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un nuevo retablo jacobeo para el año santo de 1920

Tras el redescubrimiento de los restos del apóstol Santiago en la catedral, en 1879, se inició un nuevo período de esplendor de las peregrinaciones gracias al apoyo recibido desde el Vaticano con la promulgación de la Bula «Deus Omnipotens», en la que se exhortaba a peregrinar al sepulcro apostólico. Poco después, durante el largo episcopado del cardenal Martín de Herrera, entre 1889 y 1922, se sucedieron cinco años santos que fueron especialmente concurridos.

En este contexto se encuentra el que, hasta la fecha, ha sido el último gran encargo pictórico realizado por la catedral, el llamado Tríptico de Pentecostés, obra del pintor compostelano Juan Luis López. Concebido para presidir un nuevo altar en la capilla de Sancti Spiritus, formó parte de un retablo neogótico diseñado por Ángel Bar, que corrió a cargo del escultor Francisco del Río, el mismo que años después se encargaría de la nueva sillería de coro catedralicia y que fue pintado por José Lens.

Es escasa la documentación que se conserva sobre el encargo del Tríptico, pero a través de ella es posible seguir el proceso de realización de la obra entre los años 1919 y 1920. Así, con fecha 20 de diciembre, la Fábrica catedralicia pagó a Juan Luis un primer recibo por importe de 500 pesetas por la ejecución de «una de las tablas laterales del retablo» y, poco después, el 10 de febrero de 1920, otras 500 pesetas por la «tabla de Santa Isabel Reina de Portugal». A continuación, entre los meses de marzo y julio del mismo año, se sucedieron hasta cuatro recibos más por «la tabla que representa la Venida del Espíritu Santo», todos ellos firmados por el pro-

English translation on page 95 pio artista y por un importe total de 1.300 pesetas, a sumar a las otras mil que se pagaron por las tablas laterales, sumando un importe total considerable para la época, propio de un pintor muy reconocido y valorado en la ciudad.

Por tanto, gracias a los recibos de Fábrica conservados en el Archivo de la Catedral sabemos el coste de la obra, que ésta estaba destinada a la «Capilla del Espíritu Santo» y que se realizó, en fases sucesivas, entre los meses de diciembre de 1919 y julio de 1920. Primero se pintaron las tablas laterales y, después, la central. Todo el conjunto estaría completado para la celebración del día de Santiago del Año Santo de 1920, último del episcopado de Martín de Herrera, culminando una reforma de la citada capilla, a la que se dotó de especial significación jacobea, al estar situada próxima a la puerta norte de la catedral, históricamente la de acceso al templo por parte de los peregrinos.

La temática elegida para el Tríptico también tenía, aunque inicialmente pueda no parecerlo, un importante carácter jacobeo. Tal y como dejó escrito el propio Juan Luis en uno de sus recibos, la tabla central representa el Pentecostés y sirve para dar nombre al Tríptico; pero en ella, la figura de Santiago, situada a la derecha de María, se destaca en su cercanía a la Virgen y se identifica con sendas conchas de vieira en su capa. Por su parte, las dos tablas laterales se dedican a sendos «santos peregrinos» medievales: santa Isabel de Portugal, que vino a Compostela en dos ocasiones, en 1326 y en 1335; y san Francisco, a quien la tradición atribuye haber visitado la tumba de Santiago en 1214. Además, ambas escenas se ven ambientadas en el entorno compostelano, distinguiéndose, en los fondos, el Pórtico de la Gloria, la ciudad medieval o el mítico Pico Sacro.

Finalizado el Tríptico, tuvo un breve y exitoso periplo, llegando a estar propuesto para Primera Medalla en la Exposición Nacional de 1920. Así figura en algunas referencias de la época, como en el diario El Compostelano que, en su edición de 3 de septiembre, recogía la noticia de que «El laureado pintor D. Juan Luis López acaba de hacer para la capilla metropolitana, por encargo del canónigo fabriquero M. I. Sr. Tafall, un notabilísimo tríptico, en el que figura el admirable “San Francisco” que estuvo para 1ª Medalla en la Exposición Nacional última».

