Ministerios y liderazgos.

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MINISTERIOS Y LIDERAZGOS.

Roles institucionales y diferentes formas de ser iglesia.

Advertencia

La temática ministerios es compleja, diversa y tiene muchos abordajes posibles. No esperen encontrar aquí una sistematización terminada ni completa de toda la gama posible de miradas, ni siquiera demasiado orden, apenas un esbozo de ideas, un tanto caóticas, que bullen como el agua de una sopa que amenaza desbordarse por tener demasiados ingredientes. Lo óptimo sería alivianar la mezcla con más tiempo e investigación.

Hecha la aclaración, de a poquito nos metemos en la temática, con plena conciencia de la limitación y el sencillo deseo de compartir pensamientos, a veces seguramente cuestionables, otras compartibles, pero en todo caso, auténticos y removedores. De eso se trata, en este aniversario 850, de remover el óxido que incrusta e inmoviliza los engranajes y fluidos de la fe, de su expresión más auténtica, y abrir la vida para que el Espíritu sople aires nuevos e insufle renovación y esperanza.

Ministerios y Liderazgos

Todo es lícito, pero no todo es de provecho. Todo es lícito, pero no todo edifica.

I Corintios 10:23

Ministerios y liderazgos son temas relacionados pero asimétricos. No todos los liderazgos son ministerios y no todos los ministerios son necesariamente liderazgos. Por supuesto que hay ministerios que efectivamente constituyen liderazgos, pero hay otros liderazgos, que existen, o existieron, y nunca fueron ni serán reconocidos como ministerios. Tal vez es que, también en esto, existe una tensión entre lo divino y lo humano, entre lo sagrado y lo profano, entre lo eclesiástico, que debe

responder lo mejor posible (nunca perfectamente porque no es factible) al llamado y exigencias del evangelio, y los parámetros, ordenamientos y estamentos de la sociedad, que responden a otros valores y presupuestos. Esta realidad de entrecruzamiento de principios y valores, en la práctica a veces se inclina para un lado y a veces para el otro. Y no hay nada más efectivo que aquello que de tan normal ni siquiera se percibe como problemático y por lo tanto no se cuestiona. En la vida de la iglesia pasa a veces eso. Conceptos que solemnemente sacamos por la puerta, se nos cuelan alegremente por la ventana. Y ni cuenta nos damos.

En ese devenir y esa realidad va la vida de la iglesia, impactada por los cambios sociales y culturales de su contexto. Esto motiva movimientos y transformaciones internas inevitables, que empujan los cambios o los obturan. Encontramos hoy ambas realidades coexistiendo y seguramente, son parte de la explicación de que la realidad sea como es.

Una breve mirada al pasado

Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. J.M. Serrat

Cuando repasamos el tema ministerios, lo que se ha producido a lo largo de las últimas décadas en la IEVRP, y se lo compara con la realidad, uno no puede menos que pensar que es necesario cambiar el ángulo de la mirada. Dejar de pensar en lo que hay que hacer y en cambio reflexionar sobre por qué se ha hecho tan poco cuando los diagnósticos estaban claros desde hace tanto tiempo. Mi conclusión personal es que la fuerza de la realidad es mucho más eficaz y poderosa que los discursos. Pero eso podrán juzgarlo ustedes mismos-as.

En la década de los ‘80 la Comisión Sinodal de Ministerios, publicó en Cuadernos Valdenses un número titulado “Todos ministros”. Brinda un marco teológico muy completo y hace un diagnóstico preciso y bastante real de la situación de aquel momento. Los fundamentos conceptuales, teológicos

no han cambiado, se mantienen apenas con matices. La realidad sí, pero no producto de una transformación buscada y dirigida como podría suponerse (o se pensaba hace tiempo) sino producto de una conjunción de cambios sociales, culturales, económicos y demográficos que la iglesia experimentó en el último tiempo. Los diagnósticos, de todas maneras, son coincidentes, sólo que en la actualidad se le agregan otros elementos de cambio contextual que entonces no existían. Esto opera también en un doble sentido. Por un lado, impulsa, por otro, complejiza.

