Revista Interjet Diciembre 2018

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Pero tu libro nos presenta a una muchedumbre encantadora y nos deja con las ganas de haber conocido una por una a cada una de estas personas. Lo más valioso de un lugar siempre es su gente. En El cuarteto de Alejandría Lawrence Durrell dice que basta que ames a una persona en un lugar para que ese lugar se convierta en un mundo peculiar. En el libro quería rendirle tributo a gente que evidentemente aprecio, pero también a gente que no sé quiénes son y aprecio. En uno de sus poemas, Fernando Pessoa habla del dueño de un negocio a quien nunca lo conoció del todo y siente que el mundo se ha empobrecido brutalmente porque ya no lo va a poder ver. No lo trató gran cosa, y sin embargo ha perdido algo a partir de ese desconocido al que sólo en ese momento sabe que quería bastante. A veces nos pasa eso con gente de la ciudad: estamos acostumbrados a que venga un ropavejero y de pronto deja de venir y algo perdemos con su ausencia. Esos lazos aparentemente vagos e indiferenciados van construyendo un rumor de fondo por el que también transitan nuestros afectos. Y una ciudad depende de esa gente: del “señor de la basura” como decimos en México a un barrendero o del tipo que viene a tensar los cables de luz y que hablamos con él un poco sin intimar. Yo quería rendir tributo a estos desconocidos que, sin embargo, importan y que marcan nuestra vida en ocasiones más que las personas que frecuentamos mucho. Se trata de buscar en la historia los modos diversos de ser mexicano en la pluralidad, la dispersión, lo extraño que puede ser para un mexicano tener esta misma identidad. Todo lo que yo he escrito es de algún modo una definición de identidad puesta en duda, en la que un mexicano no puede ser de una sola manera. Cuando describo la ceremonia del Grito (de Independencia), hablo de la mucha gente que se congrega en las plazas en nombre de la patria y hay mexicanos que parecen marcianos o mexicanos que no saben por qué están allí (“mexicanos rubios, mexicanos pirata, mexicanos express, mexicanos de calendario, mexicanos de dibujos animados, mexicanos hartos de ser mexicanos, mexicanos como no hay dos”), y todos ellos están reunidos allí en nombre de la identidad. En mi cuento “Mariachi”, por ejemplo, he escrito la historia de un símbolo con crisis de identidad, a quien le preguntan en un sueño: “¿Es usted mexicano?” y él contesta: “Sí, pero no lo vuelvo a hacer”. Esta es la identidad fracturada o puesta en duda que he tratado de reflejar.

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