Círculo de lovecraft nº4 + suplemento

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Querid@s animales nocturnos: ¡Nuevamente aquí, con todos vosotr@s!, presentándoos nuestro magazine Círculo de Lovecraft-nº 4. ¿Quién nos lo iba a decir a nosotros, soñadores almibarados, empedernidos “terror-románticos”? Pues sí, nuestro nº 4 da la bienvenida al estío del 2017 con una programación que helará vuestras oscuras y ominosas almas: Empezamos sumergiéndonos en el espacio infinito, rodeándonos de polvo cósmico…, a través de un insondable e inhóspito viaje en El Dorado Estelar, delpara muchos desconocido-escritor de ciencia-ficción, Clark Carrados. Y desde las fulgurantes y especulares galaxias lejanas, nos adentramos en la oscuridad de la noche insondable, en las profundas oquedades de la muerte y la débil frontera del haz de luz que la separa… Maupassant nos deleita con El Horla, relato publicado originariamente en 1882 en el periódico Le Gaulois. El caballo del romanticismo cabalga raudo hacia el Top Ten de los libros de terror, ciencia-ficción y fantasía oscura, cuya lectura estival os recomendamos desde el Círculo. Muchos de ellos han sido reseñados por nosotros; otros, simplemente degustados… Os aseguro que hallaréis la suficiente variedad estilística y temática como para encontrar aquella joya literaria de mesita de noche, que se adapte a vuestras preferencias anímicas. Y hablando de libros…, no podíamos dejar de citar las treinta obras imprescindibles de la Editorial Valdemar. Como muchos de vosotros sabéis, es una editorial independiente fundada en 1989 por Rafael Díaz Santander y Juan Luis González, con sede en Madrid, especializada en publicar obras clásicas de narrativa gótica, literatura fantástica, ciencia-ficción y terror. Del Universo Valdemar, pasamos al Universo de Terror y Nada Más. Nuestros compañeros con Antonio Reverte Lucena-su director-a la cabeza, han tenido la gentileza de cedernos en exclusiva, ¡por vez primera publicada!, la entrevista que realizaron al malagueño Roberto García Álvarez, biógrafo del gran escritor y maestro Lovecraft. ¡Gracias, compañeros!

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Desde nuestra revista queríamos hacer mención especial y dedicar un apartado, a esa nueva generación de editoriales libres, independientes y de nuevo curso, que abogan por una literatura no dogmática…, por editar libros que envuelvan al lector en sensaciones y emociones extra-empíricas. Apache Libros, fundada el año pasado, se abre paso a través del arduo camino de las letras con un abanico de autores-desde los consagrados, hasta una nueva generación con mucho que aportar-. Además, Apache Libros ha colaborado con Círculo de Lovecraft enviándonos obras para reseñar (Diabólica Tentación, por ejemplo). ¡Bienvenidos, Apaches! Y enlazando con la antología antes mencionada, abrimos nuestros taimados y lóbregos corazones a El Tapiz Amarillo. Su autora, Charlotte Perkins Gilman, fue una intelectual norteamericana multidisciplinar, activista en pro de los derechos de las mujeres entre finales de 1890 y mediados de 1920. En su relatoaconsejable 100%-, se pone de manifiesto la sociedad patriarcal y machista en la que las mujeres librepensadoras no encontraban un hueco, y se veían abocadas al destierro físico e intelectual. Como nota, deciros que Lovecraft adoraba este relato por la delicadeza escrita de la pluma femenina, pero es ahí en donde el contraste emocional pasa a ser impactante y morbosamente profundo, descompensándonos emocionalmente con su primigenia ternura… Para finalizar este fantástico nº 4, hemos querido dar voz a una novedosa escritora: Liss Evermore, a quien tuvimos el placer de reseñar en una de sus obras, Coleccionable de Tragedias. << ¡Entra sin llamar, querida!, y deléitanos con tu oscura fantasía y tu inspiración macabra…>> Y, por último, querid@s animales nocturnos, es un placer inmenso el que tengo y tiene el gran equipo de Círculo de Lovecraft, al introducir en este número, un suplemento especial-que podéis descargarlo con o sin la revista-, conformado por cuatro imaginativos relatos de autores coetáneos. Su prosa: actual y nerviosa-a veces, lírica-; su temática: todo aquello que nos estremece, que nos

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causa escalofríos en las lóbregas tardes mortecinas, en las que y sentados frente al fuego, un acariciador y gélido suspiro-lanzado en la nada-recorre nuestra piel…, en las que decidimos practicar buceo libre en el horror que habita en nuestra propia psique… << ¡Pasad pues, si os atrevéis!>>-Gracias a todos estos escritores, de corazón. Gracias a todos los que nos seguís, leéis, comentáis, visitáis el blog, el canal… Gracias a todos por formar parte de nuestras filas, por engrosar este fantástico aro de arte y horror…Y permitidme agradecer a todos aquellos que, en la sombra, hacen que el círculo crezca, que se engrose vivaz y fuerte, que se convierta en una pequeña joya de la que presumir. ¡Gracias, EQUIPO! Poco más, sólo me queda desear que disfrutéis con su lectura, que disfrutéis con su diseño…, que viváis y soñéis: ¡libres!

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ELDORADO ESTELAR, de Clark Carrados Una enorme nave espacial, la "Arch & Arrow", se dirige hacia el lejano planeta conocido como Eldorado, por suponer que su suelo

está

empedrado en oro y piedras preciosas. Nada más aterrizar, gran parte de la tripulación se amotina contra el capitán y parten cada uno por su cuenta, cegados por la codicia de hacerse ricos con los yacimientos que se esconden en el subsuelo del planeta. Sólo quedan en la nave, el segundo de abordo, la dueña de la astronave, Elisa Hyam,

el capitán y dos tripulantes.

Pronto empezarán los problemas, tienen la sensación de ser vigilados y fugaces atisbos de un extraño ojo de pupila gigantesca que aparece y desaparece repentinamente. Los improvisados mineros son acechados por manadas de gigantescos lobos que después del ataque inicial desaparecen sin dejar rastro, incluso

sus

cadáveres

abatidos

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por

los

disparos.


Al final descubren, que la verdadera riqueza de Eldorado no se encuentra bajo las piedras, sino en la atmósfera vigorizante del planeta, en su fértil suelo y en la protección invisible de un ser omnipresente llamado Ku'Kh, con cuatro cerebros, y enorme volumen físico, que le hace permanecer inmóvil confundido con el terreno.

Entretenida novela de exploración de un planeta virgen, habitado por un extraño ser, al cual el autor describe con unas originales cualidades. Destacable la idea de dotarle de varios cerebros que dialogan entre sí, aunque esperaba un mayor desarrollo de esta faceta. Da la impresión de estar desaprovechada y que podía haber

dado

más

juego

en

el

desarrollo

de

la

trama.

Una parte central un tanto reiterativa, que se centra en la vicisitud de los componentes de la tripulación, que se han diseminado en busca de las pretendidas riquezas. En cuanto al final, es cuando menos inesperado por la revelación que se hace sobre las ocultas propiedades de Eldorado…

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8 de mayo ¡Qué hermoso día! He pasado toda la mañana tendido sobre la hierba, delante de mi casa, bajo el enorme plátano que la cubre, la resguarda y le da sombra. Adoro esta región, y me gusta vivir aquí porque he echado raíces aquí, esas raíces profundas y delicadas que unen al hombre con la tierra donde nacieron y murieron sus abuelos, esas raíces que lo unen a lo que se piensa y a lo que se come, a las costumbres como a los alimentos, a los modismos regionales, a la forma de hablar de sus habitantes, a los perfumes de la tierra, de las aldeas y del aire mismo. Adoro la casa donde he crecido. Desde mis ventanas veo el Sena que corre detrás del camino, a lo largo de mi jardín, casi dentro de mi casa, el grande y ancho Sena, cubierto de barcos, en el tramo entre Ruán y El Havre. A lo lejos y a la izquierda, está Ruán, la vasta ciudad de techos azules, con sus numerosas y agudas torres góticas, delicadas o macizas, dominadas por la flecha de hierro de su catedral, y pobladas de campanas que tañen en el aire azul de las mañanas hermosas enviándome su suave y lejano murmullo de hierro, su canto de bronce que me llega con mayor o menor intensidad según que la brisa aumente o disminuya. ¡Qué hermosa mañana! A eso de las once pasó frente a mi ventana un largo convoy de navíos arrastrados por un remolcador grande como una mosca, que jadeaba de fatiga lanzando por su chimenea un humo espeso. Después, pasaron dos goletas inglesas, cuyas rojas banderas flameaban sobre el fondo del cielo, y un soberbio bergantín brasileño, blanco y admirablemente limpio y reluciente. Saludé su paso sin saber por qué, pues sentí placer al contemplarlo.

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11 de mayo Tengo algo de fiebre desde hace algunos días. Me siento dolorido o más bien triste. ¿De dónde vienen esas misteriosas influencias que trasforman nuestro bienestar en desaliento y nuestra confianza en angustia? Diríase qué el aire, el aire invisible, está poblado de lo desconocido, de poderes cuya misteriosa proximidad experimentamos. ¿Por qué al despertarme siento una gran alegría y ganas de cantar, y luego, sorpresivamente, después de dar un corto paseo por la costa, regreso desolado como si me esperase una desgracia en mi casa? ¿Tal vez una ráfaga fría al rozarme la piel me ha alterado los nervios y ensombrecido el alma? ¿Acaso la forma de las nubes o el color tan variable del día o de las cosas me ha perturbado el pensamiento al pasar por mis ojos? ¿Quién puede saberlo? Todo lo que nos rodea, lo que vemos sin mirar, lo que rozamos inconscientemente, lo que tocamos sin palpar y lo que encontramos sin reparar en ello, tiene efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables sobre nosotros, sobre nuestros órganos y, por consiguiente, sobre nuestros pensamientos y nuestro corazón. ¡Cuán profundo es el misterio de lo Invisible! No podemos explorarlo con nuestros mediocres sentidos, con nuestros ojos que no pueden percibir lo muy grande ni lo muy pequeño, lo muy próximo ni lo muy lejano, los habitantes de una estrella ni los de una gota de agua. . . con nuestros oídos que nos engañan, trasformando las vibraciones del aire en ondas sonoras, como si fueran hadas que convierten milagrosamente en sonido ese movimiento, y que mediante esa metamorfosis hacen surgir la música que trasforma en canto la muda agitación de la naturaleza... con nuestro olfato, más débil que el del perro... con nuestro sentido del gusto, que apenas puede distinguir la edad de un vino. ¡Cuántas cosas descubriríamos a nuestro alrededor si tuviéramos otros órganos que realizaran para nosotros otros milagros! 16 de mayo Decididamente, estoy enfermo. ¡Y pensar que estaba tan bien el mes pasado! Tengo fiebre, una fiebre atroz, o, mejor dicho, una nerviosidad febril que afecta por igual el alma y el cuerpo. Tengo continuamente la angustiosa sensación de un peligro que me amenaza, la aprensión de una desgracia inminente o de la muerte que se aproxima, el presentimiento suscitado por el comienzo de un mal aún desconocido que germina en la carne y en la sangre.

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18 de mayo Acabo de consultar al médico pues ya no podía dormir. Me ha encontrado el pulso acelerado, los ojos inflamados y los nervios alterados, pero ningún síntoma alarmante. Debo darme duchas y tomar bromuro de potasio.

25 de mayo ¡No siento ninguna mejoría! Mi estado es realmente extraño. Cuando se aproxima la noche, me invade una inexplicable inquietud, como si la noche ocultase una terrible amenaza para mí. Ceno rápidamente y luego trato de leer, pero no comprendo las palabras y apenas distingo las letras. Camino entonces de un extremo a otro de la sala sintiendo la opresión de un temor confuso e irresistible, el temor de dormir y el temor de la cama. A las diez subo a la habitación. En cuanto entro, doy dos vueltas a la llave y corro los cerrojos; tengo miedo. . . ¿de qué? . . . Hasta ahora nunca sentía temor por nada. . . abro mis armarios, miro debajo de la cama; escucho... escucho... ¿qué?... ¿Acaso puede sorprender que un malestar, un trastorno de la circulación, y tal vez una ligera congestión, una pequeña perturbación del funcionamiento tan imperfecto y delicado de nuestra máquina viviente, convierta en un melancólico al más alegre de los hombres y en un cobarde al más valiente? Luego me acuesto y espero el sueño como si esperase al verdugo. Espero su llegada con espanto; mi corazón late intensamente y mis piernas se estremecen; todo mi cuerpo tiembla en medio del calor de la cama hasta el momento en que caigo bruscamente en el sueño como si me ahogara en un abismo de agua estancada. Ya no siento llegar como antes a ese sueño pérfido, oculto cerca de mi, que me acecha, se apodera de mi cabeza, me cierra los ojos y me aniquila. Duermo durante dos o tres horas, y luego no es un sueño sino una pesadilla lo que se apodera de mí. Sé perfectamente que estoy acostado y que duermo. . . lo comprendo y lo sé. . . y siento también que alguien se aproxima, me mira, me toca, sube sobre la cama, se arrodilla sobre mi pecho y tomando mi cuello entre sus manos aprieta y aprieta... con todas sus fuerzas para estrangularme. Trato de defenderme, impedido por esa impotencia atroz que nos paraliza en los sueños: quiero gritar y no puedo; trato de moverme y no puedo; con angustiosos esfuerzos y jadeante,

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trato de liberarme, de rechazar ese ser que me aplasta y me asfixia, ¡pero no puedo! Y de pronto, me despierto enloquecido y cubierto de sudor. Enciendo una bujía. Estoy solo. Después de esa crisis, que se repite todas las noches, duermo por fin tranquilamente hasta el amanecer.

2 de junio Mi estado se ha agravado. ¿Qué es lo que tengo? El bromuro y las duchas no me producen ningún efecto. Para fatigarme más, a pesar de que ya me sentía cansado, fui a dar un paseo por el bosque de Roumare. En un principio, me pareció que el aire suave, ligero y fresco, lleno de aromas de hierbas y hojas vertía una sangre nueva en mis venas y nuevas energías en mi corazón. Caminé por una gran avenida de caza y después por una estrecha alameda, entre dos filas de árboles desmesuradamente altos que formaban un techo verde y espeso, casi negro, entre el cielo y yo. De pronto sentí un estremecimiento, no de frío sino un extraño temblor angustioso. Apresuré el paso, inquieto por hallarme solo en ese bosque, atemorizado sin razón por el profundo silencio. De improviso, me pareció que me seguían, que alguien marchaba detrás de mí, muy cerca, muy cerca, casi pisándome los talones. Me volví hacia atrás con brusquedad. Estaba solo. Únicamente vi detrás de mí el resto y amplio sendero, vacío, alto, pavorosamente vacío; y del otro lado se extendía también hasta perderse de vista de modo igualmente solitario y atemorizante. Cerré los ojos, ¿por qué? Y me puse a girar sobre un pie como un trompo. Estuve a punto de caer; abrí los ojos: los árboles bailaban, la tierra flotaba, tuve que sentarme. Después ya no supe por dónde había llegado hasta allí. ¡Qué extraño! Ya no recordaba nada. Tomé hacia la derecha, y llegué a la avenida que me había llevado al centro del bosque.

3 de junio He pasado una noche horrible. Voy a irme de aquí por algunas semanas. Un viaje breve sin duda me tranquilizará.

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2 de julio Regreso restablecido. El viaje ha sido delicioso. Visité el monte Saint-Michel que no conocía. ¡Qué hermosa visión se tiene al llegar a Avranches, como llegué yo al caer la tarde! La ciudad se halla sobre una colina. Cuando me llevaron al jardín botánico, situado en un extremo de la población, no pude evitar un grito de admiración. Una extensa bahía se extendía ante mis ojos hasta el horizonte, entre dos costas lejanas que se esfumaban en medio de la bruma, y en el centro de esa inmensa bahía, bajo un dorado cielo despejado, se elevaba un monte extraño, sombrío y puntiagudo en las arenas de la playa. El sol acababa de ocultarse, y en el horizonte aún rojizo se recortaba el perfil de ese fantástico acantilado que lleva en su cima un fantástico monumento. Al amanecer me dirigí hacia allí. El mar estaba bajo como la tarde anterior y a medida que me acercaba veía elevarse gradualmente a la sorprendente abadía. Luego de varias horas de marcha, llegué al enorme bloque de piedra en cuya cima se halla la pequeña población dominada por la gran iglesia. Después de subir por la calle estrecha y empinada, penetré en la más admirable morada gótica construida por Dios en la tierra, vasta como una ciudad, con numerosos recintos de techo bajo, como aplastados por bóvedas y galerías superiores sostenidas por frágiles columnas. Entré en esa gigantesca joya de granito, ligera como un encaje, cubierta de torres, de esbeltos torreones, a los cuales se sube por intrincadas escaleras, que destacan en el cielo azul del día y negro de la noche sus extrañas cúpulas erizadas de quimeras, diablos, animales fantásticos y flores monstruosas, unidas entre sí por finos arcos labrados. Cuando llegué a la cumbre, dije al monje que me acompañaba: —¡Qué bien se debe estar aquí, padre! —Es un lugar muy ventoso, señor—me respondió. Y nos pusimos a conversar mientras mirábamos subir el mar, que avanzaba sobre la playa y parecía cubrirla con una coraza de acero. El monje me refirió historias, todas las viejas historias del lugar, leyendas, muchas leyendas. Una de ellas me impresionó mucho. Los nacidos en el monte aseguran que de noche se oyen voces en la playa y después se perciben los balidos de dos cabras, una de voz fuerte y la otra de voz débil. Los incrédulos afirman que son los graznidos de las aves marinas que se asemejan a balidos o a quejas humanas, pero los pescadores rezagados juran haber encontrado merodeando por las dunas, entre dos mareas y alrededor de la pequeña

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población tan alejada del mundo, a un viejo pastor cuya cabeza nunca pudieron ver por llevarla cubierta con su capa, y delante de él marchan un macho cabrío con rostro de hombre y una cabra con rostro de mujer; ambos tienen largos cabellos blancos y hablan sin cesar: discuten en una lengua desconocida, interrumpiéndose de pronto para balar con todas sus fuerzas. —¿Cree usted en eso? —pregunté al monje. —No sé—me contestó. Yo proseguí: —Si existieran en la tierra otros seres diferentes de nosotros, los conoceríamos desde hace mucho tiempo; ¿cómo es posible que no los hayamos visto usted ni yo? — ¿Acaso vemos—me respondió—la cienmilésima parte de lo que existe? Observe por ejemplo el viento, que es la fuerza más poderosa de la naturaleza; el viento, que derriba hombres y edificios, que arranca de cuajo los árboles y levanta montañas de agua en el mar, que destruye los acantilados y que arroja contra ellos a las grandes naves, el viento que mata, silba, gime y ruge, ¿acaso lo ha visto alguna vez? ¿Acaso lo puede ver? Y sin embargo existe. Ante este sencillo razonamiento opté por callarme. Este hombre podía ser un sabio o tal vez un tonto. No podía afirmarlo con certeza, pero me llamé a silencio. Con mucha frecuencia había pensado en lo que me dijo. 3 de julio Dormí mal; evidentemente, hay una influencia febril, pues mi cochero sufre del mismo mal que yo. Ayer, al regresar, observé su extraña palidez. Le pregunté: —¿Qué tiene, Jean? —Ya no puedo descansar; mis noches desgastan mis días. Desde la partida del señor parece que padezco una especie de hechizo. Los demás criados están bien, pero temo que me vuelvan las crisis. 4 de julio Decididamente, las crisis vuelven a empezar. Vuelvo a tener las mismas pesadillas. Anoche sentí que alguien se inclinaba sobre mí y con su boca sobre la mía, bebía mi vida. Sí, la bebía con la misma avidez que una sanguijuela. Luego se incorporó saciado, y yo me desperté tan extenuado y aniquilado, que apenas podía moverme. Si eso se prolonga durante algunos días volveré a ausentarme. 5 de julio ¿He perdido la razón? Lo que pasó, lo que vi anoche, ¡es tan extraño que cuando pienso en ello pierdo la cabeza! Había cerrado la puerta con llave, como todas las noches, y luego sentí sed, bebí medio vaso de agua y observé distraídamente que la botella estaba llena. Me acosté en seguida y caí en uno de mis espantosos sueños del cual pude salir cerca de dos horas después con una sacudida más horrible aún. Imagínense ustedes un hombre que es asesinado mientras duerme, que despierta con un cuchillo clavado en el pecho, jadeante y cubierto de sangre,

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que no puede respirar y que muere sin comprender lo que ha sucedido. Después de recobrar la razón, sentí nuevamente sed; encendí una bujía y me dirigí hacia la mesa donde había dejado la botella. La levanté inclinándola sobre el vaso, pero no había una gota de agua. Estaba vacía, ¡completamente vacía! Al principio no comprendí nada, pero de pronto sentí una emoción tan atroz que tuve que sentarme o, mejor dicho, me desplomé sobre una silla. Luego me incorporé de un salto para mirar a mi alrededor. Después volví a sentarme delante del cristal trasparente, lleno de asombro y terror. Lo observaba con la mirada fija, tratando de imaginarme lo que había pasado. Mis manos temblaban. ¿Quién se había bebido el agua? Yo, yo sin duda. ¿Quién podía haber sido sino yo? Entonces... yo era sonámbulo, y vivía sin saberlo esa doble vida misteriosa que nos hace pensar que hay en nosotros dos seres, o que a veces un ser extraño, desconocido e invisible anima, mientras dormimos, nuestro cuerpo cautivo que le obedece como a nosotros y más que a nosotros. ¡Ah! ¿Quién podrá comprender mi abominable angustia? ¿Quién podrá comprender la emoción de un hombre mentalmente sano, perfectamente despierto y en uso de razón al contemplar espantado una botella que se ha vaciado mientras dormía? Y así permanecí hasta el amanecer sin atreverme a volver a la cama.

6 de julio Pierdo la razón. ¡Anoche también bebieron el agua de la botella, o tal vez la bebí yo!

10 de julio Acabo de hacer sorprendentes comprobaciones. ¡Decididamente estoy loco! Y sin embargo... El 6 de julio, antes de acostarme puse sobre la mesa vino, leche, agua, pan y fresas. Han bebido —o he bebido—toda el agua y un poco de leche. No han tocado el vino, ni el pan ni las fresas. El 7 de julio he repetido la prueba con idénticos resultados. El 8 de julio suprimí el agua y la leche, y no han tocado nada. Por último, el 9 de julio puse sobre la mesa solamente el agua y la leche, teniendo especial cuidado de envolver las botellas con lienzos de muselina

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blanca y de atar los tapones. Luego me froté con grafito los labios, la barba y las manos y me acosté. Un sueño irresistible se apoderó de mí, seguido poco después por el atroz despertar. No me había movido; ni siquiera mis sábanas estaban manchadas. Corrí hacia la mesa. Los lienzos que envolvían las botellas seguían limpios e inmaculados. Desaté los tapones, palpitante de emoción. ¡Se habían bebido toda el agua y toda la leche! ¡Ah! ¡Dios mío!... Partiré inmediatamente hacia París.

12 de julio París. Estos últimos días había perdido la cabeza. Tal vez he sido juguete de mi enervada imaginación, salvo que yo sea realmente sonámbulo o que haya sufrido una de esas influencias comprobadas, pero hasta ahora inexplicables, que se llaman sugestiones. De todos modos, mi extravío rayaba en la demencia, y han bastado veinticuatro horas en París para recobrar la cordura. Ayer, después de paseos y visitas, que me han renovado y vivificado el alma, terminé el día en el Théatre-Francais. Representábase una pieza de Alejandro Dumas hijo. Este autor vivaz y pujante ha terminado de curarme. Es evidente que la soledad resulta peligrosa para las mentes que piensan demasiado. Necesitamos ver a nuestro

alrededor a hombres

que piensen y hablen.

Cuando

permanecemos solos durante mucho tiempo, poblamos de fantasmas el vacío. Regresé muy contento al hotel, caminando por el centro. Al codearme con la multitud, pensé, no sin ironía, en mis terrores y suposiciones de la semana pasada, pues creí, sí, creí que un ser invisible vivía bajo mi techo. Cuán débil es nuestra razón y cuán rápidamente se extravía cuando nos estremece un hecho incomprensible. En lugar de concluir con estas simples palabras: "Yo no comprendo porque no puedo explicarme las causas", nos imaginamos en seguida impresionantes misterios y poderes sobrenaturales.

14 de julio Fiesta de la República. He paseado por las calles. Los cohetes y banderas me divirtieron como a un niño. Sin embargo, me parece una tontería ponerse

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contento un día determinado por decreto del gobierno. El pueblo es un rebaño de imbéciles, a veces tonto y paciente, y otras, feroz y rebelde. Se le dice: "Diviértete". Y se divierte. Se le dice: "Ve a combatir con tu vecino". Y va a combatir. Se le dice: "Vota por el emperador". Y vota por el emperador. Después: "Vota por la República". Y vota por la República. Los que lo dirigen son igualmente tontos, pero en lugar de obedecer a hombres se atienen a principios, que por lo mismo que son principios sólo pueden ser necios, estériles y falsos, es decir, ideas consideradas ciertas e inmutables, tan luego en este mundo donde nada es seguro y donde la luz y el sonido son ilusorios.

16 de julio Ayer he visto cosas que me preocuparon mucho. Cené en casa de mi prima, la señora Sablé, casada con el jefe del regimiento 76 de cazadores de Limoges. Conocí allí a dos señoras jóvenes, casada una de ellas con el doctor Parent que se dedica intensamente al estudio de las enfermedades nerviosas y de los fenómenos extraordinarios que hoy dan origen a las experiencias sobre hipnotismo y sugestión. Nos refirió detalladamente los prodigiosos resultados obtenidos por los sabios ingleses y por los médicos de la escuela de Nancy. Los hechos que expuso me parecieron tan extraños que manifesté mi incredulidad. —Estamos a punto de descubrir uno de los más importantes secretos de la naturaleza—decía el doctor Parent—, es decir, uno de sus más importantes secretos aquí en la tierra, puesto que hay evidentemente otros secretos importantes en las estrellas. Desde que el hombre piensa, desde que aprendió a expresar y a escribir su pensamiento, se siente tocado por un misterio impenetrable para sus sentidos groseros e imperfectos, y trata de suplir la impotencia de dichos sentidos mediante el esfuerzo de su inteligencia. Cuando la inteligencia permanecía aún en un estado rudimentario, la obsesión de los fenómenos invisibles adquiría formas comúnmente terroríficas. De ahí las creencias populares en lo sobrenatural. Las leyendas de las almas en pena, las hadas, los gnomos y los aparecidos; me atrevería a mencionar incluso la leyenda de Dios, pues nuestras concepciones del artífice creador de cualquier religión son las invenciones más mediocres, estúpidas e inaceptables que pueden salir de la mente atemorizada de los hombres. Nada es más cierto que este 18


pensamiento de Voltaire: "Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza, pero el hombre también ha procedido así con él." Pero desde hace algo más de un siglo, parece percibirse algo nuevo. Mesmer y algunos otros nos señalan un nuevo camino y, efectivamente, sobre todo desde hace cuatro o cinco años, se han obtenido sorprendentes resultados." Mi prima, también muy incrédula, sonreía. El doctor Parent le dijo: —¿Quiere que la hipnotice, señora? —Sí; me parece bien. Ella se sentó en un sillón y él comenzó a mirarla fijamente. De improviso, me dominó la turbación, mi corazón latía con fuerza y sentía una opresión en la garganta. Veía cerrarse pesadamente los ojos de la señora Sablé, y su boca se crispaba y parecía jadear. Al cabo de diez minutos dormía. — Póngase detrás de ella—me dijo el médico. Obedecí su indicación, y él colocó en las manos de mi prima una tarjeta de visita al tiempo que le decía: "Esto es un espejo; ¿qué ve en él?" —Veo a mi primo—respondió. —¿Qué hace? —Se atusa el bigote. —¿Y ahora? -—Saca una fotografía del bolsillo. —¿Quién aparece en la fotografía? —Él, mi primo. ¡Era cierto! Esa misma tarde me habían entregado esa fotografía en el hotel. —¿Cómo aparece en ese retrato? —Se halla de pie, con el sombrero en la mano. Evidentemente, veía en esa tarjeta de cartulina lo que hubiera visto en un espejo. Las damas decían espantadas: "¡Basta! ¡Basta, por favor!" Pero el médico ordenó: "Usted se levantará mañana a las ocho; luego irá a ver a su primo al hotel donde se aloja, y le pedirá que le preste los cinco mil francos que le pide su esposo y que le reclamará cuando regrese de su próximo viaje". Luego la despertó. Mientras regresaba al hotel pensé en esa curiosa sesión y me asaltaron dudas, no sobre la insospechable, la total buena fe de mi prima a quien conocía desde la infancia como a una hermana, sino sobre la seriedad del médico. ¿No escondería en su mano un espejo que mostraba a la joven dormida, al mismo tiempo que la tarjeta? Los prestidigitadores profesionales hacen cosas semejantes. No bien regresé me acosté. Pero a las ocho y media de la mañana me despertó mi mucamo y me dijo: —La señora Sablé quiere hablar inmediatamente con el señor. Me vestí de prisa y la hice pasar. Sentóse muy turbada y me dijo sin levantar la mirada ni quitarse el velo: —Querido primo, tengo que pedirle un gran favor. —¿De qué se trata, prima? —Me cuesta mucho decirlo, pero no tengo más remedio. Necesito urgentemente cinco mil francos. —Pero cómo, ¿tan luego usted? —Sí, yo, o mejor dicho mi esposo, que me ha encargado conseguirlos. Me quedé tan

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asombrado que apenas podía balbucear mis respuestas. Pensaba que ella y el doctor Parent se estaba burlando de mí, y que eso podía ser una mera farsa preparada de antemano y representada a la perfección. Pero todas mis dudas se disiparon cuando la observé con atención. Temblaba de angustia. Evidentemente esta gestión le resultaba muy penosa y advertí que apenas podía reprimir el llanto. Sabía que era muy rica y le dije: —¿Cómo es posible que su esposo no disponga de cinco mil francos? Reflexione. ¿Está segura de que le ha encargado pedírmelos a mí? Vaciló durante algunos segundos como si le costara mucho recordar, y luego respondió: —Sí... sí... estoy segura. —¿Le ha escrito? Vaciló otra vez y volvió a pensar. Advertí el penoso esfuerzo de su mente. No sabía. Sólo recordaba que debía pedirme ese préstamo para su esposo. Por consiguiente, se decidió a mentir. —Sí, me escribió. —¿Cuándo? Ayer no me dijo nada. —Recibí su carta esta mañana. —¿Puede enseñármela? —No, no… contenía cosas íntimas... demasiado personales... y la he... la he quemado. — Así que su marido tiene deudas. Vaciló una vez más y luego murmuró: —No lo sé. Bruscamente le dije: —Pero en este momento, querida prima, no dispongo de cinco mil francos. Dio una especie de grito de desesperación: —¡Ay! ¡Por favor! ¡Se lo ruego! Trate de conseguirlos . . . Exaltada, unía sus manos como si se tratara de un ruego. Su voz cambió de tono; lloraba murmurando cosas ininteligibles, molesta y dominada por la orden irresistible que había recibido. — ¡Ay! Le suplico... si supiera cómo sufro... los necesito para hoy. Sentí piedad por ella. —Los tendrá de cualquier manera. Se lo prometo. —¡Oh! ¡Gracias, gracias! ¡Qué bondadoso es usted! —¿Recuerda lo que pasó anoche en su casa? —le pregunté entonces. —Sí. —¿Recuerda que el doctor Parent la hipnotizó? — Sí… —Pues bien, fue él quien le ordenó venir esta mañana a pedirme cinco mil francos, y en este momento usted obedece a su sugestión. Reflexionó durante algunos instantes y luego respondió: —Pero es mi esposo quien me los pide. Durante una hora traté infructuosamente de convencerla. Cuando se fue, corrí a casa del doctor Parent. Me dijo: —¿Se ha convencido ahora? —Sí, no hay más remedio que creer. —Vamos a ver a su prima. Cuando llegamos dormitaba en un sofá, rendida por el cansancio. El médico le tomó el pulso, la miró durante algún tiempo con una mano extendida hacia sus ojos que la joven cerró debido al influjo irresistible del poder magnético. Cuando se durmió, el doctor Parent le dijo: —¡Su esposo no necesita los cinco mil francos! Por lo tanto, usted debe

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olvidar que ha rogado a su primo para que se los preste, y si le habla de eso, usted no comprenderá. Luego le despertó. Entonces saqué mi billetera. —Aquí tiene, querida prima. Lo que me pidió esta mañana. Se mostró tan sorprendida que no me atreví a insistir. Traté, sin embargo, de refrescar su memoria, pero negó todo enfáticamente, creyendo que me burlaba, y poco faltó para que se enojase. ....................................... Acabo de regresar. La experiencia me ha impresionado tanto que no he podido almorzar.

