Primer día de colegio

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MI PRIMER DÍA DE COLEGIO Esta historia se remonta a septiembre del año 2002, cuando yo tenía tres años y mis padres me inscribieron en el colegio. Muchas cosas que se hacen por primera vez se te quedan grabadas como si de tinta china en un papel se tratase. Son esos momentos los que te marcan y recordarás toda la vida. No podré olvidar el día en el que empecé en el colegio. Recuerdo que tuve algo de miedo porque no sabía lo que se me avecinaba. También me acuerdo de que me llevaron a la fila con los demás compañeros y fui de los pocos que no lloré a pesar de ver a la mayoría haciéndolo. Yo estaba algo nervioso pero esperé en la fila con mi vaso azul de Toy Story en la mano (nos lo habían pedido para el agua) y un babi. Más tarde, al entrar al aula, conocimos a nuestra profesora Conchy y creo que nos calmamos un poco. También empezamos a entablar relaciones con los demás compañeros. Lo que más me gustó de ese primer día de colegio fue el momento en que estiré y amasé la plasti para hacer la que iba a ser la primera de tantas serpientes. La de aquel día era de color verde.

Adán Pérez Hernández


MI PRIMER DÍA EN EL INSTI Mi primer día de clase en el insti resultó mejor de lo que pensaba. Para mí este era un lugar en el que teníamos que dejar atrás nuestra infancia y eso me preocupaba. Recuerdo que, por la mañana, me desperté muy nerviosa y apenas desayuné. Me inquietaba no coincidir con mis amigos en la misma clase y quedar sola en un centro que no conocía. En el reparto de las clases me tocó con mi mejor amiga pero la mayoría de mis compañeros estaban en el otro grupo aunque, luego, días más tarde, nos unieron pero eso todavía no lo sabía. De esta manera, nos integramos lo mejor que pudimos y, haciendo piña, se esfumaron nuestras inseguridades. En el recreo nos juntamos todos y fue como antes: comimos, reímos, contamos las anécdotas del día... Lo mejor fue hincharnos a papas y comprobar que nada había cambiado, que seguíamos siendo los mismos. De hecho, aún hoy queda algo de esa inocencia en nosotros. Cuando regresé a casa, le conté todo lo que había pasado durante la mañana a mi madre. Estaba emocionadísima y ya tenía ganas de volver al día siguiente. Al final, no había sido tan horrible como había pensado. El tiempo hizo que me acostumbrara al cambio. Los profes y compañeros eran muy simpáticos. Hemos aprendido a madurar y con buen humor afrontamos los problemas que ahora son más complejos que los de ese primer día.

Cathaysa González Jorge


MI PRIMER DÍA EN EL INSTI Era un maravilloso día de septiembre con un sol radiante y un cielo totalmente despejado (creo), cuando salí de mi casa con la intención de encontrarme con mis amigos. Cuando los vi, en un rincón del patio, nos dedicamos a observar a nuestros futuros compañeros pero, antes de concluir con nuestro análisis, sonó el timbre y tuvimos que posponer esta actividad para más tarde. En ese momento empezó el caos. Me perdí en una marabunta de gente, por suerte, con algunos amigos. Menos mal que, al final, conseguimos arreglárnosla para llegar al aula correspondiente. Tal desventura hizo que me sintiera angustiado y, también, llegar tarde a nuestra primera clase. El timbre siguió sonando y seguimos cambiando de aula, orientándonos, esta vez, mejor. Y, así, fui conociendo a mis nuevos compañeros y a mis simpáticos y amigables profesores. El día siguió avanzando y llegó, por fin, el último y ansiado timbre del día. Pero las cosas no habían salido como yo había esperado: increíblemente, tenía ganas de volver a la mañana siguiente y, también, cómo no, de comer (eran las 2.30 horas y el hambre había hecho su aparición). Y, de esta memorable manera, ha empezado una nueva etapa en mi vida en el IES Güímar. Enrique Manuel Morales López


