La incursión en 1578 de corsarios ingleses en aguas del Pacifico español obligó a los habitantes de las costas coloniales a convivir con la permanente posibilidad de nuevas invasiones. En ciudades como Guayaquil se designó incluso una campana en particular para alertar a los habitantes en caso de una inminente invasión. Podemos imaginarnos el pánico que cundiría entre los habitantes de las ciudades amenazadas, ansiosos por proteger sus bienes y sobre todo ocultar en bosques aledaños a mujeres y niños, blanco favorito de los invasores. A la incursión de Francis Drake (El Draque, para los españoles) siguió en 1587 la de Tomas Cavendish, quien desde Chile hasta Norteamérica saqueó las costas españolas y logro la captura de algunos galeones. Como se temía un ataque a Manta, treinta vecinos de Guayaquil se acuartelaron ahí hasta que pasara el peligro, mientras que desde San Esteban de Charapotó, pueblo de indios aledaño a Manta, acudió el Cacique y Gobernador de Indígenas, don Baltasar Samán, con una escuadra de cien indios “de a caballo y de a pie,” bien apertrechados con arcos y flecha para la defensa del puerto. Cavendish a último rato ignoró a Manta y prefirió atacar a la isla Puná. El cacique de Charapotó, Don Baltasar Samán, pertenecía a esa estirpe de caciques “hispanizados” que han sido descalificados por muchos historiadores como “colaboracionistas” y “escaladores sociales.” En la Audiencia de Quito hubo algunos de ellos, como don Sancho Hacho de Velasco de Latacunga, don Diego Tomalá de la isla Puná, y don Pedro de Zámbiza. Ayudaron a los españoles en la conquista de pueblos hostiles, como por ejemplo los Quijos, o en la defensa de las costas contra invasiones piratas. Los españoles se valieron de ellos para controlar a la población tributaria, a cambio de lo cual les otorgaron algunos privilegios. Pero podríamos culparlos? En la segunda mitad del siglo XVI ya los señores étnicos se habrían percatado de que los europeos estaban aquí para quedarse, sobre todo después de 1570, cuando la resistencia Inca en Vilcabamba, Perú, fue liquidada y su último Inca, Túpac Amaru I, ejecutado de manera brutal, junto con su parentela hasta tercer grado. Estos caciques aceptaron no solo ser bautizados en la nueva religión y cambiar sus antiguos nombres por nombres cristianos, sino que internalizaron de manera eficiente los códigos culturales de los nuevos conquistadores. Sus probanzas de mérito, equivalentes a nuestras hojas de vida modernas, reprodujeron de manera impecable las relaciones políticas entre los vasallos y el rey. Sabemos que la cultura política colonial concebía al rey como la sola fuente de poder, sin mediación de instituciones, de manera que la suerte de sus vasallos dependía de la buena o mala voluntad real. Para los historiadores estas relaciones de méritos son una fuente inagotable de información. Gracias a la probanza de mérito de don Baltasar Samán, debidamente notariada y respaldada por testimonios de españoles e indígenas, conocemos algo de su historia personal y su experiencia con los piratas ingleses.