19 de julio Muchas personas a quienes he referido esta aventura se han reído de mí. Ya no sé qué pensar. El sabio dijo: "Quizá".

21 de julio Cené en Bougival y después estuve en el baile de los remeros. Decididamente, todo depende del lugar y del medio. Creer en lo sobrenatural en la isla de la Grenouillère sería el colmo del desatino... pero ¿no es así en la cima del monte Saint-Michel, y en la India? Sufrimos la influencia de lo que nos rodea. Regresaré a casa la semana próxima.

30 de julio Ayer he regresado a casa. Todo está bien.

2 de agosto No hay novedades. Hace un tiempo espléndido. Paso los días mirando correr el Sena.

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4 de agosto Hay problemas entre mis criados. Aseguran que alguien rompe los vasos en los armarios por la noche. El mucamo acusa a la cocinera y ésta a la lavandera quien a su vez acusa a los dos primeros. ¿Quién es el culpable? El tiempo lo dirá.

6 de agosto Esta vez no estoy loco. Lo he visto... ¡lo he visto! Ya no tengo la menor duda. . . ¡lo he visto! Aún siento frío hasta en las uñas. . . el miedo me penetra hasta la médula... ¡Lo he visto!... A las dos de la tarde me paseaba a pleno sol por mi rosedal; caminaba por el sendero de rosales de otoño que comienzan a florecer. Me detuve a observar un hermoso ejemplar de géant des batailles, que tenía tres flores magníficas, y vi entonces con toda claridad cerca de mí que el tallo de una de las rosas se doblaba como movido por una mano invisible: ¡luego, vi que se quebraba como si la misma mano lo cortase! Luego la flor se elevó, siguiendo la curva que habría descrito un brazo al llevarla hacia una boca y permaneció suspendida en el aire trasparente, muy sola e inmóvil, como una pavorosa mancha a tres pasos de mí. Azorado, me arrojé sobre ella para tomarla. Pero no pude hacerlo: había desaparecido. Sentí entonces rabia contra mí mismo, pues no es posible que una persona razonable tenga semejantes alucinaciones. Pero, ¿tratábase realmente de una alucinación? Volví hacia el rosal para buscar el tallo cortado e inmediatamente lo encontré, recién cortado, entre las dos rosas que permanecían en la rama. Regresé entonces a casa con la mente alterada; en efecto, ahora estoy convencido, seguro como de la alternancia de los días y las noches, de que existe cerca de mí un ser invisible, que se alimenta de leche y agua, que puede tocar las cosas, tomarlas y cambiarlas de lugar; dotado, por consiguiente, de un cuerpo material, aunque imperceptible para nuestros sentidos, y que habita en mi casa como yo...

7 de agosto Dormí tranquilamente. Se ha bebido el agua de la botella, pero no perturbó mi sueño. Me pregunto si estoy loco. Cuando a veces me paseo a pleno sol, a lo

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largo de la costa, he dudado de mi razón; no son ya dudas inciertas como las que he tenido hasta ahora, sino dudas precisas, absolutas. He visto locos. He conocido algunos que seguían siendo inteligentes, lúcidos y sagaces en todas las cosas de la vida menos en un punto. Hablaban de todo con claridad, facilidad y profundidad, pero de pronto su pensamiento chocaba contra el escollo de la locura y se hacía pedazos, volaba en fragmentos y se hundía en ese océano siniestro y furioso, lleno de olas fragorosas, brumosas y borrascosas que se llama "demencia ". Ciertamente, estaría convencido de mi locura, si no tuviera perfecta conciencia de mi estado, al examinarlo con toda lucidez. En suma, yo sólo sería un alucinado que razona. Se habría producido en mi mente uno de esos trastornos que hoy tratan de estudiar y precisar los fisiólogos modernos, y dicho trastorno habría provocado en mí una profunda ruptura en lo referente al orden y a la lógica de las ideas. Fenómenos semejantes se producen en el sueño, que nos muestra las fantasmagorías más inverosímiles sin que ello nos sorprenda, porque mientras duerme el aparato verificador, el sentido del control , la facultad imaginativa vigila y trabaja. ¿Acaso ha dejado de funcionar en mí una de las imperceptibles teclas del teclado cerebral? Hay hombres que a raíz de accidentes pierden la memoria de los nombres propios, de las cifras o solamente de las fechas. Hoy se ha comprobado la localización de todas las partes del pensamiento. No puede sorprender entonces que en este momento se haya disminuido mi facultad de controlar la irrealidad de ciertas alucinaciones. Pensaba en todo ello mientras caminaba por la orilla del río. El sol iluminaba el agua, sus rayos embellecían la tierra y llenaban mis ojos de amor por la vida, por las golondrinas cuya agilidad constituye para mí un motivo de alegría, por las hierbas de la orilla cuyo estremecimiento es un placer para mis oídos. Sin embargo, paulatinamente me invadía un malestar inexplicable. Me parecía que una fuerza desconocida me detenía, me paralizaba, impidiéndome avanzar, y que trataba de hacerme volver atrás. Sentí ese doloroso deseo de volver que nos oprime cuando hemos dejado en nuestra casa a un enfermo querido y presentimos una agravación del mal. Regresé entonces, a pesar mío, convencido de que encontraría en casa una mala noticia, una carta o un telegrama. Nada de eso había, y me quedé más sorprendido e inquieto aún que si hubiese tenido una nueva visión fantástica.

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8 de agosto Pasé una noche horrible. Él no ha aparecido más, pero lo siento cerca de mí. Me espía, me mira, se introduce en mí y me domina. Así me resulta más temible, pues al ocultarse de este modo parece manifestar su presencia invisible y constante mediante fenómenos sobrenaturales. Sin embargo, he podido dormir.

9 de agosto Nada ha sucedido. pero tengo miedo.

10 de agosto Nada: ¿qué sucederá mañana?

11 de agosto Nada, siempre nada; no puedo quedarme aquí con este miedo y estos pensamientos que dominan mi mente; me voy.

12 de agosto, 10 de la noche Durante todo el día he tratado de partir, pero no he podido. He intentado realizar ese acto tan fácil y sencillo—salir, subir en mi coche para dirigirme a Ruán—y no he podido. ¿Por qué?

13 de agosto Cuando nos atacan ciertas enfermedades nuestros mecanismos físicos parecen fallar. Sentimos que nos faltan las energías y que todos nuestros músculos se relajan; los huesos parecen tan blandos como la carne y la carne tan líquida como el agua. Todo eso repercute en mi espíritu de manera extraña y desoladora. Carezco de fuerzas y de valor; no puedo dominarme y ni siquiera

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puedo hacer intervenir mi voluntad. Ya no tengo iniciativa; pero alguien lo hace por mí, y yo obedezco.

14 de agosto ¡Estoy perdido! ¡Alguien domina mi alma y la dirige! Alguien ordena todos mis actos, mis movimientos y mis pensamientos. Ya no soy nada en mí; no soy más que un espectador prisionero y aterrorizado por todas las cosas que realizo. Quiero salir y no puedo. Él no quiere y tengo que quedarme, azorado y tembloroso, en el sillón donde me obliga a sentarme. Sólo deseo levantarme, incorporarme para sentirme todavía dueño de mí. ¡Pero no puedo! Estoy clavado en mi asiento, y mi sillón se adhiere al suelo de tal modo que no habría fuerza capaz de movernos. De pronto, siento la irresistible necesidad de ir al huerto a cortar fresas y comerlas. Y voy. Corto fresas y las como. ¡Oh Dios mío! ¡Dios mío! ¿Será acaso un Dios? Si lo es, ¡salvadme! ¡Libradme! ¡Socorredme! ¡Perdón! ¡Piedad! ¡Misericordia! ¡Salvadme! ¡Oh, qué sufrimiento! ¡Qué suplicio! ¡Qué horror!

15 de agosto Evidentemente, así estaba poseída y dominada mi prima cuando fue a pedirme cinco mil francos. Obedecía a un poder extraño que había penetrado en ella como otra alma, como un alma parásita y dominadora. ¿Es acaso el fin del mundo? Pero, ¿quién es el ser invisible que me domina? ¿Quién es ese desconocido, ese merodeador de una raza sobrenatural? Por consiguiente, ¡los invisibles existen! ¿Pero cómo es posible que aún no se hayan manifestado desde el origen del mundo en una forma tan evidente como se manifiestan en mí? Nunca leí nada que se asemejara a lo que ha sucedido en mi casa. Si pudiera abandonarla, irme, huir y no regresar más, me salvaría, pero no puedo.

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16 de agosto Hoy pude escaparme durante dos horas, como un preso que encuentra casualmente abierta la puerta de su calabozo. De pronto, sentí que yo estaba libre y que él se hallaba lejos. Ordené uncir los caballos rápidamente y me dirigí a Ruán. Qué alegría poder decirle a un hombre que obedece: "¡Vamos a Ruán!" Hice detener la marcha frente a la biblioteca donde solicité en préstamo el gran tratado del doctor Hermann Herestauss sobre los habitantes desconocidos del mundo antiguo y moderno. Después, cuando me disponía a subir a mi coche, quise decir: "¡A la estación!" y grité—no dije, grité—con una voz tan fuerte que llamó la atención de los transeúntes: "A casa", y caí pesadamente, loco de angustia, en el asiento. Él me había encontrado y volvía a posesionarse de mí.

17 de agosto ¡Ah! ¡Qué noche! ¡Qué noche! Y sin embargo me parece que debería alegrarme. Leí hasta la una de la madrugada. Hermann Herestauss, doctor en filosofía y en teogonía, ha escrito la historia y las manifestaciones de todos los seres invisibles que merodean alrededor del hombre o han sido soñados por él. Describe sus orígenes, sus dominios y sus poderes. Pero ninguno de ellos se parece al que me domina. Se diría que el hombre, desde que pudo pensar, presintió y temió la presencia de un ser nuevo más fuerte que él —su sucesor en el mundo—y que como no pudo prever la naturaleza de este amo, creó, en medio de su terror, todo ese mundo fantástico de seres ocultos y de fantasmas misteriosos surgidos del miedo. Después de leer hasta la una de la madrugada, me senté junto a mi ventana abierta para refrescarme la cabeza y el pensamiento con la apacible brisa de la noche. Era una noche hermosa y tibia, que en otra ocasión me hubiera gustado mucho. No había luna. Las estrellas brillaban en las profundidades del cielo con estremecedores destellos. ¿Quién vive en aquellos mundos? ¿Qué formas, qué seres vivientes, animales o plantas, existirán allí? Los seres pensantes de esos universos, ¿serán más sabios y más poderosos que nosotros? ¿Conocerán lo que nosotros ignoramos? Tal vez cualquiera de estos días uno de ellos atravesará el espacio y llegará a la tierra para conquistarla, así como antiguamente los normandos sometían a los pueblos más débiles. Somos

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tan indefensos, inermes, ignorantes y pequeños, sobre este trozo de lodo que gira disuelto en una gota de agua. Pensando en eso, me adormecí en medio del fresco viento de la noche. Pero después de dormir unos cuarenta minutos, abrí los ojos sin hacer un movimiento, despertado por no sé qué emoción confusa y extraña. En un principio no vi nada, pero de pronto me pareció que una de las páginas del libro que había dejado abierto sobre la mesa acababa de darse vuelta sola. No entraba ninguna corriente de aire por la ventana. Esperé, sorprendido. Al cabo de cuatro minutos, vi, sí, vi con mis propios ojos, que una nueva página se levantaba y caía sobre la otra, como movida por un dedo. Mi sillón estaba vacío, aparentemente estaba vacío, pero comprendí que él estaba leyendo allí, sentado en mi lugar. ¡Con un furioso salto, un salto de fiera irritada que se rebela contra el domador, atravesé la habitación para atraparlo, estrangularlo y matarlo! Pero antes de que llegara, el sillón cayó delante de mí como si él hubiera huido. . . la mesa osciló, la lámpara rodó por el suelo y se apagó, y la ventana se cerró como si un malhechor sorprendido hubiese escapado por la oscuridad, tomando con ambas manos los batientes. Había escapado; había sentido miedo, ¡miedo de mí! Entonces, mañana. . . pasado mañana o cualquier a de estos... podré tenerlo bajo mis puños y aplastarlo contra el suelo. ¿Acaso a veces los perros no muerden y degüellan a sus amos? 18 de agosto He pensado durante todo el día. ¡Oh!, sí, voy a obedecerle, seguiré sus impulsos, cumpliré sus deseos, seré humilde, sumiso y cobarde. Él es más fuerte. Hasta que llegue el momento...

19 de agosto ¡Ya sé. . . ya sé todo! Acabo de leer lo que sigue en la Revista del Mundo Científico: "Nos llega una noticia muy curiosa de Río de Janeiro. Una epidemia de locura, comparable a las demencias contagiosas que asolaron a los pueblos europeos en la Edad Media, se ha producido en el Estado de San Pablo. Los habitantes despavoridos abandonan sus casas y huyen de los pueblos, dejan sus cultivos, creyéndose poseídos y dominados, como un rebaño humano, por seres invisibles, aunque tangibles, por especies de vampiros que se alimentan

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de sus vidas mientras los habitantes duermen, y que además beben agua y leche sin apetecerles aparentemente ningún otro alimento. "El profesor don Pedro Henríquez, en compañía de varios médicos eminentes, ha partido para el Estado de San Pablo, a fin de estudiar sobre el terreno el origen y las manifestaciones de esta sorprendente locura, y poder aconsejar al Emperador las medidas que juzgue convenientes para apaciguar a los delirantes pobladores." ¡Ah! ¡Ahora recuerdo el hermoso bergantín brasileño que pasó frente a mis ventanas remontando el Sena, el 8 de mayo último! Me pareció tan hermoso, blanco y alegre. Allí estaba él que venía de lejos, ¡del lugar de donde es originaria su raza! ¡Y me vio! Vio también mi blanca vivienda, y saltó del navío a la costa. ¡Oh Dios mío! Ahora ya lo sé y lo presiento: el reinado del hombre ha terminado. Ha venido aquel que inspiró los primeros terrores de los pueblos primitivos. Aquel que exorcizaban los sacerdotes inquietos y que invocaban los brujos en las noches oscuras, aunque sin verlo todavía. Aquel a quien los presentimientos de los transitorios dueños del mundo adjudicaban formas monstruosas o graciosas de gnomos, espíritus, genios, hadas y duendes. Después de las groseras concepciones del espanto primitivo, hombres más perspicaces han presentido con mayor claridad. Mesmer lo sospechaba, y hace ya diez años que los médicos han descubierto la naturaleza de su poder de manera precisa, antes de que él mismo pudiera ejercerlo. Han jugado con el arma del nuevo Señor, con una facultad misteriosa sobre el alma humana. La han denominado magnetismo, hipnotismo, sugestión. . . ¡qué sé yo! ¡Los he visto divertirse como niños imprudentes con este terrible poder! ¡Desgraciados de nosotros! ¡Desgraciado del hombre! Ha llegado el... el... ¿cómo se llama? . . . el . . . parece qué me gritara su nombre y no lo oyese. . . el. . . sí. . . grita. . . Escucho... ¿cómo?... repite... el... Horla... He oído. . . el Horla. . . es él. . . ¡el Horla. . . ha llegado! . . . ¡Ah! El buitre se ha comido la paloma, el lobo ha devorado el cordero; el león ha devorado el búfalo de agudos cuernos: el hombre ha dado muerte al león con la flecha, el puñal y la pólvora, pero el Horla hará con el hombre lo que nosotros hemos hecho con el caballo y el buey: lo convertirá en su cosa, su servidor y su alimento, por el solo poder de su voluntad. ¡Desgraciados de nosotros! No obstante, a veces el animal se rebela y mata a quien lo domestica... yo también quiero... yo podría hacer lo mismo... pero primero hay que conocerlo, tocarlo y verlo. Los sabios afirman que los ojos de los animales no distinguen las mismas cosas que los

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nuestros. . . Y mis ojos no pueden distinguir al recién llegado que me oprime. ¿Por qué? ¡Oh! Recuerdo ahora las palabras del monje del monte Saint-Michel: "¿Acaso vemos la cienmilésima parte de lo que existe? Observe, por ejemplo, el viento que es la fuerza más poderosa de la naturaleza, el viento que derriba hombres y edificios, que arranca de cuajo los árboles, y levanta montañas de agua en el mar, que destruye los acantilados y arroja contra ellos a las grandes naves; el viento, que silba, gime y ruge. ¿Acaso lo ha visto usted alguna vez? ¿Acaso puede verlo? ¡Y sin embargo existe!" Y yo seguía pensando: mis ojos son tan débiles e imperfectos que ni siquiera distinguen los cuerpos sólidos cuando son trasparentes como el vidrio. . . Si un espejo sin azogue obstruye mi camino chocaré contra él como el pájaro que penetra en una habitación y se rompe la cabeza contra los vidrios. Por lo demás, mil cosas nos engañan y desorientan. No puede extrañar entonces que el hombre no sepa percibir un cuerpo nuevo que atraviesa la luz. ¡Un ser nuevo! ¿Por qué no? ¡No podía dejar de venir! ¿Por qué nosotros íbamos a ser los últimos? Nosotros no los distinguimos, pero tampoco nos distinguían los seres creados antes que nosotros. Ello se explica porque su naturaleza es más perfecta, más elaborada y mejor terminada que la nuestra, tan endeble y torpemente concebida, trabada por órganos siempre fatigados, siempre forzados como mecanismos demasiado complejos, que vive como una planta o como un animal, nutriéndose penosamente de aire, hierba y carne, máquina animal acosada por las enfermedades, las deformaciones y las putrefacciones; que respira con dificultad, imperfecta, primitiva y extraña, ingeniosamente mal hecha, obra grosera y delicada, bosquejo del ser que podría convertirse en inteligente y poderoso. Existen muchas especies en este mundo, desde la ostra al hombre. ¿Por qué no podría aparecer una más, después de cumplirse el período que separa las sucesivas apariciones de las diversas especies? ¿Por qué no puede aparecer una más? ¿Por qué no pueden surgir también nuevas especies de árboles de flores gigantescas y resplandecientes que perfumen regiones enteras? ¿Por qué no pueden aparecer otros elementos que no sean el fuego, el aire, la tierra y el agua? ¡Sólo son cuatro, nada más que cuatro, esos padres que alimentan a los seres! ¡Qué lástima! ¿Por qué no serán cuarenta, cuatrocientos o cuatro mil? ¡Todo es pobre, mezquino, miserable! ¡Todo se ha dado con avaricia, se ha inventado secamente y se ha hecho con torpeza! ¡Ah!

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¡Cuánta gracia hay en el elefante y el hipopótamo! ¡Qué elegante es el camello! Se podrá decir que la mariposa es una flor que vuela. Yo sueño con una que sería tan grande como cien universos, con alas cuya forma, belleza, color y movimiento ni siquiera puedo describir. Pero lo veo. . . va de estrella a estrella, refrescándolas y perfumándolas con el soplo armonioso y ligero de su vuelo. . . Y los pueblos que allí habitan la miran pasar, extasiados y maravillados . . . ¿Qué es lo que tengo? Es el Horla que me hechiza, que me hace pensar esas locuras. Está en mí, se convierte en mi alma. ¡Lo mataré!

19 de agosto Lo mataré. ¡Lo he visto! Anoche yo estaba sentado a la mesa y simulé escribir con gran atención. Sabía perfectamente que vendría a rondar a mi alrededor, muy cerca, tan cerca que tal vez podría tocarlo y asirlo. ¡Y entonces!... Entonces tendría la fuerza de los desesperados; dispondría de mis manos, mis rodillas, mi pecho, mi frente y mis dientes para estrangularlo, aplastarlo, morderlo y despedazarlo. Yo acechaba con todos mis sentidos sobreexcitados. Había encendido las dos lámparas y las ocho bujías de la chimenea, como si fuese posible distinguirlo con esa luz. Frente a mí está mi cama, una vieja cama de roble, a la derecha la chimenea; a la izquierda la puerta cerrada cuidadosamente, después de dejarla abierta durante largo rato a fin de atraerlo; detrás de mí un gran armario con espejos que todos los días me servía para afeitarme y vestirme y donde acostumbraba mirarme de pies a cabeza cuando pasaba frente a él. Como dije antes, simulaba escribir para engañarlo, pues él también me espiaba. De pronto, sentí, sentí, tuve la certeza de que leía por encima de mi hombro, de que estaba allí rozándome la oreja. Me levanté con las manos extendidas, girando con tal rapidez que estuve a punto de caer. Pues bien... se veía como si fuera pleno día, ¡y sin embargo no me vi en el espejo!... ¡Estaba vacío, claro, profundo y resplandeciente de luz! ¡Mi imagen no aparecía y yo estaba frente a él! Veía aquel vidrio totalmente límpido de arriba abajo. Y lo miraba con ojos extraviados; no me atrevía a avanzar, y ya no tuve valor para hacer un movimiento más. Sentía que él estaba allí, pero que se me escaparía otra vez, con su cuerpo imperceptible que me impedía reflejarme en el espejo. ¡Cuánto miedo sentí! De pronto, mi imagen volvió a reflejarse, pero como si estuviese 30


envuelta en la bruma, como si la observase a través de una capa de agua. Me parecía que esa agua se deslizaba lentamente de izquierda a derecha y que paulatinamente mi imagen adquiría mayor nitidez. Era como el final de un eclipse. Lo que la ocultaba no parecía tener contornos precisos; era una especie de trasparencia opaca, que poco a poco se aclaraba. Por último, pude distinguirme completamente como todos los días. ¡Lo había visto! Conservo el espanto que aún me hace estremecer.

20 de agosto ¿Cómo podré matarlo si está fuera de mi alcance? ¿Envenenándolo? Pero él me verá mezclar el veneno en el agua y tal vez nuestros venenos no tienen ningún efecto sobre un cuerpo imperceptible. No… no... decididamente no. Pero entonces... ¿qué haré entonces?

21 de agosto He llamado a un cerrajero de Ruán y le he encargado persianas metálicas como las que tienen algunas residencias particulares de París, en la planta baja, para evitar los robos. Me haré además una puerta similar. Me debe haber tomado por un cobarde, pero no importa...

10 de setiembre Ruán, Hotel Continental. Ha sucedido... ha sucedido... pero, ¿habrá muerto? Lo que vi me ha trastornado. Ayer, después que el cerrajero colocó la persiana y la puerta de hierro, dejé todo abierto hasta medianoche a pesar de que comenzaba a hacer frío. De improviso, sentí que estaba aquí y me invadió la alegría, una enorme alegría. Me levanté lentamente y caminé en cualquier dirección durante algún tiempo para que no sospechase nada. Luego me quité los botines y me puse distraídamente unas pantuflas. Cerré después la persiana metálica y regresé con paso tranquilo hasta la puerta, cerrándola también con dos vueltas de llave. Regresé entonces hacia la ventana, la cerré con un candado y guardé

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la llave en el bolsillo. De pronto, comprendí que se agitaba a mi alrededor, que él también sentía miedo, y que me ordenaba que le abriera. Estuve a punto de ceder, pero no lo hice. Me acerqué a la puerta y la entreabrí lo suficiente como para poder pasar retrocediendo, y como soy muy alto mi cabeza llegaba hasta el dintel. Estaba seguro de que no había podido escapar y allí lo acorralé solo, completamente solo. ¡Qué alegría! ¡Había caído en mi poder! Entonces descendí corriendo a la planta baja; tomé las dos lámparas que se hallaban en la sala situada debajo de mi habitación, y, con el aceite que contenían rocié la alfombra, los muebles, todo. Luego les prendí fuego, y me puse a salvo después de cerrar bien, con dos vueltas de llave, la puerta de entrada. Me escondí en el fondo de mi jardín tras un macizo de laureles. ¡Qué larga me pareció la espera! Reinaba la más completa oscuridad, gran quietud y silencio; no soplaba la menor brisa, no había una sola estrella, nada más que montañas de nubes que aunque no se veían hacían sentir su gran peso sobre mi alma. Miraba mi casa y esperaba. ¡Qué larga era la espera! Creía que el fuego ya se había extinguido por sí solo o que él lo había extinguido. Hasta que vi que una de las ventanas se hacía astillas debido a la presión del incendio, y una gran llamarada roja y amarilla, larga, flexible y acariciante, ascender por la pared blanca hasta rebasar el techo. Una luz se reflejó en los árboles, en las ramas y en las hojas, y también un estremecimiento, ¡un estremecimiento de pánico! Los pájaros se despertaban; un perro comenzó a ladrar; parecía que iba a amanecer. De inmediato, estallaron otras ventanas, y pude ver que toda la planta baja de mi casa ya no era más que un espantoso brasero. Pero se oyó un grito en medio de la noche, un grito de mujer horrible, sobreagudo y desgarrador, al tiempo que se abrían las ventanas de dos buhardillas. ¡Me había olvidado de los criados! ¡Vi sus rostros enloquecidos y sus brazos que se agitaban!... Despavorido, eché a correr hacia el pueblo gritando: "¡Socorro! ¡Socorro! ¡Fuego! ¡Fuego!" Encontré gente que ya acudía al lugar y regresé con ellos para ver. La casa ya sólo era una hoguera horrible y magnífica, una gigantesca hoguera que iluminaba la tierra, una hoguera donde ardían los hombres, y él también. Él, mi prisionero, el nuevo Ser, el nuevo amo, ¡el Horla! De pronto el techo entero se derrumbó entre las paredes y un volcán de llamas ascendió hasta el cielo. Veía esa masa de fuego por todas las ventanas abiertas hacia ese enorme horno, y pensaba que él estaría allí, muerto en ese horno... ¿Muerto? ¿Será posible? ¿Acaso su cuerpo, que la luz

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atravesaba, podía destruirse por los mismos medios que destruyen nuestros cuerpos? ¿Y si no hubiera muerto? Tal vez sólo el tiempo puede dominar al Ser Invisible y Temido. ¿Para qué ese cuerpo trasparente, ese cuerpo invisible, ese cuerpo de Espíritu, si también está expuesto a los males, las heridas, las enfermedades y la destrucción prematura? ¿La destrucción prematura? ¡Todo el temor de la humanidad procede de ella! Después del hombre, el Horla. Después de aquel que puede morir todos los días, a cualquier hora, en cualquier minuto, en cualquier accidente, ha llegado aquel que morirá solamente un día determinado en una hora y en un minuto determinado, al llegar al límite de su vida. No… no… no hay duda, no hay duda... no ha muerto. . . entonces tendré que suicidarme. . .

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La literatura, desde no se sabe muy bien cuándo, ha llegado a ser un gran lenitivo. Nos gustaría ser listos, tan listos como un premio Nobel o un tertuliano de derechas, pero como nunca podremos llegar a ese nivel nos conformamos con aparentarlo. Así que, ya que hay que pasar el mal trago de leer, disfrutemos haciéndolo. Y como circulan por ahí cientos de cánones, y todos son iguales y todos están en lo cierto, proponemos una selección alternativa rebuscando entre los rincones más profundos de la blasfema y diabólica editorial Valdemar.

