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Nuestra historia

Bodas Episcopales de Mons. Montes de Oca y Obregón Por Pbro. Lic. Rubén Pérez Ortiz

(Segunda y última parte)

A

fligido Monseñor Montes de Oca, comenta que en la siguiente Visita ad limina tampoco pudo dar cuentas mejores, pues no había podido regresar aún a su sede. Continúa en su homilía narrando la historia de San Agustín y el asedio de su ciudad (Hipona) la cual estaba a punto de ser arrasada por las huestes de Genserico y en ferviente oración le pidió a Dios no ver destruida su ciudad, ni sus templos, ni sus hijos reducidos a esclavos, el Señor se lo concedió; sólo –dice el predicador-, las arenas del desierto permanecerían como mudos testigos de pasadas glorias, donde antes se apiñaban multitudes a escuchar sus doctas enseñanzas. «La plegaria que en los labios de San Agustín han admirado los siglos, ¿se verá con malos ojos proferida por quien no tiene ni la santidad ni el ingenio de sapientísimo doctor, pero sí más años que los que él vivió sobre la tierra y un corazón igualmente sensible? Yo la proferí casi a mi pesar, y el Señor pareció escucharla, y me hirió de muerte; pero también me sacó del sepulcro (…). Comprendí que aún no ha terminado mi misión sobre la tierra; y aunque conociendo mi propia inutilidad, no puedo menos que exclamar con San Martín de Tours: Si adhuc populo tuo sum necessarius, non recuso laborem. Os he invitado a dar gracias al Todopoderoso por el largo episcopado que se ha dignado concederme; os pongo igualmente por testigos de mis santos propósitos. Rogad al cielo porque pueda cumplirlos. A mis ovejas envío mi paternal saludo desde este templo, que tuve el alto honor de consagrar hace trece años, y que, por tanto, considero hermano de mi Catedral».

El papa Benedicto XV, en ocasión de tan particular momento, lo había honrado con el nombramiento de Arzobispo titular de Cesarea del Ponto y le había escrito una carta autógrafa de felicitación: «Porque considerando el curso tan largo de tu ministerio, encontramos no una, sino muchas causas de poder felicitarte cordialmente. Puesto que, brillando por las egregias virtudes del alma y juntamente por el cultivo de las letras, siempre has procurado cumplir los deberes del Buen Pastor, no sólo y principalmente al entregarte a la salvación de los prójimos, sino también al defender enérgicamente, de palabra y por escrito, en circunstancias bien azarosas, los principios de la sabiduría cristiana, sin contar muchos monumentos de tu reconocida munificencia y de tu activa caridad».

El rey Alfonso XIII por decreto real “en atención a los relevantes méritos prestados a la cultura general”, le concedió el 27 de mayo la gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso XII. Al despedirse del rey, le preguntó a Monseñor Montes de Oca: « ¿Recuerda el número de viajes marítimos que ha hecho en su vida? –Este es el centésimo majestad-». Y el rey añadió: «-Merece Monseñor la Cruz del Mérito Naval. Queda prometida». Pero la siguiente condecoración sería la cruz de su sepulcro: durante el viaje en el barco tuvo la delicadeza de agradecerle al rey su atención, enviándole un telegrama y diciéndole que sentía que se acercaba la muerte y que no podría ir a recibir la Cruz que le había prometido por su centésimo viaje marítimo. Al sentir los ánimos renovados por la celebración de sus bodas de oro episcopales, Monseñor Montes de Oca sólo pensaba en regresar a su Diócesis de San Luis Potosí. El 3 de julio de 1921 se embarcó el anciano prelado potosino, junto con el P. Pedro Moctezuma y el joven Enrique De la Cuadra e Irizar, Marqués de San Marcial, heredero de sus grandes amigos que lo habían acogido en su largo destierro. Se embarcaron en Cádiz rumbo a Nueva York; durante el viaje, -según testimonios de sus acompañantes-, no se le veía nada bien, los vértigos y los mareos le privaban del conocimiento por momentos; por ello, le fue de ayuda la presencia del joven Marqués como auxiliar en la particularidad de estos momentos. En medio de los momentos de lucidez decía: «Mi honor episcopal y mi deber hacia mi diócesis me impelen a consagrar mis últimas energías a mis ovejas».

Más humildad, y menos “Dalay” T

odo se pone de moda. Esto sucede hasta en las enfermedades. Ahora todos hablan, de los problemas del stress, y éste es un tema de actualidad. El hombre de nuestro tiempo, vive agobiado por las preocupaciones. Y como el mercado está a la vanguardia, ahora ofrece múltiples propuestas que ayudan a vencer dicha enfermedad. Ya están a la venta cantidad de medicamentos que regulan los niveles de tensión.

Ya decía Santa Teresa: que la humildad es la verdad. Por eso, cuando somos humildes, ya no estamos alterados. Porque la humildad nos hace que seamos nosotros mismos, ésta nos ubica. La humildad nos lleva a la verdad, y quien descansa en ésta, alcanza la paz. Cuando pretendemos ser lo que no somos y hacer lo que no podemos, nos sentimos alterados; es decir, modificados, fuera de lugar o al margen de nosotros mismos.

Pero los fármacos, no son los únicos medios que regulan la alteración: hay estilos de vida, pensamientos y actitudes, que son eficaces para mitigar las preocupaciones.

Por eso vivimos con violencia, porque forzamos nuestro actuar y violentamos el ser. Porque al vivir en la mentira, faltamos a la humildad, ya que ésta nos lleva vivir en la verdad.

Pero estas soluciones requieren de una fuerte dosis de voluntad, aquí no actúa la medicina, quien trabaja es el paciente. El mayor esfuerzo se realiza en el modo de pensar y en la forma de valorar la existencia.

Al sufrir la alteración, buscamos de manera inmediata, una buena solución médica. Pero también es benéfico, buscar otras opciones. Una de ellas puede ser, el cambio de actitud ante los problemas, lo mejor es tener un gesto de humildad. Ya que ésta nos ayuda a ocupar nuestro sitio y así encontramos el reposo.

Una actitud de humildad es una vía eficaz que ayuda a regular la alteración. Ésta, como su nombre lo indica, nos hace vivir y actuar como si fuéramos un “alter”, es decir, como si fuéramos otro, y no lo que realmente somos.

Cuando la persona es humilde, ya no se encuentra alterada. Es por eso que la humildad, como vía alterna, nos lleva a ser nosotros mismos. Y nos ayuda a nivelar las cargas del stress.

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