la espiritualidad mariana.

Además, en diálogo con el Prior y la comunidad monástica diseñarán los proyectos necesarios en alimentación, salud, educación, arte, ecología, cultura, etc., para responder a estas necesidades. Los monjes acompañarán a los laicos comprometidos desde el monasterio, particularmente con una esmerada atención sacramental y formativa. Los fieles cristianos tendrán acceso a la liturgia monástica.

Se pondrá especial interés en el trabajo evangelizador con los niños.

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Atención a los Fieles

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n la pequeña tradición de nuestro monasterio, algunos monjes reciben el ministerio presbiteral, celebran la Eucaristía diaria y administran los sacramentos de la Iglesia. De este modo realizan una misión única con los fieles que en otros lugares no podrían ser atendidos por falta del tiempo que ellos necesitan. La confesión y la dirección espiritual van de la mano con nuestro ser monástico.

La Eucaristía, aunque los fieles no puedan estar presentes en ella, es un acto de Cristo y de la Iglesia y merece por ello ser celebrada como lo pide la Santa Madre Iglesia, porque las razones que puede haber para ofrecer el Sacrifico no se deben tomar únicamente de parte de los fieles a los que hay que administrar los sacramentos, sino principalmente de parte de Dios, a quien se ofrece un sacrificio en la consagración de este sacramento. Es necesario, por tanto, señalar la afinidad que existe entre la vocación monástica y el misterio de la Eucaristía. En efecto, entre las obras de la vida contemplativa las principales consisten en la celebración de los misterios divinos.

Desde su identidad monástica, el monje estará inmerso en la misión común de la Iglesia, para ser testigo del Reinado de Dios en el corazón de los seres humanos y del mundo, de tal manera que Jesucristo quede formado en las almas (M. Albertina).

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Monjes Contemplativos Albertinianos de la “Regula ad Servos Dei” de San Agustín