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Adam Parfrey recopila una serie de textos de la contracultura norteamericana de finales del pasado siglo.

Asesinos

en

serie,

ventajas

de

la

autocastración, teorías conspiranoicas, pornografía estrambótica, necrofilia… una Realidad que está Ahí Fuera, oculta tras los cauces de la normalidad que la corrección política ha construido alrededor. Nada más sorprendente o desasosegante que lo que hoy podemos encontrar en internet sin desearlo siquiera. Pero siempre luce más leerlo en un libro. El siglo XX era esto.

El poeta se lanza con alegría a un ejercicio de superación. Página tras página nos ametralla con perversiones cada vez más

enfermizas:

sexo

grupal,

pedofilia,

torturas,

desmembramientos, coprofilia… escrito con tal maestría que el lector oscila de forma constante entre el horror, el desconcierto, el asco y la risa.

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Antología que recopila los cuentos fantásticos de Bierce. Desde relatos con tanta influencia posterior en el terror sobrenatural como «El ente sin nombre» a muestras de su negrísimo humor característico como «El clan de los parricidas». Imprescindible.

Ante la sola mención de su nombre el lector intelectual constreñirá el gesto como si tuviera que degustar un menú confeccionado por Bear Grylls. Pero King, además de ser uno de los más grandes cuentistas de la historia en su género, es un certero ensayista. En este libro estudia y disecciona de manera maravillosa el viejo arte de sentir y provocar miedo.

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Aunque son igual de recomendables todas sus obras de ficción, resulta de especial interés este ensayo sobre la brujería, desde sus orígenes, sus múltiples

significados,

su

persecución

y

su

incorporación a la cultura popular. La maravillosa prosa de espíritu gótico y a veces perverso que Pila Pedraza utiliza en sus relatos y novelas no se convierte aquí en un ensayo abstruso, en un ladrillo, vaya. Al contrario, es una obra de fácil lectura y que contiene además una reivindicación de la figura femenina. Instruir deleitando.

Recopilación de los más representativos cuentos escritos alrededor de los mitos iniciados por Lovecraft. Cualquier aficionado al género debería conocerlos de memoria, aunque solo sea para aplicar con criterio el adjetivo «cthuloideo» a la criatura que se nos acerca en la oscuridad de un bar de copas para reclamar amor en esa hora incierta en la que ya no quedan seres humanos.

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Hodgson, como Saki, murió antes de tiempo a causa de un cómico accidente bélico, si es que morir en guerra puede considerarse accidente. Aun así, tuvo tiempo de regalarle al mundo algunas de las mejores obras de terror de todos los tiempos. Estas tres novelas son básicas para entender el universo literario que creó, en el que el horror acecha desde un otro lado que es todas partes.

En Valdemar encontramos la más completa edición de esta obra. Justin, bella joven en plena edad del pavo, deambula por el mundo convencida de que la virtud lo vence todo. Una serie de individuos pertenecientes a los estamentos del poder de su época (Iglesia, nobleza, alta burguesía) le explican lo que es el mal por el expeditivo procedimiento de encadenarla en sórdidos escenarios y tratarla de la manera más sádica capítulo tras capítulo.

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Obra maestra del humor negro. En un mundo mejor las conferencias en los clubs de caballeros serían siempre así, con un individuo loando la estética del asesinato mientras el resto de miembros se pregunta quién diablos es ese tipo, cómo es posible que explique esas barbaridades con tanto estilo y si el hecho de que no quede una gota de brandy en el mueble bar tiene alguna relación con lo que está pasando.

Pierre Louÿs

despliega su talento

y erudición

escribiendo una serie de poemas eróticos que atribuye a una desconocida poeta griega de la Antigüedad. Con tanta habilidad que, en su tiempo, muchos críticos creyeron que ciertamente era una traducción. Erotismo de calidad y aproximación intelectual indispensable al noble arte del amor homosexual.

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Entretenida novela con marcado carácter juvenil porque se obvia uno de los aspectos que preocuparían a cualquiera que se plantee seriamente quedarse abandonado en una isla desierta (o casi): el sexo. A pesar de ello o tal vez por eso mismo, resulta curiosa la forma de abordar la soledad y la originalidad a la hora de poner nombre a un amigo indígena.

La historia es un mero ejercicio literario para mitificar la figura de Kurtz, hacernos fascinante el personaje y, cuando mejor lo estábamos pasando con la novela (ya que el principio es bastante pesado), el horror. Kurtz, ese gran cliffhanger.

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Únicamente tras una dosis doble de concentrado de suspensión de credulidad se puede disfrutar de esta delirante historia de ciencia ficción, que podría ser entendida como una gran metáfora sobre una comida copiosa y su correspondiente digestión pesada; bien pudo ser la inspiración de Verne.

Todo el mundo piensa en el manzanazo de La Metamorfosis, pero en mi opinión, el mejor pasaje de Kafka está en esta obra; cuando se llevan en volandas al inocente Joseph K. prácticamente suspendido en el aire. Imprescindible, aunque solo sea para aparentar cierta talla intelectual en las tertulias con amigos imaginarios ilustrados.

¡Encontrar dinosaurios vivos! Lo mejor que puede haber en la vida. Como sesión de tarde en el cine, pero en libro. Y lo bueno es que su origen no es una premisa insostenible científicamente como en la obra anteriormente comentada de Julio Verne.

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Un tipo baja de la montaña y comienza a soltar discursos y aforismos como el que no quiere la cosa. El texto rebosa belleza literaria, más allá de las opiniones filosóficas del autor que de esta obra en particular piensa (aunque su opinión no sea muy objetiva) que es lo más grande que ha habido en la historia de la humanidad.

¿Quién no conoce a Sherlock Holmes? Ahora, que levante la mano quien haya leído una novela de Sherlock Holmes. Lo que suponía. Leyendo El sabueso… se paladea la verdadera esencia de las andanzas

del

detective,

cinematográficamente

que

tan ha

manoseada perdido

esa

personalidad resabidilla y asperger de Holmes, y los giros y trampas del escritor. Por otra parte, Watson es tan patán como siempre nos han hecho ver.

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Totalmente prescindibles los otros relatos -la historia central es un clásico- aunque es muy fácil tirar la piedra y esconder la mano: viajo en el tiempo en una máquina que no voy a describir y no me mojo con paradojas temporales. Bastante falsa como obra de ciencia ficción, la verdad, pero entretenida como curiosidad.

Un desconcertante desvarío creativo, aparentemente fruto del consumo de drogas, en el que el surrealismo gótico se desboca con las andanzas de una suerte de súcubo que da nombre a la obra. No sale Drácula.

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Esta obra se ha convertido en una fábrica de iconos y tópicos en cuanto a la temática de piratas, en algunos casos muy bien llevados (Monkey Island) o destrozados (Piratas del Caribe III). Nunca he podido evitar que me cayera mejor Long John Silver que Jim Hawkins: al final, es el personaje más coherente y con más personalidad de la novela.

Hay quien ve esta novelita

como una

alegoría

del

cristianismo. O como una exploración del nihilismo, o del existencialismo, o del anarquismo. Puede ser. Pero si no quieren que les duela la cabeza, léanlo, déjense bigote, denle cera, cómprense un bombín y metan una bomba debajo. Usen contraseñas hasta para abrirle la puerta al pizzero. Disfruten…

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Si lo que se desea es ponerse al día con Cthulhu antes de que venga a llevarnos a todos, háganse con este bonito y manejable volumen encuadernado en tapa dura y, si bien no podrán competir con aquellos que hayan leído sus dos tomos de obras completas publicados en esta misma editorial, al menos sí conocerán los fundamentos básicos de los mitos desarrollados por Lovecraft.

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Arthur Machen se adelantó unos cuantos años a la locura y adoración por el paganismo, y al poder divino de la naturaleza escribiendo esta novela plagada de cerebros trepanados, copulaciones monstruosas, orgías que harían parecer cualquier dark room inside un jardín

de infancia sueco, sadismo y

maldad…

Toda la colección Insomnia, dedicada a la literatura de terror contemporánea, es un festín para cualquiera que disfrute pasando miedo. Abarca desde el gore pornográfico de Graham Masterton (El hijo de la bestia), el homenaje a Lovecraft que supera al homenajeado (Extraños eones, de Emilio Bueso) o la road movie apocalíptica y descarnada (Pronto será de noche, de Jesús Cañadas). Como no solamente de

sangre

y

vísceras vive Satán, sino también de poesía, destacaremos aquí la novela de

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Jack Cady. Los relatos marinos de fantasmas muchas veces dan lugar a grandísimos poemas en prosa, y este es uno de los mejores. No da miedo, es cierto, pero resulta ser lo que un sabio fumando en pipa definiría como alta literatura.

Hay muchas razones por las que, guiados por los prejuicios, podrían rechazar este pequeño librito. Son relatos ambientados en el salvaje Oeste, un género ya pasado de moda cuando Franco inauguraba pantanos. Además, son relatos que dieron pie a grandes películas del género, así que se podría considerar que no hay razón para leerlos. Harían mal. Serían desgraciados sin saber la causa de su desdicha. Porque, aparte de que tanto El hombre que mató a Liberty Valance como Un hombre llamado caballo son totalmente distintos y hasta opuestos a las películas que inspiraron —más modernos, aún más rebosantes de vida, aún más poéticos—, el resto de la colección compite sin dificultad con la mejor narrativa breve que se haya escrito en inglés en los siglos XX y XXI.

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Y, para no quedarse en el formato corto, den el salto al novelón. Da igual que hayan visto Las aventuras de Jeremiah Johnson; esta novela —en la que se basa la película— es aún mejor. Grandiosa como los parajes por los que vagan el trampero y las tribus indígenas humanidad,

que

lo

de

persiguen.

exaltación,

de

Rebosante

de

crueldad.

Un

argumento de peso con el que demostrar que el cine nunca podrá alcanzar el nivel intelectual que puede lograr la literatura.

«El joven Goodman Brown», incluido en este volumen, es el mejor relato corto que se haya escrito en lengua inglesa. Ah, de acuerdo, es una afirmación muy seria y tajante, y quizás no la compartan quienes no gocen con las descripciones de aquelarres, quienes no hayan meditado sobre el poder del mal y la omnipresencia del diablo, que mora incluso en los púlpitos y los confesionarios; quizá la desprecien quienes estén seguros de que fue Dios quien ganó el combate y desterró a Lucifer a los infiernos más profundos. Da igual. Es un cuento sensacional y —junto con «Rip van Winkle», que también pueden encontrar en el volumen La leyenda de Sleepy Hollow, de Washington Irving— el mejor exponente de que a principios

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del siglo XIX se hacía una literatura atemporal, que no ha perdido un ápice de fuerza en los doscientos años transcurridos.

Quienes piensen que la literatura de terror es un género menor, una lectura entretenida con la que pasar las horas entre chapuzón y chapuzón a la orilla del mar —¡iä, iä, Cthulhu fhtagn! —, intenten adentrarse en la complejidad de las narraciones de Ligotti. Oscuro, ambiguo, denso. Hay quien defiende que, en literatura, el mejor estilo es aquel que no se nota. Otros sostenemos que lo realmente difícil al escribir narrativa es tener un estilo propio, identificable, y que además sea el sostén de la historia que se está contando. Léanlo para entender del todo lo que queremos decir.

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Roberto

García Álvarez, natural de Oviedo (Asturias), es el autor-de la

recientemente publicada por GasMask Editores-, más completa biografía del Maestro de Providence, H.P. Lovecraft, en castellano. Licenciado en Derecho y Psicología, ha escrito varios ensayos sobre temas tan interesantes como el nazismo o la masonería; además, ha escrito numerosos artículos para periódicos y revistas. En cualquier caso, en esta entrevista, nos centraremos en su relación profunda y directa con H.P. Lovecraft y el horror cósmico.

(TyNM)- Buenas tardes, Roberto; muchas gracias por conceder esta entrevista a un humilde fancine como el nuestro. Lo primero que se me ocurre preguntarte es ¿cuál fue tu primer contacto con Lovecraft o con su obra?

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(R.G)-No deja de ser curioso que siempre me guste empezar mis intervenciones sobre Lovecraft contando la misma historia. Tendría en torno a 15 o 16, más bien 16 años, cuando un amigo mío-que muchos tal vez conozcan, el autor de la Psychobase (Dolmen Ed.)–se presentó en mi casa con un juego de PC llamado The Shadow of the Comet, donde el protagonista tenía que buscar el Necronomicón y parar a unos bichos con tentáculos que se llamaban Dagon, Cthulhu y nombres por el estilo y que en sus planes, estaban asistidos desde hacía generaciones, por los vecinos de Innsmouth, un pequeño pueblo costero lleno de historias y pasadizos secretos. Sin saber más del tema, nos pareció que el juego tenía un calado dramático muy superior al de otros con los que quemábamos aquellos

viejos procesadores 386. Con el tiempo,

localizamos otro juego en el mismo sentido: Prisioner of Ice y volvió a repetirse la experiencia, aunque este tenía un argumento más complejo de alcance más mundial; al tiempo íbamos viendo que aquellos nombres Necronomicón, Cthulhu, Nyarlathotep… aparecían en muchos otros lugares… juegos, películas, libros… pero no sabíamos nada de ellos. Una navidad, creo que estaba yo en 1º de Derecho, mi amigo llegó a casa emocionado: su abuela le había comprado un Necronomicón, un volumen rosa firmado por un tal Simon y editado en España por la entonces molona EDAF. Allí había un montón de hechizos, dioses, dibujos cabalísticos… y al final, un resumen de textos de un tal H.P. Lovecraft. ¡Por fin sabíamos de donde había salido todo aquello! A partir de ahí todo fue ir consiguiendo sus relatos. Primero, un conocido me dejó The Dunwich Horror y luego, conseguí la edición verde de Los Mitos de Cthulhu de Alianza Editorial y, a partir de ahí, todo cambió… sé que entonces tenía 19 años.

(TyNM)- ¿Qué sensaciones tuviste al leer sus relatos por primera vez? (R.G)-No lo sabría decir muy bien; fue una sensación extraña, pero en esencia fue un “quiero más”. El primer relato que leí fue The Dunwich Horror y el siguiente que recuerdo por aquella época con fuerza es The Shadow out of Time. La impresión que me dejó fue la de que estaba ante alguien que tenía una obra relativamente inconexa pero que formaba un

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corpus tremendamente unitario, y que esa unidad surgía de hacer referencia a una especie de substrato común que estaba por debajo de todos los acontecimientos y personajes, y en donde además, los personajes y los acontecimientos no son lo que uno se espera. Al tiempo, conseguía algo que ningún otro autor había conseguido producir: una especie de desazón ante la realidad del universo, una realidad que desconocíamos por completo y que, aunque conociésemos no nos serviría para nada. La única realidad es que sólo existe el tiempo, y para él todo y todos carecemos de importancia.

(TyNM)-Está claro o al menos se intuye, que Lovecraft y su obra debieron impactarte bastante, ya que posteriormente escribirías dos libros dedicados al Maestro: la presente biografía y tu enciclopedia completa sobre su obra. ¿Qué aspectos llamarón más tu atención en los cuentos de Lovecraft, en aquellos momentos? (R.G)-En efecto, aquellas primeras obras me impactaron mucho. A medida que iba leyendo sus obras más punteras, iba dándome cuenta de que era posible crear una gran obra literaria y una obra profunda al margen de los estándares. Que también en la llamada literatura más naif podía haber grandes ideas, conceptos enormes y mucha, mucha originalidad. Con el paso de los años, uno se da cuenta de que principalmente es en esa literatura donde más ideas novedosas se puede encontrar, frente a la literatura de alto nivel que en su mayor parte-por imperativos editoriales y también por deriva de los propios autores-es un tanto repetitiva. ¿Qué autor traicionaría, como trató de hacer Lovecraft, la obra de toda su vida sólo por mejorar? Muy pocos lo harían, temo incluso que muchos lo tengan prohibido por contrato editorial. Más que el panteón de dioses, que suele ser lo que más llama la atención a los “más visuales”, lo que más me atrajo fue su idea de comunidades aisladas, endogámicas; cultos ancestrales, secretos de familia, pueblos unidos por horribles cultos… Me pareció muy interesante porque en sí no era más que, y perdónenme los puristas, una suerte de costumbrismo

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elevado a altas cotas de terror. En ese sentido, la obra de Lovecraft nació con una vocación de universalidad desde lo más pequeño, a diferencia de otros autores de su época que lograban, o pretendían lograr, eso mismo acudiendo a grandes conceptos. ¿Qué es más universal, un pequeño pueblo solitario donde sus habitantes comparten un secreto centenario (eso es pequeño), o la idea de una nave espacial que nos invade desde Marte (eso es grande)?

(TyNM)-Si alguien que no conociera a Lovecraft y su obra, te preguntará cómo definirías el horror cósmico o la ficción literaria de Lovecraft ¿Con qué palabras lo resumirías? (R.G)-Sin duda el horror cósmico puede definirse como aquel tipo de horror que se produce al dejar al sujeto arrojado al mundo, sin esperanza ninguna. No se trata de tener miedo a la muerte, al dolor, que un tarado con una máscara te persiga o que un espíritu te haga tal o cual trastada, sino la idea de verse a sí mismo, a su propia existencia, contrapuesto a un universo enorme, dantesco e indiferente. Es el terror que se produce en uno cuando sabe que está sólo frente al universo y que no importa nada de lo que haga o lo que piense. El universo es indiferente, puedes ser un perfecto Don Nadie o un Alejandro Magno, pero al universo le da igual; el tiempo barrerá la obra de uno y de otro, todo acabará cubierto de polvo y aún ese polvo acabará cubierto de más polvo y consumido. De eso se trata, de conseguir justo lo contrario de la plenitud oceánica que buscan los budistas y los zen y todos esos iluminados. Tanto los cósmicos como éstos, buscan esa compresión de la grandeza, pero mientras que para los primeros esa comprensión implica el horror de no significar nada, para los segundos esa comprensión implica la fusión y la tranquilidad. Dejándonos llevar podríamos decir que el horror cósmico es un anti-zen; aunque curiosamente Lovecraft siempre dijo que esa comprensión del universo le había aportado una total paz existencial.

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(TyNM)-¿Qué obras de Lovecraft son tus preferidas o son las que más te han impactado? (R.G)-Pues es una pregunta de las que más odio, porque no hay así ninguna; es como «“¿A quién quieres más, a mamá o a papá?” “pues al gato oiga”». Recuerdo fragmentos sueltos, imágenes aisladas de varios relatos que me marcaron mucho. Así señalaría The Shadow out of Time donde me llamó mucho la atención la imagen de aquellas antiguas rejillas bajo las torres de basalto abiertas, entregando nuestro mundo a las criaturas que llevaban millones de años allí ocultas. De Dunwich Horror recuerdo la imagen de las chotacabras, y también la idea de una comunidad aislada y endogámica, las granjas y los círculos de piedra. De The Last Test recuerdo la idea una ciudad enorme totalmente sometida y aislada, totalmente sometida a una enfermedad que no es de este mundo (¿no es esa una imagen que hoy en día se utiliza hasta el cansancio en todo el movimiento Z?); o por ejemplo en The Mount, la imagen de ese mundo azul subterráneo poblado de pueblos abandonados y atravesado por caminos serpenteantes. Otra imagen que también me llamó mucho por su sencillez pero por su potencia fue en Whisperer in the Darkness cuando describe el mundo oscuro de los Mi-Go y habla de torres negras sin ventanas y ciudades atravesadas por ríos secos cruzados por puentes. Realmente me encantan esas imágenes por el impacto que producen y la sencillez que encierran. Si tuviera que decir un título, tal vez The Mount, por esa perfecta unión de pasado, presente y futuro y tal vez, un poco, porque Lovecraft haya puesto a un asturiano como protagonista.

(TyNM)-¿En el año 2012, como adelantábamos antes, publicas con Editorial Sapere Aude, tu enciclopedia completa sobre H.P. Lovecraft. ¿Cómo surge este primer proyecto relacionado con el Maestro?

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(R.G)-A veces, hablando con gente que leía a Lovecraft, nos dábamos cuenta de que con el tiempo-como todos los relatos son relativamente parecidos entre sí y la técnica de Lovecraft implica que los personajes no tienen características diferenciales (salvo en los cuentos de bajo nivel) -, es fácil acabar confundiéndolos. Al margen de un volumen publicado por D. Harms y consagrado al mundo del rol, no había en castellano ninguna enciclopedia. Creí que un texto así-ya existían en inglés varios-, podría ser una herramienta útil tanto para los fans de Lovecraft como para aquellos que usaban el material lovecraftiano para su propia creación (estudiosos, escritores, dibujantes…) y de paso, también era una buena excusa para volver a introducirme en la obra de Lovecraft de una manera más profunda que una simple lectura.

(TyNM)-En tu enciclopedia recoges estrictamente y así lo indicas, términos, nombres y lugares relacionados o aparecidos en la obra de Lovecraft y no de los desarrollos posteriores del horror cósmico realizados por Derleth y otros autores. En la biografía de Lovecraft, se denota un cierto aire de desencanto por tu parte, acerca de las aportaciones de Derleth al horror cósmico e incluso en el tratamiento autoritario de la herencia de Lovecraft, ejercido por el propio Derleth. ¿Sólo te interesa la obra de Lovecraft por motivos artísticos, o realmente, como pensamos muchos, piensas que Derleth hizo un flaco favor al horror cósmico creando su panteón lovecraftiano y demás aportacionesque otros autores han continuado-olvidando la esencia del horror creado por Lovecraft? (R.G)-Más que nada era una cuestión operativa. Se trataba de centrarse en Lovecraft, ya que no había nada así, para algo más amplio ya estaba el texto de Harms. La extensión de la obra de Lovecraft por sus continuadores, no carece de interés, todo lo contrario, sin embargo, decidí mantenerme fiel al texto del maestro ya que era el que más me atraía y el que más me interesaba; nunca deseché de paso ampliar aquel texto a las obras del Círculo o incluso escribir algo sobre éste.

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Respecto a Derleth, como se señala varias veces en la biografía, es difícil formarse una opinión. Es cierto que realizó un flaco favor a la originalidad y la esencia de Lovecraft, al simplificar su panteón y sus creaciones en una dicotomía bien-mal cuando Lovecraft realmente nunca utilizó esos términos; de hecho, lo cósmico no puede ser catalogado en esas estrechas coordenadas de filosofía humana. Sin embargo, como señalan todos los estudiosos ¿cuándo se ha encontrado a un buen escritor-porque Derleth escribía muy, muy bien, mucho mejor que Lovecraft-, que sacrificase su carrera y su nombre para dar a conocer la obra de un amigo al que ni siquiera conoció en persona? No me suena de ninguna otra figura así; Derleth arriesgó su carrera, su nombre y hasta su dinero en favor de la obra de Lovecraft, una apuesta que todos daban por perdida, y no ganó demasiado dinero con ello y sin embargo, ahí está. Derleth es un personaje por derecho propio, tal vez algún día merezca que alguien se adentre en su vida y conozcamos realmente cómo era este gran hombre , con sus miserias y también con sus grandezas. No me parece justo elevar a Derleth a la categoría de santo, pero tampoco hay que hacer sangre con él, se corre el riesgo en este supuesto de repetir la historia de las biografías de Lovecraft, que hacían sangre allí donde no había motivo. La malinterpretación de la obra de Lovecraft: Derleth no fue el único que entendió correcto el volverla maniquea; puede que lo hiciese porque él realmente la entendió así, porque fuese más fácil de vender, o por ambas. Para entender cualquier fenómeno hay que mirar siempre al momento y al lugar en que ocurre; Lovecraft escribió en los años 20 y 30 y esos eran años muy especiales, de gran expansión. Derleth comenzó a publicitar su obra en los 40 y 50 y esos años eran muy diferentes: la 2ª Guerra Mundial lo había cambiado todo y el mundo no estaba para cosmicidades; el planeta entero había contemplado el mal total en Europa, ¿cómo venir a venderle que mal y bien no importaban?

(TyNM)-Llegamos al mes de Mayo de 2016, momento en que se publica tu

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segunda obra dedicada al Maestro, El Caminante De Providence ¿Cómo surge este proyecto y como te planteas llevar a cabo la encomiable y extensa labor que has realizado con este ensayo de incalculable valor literario? (R.G)-Años antes de escribir la Enciclopedia ya me había planteado escribir una biografía de Lovecraft que fuese algo más moderna que la de Sprague de Camp; de hecho en 2006 había escrito ya un pequeño esbozo (ahora me daría vergüenza mostrarlo) de unas 70 páginas. Abandoné el proyecto para embarcarme en otras cosas, hace unos años me tocó dar una charla sobre Lovecraft en el Club de Prensa de Gijón y quien presentó el acto dijo algo así como “que aún no ha escrito una biografía de Lovecraft, pero estoy segura de que lo hará”… y sencillamente me dije “¿por qué no?” y me puse a ello. Primero empecé trabajando con el material en castellano, lamento decir que el primer borrador casi enteramente influido por De Camp equivalió a perder un año de trabajo, después de comenzar con los materiales ingleses la cosa tomo otro color e incluso Lovecraft pareció alguien nuevo. Realmente, salvo la parte de revisar y pulir, la pasé muy bien escribiéndolo. Al final más que escribir una biografía de Lovecraft casi fue un viaje para descubrir al verdadero Lovecraft que por un motivo u otro no es muy conocido en España.

(TyNM)-¿Enviaste tu manuscrito a más editoriales al margen de GasMask editores? ¿Por qué la elección de GasMask Editores, una pequeña editorial de Málaga? (R.G)-Cuando uno no es nadie en el mundo editorial –un “escritorzuelo intrascendente” que diría Lovecraft– no hay más remedio que enviar textos en plan buzoneo. Yo le había echado el ojo a GasMask por Facebook, me dieron la sensación de que eran una editorial nueva y que apostaba por cosas diferentes, cosas originales y con calidad, cuando más grande es una editorial mayor es su catálogo sí, pero más tienden sus libros a parecerse entre ellos. A GasMask fue de los primeros a los que envié la propuesta y un pequeño fragmento. No tardaron más que horas en pedirme el texto completo porque les parecía interesante, en

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cosa de una semana se habían animado y nos pusimos a trabajar en el proyecto. Nunca había trabajado una editorial que pudiese tanto mimo en sacar un buen producto, cuidaron hasta el último de los detalles del libro, han llegado incluso a conseguir que fotos que tienen 80 años tengan una resolución como si hubiesen sido hechas ayer.

(TyNM)-La enorme cantidad de datos que proporcionas al lector sobre lugares, obras de todo tipo, nombres de amigos o familiares, dan a entender la enorme labor de recogida de datos y organización de esos datos que has tenido que llevar a cabo ¿Ha sido fácil esa recogida de datos? ¿Cuánto tiempo has tenido que dedicar a estas tareas? (R.G)-Es muy complicado, especialmente cuando ese alguien que estás investigando tiene una red de amigos tan tupida y encima son relativamente anónimos; en ese caso tus conocimientos no sirven hay que introducirse en ese mundo y no salir de ahí. Todavía hoy cuando releo el texto me digo “uy, pero si aquí falta…” y luego me doy cuenta de que no es así, que eso ocurrió más adelante. Mis otros libros también son históricos, bueno uno es biográfico así que ahí tiras de memoria y punto, el otro es sobre nazismo, ahí siempre te puedes orientar sobre lo que sabes que pasó tal año o quién fue tal personaje y qué hizo. Con Lovecraft como todos eran anónimos era mucho más difícil, de hecho tuve que recurrir a pliegos DIN-A3 para trazar esquemas o incluso recurrir a las pizarras de donde trabajo para poder trazar árboles o cronogramas. Realmente yo no separo escribir de ir acumulando material, ya que soy de los que pienso que luego se te olvidan las ideas, así que iba escribiendo al tiempo que leía e investigaba; así que los tres años que duró la escritura del libro fueron también tres años de investigación. Recoger los datos fue fácil, organizarlos y usarlos fue más difícil supuso una nueva disciplina para mí.

(TyNM)-Además de darnos una visión diferente sobre la persona de Lovecraft, muy alejada

de los

tópicos

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extendidos por intereses


desconocidos y por la temática de sus cuentos, realizas en esta biografía una defensa del Maestro sobre ciertos temas (racismo, soledad etc...) con hechos concretos y con todo respeto ¿Por qué crees que ciertos biógrafos han dado esta mala imagen de Lovecraft? ¿Qué interés podían tener en ello? (R.G)-Como se puede leer en todo el libro nadie hablaba mal de Lovecraft al principio. Todos se refieren a él como una buena persona y además un hombre cercano, sensible, amable, genial y con mucho sentido del humor. Tras su muerte los textos en honor suyo eran totalmente laudatorios. Sin embargo a partir de que una serie de autores comienzan a tomar por persona lo que era personaje las cosas se tuercen y otros muchos van por esa senda sencillamente porque es más fácil copiar que investigar. No es que Lovecraft tenga que caer bien por decreto pero por el mismo motivo tampoco ha de caer mal. Es cierto que Lovecraft era solitario, pero no más que ningún otro autor que viviese en una ciudad de provincias alejado de una comunidad de autores, cuando estuvo en New York rodeado de escritores era todo lo contrario de la soledad. ¿Racista? Lovecraft era racista, nadie lo duda, es cierto que atemperó mucho su racismo con los años, pero es que su época era una época racista. Hay colocar las cosas en su lugar y tu tiempo, no hay que juzgarle con nuestros criterios temporales… porque si nos ponemos así… Lovecraft al final abandonó el racismo salvo en el caso de “los negros y los aborígenes” ¿Es más racista decir cómo Lovecraft que los aborígenes son por definición menos inteligentes que decir, como sistemáticamente se puede leer por ahí, que son por definición más definición que los blancos? El racismo es algo muy sutil. Al final se trata de decir que Lovecraft era raro, pero no más que cualquier otro autor o, incluso no más que cualquier otra persona. De hecho, su rareza casi se concentra en su larga adolescencia y cuando uno es adolescente por raro que sea, siempre prima más el ser adolescente (¿quién no mira hoy sus fotos a los 16 o 17 años y dice ‘ese no soy yo’?). Lovecraft se esforzó mucho por mostrarse al mundo como un personaje peculiar, angustiado, amargado, desesperado … -luego esa pose no le duraba nada cara a cara o incluso por carta-; muchas de sus arengas

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racistas el mismo reconoce que no eran más que intentos de polemizar, su conservadurismo era más para sí que para los demás e incluso su puritanismo se lo guardaba para su propia vida; apenas censuraba a los demás, todos jóvenes, sus aventuras sexuales o cualquier otra cosa… sin embargo hay autores que han decidido aferrarse a esa pose lovecraftiana y tomarla por real.