Liderazgos

¿Del patriarcado al matriarcado? ¿O caminamos hacia un modelo de equidad?

No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús.

Gálatas 3:28

Si todo cambia, el mundo, el contexto, la cultura, el tipo de sociedad, la economía, el modelo de familia y un largo etcétera, es lógico que cambie el tipo de liderazgo en la iglesia. Hasta hace medio siglo, el liderazgo en nuestra iglesia era claramente masculino y adulto. Los consistorios estaban formados por varones, mayores, personas de “peso social”, con reconocimiento en la iglesia y en la sociedad. Coherentemente los pastores eran todos varones. Al pastor se lo llamaba “El Señor X” y los consistoriales eran “los señores del consistorio”. Liturgias sociales y religiosas contribuían a sostener este ordenamiento con fuerte impronta de género. En muchos casos, las personas que integraban el consistorio eran también líderes sociales en organizaciones económicas, deportivas e incluso políticas de la sociedad civil o, al menos, tenían un fuerte reconocimiento en otros ámbitos extra iglesia.

Ese modelo claramente fue cambiando. Primero hacia un equilibrio de género, con la participación cada vez más activa de mujeres en el liderazgo de las iglesias, en la composición de los consistorios.

Esto acompañado por el afianzamiento del pastorado femenino, que en el ámbito ministerial contribuyó a este cambio, o fue producto de él, o ambas cosas, (posiblemente lo último). En el mejor de los casos ese equilibrio de género se ha mantenido. Pero se da frecuentemente el hecho de que el liderazgo se vuelve completamente femenino y hay un evidente retiro, retroceso, desinterés, de potenciales líderes masculinos.

No es fácil identificar las causas. Seguramente coinciden una conjunción de factores. Algunas hipótesis:

a. La iglesia pierde importancia como actor político de la sociedad y queda más reservada o resumida a la cuestión privada de la fe, la religiosidad, la piedad personal, etc. Los puestos de liderazgo en la iglesia, por lo tanto, son menos valorados que otros de liderazgo social que continúan teniendo mayor influencia.

b. La religión y su práctica es vista progresivamente como “cosa de mujeres” en la que los varones o bien sólo acompañan en el mejor de los casos, o constituyen sociedades paralelas de acuerdo a intereses propios.

c. El modelo de liderazgo patriarcal es puesto en tela de juicio y, si bien permanecen en toda la sociedad evidentes marcas identitarias con esta impronta, de a poco, y desde la misma reflexión teológica, se comienza a descubrir otra mirada que genera movimientos de equidad y reivindicación de la mujer a la par del varón en todos los estamentos y organizaciones sociales.

En cierto sentido, la iglesia es pionera en muchos aspectos relacionados con la equidad de género en la sociedad y el cuestionamiento a los marcadores identitarios patriarcales como el propio idioma. En este sentido es importante recordar el acto 52/SR/99 (lenguaje inclusivo). El sínodo resuelve utilizar masculino y femenino en vez del genérico masculino y a su vez alienta a utilizar el lenguaje inclusivo en las celebraciones y en la vida comunitaria. Claro, en aquellos tiempos, utilizar femenino y masculino se entendía como lenguaje inclusivo.

Todavía no se tenía conciencia ni conocimiento del pensamiento y sentir no binario que hoy existe y complejiza aún más la cuestión. Pero eso es parte de los desafíos permanentes que los cambios sociales y las transformaciones culturales tienen en la vida, práctica y reflexión de la iglesia. No se trata ni de resistir ni de aceptar acríticamente, se trata más bien de contemplar y comprender todas las opciones y sensibilidades, quizás como desafíos de un Dios que está por encima de todas las formas culturales que los humanos nos damos por necesidad y por simple devenir histórico, sin ignorar que detrás de los cambios, de los no cambios y también de los retrocesos, hay intereses que buscan fortalecer o debilitar las diferencias, los vínculos y modelos de poder que ellas conllevan.