PRIMER DÍA DE CLASE En un lugar llamado Güímar, donde el mar está a la vista del monte y donde, sobre la cordillera más cercana, se visualiza uno de los observatorios más prestigiosos de las Islas Canarias, se elevaba el sol por el horizonte, como suele suceder cada mañana, y las farolas hacían ya el último esfuerzo por alumbrar aquellas manchas de oscuridad que se cobijaban del ardiente sol. En una de sus calles se escuchaba el llanto de un niño de aproximadamente tres años de edad. "¿Por qué lloraba?", se preguntarán todos. Pues la razón es muy sencilla: era su primer día de clase. Parecía que, al estar acostumbrado al parvulario, donde le habían enseñado principalmente a comportarse y también a hacer amigos, con los que, probablemente, iba a compartir la mayor parte de su futuro, iba a serle más fácil enfrentarse a los estudios de Primaria. Pero no fue así. Todo era diferente. Se encontraba en aquella especie de mansión gigante. Era el doble de grande que su anterior edificio. Al entrar observó un patio enorme, lleno de palmeras y flores de muchos colores. A él le pareció el paraíso. Había también un montón de niños con los que jugar y un parque donde pasar el tiempo. ¿Qué más podía pedir? Pero esa felicidad solo le duró unos instantes. Fue al entrar en el aula, bien decorada con dibujos de otros años, cuando su alegría fue invadida por la incertidumbre que le provocaba su nueva situación. Así, apesumbrado, se sentó en una sillita y, por la puerta, entró una mujer de avanzada edad, con pelo largo y rubio y no muy morena de piel. Se hacía llamar Lulú y sería, como supo enseguida, su nueva maestra. Ese primer día hicieron de todo, desde encontrarse con un manchurrión de pintura en la cara hasta recortar un círculo cuando lo que había que hacer, en verdad, era un cuadrado. También tuvieron que sumar una especie de jeroglíficos a los que él no encontraba solución. Sin duda, no había sido su mejor día pero le bastaba con saber que pronto acabaría. Sonó el timbre. Ya se podían ir. En la puerta le estaba esperando su padre, a quien no tardó en contarle la de amigos que había hecho y lo tarada que estaba su maestra por haberse inventado aquella serie de rayas que él todavía no había descifrado. Ya en el coche fue consciente de que aquel desastre iba a repetirse. Aquello todavía no había pasado, no era cosa de un solo día. ¡No! ¡Así iba a ser todos los días de su vida hasta que fuese adulto! Se vino abajo. Las lágrimas empezaron a bajarle por las mejillas y su padre, que odiaba verlo llorar, enseguida lo tranquilizó y le hizo comprender que no era tan malo. Tiempo después supo que aquellos símbolos que la maestra ponía todas las mañanas en la pizarra eran mates y que recortar no era tan difícil. También comprendería que todo llega y que todo tiene una razón y que, por supuesto, aquel solo era el comienzo de su gran futuro. Ismael Gómez Pérez


CAMBIO DE COLEGIO Desde los tres años hasta los ocho estuve en el mismo colegio y, si tengo que hablarte de mi primer día ahí, te seré sincera: no lo recuerdo. Sin embargo, de lo que sí me acuerdo bastante bien fue del momento en que esa etapa de mi vida acabó y tuve que comenzar otra nueva; del instante en que mis padres nos dijeron a mi hermana y a mí que pronto cogeríamos un avión y dejaríamos atrás tantas cosas como caben en la imaginación de una niña de ocho años. Amigos, familia y, para qué negarlo, hasta los juguetes se quedaron en aquella vieja vida. -¿Coger un avión? ¿Irme de aquí? ¡Ni loca! -pensaba. Claro que, a pesar de todo lo que me doliese, no me quedaba otra. Mis padres, intentando sacarme una sonrisa o, simplemente, inspirarme confianza me decían que mi nuevo cole no estaría mal, que haría nuevos amigos, que me iría muy bien... Pero yo no les creía. ¿Cómo iba a hacerlo? Para mí, se caía el mundo. Pronto llegó el primer día en ese nuevo colegio. Yo, una niña pequeña, indefensa, tímida, delgaducha, con pelo rizado y ojos marrones, entraba por una puerta verde, mil veces más grande de lo que yo era y, como no sabía hacia dónde dirigirme, llegué tarde y, por si fuera poco, me equivoqué de aula. "¡Buen comienzo!", pensé irónicamente. Por suerte, un profesor que se había dado cuenta de que era novata me indicó el lugar donde pasaría el resto del curso: mi nueva clase. Entré en ella y todos, ya sentados, me miraban. "¡Es nueva!", oí entre susurros. Me senté en el único sitio que quedaba libre. Mis compañeros no dejaban de mirarme y la vergüenza me mataba. Al rato alguien rompió el hielo y pronto comenzaron a hacerme preguntas sobre mi procedencia. La casualidad quiso que uno de los profesores que allí estaba también fuera de Venezuela. Recuerdo que los profesores pidieron que alguien me enseñase el colegio y una niña enseguida levantó la mano, presentándose voluntaria. Yo no lo sabía pero, en ese momento, aparecía en mi vida una de mis mejores amigas. Allí conocí a muchos de los que ahora siguen estudiando conmigo, a personas que nunca pensé que podía llegar a conocer. Y es que la vida está llena de cambios, ¿sabes? Hoy estamos aquí, mañana allí, pasado comenzaremos algo nuevo y todo lo de ahora quedará atrás pero, a veces, esos cambios no son malos; incluso, pueden llegar a ser lo mejor que nos pase en la vida y ese, afortunadamente, fue mi caso.

