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el preso «empapelado» de san antón

El castillo de San Antón fue durante siglos una de las prisiones más atroces de Europa. Desde su construcción como defensa costera de A Coruña, a finales del siglo XVI, su situación (en aquella época, literalmente, en medio del mar) lo hizo presidio predilecto para acoger a rivales políticos hasta bien entrado el siglo XIX. Uno de sus reclusos más famosos fue Melchor de Macanaz, ministro y favorito de Felipe V que cayó en desgracia y acabó, ciego y anciano, en esta cárcel coruñesa. La escritora Carmen Martín Gaite le dedicó una de las biografías más relevantes que se han escrito.

El proceso de Macanaz. Historia de un empapelamiento es un libro peculiar dentro de la bibliografía de Martín Gaite, famosa sobre todo como novelista. Conoció de la existencia del personaje cuando tenía 38 años. Publicado en 1970, cuenta con enorme detalle la historia de un joven de Hellín (hoy en la provincia de Albacete), nacido en una familia noble venida a menos, capaz de medrar en el bando borbónico durante la Guerra de Sucesión española hasta ostentar el cargo de más relevancia en el gobierno de Felipe V, el de fiscal general. Organizador meticuloso, a Melchor de Macanaz (1670-1760) se le ocurrió enfrentarse con quien tenía tanto o más poder que el nuevo rey: la Iglesia. Intentó recuperar para la corona los derechos de diversas «regalías» que gestionaba tradicionalmente el poder religioso y acabó, como dice Martín Gaite en su libro, «empapelado». Las maniobras políticas de la Inquisición le obligaron a exiliarse durante más de treinta años, en los que no dejó de escribir largas cartas exculpatorias al rey y sus sucesores ni de alardear de conocer secretos que les dejarían en mal lugar. Sea como fuere, en 1748, ya anciano, decidió volver a España y afrontar su destino ante la justicia.

Macanaz fue detenido en Vitoria por un amplio dispositivo de gente armada, a pesar de que él, como escribió años después en su prisión coruñesa, «no traía más que un ayuda de cámara y un lacayo, ni más armas que un espadín ni más equipaje que tres libros y la precisa ropa blanca». Portaba también ciertos documentos que en seguida le fueron arrebatados y convenientemente expurgados: aquéllos que podrían incomodar al rey fueron quemados. Macanaz estuvo preso en Pamplona, pero sólo unos pocos días, los suficientes para encontrarle otra cárcel, la más terrible y desgraciadamente famosa del reino: el castillo de San Antón en A Coruña, del que él mismo decía: «Es el más enfermo y de más mala situación que se podía escoger en España por estar en medio del mar». Dejemos que sea el propio Macanaz el que describa su estancia en diversas prisiones de A Coruña. En San Antón «se me tuvo tres meses y sietes días y de él se me pasó a una casa fuerte de la ciudad, sujeta y bajo el cañón del mismo castillo, en donde aún me hallo con el mismo gobernador a la vista y siete soldados, un sargento y un cabo». Parece ser que la razón de su traslado fuera del fuerte se debió a los terribles dolores que le causaba el reuma; rodeado de agua, en una instalación encharcada y en ocasiones parcialmente inundada, la situación del antiguo ministro conmovió incluso a sus carceleros. El lugar al que se le trasladó fue, efectivamente, el llamado desde entonces «cuartel de Macanaz», en cuyo solar se encuentra el museo de la Fundación Luis Seoane. La reforma de este edificio ha preservado algunas partes del conjunto original.

Las autoridades impidieron que lo viese un médico (tenía las piernas hinchadas y una mala salud evidente) hasta que fue imprescindible, y aun así le enviaron un cirujano francés al que se había prevenido que no debía hablar con el preso de nada más que «de remedios». También tardaron en asignarle un confesior, un fraile de San Francisco al que obligaron a jurar que no transmitiría ningún mensaje que Macanaz pudiese encargarle para el exterior.

En sus cartas al monarca, Macanaz explica desde A Coruña las negociaciones de su mujer para que se le cambiase de prisión y se le llevase a Hellín, a su tierra natal, o que en su lugar se le permitiese alguna visita familiar. No se sabe si estas cartas llegaron alguna vez a Fernando VI pero, como indica Martín Gaite, «ni el salió de la prisión de La Coruña ni su mujer ni su hija llegaron a ir allí».

Con la muerte de Fernando VI en 1759 se abrió una ventana a la esperanza para el célebre preso. Un personaje retratado en el imaginario histórico de forma parecida a Macanaz, el marqués de Esquilache, fue nombrado ministro del nuevo rey, Carlos III. Esquilache escribió al comandante general del reino de Galicia, Cristóbal de Córdoba, en 1760: «Compadecido el Rey de los trabajos que ha padecido don Melchor de Macanaz en sus destierros y últimamente en la reclusión del castillo de San Antón de esa plaza, y atendiendo a sus pasados servicios y a su ancianidad y achaques, se ha dignado S. M. concederle la libertad y permiso de que pueda salir de esa plaza y transferirle a su casa en el reino de Murcia para vivir con su familia sin pasar por esta Corte».

El indulto había llegado al fin. Macanaz salió de San Antón en agosto de 1760, después de doce años de reclusión en condiciones atroces. A sus noventa años de edad había que sumarles una ceguera casi completa y problemas de salud variadísimos. No duró mucho: el 5 de diciembre falleció en Hellín rodeado de su familia.

La historia del cruel castillo de San Antón no acabó, ni mucho menos, con la excarcelación de Macanaz. Durante las Guerras Napoleónicas y los enfrentamientos entre absolutistas y liberales, uno y otro bando usaron sus muros para silenciar a los contrincantes, entre ellos el marino Malaspina o nada menos que doscientos soldados absolutistas de los Cien mil hijos de San Luis. En ese siglo XIX, la instalación fue uno de los presidios favoritos del rey Fernando VII, que metió aquí a todo tipo de opositores, desde el padre de Juana de Vega al general liberal Juan Díaz Porlier, ahorcado en 1815 en el Campo da Leña (actual plaza de España). El rey absolutista tuvo incluso recluido durante tres años a su exministro y nieto de Macanaz, Pedro Macanaz.