Modelo de iglesia. De lo solemne a lo festivo

Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando bien la gracia de Dios en sus diversas formas.

1 Pedro 4:10

El modelo de iglesia fue acompañando estos cambios, en una intrincada interrelación de causa y efecto que lenta pero persistentemente fue cambiándolo. ¿Cuáles son los ejes del corrimiento? ¿Cuáles son los aspectos que se fueron transformando? ¿Cuáles son las cosas que se abandonaron y cuáles las que nacieron? Es difícil hacer una enunciación completa de todo, pero baste la mención de algunos elementos significativos:

⧫ Los cambios en la música. La incorporación de instrumentos rítmicos y de canciones folclóricas.

⧫ Los cambios en la vestimenta. De la formalidad a la sencillez. Baste como ejemplo: el último pastor consagrado en la IEVRP lo hizo vistiendo bermudas, algo impensable pocas décadas atrás.

⧫ El cambio del lenguaje. El ya mencionado tratamiento a pastores, pastoras y miembros del consistorio. El uso de versiones de la Biblia con lenguaje más cercano al uso común.

⧫ La geografía de templos y salones. El abandono

progresivo del púlpito elevado y el uso más frecuente de la rueda o los semicírculos en la disposición de los cultos.

⧫ Los cambios en la formación y mecanismos de entrada a la iglesia. De un catecismo escolarizado, exigente, con antológicos exámenes por parte de miembros del consistorio, a una formación mucho más preocupada por captar la atención y el interés, porque de lo contrario desaparece.

⧫ De una iglesia necesaria y como hecho dado, que no se discute, porque es cuestión de familia, a una iglesia librada al interés de las personas por sí mismas.

⧫ De una iglesia que es centro social y deportivo único o casi único, a una iglesia que es sólo una opción más entre tantas opciones de vida social.

Casi que, en resumen, podemos decir que es el cambio de un modelo de iglesia familiar, endogámica, rural, étnica, culturalmente diferenciada del contexto social, (casi una pequeña cristiandad), hacia un modelo de iglesia progresivamente urbana, de libre afiliación, liberal, multiétnica, y, aunque conservando algunas marcas identitarias propias, progresivamente mimetizada con el contexto social.

Mutación del modelo pastoral

Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Mateo 24:24-25

Paralela y coherentemente, el modelo ministerial pastoral también ha mutado en un sentido similar. De ser un líder, referente intelectual, guía de la comunidad eclesiástica pero también líder social, referente de la cultura, las artes, las políticas públicas, la incidencia pública en sociedades en busca de superación y crecimiento mediante el cooperativismo, el asociativismo y la búsqueda del interés común, a ser uno más de una pléyade de profesionales de las más diversas disciplinas.

Simbólicamente el abandono de la toga y del púlpi

to elevado (símbolos académicos) demuestran una postura mucho más horizontal y demo-amigable. La especificidad “pastor” que décadas atrás estaba más clara, pasa a ser un continente mucho más flexible, aunque no necesariamente vacío, que se completa con lo propio de cada individuo. No hay hoy “un” modelo pastoral, sino modelos que se construyen en la interacción y la conjunción de características propias y personales con las expectativas, necesidades e improntas particulares de cada comunidad.

Hay que decir también que el propio título “pastor” ha tenido un cambio sustancial en las últimas décadas, ante la exagerada inflación de pastores que aparecen en el universo evangélico que se multiplica por subdivisión y misión, aumentando exponencialmente el número de figuras que ostentan ese mismo título, depreciando notablemente su concepto social, no sólo por el aumento numérico sino también por la incorporación progresiva de prácticas de manipulación de personas y enriquecimiento económico reñidos con la ética.

