Boletín: Comunión y Servicio - edición diciembre 2020

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Diciembre de 2020

Número 578

Año 69

Navidad 2020 Jesús nació en Belén, un pueblito de la región de Judea, en un tiempo donde cada persona era sospechosa de pensar y actuar por cuenta propia, por lo que, preventivamente, debía ser controlada y vigilada en todos sus movimientos. Nadie podía entrar ni salir de sus territorios, ni ir a trabajar a sus campos, ni ir a buscar agua a la fuente pública, mucho menos visitar a sus amigos o familiares, si no contaba con un permiso expedido por las autoridades. Dicen que una pandemia había enfermado de miedo a todo el mundo, que dócilmente se sometía a vejámenes y abusos de las fuerzas de seguridad que custodiaban con celo la pureza inmunológica de la población, especialmente la de ciertos lugares de privilegio. Por si fuera poco, multitudes de exaltados tenían la pésima costumbre de explotar bombas de estruendo en ciertas fechas cercanas a fin de año, por lo que, ante la duda de sus intenciones, se edificaron defensas de hormigón armado y acero para impedir que tales energúmenos pudieran alterar la paz interrumpiendo los brindis y saludos que mandan las buenas costumbres. Mal tiempo para nacer, comentaron unos sabios de oriente que por ese entonces vieron nacer su estrella. No eran del pueblo de Dios, pero sabían reconocer a Dios y sus designios escuchando el lenguaje de los astros. Se fueron allá entonces, montados en sus utilitarios todo terreno, con ánimo de adorarlo y reconocerlo. Complicado viaje, lleno de cráteres de bombas, campos minados, casas destruidas y extraños pájaros de metal brillante que emitían zumbidos atronadores. Pese a las dificultades no se amedrentaron, y cerca de Belén llegaron, cuando un muro les

impidió continuar. Lo recorrieron buscando una puerta, que finalmente encontraron. Contaron con paciencia su misión. Los guardias se miraron extrañados y, luego de algunas dudas, les pidieron los papeles: certificados de buena conduta, salvoconductos, pasaportes, carné sanitario, resultados de hisopados con no más de 48 horas de realizados y lo más importante, la carta de invitación del rey. Es el protocolo, explicaron. Los sabios se miraron, comenzaron por explicar que la estrella que seguían era la invitación que el rey les mandaba. En ese momento, cuando los guardias miraban el cielo, potentes luces surcaron el firmamento apagando las estrellas. ¡Cuantos fuegos artificiales! Exclamó uno ingenuamente… hasta que una de las luces cayó a una centena de metros haciendo saltar por el aire una escuela. ¡A cubierto! Gritaron los guardias, encerrándose en su casamata y clausurando toda posibilidad de pasaje por la puerta del muro. Así que, entre la lluvia de escombros, el tableteo de las ametralladoras y el silbido de los misiles, huyeron los sabios de oriente con rumbo incierto, aturdidos por el estruendo y cegados por relámpagos de azufre. En el caos de la huida se les terminó el mundo. Cayeron a un pozo oscuro en un revoltijo de patas, cables, telas, raíces, latas oxidadas, maderas podridas, plásticos descartados, escombros y turbantes deshilados. Yo dije que era mala idea venir aquí,


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