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Historia de vida

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RESCATADO DE LA CÁRCEL

Involucrado en la delincuencia, el pandillaje y la drogadicción a una corta edad, Agustín cayó preso acusado de un grave delito que lo llevó a pasar el resto de su vida en una cárcel de alta seguridad. En la oscuridad de su celda, suplicó una nueva oportunidad y conoció el poder del Dios.

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ARRODILLADO EN SU CELDA, en el municipio de Mazatepe, en Nicaragua, llorando a mares, Agustín Aguilar Rivera, alias “El yunta”, imploró a Dios para que pudiera ayudarlo en el juicio que estaba por comenzar. No le importaban las mofas de los otros reclusos, solo buscaba librarse de la condena que estaban a punto de aplicarle. Recordó las varias veces que Dios, de una manera u otra, le extendió una invitación para entregar su vida. Pero, el desenfreno de su juventud, las malas juntas y las largas horas de droga y alcohol, le hicieron rechazar la invitación. Pensaba que iba a pasar largos años en la cárcel, en la soledad y la podredumbre de una celda. Era muy joven para terminar su vida en el reclusorio; sabía que el delito que había cometido era grave y era poco probable que saliera absuelto, pero, también, entendió que Dios en su infinita misericordia podría librarlo de la prisión. Para intimidarlo más, los policías le lanzaban frases desalentadoras y preocupantes cada vez que pasaban cerca de él. “Te vas a quedar en prisión”, “Hay muchos presos que te quieren conocer”, “Estás en grave peligro”, le decían. Esas frases dañaban su esperanza. Era consciente de que el delito que cometió era la consecuencia de una serie de malas acciones en las que venía incurriendo desde su adolescencia y que, tarde o temprano, le pasaría factura. Entre las cuatro paredes de su celda recordaba con amargura su triste pasado.

Dura infancia

Agustín Aguilar Rivera sufrió los maltratos y el desprecio de su padre casi desde que nació. Era el último de ocho hermanos y pasó momentos de mucho dolor a causa del desdén paterno. La pequeña casa donde residían, en el municipio de Malpaisillo, departamento de León, en Nicaragua, solo tenía dos habitaciones, uno para los ocho hijos y el otro para la pareja, que servía, también, como sala, comedor y cocina. Desde pequeño comenzó a trabajar en el campo de la mano de su padre; mientras sus amigos del barrio salían a jugar en los parques, él afilaba un machete para cortar la ciega. En su inocencia, no le importaba trabajar por ver feliz a su madre Juana Catalina. A los pocos meses de apoyar en el campo, fue testigo de un suceso que marcaría su vida por completo; al regresar a casa vio como su padre perseguía a su mamá con un machete en la mano con la intención de matarla; se llenó de miedo y empezó a pedir auxilio. Alarmados por el hecho, los vecinos salieron para ocultar a la madre e intentaron calmar al furibundo padre; ese terrible pasaje marcó su vida futura. Sus padres decidieron separarse por completo. La madre no toleraría más maltratos y se fue a vivir junto a sus ocho hijos al pueblo de Santa Pancha. Sin el respaldo económico de su progenitor, Agustín comenzó a vender en las calles tortillas preparadas por su madre. El trabajo era arduo y solo tenía algunas horas para poder repasar las lecciones de la escuela. Tuvo el deseo de ser alguien en la vida, pero sus intenciones quedaron truncas cuando conoció a las malas amistades.

Primer llamado

A los nueve años, fue, junto a su madre, a visitar a su hermana mayor que vivía en el municipio de Niquinohomo; el lugar era diferente a los pueblos donde había estado y anheló quedarse a vivir en busca de un futuro mejor. Recorrió las calles del municipio, las grandes fincas y encontró un letrero que solicitaba un peón para trabajar en una casa. No lo dudo dos veces y tocó la puerta, sin imaginar que Dios

Sus padres decidieron separarse por completo. La madre no toleraría más maltratos y se fue a vivir junto a sus ocho hijos al pueblo de Santa Pancha. Sin el respaldo económico de su progenitor, Agustín comenzó a vender en las calles tortillas preparadas por su madre.

hablaría a su vida. El dueño de la finca, era un pastor evangélico. Agustín se sorprendió por el trato del pastor y aceptó inmediatamente el puesto. El trabajo era duro, pero se sentía raro cuando observaba que, en la mesa principal, antes de desayunar o almorzar, inclinaban su rostro para orar. Un día, el pastor le invitó a su iglesia para que pueda conocer de la Palabra de Dios; aceptó gustosamente. Durante el servicio sintió el llamado de Jesús para con su vida y pasó al altar a entregar su corazón. Desde ese momento, se sintió feliz, en paz consigo mismo; el pastor al enterarse de la gran noticia decidió apoyarle con educación y trabajo. Parecía que su futuro iba a ser prometedor. Sin embargo, al enterarse de la decisión, la madre se montó en ira, rechazó la decisión y le prohibió que siguiera trabajando en aquel lugar.

