Juan josé hernández arregui imperialismo y cultura

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Dos temas íntimamente vinculados entre sí se difunden por esa época: la tristeza del hombre argentino y la soledad del porteño. Esta tesis es confirmada, con frecuencia, mediante la prueba del tango, la música popular, no de los argentinos, sino de la ciudad puerto. Sobre un estado de ánimo real se ha tejido toda una metafísica brumosa, cuyos elementos conviene desintegrar, pues ciertas generalizaciones sobre el carácter de los pueblos pueden convertirse en verdaderos soporíferos espirituales. En el mismo período, otro escritor escribe sobre Buenos Aires y el porteño. Raúl Scalabrini Ortiz encuentra en ese alma la soledad. Una soledad, empero, trabajada interiormente por el avizoramiento de causas. Ya no es Europa el contenido de esa soledad. Es la ciudad. Se trata, pues, de una soledad que mira hacia adentro. Una soledad sentimental. Una soledad, en fin, desorientada. Pero este sentimiento negativo, reflejo ambiguo de un estado psicológico circunstancial, se afirma como espera y no como infidelidad. Es la soledad de vastas capas sociales de origen inmigrante, pero que se sienten afincadas en el ámbito cultural en que han nacido, casi indiferentes a sus lejanos orígenes raciales. Por eso, por su afirmación en el medio, que es arraigo y padecimiento en el paisaje, aferramiento al ámbito demarcado por la vida, en El hombre que está solo y espera late una voluntad propia, una anticipación nacional. Es también esta la soledad de la clase media, del hombre argentino de la ciudad expectante entre la pampa infinita y el infinito mar. Pero esta pampa está cercana y el mar remoto, inconmutable, en sí mismo indiferente al ensimismamiento de este hombre con raíz en la tierra. No es Europa yuxtapuesta a lo propio lo que duele, a diferencia de los personajes de Gálvez. Es el país. Más concretamente, la ciudad portuaria. Las cualidades psicológicas de este hombre son presentadas como definitivas. El momento histórico pesaba demasiado sobre Raúl Scalabrini Ortiz. De cualquier modo, esta psicología que se busca a sí misma es la consecuencia de una toma de conciencia condicionada por la gran crisis mundial de 1929 y de la intuición emocional de un destino hasta entonces incumplido, clausurado en la mentira impuesta desde adentro por la clase dirigente, y desde afuera, por los tutores de esa clase dirigente. Este hombre, inmerso en su propia experiencia vital,

quiere librarse con

confuso instinto

“de los engañosos

convencionalismos europeos”. O lo que es lo mismo, busca definirse estimulado por relaciones de tensión cuyas causas no ubica espacialmente pero que las siente como traiciones vitales. Como un conglomerado de moléculas que presionan contra las paredes del recipiente modelador, miles de porteños, puntos perdidos en la ciudad inconquistable, amontonan en la tristeza de los


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