La poesía popular que lo ilustra perfectamente: “Pastor vendedor de esperanzas // que habla con el más allá, // recuerdo tu voz y tu cara // y me vienen ganas de ir a vomitar, // no te creo nada, milagros de cuarta, // andá a hacerle programas para Satanás”. (No te creo nada. canción de Ignacio Copani).

No es raro entonces que el ministerio pastoral, pese a los esfuerzos que compasivamente realiza la gente para separar la paja del trigo, tenga un evidente desprestigio y resulte por lo mismo poco atractivo para las nuevas generaciones.

No obstante, sería ilusorio y superficial adjudicar la disminución de vocaciones pastorales sólo a este punto, que existe, pero no es determinante. Mucho más complejo de analizar, es la tensión que se genera en el cambio de modelo de iglesia y por tanto de modelo pastoral. Ambos modelos están en crisis, generando y sufriendo cambios. Producto de una realidad que ha cambiado, pero, sobre todo, de una sensibilidad que ha cambiado.

Las cosas firmes, duraderas, sólidas como rocas, las instituciones, las profesiones, los propios conceptos, la modernidad, todo está en cuestión, y ya no se piensa ni se siente de la misma manera. En esa tensión se buscan nuevos caminos. Como el agua, que cuando encuentra un obstáculo, lo rodea o lo socava hasta superarlo.

¿Pero qué pasa con la diversidad de ministerios?

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros Efesios 4:11

La Disciplina General de la Iglesia Valdense reconoce tres ministerios: pastores, ancianos y diáconos. Pero establece muy claramente que el sínodo puede reconocer otros según la manifestación del Espíritu en la vida de las comunidades. No es por tanto una lista cerrada. Es claro en las escrituras que siempre hay ministerios en plural, siempre una diversidad, que trabajan y operan juntos, que se complementan, se completan y se fortalecen mutuamente. Este espíritu de equipo, bíblicamente tan claro, es en la práctica histórica de nuestra iglesia muy olvidado y contradicho. Basta releer el Cuaderno Valdense “Todos Ministros”, para ver que hace más de 40 años, ya se hacía un diagnóstico preciso de una problemática bien clara: la hipertrofia del ministerio pastoral, lo que supone la atrofia de los otros ministerios. Ya para ese entonces se lamentaba el vaciamiento de los ministerios de anciano y diácono, que en la práctica muchas veces quedaban desdibujados, difuminados, difíciles de identificar por sus funciones específicas y acciones concretas. En la práctica, quedaban simplemente como “miembros del consistorio” sin especificación de funciones. Ese antiguo problema sigue tan vigente como entonces, tal vez hasta agudizado. ¿Los ministerios de anciano y diácono están vaciados, difusos o desaparecidos? Lo verdaderamente complejo y desafiante de esta realidad, es la escasa conciencia y práctica del ministerio que cada miembro de iglesia tiene consigo. La vocación y el ministerio global de la iglesia es

lo que está en juego. No se trata sólo de las formas, se trata del fondo del asunto. Se trata del llamado de Cristo a formar una comunidad de creyentes comprometidos-as. “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” 1a Pedro 2.9.

El problema, nada nuevo, es precisamente que tenemos un gran y hermoso acuerdo conceptual, teológico, en el cual proclamamos el “sacerdocio universal de los creyentes”, uno de los fundamentos de la reforma, que es contravenido con prácticas y costumbres clericalistas, clasistas. Tal cosa supone poner un ministerio por encima de otros, y eso sí que tiene un fundamento sacerdotal, clerical, y para nada bíblico. En el Nuevo Testamento, siempre que se habla de singulares personas como sacerdotes, se refiere a judíos o paganos.

Es importante tratar de entender las causas de esta desviación de los fundamentos y vislumbrar las perspectivas de cambio que existen y se necesitan.

