Revista interjet - Septiembre 2017

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El retrato final

Armie Hammer y Geoffrey Rush (como Giacometti) en la película Final Portrait.

“En estos momentos me apetece más dirigir; pero claro, tengo hijos pequeños y mayores, una vida que mantener, unos gastos, y me llaman para actuar”. Stanley Tucci (Nueva York, 1960) lleva décadas haciendo personajes de los llamados “robaplanos”: él sale y le chupa la sangre al actor protagonista. Sabe que se le da bien, que aparecer en una saga como Los juegos del hambre o en cintas como El diablo viste a la moda lucra su cuenta corriente y le gana libertad. “Pero como actor odio las esperas en los rodajes”. También reordenó su vida cuando se quedó viudo en 2009 con tres hijos. Años después volvió a casarse (con la agente literaria Felicity Blunt, hermana de la actriz Emily Blunt) y es padre de nuevo. Se mudó a Londres. “Viví demasido tiempo en Nueva York, y la ciudad está marcada por el recuerdo de mi primera esposa. Felicity trabaja en Londres y es un buen sitio para vivir, especialmente ahora, con lo que ocurre en Estados Unidos”, asegura relajado y sonriente en un hotel berlinés. De aquella época sólo le quedaba un proyecto pendiente, y hoy lo vio por fin estrenado en la última Berlinale: se titula Final Portrait y se convirtió en su quinto largometraje como director. Hace más de una década, Tucci leyó un libro del escritor y crítico de arte James Lord, biógrafo de personajes como Picasso y autor de A Giacometti Portrait. En esta obra hablaba de su especial relación con Alberto Giacometti, el legendario escultor suizo, que en el París de 1964 invitó a posar a Lord para un retrato que nunca acabó. Lord falleció en 2009, pero a Tucci le dio tiempo de conocerlo. “Me cedió los derechos del libro e incluso leyó el primer guion. Conté con su bendición”. Ahí nació Final Portrait, esos días mágicos en que Lord fue retrasando su vuelta a Nueva York para que Giacometti lograra finalizar su pintura, un retrato que finalmente nunca remató.

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En la pantalla la amistad de Giacometti y James Lord es retratada con el humor que imprimían a sus conversaciones. Al escultor le daba igual el dinero –que ganaba a raudales porque entonces ya era una estrella del arte– y vivía obsesionado con una prostituta para desesperación de su esposa. También lo traía por la calle de la amargura que su estilo estuviera devorando su alma como artista. Por eso lucha, más que pinta, contra el retrato. “La película no quiere mostrar a un Giacometti santo, sino a un ser humano lleno de contradicciones, al que sólo parece soportar su hermano, pero repleto de talento. En realidad, me gusta que Final Portrait reflexione sobre el proceso de creación. Los tiempos de la pintura y los fílmicos son muy distintos. No es sencillo plasmar ese arte en pantalla”, dice Stanley Tucci. En realidad, sus cuatro películas precedentes como realizador hablaban también de procesos de creación. “¡Es cierto! No lo había pensado”. En Big Night (1996) sobre la cocina; en The Impostors (1998) sobre la actuación; en Joe Gould’s Secret (2000) sobre la escritura… “Ya, y en Blind Date (2007) sobre el amor… y encima ambos son artistas. ¡Ay, Dios, me repito!”. Pero en Final Portrait el estilo se ha depurado (“Me hago mayor y el personaje me lo imponía”) y por primera vez Tucci no actúa. “Quería concentrarme todo lo posible y actuar te distrae del resto”. Así que el papel de Giacometti lo heredó Geoffrey Rush (que lo lleva al límite), y junto a él Armie Hammer (Lord), Sylvie Testud (Annette Arm, la esposa del escultor y pintor), Clémence Poésy (la prostituta Caroline) y su amigo del alma Tony Shalhoub como Diego Giacometti. “Me llevó 10 años levantar el proyecto. Ya está ahí y yo seguiré a lo mío: algunas películas las interpretaré por dinero, otras por placer e ilusión artística, y otras por aprender de los directores”.


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