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DEVOCIONAL

“Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó, diciendo: Levántate y come, porque largo camino te resta”. 1 Reyes 19:7

Rev. Carlos Guerra

TIENES MUCHO QUE HACER

Después del rey Salomón, existieron varios reyes que ascendieron al trono, todos eran malos, impíos, malvados, mundanos, idólatras, flojos, blandengues, borrachos, humanistas, gnósticos; ni uno de ellos fue bueno, tanto así que el epitafio de sus lápidas decía: “Hicieron lo malo ante los ojos de Jehová”. Entre ellos estaba Jeroboam. “Y dijo Jeroboam en su corazón: Ahora se volverá el reino a la casa de David, si este pueblo subiere a ofrecer sacrificios en la casa de Jehová en Jerusalén; porque el corazón de este pueblo se volverá a su señor Roboam rey de Judá, y me matarán a mí, y se volverán a Roboam rey de Judá. Y habiendo tenido consejo, hizo el rey dos becerros de oro, y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto… Y esto fue causa de pecado… Hizo también casas sobre los lugares altos, e hizo sacerdotes de entre el pueblo, que no eran de los hijos de Leví” (1 R. 12:26-31). Este hecho marcó el inicio de la apostasía, que comienza con la corrupción del sacerdocio y ministros puestos por el hombre.

Habían transcurrido 58 años desde que se dividió el reino, nunca antes Israel había caído en una condición tan paupérrima como en ese momento, era la época más oscura de la historia de Israel. Para ese entonces Dios levantó al profeta Elías en medio de una apostasía terrible.

Después de Jeroboam, reinó su hijo Nadab por espacio de dos años; luego apareció Baasa, quien asesinó al rey Nadab y reinó veinticuatro años; posteriormente reinó un borracho llamado Ela, fue asesinado por Zimri, uno de los comandantes de su ejército; luego Zimri, militar conspirador que no duró mucho en el reino, apenas siete días, pues fue sitiado por Omri, general del ejército, y cuando vio que estaba encerrado completamente, se suicidó.

Luego reinó Omri y actuó peor de los que habían reinado antes de él. Fíjese, tenemos una lista de mentirosos, suicidas, conspiradores, borrachos y para rematar viene el hijo de Omri: Acab.

Acab fue el más pecador de todos: asesino, vil, pagano, malvado, idólatra y embustero; se casó con Jezabel, hija de un rey pagano, y descaradamente comenzó a adorar a Baal, y la adoración que se hacía a Jehová, desapareció; la adoración santa, reverente y ungida se fue contaminando con el desenfreno, con ritmos sensuales, humanistas. Los sacerdotes de Baal comenzaron a crecer y a formar congregaciones. El baalismo se puso de moda, con la nueva doctrina, nueva música,

nuevo ritmo, nueva alabanza, nuevos métodos. Pero lo que más indigna es que, entre las cosas que enseñaban, mencionaban que Jehová había muerto y con Él murieron sus leyes, su música y sus ministros.

Pero en medio de esta inmoralidad, apostasía, mundanalidad y herejía; cuando parecía que la luz se había extinguido, el diablo tenía el control de todo y se había salido con la suya; en medio de todo esto aparece un ungido; desconocido para los hombres, pero conocido en el Cielo; no se sabe el nombre de sus padres, pero era un escogido de Jehová, este era Elías tisbita, que significa: “El Señor es mi Dios”, su nombre nos habla de la profunda convicción que este hombre tenía. Un desconocido, un hombre del que no se sabe dónde estaba su morada, rudo, curtido por la vida, acostumbrado a vivir en soledad; aparece en escena, con un mensaje diferente al de la mayoría, diferente al de Baal; sin mucha retórica, sin elocuencia humana, porque no buscaba caerle bien a nadie; un hombre sencillo, con un mensaje que no era muy popular, que iba a incomodar al rey Acab y a la reina Jezabel, que iba a ser que los ministros de Baal crujieran los dientes. Un ministerio poderoso, un ministerio para despertar al pueblo de la mundanalidad, de la idolatría, de la indiferencia, de la apostasía; un ministerio que los hiciera volver al camino de santidad. Dios no levantó a Elías para ser uno más del montón, Dios lo levantó para ser un siervo diferente; se requería valentía, fe, perseverancia, esfuerzo físico y mental, porque el desánimo y la soledad lo iban a visitar; muchas veces el diablo lo iba a atacar. Llegó un momento en que sintió que estaba solo, muchas veces pensó que hasta ahí llegaba, al ver que el pueblo no despertaba; y, en un momento, quiso morir. Pero Dios le dijo: “Levántate y come, porque largo camino te resta” (1 R. 19:7). “Todavía queda largo camino, esto no ha terminado. No estás acabado, no te desanimes; levántate y sigue porque largo camino te resta; todavía tienes mucho que hacer”. Algunos han pensado que, por las grandes pruebas estamos acabados; pero la Biblia dice: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo” (Mt. 5:11).

“Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo… Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados… Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello” (1 P. 4:12-16). ¡Amados, hay muchísimo que hacer!