Por un lado, la comprensión del Ministerio Pastoral como profesión liberal. La profesionalización del ministerio lo separa de los demás. El Pastor es visto entonces como un especialista, y más allá de que en cierta medida lo es, el problema es cuando se idealiza y absolutiza la capacitación pastoral, como si no hubiera laicos perfectamente capacitados para reflexionar e investigar teológicamente, o peor aún, olvidando en ocasiones el caro concepto de la libertad de predicación y de conciencia de cada creyente.

Segunda cosa, muy vinculada a lo primero, tradicionalmente, el ministerio pastoral fue el único ministerio con reconocimiento salarial. “Pues la Escritura dice: «No pondrás bozal al buey que trilla», y: «Digno es el obrero de su salario” (I. Timoteo 5.18).

¿Es honorario o salario el sostén pastoral? Los Reglamentos siempre hablan de honorarios, no de salarios. La diferencia no es casual. Es conceptual.

El estipendio pastoral no es, en teoría, una retribución por tal trabajo, sino un reconocimiento económico que hace posible la vida como compensación a una consagración total de la vida para la obra de la Iglesia. En la iglesia coexisten dos conceptos y dos realidades que interaccionan paralelamente, y se entrecruzan muchas veces conflictivamente. Ministerio y empleo.

¿Qué sucede cuando se reduce el concepto de Ministerio a empleo? Esto introduce lógicas de relación patrón - asalariado que son extrañas al Evangelio. Implica entre muchas otras cosas, la imposibilidad o al menos la dificultad de tener distancia profética en la labor. En esto cabe reflexionar que el sistema solidario y centralizado tiene la virtud de brindar cierta relativa independencia frente a la comunidad local, cosa muy diferente en modelos congregacionales donde la dependencia económica es directa de ella y por tanto la distancia profética prácticamente nula.

¿Es el pastor un funcionario eclesiástico meramente? ¿Es el director de un centro de servicio un administrativo que ejecuta un plan y resuelve problemas solamente? ¿Es el trabajador social de una obra diacónica, un funcionario que llena planillas y genera estadísticas?

Estas simples preguntas son claves para nuestra comprensión actual y para nuestro futuro como iglesia. Más allá de ser remunerados o no, los ministerios, sean cuales fueren, se inscriben dentro del ministerio total de la iglesia, que busca construir y coordinar, con la acción del Espíritu, la edificación del cuerpo de Cristo y su testimonio en el mundo.

El problema es que este concepto bíblicamente fundado, colisiona con la práctica social y cultural del medio en que vivimos, y más tarde o más temprano se termina fusionando con el concepto de salario, también por imperio de la legalidad de los países que habitamos. Y esto contribuye a una mayor diferenciación entre ministerios. Ministerios reconocidos o no reconocidos salarialmente no son lo mismo, ¿o sí lo son? La respuesta parecería

ser: si, pero no. Hay una evidente categorización histórica, que pondera al ministerio pastoral por encima de los demás.

Hay también otras razones que explican la hipertrofia del ministerio pastoral: la concentración de funciones resulta útil en la lógica capitalista. Más funciones por igual salario es siempre un buen negocio (antiguamente esto era muy fuerte para las familias pastorales, que tenían funciones atribuidas, pero no reconocidas, sobre todo en el caso de las mujeres). Es significativo que los RR.OO. hablen del “sostén del pastor y su familia (art. 90). ¿Hay un 2 por 1 oculto allí? Décadas atrás los matrimonios pastorales tenían asignado 1,5 tiempos y no 2, quizás como resabio del concepto más vinculado a lo honorario. La implacable lógica de lo salarial, con la presión del ingreso a la legalidad laboral de los países, a partir del siglo XXI, terminó con ese concepto, que sin embargo permanece anacrónicamente (o ilusoriamente) en los RR.OO. Pero, además, la irrupción de la lógica capitalista tiene otras consecuencias para nada evangélicas. Genera resistencias al reconocimiento de la alteridad.