(TyNM)-Concretamente, citas a Sprague de Camp en muchas ocasiones como el más despiadado y cruel de todos esos autores ¿Qué podía tener este biógrafo en contra de Lovecraft para ensuciar su imagen de esa manera? (R.G)-Sprague es uno de esos extraños casos en que parece haber escrito una biografía más para poner verde al personaje que para contar su historia. Sin embargo cuando uno lee con atención su texto se da cuenta de que hay animadversión hacia Lovecraft pero que De Camp debía ser una persona ciertamente avinagrada ya que no faltan las perlas hacia otros autores o hacia personas que no piensan como él. En ese sentido De Camp cometió un error básico: confundir que una persona no tenga tus ideas y que esa persona esté en contra de ti. En ese sentido en cuanto es posible que Lovecraft y De Camp no casasen en cuanto a gustos literarios, filosofía o ideología no los convierte en enemigos; eso es algo que De Camp no supo ver o, tal vez, no quiso ya que hacer de Lovecraft un “monstruo”, un freak tiene mucho más tirón editorial que hacer lo contrario. Para mí que De Camp no se creía la mitad de lo que escribió pero lo hizo por crear (o seguir con) el personaje; en ese sentido pienso que a De Camp le pasó lo mismo que a Freud cuando sus seguidores le decían que cierto antropólogo había demostrado que sus ideas eran falsas y éste respondió “ya lo sé, pero me conviene seguir como si fuesen verdaderas”. De Camp es el más famoso de los biógrafos y el único en español, así que le toca cargar con la cruz de ser el más cruel (justo pago por su perversidad para con Lovecraft), pero sin embargo pequeños prólogos o

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introducciones a la obra de Lovecraft que se pueden encontrar en las muchas ediciones de sus relatos dejan a De Camp como un palmero; hay gente a la que sólo le falta decir que Lovecraft era retrasado y apaleaba negras embarazadas con un bate.

(TyNM)-Algo que siempre me ha llamado la atención, no solo en el caso de Lovecraft, sino también en Poe y otros genios de la literatura, es el hecho de que a pesar de lo impresionante de sus obras, no triunfaron en su época y, de hecho, Lovecraft murió sintiéndose un fracasado literariamente hablando. Es increíble que para mí, su mejor obra, En Las Montañas De La Locura, fuera reiteradamente rechazada por los editores ¿Por qué crees que sucede esto? ¿Es culpa de las editoriales o también los autores tienen parte de culpa de algún modo? (R.G)-Por supuesto el mercado manda y es evidente que las editoriales, al menos las grandes no se van a arriesgar a promocionar textos que, de antemano, se sepa que no tienen salida, aunque también usan técnicas muy específicas para fomentar el interés en textos que, por definición, no lo tienen; cada vez que paso por los expositores de una librería o un centro comercial no puedo evitar hacerme preguntas del tipo “¿de verdad a alguien le interesa la vida de una moza que viaja en tren?”. En el caso de Lovecraft salta a la vista que él mismo hizo más que nadie por no ser publicado. En parte su pose de caballero dieciochesco le impelía a no querer saber nada que tuviese que ver con el éxito mercantil o con agradar al púbico, aunque es curioso que alguien que “escribía para sí” enviase sus textos a publica y se disgustase cuando se los rechazaban. Lo curioso es que cuando sus textos se publicaban tenían una relativa buena acogida por un sector del público, otro sector decía que aquello era infumable y no tenía sentido. Imagina el público pulp, la mayoría buscaban naves espaciales, disparos, peleas, héroes algo cachas y rubias mulliditas con poca ropa. Y vas y a ese público le cuelas The Call of Cthulhu. Una de las causas está ahí, otra es que para que la obra de alguien se asiente en un éxito continuado se requiere tiempo y en ocasiones ese

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tiempo llega a consumir la vida del autor, especialmente si ese autor ha publicado en medios muy pequeños. En marketing se habla de las demandas de cola larga que son las sostenidas en el tiempo, pequeñas demandas de un producto que se mantienen a lo largo de muchos años frente a demandas de cola densa que son demandas brutales en muy poco tiempo pero que después desaparecen. Las obras de calidad, como las de Lovecraft, son de cola larga, su obra se sigue buscando y publicando setenta años después de su muerte, sin embargo las vengas intensas del momento, los booms de los best-sellers duran apenas un par de años… ¿quién se acuerda ahora del gran bombazo editorial de 2010, 2001 o 1996? Y ya no es que nadie se acuerde, es que a nadie le interesa. Por desgracia, y por lógica, las editoriales, sobre todo las grandes, tienen que pagar sus facturas y apuestan cada vez más por colas densas.

(TyNM)-Sin duda, otro de los puntos admirables de Lovecraft, es su extensa correspondencia de la cual, como indicas, nada o casi nada hay editado en castellano ¿Crees que sería interesante publicar estos documentos tal como se está haciendo en Estados Unidos? (R.G)-El uso de cartas, al igual que el uso de diarios, es fundamental para comprender a alguien como persona. Su obra puede dar pistas y sus ensayos también, pero es en sus cartas donde él expresaba su verdadero sentir y donde, además, podemos rastrearle día a día. Pocos personajes ha habido en la historia que hayan registrado su día a día con tanta meticulosidad y precisión como H.P. Es un material fundamental para poder conocerle y además en muchos casos también es una auténtica gozada como material de lectura, sólo hay que darse cuenta de que por cada relato Lovecraft escribió unas 142 cartas.

(TyNM)-Además de sus obras narrativas de incalculable valor, existe una enorme cantidad de poemas y ensayos no publicados en castellano sobre diversos temas ¿crees interesante su publicación en idioma castellano?

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(R.G)-Es justamente su labor como poeta y como ensayista lo que más me atrajo cuando empecé este trabajo. En realidad a mí la poesía no me gusta nada, pero el ensayo me parece muy interesante. Descubrir que Lovecraft era antes que nada un poeta y un ensayista (su obra en estos campos duplica y triplica a sus textos narrativos) fue fascinante. Como ensayista se inició desde joven, hablando de todo y hablando con soltura, ciencia, política, economía, filosofía… En sus ensayos encontramos su capacidad para hacer humor, donde utilizaba motes muy ocurrentes contra sus enemigos o argumentos muy elaborados para hacerlos caer en sus trampas dialécticas. Además en sus ensayos podemos ver su evolución ideológica, política… es decir su evolución como persona. Sin esos textos es muy complejo tratar de entender a Lovecraft e incluso su producción como narrador se ve completada por su poesía y su ensayística. En ocasiones lo que primero era una poesía acababa siendo luego un relato de horror.

(TyNM)-A lo largo de la biografía, se denota un especial cariño de tu parte hacía la figura de Lovecraft y a su obra. Este detalle también se aprecia en menor medida, en tu primera obra sobre el Maestro. De hecho, en muchas ocasiones durante la misma, te refieres a él como Maestro ¿Por qué es tan especial Lovecraft para ti?

(R.G)-Cuando escribí la enciclopedia, en su primera versión, no había accedido a todas las fuentes que ahora manejo. De hecho no era necesario, ya que el objetivo era el texto lovecraftiano en sí mismo, y de ahí que en aquella hubiese tal vez un poco más de personaje que de persona. A Lovecraft le cogí cariño, como persona, durante la confección del texto de tal forma que al llegar al final, cuando se muere, pues me entristecí aunque ya se sabía que moriría, cuando moriría y de qué moriría; pero tras tantos meses de trabajar sobre él acabó convirtiéndose en alguien cercano, alguien con quien convivías como con cualquier persona de tu entorno. Cuando escribí que aquella madrugada de 1937

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Lovecraft falleció en su cama del hospital (spoiler) y sentí una pequeña congoja supe que el texto que había escrito era honesto y eso es importante. Pensé en las muchas veces que algún libro o alguna serie o, incluso, una película centrada en alguien me entristece cuando llega al final y el personaje muere o aparecen los típicos cartelitos de lo que fue de su vida y la de cuántos salieron ahí; si la creación es honesta se me forma una especie de nudo en la garganta, mientras que en otras ocasiones tras el final lo único que dices es “a otra cosa mariposa”. A riesgo de ser hortera, podría decirse que Lovecraft y yo llegamos a ser amigos durante los años en que escribí el texto. Lovecraft es especial para mí porque, además de que estéticamente sus cuentos me fascinan, su visión del mundo coincide en cierta parte con la mía (aunque yo soy mucho más progresista que él, en el sentido de que yo sí creo que la tecnología es la solución). Por otro lado, es mi autor de adolescencia, y todos recordamos con cariño las cosas de esa época, que casi siempre asociamos a experiencias intensas. Y además Lovecraft tiene algo especial, ¿Cuántas cosas de la adolescencia, películas, libros… recordamos con cariño y cuando nos volvemos a poner ante ellas decimos ‘mi madre, que malo’? Sin embargo con Lovecraft no pasa eso, se puede disfrutar con 16 años, es una buena lectura para entonces, con 26 lo ves de otra forma, con otros matices, y con 30 te parece una visión madura del mundo que va encajando con lo que vas comprendiendo de la vida – supongo que más adelante las cosas serán igual.

(TyNM)-En la parte final de la biografía, haces una pequeña mención a las influencias lovecraftianas sobre el arte posterior a su muerte. En la mayoría de ellas se percibe que para ti, ni en el cine ni en otras artes, se ha estado a la altura de las creaciones de Lovecraft ¿Crees que esto es debido al carácter mercantilista de estos acercamientos o simplemente porque nadie o casi nadie ha sido capaz de concebir las cosas como Lovecraft lo hizo?

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(R.G)-Ni uno ni otro y, al tiempo, un poco de todo. El propio Lovecraft enfrentado a la idea de ver su obra adaptada a la radio decía que “no funcionaría” y cuando le hablaban de cine ni se lo planteaba. “Mi horror es sobre todo atmósfera” decía, y eso es muy difícil de plasmar. En el libro digo que la película más lovecraftiana es Mouth of Madness que precisamente no adapta nada pero si encierra su atmósfera. Por otro lado la cosmicidad, esa sensación de vacío frente al universo es tan subjetiva para cada uno que… ¿cómo lo plasmas? Yo siempre digo que la cosmicidad está condensada en películas como 2001, ¿Cómo metes ahí un pulpo gigante? En el fondo el horror de Lovecraft es un horror existencial en el sentido más filosófico de la palabra… ¿Qué hacer? ¿Resucitar a Heidegger y ponerlo a escribir un guion? Por supuesto se puede hacer cine lovecraftiano, pero nadie lo ha intentado en serio. El grupo de Yuzna y los suyos tiran por lo físico, por el gore y el sexo y sacan cosas geniales pero no es Lovecraft; le falta ambiente, aunque algo hay. El grupo de The H.P. Lovecraft Historial Society están haciendo cortos sobre Lovecraft verdaderamente geniales que con una estética muy parecida al cine alemán de los años 20 consiguen crear atmósfera. Tal vez con las nuevas tecnologías estemos más cerca de ver una buena película de H.P., aunque tendremos que esperar a que la industria del cine se olvide de los superhéroes y aprenda que es el guion quien necesita efectos especiales y no al revés.

(TyNM)-¿Crees que si Lovecraft hubiese tenido otro tipo de pensamiento o filosofía vital, habría existido alguna vez el horror cósmico como lo conocemos? (R.G)-Por supuesto, sus obras son hijas de su visión del mundo. Por ejemplo él siempre dijo que no era ni optimista y pesimista sino indiferentista, para él los dos primeros estaban equivocados pues pensaban que el hombre y sus asuntos importaban algo en el universo. Un optimista no escribiría, necesariamente, textos tan dramáticos y desesperanzados como los de Lovecraft, al tiempo un pesimista daría a luz textos más propios del romanticismo o de Poe, donde el destino del 70


hombre aciago y triste es todo lo que importa. En las obras de Lovecraft el hombre, la humanidad entera, es sólo la excusa para definir algo más grande y que está más allá de este, por eso digo que los personajes no son los que aparentan serlo. Si has visto la película de La habitación de Fermat al final de la misma hay una escena que es puramente cósmica, cuando el protagonista coge las hojas del teorema del Fermat demostrado y las arroja al agua y ante el pasmo de los demás testigos nada ocurre, el mundo sigue funcionando, al universo le da igual. Esa es la idea de Lovecraft, la ciudad de los primigenios en la Antártida y toda su civilización se fue al garete y el universo siguió, de hecho en la Tierra aparecieron los hombres y mira todo lo que han hecho pues al hombre le ocurrirá lo mismo, cuando su especie caiga otra vendrá, parece que de escarabajos, y el universo no llorará seguirá funcionando como la máquina que es.

(TyNM)-¿Tienes pensado realizar en el futuro, algún proyecto más relacionado con el Maestro? (R.G)-Ahora estoy con otro libro totalmente diferente. Pero no descarto, con el tiempo, volver a Lovecraft para escribir algo sobre él más concreto –además de tener siempre actualizada su biografía– por ejemplo el cine de Lovecraft, o el arte lovecraftiana, o incluso un volumen sobre la filosofía de Lovecraft. Puedo adelantarte, en exclusiva, que ya está finalizado otro proyecto sobre el Maestro. En la asociación ARP-SAPC –una asociación de escépticos en la que estoy– vamos a publicar en nuestra revista El Escéptico varios artículos de Lovecraft donde da caña a la astrología y se mete con el astrólogo Hartman haciéndose pasar por otra persona, una muestra del peculiar humor de Lovecraft, es la primera vez que, gracias al trabajo voluntario de los asociados, un texto así va a ser publicado en nuestro idioma.

(TyNM)-¿Qué crees que aporta a tu juicio, la biografía que acabas de publicar sobre el Maestro?

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(R.G)-Al menos espero que sirve para dar una imagen más positiva, o al menos más real, de Lovecraft especialmente entre aquellos que la tienen pervertida por otras biografía y también, si acaso alguien la lee sin haber entrado en contacto con Lovecraft, sienta alguna curiosidad por su textos y se asome a ellos. Y de paso que algún viejo lector vuelva a los textos que leyó previamente. Me gustaría que a partir de mi texto la imagen que se da de Lovecraft fuese más positiva, más justa y que se abandonasen los tópicos de racista, conservador, solitario, misógino… por una visión mucho más centrada y más real de lo que fue él y de lo que fue su vida.

(TyNM)-¿Alguna vez has escrito cuentos de ficción de horror cósmico o de otro tipo? ¿Te gustaría hacerlo en el futuro? (R.G)-Sí, antes de escribir ensayo lo mío era la ficción. Creo que la primera vez que escribí algo fue con 16 años, un pastiche de extraterrestres e invasiones, no conocía a Lovecraft. Luego de conocerle empecé a escribir a su estilo, muchos relatos y alguna novela corta, mezclas extrañas entre Stephen King (otro de mis favoritos) y Lovecraft. Pero luego no sé… se fue la inspiración, si alguna vez estuvo, y empecé con el ensayo. Aunque nunca he dejado la ficción, de hecho, tengo una especie de guion de un comic y varias historias más que se incardinarían en un ciclo temporal al estilo de Tolkien, pero donde lo que manda y dispone todo es la cosmicidad lovecraftiana: la idea de enormes ciclos de tiempo que hacen surgir y caer razas, alzar y tirar imperios. Pero no creo que nunca sepa darle la forma literaria correcta.

(TyNM)-Además de Lovecraft, ¿tienes otros autores preferidos o que te gusten dentro del género fantástico o de terror? (R.G)-Me gusta mucho Stephen King, Clive Barker, por supuesto Poe (aunque tiene sobre mí un efecto devastador), Tolkien, Machen, Bierce

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(su mala leche es genial), Lytton, Stoker, Shelley, W.W. Jacbos, Ligotti, algunos textos de Koontz, Robert E. Howard, me gusta el gordo de George R.R. Martin, Brossnan, Whitehead…

(TyNM)-Por último, si tuvieras que sintetizar la esencia de Lovecraft y su obra en pocas palabras, ¿cómo lo harías? (R.G)-No se me da muy bien sintetizar, ahí están las 750 páginas de la biografía como prueba, pero diría que la esencia de Lovecraft es justamente ni producir horror ni mucho menos producir terror –dos conceptos que él diferenciaba claramente– sino producir algo mucho más inquietante: desasosiego. El objetivo y la esencia de los buenos cuentos de Lovecraft radica específicamente en producir desazón en el lector no tanto por lo que va a ver en el texto como por lo que éste va a sugerir en relación a las grandes verdades del universo. En este sentido casi podríamos decir que leer a Lovecraft es una experiencia no sólo estética sino también filosófica en el sentido de que, prescindiendo de palabrero incomprensible y, a menudo, encubridor de la filosofía, logra transmitir su verdad sobre el universo, la vida y el sentido de la misma. Eso es lo que le hace genial.

Gracias de nuevo Roberto por atender nuestras preguntas y te deseamos todo el éxito del mundo. Abrazos tentaculares.

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En este número, os presentamos una editorial independiente, pero con una gran suma de joyas. Vamos a hablar un poco sobre ella.

“Los Apaches son un símbolo de la resistencia heroica y la lucha por la libertad. A lo largo de los siglos se han negado a ser absorbidos o asimilados. Tomando como referencia a esta tribu norteamericana, Apache Libros nace con el propósito de nadar contracorriente, forjar una resistencia cultural y editar libros con los que nos identificamos.”

Esta editorial plantea varias ramas, entre ellas, el Terror y la Ciencia Ficción, que, a su vez, se dividen en distintas colecciones.

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Un elemento a destacar son las ilustraciones. Todas las portadas son verdaderas obras de arte. Esto desencadena una gran calidad y gusto por la literatura.

Lo más

interesante es que la nota de la impresión corresponde con una fecha célebre. Por ejemplo, el nacimiento de David Bowie (La Voz del Abismo) o de Edgar Allan

Poe (Diabólica

Tentación).

Apache Libros: libertad editorial para indómitos lectores…

“El que “El destino destino es es el el que baraja pero baraja las las cartas, cartas, pero nosotros que nosotros somos somos los los que jugamos." jugamos."

William Shakespeare

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Charlotte Perkins Gilman

No es para nada habitual que personas corrientes, como John y yo, alquilen casas antiguas para el verano. Una casona colonial, una mansión, incluso una casa encantada y llegaría a la cima de la felicidad romántica. ¡Pero eso sería pedirle demasiado al destino! De todos modos, diré con orgullo que hay algo extraño en ella. Si no, ¿por qué sería tan accesible el alquiler? ¿Y por qué iba a llevar tanto tiempo deshabitada? John se ríe de mí, por supuesto, pero eso es lo que se puede esperar del matrimonio. John es sumamente práctico. No tiene paciencia con la fe, la superstición le produce un horror intenso, y se burla abiertamente apenas oye hablar de cualquier cosa que no se pueda tocar, ver o reducir a cifras. John es médico, y es posible (claro que no se lo diría a nadie, pero esto lo escribo únicamente para mí, y con gran alivio), que ése sea el motivo por el cual no logro curarme. ¡Es que no cree que esté enferma! ¿Y qué puede hacer uno?

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Si un médico prestigioso, que además es tu marido, le asegura a amigos y parientes que lo que le pasa a su mujer no es en realidad nada grave, sólo una ínfima depresión nerviosa transitoria (tal vez una ligera propensión a la histeria), ¿qué se puede hacer? Mi hermano, que también es un médico prestigioso, sostiene lo mismo. Es decir que tomo no sé si fosfatos o tónicos, y viajo y respiro aire fresco y hago ejercicio y tengo rigurosamente prohibido “trabajar” hasta que vuelva a encontrarme bien. Personalmente, estoy en desacuerdo con sus ideas. Personalmente, creo que un trabajo agradable e interesante me sentaría bien. Pero ¿qué puede hacer uno? Durante una temporada escribí, a pesar de las opiniones en contra; pero lo cierto es que me agota bastante. Tener que hacerlo con tanto disimulo, siempre bajo el riesgo de encontrarme con una firme oposición… A veces siento que, incluso en mi estado, con algo menos de oposición y más trato con la gente, más estímulos… Pero John dice que lo peor que puedo hacer es pensar en mi estado, y confieso que hacerlo siempre me produce malestar. Así que cambiaré de tema y hablaré de la casa. ¡Qué maravillosa! Es bastante solitaria, apartada de la carretera, a unos cinco kilómetros del pueblo. Me recuerda esas casas inglesas que salen en los libros, con arbustos, muros y rejas que se cierran con candado, y muchas pequeñas casas adjuntas para los jardineros. ¡Además, tiene un jardín que es una belleza! No he visto otro igual en mi vida: grande, con mucha sombra, atravesado por caminos cercados, y en todas partes hay pérgolas anchas con asientos debajo. También había invernaderos, pero están todos destruidos.

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Tengo entendido que hubo problemas legales, un asunto de herederos; el caso es que lleva años vacía. Me temo que eso echa por tierra la cuestión del fantasma, pero me da igual: en esta casa hay algo raro. Lo siento. Hasta se lo dije a John una noche de luna, pero me contestó que lo que él sentía era la corriente de aire y cerró la ventana. ¡Corriente de aire! A veces me enfado sin motivos con John. Estoy más sensible que antes, de eso estoy segura. Creo que es por mi problema de nervios. Pero John dice que si pienso eso me olvidaré de controlarme como es debido; así que hago tremendos esfuerzos por controlarme, al menos en su presencia, cosa que me deja extenuada. No me gusta nada el dormitorio. Yo quería uno de la planta baja que daba a la galería, con rosas enmarcando la ventana y unos adornos antiguos que eran bellísimos, pero John se negó rotundamente. Dijo que sólo había una ventana, que el espacio no alcanzaba para dos camas y que tampoco había ningún otro dormitorio cerca para que se instalara él. Es muy atento, muy cariñoso, y casi no me deja dar un paso sin intervenir. Me ha preparado un cronograma con indicaciones para cada hora del día. John se ocupa de todo, y, por supuesto, yo me siento mezquina y desagradecida por no valorarlo más. Dijo que si habíamos venido a esta casa era exclusivamente por mí, que aquí tendría absoluto reposo y todo el aire fresco que se puede respirar. —El ejercicio que hagas depende de tu fuerza, cariño —dijo—, y lo que comas, en cierta forma, de tu apetito: pero el aire lo puedes respirar en todo momento—. En definitiva, nos instalamos en el cuarto de los niños, el más alto de la casa. Es una habitación grande y ventilada, que ocupa casi toda la planta, con ventanas orientadas a cuatro puntos de la finca y con aire y sol a raudales. Por

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lo que puedo intuir empezó siendo el cuarto de los niños, luego una sala de juegos y finalmente un gimnasio, porque en las ventanas hay barrotes para niños pequeños y en las paredes anillas y otras cosas. Es como si la pintura y el papel tapiz de la pared estuvieran gastados por las manos de todo un colegio. Está arrancado (el papel) a grandes jirones sobre la cabecera de mi cama, más o menos hasta donde llego con el brazo, y también en una zona grande de la pared de enfrente, cerca del suelo. Jamás en mi vida he visto un papel más desagradable. Uno de esos diseños vistosos y exagerados que cometen todos los pecados artísticos posibles. Es lo bastante insulso para confundir al ojo, lo bastante pronunciado para irritar constantemente y excitar a su examen, y luego de un rato, al recorrer con la mirada sus líneas, pobres y confusas, de repente se suicidan: se tuercen en ángulos

exagerados y se desgarran a sí mismas en contradicciones

inconcebibles. El color es repugnante, casi repelente: un amarillo chillón y sucio, desteñido extrañamente por la luz del sol, que se desplaza lentamente. En algunas partes se convierte en un naranja pálido y macilento, y en otras adopta un tono verdoso que causa un vivo rechazo. ¡No me extraña que no les agradara a los niños! Si tuviera que vivir mucho tiempo en esta habitación, también lo odiaría. Viene John. Tengo que esconder esto. Le irrita que escriba. Llevamos dos semanas en la casa y desde el primer día no he vuelto a tener ganas de escribir. Estoy sentada junto a la ventana, en este cuarto de los niños que es una atrocidad, y nada me impide dedicarme a escribir todo lo que quiera, salvo la falta de fuerza.

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John se pasa el día afuera, incluso hay noches en que tiene casos graves y no regresa. ¡Me alegro de que el mío no lo sea! Aunque estos problemas de nervios son lo más deprimente que existe. John no conoce mi sufrimiento. Sabe que no hay “motivo” para sufrir, y con eso le alcanza. Claro que sólo son nervios. ¡Me atormentan tanto que dejo de hacer lo que tendría que hacer! ¡Yo que tenía tantas ganas de ayudar a John, de servirle de apoyo y consuelo, y aquí estoy, tan joven y convertida en una carga! Nadie creería el esfuerzo que representa lo poco que puedo hacer: vestirme, atender visitas y hacer pedidos. Por suerte Mary se maneja bien con el bebé. ¡Qué criatura encantadora! Pero no puedo, no puedo estar con él. ¡Me pongo tan nerviosa! Supongo que John no habrá estado nervioso en toda su vida. ¡Cómo se ríe de mí por el asunto del papel tapiz! Al principio quiso poner uno nuevo, pero luego dijo que estaba permitiendo que me obsesionara, y que para una enferma nerviosa no hay nada peor que ceder frente a esa clase de fantasías. Dijo que una vez puesto un papel nuevo pasaría lo mismo con la cama, dura y maciza, luego con los barrotes de las ventanas, con la reja que hay al final de la escalera, y que todo se convertiría en una historia de nunca acabar. —Tú sabes que este sitio te hace bien —dijo—, y francamente, cariño, no pienso remodelar la casa sólo para un alquiler de tres meses. —Entonces vayamos abajo —repliqué—. Abajo hay dormitorios muy bonitos.

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Entonces me tomó en brazos y me llamó tontita. Dijo que si se lo pedía yo bajaría al sótano. De todas formas admito que tiene razón con lo de las camas, las ventanas y el resto. Es una habitación tan aireada y cómoda que más, realmente, no se puede pedir. Lógicamente, no voy a ser tan necia como para incomodar a John por un simple capricho. La verdad es que me estoy encariñando con el dormitorio. Con todo, menos con ese papel tapiz tan espantoso. Por una ventana se ve el jardín, las enigmáticas pérgolas con su sombra impenetrable, las flores creciendo por todas partes, los arbustos, los árboles nudosos… Por otra, tengo una vista deliciosa de la bahía y de un pequeño embarcadero, privado, que pertenece a la casa. Se baja por un camino precioso, con mucha sombra. Siempre me imagino que veo gente yendo y viniendo por allí, pero John me advierte que no alimente fantasías. Dice que, con mi imaginación y con mi hábito de inventarme cosas, una enfermedad nerviosa como la mía sólo puede desembocar en todo tipo de fantasías desbordantes, y que debería usar mi fuerza de voluntad y mi sentido común para controlar esos apetitos. Es lo que intento. A veces pienso que si tuviera fuerzas para escribir un poco se suavizaría la presión de las ideas, y podría descansar. Pero cada vez que lo intento me doy cuenta de que me canso mucho. ¡Desanima tanto que nadie me aconseje ni me haga compañía! John jura que cuando me reponga invitaremos al primo Henry y a Julia, pero dice que en este momento preferiría ponerme un cartucho de dinamita en la almohada antes que dejarme en semejante compañía. Dios quiera me recuperara más deprisa.

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Pero no tengo que pensarlo. ¡Tengo la impresión de que este papel “sabe” la mala influencia que tiene! Hay una zona recurrente donde el dibujo se dobla como un cuello roto, y te miran dos ojos desorbitados vueltos al revés. Es tan impertinente, tan tenaz, que me pone furiosa. Se repite hacia arriba, hacia abajo, de costado, y por todas partes aparecen esos ojos ridículos, mirándome sin pestañear. Hay un sitio donde los rollos no encajan perfectamente y los ojos se repiten de arriba a abajo, uno más alto que el otro. Nunca había visto tanta expresividad en una cosa inanimada, ¡y ya se sabe lo expresivas que pueden ser! De pequeña me quedaba despierta en la cama y hallaba más diversión en una pared en blanco o en un mueble normal y corriente que la mayoría de los niños en una tienda de juguetes. Aún recuerdo con el afecto con que me guiñaban los ojos los tiradores de nuestro antiguo escritorio, y había una silla a la que siempre tuve por una amiga fiel. Me parecía que, si alguna de las otras cosas tenía un aspecto demasiado amenazador, siempre podía subirme a la silla y ponerme a salvo. Lo peor que puede decirse del mobiliario de esta habitación es que carece de armonía, porque de hecho tuvimos que subirlo de la planta baja. Supongo que cuando servía de sala de juegos tuvieron que sacar las cosas de los niños. ¡No me extraña! Nunca he visto destrozos como los que hicieron aquí esos pequeños. Ya he dicho que el papel tapiz está arrancado en varios lugares, y eso que estaba bien pegado. Además de odio debían de tener perseverancia. El suelo, además, está cubierto de tajos, agujeros y pedazos desprendidos. Hasta el yeso tiene algún que otro corte, y esta cama tan grande y pesada, que es lo único que encontramos en la habitación, parece salida de una guerra. Pero a mí no me importa. Sólo me molesta el papel.

