Mundo Desconocido #10

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Sus plegarias ayudaré n al alma a encontrar el camino del descanso eterno.

dedica unas palabras de despedida, de dolor quizá, al ausente, sus manos se mueven según rito preestablecido, la diminuto ofrenda es lanzada a las llamas. Nadie llora, nadie descompone el gesto.

Huesos calcinados Finalmente las llamas consiguen su objetivo de traspasar toda la fuerte armazón de madera. El ataud cae a tierra. Los sacerdotes se afanan sobre las cenizas. Hay que buscar entre los restos calcinaods, los huesos del difunto. La práctica y quiza el instinto facilitan su misión. Unos pocos huesos van a parar a una vasija. Comienzan así la segunda parte de la ceremonia. La vasija es depositada en el bandeo En el o'lro extremo, sobre la plataforma cubierta una mujer completamente comienza a vestirse con gestos rituales. Su cuerpo envuelto en un sarong blanco, una chaqueta granate bordada, gran sobrero del mismo color. Sus manos se 48

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llenan de anillos y su cuello "de ab"alorios. Es una hermosa mujer. Desde niña ha sido consagrada a este trato con los dioses. Al contrario de los sacerdotes varones, ella ha debido mantenerse virgen. Son sus rezos los que facilitan el tránsito de la vida a la muerte. El sonido de una campanita avisa el comienzo de la oración, canta o salmonia preces, vierte aceites y ofrece pequeñas flores. El galemán suena lentamente. Todos los presentes se mantiene arrodillados o sentados. Ninguna cabeza puede estar más alta que la del oficiante y nadie debe cruzar el camino que separa el oficiante de la torre de la muerte con las cenizas del difunto. La ceremonia se prolonga; todos se unen a los rezos; hasta los niños hacen pequeñas ofrendas de flores y granos de arroz. Está oscureciendo. Las almas de los muertos se marchan al país del descanso eterno.

Camino del mar Comienza entonces otra peregrinación, sobre el bade se dispone la vasija con los restos calcinados. Una de las sombrillas rituales la protegerá de todo peligro. Cine, doscientas personas, se unen a la comitiva. Los músicos marcan el rápido ritmo de marcha. Se cruzan las calles tranquilas de un pueblo. Se ha hecho completamente de noche. Por fin, el mar. La familia y los amigos se unen en la orilla, unas plegarias muy breves, unas frases de despedida. Un joven de la familia, acompañado por los sacerdotes comienza a caminar mar adentro. La marea está baja y es preciso avanzar bastante. Cuando calcula que no hay riesgo de que los huesos sean devueltos a la playa, los arroja al mar. Todo ha terminado. Los amigos y la familia se despiden. Todos esperan que cuando llegue el momento de su muerte, la ceremonia sea cuando menos c amo ésta. Esperan y confían porque desde hace muchos siglos los dioses protegen Bali.

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