Liberarte_Vol_1_No_2_Septiembre_Diciembre_2005

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han abandonado del todo. Extraño el recibir y abrir cartas y enviarlas, sobretodo extraño el gusto de leer un texto bien escrito dirigido a la particularidad de mi experiencia y la oportunidad de responder con el rigor, la lucidez y el sentido de intimidad necesarios en ese ejercicio. Henos aquí nuevamente pues, gringa, crecidos y distintos y ante una nueva circunstancia (¿ semi pública?) que reclama nuestra atención. El asunto es entonces la educación, pero no en un sentido convencional, sino como una pregunta abierta. Para ponerlo en el lenguaje que elegí al proponer la sección Radicales Libres de la publicación que, hoy por hoy, nos aloja o presta espacio se trata de pensar en una educación sin garantías. Lo que tengo en mente al escribir aquello tiene mucho que ver con la necesidad de retirar a la educación el cheque en blanco que recibió allá por el S XIX, con la fundación del proyecto liberal. Me refiero al respaldo ideológico de postular el esfuerzo educativo como tarea del Estado y como obligación del individuo. Este “pacto” , que deja sentadas las bases para la institucionalización de la enseñanza y el aprendizaje (su conversión en un formalismo) enmarca todo esfuerzo sucesivo que intente expresar el éxito o el fracaso del proyecto nacional (entre otras cosas) Creo que a estas alturas esa lógica ha dejado de funcionar y que más bien hoy día vemos que la educación no asegura, de por sí, ni el ascenso social ni el mejoramiento de los índices de producción. Claro que todo esto requiere pensar en qué entendemos por educación y qué función social pensamos atribuirle. A mi entender la educación (me abstengo de decir la “verdadera” educación por razones que se verán más adelante) no debe consistir ni en la producción de una alfabetización funcional (aprender a leer, escribir y realizar operaciones matemáticas básicas) ni en la reproducción automática y exclusiva de los saberes vigentes (conocimientos técnicos, modelos de procesamiento de la realidad, socialización en las distintas profesiones). El asunto es complejo y lo es más precisamente por el intento de pensar la educación al margen de su marca legitimante; es decir, sin la garantía automática de que educar = progresar. Stuart Hall, un gran pensador británico, migrante jamaiquino al Reino Unido, intenta hacer algo similar ante el marxismo: pensar ese gran sistema de conocimiento sin el respaldo artificial de la victoria asegurada/augurada por el materialismo dialéctico. ¿Qué sentido tiene hoy, en pleno triunfo global del capitalismo, regresar


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