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Viene la hermana de John. ¡Qué atenta es! Que no me encuentre escribiendo. Es un ama de casa perfecta y entusiasta, y lo mejor de todo es que no aspira a ninguna otra profesión. ¡Estoy segura de que para ella estoy enferma porque escribo! Pero cuando no está puedo seguir escribiendo, y estas ventanas me permiten que la vea venir de muy lejos. Hay una que da a la carretera, muy bonita y con muchas curvas. Otra tiene vista hacia el campo. También es bonito, lleno de olmos exuberantes y de prados aterciopelados. Este papel tapiz tiene una especie de dibujo secundario de otro color; es de lo más irritante, porque sólo se ve cuando la luz entra de una manera particular y ni siquiera así es completamente nítido. Pero en las partes donde no se ha decolorado y donde el sol le da así… Veo una especie de silueta extraña, amorfa, provocadora, algo que parece acechar por detrás de ese dibujo principal tan estúpido y llamativo. ¡Ahí sube la hermana! ¡Ya ha pasado el cuatro de julio! Se han marchado todos y estoy agotada. John pensó que me haría bien ver gente, y por eso hemos recibido a mamá, a Nellie y a los niños durante una semana. Yo no he hecho nada, claro. Ahora Jennie se ocupa de todo. Pero igualmente estoy agotada. John dice que, si no mejoro pronto, en otoño me enviará a ver al doctor Weir Mitchell. Yo no quiero ir por nada del mundo. Una vez fue a verlo una amiga y dice que es igual que John y que mi hermano, sólo que peor. Además, me da miedo un viaje tan largo.

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Tengo la sensación de que no vale la pena esforzarse por nada, y es horrible lo nerviosa y quejosa que me estoy poniendo. Lloro por nada, me paso casi todo el día llorando. Cuando está John no lloro, claro, ni con él ni con nadie, pero cuando estoy sola sí. Y últimamente paso mucho tiempo sola. A menudo John se queda en la ciudad por casos graves, y Jennie, que es buena, me deja sola siempre que se lo pido. Entonces paseo un poco por el jardín o por aquel caminito tan agradable, o me siento en el porche bajo las rosas, y paso bastante tiempo echada aquí arriba. Me está gustando mucho el dormitorio, a pesar del papel tapiz. O tal vez a causa de él… ¡Lo tengo tan metido en la cabeza! Me quedo estirada en esta cama gigantesca e inamovible (creo que debe estar clavada al suelo), y me paso horas mirando el dibujo. Lo hago como si hiciera gimnasia, en serio. Por ejemplo: empiezo por la base, en aquella esquina donde no lo han arrancado, y me comprometo por enésima vez a seguir ese diseño absurdo hasta llegar a algún tipo de conclusión. Algo sé sobre los principios del diseño y veo que este dibujo no sigue ninguna ley de radiación, alternancia, repetición, simetría ni cualquier otro principio que yo conozca. Se repite en cada rollo, lógicamente, pero nada más. Según cómo se los mire, cada rollo es independiente, y las elegantes curvas y adornos (una especie de “románico degenerado” con delirium tremens) suben y bajan torpemente en franjas aisladas y fatuas.

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En cambio, visto de otra manera se conectan en diagonal, y la multiplicación de líneas genera grandes oleadas de horror óptico, como una vasta extensión de algas agitadas por la corriente. También funciona en sentido horizontal, o al menos así lo parece. Me esfuerzo tanto por distinguir el orden que sigue en esa dirección que acabo cansadísima. Pusieron un rollo en horizontal, a modo de friso. Parece mentira cómo ayuda eso a complicarlo todavía más. Hay una esquina de la habitación donde está prácticamente intacto y, cuando ya no se cruzan los rayos de sol y la luz del ocaso le da directamente, casi me parece que sí que hay radiación. Los incesantes grotescos dan la impresión de originarse en un centro común, y de salir todos despedidos con el mismo frenesí. Me cansa seguirlo con la vista. Creo que dormiré una siesta. No sé por qué escribo esto. No quiero escribirlo. No me siento capaz. Además, sé que a John le parecerá absurdo. ¡Pero de alguna forma tengo que decir lo que siento y lo que pienso! ¡Es un alivio tan grande…! Aunque, por ahora, el esfuerzo está siendo más grande que el alivio. Ahora me paso la mitad del tiempo con una pereza absoluta, y me acuesto con mucha frecuencia. John dice que no tengo que perder fuerzas. Me ha hecho tomar aceite de hígado de bacalao, tónicos de esto y aquello y no hablemos de la cerveza, el vino y la carne medio cruda. ¡Qué bueno es John! Me quiere mucho y no le gusta nada que esté enferma. El otro día intenté hablar con él en serio y contarle las ganas que tengo de que me deje salir y hacer una visita al primo Henry y a Julia.

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Pero dijo que no estaba en condiciones de realizar el viaje, ni de resistir la estancia una vez ahí; y yo no me defendí demasiado bien, porque antes de terminar ya estaba llorando. Me está costando mucho razonar. Supongo que será por los nervios. Y el bueno de John me tomó en brazos, me llevó arriba, me puso en la cama y me leyó hasta que me dormí. Dijo que yo era la niña de sus ojos, su consuelo, lo único que tenía en el mundo; que tengo que cuidarme por él y ponerme bien. Dice que de esto sólo puedo salir yo misma; que tengo que usar mi voluntad y no dejarme vencer por fantasías tontas. Una cosa me consuela: el bebé está bien de salud y no tiene que estar en este espantoso cuarto con su horrendo papel tapiz. ¡Si no lo hubiéramos usado nosotros habría sido para el niño! ¡Qué suerte que se lo hemos ahorrado! Ni muerta permitiría que un hijo mío, una cosa tan diminuta e impresionable, viviera en un cuarto así. Es la primera vez que lo pienso, pero a fin de cuentas es una suerte que John me dejara aquí. Lo digo porque puedo soportarlo mucho mejor que un bebé. Claro que ahora ya no se lo comento a nadie. ¡Tan tonta no soy! Pero sigo observándolo. En ese papel tapiz hay cosas que sólo yo sé; cosas que nadie más sabrá. Cada día se destacan más las formas inciertas que hay detrás del dibujo principal. Siempre es la misma forma, sólo que se repite. Y es como una mujer agachada, arrastrándose detrás del dibujo. No me gusta nada. Me pregunto si… Empiezo a pensar… ¡Dios quiera que John me sacara de aquí!

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Es muy difícil hablar con John de mi caso porque es tan listo y me quiere tanto… De todos modos anoche lo intenté. Había luna. La luna entra por todos los lados, igual que el sol. Hay veces en que odio verla; va ascendiendo muy lentamente, y siempre entra por alguna de las ventanas. John dormía y, como no me gusta despertarlo, me quedé inmóvil y miré la luz de la luna sobre el papel ondulante, hasta que sentí miedo. Parecía que la figura borrosa de detrás agitara el dibujo, como si quisiera salir. Me levanté furtivamente y fui a tocar el papel, para ver si era verdad que se movía. Cuando volví, John estaba despierto. —¿Qué te pasa, cariño? —dijo—. No te pasees así, te resfriarás. Me pareció buen momento para hablar. Le dije que aquí no me sentía mejor, y que tenía ganas de que me llevara a otra parte. —¡Pero cariño! —contestó—. Nos quedan tres semanas de alquiler, y no se me ocurre ninguna forma de marcharnos antes. En casa aún no están terminadas las reparaciones, y no puedo irme de la ciudad así como así. Si corrieras peligro lo haría, por supuesto, pero la cuestión es que estás mucho mejor, amor mío, aunque tú no lo adviertas. Recuerda que soy médico, cariño, y sé lo que digo. Estás aumentando de peso y mejorando tu color, y tu apetito crece día a día. La verdad es que estoy mucho más tranquilo que antes. —No peso ni un gramo más —dije—; todo lo contrario. ¡Y puede que mi apetito haya mejorado por las noches, cuando estás tú, pero por la mañana, cuando te vas, está peor! —¡Pobre amor mío! —dijo John, abrazándome con fuerza—. ¡Te dejo estar todo lo enferma que desees! Pero intentemos volver a dormir. Ya hablaremos por la mañana.

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—¿O sea que no quieres marcharte? —pregunté con voz cansada y triste. —¿Cómo quieres que me vaya, mi amor? Tres semanas más y saldremos de viaje por unos días, mientras Jennie termina de acondicionar la casa. Estás mejor, cariño. Hazme caso. —Físicamente puede que sí… —empecé a decir, pero me quedé a mitad de la frase, porque John se incorporó y me dirigió una mirada tan seria y saturada de reproche que no fui capaz de continuar. —Cariño —dijo—, te ruego por mi bien y el de nuestro hijo, además del tuyo: no dejes que esa idea se meta en tu cabeza ni por un segundo. Para un carácter como el tuyo no hay nada más peligroso, ni más atractivo. Es una idea falsa, además de absurda. ¿No confías en mi palabra de médico? Como es lógico pensar, no dije nada más al respecto. Volvimos a acostarnos. John creyó que me había dormido, pero no fue así. Me quedé despierta durante varias horas, tratando de decidir si el dibujo principal y el de atrás se movían juntos o separados. En un dibujo de esta clase, en ausencia de luz solar, hay un quiebre en la secuencia, un desafío a las leyes del diseño que produce una tremenda irritación. Ya de por sí el color es bastante repulsivo, bastante inestable y bastante exasperante, pero el dibujo es lo que se dice una tortura. Crees que lo tienes controlado pero, justo cuando lo sigues sin perderte, da una voltereta hacia atrás y vuelves a extraviarte. Es como un golpe en la cara, algo que te arroja al suelo. Es como una pesadilla. El dibujo principal parece un arabesco que me hace pensar en hongos. Hay que imaginarse un arbusto con articulaciones, una fila interminable de arbustos brotando en espirales que no terminan jamás. Es algo así. ¡Pero sólo lo es a veces!

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Este papel tiene una peculiaridad especial, algo que por lo visto sólo yo he notado: cambia con la luz. Cuando el sol entra de lleno por la ventana oriental (yo siempre vigilo la aparición del primer rayo), cambia tan rápido que nunca termino de creerlo. Por eso lo observo siempre. Todo el tiempo. A la luz de la luna (cuando hay luna hay luz toda la noche) no me parece el mismo papel tapiz. ¡De noche, sea cual sea la fuente de luz (el ocaso, una vela, una lámpara o la luz de la luna, que es la peor de todas), se convierte en barrotes! Me refiero al dibujo principal, y la mujer de detrás se ve con total claridad. Tardé bastante en reconocer lo que se ve detrás, ese dibujo secundario tan impreciso, pero ahora estoy segura de que es una mujer. A la luz del día está borrosa, quieta. Yo creo que no se mueve a través del dibujo principal. ¡Es tan desconcertante! Yo, mirándolo, me quedo horas igual de inmóvil. Últimamente paso mucho tiempo en cama. John dice que es lo mejor para mí, que tengo que dormir todo lo que pueda. Lo cierto es que empecé por culpa suya, porque me obligaba a acostarme una hora después de cada comida. Estoy convencida de que es una pésima costumbre, porque el caso es que no logro dormir. Y eso estimula la mentira, porque finalmente no le digo a nadie que estoy despierta, que no duermo. ¡Nunca! Creo que estoy teniendo miedo de John. A veces lo noto muy raro, y hasta Jennie tiene una mirada inexplicable.

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De vez en cuando, como mera conjetura, pienso que quizá sea el papel tapiz. En más de una ocasión he observado a John sin que éste se diera cuenta, uno de esos días en que entraba en el dormitorio sin avisar con cualquier excusa inocente, y lo he sorprendido mirando el papel tapiz. A Jennie también. Una vez la sorprendí tocándolo. Ella no sabía que yo estaba en el cuarto, y cuando le pregunté con voz tranquila, muy tranquila, controlándome al máximo, qué hacía con el papel… ¡Dio media vuelta y huyó como si la hubieran sorprendido robando! ¡Me preguntó que por qué la asustaba de ese modo! Luego dijo que el papel lo manchaba todo, que había encontrado manchas amarillas en toda mi ropa y en la de John, y que tuviésemos un poco más de cuidado. Qué inocente, ¿verdad? Yo sé que está estudiando el dibujo, pero estoy decidida a ser la única que descubra la solución. Mi vida se ha vuelto mucho más interesante. Es porque tengo algo más que esperar, algo que vigilar. La verdad es que me alimento mejor y me siento más tranquila que antes. ¡Qué contento está John de que mejore! El otro día se rió un poco y dijo que se me veía más saludable, a pesar del papel tapiz. Yo, para no tocar el tema, me reí. No tenía la menor intención de decirle que la causa era justamente el papel tapiz. Se habría reído. Hasta puede que hubiera querido sacarme de esta casa. Ahora no quiero irme hasta que haya encontrado la solución. Queda una semana y creo que será suficiente. ¡Me encuentro cada vez mejor! De noche no duermo mucho, por lo interesante que es estar atenta a los acontecimientos; pero de día, en cambio, duermo bastante.

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El día cansa y desconcierta. Siempre hay nuevos brotes en el hongo, y nuevos tonos de amarillo en todo el dibujo. Ni siquiera puedo llevar la cuenta, y eso que lo he intentado rigurosamente. ¡Qué amarillo más raro el del papel! Me recuerda a todo lo amarillo que he visto en mi vida; no cosas bonitas, como las flores, sino cosas amarillas pútridas y malignas. Todavía hay otra cosa en el papel: ¡el olor! Lo noté en cuanto entramos en la habitación, pero con tanto aire y tanto sol no me molestaba realmente. Ahora que llevamos una semana de niebla y lluvia da lo mismo abrir o no las ventanas, el olor no se marcha. Penetra en toda la casa. Lo encuentro flotando en el comedor, agazapado en el salón, escondido en el vestíbulo, acechándome en la escalera. Se me mete en el pelo. Hasta cuando salgo a montar a caballo. De repente giró la cabeza y lo sorprendo: ¡ahí está el olor! ¡Y qué raro es! Me he pasado horas tratando de analizarlo para saber a qué olía. Malo no es, al menos al principio. Es muy suave. Nunca había olido nada tan sutil y a la vez tan persistente. Con esta humedad resulta asqueroso. De noche me despierto y lo descubro flotando sobre mi cuerpo. Al principio me molestaba. Llegué a pensar seriamente en quemar la casa sólo para matar el olor. Ahora, en cambio, me he acostumbrado. ¡Lo único que se me ocurre es que se parece al color del papel! Un olor amarillo.

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Hay una marca muy rara en la pared, en la parte de abajo, cerca del zócalo: una línea que cruza toda la habitación. Pasa por detrás de todos los muebles menos la cama. Es una mancha larga, recta y uniforme, como de haber frotado algo muchas veces. Me gustaría saber cómo y quién la hizo, y para qué. Vueltas, vueltas y vuelta s. Vueltas, vueltas y vueltas. ¡Me marea! Por fin he hecho un verdadero descubrimiento. A fuerza de mirarlo todas las noches, en medio de sus metamorfosis, he terminado por descubrir la solución. El dibujo principal se mueve, efectivamente, ¡y no me extraña! ¡Lo agita la mujer de atrás! A veces pienso que detrás no hay una, sino varias mujeres; otras, que sólo hay una, que se arrastra a toda velocidad y que el hecho de arrastrarse lo sacude todo. En las partes muy iluminadas se queda quieta, mientras que en las más oscuras se aferra a los barrotes y los sacude con fuerza. Siempre quiere salir, pero ese dibujo es impenetrable. ¡Es tan asfixiante! Yo creo que es la explicación de que tenga tantas cabezas. Lo atraviesan, y luego el dibujo las ahoga, las deja boca abajo y les pone los ojos en blanco. Si las cabezas estuvieran tapadas, o arrancadas, no serían tan desagradables. ¡Creo que la mujer sale de día! Voy a decir por qué, pero que no se entere nadie: ¡la he visto! ¡La veo por todas mis ventanas!

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Estoy segura de que es la misma mujer, porque siempre se arrastra, y hay pocas mujeres que se arrastren a la luz del día. La veo por el camino largo que pasa bajo los árboles. Se arrastra, y cuando pasan los caballos se esconde debajo de las zarzamoras. La entiendo perfectamente. ¡Debe de ser muy humillante que te sorprendan arrastrándote en pleno día! Yo, cuando me arrastro de día, siempre cierro la puerta con llave. De noche no puedo, porque sé que John sospecharía algo. Y últimamente está tan raro que prefiero no importunarlo. ¡Ojalá se mudara de habitación! Además, no quiero que nadie más que yo saque a esa mujer de noche. A veces me pregunto si podría verla por todas las ventanas a la vez. Pero, por muy rápido que gire, sólo consigo mirar por una. ¡Y aunque siempre la vea, existe la posibilidad de que la velocidad con que se arrastra sea mayor que la de mis giros! Alguna vez la he visto lejos, en el campo abierto, arrastrándose con la misma rapidez que la sombra de una nube en un día de viento. ¡Ojalá el dibujo principal pudiera separarse del que está debajo! Me propongo intentarlo poco a poco. ¡He hallado otra cosa extraña, pero esta vez no pienso decirla! No conviene confiar demasiado en la gente. Sólo quedan dos días para quitar el papel tapiz, y me parece que John empieza a notar algo. No me gusta cómo me mira. Además, lo he oído hacerle preguntas a Jennie, preguntas sobre mí. El informe de Jennie era muy bueno.

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Dice que de día duermo mucho. ¡John sabe que de noche no duermo demasiado bien, y eso que casi no me muevo! También me hizo toda clase de preguntas fingiéndose atento y tierno. ¡Como si yo no lo supiera! De todos modos, su comportamiento no me extraña en absoluto, después de tres meses durmiendo debajo de este papel. Lo mío es simplemente un interés, pero estoy segura de que a John y a Jennie, secretamente, les afecta. ¡Finalmente! Es el último día, pero no necesito otro. John se queda a dormir en la ciudad, y no volverá hasta tarde. Jennie quería dormir conmigo, la muy zorra, pero le he dicho que descansaría mucho mejor quedándome sola. ¡Una respuesta muy astuta, porque la verdad es que no he estado sola en absoluto! En cuanto salió la luna y la pobre mujer empezó a arrastrarse y a agitar el dibujo, me levanté y corrí a ayudarla. Yo estiraba y ella sacudía; luego sacudía yo y estiraba ella, y antes del amanecer habíamos arrancado varios metros de papel. Una franja como de mi altura, y de ancha como la mitad de la habitación. ¡Después, cuando salió el sol y el dibujo comenzó a burlarse de mí, juré acabar con él hoy mismo! Nos vamos mañana. Están trasladando todos mis muebles a la planta baja para dejarlo todo como al momento de llegar. Jennie ha mirado la pared con cara de asombro, pero le he dicho que ha sido un ataque de rabia por lo horrible que era el papel tapiz.

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Se echado a reír y me ha dicho que no le habría importado hacerlo ella misma, pero que no está bien que me exija físicamente. ¡Qué manera de quedar en evidencia! Pero aquí estoy, y este papel no lo toca nadie más que yo. ¡Antes muerta! Jennie ha intentado sacarme de la habitación. ¡Cómo se le notaba! Pero yo le he dicho que ahora está tan vacía y tan limpia que me daban ganas de acostarme otra vez y dormir todo lo que pudiera; que no me despertara ni para cenar, y que ya la avisaría yo cuando estuviera disponible. Se ha marchado y los criados no están. Los muebles tampoco. Sólo queda la cama clavada al suelo, con el colchón de lona que encontramos encima. Esta noche dormiremos abajo y mañana tomaremos el barco a casa. Me gusta bastante esta habitación, ahora que vuelve a estar vacía. ¡Qué destrozos hicieron los niños! ¡La cama está como si la hubieran mordido! Pero tengo que poner manos a la obra. He cerrado la puerta y he tirado la llave al camino. No quiero salir, ni quiero que entre nadie hasta que llegue John. Quiero darle una buena sorpresa. Tengo una cuerda que Jennie no ha encontrado. De ese modo, si sale la mujer y quiere escaparse, podré atarla. ¡Pero he olvidado que no puedo llegar muy arriba si no hay nada sobre dónde subirme! ¡Esta cama es inamovible!

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He intentado levantarla y empujarla hasta entumecerme. Entonces me he enfadado tanto que le he arrancado un trozo de hierro, mordiéndola en una esquina; pero me he lastimado los dientes. Después he arrancado todo el papel hasta donde alcanzaba de pie en el suelo. ¡Está notablemente adherido! ¡Todas las cabezas estranguladas y los ojos saltones y la multiplicación de hongos, todos se burlan de mí! Me estoy enfadando tanto que acabaré haciendo una locura, algo desesperado. Saltar por la ventana sería una operación admirable, pero los barrotes son demasiado fuertes para intentarlo. Además, tampoco lo haría. Desde luego que no. Sé perfectamente que sería un acto indecoroso, y que podría malinterpretarse. Ni siquiera me

gusta

mirar por las ventanas.

¡Hay

tantas

mujeres

arrastrándose…! Me gustaría saber si salen todas del papel tapiz, como yo. Pero ahora estoy bien sujeta con mi cuerda, la que Jennie no encontró. ¡Jamás me sacarán a la carretera! Supongo que cuando se haga de noche tendré que ponerme otra vez detrás del dibujo. ¡Con el trabajo que cuesta! ¡Es tan agradable estar en esta habitación tan grande, y andar arrastrándome siempre que lo desee…! No quiero salir. No quiero, ni que me lo ruegue Jennie. Porque afuera hay que arrastrarse por el suelo y, en vez de amarillo, es todo verde. Aquí, en cambio, puedo arrastrarme sobre el suelo liso y mi hombro se ajusta perfectamente a la marca larga de la pared, con la ventaja de que así no puedo extraviarme.

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El pobre John está del otro lado de la puerta ¡Es inútil, no podrás abrirla! ¡Qué quejidos, y qué golpes! Ahora pide un hacha a gritos. ¡Sería una pena destrozar una puerta tan bonita! —¡John, querido! —dije con total amabilidad—. ¡La llave está al lado de la escalera de entrada, debajo de una hoja! Con eso se ha callado un rato. Luego dijo (con mucha serenidad): —¡Abre la puerta, cariño! —No puedo —contesté—. ¡La llave está al lado de la puerta principal, debajo de una hoja! Lo he repetido varias veces, lentamente y con mucha dulzura; lo he dicho tantas veces que ha tenido que bajar a comprobarlo. La ha encontrado, como era de esperar, y ha entrado. Se ha quedado a un paso del umbral. —¿Qué pasa? —gritó—. ¿Qué haces, por Dios? Yo seguí arrastrándome como si nada ocurriera, pero lo he mirado por encima del hombro. —Al final he salido —dije—, aunque ni tú ni Jennie lo quisieran. ¡Y he arrancado casi todo el papel tapiz para que no puedan volver a meterme! ¿Por qué se habrá desmayado? El caso es que lo ha hecho, y justo al lado de la pared, justo en la mitad de mi camino. ¡He tenido que pasar por encima de él para completar cada vuelta!

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Sumergida en la arcana conciencia de las profundidades abisales, desempeña el arte latente de la creación de esencias. Es una sirena varada en el tiempo; una escritora de atmósferas en búsqueda constante de universos perdidos. Las corrientes marinas la absorben, aportando a su obra un halo misterioso. Historias que te transportan a mundos paralelos en los que nada es lo que parece. A mundos enigmáticos, en los que cada final es sólo un nuevo comienzo. El eco de sus palabras se oirá desde las entrañas más remotas de la Tierra hasta el infinito del cosmos. Por siempre jamás. A continuación, os dejamos con una muestra de microcuentos elaborados por Liss, que se encuentran dentro de Coleccionable de Tragedias (LaTermina Ediciones).

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La Vecindad Enfrente de su puerta hay una mujer que grita por las noches. El del ático desvaría un poco, usted no le haga caso. También debe saber que la chica del primero no habla con nadie. ¡Ah!, y no se asuste si ve a alguien correteando desnudo en la escalera. Por lo demás somos una comunidad muy sencilla. Mire, aquél es el conserje, el del uniforme blanco; suele tener unos caramelos muy ricos. ¡Corra, corra, que ya está repartiéndolos!

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El Psiquiatra -Dígame, ¿desde cuándo está ingresado? -Desde que terminé la carrera.

Amor - ¿Desenterrada dice, agente? Colgué el teléfono y me volví a dormir Junto al cuerpo de mi esposa.

El Rey de la Muerte #2 Malviví débil y entristecido, Hasta que una noche me miré al espejo, Con la primera sonrisa en meses y un cuchillo en la mano.

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Kelpie - María Belén Montoro Cabello ………..…...…….………..pág. 108 Necropsia - Israel Santiago Velázquez ….…………..……...….…..pág. 124

Moscas – Patricia K. Olivera.............................................................pág. 127 El Solar – Javier Lobo…………………………….…..……………pág. 134

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«When thowes dissolve the snawy hoord An'float the jinglin icy bord Then, water kelpies haunt the foord By your direction An'nighted trav'llers are all'urd To their destruction.» Address to the Devil, Robert Burns (1786)

El inconfundible sonido del ferrocarril haciendo su entrada en la estación de Inverness me despertó de mi superficial cabezada. Eran las siete de la mañana del diecisiete de Agosto de 17XX y yo me dirigía con urgencia a la ciudad que me vio nacer. Perth, bajo la custodia de San Juan Bautista, fue proclamada por pictos y escotos «la ciudad hermosa», la perla más preciada del río Tay. Hacía ya más de un lustro que mis zapatos no pisaban el hogar de mis padres, y aunque el propósito que requería de mi presencia no era en modo alguno placentero, en el fondo, mi corazón se alegraba de tener de nuevo la oportunidad de dar un paseo por sus calles. La verdad es que no pude conciliar sueño pleno desde el momento en el que leí la desafortunada carta de mi amigo McCormick. Nicholas McCormick siempre había sido un señor caracterizado por sus modales, sus formas y por supuesto, por su mesura a la hora de comunicar cualquier nueva —se tratase de una noticia de carácter bien avenido o por el contrario, una desgracia inesperada—, ya que su formación académica en las letras de nuestro idioma y su profesión como maestro de literatura

le había conferido la habilidad de transmitir su

pensamientos de un modo claro, grácil y con la objetividad de un hombre estudiado, dejando atrás las chanzas y banalidades de los hombres de campo. Por consiguiente, aún me sentía intranquilo a causa del recuerdo de los anárquicos trazos del manuscrito que recibí en el buzón de mi correspondencia

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postal. Si hay algo que alguna vez he envidiado con total fervor, ha sido la brillante caligrafía de mi amigo Nicholas. Al margen de las desarregladas líneas de la pluma de mi amigo y los copiosos manchones en el papel, me desconcertó el potente hedor que despedía la página plegada que encontré en el interior del sobre. Los McCormick eran unos presbiterianos de rigor, sobrios por definición... ¡Y aquella página apestaba a whisky escocés! El papel estaba trillado, húmedo y se quebraba con facilidad, algo en extremo infrecuente en un caballero de la pulcritud del señor McCormick. Quiero aclarar que mis aseveraciones tienen raíz siempre en la buena fe, el afecto y en los años de amistad con el señor McCormick. Incluso tuve el placer de conocer a Howard McCormick, el padre de Nicholas. Fui afortunado, disfruté de sus años de juventud antes de que una desgraciada enfermedad le nublase la mente. Sufrí con su hijo Nicholas los estragos del mal de su progenitor, aquel problema mental había borrado los recuerdos del pobre hombre sumiendo a su familia en la vergüenza. Sus conductas pueriles, su lenguaje soez y su comportamiento impropio le granjeó el aislamiento en su residencia familiar. No tardaron en encerrarlo en un manicomio y nunca más supe de él hasta la fecha en la que falleció. Mi principal temor se escondía pellizcando mi consciencia. Si no fuera porque de sobra conocía que mi amigo no era devoto de burlas, me atrevería a pensar que el contenido de la carta se trataba de una elaborada broma para causar mi desconcierto. Pero no, aquello era una petición de socorro en toda regla. Nicholas no hizo referencia alguna entre sus líneas a su estado actual, su vida, su fortuna —como me tenía acostumbrado—. ¡Tan solo hablaba de la maldita historia del caballo! Éramos aún unos niños cuando una mañana dominical terminó el oficio en la parroquia de St. Leonard. El verano nos ofrecía unos potentes rayos de sol que quizás no volveríamos a disfrutar hasta que se produjera de nuevo el cambio de estación. El paisaje verde húmedo resplandecía más que nunca bajo un verdadero sol de justicia y los animalillos corrían de un lado para otro excitados. Yo tenía tantas cosas qué hacer que decliné la oferta, aunque aquella vez recuerdo que me lo pensé más de una vez.

