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DEVOCIONAL

“Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”.

Hechos 20:24

Rev. Luis M. Ortiz

NI ESTIMÓ SU VIDA PRECIOSA…

En el mes de febrero del año 1963, unos días después del Señor iniciar históricamente el Movimiento Misionero Mundial en Puerto Rico, este servidor, el Hno. Ortiz, viajó por primera vez a Colombia, y específicamente al pueblo del Socorro, en el departamento de Santander del sur.

Pero antes de mi persona llegar, por algún medio ya había llegado a el Socorro un ejemplar de la revista, Impacto Evangelístico. Un joven colombiano, cuadrangular, leía y releía la revista, y continuamente le pedía al Señor en oración que “el hermano de la revista Impacto Evangelístico llegara al pueblo del Socorro”.

Este joven colombiano estaba luchando por levantar una congregación. Era sumamente difícil, porque las denominaciones evangélicas habían firmado un acuerdo que consistía que en el pueblo donde ya estuviera una denominación trabajando, ninguna otra podría entrar. Además, consideraban que el joven no tenía preparación alguna para ser reconocido como pastor.

Ya en el Socorro había una denominación trabajando. Ambas denominaciones, tanto la que ya estaba, como aquella a la cual pertenecía el joven, le prohibían que continuara celebrando los cultos en el Socorro. Ante tanta oposición, presión, difamación y persecución, el joven colombiano estaba ya a punto de desistir en su propósito de levantar obra para el Señor y para la denominación a la cual él pertenecía. Además, no tenían local de culto, y se reunían en el patio interior de la casa, y el grupito languidecía.

Y para la gloria de Dios, en febrero de 1963, “el hermano de la revista Impacto Evangelístico”, acompañado de otro hermano conocido de la familia, subía a pie la empinada calle donde vivía el joven colombiano. Varios miembros de la familia salieron a la calle, y el joven, dijo: “El otro hermano que viene es el hermano de la revista Impacto”.

Esa misma noche improvisamos un culto en el patio in-

terior. Dios salvó algunas almas, sanó enfermos, y obró un milagro en un adolescente que lo trajeron sin su ropa, pues no la resistía, aunque cubierto por una sábana. Tenía todo su cuerpo cubierto de llagas supurantes. Oramos por él, al día siguiente en la mañana sus llagas habían secado, al día siguiente las llagas secas se habían caído, y al tercer día no quedaban marcas o señales de llagas en su cuerpo. Esto impactó a la comunidad. Y allí, así, y entonces comenzó la obra del Movimiento Misionero Mundial en Colombia. ¡El joven colombiano era el Hno. Ciro González! ¡El “hermano de la revista Impacto” era el Hno. Ortiz! ¡Bendito encuentro por medio del cual Dios se ha glorificado y ha derramado Su Gloria en Colombia! ¡Y solo a Él pertenece toda la gloria!

Para el año 1972, el Rev. Ciro González comenzó a servir como Supervisor Nacional de la obra del Movimiento Misionero Mundial en Colombia, y resulta imposible en estas breves líneas relatar la extraordinaria, sacrificada y fructífera labor de este Príncipe de Dios, que en el desempeño de su labor pastoral y de supervisión nacional nada lo detuvo, “ni estimó su vida preciosa para sí mismo; solamente acabar su carrera con gozo, y el ministerio que recibió del Señor Jesús, para dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios” (Hch. 20:24). Muere el día 19 de abril de 1989, en un accidente aéreo entre Cúcuta a la ciudad de Arauca, cayendo en territorio venezolano, se encontraba haciendo la obra de Dios. Su cuerpo se encontró a finales del mes de junio, siendo enterrado el 1 de julio del año 1989. Después del lamentable accidente aéreo en el que desapareciera el Hno. Ciro González cuando volaba de Cúcuta a Arauca, termina un fructífero ministerio que duró desde 1961 hasta el 19 de abril de 1989. Fue un verdadero Siervo del Señor de origen humilde, carácter sencillo y sabio. Casi no hay hoy en día un reporte histórico de algún presbiterio en la República de Colombia que no le incluya entre sus iniciadores. ¡Príncipe de Dios, nos veremos en gloria!

* Tomado de la Revista IMPACTO EVANGELÍSTICO, JULIO 1989, Edición 342