Desenfreno total

Sin el respaldo de su madre en la búsqueda de Dios, retornó al municipio de Santa Pancha. Estaba desanimado, sin ganas de estudiar y ejercer algún oficio. Sintió que había perdido la oportunidad de su vida de ser alguien profesional y sobretodo ser instruido en las cosas de Dios. A los pocos meses, huyó de su casa para probar suerte en la vida. Dejó en su cama una sentida carta y un reclamo a su madre por no haberle dejado servir a Dios. Agustín Aguilar Rivera encontró trabajo en varios lugares, pero, al mismo tiempo, también se rodeó de gente mala, desenfrenada y dedicada

al bajo mundo de la droga y el alcohol. Con tan solo trece años, inició una etapa de perdición. Se olvidó por completo de Dios y siguió en malos pasos. Solo de vez en cuando visitaba a su mamá, pero era para recriminarle porque no le dejó ser alguien en la vida. Juana Catalina se lamentaba de no haber aceptado que Agustín siguiera los pasos de Dios y de provocar que iniciara un camino errado. A los quince años, el adolescente encontró trabajo en una casa de monjas, quienes le agarraron mucho cariño y le querían ayudar a cambiar su vida. Pero, él no aceptaba y seguía transitando por caminos pecaminosos. Un año más tarde se mudó a Managua, capital de Nicaragua. Es en ese lugar donde se convirtió en ladrón de autopartes. Empezó a consumir alcohol y drogas diariamente. Perdía la noción del tiempo y se involucraba fácilmente en riñas entre bandas rivales. Al llegar a la mayoría de edad, conocería aún más el bajo mundo de la delincuencia y el robo. Cierto día, mientras se dirigía a una fiesta con un primo, se vio envuelto en una trifulca entre jóvenes que se encontraban libando alcohol; alrededor de doce chicos se abalanzaron contra ellos y en su desesperación por escapar, atacó a uno de los jóvenes y le causó graves lecciones. La policía intervino y capturó a Agustín que fue a parar a una prisión mientras, el herido permanecía en el hospital entre la vida y la muerte.

Dios de oportunidades

La cadena de malas acciones lo habían llevado a la cárcel y posiblemente permanecería muchos años en una celda. Es en el encierro que rememorando todo lo malo que hizo, recordó, también, la vez que Dios tocó su corazón y decidió buscarlo nuevamente. Las oraciones dieron el resultado que esperaba. Dios obró para que el joven atacado saliera bien del tratamiento al que fue sometido y se salvó. Lo que parecía ser una sentencia a largo plazo, se convirtió en un corto periodo de encierro y posterior libertad. Cuando Agustín salió de la cárcel, se desentendió de la promesa a Dios de servirle y volvió a las andanzas, pero por poco tiempo. Sin embargo, reaccionó a tiempo. Pasó alrededor de dos años, para que un 25 de diciembre de 1996 entregara por completo su vida a Jesucristo. Asistió a una iglesia cerca de donde vivía y pidió al pastor que ore por él.

Llamado al servicio

pleto. Se bautizó y salió a predicar por varios pueblos, abriendo centros de adoración y culto. Años más tarde, se unió en matrimonio con la hermana Ivania Lizeth Bonilla y juntos empezaron a servir más al Señor. Perteneció a un concilio evangélico, pero le pidió a Dios que lo dirija hacia un nuevo lugar donde se predique la sana doctrina. Es por el año 2006, que Dios le hizo conocer Bethel Televisión y escuchar los mensajes de salvación. Bastó poco tiempo para que, junto con su esposa y toda la congregación, se uniera a las filas del Movimiento Misionero Mundial. En la actualidad, Agustín Aguilar Rivera forma parte de la Oficialidad Nacional del MMM en El Salvador y trabaja con su esposa y sus dos hijos en la viña del Señor.

- Dios me rescató de la condena, para servirle con amor y a tiempo completo- afirma ahora.

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