Boletín: Compartiendo

Page 1

Boletín de las comunidades valdenses de Colonia Miguelete, Colonia Larrañaga, Cardona y Sta. Catalina. No. 117 Abril 2020

El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y lo amarás Marcos 12:28b-34 En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: "¿Qué mandamiento es el primero de todos?" Respondió Jesús: "El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el Único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. " El segundo es éste:"Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos."El escriba replicó: "Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios." Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: "No estás lejos del reino de Dios." Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. En cierta ocasión, nos dice el evangelista, se acercó a Jesús un letrado con una pregunta que no parece escondiera ninguna mala intención: ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Evidentemente, no se trata de ‘primero’ en el orden expositivo, sino en el orden estimativo: el primero en importancia; el primero por ser aquel que debe ser tenido más en cuenta o que sostiene todos los demás. Probablemente era una cuestión planteada en las discusiones mantenidas por los rabinos. La respuesta de Jesús es, en sus comienzos, la que cabía esperar de un rabino familiarizado con los escritos de la Ley (Pentateuco:

Génesis, Levítico, Números y Deuteronomio): El primero es: ‘Escucha, Israel, el Señor

nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. A esta formulación deuteronómica del primer mandamiento, tomada en su literalidad, añade: El segundo es éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No hay mandamiento mayor que éstos. Para una persona judía, nada es más importante que Dios. Por eso el primer mandamiento para el que forma parte del pueblo de Dios es el reconocimiento de este Dios como único Señor; y en cuanto único debe ser apreciado y amado de manera única, por encima de todo y con todo nuestro ser, alma, mente y corazón. Jesús también reconoce la primacía de Dios y coincide con el Deuteronomio en calificar este mandamiento como primero. Pero hay un segundo mandamiento que, siendo segundo, es equiparable al primero en importancia; ningún otro mandamiento es mayor que estos dos. En realidad, están tan estrechamente unidos que constituyen las dos caras de la misma moneda. El segundo mandamiento también consiste en ‘amar’, pero el destinatario de este amor no es ahora Dios, sino el prójimo, un igual en naturaleza. En su formulación, Jesús ofrece, siguiendo el dictado de la antigua regla de oro, la medida del amor al prójimo: ‘como a ti mismo’. Desear para el prójimo el bien que deseamos para nosotros/as mismos/as es una buena medida, aunque pueda estar expuesta al error, dado que podemos confundir un bien con un mal. Por eso en otros lugares se nos ofrecerá una medida superior: ‘como yo os he amado’: Amaos unos a otros como yo os he amado. Esta es la medida suprema del amor: como Jesús nos ha amado (y nos ama), que es el mejor reflejo del amor de Dios en la tierra. Amar es un verbo, en activo, que implica acción: la acción de dar y de darse en bien de los demás hermanos y hermanas. El que ama busca el bien de la persona amada. Supone, por tanto, una actitud benevolente y benéfica que debe traducirse en pensamientos, sentimientos, gestos, actitudes, palabras, silencios; sólo éstos demuestran la verdad o la seriedad de nuestras intenciones. Al prójimo amado y necesitado le podemos colmar de bienes materiales y / o espirituales; pero, a Dios, ¿Con qué bienes le podemos enriquecer?, ¿Qué le podemos dar que no hayamos recibido antes de Él? ¿En qué modo le podemos demostrar nuestro amor? Es evidente que en cuanto "Perfecto", Dios no necesita nada de nosotros/as. Sólo podemos demostrarle nuestro amor reconociéndole como lo que es respecto de nosotros/as, reconociéndole como único Señor. Eso debe generar en nosotros actitudes de adoración y de alabanza; pero también de obediencia amorosa. No se trata sólo de decir ‘Señor, Señor’, sino de cumplir su voluntad; en definitiva, porque reconocemos en esa voluntad una voluntad benéfica, que quiere el bien para sus criaturas y sus hijos e hijas, pues se trata de la voluntad de un Padre que es suprema bondad. En relación con Dios, ‘amar’ es esencialmente dejarse amar o dejarse tocar por el amor de Dios; y así, tocados/as por Él, amaremos todo lo que Dios ama, al mismo Dios y a cualquiera de sus criaturas que son hechura de sus manos, especialmente a esas criaturas que conservan la ‘imagen y la semejanza de Dios’ en sí mismas, y que han sido elevadas a la dignidad de hijos e hijas. En último término, amar a Dios es amar ‘desde Dios’ todo lo que Dios ama. ¿Cuánto estamos dispuestos y dispuestas a amar? ¿Nos aceptaremos los unos/as a los otros/as con ese amor del que Jesús experimenta y nos habla? Viviremos ese amor, o no, en la praxis de nuestra vida cotidiana.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.