La comprensión del ministerio pastoral como único y exclusivo es semejante al monocultivo. Provoca la desaparición de la diversidad. Facilita el control en unas pocas personas. Estandariza los procedimientos. Se dio en forma muy fuerte en la primera década de este siglo, con un intento de generar un plan estratégico. Por otro lado, concentra el conocimiento (y por tanto el poder) y genera desconfianza y/o combate a lo diverso.

Cambia, todo cambia

Cambia lo superficial

Cambia también lo profundo

Cambia el modo de pensar

Cambia todo en este mundo

Julio Numhauser

La hipertrofia del ministerio pastoral es un aspecto que, tal vez por influencia de la realidad que vivimos, está con evidentes tendencias de cambio. Tradicionalmente siempre se pensó todo el traba-

jo de la iglesia como trabajo voluntario. Todos los trabajos, ministeriales, reconocidos o no, eran voluntarios, con la sola excepción del ministerio pastoral, al cual se le asignaba un honorario, para hacer posible la subsistencia. El inicio del cambio en este sentido podemos rastrearlo en el surgimiento y desarrollo de la actividad diaconal organizada en centros e instituciones especializadas de servicio. No es casual que un capítulo de los RR.OO. dedicados a los “ministerios particulares” esté pensado justamente para directores/as de centros de servicio, aunque no lo diga explícitamente. Pero, ¿qué ha sucedido que no tenemos ningún avance en cuanto al reconocimiento de los ministerios particulares? Es difícil evaluar todas las variables, pero al menos podemos hacer una aproximación hipotética que explique las dificultades. Otra vez la interacción con el mundo y el medio en el que vivimos tiene una influencia muy importante. Otra vez la diferencia conceptual entre honorario y salario aparece claramente, con un agregado adicional. Cuando se establece la remuneración para diversos trabajos diaconales (en obras de servicio) o en otros trabajos y ministerios específicos, entran a jugar los criterios salariales profesionales específicos (laudos) para tareas como psicología, trabajo social, enfermería, nurse, comunicación social, etc. y esos criterios tienen que respetarse, más aún cuando hay de por medio convenios con el estado, que pone sus exigencias en todas estas cuestiones. Desde hace muchos años los sínodos han lidiado con esta problemática por las evidentes diferencias de criterios. En un tiempo se puso como límite para las direcciones de los centros de servicio, 1,5 honorarios pastorales, pero luego el propio sínodo derogó esta disposición. De hecho, es una problemática de muy difícil resolución, puesto que los laudos profesionales para tareas dirigenciales o de responsabilidad, son muy superiores al honorario ministerial pastoral. Entonces, ¿cómo se soluciona el problema? ¿Con honorarios diferenciados? Esto colisiona con el concepto de igualdad que se ha tratado de sostener históricamente y que están plasmados en los reglamentos. No por capricho, sino por convencimiento de que es la mejor respuesta organizativa al llamamiento

bíblico. El problema es que este mundo se rige con otros criterios, donde la igualdad no interesa en absoluto.

Más allá de esta dificultad, en los últimos años aparece con mayor fuerza la idea del reconocimiento ministerial a ministerios específicos, no pastorales. Aunque debemos señalar que no es una temática nueva. Hace casi 100 años se creaba el cargo de “evangelista itinerante”. En los RR.OO. está plasmado aún el ministerio del Asistente de Iglesia (por años fue el paraguas del ministerio pastoral femenino) totalmente en desuso en la actualidad. Pero hay mucho más, hace décadas que se habla del ministerio para la juventud, y de hecho hay unos cuantos ejemplos de experiencias en este sentido. También se ha hablado del ministerio de la Educación Cristiana, del ministerio de las Comunicaciones, con sus variantes (radiofonía, periodismo, TV, y últimamente redes sociales), del ministerio de la Música, del ministerio de las Mujeres, y otros más.

Hay en todo este universo avances en la práctica que hasta ahora no están acompañados con el reconocimiento sinodal. Un desafío que sin dudas hay que asumir. Por un lado, para acompañar de forma coherente la realidad. Por otro lado, para darle seriedad y solidez a una práctica que se percibe como consolidada.