Mª Andreína Castellano Fuentemayor


MI PRIMER DÍA DE COLEGIO Pocos recuerdos de aquel día permanecen grabados en mi memoria. Creo que lo poco que visualizo son acontecimientos que mis padres narran a modo de anécdotas, confundiéndome así entre la realidad y la interpretación. Desde este punto de partida, explicaré mi primer día de cole con tres añitos. Todos en casa estaban muy nerviosos. No sé por qué mis padres no se separaban de mí mientras me vestían. Nos dirigimos al colegio caminando. Recuerdo que mis coletas se movían al compás mientras mis padres me alzaban, cogiéndome por las manos, haciéndome dar pequeños saltos. Por el camino, contábamos los coches que pasaban y decíamos de qué color era cada uno de ellos. Cuando llegamos a nuestro destino, me encontré con algunos compañeros de la guardería. Todos estaban llorando y yo, muy solidaria, empecé a sollozar también. Ese primer día los profes dejaban que los padres nos llevaran hasta la fila. Así que mi madre me cogió en brazos y yo me aferré a ella como un pulpo. Ella intentaba despegarme pero era imposible. Así estuvimos hasta que una chica joven se acercó y me habló muy dulcemente al oído . Me dijo algo así como: "Ven conmigo y te pondré la primera de la fila. Cógeme de un dedo y entraremos juntas". Estas palabras me inspiraron confianza y acepté su invitación. Con una sonrisa en los labios le indiqué a mi mamá que ya se podía ir. Levanté la manita y me despedí de ella con un beso volado. Nos dirigimos al aula, aunque de forma desorganizada. Al entrar a la clase me sorprendió lo grande y colorida que era. Tenía unas ventanas muy grandes y altas. Los niños nos sentamos en el suelo, donde había muchos juguetes y, de immediato, me vi haciendo amigos. Permanecí poco tiempo en el colegio, un par de horas, porque, de esta manera, poco a poco, nos adaptaríamos mejor a esta nueva experiencia. La verdad es que ese día lo pasé muy bien y el tiempo se me había pasado volando y así se lo intenté explicar a mis padres cuando, de nuevo, se encontraban en la puerta principal para recogerme. Siempre pensé que nuca se habían movido de esa puerta mientras yo comenzaba con esta nueva experiencia.

Mª Paz Morales Díaz


MI PRIMER DÍA DE COLEGIO Como todos los niños fui creciendo y, por tanto, aprendiendo a integrarme en la sociedad y mi abuela me ayudaba en esta tarea. Fue pasando el tiempo y cumplí tres añitos y ya mi abuela me había ido mentalizando de que iba a comenzar, al llegar a esa edad, una nueva etapa, un nuevo camino en mi vida. Así que le puse muchas ganas y, con entusiasmo, me enfrenté al "día", al primer día de clase. Había muchas cosas nuevas en el cole y el entorno me era desconocido. Cuando se abrieron las puertas de las aulas, despedí a mi abuela con cariño y, con curiosidad, me adentré en aquel siniestro lugar. La verdad es que no coincidía con lo que yo había imaginado. Era un lugar enorme y muy colorido. Los niños, que entraban conmigo, eran únicos; cada uno era diferente de los demás. Las señoras que estaban allí nos llamaban por nuestro nombre y nos metían en lo que ellos llamaban "clase". Ésta era un lugar genial, con mesas para pintar, un escenario grande al fondo y una casita muy bonita con habitaciones. Ese día conocí a muchos niños de mi edad y a mi teacher. Me sentí tan bien que ya tenía ganas de volver al día siguiente. Mi abuela no se había equivocado: la escuela era un lugar muy divertido.

Samantha Morais Armas


MI PRIMER DÍA DE COLEGIO Fue cuando yo tenía tres años. ¡Ahora es todo tan distinto! Mis preocupaciones eran: "¿A qué jugaremos hoy?", "¿Me saldré de la línea cuando pinte?", "¿Se enfadará mamá si me ensucio el babi?", ... Recuerdo de ese primer día cómo me alejaba cada vez más de mi madre, cómo me iba acercando a aquella puerta gris y enorme, cómo todos los niños lloraban cuando entraban y cómo yo lo hacía al salir... ¡No, no quería irme! Quería seguir jugando con esas nuevas amiguitas que había conocido: Tatiana, Mª Paz, ... Pero también recuerdo malos momentos. Aquellos en los que, por ejemplo, nos quedábamos sin plastilina. ¡Eran una pesadilla! - ¡Nunca digas palabrotas! Desde el primer día nos enseñaron cómo cumplir esa máxima usando, para ello, el superpoder de la pimienta. Así aprendimos que no se dicen palabras feas. ¿Y ahora? Todos esos momentos de nuestra infancia quedaron ahí, atrás, como si nada. ¡Qué pena!

Saskia Carballo Mejías


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