AVDA. FEDERICO LACROZE 2985 – CABA
MES DE FEBRERO
ENTRE EL PARAÍSO Y EL INFIERNO El evangelio de Lucas 16: 19-31 nos narra la tragedia de un rico, no sólo necio, sino cruel e inhumano. Es también la historia de un leproso mendigo. El rico podía malgastar en lujos excesivos, pero era incapaz de responder al clamor de un leproso hambriento. Sin embargo. La opinión popular era que este hombre debía su prosperidad a las bendiciones de Dios. El leproso, por el contrario, llevaba sobre sí la maldición de su pecado. Todos pensaban que el rico era un candidato para el cielo y el mendigo pensaban que vivía en pecado y que su situación enfermiza era producto de la ira de Dios. Jesús creía diferentemente. Lázaro, miserable con sus llagas y su hambre de siglos vivía en un infierno, cargando consigo el padecimiento de su enfermedad y los juicios de las demás personas por su situación. En cambio, podríamos decir que el rico vivía en paraíso rodeado de lujo, vanagloriando su “buena vida”. El relato continúa mostrándonos que el rico a pesar de llevar una vida llena de abundancia, lujos y banquetes no se percató de la presencia de Lázaro en su vida. Lo consideró siempre parte indeseable del escenario de la existencia, una cosa más entre otras. Que hubiera ricos y pobres, gente prospera y miserable era y es parte de la vida. Pensar que la enfermedad, el dolor y el sufrimiento es un producto del pecado es una mirada errada. Asimismo, pensar que el “bienestar” basado en el dinero, el lujo, el poder y el éxito es una bendición de Dios, es vivir en una falsa apariencia. El evangelista nos manifiesta que Dios está del lado de los menesterosos, y hace lugar para ellos en su mesa. Los que sirven a las riquezas del mundo no pueden ser candidatos para el Reino. Además, este relato nos hace pensar que vivir en el infierno, basada en el sufrimiento, dolor y enfermedad no debe ser “demonizada” como el resultado de la ira y juicio de Dios. Asimismo, la vida “buena”, basada en la prosperidad y el éxito tampoco debe ser vista exclusivamente como bendición de Dios. Lo que nos exhorta el evangelista es a reflexionar que como comunidad de fe y cristiano/as singulares estamos frente a ambas realidades: del sufrimiento y del bienestar prospero.