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Eran los chicos de la parroquia, los muchachos de la escuela y entre ellos se encontraba mi gran amigo Nicholas. De todos era bien sabido que, aunque durante el verano los días se volvían más largos, no era bien visto por nadie que una panda de chiquillos que no llegaban a los ocho años, se perdieran en las inmediaciones del bosque mientras imaginaban sus juegos y fantasías. Terminada la última misa era la hora de asearse, terminar los deberes y prepararse para el inicio de la semana, y eso era lo que yo me disponía a hacer, aunque mis amigos trataran de hacerme cambiar de opinión. Yo era un chico bastante solitario, aunque nunca negaba una charla, y menos a Nicholas. Dedicaba la mayoría de mi tiempo al estudio de pequeños insectos y a la desecación de flores silvestres para su posterior dibujo en mis viejos cuadernos de anotaciones sobre ciencias naturales. Era una labor que disfrutaba en soledad y que me ocupaba todo mi tiempo y empeño. Recreándome en mis obras científicas, la verdad es que no extrañé acompañar a los chicos en su labor en pos de incumplir las normas establecidas por los adultos. Creí que los años ayudaron a borrar lo que aconteció aquella tarde de domingo de la memoria de McCormick, pero por lo que he podido comprobar... Me equivocaba. O quizás su mente había comenzado el mismo deterioro que la de su padre y los terrores de su infancia habían comenzado a atormentarle. No. Que Dios guarde la salud de Nicholas, que Dios le ampare y le lleve por el camino de la luz. Aquella misiva tenía que tener algún tipo de explicación lógica que mi amigo me detallaría en cuanto aquel tren llegase a Perth. Saqué de nuevo la carta y releí su contenido. Sin duda, se trataba de la misma historia que con lágrimas en los ojos y el corazón encogido me contó Nicholas cuando volvió a mi casa pidiendo auxilio y con una herida que le marcó de por vida. Yo siempre pensé que alguien debió de asaltar a los chicos en el camino, era la historia más probable y la que circuló por el pueblo durante sus años de estigma. Nicholas perdió tres dedos de su mano siniestra aquel día cerca del Tay y si no llega a ser por la pericia del cirujano local, quizás no estuviera ahora mismo entre los vivos a causa de una horrible infección. Él me dijo que podía verlo en sus pesadillas, que lo llamaba de nuevo para acudir a montar en su grupa. Es cierto que había parte de verdad en su historia. Solo él

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volvió a ser visto en la ciudad. Nicholas defendía a ultranza que un equino negro carbón de misteriosos crines y mirada despierta se llevó a los chicos hacia las profundidades del río. Yo, que por aquel entonces y aún ahora presumo de poseer el mismo juicio racional, desconfié por completo

de aquellas

declaraciones absurdas fruto de las supersticiones locales y un claro episodio de conmoción mental. La vieja historia del Kelpie no tenía, tiene, ni tendrá nunca ni pies ni cabeza. Era tan solo una historieta de terror que las madres contaban a sus hijos cuando planeaban en secreto jugar junto al río sin la supervisión de un adulto. Se trataba de un demonio de agua que se les aparecía a los chiquillos incautos que osaban merodear las zonas fluviales, lagos e incluso costas. En la mayoría de los casos se trataba de un caballo cuya grupa era de un tamaño monstruoso, capaz de llevarse al infierno a un buen grupo de niños aterrados para no devolverlos nunca más a su hogar. De sus crines se decía que eran serpientes venenosas y sus pezuñas lucían vueltas, mostrando todas sus venas y tejidos internos. Era una criatura aterradora, que relinchaba en la oscuridad de las pesadillas más horrendas de los chiquillos de Perth. Con el paso de los años, las familias se recuperaron del golpe, aunque nunca desapareció la herida. Eran nueve pequeños desaparecidos en el río. Las patrullas de búsqueda nunca les encontraron, aunque me pareció escuchar a mi abuela Clarece hace ya muchísimo tiempo —de hecho, incluso a veces pienso que se trataba de una fantasía morbosa que mi menté inventó— decir que se encontraron los intestinos de los niños esparcidos por la orilla. Aquella historia perduraba aún con fuerza en el imaginario colectivo, ¿pero tanto como para afectar a la cordura de mi tan querido amigo Nicholas? ¿Tantos años después? Una vez llegué a Perth, los ecos de mi memoria se apaciguaron para caer en un dulce sosiego fruto del reencuentro. Los años no habían pasado en vano para las gentes, pero la ciudad seguía siendo exactamente la misma: un puerto atestado de comerciantes, los jornaleros profiriendo maldiciones tras un largo día de trabajo y un grupo de borrachines que volvían del pub a casa o a la inversa. Era justo la hora del té y la idea de acudir a casa de mi madre era demasiado tentadora. Pasé por la puerta de la casa familiar, estaba iluminada, pero decidí

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continuar mi camino hacia la residencia de Nicholas. Mi preocupación no me hubiera dejado descansar. No podía quitarme de la cabeza la petición de auxilio. Su relato, aunque inverosímil, había conseguido que mis principios e ideales se tambalearan, dándole a la historia relatada por mi amigo un atisbo de credibilidad. Dios Santo, se trataba de Nicholas, era un hombre cuerdo, como yo, un hombre íntegro que jamás caería en ese tipo de cosas. Nicholas desarrolló una potente fobia a las grandes masas de agua durante el resto de su vida, miedo que yo siempre trataba de disipar aconsejándole que acudiera a tomar un picnic con su hermosa prometida. A pesar del terrible acontecimiento de su infancia, tal y como figuraba en la carta, decidió por fin aventurarse a dar un paseo cerca del Tay. Nicholas, declaró horrorizado que le había parecido atisbar la silueta del siniestro caballo en el horizonte a orillas del río. Aquel día Nicholas volvió a su casa entre sudores y me escribió aquella carta de puño y letra, pidiéndome ayuda, claramente confundido ante la naturaleza imposible de lo que le estaba ocurriendo. Bendito sea, ¿sería su juicio nublándose como lo hizo el de su padre? Si así era necesitaba verle, necesitaba darle todo mi apoyo y disfrutar de su presencia antes de que fuera demasiado tarde. No tardé en recordar su dirección y emprender mi marcha aún con mi ligera bolsa de equipaje en la mano. No había luces encendidas, quizás aún se encontrara revisando ensayos de alumnos. Tomé la algaba de metal y golpeé rítmicamente la madera oscura de la puerta. Allí no había nadie. Ya pensaba en dirigirme a casa de mi madre a la espera de tener noticia de Nicholas cuando una voz femenina me sorprendió en mi retaguardia. —¿Es usted conocido de Nicholas? —Disculpe, señorita. Sí, en efecto. —Incliné la cabeza ligeramente con cortesía y estreché la mano de la jovencita que tenía ahora frente a mí—. ¿Usted es? —Margaret Ashurst, encantada de conocerle señor. —Pilgrim, William Pilgrim, señorita.

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La joven tenía su belleza. Era más bien delgada, de cuello generoso y mejillas algo escuálidas. Sus ojos saltones le daban un aspecto algo infantil que resultaba enternecedor. Aquella debía de ser la prometida de Nicholas. —¿Ha venido a verle? Disculpe mis modales. —La muchacha no podía dejar las manos

descansar

en ninguna

posición, parecía

estar muy

nerviosa,

acariciándose sus cabellos rizados para luego de nuevo alisar la tela de su vestido con demasiado ímpetu—. Hace ya unos días que no veo a Nicholas y me preguntaba si, ya me entiende, si algo le hubiera ocurrido yo... La sombra de su llanto me conmovió, y al mismo tiempo vi mi preocupación aumentar por momentos. —No se preocupe. —Le ofrecí un pañuelo de tela impoluto para que enjugara sus incipientes lágrimas—. Debe de haberse ausentado por algún buen motivo, señorita Ashurst. —¿Quiere entrar? Le puedo ofrecer un té caliente. Parece que usted viene de viaje...debe de estar cansado. Asentí con la cabeza. Margaret no tardó en darme acceso al hogar de mi apreciado amigo. El aroma del pasillo de entrada me desagradó al instante, era como si aquel lugar no ventilara desde hace demasiado tiempo. —Vaya, ¿vive usted aquí señorita Ashurst? —No, y le pido que disculpe el desorden. No es nada propio de Nicholas, usted le conoce. Estas últimas semanas han sido tan extrañas… Fui demasiado descarado con aquella pregunta, el cansancio del viaje había comenzado a cobrarme factura. —Le pido disculpas si he podido importunarla, la verdad es que desconozco por cuánto tiempo llevan prometidos. Nicholas es celoso para hablar de estos temas. —Como todo hombre, señor Pilgrim —dijo con una hermosa sonrisa—. Pero me ha hablado mucho de usted, ¿estudió ciencias naturales? —En efecto. Espero que haya oído hablar bien de mí a su prometido. —Sin duda alguna, debieron de ser ustedes inseparables.

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Me llevó al salón principal y allí me sirvió una taza de té con leche y dos terrones de azúcar. Los apuntes de Nicholas estaban esparcidos alrededor de toda la habitación y me había parecido ver a Margaret esconder a hurtadillas alguna que otra botella de vidrio vacía. Había tazas y platos sucios en la mesa del comedor y pilas de libros en cada esquina, algunos estaban abiertos, incluso había páginas que habían sido extraídas de los volúmenes. —Por favor, le pido que se siente conmigo, reconozco que no disfruto del té del mismo modo que con una buena charla, así haremos tiempo hasta que aparezca Nicholas. Margaret, que recogía el caos reinante en el salón, se detuvo y se decidió por sentarse en el sofá de terciopelo verde oscuro que se encontraba frente a mí. —Lo siento, está siendo muy difícil estos días. No solo porque apenas le veo, sino porque...—Trataba claramente de contener sus palabras—. Lo siento, señor Pilgrim. Lo siento mucho. Tomé su mano de nuevo, ésta viajaba otra vez entre su pelo y los adornos bordados de su vestido para, finalmente, dejarla sobre la mesa de té. Estaba fría. No se me daban bien ese tipo de cosas y sentí una gran lástima por la pobre mujer. —Le pido que se tranquilice. ¿Hace cuánto no ve a Nicholas? ¿Qué le está pasando? —Hace ya dos días—No pudo contenerse y estalló en un llanto que movilizó las aletillas de su nariz—. Hace dos días que no le veo. ¡Dios santo! No sé que le ocurre, señor Pilgrim. Estas últimas semanas han sido como un infierno, ¡era todo tan impropio de él! —Me agarró la mano con fuerza—. Bebía hasta deshoras, no quería saber nada sobre los arreglos de nuestra boda, no comía cuando es debido, no se aseaba y ni si quiera asistía sus clases, señor Pilgrim. Y, por si fuera poco, ¡no paraba de repetir la maldita historia del Kelpie desde que tomamos una merienda junto al río! La tez de sus mejillas lucía roja y respiraba ahora profundamente como si se hubiera liberado de una pesada losa que llevara cargando durante una eternidad.

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—Debe de tener algún problema que no se atreva a mencionar, seguro que podremos solucionarlo, querida. —Creo que ha perdido el juicio, señor Pilgrim. Entonces le ofrecí mis brazos a la señorita Ashurst durante unos minutos. Pareció reconfortada. Tras nuestra charla fue a darse un baño caliente. Pasé la noche en la habitación de invitados, podría ver a mi madre al día siguiente. Nicholas no apareció durante toda la noche y un horrible nudo en el pecho me impidió conciliar un sueño reparador. A la mañana siguiente, me esperaba un desayuno completo que la señorita Ashurst había preparado para mí en la mesa del salón. Era una mañana despejada, aunque algo

fría, por lo que la muchacha se había tomado la

molestia de encender la chimenea. Yo debía de haber dormido como un tronco, cuando vi la hora en el dorado reloj de pared no tardé en disculparme. —Lo siento mucho, el viaje fue muy duro y tan solo he podido dormir a intervalos. No sabe cómo le agradezco el desayuno, señorita. —No se preocupe, señor Pilgrim. Para serle sincera...—La chica tomó asiento frente a mí, tenía mejor color de cara, aunque la preocupación no desaparecía de su ceño fruncido—. Tengo que darle algo sin falta y pedirle disculpas por mi intromisión. —Por favor, le pido que continúe. Estos huevos escalfados están deliciosos—le dije dedicándole la mejor sonrisa que pude fingir para tratar de disipar el desasosiego que ambos sufríamos. —Anoche encontré una carta que Nicholas no parece haber tenido oportunidad de enviarle... y no he podido evitar leerla, estaba justo separando las páginas de la novela que estaba leyendo junto a su mesita de noche. La joven me tendió la carta. El papel estaba en idénticas condiciones al recibido en Inverness, y los trazos eran incluso aún más vagos y titubeantes.

15 de agosto de 17XX

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Querido amigo William: No puedo dormir, no puedo permanecer en esta casa por más tiempo. Las pesadillas se repiten cada noche y siento miedo de la oscuridad que se apodera de cada esquina en cuanto se esconde el sol. Desde que acudí al río, es como si esa criatura hubiera estado esperándome todo este tiempo, ¡no se había olvidado de mí! Me miraba desde la lejanía y yo no me atreví a devolverle la mirada. ¡No! No pensaba hacerlo, porque sé lo que puede ocurrirme, ¡me llevará a lo más hondo del Tay! A veces me despierto con los pies mojados, William. ¡Cómo si hubiera pasado la noche junto al río! Lo juro por la memoria de mi padre. Ese monstruo se ha encaprichado de mí y no descansará hasta verme muerto. Ya se llevó tres de mis dedos y se relame tras haber degustado hace tanto tiempo el aperitivo. Los gritos de terror de los chicos me atosigan cada minuto, el relincho del endiablado caballo. ¡Oh William! ¡Por favor! ¿Es que estoy perdiendo el juicio? Estoy muy preocupado por Margaret, ¿qué estará pensando de mí? ¡Horrible elección que hizo mi hermosa flor del campo! Por favor, William, cuida de ella y que no le falte de nada en absoluto. Dile que la quiero, dile que la amo mucho. Conociéndote, seguro que te diriges hasta aquí en cuanto tus asuntos te lo permitan. Gracias de corazón, amigo. No sé qué es lo que me ocurre. Te pido que me ayudes a recorrer el buen camino, pues no distingo la senda del miedo de la realidad. Un abrazo Nicholas. H McCormick

—Gracias Margaret. —¡Tenemos que avisar a la policía! Puede que el pobre esté vagando desorientado por el bosque, ¡oh Dios Santo! Por un momento pensé que aquella decisión era la más acertada, Nicholas llevaba desaparecido más de dos días y había llegado el momento de dar a conocer la situación a las fuerzas del orden. Pero no estaba dispuesto a poner a

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Nicholas en evidencia de esa manera, sabía por lo que su familia había pasado cuando su padre enfermó. No, iría personalmente en su búsqueda y si no había esperanza, entonces llamaría a la policía de Perth. —Iré yo mismo, Margaret. Te pido paciencia, sabes que a Nicholas no le gustaría que se airease este asunto. Ella me miró insatisfecha, guardó silencio y retiró el plato de mi desayuno. —Tenga cuidado, señor Pilgrim. Se lo ruego. No tardé en asearme y disponerlo todo para marchar en búsqueda de Nicholas antes de que el sol se ocultase y fuera aún más difícil realizar la labor. Sabía con certeza donde podría encontrarse. A orillas del Tay, a orillas del río que vio morir a los nueve chiquillos hace ya tiempo atrás, el río que se tragó sus dedos y que hasta ahora no se había atrevido a visitar. Acompañaría a Nicholas a casa y después llamaría a un médico. No me demoré en abandonar la residencia de mi amigo y dirigirme a los muelles de la ciudad. A aquellas horas, las tareas de carga y descarga se encontraban en su punto álgido y el sonido de pesadas cajas y gritos de pescadores resonaban con fuerza junto con el chirrido de los desgastados maderos que separaban tierra firme de los barcos de pesca atracados en el puerto. Se avecinaba el crepúsculo y el color anaranjado de las nubes comenzaba a fundirse con el brillante reflejo de las aguas del río. Anduve hasta dejar el bullicio de los muelles a mis espaldas. Atravesé vados y charcas tratando de vislumbrar la figura del señor McCormick, pero aquella búsqueda parecía tornarse más complicada de lo que me pareció en un principio. Los apretados mocasines habían comenzado a causarme molestias y los bajos de mis pantalones no serían del agrado de la servidumbre cuando volviera a Inverness. Aún había suficiente claridad como para orientarme sin dificultad, aunque la amenaza de la noche refrescaba mis mejillas y pronto sería imposible continuar. Había invertido toda la tarde y aunque me pareció ver el rostro de Nicholas entre los innumerables caminantes que encontré, volvería de manos vacías y, como Margaret me aconsejó —y muy a mi pesar— tendríamos que dejar aquello en manos de las autoridades locales.

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Me encontraba tirando alguna que otra piedra al agua, presa de mis cavilaciones y sin ya esperanza alguna de dar con el paradero de mi amigo, cuando un fuerte alarido me forzó a girar la vista a mi siniestra. Aquel grito desgarrador me produjo un nudo de angustia instantáneo y aunque me dejó paralizado por un momento, no dudé en caminar hacia la fuente de aquellos terribles chillidos agónicos. Junto al agua, sentada sobre un charco embarrado, se dibujaba la figura de un hombre en el horizonte. El corazón me dio un vuelco, ¡por fin lo había encontrado! Mis sospechas estaban en lo cierto, no podía haber otro lugar en el mundo donde Nicholas McCormick pudiera encontrarse en aquel momento. Corrí a toda velocidad ignorando por completo el fango y la gran cantidad de suciedad que calaba mi traje de los domingos. Cuando llegué a su encuentro y confirmé aquellos conocidos rasgos que me inspiraban recuerdos nostálgicos de una niñez lejana, mi corazón se entristeció al contemplar su mirada perdida, condecorada con unas bolsas purpúreas alrededor de sus ojos empequeñecidos por el cansancio. —Nicholas, ¿qué estás haciendo aquí, amigo? Volvamos a casa. Margaret está muy preocupada por ti. —Ni siquiera levantó la vista del horizonte, no hizo ningún comentario así que me situé frente a él y le coloqué mi chaqueta sobre los hombros. Estaba helado—. Nicholas, vamos. Se está haciendo tarde. —Ya viene...—me dijo entre susurros. —¿A quién esperas, Nicholas? Su rostro,

como perdido en otros

mundos,

me inspiró una

lástima

descorazonadora. Tal y como dijo Margaret, mi amigo había perdido el juicio y necesitaba ayuda urgente. —¡Silencio! ¡Ya se acerca! Viendo su insistencia, traté de sentarme a su lado y que se tomara su tiempo para entrar en contacto con la realidad. Tal y como ocurrió con su padre, a veces era necesario que el tránsito hacia la realidad resultase agradable para que no se llevara un shock demasiado molesto, los daños siempre podían ser imprevisibles. —¿Te apetece cenar, Nicholas? ¿Tienes hambre?

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Nicholas se volvió hacia mí como presa de un momento fortuito de lucidez y con la calavera de su demacrado rostro clavada en mí, me zarandeó los hombros de un modo salvaje. —¡Huye! ¡Huye, maldita sea, antes de que te vea! —Yo me levanté sobresaltado y con el corazón en un puño—. ¡Huye de esa endemoniada bestia que no descansará hasta que me encuentre bajo las aguas del Tay! —¡Por favor Nicholas! ¡Tranquilízate! —le dije ofreciéndole mis brazos para reconfortarle—. ¿Es que no te das cuenta de que aquí solo nos encontramos tu y yo? Lejos del puerto, lejos de todo el mundo... —¡William! —Estalló en llanto y mi chaqueta fue su paño de lágrimas—. Me persigue en mis sueños, en mis desvelos y lo veo en cada esquina. ¡Ese monstruo no me dejará en paz hasta que no me tenga! ¿Es que no lo entiendes? ¡Estoy perdido! —Nicholas, ese caballo es producto de tu imaginación. Probablemente, una escena nacida del terror que sentiste aquel día en el que desaparecieron nuestros amigos justo en este lugar. —Nicholas desvió la mirada de mi rostro y la devolvió al horizonte, su cuerpo temblaba presa del pánico—. Tienes que dejar de culparte de ese momento, tienes una prometida maravillosa y una familia por crear. Venga, vamos a casa. —¡Ya viene! Mi piel se erizó cuando un potente relincho llegó a mis oídos. La tierra retumbaba ante el poderoso galope de lo que, sin duda alguna, debía de ser un enorme equino. Sin que mis ojos pudieran creer lo que estaban transmitiendo a mi cerebro, dirigí mi vista hacia el río. ¡Aquello no podía estar ocurriendo! Todo debía de tener una sencilla explicación lógica. Quizás el traumatizado Nicholas, el día que volvió a reencontrarse con el lugar de los fatídicos acontecimientos se encontró con un caballo sin amo que le estaba volviendo loco. —Debe ser...un caballo extraviado, amigo. Nicholas giró el cuello y me dirigió un gesto de una profunda lástima.

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—Amigo. William. Si aprecias tu vida, yo trataría de escapar de este lugar antes de que crucéis miradas. Si te mira, ya será demasiado tarde. No sé si era su conducta alienada o el miedo que había comenzado a irritarme, pero lo cierto es que mi paciencia parecía estar agotándose y si tenía que llevarme a Nicholas a rastras de la orilla lo haría, aunque me tomaran por un demente de camino a la ciudad. —¡Nos vamos de aquí! Me armé de determinación, y, con fuerza, así el cuerpo de mi amigo. Opuso resistencia, pataleó, gritó e incluso me propinó más de un puntapié, pero conseguí comenzar a arrastrarle a través del fango. La escena debía de ser patética, pero mis nervios se crispaban por momentos y Nicholas parecía rígido a causa del pánico. Aquellos potentes cascos se aproximaban a gran velocidad. No sabía si era porque estaba alterado, pero me pareció que el trote del misterioso corcel era tan sonoro que retumbaba en mi estómago y en mis sienes, lo que hacía que mi corazón se acelerase por momentos. —¡William! ¡Lárgate! ¡Déjame morir en paz! Logré que avanzáramos unos cuantos pies y debido a que empleaba toda mi fuerza y concentración en llevarme a Nicholas a rastras de aquel lugar no reparé en que el maldito caballo había llegado a la orilla y se erguía ahora frente a mi trastornado amigo. Un potente olor a podredumbre me revolvió las tripas. Me detuve y comprobé que mi carga se encontrara en condiciones de continuar. Y entonces lo vi. Fue en ese preciso instante cuando mi escepticismo quedó hecho trizas y mis piernas comenzaron a temblar lánguidas como un pudding de huevo. Aquel rocín no era común y corriente. Su tamaño doblaba el de un caballo normal y su musculatura monstruosa me inspiró un miedo que me mantuvo paralizado contemplando su extraña naturaleza. Perdí la noción del tiempo, era como si el mundo se hubiera detenido en el preciso momento en el que mis ojos se encontraron con los de aquella pesadilla. En aquellos ojos bullía una maldad superior a la humana, pude ver un inmenso fuego ardiente a través de ellos. Vi la encarnación del horror más primitivo frente a mí y me pareció escuchar un centenar de alaridos lastimeros provenientes de ninguna parte. La oscuridad de

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la tarde ennegrecía aún más su pelaje brillante. Di un paso hacia atrás cuando las azuladas crines del animal comenzaron a moverse sinuosamente. ¡Eran culebras! Unos asquerosos bichos vivos que se entrelazaban los unos con los otros bailando mientras emitían espantosos silbidos. El fango se había teñido de escarlata y vi como Nicholas subía a la grupa del animal. Mi cuerpo estaba atorado y la calidez del suelo en el que me encontraba me recordó a la matriz materna, latía a ritmo lento y aquello me tranquilizaba. El caballo se mantuvo inmóvil mientras Nicholas se acomodaba apoyando todo su cuerpo sobre el animal. No podía permitir que aquel demonio se llevase a mi amigo, pero estaba tan tranquilo, contemplaba la situación desde una perspectiva elevada, diferente, como si aquellos acontecimientos no estuvieran ocurriendo y tan solo se tratasen de una pesadilla de la que despertaría a la mañana siguiente. Los ojos de fuego del animal me llamaron. Ya casi estaba anocheciendo y mi cuerpo se movía sin que yo lo permitiera. Me levanté con asombro y fui a posar mi mano sobre el cuello de la criatura. Lo acaricié, y aquello me hizo derramar una lágrima. No era dueño de mis actos y un fuerte nudo en la garganta me impedía incluso tragar mi propia saliva. ¡Ese ser había sido enviado por el mismísimo Diablo! Tomé impulso, y como si hubiera asistido a lecciones de volteo desde mi niñez, conseguí colocarme tras mi amigo, al que yo había tomado como un loco. Sentirme sobre

el

animal

profundidades

y

del río

vislumbrar me

las

produjo

vértigo. Pero ya no había vuelta atrás, no era

dueño

de

mismo y ahora había llegado el momento de que mi historia acabase del mismo modo que la de mi amigo McCormick. El corcel comenzó su marcha a través de los vados hacia el agua. Yo me agarré al cuerpo de mi compañero mientras en mi mente rezaba al Altísimo para que 121


nos salvara de las garras de aquel engendro. Recé recordando cada salmo con toda la intensidad que mi consciencia aterrorizada me permitió. Cerré los ojos para encontrarme con la muerte. El caballo ya había sumergido sus grotescas pezuñas bajo el agua. Trataba de recordar mi apartamento en Inverness por última vez cuando un fuerte empujón me desmontó del caballo. Era el brazo de Nicholas el que se despedía de mí y aunque mis movimientos volvieron a obedecerme durante unos instantes me sentí torpe y sin coordinación. Corrí en dirección contraria. El caballo se detuvo consciente de que había perdido una de sus almas en pena. El animal no tardó en alcanzarme, y aunque corrí a toda la velocidad que las piernas me permitieron, caí al agua y sus afilados dientes de lobo devoraron uno de mis brazos. El dolor era insoportable, la sangre comenzó a manar de mi extremidad a borbotones y yo me sentía más frágil que nunca. Sus anormales ojos se clavaron de nuevo en los míos y me quedé paralizado, tumbado sobre el agua esperando la muerte y soportando el dolor de mis heridas. Pero no se produjo la ejecución.El terrible rocín, se volvió hacia el horizonte, no sin antes dedicarme una espeluznante mirada que me heló la sangre, una mirada que jamás olvidaré y que poblará mis pesadillas hasta el fin de mis días. La mar se oscureció y se tragó el cadáver viviente de mi mejor amigo dejando mi alma en perpetua agonía. Yo supe que aquel día no fue la misericordia del Kelpie lo que me salvó. De hecho, sé que aún no he encontrado mi salvación y que desde que me dejó en la orilla estoy maldito. Ese demonio, me recuerda cada noche que se llevó mi brazo derecho a las profundidades del río y con él a Nicholas, cuyas entrañas aparecieron junto con su sombrero a la mañana siguiente. Al menos, eso me contó Margaret antes de que tomara el primer tren a Inverness. Desde entonces, no he vuelto a Perth y de eso hace ya más de cinco años. El recuerdo de aquel monstruo me pone enfermo, mi vida no ha vuelto a ser la misma y aún hay mañanas que me despierto con los pies mojados. El Kelpie, nunca descansará hasta que recupere lo que es suyo...

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▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ Relato cedido por María Belén Montoro Cabello para el suplemento “Tentáculos y Cuervos”.

María Belén Montoro Cabello Nací en la preciosa y cálida Córdoba, en 1991, aunque ahora vivo en Inglaterra, en la vibrante ciudad de Leeds. Los viejos edificios victorianos y las destartaladas abadías de Reino Unido me inspiraron para comenzar a escribir, y desde entonces, son muchas las historias de diversa temática que han viajado desde mi nostálgica mente hasta las yemas de mis dedos. Me encanta escribir tanto como siempre me ha gustado leer, me considero fanática de la novela fantástica, de terror, thriller e histórica. Página web de la autora: http://mbelenmontoro.wixsite.com/mariabelenmontoro

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Postrado ante ese lecho tan frio como el invierno lacerante del norte de la rosa de los vientos, Siendo el onironauta que explora las planicies oníricas de la lucidez que me acompaña. A pesar de veo un paisaje lleno de estantes de color plateado y una luz encima de mi lecho, Sera acaso el famoso túnel de luz del que hablan todos aquellos que de la muerte han vuelto.

Escucho sonidos metálicos y susurros que no alcanzo a descifrar, Llenos de términos y conceptos que confunden mi adormecido pensar. Intentando levantarme, pero mi cuerpo no responde a los mandatos de mi cerebro, Mi boca también se niega a dejar en libertad cualquier sonido que indique que no duermo.

No alcanzo a ver lo que a mi alrededor sucede, Tan solo sombras fugaces que dicen algo que a mí no me concierne. Siento algo una lluvia fría que recorre cada centímetro de mi cuerpo, La que sin embargo a pesar de su fuerza temperamental en mí no despierta ningún movimiento.

Mi cuerpo siente la caricia de un brillo plateado sobre mi cuerpo, Deslizándose suavemente por cada centímetro de mí. Veo salir estrellas fugaces gritando por su libertad, Acompañados de ríos viscosos de color carmesí que se dirigen por causes artificiales del lugar en donde suelo estar.

Veo a mi corazón elevarse sin emitir ningún movimiento,

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En el momento posterior cuando mi pecho con una sierra fue violentamente abierto. Colocado a un lado de algo que parece un recipiente, Mirando con horror a mis intestinos salir de la misma manera como encantadas serpientes.

Mi razón despierta por un pequeño fragmento de lucidez salvadora, Comprendo que es el ritual científicamente sagrado de mi necropsia. Buscando la razón lógica de una muerte que vino a visitarme sin sorpresa, Entonces por que sigo despierto para mirar esta pesadilla eterna.

Mis ojos ven el paisaje que por fin puedo saber lo que es sin ningún misterio, Una sala forense donde se estudia la muerte de los cuerpos. Sintiendo que son refrescados en un recipiente con liquido sin color, Viendo con miedo y locura lo que sucede a mi alrededor.

Cada órgano de mi cuerpo es colocado en recipientes llevados hacia unos anaqueles, En el inicio de una colección insana de mecanismos que ya no funcionan.

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Mi esqueleto es limpiado con la maestría del taxidermista, Quitándole carne, piel y todo aquello que podría decir quién era la persona que antes era. Por fin veo el rostro de aquel que separo mi cuerpo en piezas orgánicas de un rompecabezas docente, Es mi propio rostro el que tuvo la maldad de desaparecerme en este momento, Aquel hermano que nació junto conmigo haciendo realidad su sueño infantil de ser un médico y experimentar conmigo.

▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ Poema cedido por Israel Santiago Velázquez, escritor de “El Despertar de Cthulhu”, para el suplemento “Tentáculos y Cuervos”. Comprar “El Despertar de Cthulhu”: https://goo.gl/wvQg5D

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Felipe salía de su tercer divorcio cuando la construcción de los dos reactores nucleares llegaba a su fin. Cuando compró ese terreno en las afuera de Villa Esperanza, alejado de vecinos molestos, pensó que había cerrado el negocio de su vida. El lote era una ganga y hacía tiempo que estaba a la venta, y él necesitaba rehacer su vida una vez más. Aun así rezaba para que nadie pusiera los ojos en ese pedazo de tierra, así tendría el tiempo suficiente para juntar el dinero. Él siempre pasaba por allí rumbo al trabajo, una de las minas que proporcionaba empleo a la mayoría de la población de la villa. Allí ocupaba uno de los puestos de supervisor desde hacía quince años. El día que estampó su firma en el contrato saltaba en una pata, y el vendedor parecía muy apurado por entregar la documentación y largarse de allí. Si en algún momento Felipe pensó con arrepentimiento en la madre, cuya casa hipotecó sin su conocimiento para conseguir el préstamo que lo convertiría en dueño de tremenda ganga, no se notó. Felipe era un hombre poco agraciado, rondaba los cincuenta, y cada vez que se divorciaba volvía a la casa de la madre, una mujer de edad avanzada con problemas de movilidad, a quien él cuidaba, por lo que era su representante legal a los efectos de realizar trámites y demás. La ruta por la que manejaba todos los días para ir a la mina era un camino de tierra polvoriento, el cual pasaba por varios terrenos que la inmobiliaria local más importante tenía a la venta desde hacía mucho tiempo, pues los precios eran ridículamente desorbitantes. Sin embargo, cuando se confirmó la noticia de que por esa zona comenzarían

a construirse

los reactores el valor bajó

considerablemente, y Felipe vio una oportunidad inigualable de asegurar su futuro. Cuando tomó posesión de su porción de tierra, ya los reactores estaban terminados. Poco a poco colocó los ladrillos que conformarían su hogar. La casita de dos plantas iba tomando forma. Cuando comenzó a cavar el pozo de agua debió hacerlo muy profundo, y ya estaba perdiendo la convicción de haber

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realizado un buen negocio cuando al fin el preciado líquido saltó por los aires con una presión que renovó sus ganas de instalarse, así como la fe en su buena suerte. Lamentablemente, el agua no era cristalina, podría decirse que ni siquiera potable, pero él estaba dispuesto a hacer lo que fuera para lograr que su proyecto de vida se cristalizara. Compró un filtro de agua de última generación que varios conocidos le recomendaron. De todas formas, el vendedor intentó convencerlo de abandonar la empresa, aun a costa de su propio beneficio, al ponerlo al tanto de cuán dañino podría ser consumir agua contaminada por los reactores. Felipe se lo tomó a risa y pensó que el vendedor estaba loco. —¿Cómo puede ser que los reactores vuelvan impura el agua, si todavía no están funcionando? —se burló entre risas. —Eso es lo que la gente que no conoce del tema piensa. Aunque los reactores no funcionan con toda su potencia, sí están funcionando al mínimo para probar que funcionan y que no se registran pérdidas —respondió el vendedor, consternado por la actitud de Felipe. —Usted debería limitarse a venderme lo que le pido y asegurarse su comisión. Va a terminar perjudicado usted, mi amigo —aconsejó Felipe, conteniendo la risa que le causaba la situación. Cuando abandonó el comercio vio que el encargado discutía con el vendedor. Felipe chasqueó la lengua: «Una lástima, ¡el jefe lo escuchó!», pensó. Encendió el motor y partió con el bendito filtro de agua, ansioso por ponerlo a funcionar y al fin tener agua fresca purificada. Hacer la instalación de la luz fue más fácil, la empresa privada que tenía el monopolio ya estaba extendiendo las redes subterráneas hacía zonas apartadas para promover, en cooperación con el gobierno, la creación de nuevos centros poblados, sin importar que fuera en zona contaminada. Cuando al fin terminó, su casa era la única que existía en muchos quilómetros a la redonda.

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Felipe se mudó solo, su madre ya era muy vieja para irse a vivir a un lugar tan apartado, y a pedido de esta la dejó en una casa de salud para que estuviera cuidada y acompañada. Esto le sirvió para hacer a un lado el remordimiento por dejarla allí para vivir en su nuevo hogar. De todos modos, la visitaba cada vez que podía y le llevaba las rosas que tanto le gustaban. Así quedaba tranquilo al verla cuidada y contenta. Una vez instalado comenzó el proceso para adaptarse a vivir solo y cuidarse por sí mismo, pues siempre había vivido con mujeres que se encargaban hasta del más mínimo detalle para hacerlo feliz; cuando no eran sus mujeres era su madre, con la que siempre volvía cuando sus parejas se cansaban de él. Por las tardes llegaba de la mina y se sentaba a tomar cerveza bajo el alero, y a contemplar la puesta de sol y la aparición de las estrellas. Se jactaba de que allí se podían ver todas las galaxias. —Acá tengo dos opciones: mirar la tierra desolada que me circunda, con esos dos reactores allá lejos marcando presencia, o contemplar la puesta de sol y las estrellas —murmuraba, riéndose entre dientes, mientras le empinaba a la botella. Si bien el filtro de agua mejoró el gusto y el aspecto del líquido, Felipe compraba bidones de agua. No se desesperaba, lo atribuía a que el pozo era reciente y creía que cuando el tiempo pasara el agua buena llegaría a la superficie. Pasaron varios meses, Felipe se adaptó sin mayores problemas a su nueva casa y a su vida de soltero. Se había acostumbrado a tomar agua de los bidones, por lo que no le preocupaba si el agua sabía mejor o no. Últimamente sus problemas eran las moscas, específicamente una mosca verde, mucho más grande de lo normal, la cual siempre estaba zumbando a su alrededor, como si disfrutara hacerlo enfurecer al punto que estaba constantemente con un matamoscas en la mano intentando aplastarla. Incluso cuando se sentaba bajo el alero a beber no la perdía de vista, y esta se posaba cerca a observarlo con sus múltiples ojos, mientras se restregaba las patas. Llegó el punto en el que Felipe ya no disfrutaba de la cerveza, ni de la puesta de sol ni de las estrellas. La obsesión por esa mosca llegó a límites insospechados:

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dejó de preocuparse por la madre y por el bendito filtro de agua. Cuando estaba en el trabajo solo pensaba en las diferentes maneras de acabar con esa mosca. Cuando los reactores comenzaron a funcionar a la máxima potencia, las cosas empezaron a cambiar. El ruido era constante y atronador, había momentos en que era imposibles respirar aire limpio y Felipe se veía obligado a encerrarse con el aire acondicionado encendido. El aspecto del agua del pozo cada vez era peor, ni qué decir el sabor, eso ya no tenía arreglo ni siquiera con el filtro. La alegría por la nueva vida, así como los momentos de descanso con una cerveza bajo el alero habían quedado atrás. Al principio, Felipe se decía que se acostumbraría, pero con el correr del tiempo su carácter se modificó, se volvió más irascible y pendenciero, y comenzó a hablar solo. Por esa época, la pestilencia de los gases provenientes de los reactores atrajo a varios bichos que se fueron adueñando de las zonas próximas a los reactores. Felipe se vio obligado a fumigar varias veces al mes, pero incluso así debió resignarse a compartir espacio con algunos de ellos. —Voy a acabar contigo, aunque sea lo último que haga —murmuraba, con los ojos vidriosos fijos en los de la mosca, la cual parecía observarlo desde el borde de la mesa. El rostro de Felipe se veía perturbado, los ojos eran los de un enajenado a punto de asesinar a alguien. Por las noches demoraba en dormirse, con los ojos fijos en el techo aguzaba el oído para localizar a la astuta mosca. A veces se levantaba con mucho cuidado para no ser descubierto y comenzaba a recorrer la casa en penumbras con el matamoscas en la mano. A la mañana siguiente amanecía ojeroso y la casa en total desorden, en su afán por eliminar a la mosca destrozaba todo a su paso. Desarrolló un odio visceral hacía la mosca, la que no solo lo molestaba revoloteándole en torno, sino que también le echaba a perder cualquier alimento que dejara fuera de la heladera o sin cubrir: depositaba los huevos y cuando él se daba cuenta el alimento estaba cubierto de gusanos. La salud de Felipe desmejoró considerablemente. Vivir en una zona con alta concentración de radioactividad le estaba pasando factura, pero él no acusaba

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recibo. Le restaba importancia a la pérdida de cabello, a la debilidad de las uñas y huesos, a los forúnculos que se le formaban en la piel y a la extrema delgadez de su cuerpo. Se sentía solo y nostálgico de las mujeres que lo habían querido y cuidado, especialmente de la madre, quien había fallecido recientemente dejándolo definitivamente solo. La casa, siempre desordenada y desaseada, parecía estar al borde de una zona condenada a la extinción. El sonido atronador de los reactores era una constante, la casa semejaba un monumento a la tristeza y a la soledad; el paso desapercibido del hombre sobre la tierra, el último vestigio de vida entre gases letales y tierra seca. Una tarde de esas, en la que el calor apretaba y el aire acondicionado no funcionaba en una casa destartalada y de ventanas cerradas a cal y canto, Felipe tenía dificultades para respirar. Había faltado al trabajo ese día, cosa rara en él, y se dedicó desde muy temprano a perseguir a su enemiga acérrima. Estaba agotado, le faltaba el aire y se sentía mareado. Antes de caer al piso intentó aplastar a la mosca con todas sus fuerzas, pero el matamoscas solo alcanzó a hacer viento en el vació; ese movimiento en falso lo desequilibró. Felipe lo intentó, pero ya no pudo levantarse. Los ojos enrojecidos miraban el teléfono como si por ese solo hecho fuera a desplazarse hasta él por un acto sobrenatural. El zumbido de la mosca era más audible, se acercaba a él describiendo círculos cada vez más cortos. Él la descubrió y se dedicó a hacer lo único que podía en ese momento: no quitarle los ojos de encima. Felipe pronto perdió la esperanza de levantarse, se sentía muy débil y no podía moverse. La mosca zumbaba sobre su cabeza y él podía ver con claridad el tono verde metálico del lomo y los cientos de ojos que lo observaban. El corazón comenzó a bombear con fuerza, diminutas gotas de sudor se formaron en su frente y poco a poco se deslizaron por sus sienes. Sabía que si la mosca no encontraba resistencia depositaría los huevos en él. Intentó mover una de las manos para espantarla, pero le fue imposible. Quiso gritar para pedir ayuda, aunque la idea resultara descabellada: ¿quién lo oiría?, y el grito quedó en estertor resonando en la garganta.

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La mosca se paró sobre la nariz de Felipe, quien la miraba con terror; con los ojos bizcos para observarla mejor. A su vez, esta lo miraba fijamente, mientras movía las patas traseras como si estuviera haciendo la danza del triunfo. Ese fue el primer lugar en el cual lo picó. La mosca se tomó su tiempo para desovar. Él sintió el piquete, vio con asombro el aguijón de la mosca hundido en su carne, así como los espasmos del vientre del vicho cuando se deshacía de su progenie. Felipe gimió, ahora era cuando deseaba vivir rodeado de vecinos que se preocuparan por saber cómo estaba y cuál era la razón por la cual nadie se lo había cruzado durante todo el día. La mosca continuaba en lo suyo, mirándolo fijamente, moviendo el vientre con espasmos obscenos. Felipe pestañeó, en ese ínterin el bicho desapareció y él notó la protuberancia en la nariz. Cuando sintió el segundo piquete en la mano derecha perdió el conocimiento. Al otro día, cuando los dos hombres vestidos con los trajes protectores entraron a la casa, no esperaban hallar a Felipe convertido en una masa deforme que servía de huésped a millones de huevos. —¡La encontramos! —exclamó uno de ellos, mientras apagaba el aparato rastreador, y el otro se inclinaba maravillado sobre el cuerpo de Felipe, cuya carne comenzaban a rasgarse en algunos tramos para dar paso a gusanos gordos que se deslizaban por lo que le quedaba de piel, o se adherían con fuerza para alimentarse. —Aquí estás, bonita. Te llevaremos de nuevo a casa —susurró, mientras acercaba un tubo de ensayo para atrapar a la mosca que por tanto tiempo había molestado a Felipe, y que ahora permanecía inmóvil sobre uno de sus ojos ciegos. De la boca, abierta en un último gesto de espanto, la primera camada de moscas de una nueva especie radiactiva salía volando con pereza.

▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ Relato cedido por Patricia K. Olivera para el suplemento “Tentáculos y Cuervos”.

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Patricia K. Olivera (Montevideo, Uruguay) Ha colaborado en varias revistas literarias virtuales, afines al género, como miNatura, NM, Axxón,

entre otras. Comparte espacio en

antologías extranjeras como: Memento Móri (Brasil), Cuentos ocultistas (México) y Around de world in more than 80 cifi stories (Alemania).

Es técnica en corrección de estilo, y estudiante de Lingüística y Letras en la Universidad de la República (Udelar).

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Siempre me había dado miedo ese solar. Era una inmensa explanada sin edificar, recubierta por una maleza seca, retorcida y enrevesada que creaba un enorme montículo en su centro; a su alrededor, separados a unos cuantos cientos de metros, unos edificios de viviendas lo rodeaban como si se tratara de un cierre perimetral que el urbanismo de la ciudad hubiera dispuesto intentando encerrar algo que nunca debiera escapar de su interior. Tenía ocho años cuando todo ocurrió. Era un muchacho tímido y rollizo al que le aterraba el mundo que le rodeaba. Tenía dos amigos, Javi y Félix, cada uno a su manera: Félix era el número uno en todo, no sólo porque tuviera capacidad para ello, sino porque su padre estaba metido en la APA de aquellos entonces, y organizaba fiestas y partidos de futbito para el colegio de curas; Javi, por su parte, también era un chaval inteligente y bien parecido, que luego fue el gallo en el gallinero cuando, ya durante su adolescencia, su padre lo preparase para competir en algún certamen de culturismo. Yo sólo era el gordito de la clase. Volvíamos tras las clases de la mañana, paseando junto al solar para almorzar antes de regresar para las de la tarde. El grupo se fragmentaba a la altura del domicilio de Félix, en un suntuoso bloque de viviendas en plena Avenida de la Cruz Roja. Cada uno nos volvíamos a nuestras casas desde allí, Javi al Mamelón, y yo al piso de mis padres junto a la piscina cubierta municipal. Como siempre me fijé en los tonos anaranjados de la maleza seca, las sombras que se extendían más allá de la luz del mediodía en la maraña vegetal, y en cómo la inmensa giba que se dibujaba en el centro de la explanada parecía cobrar vida de manera siniestra. —¡Eh, a ver quién es capaz de acercarse más sin cagarse de miedo! —propuso Javi, señalando el inquietante monte para mi desdicha. Sentí un escalofrío que reptó por mi espalda como una serpiente de hielo. —Me voy a ensuciar la ropa —argüí—, y mi madre se va a enfadar conmigo.

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Los dos se rieron de mi miedo. —¡Eres el más grande de los tres! —apuntó Félix, con la cara llena de pecas y una sonrisa burlona en los labios, mientras señalaba mis robustas carnes con un golpe del mentón—. ¿Cómo un tío tan grande puede tener tanto miedo? Sentí que me encolerizaba. —¡No tengo miedo! —repliqué, no sin cierto enfado. —Pues atrévete —desafió Félix, sin dejar de sonreírme. Tragué saliva. Ya había dado el paso. Ahora no podía volverme atrás, so pena de ser el más cagón de mi grupito de amigos, así que di una primera zancada, apenas un leve movimiento de mi tobillo con el que logré depositar el pie sobre la reseca vegetación, que crujió tétricamente bajo la suela de mi zapato. —¿Eso es todo? —se burló Javi. Di un segundo paso. Y otro. Y otro más. Aquello estaba chupado. Me relajé enseguida, así que empecé a andar de manera relajada hacia el promontorio, pero mi valor se fue diluyendo a medida que me iba acercando. No sé qué tamaño tendría pero, a mis ocho años de entonces, me pareció tan inmenso como el Everest. De pronto algo me detuvo; era una inquietante sensación que me taladraba desde un muro de invisibilidad que no me permitía verla. Tenía la terrible impresión de que, oculto en la oscuridad de aquella maleza pajiza y reseca, había algo observándome, un mal que me aguardaba para hacerse conmigo y acabar con mi vida. Algo chocó contra mi espalda, haciendo que me tambalease y que casi perdiera el equilibrio. Di un respingo y un agudo gritito se escapó por entre mis labios. A mi lado, las figuras de Félix y Javi se materializaron como salidas de la nada. —¡Anda que no tienes miedo! —se burlaron. Me volví furioso, con la respiración entrecortada y el corazón tratando de escapar de mi fofo pecho. Tenían las caras rojas y las lágrimas saltadas en los ojos. Hasta a mí se me contagiaron sus risas a pesar de mi enfado.

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Algo chascó a mi lado, oculto bajo la hierba seca, corriendo a toda velocidad, tratando de alejarse de nosotros. A los pocos instantes, un chillido agudo y prolongado cargado de angustia llenó el aire. —¿Qué… qué ha sido eso? —balbuceé. Javi y Félix miraron la espesura con intriga; finalmente, con un timbre de voz un poco maduro para hacerse el interesante, el primero dijo: —Será una rata. —¿Y por qué ha chillado? —pegunté yo, sin comprender nada, con el miedo en el cuerpo. Los dos se miraron con una sonrisa afilada en el rostro. Antes de que dijera nada, supe que había llegado el momento de asustar un poquito más al gordo del bote. —Será el monstruo que se esconde en la hierba —dijo Félix—. ¿No lo sabías? Negué con la cabeza. Félix afiló aún más su sonrisa, casi relamiéndose como un gato a punto de abatirse sobre un gorrión indefenso. —Pues debes de ser el único en toda la ciudad que no lo conoce. Es un monstruo, nadie sabe cómo es, pero lo que sí se sabe con seguridad es que vive ahí —Y señaló con un dedo el montículo en mitad de la explanada—. Nadie se acerca aquí. No tanto —añadió en tono lúgubre. —Ni siquiera la policía —secundó Javi, en tono fantasmagórico. Félix se rio. —Sí, ni siquiera la policía —continuó—. Por lo que he escuchado, se ha estado alimentando desde hace años a base de mendigos que dormían por aquí. Por eso no se ve a ninguno por esta parte de la ciudad. —Todos desparecen —apuntó el otro. —Nadie ha vivido para contarlo —concluyó Félix, con una siniestra expresión en su pecoso rostro.

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Tomé aire. Todo el que pude. Estaba carcomido por los escalofríos, y trataba de mantener la compostura en mi rostro, que estaba convencido que mostraba una profunda expresión de pánico. —Mentira —dije con voz temblorosa. Javi dio un paso al frente. —¿Ah, sí? —se burló—. Pues a ver si te atreves a llegar a la entrada de la cueva —Y volvió a señalar el promontorio. —¿La entrada de la cueva? —pregunté, con la voz tomada por el miedo. —Debajo de la montaña —continuó—. Hay un boquete con un camino que lleva a la gruta del monstruo. O eso dicen. Hay alguien que dijo una vez que un vagabundo bajó a pasar la noche y nunca salió. —Sólo se escucharon sus gritos —dijo Félix, haciendo los coros del otro. —Mentira —insistí, con voz temblorosa. Los dos dieron un paso a la vez, acorralándome en mitad de aquel descampado. Era incapaz de dejar de temblar, y sentía que mi vejiga estaba a punto de estallar. —Muy bien —dije, tiritando de pavor—. Lo haré. Entraré en la cueva. Los dos rieron divertidos; hasta me aplaudieron, complacidos por mi estupidez, disfrutando de mi miedo. Me di la vuelta. Curiosamente, la hierba estaba aplastada ante mí, formando una especie de camino serpenteante que se iba acercando poco a poco hasta aquel bulto que se elevaba en mitad del solar. Según me iba acercando, se incrementaba mi sensación de intranquilidad. No tardé demasiado en empezar a temblar incontroladamente. Sentí, incluso, las primeras gotas de orina amenazando con manchar la bragueta de mi pantalón si lograban escaparse por mi esfínter. En efecto, al final del camino, había un desnivel que terminaba en una boca o entrada a una gruta. Al principio se adivinaban unas paredes de tierra o barro seco, como si una gigantesca criatura hubiera horadado el suelo para poder acomodar lo que parecía ser un enorme cuerpo que se ocultaba en alguna parte

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bajo la montaña de secos jaramagos que se alzaba ante mí. A los pocos metros, la gruta se oscurecía por completo y no dejaba ver nada a los pocos metros de entrar. —¡Venga! —me chilló Félix, a varios pasos por detrás de mí—. ¡Entra, valiente! Temblando, avancé un poco más. Un hedor infecto manó de las entrañas de la cueva, como un aliento repugnante nacido desde lo más profundo de una bestia a la que no podía ver. De nuevo, la hierba crujió, como si algo se arrastrase. Primero muy despacio, de manera furtiva, antes de hacerlo más rápido al cabo de unos instantes. Escuché algo que pareció un chasquido, y unas cuantas estalactitas de polvo cayeron al suelo desde el techo de la entrada. Algo brilló al fondo, en la oscuridad. Me parecieron dos ojos enormes, grandes como pelotas de baloncesto, y un extraño traqueteo repicó en el manto de tinieblas que cubría el fondo de aquel espacio. Gritando, me di la vuelta y salí corriendo, mientras mis dos amigos se retorcían de risa en el suelo, con las lágrimas saltadas en los ojos, y señalándome con un dedo de reprobación y burla. —¡Menudo cagón! —¡Con lo grande que es, y el miedo que tiene! Y más risas.

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Sin embargo, yo no podía apartar la vista de la boca oscura que se internaba en la tierra como una garganta demoníaca. El hedor no paraba de manar, como si hubiera al fondo del todo algo que se pudría muy lentamente, en una digestión interminable y agónica. Y, al fondo, brillando con malicia y odio en lo más profundo de las tinieblas, lo que fuera me miraba como si fuera un filete dispuesto ante un comensal hambriento. Reculé a cuatro patas, alejándome cuanto pude del umbral, sin sentir las púas que se me clavaban en las palmas de las manos, o ver cómo me ensuciaba de tierra y maleza reseca, llegando a desgarrarme la tela del pantalón sobre mi culo, lo que provocó aún más hilaridad en mis amigos. Sí, lo sé. Siempre he sido muy malo eligiendo amistades. Les escuché hablar, decirme cosas, seguramente burlándose un poco más de mí, pero no les hice caso. Me levanté como pude, me di la vuelta y salí corriendo como un loco y no paré hasta que llegué a mi casa, sucio y sudoroso, sin resuello por el esfuerzo de desplazar mis ochenta kilos a toda velocidad por las calles, sin ni siquiera mirar antes de cruzar de una hacer a otra para alejarme de aquel espanto. Naturalmente, a ver qué le explicaba a mi madre, que lo resolvió todo con una regañina por hacer apuestas estúpidas con mis amigos. A media tarde mi hermano me avisó que Félix me llamaba. —¿Qué? ¿Se te ha pasado ya el susto? —fue lo primero que me soltó apenas me puse al teléfono, cacareándome su desprecio y su burla desde el otro lado de la línea. —¡Vete a la mierda! —le espeté. —¡Niño! —saltó mi madre, que me había escuchado desde la cocina. Siempre tuvo un oído que hubiera sido la envidia de cualquier quiróptero. —¿Te vas a hacer el valiente conmigo? ¿Ahora, después de lo del descampado? —Sus carcajadas casi me dejan sordo—. Bueno, mira una cosa: como somos amigos, te voy a hacer un regalo —Cerré los ojos, pudiendo ver su sonrisa maliciosa, cargada de burla, preparándose para volver a escarnecerme por el

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mero gusto de hacerlo—. Mi hermano Jesús es un mago, y un mago de los poderosos, además. Me reí de él. —¡Venga ya! —No te burles, cobarde —me reprochó—, o te garantizo que lo que vamos a hacer esta noche, en vez de hacerlo para protegernos del monstruo, lo vamos a hacer para que se te lleve a ti. Sabía muy bien que era una persona muy supersticiosa y temerosa… del terror; en aquella época, era incapaz de sentarme a ver una peli de miedo —y eso que estamos hablando de la década de los ochenta, una era muy anterior a los milagros digitales actuales— y, si lo hacía, me ponía a temblar y a llorar patéticamente. —¿Qué quieres? —pregunté, aún sabiendo que no debía. —En el descampado, al caer la noche. No te retrases —Y colgó. Y allí que fui, necio estúpido y obediente que, en su afán por hacer amigos y no estar solo y apartado, hacía lo que fuera, incluyendo ir a un lugar que me causaba más escalofríos de los que podía contar, hacia una experiencia que, seguramente, terminara conmigo desmayado y muerto de miedo. A medida que me acercaba al lugar, las luces de las farolas disminuían a cada paso que daba, como si evitaran por todos los medios estar en ese lugar más allá del crepúsculo, esquivando una presencia maligna que era capaz de terminar hasta con la luz más radiante y pura. Fue fácil saber dónde se encontraban: un torrente luminoso de color ámbar iluminaba la noche como un faro del Infierno guiando a las almas errantes hasta su perdición. Tres cuerpos rodeaban la candela, mientras la madera no cesaba de crepitar y consumirse lamida por las llamas: eran Félix, su hermano mayor Jesús, y Javi. Jesús ya estaba en el instituto. Era un tipo alto y espigado, con cara de zorro y que lo sacaba todo a base de matrículas. También era muy aficionado al esoterismo y a lo oculto. Una de las veces que fui a su casa a jugar, nos enseñó

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un tablero ouija. En aquel entonces no había tenido aún ninguna experiencia con esa magia, así que, en ese momento, no pasé más miedo que el de saber que servía para comunicarse con los muertos. Cuando lo viví en primera persona, conocí una nueva cara del terror, pero esa es otra historia. —Buenas noches —me saludó Jesús, con una expresión siniestra en el rostro que las sombras de las llamas no ayudaban a disminuir. —Hola —balbuceé. —Bueno, ¿listo para la magia? —palmoteó contento Félix, ansioso por empezar. —Em… claro. —Pues demos inicio al ritual —dijo Javi, tendiéndole a Jesús un pliego de tela. El oficiante de sacerdote oscuro desplegó el bulto, y pude ver que se trataba de una casulla de cura; luego, se tapó la cabeza con una capucha, se inclinó sobre el fuego y trasteó algo que había en el suelo junto a sus pies. Cuando se levantó, sus manos estaban sucias de hollín, que se frotó contra la piel de la cara hasta que la convirtió en un oscuro espejo en el que sólo se veían el intenso blanco de las escleróticas y el filo de color rosado de los labios. —Empecemos —anunció. Comenzó a dar vueltas a nuestro alrededor mientras se inclinaba sobre el suelo y derramaba un polvo blancuzco sobre la hierba reseca. Al pasar a mi lado, pude ver que era harina lo que derramaba, dejando una estela pulverulenta que se disipaba con mucha lentitud en la noche. Mientras dibujaba el círculo, iba recitando una extraña letanía. Sentí pánico. Di un paso atrás. —Me voy —dije, con voz entrecortada—. Esto me da miedo. —¡No te muevas! —me gritó Jesús, que estaba detrás de mí en ese momento. Di un salto acompañado de un grito por el terrible susto—. ¡Ni se te ocurra romper el círculo, o te devorarán el alma! Comencé a temblar. —¿Quiénes? —pregunté, aterrado.

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—Los que vienen del Más Allá —se limitó a decir, mientras continuaba trazando el círculo con la harina. —Esto es una invocación —gruñó Javi—. ¿Es que no sabes nada? —Estamos llamando a espíritus poderosos para que acaben con el monstruo — dijo Félix, más allá de las llamas—. Si no seguimos la ceremonia, quedarán libres y devorarán el mundo entero. Sabía que se burlaban de mí, pero el terror que me inspiraba todo aquello era aún mayor que mi capacidad para razonar y desechar la superchería y el miedo. Jesús terminó el círculo sin dejar de pronunciar las extrañas palabras. Se detuvo al otro lado del fuego, flanqueado por su hermano a un lado, y por Javi al otro. Alzó las manos al cielo nocturno mientras sus ojos se ponían en blanco y su voz se iba haciendo cada vez más fuerte. De pronto se hizo el silencio. Volvieron a aparecer las pupilas en su rostro, reflejando las inquietas llamas que nos separaban. —Vale, ahora coged cada uno una rama. Vamos a acercarnos al montículo. Cada uno cogimos tronco ardiente. Yo saqué un tizón humeante que mostraba una tímida llama en su punta que se apagó por un soplo de viento helado. Me estaba dando la vuelta cuando un nuevo grito me sobresaltó: —¡Que tenga llama, imbécil! Me di la vuelta tratando de ver quién me había insultado, pero sólo vi oscuridad y llamas, y unos cuerpos confusos al otro lado del fuego. Enterré mi rama en las brasas hasta que volvió a prender, regresé al promontorio con pasos temblorosos, aturdido por el pavor, y la respiración entrecortada. —Caminad en círculos —ordenó Jesús, a la par que bajaba el brazo y dejaba que la punta de su antorcha rozase el pajizo y seco suelo—. Procurad que se encendienda el pasto. Y volvió a su letanía, mientras caminábamos en círculos. Pude ver cómo mi tea comenzaba a prender los primeros jaramagos, y no tardamos demasiado en obtener un círculo de llamas tímidamente dibujado en la oscuridad de la noche.

