La Iglesia y la familia
Una mirada a los Pastores
¡No tengan miedo!
Domingo 07 de junio de 2020
P. Juan José Torres Galván
S
omos un pueblo bendecido por la primera evangelización y por la presencia de Santa María de Guadalupe. No es posible entender a México, su historia y su identidad, sin la presencia evangelizadora e inculturada de la Virgen de Guadalupe, Reina de México y Patrona de nuestra libertad. El encuentro y diálogo de Santa María con el indígena Juan Diego, sigue siendo una fuente de luz y de gracia. El lenguaje utilizado en el encuentro del Tepeyac constituyó un itinerario espi-ritual, al conjugar palabras y gestos, acción y contemplación, imágenes y símbolos… esa novedad propia del Evangelio que reconcilia y crea la comunión, que dignifica a la mujer, que convierte al “macehual” en hijo y a todos nos hace hermanos. Nos sentimos agradecidos con Dios por la entrega de tantos pastores que han edificado a lo largo de estos siglos la Iglesia de Cristo en nuestro país: Bartolomé de las Casas, “Tata Vasco”, San Rafael Guízar, e innumerables obispos que han sido verdaderos padres para sus iglesias. Los obispos mexicanos reconocen que no han respondido con generosidad al valor esencial de la comunión, especialmente en la colegialidad entre sí. El Concilio Vaticano II nos ha recordado que cada uno de los Obispos es puesto al frente de una Iglesia particular… pero como sucesores de los Apóstoles, todos y cada uno, están obligados a tener por las demás iglesias aquella solicitud que, contribuye, en gran manera al desarrollo de la Iglesia universal (ver LG 23). Nuestro Pueblo reclama un mayor acompañamiento espiritual y profético frente a las circunstancias actuales, basado en el testimonio humilde, la vida sencilla y la cercanía habitual al Pueblo de Dios. Pastores que tengan una particular cercanía con los pobres, que sepan escucharlos y ofrecerles el consuelo de Dios, especialmente a quienes han sido víctimas de la violencia, que tanto dolor han provocado a nuestras familias. El Obispo ha de tratar de comportarse siempre con sus sacerdotes como padre y hermano que los quiere, escucha, acoge, corrige, conforta, pide su colaboración y hace todo lo posible por su bienestar humano, espiritual, ministerial y económico. El pueblo valora la persona y el trabajo de los presbíteros, como principales colaboradores del obispo en su misión de enseñar, santificar y guiar a la Iglesia. Uno de los desafíos más importantes del ministerio episcopal ha de ser el acompañamiento y la formación permanente de los presbíteros. Son muchos los testimonios de sacerdotes que, lejos de los reflectores, ejercen de manera callada, generosa y fiel su ministerio. Vivimos con mucho dolor y tristeza el sufrimiento de las víctimas del abuso sexual de menores por parte de presbíteros. La Iglesia es la primera institución que ha de promover el res-peto por la ley para que, los transgresores sean llevados hasta las autoridades correspondientes. Como Iglesia hemos de comprometernos para erradicar este mal: atendiendo los daños de los afectados y de sus familiares en todos los aspectos; fortaleciendo la cultura de la denuncia; siendo más cuidadosos en la idoneidad y la formación para los candidatos al sacerdocio. (Proyecto Global de Pastoral, 64-71)
El Espíritu Santo en la vida de la familia
Queridas familias y amables lectores de nuestro Semanario La Red.
