Edición 58

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ntre las piezas que heredaron los evangelistas, admirablemente se encuentran restos de lo que pudo haber sido un extenso discurso de Jesús hacia el inicio de su ministerio, discurso con el que propiamente se habría dado a conocer a la multitud, después de ha-berse hecho notar a través de sus obras y de apariciones en público, tanto en las sinagogas como otros lugares públicos y domicilios particulares, con agudos comentarios y diálogos, además de confrontaciones. Lo que se conserva de ese posible discurso corresponde, al menos en parte, a lo que ampliamente se conoce como el Sermón de la Montaña (en Mt 5-7), o el Sermón del Llano (en Lc 6, 20-49) o incluso el discurso en parábolas de Mc 4. Típicamente la atención se concentra en los dos primeros, es

decir, en el Sermón del Monte de Mateo y en el Sermón del Llano de San Lucas. Sin lugar a dudas es Mateo quien ha tenido la mayor influencia en el Cristianismo, por su estricto sentido de orden y por ser su sermón el primero de una serie de cinco discursos que ocupan el lugar preponderante en su Evangelio. Sin embargo, según los estudiosos, el Sermón del Llano de San Lucas, a pesar de su brevedad (30 versículos frente a 107 de Mateo), parece conservar, al menos en la parte que él transmite, un orden más apegado a las fuentes y, de alguna manera, mucho más próximo al discurso de Jesús. Entre las sorprendentes coincidencias entre ambos discursos, podemos señalar tanto su inicio (las bienaventuranzas) como su cierre o conclusión (la exhortación a poner en práctica sus

palabras, empleando la imagen del hombre sabio que construye sobre roca y del imprudente que construye sobre arena). Igualmente, coinciden en su contenido, pues prácticamente todos los elementos del discurso de Lucas se encuentran en el de Mateo, sobre todo lo referente al amor incluyendo a los enemigos. También sorprende que ambos discursos suceden hacia el inicio de su ministerio y preceden la curación del siervo de un centurión. Por otro lado, ambos están vinculados a la montaña. San Lucas no ignora el extenso material que recogió el discurso de Mateo, sino que lo ha integrado en el gran viaje de Jesús a Jerusalén, en el que aparece, por ejemplo, el “Padrenuestro”. En la brevedad de sus 30 versículos, San Lucas no sólo recoge la

proclamación que hace Jesús de cuatro bienaventuranzas y cuatro ayes, sino también la enseñanza sobre el amor: haciendo el bien, bendiciendo y orando por quienes nos maltratan, tratando a los demás como queramos que ellos nos traten, siendo misericordiosos a ejemplo del Padre misericordioso. Por otro lado, insiste en que no se debe juzgar ni condenar, sino perdonar y ser generosos en el dar; tampoco insistir en señalar las faltas del hermano, pues nuestras propias obras malas nos impiden ver adecuadamente. Asimismo, nuestras obras y palabras, buenas o malas, son un ejemplo de lo que está lleno el corazón. Por último, deja en claro la necesidad de no sólo acercarse a escuchar sus palabras sino de ponerlas en práctica.


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