La pregunta que cabe es: ¿esta progresiva diversificación ministerial es producto del convencimiento de la iglesia de ir por ese camino o es la respuesta obligada por la caída estrepitosa en los números de integrantes del Cuerpo Pastoral? La siguiente gráfica tal vez dice algo. (Gráfica: evolución de la cantidad de integrantes del cuerpo pastoral en la IEVRP).

Cabe la pregunta: ¿las reflexiones y propuestas de hace décadas sobre ministerios específicos arriba mencionados, eran verdaderamente ministerios particulares o variedades, orientaciones o incluso especializaciones del ministerio pastoral?

Sea cual fuere la respuesta sobre el pasado, la realidad es que los ministerios particulares hoy son entendidos como cosa distinta al ministerio pastoral. Personalmente me alegro de que así sea.

Podemos inferir que, exactamente al inverso de lo que fueron los inicios en la IEVRP, donde todos los ministerios eran honorarios y el único remunerado era el pastoral, en el futuro parece más probable que todos los ministerios específicos vayan a ser remunerados y que el ministerio pastoral pase a ser totalmente honorario. ¿Es esto posible? ¿Es también conveniente? No lo sabemos, pero los indicadores muestran un camino al menos cercano.

Pero no cambia mi amor “El Señor me ha dicho: Con amor eterno te he amado”. Jeremías 31:3

No se trata de cambiar de nombres sino de modelo. En los últimos años, en base a la mencionada caída en el número de integrantes del cuerpo pastoral, se comenzó a fortalecer la idea de atención pastoral regionalizada, con equipos ministeriales regionales. La idea es excelente. La práctica genera algunas dudas. Es difícil sustraerse de la mentalidad que por décadas estuvo tan presente y marcada. Esto es especialmente fuerte en los lugares donde continúa habiendo presencia pastoral. En los lugares donde no hay presencia residencial pastoral, puede haber una sensibilidad diferente. La iglesia está buscando alternativas, pero el cambio de nombres no implica de por sí el cambio de modelo. Que en vez de Pastor-a ahora se llama Ministro-a laico-a, Diácono-a, Evangelista, o como sea, no implica cambio alguno, si no cambia la interpretación, comprensión general del ministerio de la iglesia, en su diversidad y en la valoración de esa riqueza. En todo caso, más allá de quien cumpla tal tarea y el título que la iglesia le otorgue, es fundamental trabajar en el rescate del concepto de ministerio global de la iglesia, y de sus miembros en conjunto, cada uno-a irremplazable. La vida de la iglesia necesita un relacionamiento armonioso entre misión y ministerios. Según la Misión, serán

los Ministerios. Con un fundamento fuerte y claro: la fe y la confianza puesta en el amor inquebrantable de Dios, fuente de toda esperanza y razón de nuestro optimismo. Es cierto que venimos de un modelo inconveniente, que da muestras claras de agotamiento e insustentabilidad. Pero caminamos hacia un modelo funcional, diverso, dinámico y sobre todo flexible, adaptado a las necesidades reales de cada lugar, con Ministerios (esperemos) reconocidos sinodalmente. ¿Todos pagos? Difícil. ¿Todos honorarios? También difícil. Seguramente habrá que encontrar caminos de equilibrio, delicado y profundo, que evite sobrecargas, frustraciones e ineficacia.

Para finalizar alguna pregunta más, la Crisis del modelo pastoral como ministerio hipertrófico y la caída del número de pastores-as, ¿es problema u oportunidad? ¿No será una señal del Espíritu para animar a las iglesias a un cambio necesario, profundo y oportuno?

Las grandes transformaciones en la historia de la iglesia por lo general han sido un volver a las fuentes, a la maravillosa, rica y edificante diversidad de ministerios que la Palabra de Dios nos invita a vivir. Quizás sea hoy mismo ese tiempo.

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