1. Yo creo que la pregunta de San Pablo a la comunidad de Éfeso es muy actual para nuestras familias: «Cuando ustedes abrazaron la fe, ¿recibieron el Espíritu Santo?». Ellos le dijeron: «Ni siquiera hemos oído decir que hay un Espíritu Santo» (Hch 19, 2). Así también, considero que muchas de nuestras familias nos responden: «Ni siquiera hemos oído decir que hay un Espíritu Santo». Y esta es una gran verdad que está afectando a muchas de nuestras familias y la causa es porque su fe es muy débil, incapaz de experimentar las promesas de Jesús y de seguirle. Así que, mi propuesta, queridos esposos cristianos que un día unieron sus vidas por medio del Sacramento del Matrimonio: no tengan miedo de vivir su Matrimonio sellado por la presencia viva del Espíritu Santo, y que desde entonces se hace presente en su amor conyugal y lo hace participar de la vida de Cristo, y esto implica la totalidad de su persona y que alcancen a ser uno, es decir, ser una sola alma, ser un solo corazón, y elevarlos hasta ser capaces de donarse y convertirse en cooperadores de Dios, dando así la vida a sus hijos e hijas, que son el reflejo de su amor viviente y también signo permanente de su unión conyugal y, además, una síntesis viva de su amor inseparable de padre y madre, para ser así un signo visible del amor de Dios, de “quien proviene toda paternidad” (FC 13.14.15) y gracia. 2. El Espíritu Santo en su amor El Espíritu es el amor que une la familia en Cristo. El que da el amor con el que la familia misma testimonia creíblemente su pertenencia a Cristo. Para que esta capacidad de amor y de amar no se agote, el Espíritu Santo se derrama continuamente, cada vez que los esposos oran juntos, lo invocan y se entregan con un corazón sincero. La abundancia de bienes celestiales (gracias) que derrama el Espíritu Santo en la Familia día a día, se manifiestan elevándolos a la unidad y coherencia. Creo que su lucha y ejemplo diario llevará a que los hijos crezcan en gracia, sabiduría, y también en virtudes, dones y cualidades que indudablemente les preparan para el mañana de su vida. Por eso, queridos esposos y padres de familia, no dejen de estar atentos a valorar el alcance de su amor conyugal. 3. Los invito a ver: el don del Espíritu Santo es como un mandamiento de vida para ustedes como esposos y en los miembros de su familia,
en cuanto que trae la regeneración del amor sacramental diariamente y permite a los esposos avanzar hacia una comunicación de un amor más pleno, rico y consciente en todos los niveles de su vida: del cuer-po, del carácter, del corazón, de la inteligencia, de la voluntad, del alma, que se reflejará en su vida esponsal y en el ejercicio de su paternidad hacia cada uno de los miembros de su familia. Así que, de la colaboración de los esposos con el Espíritu dependerá el éxito del matrimonio cristiano. ¿Por qué?... Porque los esposos están llamados a expresar la verdad bíblica «los dos serán una sola carne» (Gen 2, 24) al nivel propio de la comunión de las personas mediante las fuerzas sobrenaturales procedentes del Espíritu, a fin de hacer de su amor un signo del Amor de Cristo. Cierto, ¡cuánta belleza no alcanzará el Amor de Cristo en ustedes y en su familia mediante su testimonio de vida ante sus hijos y en la vida de su familia! Finalmente Dejar actuar al Espíritu Santo en el seno del hogar cristiano es vivir en amor comunicado y entregado, es vivir la comunión. ― Vivan sin reservarse nada, sin encerrarse en nada, sin aislarse de nadie. ― No vivan para sí, sino ponerlo todo en común, estar abiertos a todos y a todo. ― Vivan eternamente para los demás. ― Si vivimos los cristianos bajo la acción del Espíritu Santo habrá más familia y menos prejuicios. Más colaboración y menos rivalidad. Más amistad y menos indiferencia. Más perdón y menos condena. Más igualdad y menos diferencias. Más ternura y menos dureza. Queridos papás les invito, ante este grave momento que estamos viviendo como familias potosinas, porque estamos en el punto máximo del Covid-19: guardemos lo siguiente: ― Cuidemos nuestras vidas, la de los nuestros y la de los demás. ― Hagamos caso a nuestras autoridades sanitarias en sus recomendaciones. ― No dejemos de practicar los nuevos hábitos que se nos recomiendan: la sana distancia, lavar nuestras manos, cubrebocas si salimos, etc. Se despide su amigo y hermano
Mons. Jesús Carlos Cabrero Romero Arzobispo de San Luis Potosí