El Buen Pastor - Oct. 2010

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Mes de octubre de 2010 El arte de ser amable ¡Qué bien solemos sentirmos cuando nos encontramos con una persona que es amable! La amabilidad auténtica suele crear un ambiente afable y sereno que promueve respeto y consideración. Una persona amable no nos hace sentir juzgados, utiliza la sonrisa, y hasta puede cambiar el ánimo de los que se vinculan con ella. La amabilidad es contagiosa, se irradia y nos pone en contacto con la alegría, provoca simpatía. La gente amable no solo hace bien a los otros, se hace bien a sí misma. La persona antipática se aísla, crea enemigos y genera climas de agresividad y descontento. Una persona alegre es habitualmente amable. No se trata solo de hacer el bien, es importante hacerlo con cariño, con tacto. Son los buenos modales del Espíritu. Hacer lo que se tiene que hacer, decir lo que se debe decir, pero hacerlo y decirlo con consideración por el otro y con educación. A veces el creer que tenemos razón nos pone bruscos y prepotentes, con poco respeto por el otro. Amabilidad no quiere decir debilidad, mansedumbre no es cobardía. Hace falta un sano equilibrio entre la urgencia y la calma, el compromiso y la paciencia, la verdad y el amor. La bondad, la sensibilidad, el calor humano en los vínculos son cualidades que el Espíritu trae a la vida. Esto no es posible cuando la actitud ante los demás es excesivamente crítica y desconfiada. La mirada amable hacia el otro nos permite no poner tanto énfasis en sus imperfecciones y así ser más tolerantes. En medio de las situaciones de conflicto y preocupación, la amabilidad suaviza los roces inevitables que se nos presentan en nuestro diario vivir. Y vinculado a esto no debemos olvidar la sonrisa. Alguien dijo que la sonrisa es la distancia más corta entre dos personas. La sonrisa tiende a unir a gente que no se conocía antes, supera el distanciamiento. Es cierto que hay sonrisas interesadas e irónicas. Pero la sonrisa que parte de un corazón sincero de alguien que mira al otro como un prójimo, a la manera de Jesús, crea entendimiento, invita a abrirse al otro, hace sentirse entendido y aceptado, tomado en serio. Una sonrisa invita al diálogo, a intercambiar ideas. Una sonrisa es el principio del amor. De modo que la amabilidad implica no ponerse por encima del otro, tener discernimiento cuando llega el enojo, tener compasión por los males de los demás, abrir las relaciones humanas al futuro prometido por Jesús que es precisamente el de la misericordia del Padre. Hagamos que quien se acerque a nosotros se sienta más feliz y mejor al marcharse. Que la amabilidad sea un valor en nuestra vida, como actitud permanente, libremente asumida y ejercida sin segundas intenciones. La Biblia llama al Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús. El Apóstol Pablo decía que “el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas” (Gálatas 5: 22-23). Pastor Hugo N. Santos


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