Controversias vol24n1

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Posiblemente el paciente no esté más cómodo en tal cama que en otra en la que la posición se modifica manualmente a un costo notoriamente menor. Hoy podemos localizar todas las variedades imaginables de obstrucción de las arterias coronarias y estamos en condiciones de corregir, mediante puentes venosos, el problema. El estudio inicial del paciente, un simple cateterismo, cuesta en nuestro medio un millón de pesos y el tratamiento completo, de 10 a 16 millones cuando por algunas circunstancias las cosas se le complican al paciente. ¿Cuántos pacientes pueden costearse su tratamiento? Hemos creado entre las gentes la imagen de omnipotencia fundamentada en la tecnología y con ello hemos agregado otro costo, por demás ingrato, a los ya introducidos en la medicina. Dentro del esplendor tecnológico de la medicina actual, las gentes ya no quieren admitir que la batalla contra una enfermedad pueda perderse y cuando ello ocurre, hay que buscar a un responsable, que pague compensación, como se estila entre vencedores y vencidos después de una guerra. Es preocupante constatar que, tras haber alcanzado el nivel de perfeccionamiento que hoy puede mostrar con orgullo la medicina, sea preciso informarles a los pacientes cuáles son sus derechos al solicitar un tratamiento médico y más preocupante aún que el médico se vea obligado a ejercer su profesión con manejos defensivos ante la posibilidad de ser condenado a indemnizar a quien pretendió curar, lo que plantea una situación muy diferente de la que motivó el desarrollo de la medicina, cual fue el honesto arreglo entre médico y paciente para derrotar la enfermedad. Se aceptó durante centurias que el villano responsable de la pérdida de una vida era la enfermedad y no el médico. Desde cuando se elevó el concepto de salud a la categoría de un derecho y se transformó al médico en un funcionario público, la medicina dejó de significar lo mismo para todas las personas en todos los

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países, porque el desarrollo de la seguridad social no ha sido igual en el norte desarrollado y saludable y el sur subdesarrollado y enfermo. El norte desarrolla su tecnología médica con la misma celeridad con que llena de satélites el espacio extraterrestre, y el sur no puede adquirir los productos de la tecnología con la misma celeridad con que aumenta el número de sus pobladores. Los pacientes de lo que llamamos el norte han ganado derechos y eficiencia médica, pero han visto subir sus costos en forma exponencial. Los del sur no han ganado muchos derechos, han conseguido alguna eficiencia médica y también visto subir sus costos en forma exponencial, hasta niveles muy cercanos a los de los países desarrollados. La compensación que significaba para nuestra población disponer de medicamentos baratos acaba de ser abolida por la liberación de precios, lo que inevitablemente repercutirá la calidad de la atención médica. En ambos casos, el común denominador es el costo de la tecnología que de norte a sur se transmite siempre al paciente. No es de prever que las gentes del norte lleguen a reducir la calidad de sus servicios médicos en razón del costo de los mismos, lo que en cambio será inevitable para las gentes del sur. Pero unos y otros están expuestos a ser virtualmente devorados por los costos confiscatorios de la tecnología si esta no es utilizada con moderación. Para el paciente, un costo muy oneroso de la apetencia tecnológica de los médicos es la progresiva pérdida de la compasión que los torna inasequibles y distantes de sus pacientes. Si la medicina como profesión no se autoimpone una rigurosa auditoría en los años que se avecinan y convoca, como fue usanza en el pasado, congresos para valorar la justificación de los métodos de exploración y tratamiento que a diario se modifican y encarecen en aras de mejorar tecno1ógicamente la atención, acabará también pagando por la tecnología que tan golosamente engulle el precio de la progresiva sustitución

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