Revista VALE N° 1

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-¿Siempre está así contenta, por dentro y por fuera? -(Ríe). Sí, me siento feliz la mayoría del tiempo; rara vez me deprimo. Es muy difícil estar triste cuando se plantan árboles. Los árboles que hemos plantado son los mejores embajadores de nuestro movimiento. Además vivo rodeada de gente que también está preocupada por el cuidado del medio ambiente y que lucha por un mundo mejor. -¿En qué está fallando la educación actual, con relación a la preservación y el cuidado del medio ambiente? -En las escuelas se sigue hablando del medio ambiente como si se tratara de algo completamente separado de nuestras vidas. Y así continuamos viendo la naturaleza a través de la mirada de biólogos, geólogos, arqueólogos… todas visiones muy interesantes y enriquecedoras, pero parciales. Lo que a mí me preocupa es que aún no hayamos logrado entender que el planeta es una sola entidad de la cual formamos parte y que sin la vida de cada especie, nosotros tampoco podremos sobrevivir.

-¿Cuál es la raíz de este alejamiento del ser humano con la naturaleza? -Desde que vamos a la escuela se nos educa para que algún día podamos acceder a los bienes que se producen en las fábricas; con el tiempo, eso se convierte en “el ideal del buen vivir”. De ese modo, vamos perdiendo registro del arte y la belleza presentes en la naturaleza, expresados allí en su máximo esplendor. En ese contacto

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con lo esencial están la sensación de bienestar y felicidad que tanto buscamos, infructuosamente, en los objetos materiales. -¿Cree en Dios? -Sí, pero no en el dios que está allá lejos, sentado en las nubes. Creo, sí, en aquella forma de energía poderosa que somos incapaces de comprender completamente pero que continua-


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