A la deriva del signo y su arbitrariedad indiscutible, transito entre las convenciones lingüísticas que devienen en espacios territoriales y observo una frontera. La lengua me distancia de una y otra comunidad y me alejo a la legible luz del flaneur y observo colores y los árboles y calles y las huellas y los reflejos en un vidrio que abren las puertas del horizonte a una lengua de paso desentendida de convenciones. Me quedo allí buscando un poco el alma de aquellos que vagan al igual que yo en el intento de comunicarse en azul.