De su presencia en la capilla de Sancti Spiritus en el Año Santo de 1920 dejó constancia el Boletín Oficial del Arzobispado en su edición de 11 de octubre: «Los peregrinos de Juanrozo, antes de salir de la Basílica, admiraron el hermoso altar que acaba de colocarse en la capilla del Espíritu Santo (…) Este nuevo altar, sobre el que destaca un notable tríptico del laureado pintor santiagués Juan Luis López, lo ejecutó en estilo gótico otro laureado artista compostelano, Francisco del Río, todo ello y por la iniciativa y bajo la dirección del Canónigo Fabriquero M. I. Sr. D. Santiago Tafall Abad».

En la pieza, Juan Luis, un artista ecléctico que contaba con una sólida formación, adquirida en estancias y viajes por diversos lugares de Europa, volcó distintas influencias que van de los primitivos italianos a los prerrafaelistas ingleses, sin perder de vista un carácter regionalista que siempre le acompañó. También es evidente la relación –pendiente de estudio– de esta obra con el retablo de la capilla del pazo de O Faramello, cercano a Compostela, donde se repiten las escenas a excepción de la de santa Isabel, sustituida allí por una imagen de san Benito.

A pesar de su relevancia, el Tríptico apenas estuvo veinticinco años en su ubicación original. La retirada del coro de la nave central de la catedral hizo que fuese sustituido por el retablo de la Soledad procedente del trascoro. Se inició entonces un período de olvido en el que la obra sufrió un importante deterioro, hasta que, a punto de su primer centenario, la colaboración de Abanca y la Fundación Catedral permitió su recuperación, a través de una compleja restauración, tras la que ha pasado a formar parte de la exposición permanente del Museo Catedral, ejemplificando un período de especial importancia para el fenómeno jacobeo y las peregrinaciones a Santiago. ᴥ

Tres cromosomas son igual a dos

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El Tag Heuer Carrera Cumple 60 A Os Con El Motor A Punto

El Carrera, el reloj deportivo por excelencia, cumple 60 años en una forma envidiable. TAG Heuer conmemora esta efeméride con dos nuevos modelos de esta serie, todo un mito que, como ocurre tantas veces, nació de la casualidad y de la inspiración.

La historia es casi una leyenda. Un joven Jack Heuer, recién nombrado director ejecutivo de la empresa, coincide en las 12 Horas de Sebring (Florida) con una matrimonio mexicano, los Rodríguez, cuyos hijos están compitiendo. Amantes de la velocidad, hablan de coches y de competiciones, especialmente de la Carrera Panamericana, una prueba brutal, rápida y muy peligrosa que se había celebrado en México en los años cincuenta, pero hubo de ser cancelada por su dificultad extrema. A Heuer se le queda grabado el nombre: Carrera, qué buen nombre para un reloj de competición joven, elegante e icónico.

Para el diseño de la pieza, Heuer tomó prestadas ideas de los arquitectos más vanguardistas de la época, como Niemeyer o Mies van der Rohe. Buscó un reloj sencillo, útil y funcional, con líneas limpias y muy legible; pero también una imagen moderna y actual.

La idea ha prevalecido. El TAG Heuer Carrera sigue tan vigente como en 1963, cuando aparecieron las primeras piezas. En este diseño tan reconocible se basan las dos piezas que ha producido la firma a modo de celebración: el TAG Heuer Carrera Chronograph, con caja de acero inoxidable de 39 mm y cristal de zafiro; y el TAG Heuer Carrera Chronograph Tourbillon, que promete convertirse en un diseño clave para la marca en los próximos años.

La celebración del 60 cumpleaños del Carrera reunió en Londres a varios de los embajadores de la marca, entre ellos Ryan Gosling, Vanessa Bayer, Patrick Dempsey, Jacob Elordi, Alexandra Daddario, Madelyn Cline o Tommy Fleetwood.