Jonathan J. Berríos segundo subraya el control que tuvo el clero de la educación hasta el siglo XVIII y describe los cambios más significativos en la educación en la Isla dirigidos por los distintos gobernadores. En 1894 encontramos en Cayey siete escuelas públicas y tres privadas que albergaban más de 575 estudiantes. Para 1930, Cayey contaba con 27 escuelas graduadas de inglés, 2 escuelas consolidadas y 28 escuelas rurales. A finales de la década de 1960 ya se había fundado el Colegio Universitario de Cayey. Aquí también destaca las publicaciones que se realizaban en el pueblo. Las más antiguas fueron “El escalpelo” y “El porvenir”. Luego le siguieron un sin número de publicaciones como periódicos, semanarios y revistas. El capítulo decimoctavo habla sobre la presencia de la Iglesia Católica en Cayey y reseña algunas de las costumbres religiosas como las fiestas patronales, las fiestas de San Isidro Labrador, los rosarios de cruz y los aguinaldos. En el capítulo decimonoveno hace mención de las distintas asociaciones que se desarrollaron en Cayey desde mediados del siglo XIX como las logias masónicas, fraternidades y clubes. “Hombres ilustres” capítulo vigésimo primero, reconoce algunos de los hombres más destacados en la vida e historia de Cayey. En el grupo de varias decenas sólo encontramos una mujer, Marcelina Warren, educadora. Quedan fuera nombres de mujeres
como Emérita León, Coral Rubio, Carmen Dumont y muchas otras mujeres imprescindibles en la historia del pueblo. Entre los nombres que sí menciona el texto están Emeterio Colón, Miguel Meléndez Muñoz, Ramón Frade, Benigno Fernández y Ángel Mergal. El próximo capítulo está dedicado al deporte. Es una reseña de logros, mayormente en el béisbol y el boxeo. De ese segundo deporte destaca al boxeador Pedro Montañés “El torito de Cayey”, reconocido en toda América y Europa. El penúltimo capítulo lo dedica a “misceláneas” que resulta la recopilación de datos que Pío López reúne, pero deja fuera en los demás capítulos y que tratan diversos temas: un donativo de 195 pesos enviados a Carlos III, una nota de bautismo de Ramón Baldorioty de Castro de 1823 o la muerte de 206 personas a causa de un brote de cólera en 1856. Finaliza el capítulo con la mención de algunas costumbres que se observaban en el pueblo: paseos en calesa los domingos, retretas en la plaza, el uso de las farmacias como lugar para tertulias, mascar tabaco, la pesca en quebradas, vestimentas, los dulces típicos y los alimentos. El vigésimo quinto y último capítulo “Cayey, lugar de veraneo” agrupa fragmentos en prosa y versos dedicados a Cayey. El paisaje, el clima y otras bondades llevadas a la metáfora. Razones que según el autor hicieron de Cayey lugar predilecto de
48 Cayey: Miradas históricas, perspectivas contemporáneas