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—Ahora el que ha visto a la bestia debe entrar en la cueva y arrojar el primero su llama para crear la barrera que dejará encerrado al monstruo en su prisión mágica por toda la eternidad —proclamó Jesús, deteniendo la procesión y señalando la entrada de la gruta con el ascua que portaba en su mano—. Luego los demás nos uniremos a él para reforzar la barrera. Los miré con expresión aterrada en el rostro. —¿Bajar? —balbuceé—. ¿Yo? Comencé a tiritar de pánico mientras los otros asentían en silencio con una sonrisa de superioridad dibujada en sus rostros pintados de naranja por las llamas. —No —rechacé, dando un paso atrás. —Ahora no te puedes negar —dijo Félix, con voz tan crepitante como el fuego que ardía en la fogata a sus espaldas. —No puedes huir —añadió Javi, con voz sibilante como una serpiente. —Si huyes ahora, el ritual no servirá, los espíritus quedarán libres y te buscarán para devorar tu alma, y el monstruo podrá salir a su antojo cuando quiera —me amenazó Jesús, depositando sobre mis hombros todo el peso de la responsabilidad—. ¿Es eso lo que quieres, puto cobarde? No, no tenía las mejores compañías para un niño de ocho años. Creyendo a pies juntillas cuanto se me decía, me giré y comencé a descender por el irregular camino que algo había creado para poder acceder a la garganta que se hundía con lentitud en la tierra. Coloqué la antorcha delante de mí, tratando de disipar las tinieblas pero, sobre todo, para que me sirviera de arma contra lo que fuera que hubiera allí dentro. Las sombras s fueron disipando, mostrando abruptas paredes de barro y tierra tan secas como la vegetación exterior, como si algo hubiera chupado la vida desde el mismo corazón de las tinieblas oculto en lo más profundo de aquella sima maldita.

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De pronto el camino terminaba en dos enormes formas ovaladas, muy similares a conchas, pero recubiertas de una vegetación fina, de apariencia afilada, como si fueran unas inmensas púas. No había nada más, ni monstruos, ni demonios, ni nada de nada. Me tranquilicé. Al final, sólo era una formación natural recubierta de vegetación seca. Allí no había nadie, tan sólo yo con mi propio miedo. Suspiré aliviado. Me giré para salir cuando un susurro me acarició las orejas en forma de suave corriente de aire, volviendo a hacer que me estremeciera de miedo y que todo mi cuerpo se tensara de golpe. Aquella brisa salida desde más allá del final del camino llevaba mi nombre en una voz que no parecía de este mundo. Me giré muy despacio. Allí no había nadie. Miré las paredes en busca de algún resquicio por el que me pudieran estar hablando los otros desde afuera con el fin de volver a plantar la semilla del terror en mí. Pero no. La gruta era una masa sólida y firme como un túnel de hormigón, sin fisuras ni grietas. Sin embargo, un susurro venido de ninguna parte, casi inaudible pero que se había clavado como un alfiler en mi cerebro, me había llamado por mi nombre. Entonces, ¿de dónde provenía esa voz ultraterrena que me había llamado? Algo se agitó al fondo de la gruta. Muy despacio, como si se desperezara tras un largo sueño. Las formas ovaladas se movieron como los élitros de un insecto para dejar libres las alas antes de volar. Tras las inmensas y espinosas conchas, algo refulgió, unos ojos de un intenso color ónice que destellaron azulados al contacto con la luz de mi tea. Aquel susurro venido del fin del mundo volvió a pronunciar mi nombre. No me paré a ver nada más. Me di la vuelta aullando de pánico y corrí hacia la salida como alma que lleva el Diablo. Al tomar la cuesta ascendente, resbalé y me caí de bruces. La antorcha golpeó el suelo desplegando una cortina de chispas a su alrededor.

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Con dificultad, sintiendo mi cuerpo más pesado que nunca, casi sin aliento y ciego por el miedo, retomé mi fuga. El frío de la noche me lamió la piel. Sólo vi oscuridad. Escuché sus risas. —¡Corred! —logré articular con un sonido que parecía más el bufido de un fuelle que mi propia voz. Las risas se terminaron de golpe. Volví a tropezar, esta vez con una raíz seca del suelo. Caí de costado. Me giré. El promontorio estaba envuelto en llamas, aún tímidas, pero no iba a pasar mucho tiempo antes de que todo quedase envuelto por el fuego y nos quedásemos atrapados en una trampa mortal que nos iba a reducir a cenizas. Sin embargo, se mostraban ignorantes, como si no les importase lo más mínimo lo que estaba sucediendo a su alrededor. —¡Pero si está muerto de miedo! —se burló Jesús, aún cubierto por la capucha y la casulla de sacerdote. Un silbido escapó del interior de la gruta. Los tres se giraron al unísono, con las antorchas iluminando la entrada con sus respectivas antorchas. —Ahí no hay nada —rechazó el más mayor. —No sé —dijo Javi. Pude apreciar un cierto timbre de intranquilidad en su voz. —¡Que no hay nada, copón! —maldijo Jesús, tratando de imponerse al resto por ser el más adulto de todos. —Jesu, hay ahí algo —tiritó Félix. —¡Os ha contagiado el miedo, joder! —Se giró hacia mí y me miró con odio—. ¡Ahí no hay nada, maldito capullo! ¡Todo esto lo hemos hecho para reírnos de ti, puto gordo de mierda! —Puto gordo de mierda —dijo una voz profunda, con un timbre tan suave que pareció de seda. Todos pegamos un brinco en el sitio. Félix y Javi se apartaron de inmediato de la entrada a la cueva, en tanto Jesús se giraba y la iluminaba con su antorcha. En apenas unas fracciones de segundo, emergieron desde las tinieblas dos

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enormes protuberancias terminadas en unas gruesas pinzas córneas, similares a unas grotescas uñas, que atraparon a Jesús. El chico no pudo emitir más que un gemido aspirado y un sonido rasposo mientras era arrastrado a las profundidades del pasaje. Sus manos arañaron con desesperación el suelo tratando inútilmente de huir del horror. Los tres nos quedamos paralizados en el sitio mientras en la noche resonaba un sonido chorreante seguido de un chasquido similar al de la madera al romperse, y una masticación lenta y pesada que le siguió a continuación. Logré incorporarme y acercarme unos pasos hasta quedar a varios metros de la cueva. En el suelo, aún brillaba la tea que había sostenido Jesús, que se iba apagando de manera lenta por el frío nocturno. Cuando me incliné a recogerla, descubrí con espanto un reguero sanguinolento que marcaba la ruta por la que su cuerpo había sido arrastrado antes de desaparecer en la oscuridad. —Vámonos de aquí —logré susurrar a los otros dos, que aún permanecían en un trance tras la espantosa escena que acabábamos de contemplar. —Vale —logró musitar Javi, al cabo de unos segundos, dando un paso atrás. Comenzamos a retroceder, pero Félix permaneció en el sitio. —¿Hermano? —lloraba. —¡Félix! —le llamamos con desesperación, sin atrevernos a avanzar para tirar de él y salir a escape del solar en llamas antes de que fuera demasiado tarde. —Jesu… —¡Vente de una vez! —jadeamos, para que la cosa no nos pudiera escuchar. —Se ha llevado a mi hermano… mis padres me van a matar… Tengo que ir a por él —farfullaba, mientras daba unos pasos al frente. —¡No, no vayas! —le grité. —¡Yo me las piro! —gritó Javi, dándose la vuelta y corriendo hasta perderse en la oscuridad. Me giré un instante antes de que la tierra temblase y algo saliera proyectado a toda velocidad fuera de la gruta. Las llamas habían prendido el promontorio y

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dibujaron una silueta monstruosa, peluda, de complexión musculosa, que se desplazaba apoyándose en unas inmensas patas. —Venís a mi casa –dijo la profunda voz sin abandonar su extraña suavidad al expresarse—. Le prendéis fuego. Jugáis a los magos. Y pretendéis matarme con vuestros ridículos palitos encendidos —No subía el tono ni por un instante, pero la burla implícita en cada palabra resultaba aún más hiriente que todas las putadas que me habían hecho a mí a lo largo de mi corta vida—. Pobres niños tontos e ingenuos. La descomunal araña se alzó sobre Félix un instante antes de inclinarse para que sus ojos estuvieran a muy poca distancia de su rostro. Los quelíceros se agitaron como si se dispusieran a decir algo. —¿Realmente pretendes hacerme daño con eso? —murmuró la bestia, haciendo referencia a la antorcha que aún ardía en la mano del muchacho. Félix no se movió, aterrado hasta los huesos. Yo tampoco. —Lo suponía —dijo la criatura. Los quelíceros se agitaron en el bestial rostro y se abatieron sobre la cabeza de mi amigo, arrancándosela de cuajo. El cuerpo cayó al suelo como un fardo, mientras el cráneo daba vueltas entre unas mandíbulas llenas de finos y aserrados dientes que fueron royendo la carne hasta que sólo quedaron los huesos desnudos, que procedió a triturar de unas poderosas dentelladas. Ya sólo quedaba yo. El monstruo fijó sus ojos en mí. Conté hasta ocho de esas esferas negras, que brillaban como azuladas canicas oscuras. Volvió a pronunciar con su voz de tenor mi nombre. —No sabes elegir a tus amigos. —No —reconocí. De pronto, me di cuenta que ya no tenía miedo. Que todo había desaparecido como el agua sucia por un desagüe. Si tenía que morir, que así fuera, porque ya no temía lo que me viniera encima.

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—Has sido el más tonto, pero no por ello careces de culpa —murmuró, mientras un hilo de seda nacía del inmenso vientre y comenzaba a envolver el cadáver con él dando vueltas sin parar al cuerpo entre sus patas traseras hasta formar un saco viscoso. —¿Entonces? —pregunté. —Vete, o te devoraré a ti también —me dijo, retrocediendo hacia su cueva. Pude ver durante una fracción de segundo la cabeza de Jesús y parte de uno de sus brazos que se agitaban entre los quelíceros—. No doy segundas oportunidades. Y se escabulló en la oscuridad. Me quedé inmóvil bajo el frío manto de la noche, viendo arder la maleza ante mí mientras diminutas chispas incandescentes se elevaban a las alturas, desapareciendo en la nada como plegarias desatendidas. Carraspeé. Traté de tomar aire de nuevo. Mis piernas comenzaron a temblar, o puede que ya llevaran un buen rato así y no lo había notado hasta entonces, quién sabe. Por dentro, había sentido una fractura en mí mismo, una división profunda como una sima: una parte de mí quería darse la vuelta y salir corriendo, como había hecho hacía muy poco rato, cuando descubrí espantado el horrible secreto que albergaban las entrañas del solar; otra parte de mí, por el contrario, quería volver a adentrarse una vez más en la oscuridad y hacer frente al horror, aún a sabiendas de que no iba a sobrevivir. Con las teas aún ardiendo en mis temblorosas manos, sintiendo el sudor enfriarse sobre mi cara, di un paso. El primero de los que me condujeron hacia la mismísima boca del Infierno. Pasé junto al reguero de sangre que los hermanos habían dejado sobre la hierba seca, único rastro que quedaba de sus existencias tras el ataque de la cosa. Llegué a la entrada de la gruta. Las teas iluminaron ambarinas las paredes que la araña había excavado, pero no disiparon las tinieblas del todo, y lo poco que pude ver fue el suelo manchado por los humores de los muertos y las abruptas paredes. Despacio, me interné en la boca de la guarida y seguí el rastro que había dejado para mí el macabro festín. Al cabo de unos pocos pasos me di cuenta que

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acababa de rebasar el punto en el que el monstruo me había esperado agazapado y donde lo vi por primera vez. La excavación se internaba muy lentamente en la tierra, girando de cuando en cuando, creando curvas en las que el aire se iba viciando cada vez más, y en los que las llamas se debilitaban muy despacio. Sudé de manera aún más copiosa, consciente de que era muy probable que la única fuente de luz de la que disponía estaba a punto de extinguirse, dejándome sumido en las tinieblas y a merced de la criatura. —No te rindes, ¿eh? —La voz de barítono apareció desde alguna parte que no pude ubicar—. Eso me gusta: el cobarde reconvertido en héroe. —No soy… —repliqué, con voz temblorosa. Interiormente, pensé que lo que iba a decir no me lo creía ni yo. Sin embargo, la cosa en la oscuridad no me dejó terminar mi frase. —¿Cobarde? Por supuesto que sí, rechonchete querido. Toda la raza humana lo es desde el albor de los tiempos, y te lo dice alguien que los ha visto crecer y desarrollarse desde que no eran más que unos ridículos homínidos. Pero es cierto que el atractivo de la muerte puede ser algo verdaderamente… adictivo. Me sobresalté. Había podido seguir la voz en la penumbra, agitando las teas en el aire para acercarme con cuidado al lugar del que creía que procedía, pero esa última palabra, adictivo, se había pronunciado desde un ángulo distinto. Se había movido. En apenas una fracción de segundo. ¿Cómo era posible? El túnel era muy cerrado, y aquella cosa era descomunal, mucho más alta que un adulto erguido, aunque yo había ido rozando el techo casi todo el tiempo con la cabeza. En mi imaginación dibujé la viñeta en la que el arácnido se iba replegando sobre sí mismo hasta formar una especie de proyectil que horadaba el suelo para crear su refugio. Era lo único que se me ocurrió.

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Entonces reparé en cómo podía entrar y salir del túnel: ¿avanzaba adelante y atrás con la mirada fija en la salida, o había creado algún giro desde el que poder darse la vuelta? Una corriente de aire me acarició la cara y estremeció las llamas en los extremos de mis antorchas. No tardé demasiado en darme cuenta, horrorizado, que me encontraba en un cubículo, una inmensa cámara subterránea en la que me encontraba perdido. Había descendido tanto en la oscuridad que no tenía ni idea de dónde estaba ni a cuánta profundidad me encontraba. Algo goteó a mi lado. Las luces de las teas iluminaron un cuerpo pequeño y de apariencia resbaladiza que se precipitaba desde el techo al suelo, donde se fue formando poco a poco un charco brillante y oscuro de olor metálico. Casi sin atreverme a hacerlo, alcé una de las llameantes brasas al techo. Cuando quise darme cuenta, tenía el brazo completamente extendido, con la tea vibrando en mi mano, pero las tinieblas no se disipaban, como si formasen una densa niebla que ninguna luz podía atravesar. A mis pies, el goteo continuaba incesante. Alargué el otro brazo, pero esta vez en paralelo al suelo, y una vez más pude ver que mi brazo se estiraba en toda su longitud, pero la tenue luz de la rama que ardía en mi mano me mostró una pared redondeada y algo de suelo a unos tres metros de donde me encontraba. Una especie de cortina se agitó a la luz, reclamando mi atención. Apunté con las llamas en esa dirección. Una brisa salida de no sabía donde agitaba algo parecido a un retal de tela sucia y rota, aunque de apariencia sedosa, que iba enredando y creando una forma caprichosa junto a otros vestigios similares, ascendiendo hacia el techo hasta que se perdía en la penumbra. Un bulto se agitó sobre el suelo, pendiendo de una cuerda de la que no veía su extremo por ninguna parte. El objeto me recordó a las momias egipcias que habían salido alguna que otra vez en los documentales de la televisión. Supe de inmediato dónde me encontraba: la cámara debía ser enorme, porque estaba descubriendo, aterrado, que estaba en la despensa del monstruo.

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Algo cayó a mi lado con un ruido sordo, rebotando en la oscuridad como si fuera una cascara de nuez vacía. Agité los brazos hasta que un desello de luz hizo el oscuro boceto de lo que me pareció que era una calavera sanguinolenta. —Bienvenido a mi mundo, pequeño —se burló la voz profunda—. Antes te di la oportunidad, pero la has desaprovechado. Y, como te dije antes, no concedo segundas oportunidades. Supe instintivamente que me iba a devorar, por lo que busqué de inmediato la salida de aquel lugar. Cada vez que agitaba mis brazos, las teas emitían un sonido, como de frufrú, un susurro que iba apagando sus llamas cada vez más rápido. —Es curioso —continuó el ser, cambiando de lugar en un segundo y sin hacer más ruido que el de su voz al hablar—. Me gusta la carne de niño. Es más tierna y jugosa, y las enfermedades no han atacado sus células como en los adultos, que saben peor. —¿Dónde está la salida? —gimoteé. —Hoy tengo un banquete por vuestra propia estupidez —gruñó. Algo brilló en el suelo. Detuve el paso de las antorchas y descubrí el reguero de sangre que los hermanos habían dejado en el suelo al paso de la araña al ocultarse en su guarida. Tenía que seguirlo, era mi ovillo de lana en el dédalo del minotauro. Encorvado sobre el rastro, comencé a correr todo lo rápido que pude en busca de la salida. La voz me detuvo en seco. —¿Dónde te crees que vas, mocoso? Un aliento pestilente me azotó de lleno el rostro. El monstruo estaba justo enfrente de mí. Pudo escuchar sus quelíceros agitándose y entrechocando, nerviosos por echar mano a mi carne y pinzar mi cabeza para arrancármela de cuajo como había hecho con la de Félix. Un cuerpo sanguinolento cayó desde la penumbra por encima de mi cabeza, aterrizando a mis pies. La cabeza masticada de Jesús, junto con parte de un

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hombro y lo que quedaba de un brazo aparecieron con espantosa nitidez ante las inquietas luces de las teas. Estaba justo sobre mí. Mi vejiga se llenó de orina, y un incómodo aguijón me pinchó con insistencia. La orina me decía que iba a salir, sí o sí. El pensamiento de que iba a morir anidó en mi mente y, no sé aún por qué, esa certeza hizo que me invadieras una intensa sensación de paz. —Te contaré un secreto: hay una salida, aparte de la que buscas. Está arriba, muy por encima de tu cabecita. He creado un falso techo con mi tela, cubierto de jaramagos y maleza seca. Es prácticamente invisible al ojo humano. No te creerías la cantidad de mendigos y de despistados que he ido cazando a lo largo de los años. Si te pudiera enseñar mi despensa, te quedarías perplejo ante mis reservas alimenticias. Pero eso es algo que no pienso hacer, claro. Me di por muerto. Un susurro se alzó desde el techo y, sorprendentemente, la cámara se llenó de una luz intensa, primero en la forma de un blanco fogonazo, luego adquirió el tono ambarino de las llamas. La bóveda estalló en un mar de llamas que se extendieron por doquier con gran rapidez. La araña apareció ante mis ojos; un cuerpo enorme, hirsuto, de largas y musculadas patas que parecían estar recubiertas por placas de metal forradas de pinchos. Los ojos negros del monstruo emitieron un destello azulado cargado de odio, mientras se giraba, suspendida en el aire por un grueso cordón de seda que ascendía hasta llegar a la cúpula, donde se encontraba adosado. El laberinto de telarañas que el monstruo había ido tejiendo a lo largo de quién sabe cuántos años se había prendido y el fuego se extendía por las paredes de la cámara como si alguien la hubiera rociado con gasolina. Un crujido sobre mi cabeza hizo que me fijase en una estructura redondeada de borde irregular que se iba desprendiendo poco a poco hacia el interior del cubículo. Era la tapadera de la madriguera de la que me había hablado la bestia. Al prender el promontorio desde fuera, el fuego había ascendido hasta cubrir por

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completo el pasto seco, y ahora estaba adentrándose en la cueva, devorando todo cuanto se ponía a su alcance. Curioso que nuestra propia ignorancia fuera el motor de mi salvación. Vi los cuerpos envueltos en sus sudarios de seda que comenzaban a prenderse. Algunos se fueron consumiendo muy lentamente, pero otros se agitaron con violencia, y de unos pocos se escaparon gritos y lamentos de dolor, con sus víctimas quemándose vivas en el interior de unas prisiones de las que no podrían escapar. La araña se giró y me miró fijamente. Las pinzas se agitaron sobre su dentada boca, chascando de ira. Los oscuros ojos brillaron con furia. —¿Qué has hecho, mequetrefe? —rugió—. Pensaba ser benevolente contigo, pero te haré padecer una muerte muy lenta y dolorosa. Succionaré tus jugos despacio hasta que me supliques morir, pequeño bastardo. Se escuchó un poderoso estruendo en el cielo de la bóveda. La tapadera ya había cedido al fuego, y una inmensa masa incandescente se precipitó sobre los dos; al mismo tiempo, un restallido, como el del látigo de un domador, resonó por entre el murmullo del fuego y los gritos de los moribundos, anunciando que el fuego había lamido el cordón con el que la bestia se sostenía al techo, quemándolo y haciendo que se precipitara al vacío. La criatura cayó ante mí formando un gran ruido y quedó panza arriba, con su peludo y repugnante vientre ante mí. Pataleó con sus extremidades intentando volver a recuperar su posición normal cuanto antes, pero se le vino encima la tapa de su propia trampa, abatiéndose como una red incandescente bajo la que quedó atrapada lanzando agudos chillidos. No miré más. Todo ardía, envuelto en llamas. Los gritos de los agonizantes me machacaban los oídos, y tantas emociones y cosas que escapaban a toda lógica atacaban mi mente como un martillo el yunque en la fragua. Sin más, me giré y salí corriendo a toda velocidad, mientras el túnel se llenaba cada vez más de humo y hollín, sacando el aire de mis pulmones. Por un

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momento creí que me iba a desmayar. A mis espaldas, el rugido furioso de una voz que ya no era tan amable ni seductora, sino que anunciaba muerte y destrucción a su paso. —¡Vuelve, maldito bastardo! El humo se disipó ante un fulgor rojizo que nacía a mis espaldas. Pude escuchar el sonido de las llamas rompiendo el aire, y cómo un cuerpo inmenso y macizo chocaba, destrozándolo todo a su paso. Venía a por mí. Me di la vuelta, mientras trataba de incorporarme. Algo empujaba el humo con la fuerza de un ariete. De manera instintiva, extendí uno de los brazos con la humeante antorcha en la mano justo en el momento en que los quelíceros aparecieron por entre la densa niebla de hollín. Las mandíbulas chascaron en el aire mientras las pinzas trataban de prenderme. La punta incandescente del palo se hundió como una lanza en uno de aquellos ojos negros de reflejos azulados. Se escuchó un siseo y luego se produjo un estallido. Los humores se derramaron sobre el peludo rostro de la bestia, que aulló de dolor mientras agitaba la cabeza de un lado a otro tratando de arrancarse la astilla. Con un chasquido, la tea se partió, quedando su punta astilla incrustada dentro de la cuenca del monstruo, que me miró con un odio infinito con los restantes ojos. —¡Te mataré, pequeño hijo de puta! —prometió con voz ronca. Tiré el palo, ya inútil, a un lado, mientras me daba la vuelta y corría en pos de la salida alumbrándome con la otra llama, cada vez más agonizante por la falta de oxígeno en el túnel. Sentía el humo reptando por mis pulmones, consumiendo mi respiración de manera lenta e incansable, haciendo que mis piernas temblasen de debilidad, y que se me nublase la vista. De pronto la llama vibró y se reanimó, iluminando con más fuerza, mientras una ráfaga de aire fresco me golpeaba en la cara. Inspiré con fuerza y me tragué la bocanada de aire fresco que me ofrecía la salvación. Tropecé a ciegas, y di

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algunos pasos dando tumbos antes de caer de rodillas en el suelo, tosiendo y boqueando como un pez, a la vez que trataba de recuperarme. Me mareé, y una intensa sensación de vértigo me hizo temblar de pies a cabeza. Giré despacio la cabeza, viendo una imagen nebulosa en la que se agitaban las llamas que escupía la boca de la cueva junto con una inmensa columna de humo que ascendía al cielo nocturno. —¡Bastardo! —me llamó una voz iracunda por entre las lenguas de fuego. El descomunal cuerpo de la araña apareció envuelto en un crepitante fuego que devoraba despacio los gruesos y erizados pelos que lo cubrían. Los quelíceros del monstruo se hundían en el suelo para ayudarse en el desplazamiento, pero sólo pude ver una pata y la cabeza, mientras el resto permanecía oculto dentro de la gruta, envuelto en brasas y la humareda que vomitaba la guarida, que emitía un pestilente hedor mientras se iba consumiendo, carbonizándose vivo. —¡No te escaparás de mí, pequeño cabrón! —aullaba—. ¡Juro que te atraparé y te devoraré mientras aún estás vivo y consciente para que sepas de verdad lo que es el dolor, gordo de mierda! El suelo retumbó bajo mis pies. Algo crujió y la tierra reseca se resquebrajó. Por entre las grietas ascendieron surtidores de humo negro. La araña se debatió intentando escapar, como si se hubiera quedado atorada en la boca de la cueva, y su pesadísimo corpachón no pudiera moverse en ninguna dirección. Las llamas se extendían por el solar en todas direcciones, quedando apenas libre el caminito que habíamos seguido para llegar hasta el promontorio bajo el que se había permanecido oculta la trampa mortal de la cazadora. No iba a quedarme más tiempo. El suelo temblaba cada vez más, y una nube de vapores tóxicos se iba haciendo cada vez más densa, ganando altura por momentos, pasando de cubrir mis tobillos a alcanzarme ya las rodillas. Estaba a punto de dar la primera zancada de la definitiva carrera de mi vida cuando algo me atrapó el pie y me derribó. Me vi envuelto por una nube pestilente que impedía que me llegara aire fresco a los pulmones. Me giré, contemplando con espanto que la araña me había agarrado repugnante garra de su pata,

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arrastrándome hacia la boca llena de dientes que no cesaban de chascar, impacientes por devorarme. —¡Te lo dije, hijo de puta! —me maldijo, saboreando su triunfo. Instintivamente, alcé la tea que me quedaba por encima de la cabeza, y la hundí con fuerza en la oscura lengua que asomaba por entre las mandíbulas. Los quelíceros se agitaron furiosos, golpeando el aire sin encontrar nada, mientras reculaba a cuatro patas y me alejaba tosiendo de la bestia. La tea quedó clavada en la carne de su boca mientras las pinzas trataba con desesperación de retirarla sin conseguirlo. Logré incorporarme y sacar la cabeza por encima de la niebla tóxica, corriendo con torpes zancadas mientras me alejaba de aquella locura. —¡Te encontraré! —pude escuchar aullar a la bestia—. ¡Juro que te encontraré y terminaremos lo de esta noche, maldito hijo de puta! Escuchó un terrible crujido. El suelo cedió y algunos fragmentos fueron aspirados hacia las entrañas de la tierra mientras un agudo silbido emergía desde sus profundidades. Sin mirar atrás, redoblé mis esfuerzos hasta llegar a la acera, sintiéndome seguro sobre el asfalto y el cemento. Me giré, contemplando estupefacto que el solar se había desplomado sobre la oquedad de la guarida, quedando ahora un inmenso socavón incandescente que iluminaba el cielo con tonos ambarinos mientras vomitaba sus efluvios a la noche. Por entre el estruendo del colapso, aún pude escuchar resonando los terribles bramidos del monstruo clamando venganza. Con los ojos llenos de lágrimas, me di la vuelta y corrí sin parar hasta llegar a mi casa, al sitio en el que me sentía más seguro en el mundo. Mi madre me riñó como no lo había hecho nunca, convertida en un basilisco al verme sucio de polvo y hollín, y con la ropa hecha pedazos. Tras un buen baño y una opípara cena, la cosa no trascendió a más. Al día siguiente, la noticia del incendio llenó los medios. Se hablaba de toda una necrópolis que se había encontrado en sus túneles, seguramente una ciudad de mendigos en la que los indigentes se ocultaban de las miradas de los demás para vivir sus vidas, dado que el mundo había decidido ignorarlos por completo.

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Hubo muchísimas teorías al respecto, pero ninguna cierta. Félix y Jesús fueron declarados desaparecidos. La policía nos interrogó porque Javi y yo éramos sus amigos, y nos movíamos siempre juntos, pero no llegaron a nada, y el caso se fue enfriando hasta que todos lo olvidaron. No apareció el cuerpo del monstruo por ninguna parte y, por supuesto, no hubo referencia alguna al respecto en los informativos, desaparecido por completo, tragado por las llamas. Javi y yo dejamos de ser amigos. Me volví más introvertido, volcado en mis estudios y en dejar de ser el gordito; él, por el contrario, se volvió aún más vanidoso y egoísta, y se empezó a preparar para concursos de culturismo llegado a la pubertad. Fue campeón de Andalucía de no sé qué federación, y hasta salió en varias revistas. Ahora es el dueño de una franquicia de gimnasios con los que está ganando una pasta. Yo, por mi parte, me convertí en profesor de literatura y, en mi tiempo libre, me ofrezco como investigador paranormal, con lo que he ganado algún dinero, pero que me ha permitido entrar en contacto con fenómenos asombrosos e inexplicables. Aún sueño con la araña, y sé que no va a tardar mucho en cumplir su promesa. Hace algunas semanas me llamó Javi. De alguna manera había logrado obtener mi número, y me dijo de quedar. Lo vi asustado, pero lo único que me contó fue que se había encontrado su coche cubierto de una extraña pelusa, como una gigantesca tela de araña y que, no hace mucho, al entrar en su casa, pudo oler una repugnante pestilencia, como algo podrido que se estuviera quemando. Ese mismo día escuché su risa en el aire, como si la maldita cosa pudiera seguir viva aún; casi pude sentir se pútrida esencia a mi alrededor, rodeándome para que no me pueda escapar esta vez. Ahora no tengo ocho años, sino cuarenta, y no tengo el miedo de entonces. He pasado muchos años preparándome para este momento, y sé que, si tengo que morir, estaré listo para partir.

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He llamado a Javi hace unos minutos, pero no me ha respondido. Hay un extraño viento esta noche, como salido de la boca del Infierno, y me ha traído de regalo ese hedor a carne putrefacta chamuscada y a gritos de horror del ayer. Ya se acerca. Será esta noche. No, no será muy tarde. Ya viene

▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬ Relato cedido por Javier Lobo para el suplemento “Tentáculos y Cuervos”.

Javier Lobo Javier Lobo es el pseudónimo tras el que se oculta un escritor andaluz residente en Sevilla. A lo largo de su aventura bloguera ha recibido numerosos premios por parte de otros autores de la Blogosfera, y ha llegado a tener su propio programa de radio, “El Brillo de la Tinta”, en

la

emisora

digital

Epika

Dial

(http://www.epikadial.com/).

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